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Jorge Luis Borges: Sobre el Budismo [Entrevista con Sri Lathan Lal Mehrotra, Buenos Aires, 22 de noviembre de 1983]






A principios del año 1997, la redacción de Variaciones Borges recibió tres bandas magnéticas provenientes de la Radio de las Naciones Unidas en New York. Su donante era un distinguido diplomático costarricense, Jorge Ulate Segura, a la sazón director del Centro de Información de las Naciones Unidas (UNIC) en Copenhague. Las tres bandas contenían un diálogo sobre el Budismo, que tuvo lugar en la Casa de las Naciones Unidas de Buenos Aires, el martes 22 de noviembre de 1983. Los dialogantes eran Jorge Luis Borges, acompañado de su amigo Roberto Alifano, y el entonces embajador de la India en Argentina, Sri Lathan Lal Mehrotra. Intervinieron también en el diálogo personas presentes en el público, algunas de ellas anónimas, otras conocidas, como la escritora Luisa Mercedes Levinson.

Seguidamente se transcribe la desgrabación textual de ese diálogo, en cuanto resulta audible. Hubo dos cambios de cinta, durante los cuales la grabación quedó suspendida algunos segundos, y además el carácter inaudible de alguna de las preguntas provenientes del público se debió a la lejanía del micrófono.

Las referencias citadas en la trascripción se corresponden con las opciones de Emecé en la edición del ensayo Qué es el budismo, de Borges  junto a Alicia Jurado (Obras Completas en colaboración).


PRESENTADORA: Es para esta oficina un gran honor el tener al señor Borges y a su Excelencia el Embajador de la India, al señor Alifano, en esta casa de las Naciones Unidas en Argentina, y a todo el público presente, representantes de las autoridades  hay un representante del señor Canciller, doctor Aguirre Lanari, sus Excelencias, embajadores y representantes extranjeros, en fin, distinguidas personalidades que hoy nos acompañan. El diálogo va a ser muy sencillo; su Excelencia el Embajador de la India dirá unas palabras y después comenzará.

EMBAJADOR MEHROTRA: Excelencias, amigos: con el correr de los años los sucesos se acumulan los unos sobre los otros. Puede decirse que la historia es un registro de las vidas de grandes hombres, de grandes ideas y de grandes hechos. La grandeza es un atributo del espíritu. Los más grandes son aquellos en quienes el espíritu ha hallado su florecimiento completo y que consideran que ningún sacrificio es demasiado grande para seguir los dictados de su conciencia. Estos hombres no usan la senda trillada sino que muestran nuevos caminos hacia la verdad, el conocimiento y la felicidad. Buddha, Cristo y Gandhi, todos levantaron sus voces contra la ortodoxia. Sabían que no se podía confinar a la verdad dentro de estrechos muros puesto que descubrirla era el esfuerzo constante del hombre. Sin embargo, la historia también es que algunos seguidores de los espíritus grandes tienden a congelar a su ídolo en el altar de la fe, en instituciones de adoración que sus maestros en realidad no fundaron y que adoran menos los ideales por los cuales estos vivieron y murieron. Es hora de conmemorar los grandes líderes de la humanidad a través de sus ideales de amor, paz y hermandad, que encuentran su ancla en las Naciones Unidas, en un mundo que se halla al borde del precipicio. El sueño de Buddha era enjugar todas las lágrimas en todos los ojos. Es afortunado que uno de los más distinguidos hijos de la Argentina y uno de los más distinguidos autores de la América Latina y del mundo, Jorge Luis Borges, nos haya dado un atisbo de qué es el budismo en una de sus mejores exposiciones. Felicito a la señorita Thelma O' Consolorzano por esta oportunidad que nos ha proporcionado de que en este día, este gran maestro nos dé en persona su parecer sobre el budismo, Jorge Luis Borges.

BORGES: Muchas gracias.

[Aplausos]

EMBAJADOR MEHROTRA: Quiero preguntar, Borges, ¿qué lo atrajo al budismo?

BORGES: Yo fui llevado al budismo por el libro Die Welt als Wille und Vorstellung, El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Pero, yo quería formularle a usted algunas preguntas, ya que yo no he venido aquí para hablar sino para escuchar y para aprender. Pero yo querría decir antes que de todas las religiones, la del Buddha, la predicada por el Buddha, es la que exige menos de nuestra credulidad, porque en el caso de otras religiones, ésta siempre exige una suerte de mitología. Por ejemplo, el judaísmo, bueno, exige de nosotros la creencia en un dios personal, en un pueblo elegido, en la historia narrada en el Antiguo Testamento, y en el caso del cristianismo, como en el caso de algunas sectas, por ejemplo en el caso de la fe católica, nos exige la creencia en una suerte de quimera teológica, la Trinidad, hecha de Padre, Hijo y Espíritu, y además la creencia en un establecimiento penal, el Infierno, en un establecimiento premial, el Cielo; en cambio, en el caso del budismo creo que lo que se exige es un ética; lo he hablado con sacerdotes del Zen del Japón, me han dicho que ni siquiera se exige la fe en la existencia de la realidad histórica de Buddha. Lo que se exige es una ética. Pero hay muchos puntos que siguen siendo oscuros para mí. Yo leí en la versión inglesa de Max Müller, ese catecismo budista, Las preguntas del Rey Milinda  creo que Milinda es una transposición de Menandro— y recuerdo que al principio se compara el alma con el carruaje del rey. Se dice que el carruaje del rey está hecho de diversas partes, por ejemplo, están las ruedas, el asiento, el pescante, lo que fuera, y que eso sucede por el alma. Si, yo no sé si puede hablarse de transmigraciones del alma o si se entiende que el alma como sustancia espiritual no existe, es simplemente algo compuesto. Sí, yo ni siquiera sé si uno hereda el karma que uno ha ido tejiendo a lo largo de la vida con actos, con sueños, con entresueños, con palabras, o si ese organismo es heredado por otro. De modo que yo le agradecería mucho a usted, que sabe mucho sobre estas cosas,  yo soy muy ignorante pero muy curioso, si usted podría decirnos algo más sobre el karma.

