25/2/15

Jorge Luis Borges: Variaciones sobre la eternidad: Everness y Ewigkeit








Everness

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.



Ewigkeit

Torne en mi boca el verso castellano
a decir lo que siempre está diciendo
desde el latín de Séneca: el horrendo
dictamen de que todo es del gusano.

Torne a cantar la pálida ceniza,
los fastos de la muerte y la victoria
de esa reina retórica que pisa
los estandartes de la vanagloria.

No así. Lo que mi barro ha bendecido
no lo voy a negar como un cobarde.
Sé que una cosa no hay. Es el olvido;

sé que en la eternidad perdura y arde
lo mucho y lo precioso que he perdido:
esa fragua, esa luna y esa tarde.








En El otro, el mismo (1964)
Primeras publicaciones
Everness. La Nación (3 Noviembre 1963)
Ewigkeit. La Nación (8 Diciembre 1963)
Post propuesto por Francisco Alvez Francese 
Foto al pie: Borges por Xavier Vallhonrat 



24/2/15

Jorge Luis Borges: Discurso aceptación del Premio Miguel de Cervantes, 1979








Majestades, señoras y señores: 

El destino del escritor es extraño, salvo que todos los destinos lo son; el destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces; sentir intensamente cada instante de su vida y, como quería Wolser, ser no sólo actor, sino espectador de su vida, también tiene que recordar el pasado, tiene que leer a los clásicos, ya que lo que un hombre puede hacer no es nada, podemos simplemente modificar muy levemente la tradición; el lenguaje es nuestra tradición. El escritor tiene una desventaja: el hecho de tener que operar con palabras, y las palabras, según se sabe, son una materia deleznable. Las palabras, como Horacio no ignoraba, cambian de connotación emocional, de sentido; pero el escritor tiene que resignarse a este manejo, el escritor tiene que sentir, luego soñar, luego dejar que le lleguen las fábulas; conviene que el escritor no intervenga demasiado en su obra, debe ser pasivo, debe ser hospitalario con lo que le llega y debe trabajar esa materia de los sueños, debe escribir y publicar, como decía Alfonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo los borradores, y así trabaja durante años y se siente solo, vivo en una suerte de sueñosismo; pero si los astros son favorables, uso deliberadamente las metáforas astrológicas, aunque detesto la astrología, llega un momento en el cual descubre que no está solo. En ese momento que le ha llegado, que le llega ahora, descubre que está en el centro de un vasto círculo de amigos, conocidos y desconocidos, de gente que ha leído su obra y que la ha enriquecido, y en ese momento él siente que su vida ha sido justificada. Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 ó 1907, y creo que sentí, aún entonces, el hecho de que, a pesar del titulo engañoso, el héroe no es don Quijote, el héroe es aquel hidalgo manchego, o señor provinciano que diríamos ahora, que a fuerza de leer la materia de Bretaña, la materia de Francia, la materia de Roma la Grande, quiere ser un paladín, quiere ser un Amadís de Gaula, por ejemplo, o Palmerín o quien fuera, ese hidalgo que se impone esa tarea que algunas veces consigue: ser don Quijote, y que al final comprueba que no lo es; al final vuelve a ser Alonso Quijano, es decir, que hay realmente ese protagonista que suele olvidarse, este Alonso Quijano. Quiero decir también que me siento muy conmovido, tenía preparadas muchas frases que no puedo recordar ahora, pero hay algo que no quiero olvidar, y es esto: me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un Rey, ya que un Rey, como un Poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal, no sé cómo decir mi gratitud, solamente puedo decir mi innumerable agradecimiento a todos ustedes. 

Muchas gracias.


En Jorge Luis Borges, Premio de Literatura en lengua castellana "Miguel de Cervantes" 1979, 
Barcelona, Anthropos, Editorial del Hombre, Ministerio de Cultura, Dirección General del Libro y Bibliotecas, 1989

Antologado en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé








Fotos: 
Borges en la ceremonia Premio Cervantes 1979. Gerardo Diego en segundo plano
Borges y Gerardo Diego con los Reyes de España en la entrega del premio (Archivo Clarin)



