9/8/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (III): La batalla de Maldon






Este poema describe la batalla que tuvo lugar el 10 u 11 de Agosto del año 991. Los vikingos llegan a la costa de Wessex y solicitan permiso para subir a combatir a tierra firme. Byrhtnoth, alcalde de Essex, les concede el pasaje. El poema ha sido interpretado diversamente como una disculpa, una justificación o una crítica de este acto de arrojo, que los sajones terminan pagando con sus vidas. Encontramos en Maldon un claro ejemplo del código heroico germánico: la narración establece un fuerte contraste entre el proceder de Godric y sus hermanos, que escapan cobardemente, con la noble actitud de los demás guerreros que, perdida toda esperanza, desdeñan de todos modos la huida y combaten por su honor hasta morir.

... fue roto. Pidió entonces a cada guerrero que dejara su caballo y lo alejara, que avanzara poniendo atención a sus manos y al noble coraje.
Cuando el pariente de Offa se dio cuenta de que el alcalde no iba a tolerar cobardías dejó que el querido halcón volara de su mano al bosque, y entró en la batalla. Quien lo hubiera visto empuñar las armas hubiera comprendido enseguida que el joven no iba a flaquear en la lucha.
También Eadric seguiría al líder, su señor, en la batalla. Comenzó a avanzar, llevando su lanza al combate. No le faltaría coraje mientras pudiere sostener con sus manos espada y escudo, cumpliría su promesa de luchar ante el Earl.
Byrhtnoth comenzó entonces a arengar a sus tropas. Desde su caballo instruyó a sus hombres; les dijo cómo pararse y mantener su posición; les pidió que aferraran bien sus escudos, con sus manos firmes, y que no temieran. Una vez que sus guerreros estuvieron bien formados, Byrhtnoth se apeó entre sus hombres, donde más le gustaba estar: allí donde él sabía más fiel a su séquito.
Fue entonces que el mensajero vikingo gritó ásperamente, habló con palabras. Arrojó hacia el Earl, parado en la otra costa, el amenazante mensaje de los hombres del mar:
«Me envían a ti valientes navegantes. Me han ordenado que te diga que puedes enviar anillos como rescate. Y es preferible para vosotros evitar este torrente de lanzas550pagando un tributo, a que libremos tan dura batalla. No hay razón para que nos destruyamos mutuamente si sois lo suficientemente ricos. Os daremos tregua a cambio del oro. Si tú, que eres aquí el más poderoso, decides pagar rescate por tu gente, dar a los hombres del mar las riquezas que exijan y aceptar nuestra tregua, nos iremos con el tributo a nuestras naves, nos alejaremos sobre las aguas y os dejaremos en paz».
Byrhtnoth habló, levantó su escudo. Agitó su esbelta lanza de fresno; habló con palabras. Enojado y resuelto, les dio respuesta:
«¿Escuchas, oh navegante, lo que te dice esta gente? Como todo tributo os darán puntas de lanza envenenadas y antiguas espadas; aparejos que en la batalla os servirán de poco. Mensajero de vikingos, respóndeles así, lleva a tus gentes el siguiente mensaje, mucho más odioso que el que ellos esperan:
«Aquí está, firme entre sus huestes, el no menos respetable de los earls, que defenderá este reino, el país de Aethelred, la tierra y la gente de mi señor. ¡En la batalla caerán los paganos! Creo que sería una vergüenza si os fuerais con nuestro pago a vuestras naves, sin ser enfrentados, ahora que os habéis adentrado tanto en nuestra tierra. Nuestras riquezas no irán tan fácilmente hacia vuestro lado. Antes de que os entreguemos tributo deberán arbitrar entre nosotros la punta de la lanza y el filo de la espada, el feroz juego de la guerra».
Byrhtnoth ordenó entonces a sus guerreros que avanzaran con sus escudos hasta que todos llegaron a la margen del río. Allí, debido al agua, ninguno de los dos bandos podía alcanzar al otro. A la marea baja sucedió la creciente: las aguas se encontraron. Demasiado larga les pareció la espera hasta que pudieron entrechocar sus lanzas.
Así permanecieron, formados en márgenes opuestas del río Pant, la vanguardia de los sajones del oeste y las huestes de las naves de fresno. Debido al agua que se interponía, ninguno de ellos podía herir a los otros, excepto aquellos que fueran muertos por el vuelo de la flecha.
La marea bajó. Los navegantes se erguían listos, las huestes vikingas ansiando el combate. El señor de héroes ordenó entonces defender el puente a un duro guerrero —su nombre era Wulfstan, valiente entre los suyos. Fue él, el hijo de Ceola, quien derribó al primer hombre con su lanza cuando éste subió, audaz, al puente.
Acompañaban a Wulfstan intrépidos guerreros: Aelfere y Maccus, dos valientes que nunca abandonarían el vado, sino que lo defenderían con firmeza contra los atacantes mientras pudieran empuñar las armas. Así, cuando los odiados forasteros cayeron en la cuenta de cuán enconados eran los defensores del puente (cuando comprendieron y vieron claramente que se enfrentaban en el puente a feroces guardianes), pidieron con engaños que se les diera pasaje a tierra firme, que se les permitiera cruzar, guiar a sus hombres a través del vado.
Entonces Byrhtnoth, arrastrado por su temeridad, cedió a esa odiada gente demasiada tierra. Sus hombres escucharon cuando el hijo de Byrhthelm551 gritó a través de las frías aguas: «El camino está abierto para ustedes. Venid rápido a nosotros, hombres al combate. Sólo Dios sabe quién dominará el campo de batalla».
Los lobos de la matanza552 avanzaron sin prestar atención al agua. Las tropas vikingas cruzaron a través del Pant, hacia el oeste, en alto los escudos sobre las brillantes aguas, los hombres de las naves hacia la tierra.
Haciendo frente a estos feroces hombres aguardaban listos Byrhtnothy sus guerreros. Byrhtnoth ordenó armar el vallado de escudos y pidió a sus huestes que se mantuvieran firmes contra el enemigo. El combate estaba cerca, la gloria en la batalla. Había llegado el momento en que caerían aquellos hombres destinados a morir. Se elevó un clamor; los cuervos volaban en círculo, también el águila ansiosa de carroña.
Hubo un tumulto en la tierra. Las agudas lanzas y afilados dardos volaron de los puños. Los arcos dispararon, los escudos recibieron a las puntas de las lanzas. La batalla era encarnizada: de ambos lados caían los hombres y morían jóvenes guerreros.
Wulfmaer cayó herido, el pariente de Byrhtnoth eligió su reposo en el campo de batalla. El hijo de su hermana cayó derribado, destruido por las espadas. Pero esto fue luego retribuido a los vikingos: me han contado que Eadward atacó a uno sin escatimar fuerzas en la estocada, con tanta violencia que el aciago guerrero cayó allí mismo, muerto a sus pies. Byrhtnoth le agradeció luego esta hazaña apenas tuvo ocasión.
Así se mantuvieron, resueltos, los jóvenes guerreros en la lucha, observando ansiosos quién podría ser el primero en arrancar con su lanza una vida entre los hombres destinados a morir, los guerreros con sus armas. Los muertos cayeron al suelo, los demás se mantuvieron firmes.
Byrhtnoth exhortó a sus hombres, ordenó a cada uno de los guerreros que quisiera lograr la gloria sobre los daneses que se concentrara en la batalla.
Avanzó entonces un vikingo endurecido por la guerra, levantó su arma y su escudo en defensa, y se dirigió hacia el guerrero. Byrhtnoth avanzó resueltamente contra el campesino; cada uno albergaba maldad hacia el otro. El hombre del mar arrojó su lanza sureña, y ésta hirió al señor de guerreros. Byrhtnoth la golpeó con su escudo, partiendo la lanza y empujando la punta, que saltó fuera de la herida. El guerrero, enfurecido, clavó entonces su lanza en el soberbio vikingo que lo había atacado; hizo que su arma atravesara la garganta del joven guerrero,553 guio su mano hasta que ésta alcanzó la vida del repentino atacante. Se lanzó enseguida sobre otro, partió al enemigo su cota de malla, y éste quedó herido en el pecho a través de su coraza, la punta mortal clavada en su corazón. Byrhtnoth se alegró, rió el valiente hombre, dio al Creador gracias por los trabajos de ese día que el Señor le había otorgado.