23/2/15

Jorge Luis Borges: La simulación de la imagen







Indagar ¿qué es lo estético? es indagar ¿qué otra cosa es lo estético, que única otra cosa es lo estético? Lo expresivo, nos ha contestado Croce, ya para siempre, y tan satisfactoria me es esa fórmula que ni siquiera pienso sacar de la estantería el libro en que está y verificar en él las palabras textuales (las representaciones textuales) de su escritor, y su apurada repartición del conocimiento en intuitivo y lógico, es decir, en productor de imágenes o de conceptos. El arte es expresión y sólo expresión, postularé aquí. De eso puede inferirse inmediatamente que lo no expresivo, vale decir, lo no imaginable o no generador de imágenes, es inartístico.
Escribo imágenes y no dejo de saber lo traicionero de esa palabra. Intuiciones, prefiere definir Croce, y en su sentido estricto de percepciones instantáneas de una verdad, la palabra me satisface, pero está usurpada por significaciones connotativas —adivinación, ocurrencia, corazonada— que la echan a perder. Escribo imágenes, palabra de traiciones como la otra, pero de traiciones que cuentan y que la historia de la literatura (mejor: la sedicente historia de la sedicente literatura) no debe preterir, ya que la casi totalidad de su material se origina de ellas. El más recibido de esos errores es presuponer que las imágenes comunicadas por el escritor deban ser, preferentemente, visuales. La etimología ampara ese error: imago vale por simulacro, por aparecido, por efigie, por forma, a veces por vaina (que es la apariencia de la hoja de acero que está en acecho en ella) aunque también por eco —vocalis imago— y por la concepción de una cosa. Eso dice la biografía de esa palabra y esa biografía no es aconsejadora de aciertos.
La falacia de lo visual manda en literatura. Dos ejemplos amenísimos de ese poder hay en el desbocado elogio de Góngora que Dámaso Alonso ha prefijado en su edición, meritísima por lo demás, de las Soledades. Uno es para contradecir el aflictivo nihilismo poético de esa rapsodia. Dice así: En la poesía de Góngora flores, árboles, animales de la tierra, aves, pescados, variedad de manjares… pasan en suntuoso desfile ante los ojos del lector. ¿En qué estaban pensando los que dijeron que las Soledades estaban vacías? Tan nutridas están que apenas si en tan poco espacio pueden contener tal variedad de formas (página 31). El ingenuo paralogismo se echa de ver: Alonso niega la sensible vaciedad poética de las Soledades, en razón de su cargamento visual o mención continua de plumas, pelos, cintas, gallinas, gavilanes, vidrios y corchos. No es menos definitivo el segundo ejemplo. Se escribe así: No obscuridad: claridad radiante, claridad deslumbrante. Claridad de íntima, profunda iluminación. Mar luciente: cristal azul. Cielo color zafiro, sin mácula, constelado de diamantes, o rasgado por la corva carrera del sol (página 35). Aquí, bajo la aparente seguridad de lo sentencioso, duele una equivocación parecida: la de inferir que don Luis de Góngora es claro, léase perspicuo, por su mencionar cosas claras, léase relucientes. La naturaleza de ese enredo es de calembour.
Indiscreciones de lo visual son también las cometidas en Ejercicios, libro de resoluciones de literato, por Benjamín Jarnés. Este prosista simula investigar lo que es prosa. El pensamiento (escribe) es la maroma tensa, vibrátil —acaso de alambre robusto de acero— que mantiene enhiesta la arquitectura de la frase; pero de uno al otro extremo se entrelazan armoniosamente las cintas paralelas de la imagen (página 34). Es decir, Jarnés no ha querido intimar con el problema, Jarnés cree, todavía, en la fabulosa división de fondo y de forma; pero en lugar de razonar esa dualidad, nos muestra unas serpentinas y un alambrado, visión inútil. Después examina varias conductas de prosa, para depararnos al final esta solución: Lo mejor es hacer de la prosa una ágil góndola empujada por el aliento de la idea… Pocas veces surca la alta serenidad esa deliciosa góndola bergsoniana, trayendo a bordo, entre mástiles y festones encendidos, el arcón bien labrado del pensamiento (página 35). Otra figura y otra negación de pensar. Sólo que la distracción, el cuadrito, ha sido ingerido esta vez con menos limpieza.
Casi todas las que se dicen metáforas no pasan de incontinencias de lo visual. Menéndez y Pelayo, aludiendo a la festejada línea de Góngora,
El rojo passo de la blanca Aurora
y a otras emparentadas, escribió que la sola motivación de algún verso de él fue la de lisonjear la vista con la suave mezcla de lo blanco y de lo rojo. Hay, también, escritores a quienes les importa más lo vistoso del segundo término de una comparación que no su necesidad o su auxilio.
Yo siempre en él estuve atento
como martín pescador,
escribe, sólo para hacer ostentación de ese pájaro, uno que en muchos otros decires es gran poeta. Esas libertades con la metáfora son perdonables, siempre que no se especialice el escritor en tales diabluras.
El deber de toda imagen es precisión. Este aparente axioma o facilísima verdad ni siquiera lo es, ya que las precisiones de la aritmética o de la geografía suelen ser imprecisas a más no poder en el ejercicio del arte. Escribir del héroe de una novela Salió de un punto de partida y caminó cuatro mil doscientos veinticuatro metros hacia el noroeste, es guardar una reserva casi absoluta. Escribir Salió de General Urquiza y Barcala y caminó hasta Camargo y Humboldt, es arriesgarse a dejar en blanco esa línea para muchos lectores. Escribir Caminó sin parar hasta que ralearon las casas, o Caminó hasta que hubo más cielo, promete más posibilidad de expresión. Esa manera no es la histórica ni la periodística, ya lo sé. Y es que el noticioso, a diferencia de los poetas, no precisa hacer arte: es noticiador de hechos públicos, para los convencidos de antemano de su verdad. Anota, por ejemplo: El valiente robo de ayer se efectuó en la calle Tal, número tal, a las tales horas del día, receta no representable por nadie y que se limita a señalarnos el sitio Tal, en que nos darán más informes. Daniel Defoe parece haber sido, en literatura, el iniciador de esos pormenores de horario, de esas vanidades de cartógrafo o de sereno: equivocación copiadísima. Otra popularizada ilusión es la de fiarse mucho en las desinencias del aumentativo, del diminutivo, del despectivo. Somos poseedores de cuatro terminaciones aumentativas, de diez diminutivas, de once despreciativas, pero no del correspondiente poder de apreciar veinticinco graduaciones en cada nombre, según la sufijación que le sumen. Libraco, libracho, libróte, salen, para menospreciarlo, de libro. La gramática se alaba, creo que sin demasiada razón, de ese surtido de desaires tan cómodo, sin reparar en que las palabras son muchas, pero la representación es una y variable. El grado superlativo es otra ficción y de las traicioneras.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan «riquísimos» techos,
estad firmes y derechos…
Dejemos la rareza gramatical de la anteposición del adverbio al superlativo —alianza emocional de dos énfasis— y comparemos la adjetivación riquísimos techos con la positiva de ricos. Las dos, en punto a representación, son iguales; tan indecidora es una como la otra. La sola diferencia es de entonación: la primera suena ponderativa, la común es un dato. Esa posible diferencia de acento es toda la que hay. La voz riquísimos no es de fácil operación: oímos decir rico primero, lo imaginamos, y ya la desinencia nos quiere reclamar una refacción o corrección o decantación del concepto, sin otra ayuda que la de su mismo insípido ruido, tan impersonal que también para decir pobrísimo lo conchaban. Se me responderá que como contratante verbal —investidura tan falsa como la del contratante social que inventó Rousseau— estoy sujeto a la obligación de imaginarme algo, siempre que suene un ísimo. Yo repito que no es del caso hablar de convenios: el asunto es de orden psicológico, no legal. Más práctico me parece el adverbio muy, que se adelanta a la representación concreta que intensifica, y va preparándola. El procedimiento reiterativo de las mujeres, de los niños, de los semitas (un cielo azul azul) es también más lógico.
Una observación última. Esas negligencias o rendijas o indecisiones o premeditadas estafas de lo verbal cuentan, siempre, con la complicidad del lector. La construyen la haraganería y la cortesía. Ésta, con visible superstición, cree en las naturalezas distintas de la conversación y de la escritura y acaba por consentir (y hasta por festejar) en la hoja, inexpresiones que rebatiría siempre en el diálogo; aquélla se suele satisfacer con medias imágenes y como no quiere realizar lo que lee, no descubre errores. La audibilidad de lo escrito —ya en el verso, juego de satisfacer una expectativa; ya en la prosa, juego de chasquearla infinitamente— opera también. No faltan asimismo lectores que se decreten una suficiente emoción, siempre que palabras del destino sean presentadas (adiós, renunciamiento, nunca, tal vez) o de lo astronómico: nadir, luna. Pero el caso general de equivocación, es deliberado. Todo escritor sabe que una genuina obtención estética suele interesar menos al historiador de la literatura y al periodista y a la discusión de los compañeros y al ya literatizado lector, que una exhibición de métodos novedosos, aunque desacertados. Sabe que la imagen fracasada goza de mejor nombre ahora, que es el de audaz. Sabe que los fracasos perseverantes de la expresión, siempre que blasonen misterio, siempre que finja un método su locura, pueden componer nombradía. Ejemplo: Góngora. Ejemplo: todo escritor de nuestro tiempo, en alguna página.


En El idioma de los argentinos (1928)
Fuente foto (sin atribución de autor ni fecha) 
CEDOC Perfil


22/2/15

Jorge Luis Borges: Barrio Norte











Esta declaración es la de un secreto
que está vedado por la inutilidad y el descuido,
secreto sin misterio ni juramento
que sólo por la indiferencia lo es:
hábitos de hombres y de anocheceres lo tienen,
lo preserva el olvido, que es el modo más pobre de misterio.
Alguna vez era una amistad este barrio,
un argumento de aversiones y afectos, como las otras cosas del amor;
apenas si persiste esa fe
en unos hechos distanciados que morirán:
en la milonga que de las Cinco Esquinas se acuerda,
en el patio como una firme rosa bajo las paredes crecientes,
en el despintado letrero que dice todavía La Flor del Norte,
en la memoria detenida del ciego.
Ese disperso amor es nuestro desanimado secreto.
Una cosa invisible está pereciendo del mundo,
un amor no más ancho que una música.
Se nos aparta el barrio,
los balconcitos retacones de mármol no nos enfrentan cielo.
Nuestro cariño se acobarda en desganos,
la estrella de aire de las Cinco Esquinas es otra.
Pero sin ruido y siempre,
en cosas incomunicadas, perdidas, como están siempre las cosas,
en el gomero con su veteado cielo de sombra,
en la bacía que recoge el primer sol y el último,
perdura ese hecho servicial y amistoso,
esa lealtad oscura que mi palabra está declarando:
el barrio.