Entonces uno de los vikingos dejó salir una lanza de su mano, volar desde su puño, y ésta se clavó profundamente en el noble vasallo de Aethelred.554 A su lado estaba un joven guerrero, Wulfmaer, hijo de Wulfstan, un mozo en el campo de batalla, que arrancó de Byrhtnoth la sangrienta lanza y la arrojó de vuelta con todas sus fuerzas; su punta se clavó e hizo caer a tierra a aquel que acababa de herir tan gravemente a su señor.
Avanzó entonces otro hombre hacia el guerrero. Quería quitarle a Byrhtnoth sus riquezas: su armadura, anillos y adornada espada. Byrhtnoth sacó de su funda la hoja, ancha y de brillante filo, y trató de clavársela en su cota de malla. Pero otro de los hombres del mar lo impidió tan bruscamente que mutiló el brazo del caballero.555 Cayó entonces al suelo la espada de dorada empuñadura: ya no pudo Byrhtnoth sostener su duro sable, esgrimir el arma. Tuvo aún una palabra el canoso guerrero, arengó a sus hombres, pidió que avanzaran a sus nobles compañeros.
No pudo luego sostenerse en pie por mucho tiempo más; miró hacia los cielos:
«Te doy las gracias, Señor de las gentes, por todas las alegrías que he tenido en este mundo. Ahora tengo, piadoso Creador, la más grande necesidad de que otorgues bendición a mi espíritu: que mi alma pueda viajar hacia ti, hacia tus dominios, señor de los ángeles, partir en paz. Te suplico que no permitas que la humillen los enemigos infernales».
Allí lo mataron los hombres paganos y también a los dos guerreros que estaban a su lado: Aelfnoth y Wulfmaer. Ambos entregaron su vida y yacieron junto a su señor.
Fue entonces que escaparon de la batalla los que no querían estar allí.
Fueron los hijos de Odda los primeros en huir: Godric escapó del combate y dejó atrás al generoso Byrhtnoth, que le había regalado a menudo más de un corcel; montó el caballo que había pertenecido a su señor, sobre esa montura a la que no tenía derecho, y sus dos hermanos con él, ambos escaparon, Godwine y Godwig.
No pensaron en la batalla, sino que escaparon de la lucha y buscaron el bosque, huyeron a ese refugio y salvaron sus vidas, y también muchos más hombres [escaparon] que lo que hubiera sido apropiado, si todos ellos hubieran recordado los favores que Byrhtnoth les había concedido para beneficiarlos. Así había advertido Offa a Byrhtnoth ese mismo día, en el lugar de la asamblea, en el que había invocado a una reunión: que muchos de los que allí habían hablado con valor no resistirían luego ante el peligro.
El líder de las tropas, el guerrero de Aethelred, yacía allí derribado: todo su séquito pudo ver que su señor yacía muerto. Los orgullosos guerreros, los hombres intrépidos, regresaron entonces a la lucha. Se apuraron anhelantes, pues querían una de estas dos cosas: dejar allí la vida o vengar a su querido señor.
Así habló Aelfwine, hijo de Aelfric, un guerrero joven en inviernos, los arengó con palabras, habló con valor: «Recuerdo los discursos que a menudo pronunciábamos sobre el hidromiel, las promesas hechas sobre el banco por los héroes en la sala, acerca de la dura batalla. Ahora sabremos quién es en verdad valiente. Quiero hacer saber a todos mi alta ascendencia: Que yo era en Mercia de gran linaje; mi abuelo era Ealhelm, un noble sabio y próspero. No tendrán que reclamarme los guerreros de esta tierra que yo haya querido abandonar este ejército para buscar mi suelo, ahora que mi señor yace derribado en la batalla. Mi pena es la más grande: él era a la vez mi pariente y mi señor».
Entonces avanzó, la furia volvió a él y alcanzó a uno con la punta de su lanza, al navegante entre su gente, lo derribó con su arma; comenzó luego a arengar a amigos, camaradas y compañeros para que avanzaran.
Después habló Offa, agitó su lanza de madera de fresno: «Bien por ti Aelfwine, que has hecho recordar lo desesperado de la situación a cada guerrero. Ahora que nuestro señor ha caído, el guerrero sobre la tierra, necesitamos que cada uno exhorte al otro a la batalla, mientras pueda blandir y sostener su arma, dura hoja, lanza y buena espada. A todos nos ha traicionado el cobarde hijo de Odda. Pensaron de ello muchos hombres, cuando él cabalgó sobre el caballo, sobre ese soberbio corcel, que se trataba de nuestro señor, y por ello quedamos dispersos por el campo de batalla, y el muro de escudos se hizo añicos. ¡Maldito sea su proceder, que hizo huir a tantos hombres!»
Leofsunu habló y levantó su escudo, respondió al guerrero: «Esto yo prometo: que desde aquí no retrocederé ni un paso, sino que seguiré avanzando, vengaré a mi señor en la lucha. No deberán reclamarme con palabras los firmes héroes de Sturmere, que haya partido yo a mi hogar, huido de la batalla —ahora que mi señor ha muerto— sino que me tomarán las armas, la lanza o el hierro». Avanzó resuelto, desdeñó la huida.
Entonces habló Dunnere, agitó su lanza, un simple hombre libre, exclamó sobre todos, pidió que cada guerrero vengara a Byrhtnoth: «No puede retroceder aquel que quiera vengar al señor de las gentes, ni preocuparse por su propia vida».
Comenzaron entonces las mesnadas a pelear duramente, feroces portadores de las lanzas, y pidieron a Dios lograr la venganza de su señor, poder causar gran daño a sus enemigos.
El rehén los ayudó animoso. Su nombre era Aescferth, el hijo de Ecglaf, y era en Nortumbria de bravo linaje. No retrocedió nunca en el juego de la guerra sino que lanzó flechas con frecuencia, alcanzando a veces un escudo, lacerando a veces a un hombre, e hiriendo guerreros una y otra vez, mientras pudo sostener su arma.
Eadward el largo estaba entonces todavía en la vanguardia. Listo y ansioso, alardeó que no cedería ni un pie de tierra, que no retrocedería en absoluto ahora que su señor yacía muerto. Rompió el muro de escudos y luchó contra los guerreros, infligió a los hombres del mar una venganza digna de su señor, hasta que yació entre los caídos.
Así también hizo Aetheric, noble compañero, embravecido y ansioso de avanzar: luchó con denuedo. El hermano de Sibyrht, y muchos otros más partieron los cóncavos escudos, combatieron con coraje: el borde del escudo se hizo añicos, el arnés cantó una de sus horrendas canciones.
Entonces Offa mató en combate al hombre del mar, lo derribó y éste cayó al suelo. Pero luego el pariente de Gadda556 buscó también la tierra: cayó bruscamente, derribado en la lucha. Ya había llevado a cabo, sin embargo, aquello que le había ordenado su señor. Así había prometido él a su dador de anillos: que ambos regresarían juntos al pueblo, ilesos a su hogar, o caerían luchando, morirían por las heridas en el campo de batalla. Yació entonces noblemente, al lado de su señor.
Hubo entonces estallido de escudos: los hombres del mar avanzaban enardecidos por el combate, las lanzas atravesaban a menudo la casa de la vida557 de aquellos destinados a morir. Wistan avanzó, el hijo de Wurstan peleó contra los guerreros, fue entre la multitud el matador de tres vikingos, antes de yacer, el hijo de Wigelin, entre los caídos.
Hubo allí grave asamblea.558 Los guerreros se mantuvieron firmes en el combate. Algunos perecieron agobiados por las heridas; los muertos caían a tierra. Todo este tiempo Eadwold y Oswold, ambos hermanos, arengaron a los hombres, pidieron con palabras a sus compañeros que resistieran ante el peligro, que usaran sus armas con valentía.
Entonces habló Bryhtwold, el anciano guerrero levantó su escudo, blandió su lanza de fresno, instó con fervor a los demás guerreros: «Más firme será nuestro propósito, más animoso el corazón, más grande el coraje, cuanto menor sea nuestra fuerza. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que más valía, en el polvo. Aquel que piense en huir de este juego guerrero lo lamentará para siempre. Mi vida ha sido larga; no me iré de aquí. Yaceré tendido al lado de mi señor, de ese hombre tan querido».
Así también arengó a todos Godric, el hijo de Aethelgar. Arrojó a los vikingos lanzas y dardos de muerte y avanzó el primero entre esas tropas, matando e hiriendo, hasta que él mismo cayó en la batalla.
Éste no era el Godric que huyó...