En Cuaderno San Martín (1929)
Imágenes cabecera: 
Placa cerámica con un fragmento de Barrio Norte
sobre muro de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento
ubicada en Presidente Quintana 7 esq. Libertad, Buenos Aires

Gomero citado en Barrio norte
Avenida Alvear y Rodríguez Peña

Fotos: Flor Giani Febrero 2015

Foto pie de post: el gomero con su veteado cielo de sombra
Avenida Alvear y Rodríguez Peña, c 1930
AGN, Documento Fotográfico, Inventario 10091



21/2/15

Jorge Luis Borges: Las versiones homéricas







Ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducción. Un olvido animado por la vanidad, el temor de confesar procesos mentales que adivinamos peligrosamente comunes, el conato de mantener intacta y central una reserva incalculable de sombra, velan las tales escrituras directas. La traducción, en cambio, parece destinada a ilustrar la discusión estética. El modelo propuesto a su imitación es un texto visible, no un laberinto inestimable de proyectos pretéritos o la acatada tentación momentánea de una facilidad. Bertrand Russell define un objeto externo como un sistema circular, irradiante, de impresiones posibles; lo mismo puede aseverarse de un texto, dadas las repercusiones incalculables de lo verbal. Un parcial y precioso documento de las vicisitudes que sufre queda en sus traducciones. ¿Qué son las muchas de la Ilíada de Chapman a Magnien sino diversas perspectivas de un hecho móvil, sino un largo sorteo experimental de omisiones y de énfasis? (No hay esencial necesidad de cambiar de idioma, ese deliberado juego de la atención no es imposible dentro de una misma literatura.) Presuponer que toda recombinación de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador G es obligatoriamente inferior al borrador H —ya que no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.
La superstición de la inferioridad de las traducciones —amonedada en el consabido adagio italiano— procede de una distraída experiencia. No hay un buen texto que no parezca invariable y definitivo si lo practicamos un número suficiente de veces. Hume identificó la idea habitual de causalidad con la sucesión. Así un buen film, visto una segunda vez, parece aun mejor; propendemos a tomar por necesidades las que no son más que repeticiones. Con los libros famosos, la primera vez ya es segunda, puesto que los abordamos sabiéndolos. La precavida frase común de releer a los clásicos resulta de inocente veracidad. Ya no sé si el informe: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, es bueno para una divinidad imparcial; sé únicamente que toda modificación es sacrílega y que no puedo concebir otra iniciación del Quijote. Cervantes, creo, prescindió de esa leve superstición, y tal vez no hubiera identificado ese párrafo. Yo, en cambio, no podré sino repudiar cualquier divergencia. El Quijote, debido a mi ejercicio congénito del español, es un monumento uniforme, sin otras variaciones que las deparadas por el editor, el encuadernador y el cajista; la Odisea, gracias a mi oportuno desconocimiento del griego, es una librería internacional de obras en prosa y verso, desde los pareados de Chapman hasta la Authorized Versión de Andrew Lang o el drama clásico francés de Bérard o la saga vigorosa de Morris o la irónica novela burguesa de Samuel Butler. Abundo en la mención de nombres ingleses, porque las letras de Inglaterra siempre intimaron con esa epopeya del mar, y la serie de sus versiones de la Odisea bastaría para ilustrar su curso de siglos. Esa riqueza heterogénea y hasta contradictoria no es principalmente imputable a la evolución del inglés o a la mera longitud del original o a los desvíos o diversa capacidad de los traductores, sino a esta circunstancia, que debe ser privativa de Homero: la dificultad categórica de saber lo que pertenece al poeta y lo que pertenece al lenguaje. A esa dificultad feliz debemos la posibilidad de tantas versiones, todas sinceras, genuinas y divergentes.
No conozco ejemplo mejor que el de los adjetivos homéricos. El divino Patroclo, la tierra sustentadora, el vinoso mar, los caballos solípedos, las mojadas olas, la negra nave, la negra sangre, las queridas rodillas, son expresiones que recurren, conmovedoramente a destiempo. En un lugar, se habla de los ricos varones que beben el agua negra del Esepo; en otro, de un rey trágico, que desdichado en Tebas la deliciosa, gobernó a los cadmeos, por determinación fatal de los dioses. Alexander Pope (cuya traducción fastuosa de Homero interrogaremos después) creyó que esos epítetos inamovibles eran de carácter litúrgico. Remy de Gourmont, en su largo ensayo sobre el estilo, escribe que debieron ser encantadores alguna vez, aunque ya no lo sean. Yo he preferido sospechar que esos fieles epítetos eran lo que todavía son las preposiciones: obligatorios y modestos sonidos que el uso añade a ciertas palabras y sobre los que no se puede ejercer originalidad. Sabemos que lo correcto es construir andar a pie, no por pie. El rapsoda sabía que lo correcto era adjetivar divino Patroclo. En caso alguno habría un propósito estético. Doy sin entusiasmo estas conjeturas; lo único cierto es la imposibilidad de apartar lo que pertenece al escritor de lo que pertenece al lenguaje. Cuando leemos en Agustín Moreto (si nos resolvemos a leer a Agustín Moreto):

Pues en casa tan compuestas
¿qué hacen todo el santo día?