Notas


550 «garraes», un kenning para la batalla.
551 El hijo de Bryhthelm: se refiere a Byrhtnoth.
552 Los vikingos.
553 El joven guerrero: el vikingo que había atacado a Byrhtnoth.
554 El vasallo de Aethelred: Byrhtnoth.
555 Se refiere a Byrhtnoth.
556 Se refiere probablemente al mismo Offa.
557 Casa de la vida: «el cuerpo».
558 Grave asamblea: «combate».

Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).


Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano. Estos textos son:


• Fragmento final de la Gesta de Beowulf : La batalla de Brunanburh (con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.


M.H.


En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000




Imagen arriba: Borges (sin atribución) Foto archivo El Universal


7/8/18

Jorge Luis Borges: Schopenhauer







Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse mucho al Universo. También es aventurado pensar que de esas coordinaciones ilustres, alguna —siquiera de modo infinitesimal— no se parezca un poco más que otras. He examinado las que gozan de cierto crédito; me atrevo a asegurar que sólo en la que formuló Schopenhauer he reconocido algún rasgo del Universo. Según esa doctrina, el mundo es una fábrica de la voluntad.

JLB, "Discusión", 1932

Yo leí muchos libros de filosofía, y creo que si tuviera que atenerme a un libro ese libro sería El mundo como voluntad y como representación. Desde luego, el Universo sigue siendo misterioso, pero me parece que de todas las doctrinas filosóficas, la de Schopenhauer es la que más se parece a una solución. Desde luego que no hay solución. Y si la hay, lo más probable es que no pueda ser dicha con palabras humanas. El Universo es tan complejo que no hay ninguna razón para que pueda ser expresado, sobre todo por algo tan casual como el lenguaje.

Giménez Zapiola, 1974

Para mí Schopenhauer es el filósofo. Yo creo que él realmente llegó a una solución. Si es que puede llegarse a una solución con palabras humanas.

Carrizo, 1983



En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges (1988)
Colección La Biblioteca de Babel

Foto: Schopenhauer's grave in winter by S. Ruehlow



5/8/18

Jorge Luis Borges: Lewis Carroll (Prólogo «Obras completas»)





En el capítulo segundo de su Symbolic Logic (1892), C. L. Dodgson, cuyo nombre perdurable es Lewis Carroll, escribió que el universo consta de cosas que pueden ordenarse por clases y que una de éstas es la clase de cosas imposibles. Dio como ejemplo la clase de las cosas que pesan más de una tonelada y que un niño es capaz de levantar. Si no existieran, si no fueran parte de nuestra felicidad, diríamos que los libros de Alicia corresponden a esta categoría. En efecto, ¿cómo concebir una obra que no es menos deleitable y hospitalaria que Las mil y una noches y que es asimismo una trama de paradojas de orden lógico y metafísico? Alicia sueña con el Rey Rojo, que está soñándola, y alguien le advierte que si el Rey se despierta, ella se apagará como una vela, porque no es más que un sueño del Rey que ella está soñando. A propósito de este sueño recíproco que bien puede no tener fin, Martín Gardner recuerda cierta obesa, que pinta a una pintora flaca, que pinta a una pintora obesa que pinta a una pintora flaca, y así hasta lo infinito.

La literatura inglesa y los sueños guardan una antigua amistad; Beda el Venerable refiere que el primer poeta de Inglaterra cuyo nombre alcanzamos, Caedmon, compuso su primer poema en un sueño; un triple sueño de palabras, de arquitectura y de música, dictó a Coleridge el admirable fragmento de "Kubla Khan"; Stevenson declara que soñó la transformación de Jekyll en Hyde y la escena central de Olalla. En los ejemplos que he citado el sueño es inventor de poesía; son innumerables los casos del sueño como tema y entre los más ilustres están los libros que nos ha dejado Lewis Carroll. Continuamente los dos sueños de Alicia bordean la pesadilla. Las ilustraciones de Tenniel (que ahora son inherentes a la obra y que no le gustaban a Carroll) acentúan la siempre sugerida amenaza. A primera vista o en el recuerdo, las aventuras parecen arbitrarias y casi irresponsables; luego comprobamos que encierran el secreto rigor del ajedrez y de la baraja, que asimismo son aventuras de la imaginación. Dodgson, según se sabe, fue profesor de matemáticas en la Universidad de Oxford; las paradojas lógico-matemáticas que la obra nos propone no impiden que ésta sea una magia para los niños. En el trasfondo de los sueños acecha una resignada y sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus monstruos refleja la del célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad del hombre que no se atrevió nunca al amor y que no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo fue robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces. A ello debemos agregar, por supuesto, las especulaciones abstractas y la invención y ejecución de una mitología personal, que ahora venturosamente es de todos. Queda otra zona, que mi incapacidad no entrevé y que los entendidos desdeñan: la de los pillow problems que urdió para poblar las noches del insomnio y para alejar, nos confiesa, los malos pensamientos. El pobre Caballero Blanco, artífice de cosas inservibles, es un autorretrato deliberado y una proyección, quizá involuntaria, de aquel otro señor provinciano, que trató de ser Don Quijote.

El genio algo perverso de William Faulkner ha enseñado a los escritores actuales a jugar con el tiempo. Básteme hacer mención de las ingeniosas piezas dramáticas de Priestley. Ya Carroll había escrito que el Unicornio reveló a Alicia el modus operandi correcto para servir el budín de pasas a los convidados: primero se reparte y luego se corta. La Reina Blanca da un grito brusco porque sabe que va a pincharse un dedo, que sangrará antes del pinchazo. Asimismo recuerda con precisión los hechos de la semana que viene. El Mensajero está en la cárcel antes de ser juzgado por el delito que cometerá después de la sentencia del juez. Al tiempo reversible se agrega el tiempo detenido. En casa del Sombrerero Loco siempre son las cinco de la tarde; es la hora del té y se agotan y se colman las tazas.

Antes los escritores buscaban en primer término el interés o la emoción del lector; ahora, por influjo de las historias de la literatura, ensayan experimentos que fijen la perduración, o siquiera la inclusión fugaz, de sus nombres. El primer experimento de Carroll, los dos libros de Alicia, fue tan afortunado que nadie lo juzgó experimental y muchos lo juzgaron muy fácil. Del último, Sylvie and Bruno (1889-93) sólo cabe honestamente afirmar que fue un experimento. Carroll había observado que la mayoría, o la totalidad, de los libros nace de un argumento previo cuyos diversos pormenores el escritor inserta después; resolvió invertir el procedimiento y anotar circunstancias que los días y los sueños le depararan y ordenarlas después. Diez lentos años consagró a plasmar esas formas heterogéneas que le dieron, escribe, una clara y abrumadora noción de la palabra caos. Apenas quiso intervenir en su obra con una que otra línea que sirviera de nexo necesario. Llenar un número determinado de páginas con un argumento y sus ripios le parecía una esclavitud a la que no tenía que someterse, ya que la fama y el dinero no le importaban.

A la singular teoría que he resumido, agrego otra: presuponer la existencia de hadas, su condición ocasional de seres tangibles ya en la vigilia, ya en el sueño, y el comercio recíproco del orbe cotidiano y del fantástico.

Nadie, ni siquiera el injustamente olvidado Fritz Mauthner, desconfió tanto del lenguaje. El retruécano es, por lo general, un mero alarde bobo de ingenio ("el alígero Dante", "el culto pero no oculto Góngora" de Baltasar Gracián); en Carroll descubren la ambigüedad que acecha en las locuciones comunes. Por ejemplo, el que acecha en el verbo to see:

He thought he saw an argument 
Thatproved he was the íbpe: 
He looked again, andfound tí was 
A Bar o/Mottkd Soap. 
"Afad so dread", hefaintly said, 
"Extinguishes all hope!" 

Ahí se juega con el doble sentido. De la voz to see; descubrir un razonamiento no es lo mismo que percibir un objeto físico.

Quien escribe para los niños corre peligro de quedar contaminado de puerilidad; el autor se confunde con los oyentes. Tal es el caso de Jean de La Fontaine, de Stevenson y de Kipling. Se olvida que Stevenson escribió A Child's Garden of Verses, pero también The Master of Ballantrae; se olvida que Kipling nos ha dejado las Just so Stories y los relatos más complejos y trágicos de nuestro siglo. En lo que a Carroll se refiere, ya dije que los libros de Alicia pueden ser leídos y releídos, según la locución hoy habitual, en muy diversos planos.

De todos los episodios, el más inolvidable es el adiós del Caballero Blanco. Acaso el Caballero está conmovido, porque no ignora que es un sueño de Alicia, como Alicia fue un sueño del Rey Rojo, y que está a punto de esfumarse. El Caballero es asimismo Lewis Carroll, que se despide de los sueños queridos que poblaron su soledad. Es lícito recordar la melancolía de Miguel de Cervantes, cuando se despidió para siempre de su amigo y de nuestro amigo, Alonso Quijano, "el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió". 



Lewis Carroll: Obras completas. Prólogo de J. L. B., Buenos Aires, Corregidor, 1976

Antologado en Prólogos con un prólogo de prólogos (1975)
© 1995 María Kodama
© 2016 Buenos Aires, Penguin House Mondadori


Imagen: Chapter 12: Alice's evidence. MS Eng 718.6 (12) 
Tenniel, John, Sir, 1820–1914. Studies for illustrations to 
Alice's Adventures in Wonderland: drawings, tracings, 
ca. 1864 from Houghton Library, Harvard University


4/8/18

Isidoro Blaisten: Borges y el humor







Pensé que, antes de referirme al humor de Borges, sería oportuno definir qué es el humor. En este sentido, me resultó interesante citarme a mí mismo. Mi humilde definición del humor figura en mi libro Cuando éramos felices, bajo el título "Humor, poesía y estupidez". El libro se publicó en 1992, pero creo que este título, "Humor, poesía y estupidez", tiene algo de premonitorio al menos para estas reflexiones, porque mi teoría consiste en afirmar que el humor de Borges estuvo regido por la poesía y en constante lucha contra la estupidez.

En esa época, yo había escrito: "Creo que el humor, como la poesía, da lugar a la metáfora. El humor es siempre una metáfora, la intuición que establece el nexo entre dos imposibles. Enlaza dos ideas imposibles y las torna visibles. El humor es un dictamen de belleza que encierra en su mecanismo poético el júbilo del descubrimiento.

La poesía descorre el velo de la belleza, el humor desgarra el velo de la estupidez."

En ese mismo libro, agregaba esta cita de otro libro, curiosamente también mío, llamado Anticonferencias: "Ante el estupor que provoca la incorregible estupidez humana, el humor impone su desmesura. Entonces el humor es una infracción, pero de alguna manera nos está ofreciendo un ordenamiento del caos, quizá la única forma de ordenamiento y la única forma de salvación: la del absurdo. Decía Lugones: ´Yo sé que cinco más cinco son diez, pero me da una rabia...´".

Definido el humor, se trata de descubrir su mecanismo. Demostrar cómo en Borges el mecanismo del humor es el mismo, tanto en su literatura como en su vida. Trataré de comparar ciertos artificios de su literatura con ciertas respuestas, anécdotas y sucedidos, algunos de ellos muy conocidos.

Voy a rescatar estas tres respuestas de Borges, porque considero que su notable síntesis confirma mi teoría de que el humor de Borges estuvo regido por la poesía y en constante lucha contra la estupidez.

Cuando Borges era presidente de la SADE, un miembro angustiado le preguntó:

Borges, ¿qué podemos hacer por los jóvenes poetas?

Disuadirlos contestó Borges.

Otro desmesurado, en cierta ocasión, le estrechó la mano y, pleno de emoción, le dijo:

¿Usted sabe, Borges? Yo escribo.

Yo también.

Hubo una señora que lo paró en la calle y le preguntó:

¿Usted es Borges, verdad?

Momentáneamente.

Contar anécdotas de Borges y alardear de su amistad se ha convertido este año en un deporte nacional, en una extraña competencia, porque, por más sociable que sea una persona, ¿cuántos amigos puede tener? Una vez Horacio Salas me dijo: "Solamente con saludar a tantos presuntos amigos, a Borges se le hubiera ido la vida y no hubiera escrito una sola línea".


Haikus y cadetes

Creo que para comprender el humor de Borges no debemos dejar de lado algo que muchas veces se deja de lado. El hecho de que Borges era un hombre ciego y solo, ansioso de recibir a alguien en su casa, alguien con quien hablar, alguien a quien dictarle un poema ("Me apunta un poema", solía decir). Por ejemplo, cuando venía el cadete de la tintorería a traer un traje, hacía pasar al japonesito y lo sentaba y le hablaba del teatro No, del Kabuki-za, de haikus y de tankas. El pobre muchacho, azorado, no veía el momento de irse.

Borges habla de una soledad central. Esa soledad central es, a mi entender, la base de su humor.

Yo creo que en Borges el humor era un sistema de salvación. Borges traslada las imposibilidades de su vida: el amor que nunca tuvo, el deseo de un hijo el hijo que nunca tuvo, el no haber peleado en los campos de batalla como sus mayores, toda esa serie de imposibilidades, ese corpus de imposibilidades, lo sublima, como se dice ahora, y lo convierte en una figura retórica, da vuelta la red, la seda de los párpados, pacta secretamente en las raíces y desmorona la realidad cotidiana.

Creo que eso tiene el humor de Borges: la capacidad de desmoronar la realidad cotidiana, pero no sólo la realidad, sino también la seguridad. Esa seguridad cotidiana que nos da la aceptación de las convenciones. Borges solía hablar (mal) de cosas sagradas. Cosas tan sagradas como el fútbol, el tango, Gardel.

Del fútbol dijo: "El fútbol es popular porque la estupidez es popular".

Del tango: "Esa danza de burdel inventada en 1880 y que no tiene nada que ver con la historia argentina: nadie quería el tango hasta que vieron que se bailaba en París".

De Gardel: "Dudo de la virilidad de ese compadrito francés, Carlos Gardel: ¿acaso no se empolvaba la cara?".

Pero, si admitimos que glorificar a Borges se ha convertido en una moda nacional, debemos admitir también que las modas nacionales son cíclicas. Porque hubo un tiempo en que estaba de moda denostarlo. Quizá sea algo generacional, porque también mi primer acercamiento a Borges data de la época en que leerlo no era bien visto, mejor dicho, era mal visto; mejor dicho, podía llegar a ser un estigma.

En esa época, para muchos Borges no sólo era un "reaccionario" y un "extranjerizante". Para algunos, directamente era un "agente inglés" y para otros, un literal traductor del inglés. Al respecto hay una curiosa anécdota: un periodista le había preguntado si él primero escribía en inglés y después lo traducía al castellano. "Efectivamente", le contestó Borges, "es como usted dice. Y le diré más, le diré que una de las cosas que más me costó traducir del inglés fue:

Negro el chambergo y la ropa 
negro el charol del zapato. 
Un balazo lo tumbó 
en Thames y Triunvirato. 
Se mudó a un barrio vecino. 
El de la Quinta del Ñato."

La dirección de El Aleph

Sucede que muchas veces Borges era tomado en su literalidad. Esa literalidad peligrosa que a veces conducía a la estupidez. Hubo un periodista español que se sintió muy ofendido porque Borges no le dio la dirección exacta de la calle Garay donde estaba El Aleph. Borges dijo que no, que no había tal dirección, que era una fantasía. "Hmm, algo de eso me sospechaba yo", dijo el periodista y se fue enojado.

Es que con Borges uno tendía a volverse estúpido. Era muy difícil superar, por ejemplo, una estúpida tentación que nos acechaba a todos: querer estar a la altura de Borges. Había como una obligación idiota de decir cosas inteligentes y el resultado era patético.