sabemos que la santidad de ese día es ocurrencia del idioma español y no del escritor. De Homero, en cambio, ignoramos infinitamente los énfasis.
Para un poeta lírico o elegíaco, esa nuestra inseguridad de sus intenciones hubiera sido aniquiladora, no así para un expositor puntual de vastos argumentos. Los hechos de la Ilíada y la Odisea sobreviven con plenitud, pero han desaparecido Aquiles y Ulises, lo que Homero se representaba al nombrarlos, y lo que en realidad pensó de ellos. El estado presente de sus obras es parecido al de una complicada ecuación que registra relaciones precisas entre cantidades incógnitas. Nada de mayor posible riqueza para los que traducen. El libro más famoso de Browning consta de diez informaciones detalladas de un solo crimen, según los implicados en él. Todo el contraste deriva de los caracteres, no de los hechos, y es casi tan intenso y tan abismal como el de diez versiones justas de Homero.
La hermosa discusión Newman-Arnold (1861-62), más importante que sus dos interlocutores, razonó extensamente las dos maneras básicas de traducir. Newman vindicó en ella el modo literal, la retención de todas las singularidades verbales; Arnold, la severa eliminación de los detalles que distraen o detienen, la subordinación del siempre irregular Homero de cada línea al Homero esencial o convencional, hecho de llaneza sintáctica, de llaneza de ideas, de rapidez que fluye, de altura. Esta conducta puede suministrar los agrados de la uniformidad y la gravedad; aquélla, de los continuos y pequeños asombros.
Paso a considerar algunos destinos de un solo texto homérico. Interrogo los hechos comunicados por Ulises al espectro de Aquiles, en la ciudad de los cimerios, en la noche incesante (Odisea, XI). Se trata de Neoptolemo, el hijo de Aquiles. La versión literal de Buckley es así: Pero cuando hubimos saqueado la alta ciudad de Príamo, teniendo su porción y premio excelente, incólume se embarcó en una nave, ni maltrecho por el bronce filoso ni herido al combatir cuerpo a cuerpo, como es tan común en la guerra; porque Marte confusamente delira. La de los también literales pero arcaizantes Butcher y Lang: Pero la escarpada dudad de Príamo una vez saqueada, se embarcó ileso con su parte del despojo y con un noble premio; no fue destruido por las lanzas agudas ni tuvo heridas en el apretado combate: y muchos tales riesgos hay en la guerra, porque Ares se enloquece confusamente. La de Cowper, de 1791: Al fin, luego que saqueamos la levantada villa de Príamo, cargado de abundantes despojos seguro se embarcó, ni de lanza o venablo en nada ofendido, ni en la refriega por el filo de los alfanjes, como en la guerra suele acontecer, donde son repartidas las heridas promiscuamente, según la voluntad del fogoso Marte. La que en 1725 dirigió Pope: Cuando los dioses coronaron de conquista las armas, cuando los soberbios muros de Troya humearon por tierra, Grecia, para recompensar las gallardas fatigas de su soldado, colmó su armada de incontables despojos. Así, grande de gloria, volvió seguro del estruendo marcial, sin una cicatriz hostil, y aun que las lanzas arreciaron en torno en tormentas de hierro, su vano juego fue inocente de heridas. La de George Chapman, de 1614: Despoblada Troya la alta, ascendió a su hermoso navío, con grande acopio de presa y de tesoro, seguro y sin llevar ni un rastro de lanza, que se arroja de lejos o de apretada espada, cuyas heridas son favores que concede la guerra, que él (aunque solicitado) no halló. En las apretadas batallas, Marte no suele contender: se enloquece. La de Butler, que es de 1900: Una vez ocupada la ciudad, él pudo cobrar y embarcar su parte de los beneficios habidos, que era una fuerte suma. Salió sin un rasguño de toda esa peligrosa campaña. Ya se sabe: todo está en tener suerte.
Las dos versiones del principio —las literales— pueden conmover por una variedad de motivos: la mención reverencial del saqueo, la ingenua aclaración de que uno suele lastimarse en la guerra, la súbita juntura de los infinitos desórdenes de la batalla en un solo dios, el hecho de la locura en el dios. Otros agrados subalternos obran también: en uno de los textos que copio, el buen pleonasmo de embarcarse en un barco; en otro, el uso de la conjunción copulativa por la causal,[11] en y muchos tales riesgos hay en la guerra. La tercer versión —la de Cowper-es la más inocua de todas: es literal, hasta donde los deberes del acento miltónico lo permiten. La de Pope es extraordinaria. Su lujoso dialecto (como el de Góngora) se deja definir por el empleo desconsiderado y mecánico de los superlativos. Por ejemplo: la solitaria nave negra del héroe se le multiplica en escuadra. Siempre subordinadas a esa amplificación general, todas las líneas de su texto caen en dos gran des clases: unas, en lo puramente oratoria —Cuando los dioses coronaron de conquista las armas—; otras, en lo visual: Cuando los soberbios muros de Troya humearon por tierra. Discursos y espectáculos: ése es Pope. También es espectacular el ardiente Chapman, pero su movimiento es lírico, no oratorio. Butler, en cambio, demuestra su determinación de eludir todas las oportunidades visuales y de resolver el texto de Homero en una serie de noticias tranquilas.
¿Cuál de esas muchas traducciones es fiel?, querrá saber tal vez mi lector. Repito que ninguna o que todas. Si la fidelidad tiene que ser a las imaginaciones de Homero, a los irrecuperables hombres y días que él se representó, ninguna puede serlo para nosotros; todas, para un griego del siglo diez. Sí a los propósitos que tuvo, cualquiera de las muchas que trascribí, salvo las literales, que sacan toda su virtud del contraste con hábitos presentes. No es imposible que la versión calmosa de Butler sea la más fiel.