Es común decir que Borges es inimitable. Es cierto. Y sospecho que su escritura es y será intransferible. Creo que hay escritores que dejan algún lugar para el plagio, alguna fisura para la sustitución. Borges es único, no deja discípulos. Todo intento de apropiación termina y terminará en parodia. No obstante, hubo periodistas que cuando tenían que entrevistar a un jugador de fútbol eran normales y escribían con naturalidad, pero, en cuanto tenían que entrevistar a Borges, escribían, si era de mañana: "Entrevistamos a Borges una fervorosa mañana"; si era de tarde, escribían: "En la vaga tarde", y si era de noche, ponían: "La noche lateral de la entrevista".

Tratemos ahora de buscar el personaje más estúpido de toda la obra de Borges. Yo creo que quizá sea Carlos Argentino Daneri y veamos cómo lo describe Borges en el cuento El Aleph: "Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. [...] Es autoritario, pero también es ineficaz".

Uno piensa que esa conjunción adversativa, ese pero, va a introducir un epíteto distinto, algo que rescate la figura de Carlos Argentino, pero no. Borges dice: "pero también es ineficaz".

Y aquí reside la eficacia del humor de Borges. De la misma forma más adelante dice, refiriéndose a las ideas del mismo personaje: "Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura". Y agrega: "Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante".

Este procedimiento hecho de transgresión y sustitución es muy usual en la obra de Borges, y el mismo Borges se encarga de explicarlo. En su ensayo El arte de injuriar, transcribe la célebre parodia de insulto que improvisó el doctor Johnson: "Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros de contrabando".

Esto se suma a lo sorpresivo. La interrupción del orden del pensamiento lógico que se aprecia nítidamente en la descripción de Carlos Argentino Daneri.

En el humor de Borges, una sola palabra da vuelta todo el sentido de las convenciones. La sola enumeración, por ejemplo, de los títulos que componen Historia universal de la infamia da cuenta de esa negación de la tranquilidad que da la costumbre. Veamos, por ejemplo, El atroz redentor Lazarus Morell. ¿Cómo un redentor puede ser atroz? Veamos, por ejemplo, El proveedor de iniquidades Monk Eastman. ¿Cómo alguien puede ser proveedor de iniquidades?; en general, un proveedor nos da cosas buenas: la leche, las frutas y hortalizas, la factura para el mate, las masas para el té. Veamos también El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké. ¿Cómo un maestro de ceremonias puede ser incivil?

Tomar precauciones

En el libro Borges, sus días y su tiempo , María Esther Vázquez cuenta que cuando Borges "era todavía profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, una mañana irrumpió un muchacho en su aula y lo interpeló:

Profesor, tiene que interrumpir la clase.

¿Por qué? preguntó Borges.

Porque una asamblea estudiantil ha decidido que no se dicten más clases hoy para rendir homenaje a Fulano de Tal.

Ríndanle homenaje después de la clase agregó Borges.

No. Tiene que ser ahora y usted se va.

Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.

Vamos a cortar la luz prosiguió el otro.

Yo he tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás.

Borges se quedó, habló a oscuras, fue el único profesor que dictó su clase hasta el final, y sus alumnos, impresionados, no se movieron del aula."

Observemos ahora esta respuesta: "Yo he tomado la precaución de ser ciego". Observemos el mecanismo de su construcción, y veremos que es el mismo de frases como "proveedor de iniquidades". Uno toma la precaución de cerrar la puerta, de abrigarse, de cerrar el gas cuando se va de vacaciones, de depositar el dinero en el banco para que el cheque no sea devuelto por falta de fondos. Pero Borges toma la precaución de ser ciego, y para mí su construcción, su mecanismo es el mismo que va a dar lugar a verbos sorprendentes: "fatigar las redacciones", o "esa noche nos ilustró la verdadera condición del Rosendo".

Esta forma de distorsionar las convenciones del pensamiento se mantiene a lo largo de toda su obra y en todos los géneros que abordó. En el libro de ensayos Siete noches , en la conferencia titulada La poesía, Borges dice: "Sentimos la poesía como sentimos la proximidad de una mujer", y agrega: "Hay gente que siente escasamente la poesía; generalmente se dedica a enseñarla".

Ese fulgor de lo inesperado, ese "generalmente se dedican a enseñarla", no gustó. Muchos profesores no se rieron, pero Borges nunca se preocupó por las consecuencias de sus dichos. Borges utiliza el humor en todos los géneros que transita y, como es un gran poeta, utiliza el humor también en la poesía. En aquel famoso poema "Fundación mítica de Buenos Aires" ese poema tan lindo, cuyos dos versos finales todos recuerdan: "A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:/ La juzgo tan eterna como el agua y el aire", en ese poema, que escribió cuando aún no tenía 30 años, se perciben las diabluras del humor y se desliza la picardía criolla.

"Pensando bien la cosa, supondremos que el río/ era azulejo entonces como oriundo del cielo/ con su estrellita roja para marcar el sitio/ en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron."

Estos versos de arte mayor, alejandrinos, hechos más para la solemnidad que para la broma, son manejados por Borges con tal maestría que el humor se filtra con total naturalidad. El último verso del cuarteto, "en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron", significa exactamente: "los indios se comieron a Juan Díaz de Solís". La omisión del apellido Solís ejecuta con gracia una especie de humor por sustracción.


No va jamás al baño

Otro ejemplo curioso se encuentra en el poema que Borges, poco antes de morir, dedica a Sherlock Holmes. Borges amaba a Sherlock Holmes y morirá con el recuerdo del detective. Es un recuerdo ingenuo, melancólico, de las lecturas de su infancia. En el poema, le llaman la atención dos cosas: que Sherlock Holmes nunca tuviese relaciones sexuales, que Sherlock Holmes a lo largo de tantas historias nunca fuera al baño: "No va jamás al baño. Tampoco visitaba/ ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca/ y que no sabe casi nada de esa comarca/ de la espada y del mar, del arco y de la aljaba."

Vemos entonces cómo, en un poema del principio de su vida y en otro poema del final de su vida, el humor está ahí, permanente, claro y luminoso como la esperanza.

Por eso, no es casual que Borges, en el segundo prólogo de Historia universal de la infamia , escriba: "Bernard Shaw ha dicho que toda labor intelectual es humorística". Ni que hacia el final, refiriéndose a su propio libro, diga en tercera persona: "El hombre que lo ejecutó era asaz desdichado, pero se entretuvo escribiéndolo; ojalá algún reflejo de aquel placer alcance a los lectores".

Vamos a ver ahora cómo un hombre asaz desdichado busca la salvación utilizando el hecho poético que entraña el humor y que es, a mi entender, la quintaesencia de toda literatura.

Borges era un hombre ciego y sin amor, y Bioy Casares me dijo una vez que eso era como una doble soledad: la soledad del ciego y la soledad del solo. Quizá por eso, para Borges, el humor, como la poesía, se convierte en una manera de vivir.

En Anticonferencias, escribí que hay gente que no tiene sentido del humor y hay gente que no tiene sentido. Borges tenía un gran sentido del humor, pero además tenía buen humor. Hay quienes tienen sentido del humor, pero lucen avinagrados, como descontentos. Borges se reía a carcajadas como un adolescente y, como diría Neruda, reía "con risa de arroz huracanado".

Una noche, fuimos a comer con Borges y varios escritores a un restorán. El lugar estaba extrañamente vacío. "Por algo será", pensamos unos cuantos. Hicimos el pedido. Como siempre, Borges pidió papa natural. Pero pasó más de media hora y el pedido no venía y no venía. Ya habíamos agotado varias paneras y varias botellas de agua mineral, ya habíamos pellizcado todo lo que se podía pellizcar y la comida no venía.

De pronto, en mitad del silencio, se oyó la voz de Borges decir:

Caramba, ¡qué bien se ayuna en este restorán!