1932

Nota


[11] Otro hábito de Homero es el buen abuso de las conjunciones adversativas. Doy unos ejemplos:

"Muere, pero yo recibiré mi destino donde le plazca a Zeus, y a los otros dioses inmortales". Ilíada, XXII.
"Astíoque, hija de Actor: una modesta virgen cuando ascendió a la parte superior de la morada de su padre, pero el dios la abrazó secretamente". Ilíada, II.
"(Los mirmidones) eran como lobos carnívoros, en cuyos corazones hay fuerza, que habiendo derriba do en las montañas un gran ciervo ramado, desgarrándolo lo devoran; pero los hocicos de todos están colorados de sangre". Ilíada, XVI.
"Rey Zeus, dodoneo, pelasgo, que presides lejos de aquí sobre la inverniza Dodona; pero habitan alrededor tus ministros, que tienen los pies sin lavar y duermen en el suelo". Ilíada, XVI.
"Mujer, regocíjate en nuestro amor, y cuando el año vuelva darás hijos gloriosos a luz —porque los hechos de los inmortales no son en vano—, pero tú cuídalos. Vete ahora a tu casa y no lo descubras, pero soy Poseidón, estremecedor de la tierra". Odisea, "Luego percibí el vigor de Hércules, una imagen; pero él entre los dioses inmortales se alegraron banquetes, y tiene a Hebe la de hermosos tobillos, niña del poderoso Zeus y de Hera, la de sandalias que son de oro". Odiseo, XI.

Agrego la vistosa traducción que hizo de este último pasaje George Chapman:

Down with these was thrust
The idol of the force of Hercules,
But his firm self did no such fate oppress.
He feasting lives amongst th 'Immortal States
White-ankled Hebe and himself made mates
In heav 'nly nuptials. Hebe, Jove's dear race
And Juno's whom the golden sandals grace.




En Discusión (1932)
Esta digitalización es de sus Obras completas 
publicadas por Ultramar S.A. en 1974 
Foto: Borges en 1965 (sin atribución de autor) publicada en Revista La Maga
Número Especial Homenaje a Borges, 19 de febrero de 1996



20/2/15

Jorge Luis Borges: El centinela (bilingüe)







Entra la luz y me recuerdo; ahí está.
Empieza por decirme su nombre, que es (ya se entiende) el mío.
Vuelvo a la esclavitud que ha durado más de siete veces diez años.
Me impone su memoria.
Me impone las miserias de cada día, la condición humana.
Soy su viejo enfermero; me obliga a que le lave los pies.
Me acecha en los espejos, en la caoba, en los cristales de las tiendas
Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja.
Me dicta ahora este poema, que no me gusta.
Me exige el nebuloso aprendizaje del terco anglosajón.
Me ha convertido al culto idolátrico de militares muertos, con los que acaso no podría cambiar una sola palabra.
En el último tramo de la escalera siento que está a mi lado.
Está en mis pasos, en mi voz.
Minuciosamente lo odio.
Advierto con fruición que casi no ve.
Estoy en una celda circular y el infinito muro se estrecha.
Ninguno de los dos engaña al otro, pero los dos mentimos.
Nos conocemos demasiado, inseparable hermano.
Bebes el agua de mi copa y devoras mi pan.
La puerta del suicida está abierta, pero los teólogos afirman que en la sombra ulterior del otro reino estaré yo, esperándome.



The Watcher

The light comes in and I awake. There he is.
He starts by telling me his name, which is (of course) my own.
I return to the slavery that’s lasted more than seven times ten years.
He thrusts his memory on me.
He thrusts on me the petty drudgery of each day, the fact of dwelling in a body.
I am his old nurse; he makes me wash his feet.
He lies in wait for me in mirrors, in mahogany, in shopwindows.
Some woman or other has rejected him and I must share his hurt.
He now dictates this poem to me, and I do not like it.
He forces me into the hazy apprenticeship of stubborn Anglo-Saxon.
He has converted me to the idolatrous worship of dead soldiers, to whom perhaps 
       [I would have nothing to say.
At the last flight of the stairs, I feel him by my side.
He is in my steps, in my voice.
I hate everything about him.
I note with satisfaction that he can barely see.
I’m inside a circular cell and the endless wall is closing in.
Neither of us deceives the other, but both of us are lying.
We know each other too well, inseparable brother.
You drink the water from my cup and eat my bread.
The door of suicide is open, but theologians hold that I’ll be there
       [in the far shadow of the other kingdom, waiting for myself.