La plaza de Pehuajó

Hace diez años, en 1989, en Londres, le hice un reportaje al escritor Guillermo Cabrera Infante, que salió publicado ese mismo año en La Nación. Allí, Cabrera Infante cuenta que la primera vez que Borges fue a Inglaterra había dado una serie de charlas en Westminster Hall, y dice:

"Y en este lugar, desde que vino Mark Twain, en 1905, no había habido tanta gente para oír a un escritor extranjero [...] Ahí dio dos o tres charlas. Alcancé a ir a una. Fue memorable. Por aquel entonces había habido aquella polémica entre Nabokov y él. Nabokov habló muy bien de Borges al principio, pero después dijo que Borges era una casa que no tenía nada más que la fachada. Borges sabía eso. En la conferencia, le pasaban papelitos con preguntas. Y le pasaron un papelito que decía: '¿Qué opina, Borges, de Nabokov?´. Y dijo él: ´Nabo..., Nabo qué?´."

Esto contó Cabrera Infante, y yo pienso que encontrarle la etimología de nabo a Nabokov únicamente se le podía ocurrir a Borges.

Borges atendía a la literalidad, al sonido y al sentido de las palabras. Y siempre las palabras eran, para él, como una música. Una vez me dijo: "Suena bien, está bien".

Y ese sonido, esa música, es la música de la poesía. Y es también la síntesis de la poesía, que Borges descubría en el hecho más baladí, en el acto más cotidiano. Gran bebedor de tés digestivos, Borges decía que el tecito Cachamai era "una antología de hierbas".

Solo y ciego, Borges hizo de su soledad y su ceguera una literatura única e incomparable. Tengo para mí que el gran vehículo de esta literatura es el humor, la poesía del humor. Sería ocioso y tedioso enumerar los textos de Borges donde el humor cumple su función poética y redentora: un esplendor verbal que va de El Aleph a El Zahir, de La fiesta del Fénix a Pierre Menard autor del Quijote, de La Cábala a La Poesía, de las biografías a las reseñas, de El arte de injuriar a Las alarmas del doctor Américo Castro.

El humor en Borges nunca es circunstancial, es intenso y profundo. Manifiesto, latente o aposentado, atraviesa y sostiene toda su obra como una delicada nervadura.

Es también una forma cotidiana de la poesía, su ejercitación permanente. Hay un hecho que ocurrió en Pehuajó y que figura en Borges, sus días y su tiempo. María Esther Vázquez le recuerda a Borges la vez que estuvo en Pehuajó y un estúpido lo volvió loco recitándole coplas camperas. Pregunta María Esther:

"Y aquella de Pehuajó que inventaste, ¿cómo era?

Un poco escandalosa. Había una persona de Pehuajó que me tenía harto. Entonces yo le pregunté si él conocía aquella famosa copla de Pehuajó y se la recité mientras la inventaba

En el medio de la plaza 
del pueblo de Pehuajó...

(observá, María Esther, la aliteración: plaza, pueblo, Pehuajó, que se repite en el último verso)

En el medio de la plaza 
del pueblo de Pehuajó 
hay un letrero que dice: 
la puta que te parió.

¿Y sabés qué me contestó el hombre en cuestión? 
´Sí, Borges, ya la conocía...´."

Creo que aquí llegamos a uno de los momentos estelares de la estupidez y su reducción al absurdo por la gracia poética del humor insuperable de Borges. Creo, también, que se impone la despedida. Borges dijo una vez que "las despedidas y el suicidio pierden su dignidad si los menudean". Yo creo que, muchas veces, a Borges la dignidad del humor lo salvó del suicidio.




En diario La Nación, Suplemento de Cultura
1° de diciembre de 1999
Borges en el Ateneo Esteban Echeverría de San Fernando, 1975 
Foto Cortesía de Esteban Gilardoni

3/8/18

Jorge Luis Borges: Ausencia (1923)






Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.



En Fervor de Buenos Aires (1923)
©1995, 1996 María Kodama
©2011 Random House Mondadori
©2016 Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial S.A.

Poema excluido en Textos recobrados 1919-1929

Incluido en J.L.B. Obras completas I (1923-1949) 2ª ed.
Buenos Aires, Sudamericana, 2016

Imagen: Portada de la edición ilustrada por Pablo Racioppi para el 90° aniversario de la primera edición
de Fervor de Buenos Aires (Editor Pedro Tabernero, Sevilla, Grupo Pandora, 2013) [+]


1/8/18

Adolfo Bioy Casares: "Memorias" (fragmentos relacionados con Borges)






Me gustaban el Derecho Romano y las clases de economía política de Carlos Güiraldes. 

Un día me persuadí de que estos esfuerzos me apartaban demasiado de mi vocación y abandoné los estudios de Derecho. Pasé a la facultad de Filosofía y Letras, donde me quedé un año. Me sentí más lejos de la literatura que en la facultad de Derecho. Lo único bueno que encontré allá fue mi amiga Norah Elsa Unía Klein. Decidí abandonar los estudios universitarios. Silvina Ocampo y Borges me respaldaron. Silvina estaba convencida de que la profesión de escritor era la mejor de todas y Borges me dijo que si quería ser escritor no fuera abogado, ni periodista, ni director de revistas literarias, ni editor.

En aquella época, influido probablemente por lo que dice Stuart Mili sobre el tiempo que se pierde en la vida social, yo soñaba con retirarme a un lugar solitario para leer y escribir. Pensé en remotas islas del Pacífico que, años después, tendrían progenie en La invención de Morel y Plan de evasión. Una isla, menos espectacular, más a mano, fue el campo del Rincón Viejo, en el partido de Las Flores, que mis padres habían dado en arrendamiento. Pensé que el trabajo en ese campo no estorbaría mi trabajo literario y que de paso yo daría a mis padres, a quienes quería mucho, una prueba de que no había dejado la universidad para entregarme a la haraganería y la vida disoluta. 

Como tenía que ocurrir, la experiencia vivida en esos años en el campo dio origen a un proyecto literario. Quería describir el campo de la provincia de Buenos Aires como un lugar aparentemente benévolo, desprovisto de fieras que permitieran aventuras extraordinarias, pero que poco a poco destruía a sus pobladores. Proyecté pues un artículo en el que describiría al campo como erizado de peligros, nada espectaculares, pero sí eficaces para destruir la vida del hombre. 

Recuerdo que en una ocasión referí ese proyecto a Guillermo de Torre. Fue aquella la única vez en que un proyecto literario mío le interesó; se entusiasmó sinceramente y trató de estimularme para que lo escribiera cuanto antes. Muy pronto comprendí el motivo de su entusiasmo: la región que yo iba a describir, la pampa, correspondía a la primera idea que a la gente de otros países sugiere la palabra Argentina. Guillermo tenía no pocas quejas de este país en que le tocó vivir. 

Aunque el entusiasmo de Guillermo de Torre me puso en guardia, fue por otros motivos que postergué indefinidamente el proyecto. No sabía cómo llevarlo adelante, si en un ensayo o en un cuento. Desde luego, si lo hubiera escrito, no faltarían lectores que pensaran que yo no quería a esa región o que no me gustaba. La quiero entrañablemente y me gusta. 

Yo tiendo a ver el lado cómico de la realidad. Esto ofende a mucha gente y suele crear malentendidos incómodos. No creo que cambie mi conducta literaria. Por lo demás a los pueblos les conviene reírse un poco de ellos mismos. En lo que más quiero, en lo que más me gusta y también en lo que más me duele, veo el lado cómico. Por lo general, en mis relatos hay personajes y lugares por los que siento simpatía. Mis protagonistas por lo general son gente modesta. Creo imaginarlas mejor que a otras gentes. Creo que la modestia es algo de que todos participamos, porque está en la índole del hombre. No me gusta la soberbia; ni siquiera el amor propio, porque un poco de ciega soberbia o de coraje que se desentienda de la realidad, se necesita para ejercerlo. Me río de las mujeres, porque son los seres que más frecuentemente ocupan mi atención y con los que tengo más conflictos. No será porque no las quiero, que mi vida ha transcurrido junto a ellas. Jane Austen ha dicho que los demás cometen estupideces para entretenernos y que nosotros las cometemos para entretenerlos. Esto me parece la más compasiva interpretación de la historia.

* * * 

En el Rincón Viejo leí mucho, escribí todos los días. Leí libros filosóficos de Russell (El análisis de la mente, La teoría del conocimiento), la filosofía de Leibniz, obras sobre la relatividad y la cuarta dimensión, libros de lógica y lógica simbólica, de Suzane Langer y de Suzane L. Stebbing. La fundamentación de la metafísica de las costumbres de Kant, que dejó huellas en mi conducta, y la Crítica de la razón pura, a cuyo lado me hubiera gustado fotografiarme. La Estética de Hegel, y muchos otros ensayos, cuentos y novelas. 

Silvina me acompañaba y me ayudaba a trabajar en la estancia. Las tardes de invierno, junto a la chimenea del comedor, leíamos y escribíamos. Fueron años muy felices pero que también tuvieron sus desgracias. Yo había sido un muchacho fuerte, un deportista, sin más percances de salud que resfríos de vez en cuando. En el Rincón Viejo, el paraíso perdido por tantos años y por fin recuperado, empecé a tener dolores de cabeza, fuertes y persistentes. Alguien me explicó que en algunos lugares el entrecruzamiento de capas de tierra de diversa calidad provocan en quienes viven encima enfermedades y aun accidentes. "Por eso" me dijo "en el campo de aviación de El Palomar hay tantas catástrofes". Me quedé preocupado por la posibilidad de tener debajo de mi queridísima casa de Pardo un maligno entrecruzamiento de tierras. 

* * * 

En 1937 mi tío Miguel Casares me encargó que escribiera para la Martona (la lechería de los Casares) un folleto científico, o aparentemente científico, sobre la leche cuajada y el yogurt. Me pagarían 16 pesos por página, lo que entonces era un muy buen pago. Le propuse a Borges que lo hiciéramos en colaboración. Escribimos el folleto en el comedor de la estancia, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos, bebiendo cacao, hecho con agua y muy cargado. 

Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivalía a años de trabajo. 

Intentamos también un soneto enumerativo, en cuyos tercetos no recuerdo cómo justificamos el verso

los molinos, los ángeles, las eles

y proyectamos un cuento policial —las ideas eran de Borges— que trataba de un doctor Praetorius, un alemán vasto y suave, director de un colegio, donde por medios hedónicos (juegos obligatorios, música a toda hora), torturaba y mataba a niños. Este argumento es el punto de partida de toda la obra de Bustos Domecq y Suárez Lynch. 

Entre tantas conversaciones olvidadas, recuerdo una de esa remota semana en el campo. Yo estaba seguro de que para la creación artística y literaria era indispensable la libertad total, la libertad idiota, que reclamaba uno de mis autores, y andaba como arrebatado por un manifiesto, leído no sé dónde, que únicamente consistía en la repetición de dos palabras: Lo nuevo; de modo que me puse a ponderar la contribución, a las artes y a las letras, del sueño, de la reflexión, de la locura. Me esperaba una sorpresa. Borges abogaba por el arte deliberado, tomaba partido con Horacio y con los profesores contra mis héroes, los deslumbrantes poetas y pintores de vanguardia. Vivimos ensimismados, poco o nada sabemos de nuestro prójimo y en definitiva nos parecemos a ese librero, amigo de Borges, que durante más de treinta años puntualmente le ofrecía toda nueva biografía de principitos de la casa real inglesa o el tratado más completo sobre la pesca de la trucha. En aquella discusión, Borges me dejó la última palabra y yo atribuí la circunstancia al valor de mis razones, pero al día siguiente, a lo mejor esa noche, me mudé de bando y empecé a descubrir que muchos autores eran menos admirables en sus obras que en las páginas de críticos y de cronistas, y me esforcé por inventar y componer juiciosamente mis relatos. 

Por dispares que fuéramos como escritores, la amistad cabía, porque teníamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches hemos conversado de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales, de L'Illusion Comique, de teorías literarias, de las contrerimes de Toulet, de problemas de traducción, de Cervantes, de Lugones, de Góngora y de Quevedo, del soneto, del verso libre, de literatura china, de Macedonio Fernández, de Donne, del tiempo, de la relatividad, del idealismo, de la Fantasía metafísica de Shopenhauer, del neocriol de Xul Xolar, de la Crítica del lenguaje de Mauthner. 

¿Cómo evocar lo que sentí en nuestros diálogos de entonces? Comentados por Borges, los versos, las observaciones críticas, los episodios novelescos de los libros que yo había leído aparecían con una verdad nueva y todo lo que no había leído, como un mundo de aventuras, como el sueño deslumbrante que por momentos la vida misma llega a ser. 

En 1936 fundamos la revista Destiempo. El título indicaba nuestro anhelo de sustraernos a supersticiones de la época. Objetábamos particularmente la tendencia de algunos críticos a pasar por alto el valor intrínseco de las obras y a demorarse en aspectos folklóricos, telúricos o vinculados a la historia literaria o a las disciplinas y estadísticas sociológicas. Creíamos que los preciosos antecedentes de una escuela eran a veces tan dignos de olvido como las probables, o inevitables, trilogías sobre el gaucho, la modista de clase media, etc. 

La mañana de septiembre en que salimos de la imprenta de Colombo, en la calle Hortiguera, con el primer número de la revista, Borges propuso, un poco en broma, un poco en serio, que nos fotografiáramos para la historia. Así lo hicimos en una modesta galería de barrio. Tan rápidamente se extravió esa fotografía, que ni siquiera la recuerdo. Destiempo reunió en sus páginas a escritores ilustres y llegó al número 3.

* * * 

 En el Rincón Viejo, Silvina se alejó paulatinamente del dibujo y de la pintura y se puso a escribir. Su primera publicación fue Viaje olvidado, un libro de cuentos. Un día, en Buenos Aires, cuando íbamos en mi coche por Figueroa Alcorta en dirección a Palermo, me dijo versos que serían después una estrofa de Enumeración de la patria, que me revelaron su capacidad poética. 

En esos años, o poco después, compilamos con Borges la Antología de la literatura fantástica. Fue una ocupación gratísima, emprendida sin duda por el afán de hacer que los lectores compartieran nuestro deslumbramiento por ciertos textos. Ese fue el impulso que nos llevó a componer el libro, pero mientras lo componíamos alguna vez comentamos que serviría para convencer a los escritores argentinos del encanto y los méritos de las historias que cuentan historias. 

Tradujimos para ese libro El cuento más hermoso del mundo de Kipling, Enoch Soames de Max Beerbohm, Sredni Vashtar de Saki, Donde su fuego nunca se apaga de May Sinclair, El caso del difunto Mr. Elvesham de Wells (en mi opinión debimos elegir cualquiera de los cuentos de Wells mejores que ése; a Borges increíblemente le atraía la truculencia de este cuento; a mí me repugnaba y me repugna) y las piezas dramáticas Una noche en la taberna de Lord Dunsany, Donde está marcada la cruz de O'Neill, La pata de mono de W. W. Jacobs. Estas traducciones sirvieron prodigiosamente para mi aprendizaje. Toda traducción es una sucesión de problemas literarios; resolverlos junto a Borges fue una de las grandes suertes que tuve. 

La Antología de la literatura fantástica tuvo un éxito de estima, que nos animó a emprender otras. La segunda y la última de aquella serie fue la Antología poética, llamada así por los editores, que prefirieron la eufonía a la corrección. El libro no tuvo buena fortuna. 

Años después propusimos al mismo editor, López Llausás, una segunda Antología de la literatura fantástica. Nos dijo que la primera comercialmente había resultado un fracaso y no aceptó nuestra propuesta. Años después me invitó a verlo, para convencerme de que Silvina comprara acciones de la editorial. Me dijo entonces que lodos los libros, incluso nuestra Antología de la literatura fantástica, se vendían muy bien. No creo que esto revelara deshonestidad. Simplemente, cuando le propuse el nuevo volumen de literatura fantástica, él tuvo prudencia de comprador y cuando ofreció las acciones tenía optimismo de vendedor. Yo aconsejé a Silvina que rechazara la oferta, no por prudencia de comprador, sino porque pensé siempre que un escritor no debe vivir de las rentas de libros de otros escritores. Malos administradores como somos Silvina y yo, solamente podríamos ser rentistas en una editorial, y no administradores. Otro era el caso de Broening, que ponía al servicio de sus artistas amigos su habilIdad para administrar empresas. El rechazo de la oferta, lejos de enemistamos con López Llausás, nos dejó más amigos. Después le propusimos el libro al director de la editorial Claridad, que nos recibió, con un clavel en el ojal, debajo de un gran óleo que lo reproducía con un clavel en el ojal. El proyecto no prosperó. 