En El oro de los tigres (1972)







Versión en inglés: Borges on writing by Norman Thomas di Giovanni
E. P. Dutton & Co., Inc. New York 1973
Copyright © 1972, 1973 by Jorge Luis Borges, Norman Thomas di Giovanni,
Daniel Halpern and Frank MacShane 




19/2/15

Jorge Luis Borges de gira con sus compañeros de clase en 1915

















Borges (à droite) en excursion avec son camarade de classe en 1915
Simon Jichlinsky apparemment le centre
Source : Ancienne coll. J.L. Borges - dans Borges, fotografias y manuscritos de Miguel De Torre Borges
aux Éditions Renglon (Buenos Aires, 1987)
Source: Álbum Borges
Sélection et commentaires: Jean Pierre Bernès
París, Gallimard, 1999
Cortesía: Samuel Chagalov





18/2/15

Jorge Luis Borges: Ajedrez (dos sonetos)







I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.


II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?




En El Hacedor (1960) 
Imagen: Ilustración de Norah Borges
incluida en Todo Borges editado por Revista Gente
Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1977

Se incluye ensayo:

Claire Monnier: "Ajedrez" de Jorge Luis Borges: Jaque al Rey
Semiosfera 10 (primavera de 1999)
Fuente: http://www.borges.pitt.edu/



17/2/15

Borges por Christopher Hitchens (Memorias)







Tenía cuatro ambiciones cuando desembarqué en la extravagantemente bonita ciudad de Buenos Aires en 1977. La primera era ver si podía descubrir qué le había ocurrido a Jacobo Timerman. La segunda era entrevistar al presidente, que entonces era el general Videla. La tercera era ver la Pampa y la cuarta era conocer a mi héroe literario Jorge Luis Borges. Fracasé —aunque no del todo— con la primera. Y tuve éxito en las demás, aunque no del modo que había previsto.

[...]

Pese a todo su aparente y fácil encanto latino, Buenos Aires hacía que me sintiera enfermo y angustiado, así que hice un viaje a las grandes llanuras en las que se habían escrito las épicas de los gauchos, y logré comer un par de los famosos asados: la barbacoa argentina (que el John Self de Martin Amis resumió como «una especie de parrillada triple envuelta en filetes») con su servil propiciación a los cálidos dioses del colesterol. Pero hasta eso se estropeó: mis anfitriones se encargaron de la matanza y el olor de la sangre seca del matadero resultó por alguna razón demasiado fuerte (de hecho, dejé el filete por unos años tras ese viaje). Después aprendí del intrépido Robert Cox del Buenos Aires Herald otro alegre término coloquial del fascismo: antes de adaptar el método de arrojar los cuerpos al Atlántico Sur, la cremación secreta de cuerpos mutilados y torturados en la ESMA relucir la política en todas las discusiones. Contestaba que no era culpa mía si la política invadía la esfera privada, y al menos en el caso de Argentina creo que tenía razón. Los miasmas de la dictadura lo impregnaban todo, sin excluir los aperitivos y el plato principal.

Incluso se abrió un nauseabundo camino para llegar al ambiente libresco y aislado del apartamento 6B del número 994 de la calle Maipú, donde vivía Jorge Luis Borges. Me producía una gran timidez acercarme a mi héroe, pero él, como descubrí, estaba muy necesitado de compañía. En aquella época era casi totalmente ciego y estaba enclaustrado e incluso un poco confuso, y quizá eso explique la actitud un tanto escandalosa con que afrontaba la brutal represión que se infligía en las calles y las plazas de los alrededores. «Este es mi país y aún podría serlo —entonó cuando surgió el tema—. Pero algo vino entre nosotros y el sol.» Aseguró que estos versos (nunca he podido localizarlos) eran de Edmund Blunden, cuya nudosa mano me había entusiasmado estrechar muchos años antes, pero Borges no aludía a la junta de Videla. Se refería al anterior gobierno de Juan Perón, que para él había depravado y corrompido la sociedad argentina. Yo no estaba en desacuerdo con eso —y Perón había tratado mal a la madre y a la hermana de Borges, además de despedir al escritor de su trabajo en la Biblioteca Nacional—, pero resultaba triste oír que el viejo prefería sinceramente el nuevo régimen uniformado, ya que era un gobierno de «caballeros» en vez de «chulos». Era como escuchar al Evelyn Waugh más bilioso y gruñón. (Lo redimió en parte un fragmento de filología o etimología erudita sobre el término lunfardo canfinflero. «Una canfinfla —dijo Borges con perfecta compostura— es el coño, o la concha. Así que un canfinflero es un traficante de coños: en anglosajón podríamos decir cunter.» ¿No había evolucionado el mismo tango en un burdel en 1880? Borges podía hablar sin parar de ese tipo de cosas, quizá como venganza por haber tenido una madre excesivamente protectora que lo tiranizó durante toda la vida.)