* * * 

A mí las buenas noticias me alegran y las malas me desagradan. Creo que soy normal. Sé que una psicoanalista, amiga mía, que durante unos diez años me vio de cerca, dice a quien le quiere oír que soy el hombre más normal que ha conocido. Otra amiga, psicoanalizada, que me hizo algunos reportajes, me dijo que yo parecía un psicoanalizado de los que les había hecho bien el análisis. Publicar un libro es ofrecerse a juicio público. La publicación de mis primeros seis libros me puso en un dilema. Sobrevivir a la crítica adversa o no escribir más. O tal vez algo peor para alguien como yo que tenía entonces la vida por delante: perder la fe en mi inteligencia. Por suerte comprendí que no siempre un libro equivocado prueba que el autor sea inepto. Muchas veces hay tan buenas y tan atendibles razones para errar como para acertar. Creo que Ramón y Cajal dijo que toda decisión equivale a un salto en el vacío. 

Yo sé que tengo una deuda con el público por¡haberle propuesto seis libros pésimos. La experiencia (no hay justicia en esta vida) en algún modo me resultó benéfica. Me volvió razonablemente insensible a los ataques de los críticos. Además creo que si un crítico señala errores en algún libro mío, el disgusto no me ofuscará y no me impedirá asimilar las correcciones. 

Mi madre, que estaba muy orgullosa de sus hermanos Casares, me decía que mis tíos Bioy administraban el campo sentados en las sillas de paja del corredor del casco. Hacia 1937, cuando yo administraba el campo del Rincón Viejo, sentado en las sillas de paja, en el corredor de la casa del casco, entreví la idea de La invención de Morel. Yo creo que esa idea provino del deslumbramiento que me producía la visión del cuarto de vestir de mi madre, infinitamente repetido en las hondísimas perspectivas de las tres fases de su espejo veneciano. Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, me hace decir que aborrezco los espejos y la cópula... Le agradeceré siempre el hecho de ponerme en un cuento tan prodigioso, pero la verdad es que nunca tuve nada contra los espejos y la cópula. Casi diría que siempre vi los espejos como ventanas que se abren sobre aventuras fantásticas, felices por lo nítidas. La posibilidad de una máquina que lograra la reproducción artificial de un hombre, para los cinco o más sentidos que tenemos, con la nitidez con que el espejo reproduce las imágenes visuales, fue pues el tema esencial del libro. Primero creí que podría escribir un falso ensayo, a la manera de Borges, y comentar la invención de esa máquina. Después, las posibilidades novelísticas de mi idea trajeron un cambio de planes. Las circunstancias de que el héroe y relator de la historia fuera un perseguido de la justicia, que la máquina funcionara en una isla remota, que las mareas fueran su fuente de energía, sirvieron al argumento. 

Néstor Ibarra observó que nada era arbitrario en La invención de Morel. Eso había sido, exactamente, lo que yo me había propuesto. Comprendí que la crítica de Ibarra era justificada. Porque lograr una historia en que de vez en cuando hubiera elementos arbitrarios, sin que parecieran ociosos, sino que por el contrario dejaran entrar la vida en la obra, era una meta más ardua que la entrevista por mí. 

Yo buscaba menos el acierto que la eliminación de errores en la composición y en la escritura de La invención de Morel. En cierto modo era como si me considerara infeccioso y tomara todas las precauciones para no contagiar la obra. La escribí en frases cortas, porque una frase larga ofrece más posibilidades de error. Creo que esas frases molestaron a muchos lectores y que, en el prólogo a la novela, cuando Borges dice que "la trama es perfecta", hay una clara reserva en cuanto al estilo. 

* * * 

Aunque el afecto y aun la admiración que en mi casa sentían por las Ocampo me preparó para mirar con simpatía al grupo Sur y recibir como un hecho muy importante la aparición de la revista, nunca me sentí cómodo con ellas. Lo que más nos apartaba eran, como diría Reyes, nuestras simpatías y diferencias literarias: algo en lo que yo no podía transigir. Allá se admiraba a Gide, a Valéry, a Virginia Woolf, a Huxley (que me gustó por sus ensayos y no por su ficción), a Sakville West, a Ezra Pound, a Eliot, a Waldo Frank (que siempre me pareció ilegible), a Tagore, a Keyserling, a Ortega y Gasset, a Drieu de la Rochelle. Entre todos ellos, el único que me gustó fue Huxley. En cuanto a Valéry, yo lo admiraba más por encarnar la idea del escritor deliberado, que por sus escritos. Con Virginia Woolf, admirada por mi madre y por Silvina, que se guiaban por sus gustos y no por las modas del momento, nunca tuve la suerte de leer un libro suyo que me interesara; ni siquiera me gusto Orlando, del que Borges, a pesar de haberlo traducido (tiene que ser muy bueno un texto para merecer la aprobación de su traductor) hablaba con elogio. Desde luego, sospecho a veces que lo tradujo vicariamente, como dicen los ingleses. Esto es, por interpósita persona, su madre. 

Para mí las disidencias con Victoria y el grupo Sur resultaban casi insalvables. Yo era entonces un escritor muy joven, inmaduro, desconocido, que escribía mal y que por timidez no hablaba de manera cortés, matizada y persuasiva. Callaba, juntaba rabia. Reputaba una aberración el exaltar a los escritores que mencioné y olvidar, mejor dicho ignorar, a Wells, a Shaw, a Kipling, a Chesterton, a George Moore. Con relación a nuestra literatura y a la española también divergíamos. Para la gente de Sur, Borges era un enfant terrible, Wilcock un majadero, y el pobre Erro era un pensador sólido. 

Yo pensaba que en Sur se guiaban por los nombres prestigiosos, aceptados entre los high brow, la gente bien de la literatura, bien no por nacimiento o por dinero, sino por la aceptación entre los intelectuales. Pensaba que allá preferían ese criterio al personal, y al que hubieran tenido si realmente les gustara la literatura. 

Cuando prepararon un número especial en homenaje a la literatura inglesa, Borges y yo elegimos textos que en su mayor parte fueron silenciosamente descartados y sustituidos por otros cuyo mérito nos pareció misterioso. Nos aceptaron Euforión en Texas, de George Moore, El hombre que admiraba a Dickens, de Evelyn Waugh, Bunyan, de Bernard Shaw, El triunfo de la tribu, de Chesterton, el poema Mis sueños de un campo lejano, de Housman, que tradujo Silvina. Porque nos concedieron la inclusión de esos textos, nos encargaron a Borges y a mí, para el número en homenaje a la literatura norteamericana, la traducción de algunos que no nos gustaban. Entre ellos, no de los peores, había uno de Karl Shapiro, donde se hablaba de cartas "v". Ni Borges ni yo sabíamos que se llamaban así las cartas en microfilm que los soldados americanos mandaban a sus familias y creíamos que "v" significaba victoria. No creo que nos hiciéramos mala sangre por aportar siquiera ese disparate a los poemas traducidos. 

En los últimos años de la década del treinta me enteré de la existencia de Kafka. Con Borges disentimos en cuanto a La metamorfosis, que él consideró el peor relato de Kafka y yo creo que es el mejor. En cuanto a Henry James, que desde mis primeras lecturas admiré, disiento con Rebeca West, que considera Otra vuelta de tuerca su peor relato: para mí es uno de los mejores, si no el mejor. Admirablemente traducido por José Bianco. A Bianco, un excelente escritor y uno de mis amigos más queridos, hay que atribuirle mucho de los mejor que ocurrió en Sur. Además de su trabajo diario, para organizar los números de la revista, se le deben las correcciones de los textos de muchos autores prestigiosos. Gracias a Bianco, pudieron leerse sin sobresaltos. Los autores preferían no enterarse, simplemente no se enteraban de que sus páginas habían sido corregidas.


En Adolfo Bioy Casares, Memorias (1994)
Edición de Marcelo Pichon Riviere y Cristina Castro Cranwell
Editorial Tusquets, 1999

Imagen: Adolfo Bioy Casares frente al mural de Siqueiros 
en el hotel Camino Real, en la ciudad de México 
Foto Archivo La jornada - Vía EGyB



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