Quería que le leyera en voz alta y lo hice encantado. Sobre todo recuerdo su petición de «Canción al arpa de las mujeres danesas», un poema que utiliza principalmente palabras anglosajonas y escandinavas (la conversación de Borges estaba salpicada de términos como folk y kin) y que empieza de forma tan hermosa y memorable con el lamento de las esposas de los vikingos:

¿Qué es una mujer, que la abandonáis,
y el fuego del hogar, y vuestro huerto,
para iros con la Vieja que nos hace enviudar?
(Trad.: José Manuel Benítez Ariza)

Borges tenía una síntesis escueta para cada autor. G. K. Chesterton: «Una pena que se volviera católico». Kipling: «Subestimado porque demasiados de sus contemporáneos eran socialistas». «Es una pena que tengamos que elegir entre dos países de segunda fila como la Unión Soviética y Estados Unidos.» Las horas que pasé en su refugio anacrónico, bibliófilo y anglófilo establecían un contraste surrealista con el chirriante espectáculo de horror que se representaba en el resto de la ciudad. Nunca sentí eso de forma más acusada que cuando, al día siguiente, tras llevar al anciano por la escalera de caracol para tomar una infrecuente comida fuera de casa, le ayudé a subir las escaleras. Me invitó para que volviera a leer la mañana siguiente, pero tuve que rechazar su oferta. Alegué sinceramente que tenía un billete de avión para Chile. «Lo siento mucho —dijo ese genio viejo y cortés—. Pero ¿puedo ofrecerle un regalo a cambio de su compañía?» Naturalmente protesté con la energía de una educación inglesa de clase media: no podía oír hablar de algo así; el placer y el privilegio eran míos; de ningún modo aceptaría ningún regalo. «Recordará los versos que voy a recitar —dijo—. Siempre los recordará.» Y a continuación recitó lo siguiente:

¿Qué hombre no se ha inclinado a velar el sueño de su hijo,
para meditar cómo mirará ese rostro el suyo cuando esté frío, o
ha pensado, mientras su propia madre le besa los ojos,
en cómo sería su beso cuando su padre la cortejaba?

El título (Soneto XXIX de Dante Gabriel Rossetti) —«Inclusividad»— puede sonar un poco sentimental, pero la idea que contiene ha vuelto a mí más de una vez desde que me convertí en padre, y Borges tenía bastante razón: nunca he tenido que hacer un esfuerzo para recordar las palabras. Murmuraba mi agradecimiento cuando dijo, de nuevo con perfecta compostura: «¿Piensa visitar al general Pinochet cuando esté en Chile?» Contesté con lo que esperaba que fuera un aplomo equivalente que no tenía tal intención. «Una pena —respondió—. Es un auténtico caballero. Tuvo la amabilidad de concederme un premio literario.» No era el tono ideal para despedirse de Borges, pero constituía una ilustración excelente de algo que me acostumbraba a percibir: que en contraste con lo que me había dicho Colin MacCabe en Lisboa, a veces la gente correcta adoptaba una línea equivocada*.

* Para hacer justicia a Borges, hay que decir que unos años después se dio cuenta de que la junta lo había engañado y firmó una petición bastante valiente por los desaparecidos. A menudo, y pese a sus inclinaciones, hombres como él tienen un «patrón oro» natural cuando se trata de asuntos de principios.


Párrafos seleccionados por Francisco Alvez Francese [FB]
Capítulo "De Portugal a Polonia.[Argentina: muerte y desaparición (y una biblioteca infinita]"
Christopher Hitchens, Hitch-22 - A Memoir (2010)
Traducción: Daniel Rodríguez Gascón
Foto: Christopher Hitchens, NY 2007 © Paolo Pellegrin/Magnum Photos



16/2/15

Jorge Luis Borges: Inscripción y Prólogo de "Los conjurados"







Inscripción

Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. Nada sabemos de su origen. Sólo sabemos que se ramifica en idiomas y que cada uno de ellos consta de un indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra indefinida de posibilidades sintácticas. Con esos inasibles elementos he formado este libro. (En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido.)
De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?
Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro. En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!

J.L.B.


Prólogo

A nadie puede maravillar que el primero de los elementos, el fuego, no abunde en el libro de un hombre de ochenta y tantos años. Una reina, en la hora de su muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.
No profeso ninguna estética. Cada obra confía a su escritor la forma que busca: el verso, la prosa, el estilo barroco o el llano. Las teorías pueden ser admirables estímulos (recordemos a Whitman) pero asimismo pueden engendrar monstruos o meras piezas de museo. Recordemos el monólogo interior de James Joyce o el sumamente incómodo Polifemo.
Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres. Sería muy raro que este libro, que abarca unas cuarenta composiciones, no atesorara una sola línea secreta, digna de acompañarte hasta el fin.
En este libro hay muchos sueños. Aclaro que fueron dones de la noche o, más precisamente, del alba, no ficciones deliberadas. Apenas si me he atrevido a agregar uno que otro rasgo circunstancial, de los que exige nuestro tiempo, a partir de Defoe.
Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra.

J.L.B.

9 de enero de 1985

En Los conjurados (1985)
Photographie: Borges avec Maria Kodama et Jean-Pierre Bernés, 
son éditeur dans la Pléiade, à Paris en février 1978
Auteur Pepe Fernández 
Fuente: Álbum Jorge Luis Borges 
Selección y comentarios: Jean Pierre Bernès 
París, Gallimard, 1999



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