EMBAJADOR MEHROTRA: El concepto de karma viene del conocimiento de que en el prakriti, en la naturaleza, todo es acción y reacción. Es un concepto en que se piensa que la vida humana y todas sus experiencias son basadas en el karma. La pregunta es después que termina la vida humana ¿qué pasa? Nosotros en la India pensamos que la muerte no es el término de la vida. El Bhagavad-Gita dice muy explícitamente: [sigue el recitado melódico del texto original], lo que significa que cambiar el cuerpo humano es como cambiar la ropa, que cuando la ropa no sirve más a nuestras necesidades, nosotros la cambiamos muy pronto. Y, de esta manera, cuando el alma siente que este cuerpo que tenía no le basta, que las misiones del espíritu están más allá de las posibilidades de este cuerpo, el alma se va de este cuerpo, lo deja y asume otro cuerpo, que es otro nacimiento. Y así sigue el ciclo de nacimiento y muerte. Básicamente esta es la filosofía del karma. Es una cosa un poco compleja, pero me parece que, en dos palabras, esto es el karma.

BORGES: Entonces, ¿debemos postular un espíritu que pasa de cuerpo en cuerpo a través de las diversas formas de la existencia, pero es un espíritu el que pasa de un cuerpo a otro? ¿Es el mismo espíritu?

EMBAJADOR MEHROTRA: Sí, Borges, es el mismo espíritu.

BORGES: Ah, gracias.

EMBAJADOR MEHROTRA: Es el mismo espíritu.

BORGES: Entonces, realmente la única ley del universo sería la ley ética, ¿no? Ya que de la ética, de la conducta, dependen las futuras transmigraciones, ¿la ética será lo único, o lo esencial?

EMBAJADOR MEHROTRA: Usted tiene razón, señor Borges.

BORGES: Bueno, le estoy preguntando, simplemente; yo sé muy poco y quiero aprender.

EMBAJADOR MEHROTRA: Por esta razón la vida tiene que ser ética. Si usted me permite, yo puedo leer el primer sermón que dio Buddha sobre su experiencia de obtención del conocimiento, el enlightenment, la luz.

BORGES: Sí, el enlightenment.

EMBAJADOR MEHROTRA: Porque esto hace muy clara la necesidad de una vida ética, porque el centro de toda la vida en la manera de pensamiento del Buddha tiene que ser ética.

BORGES: De modo que oiremos ahora las palabras de Buddha cuando puso la Rueda de la Ley en movimiento.

EMBAJADOR MEHROTRA: Gracias, voy a hacerlo. Este es el primer sermón que dio el Buddha a otros monjes que querían escucharlo: "Estos dos extremos, oh monjes, no deben ser practicados por aquel que haya dejado el mundo. ¿Cuáles son? Uno se asocia con las pasiones, bajo, vulgar, ordinario, innoble e inútil, y otro se asocia con la tortura auto-infligida, penoso, innoble e inútil. Evitando estos dos extremos, el Tathágata, el Buddha, ha alcanzado el conocimiento del Sendero Medio que da visión y conocimiento, el sendero ético, y tiende a la calma, a la introspección, a la iluminación, al Nirvana. ¿Cuál es, oh monjes, el Sendero Medio que da la visión? Es el noble Sendero Óctuple, la opinión correcta, la intención ética, el habla ética, la acción ética, la vida ética, el esfuerzo ético, la atención ética, la concentración y meditación éticas. Este es, oh monjes, el Sendero Medio, y esta, oh monjes, es la Noble Verdad del dolor: el nacimiento es doloroso, la vejez es dolorosa, la enfermedad es dolorosa, la muerte es dolorosa, la pena, los lamentos, la aflicción y la desesperanza son dolorosos. El contacto con cosas desagradables es doloroso, no obtener lo que se desea es doloroso. En resumen, los cinco objetos de la avidez son dolorosos. Y esta, oh monjes, es la Noble Verdad de la causa del dolor. Ese anhelo que lleva al renacimiento, combinado con el placer y la lujuria, que encuentra placer en todos lados, es decir, el anhelo de pasión, el anhelo de existencia, el anhelo de no-existencia. Y esta, oh monjes, es la Noble Verdad de la cesación del dolor, la tercer Noble Verdad, la cesación sin vestigios de ese anhelo. El abandono, la dejación, la liberación, el desapego. Y esta, oh monjes, es la Noble Verdad del camino que lleva a la cesación del dolor; este es el noble Sendero Óctuple, es decir, la opinión correcta, la intención correcta, el habla correcta, la acción correcta, la vida correcta, el esfuerzo correcto, la atención correcta, la concentración y meditación correctas."

BORGES: Es decir, si he entendido bien, sería una vía media entre la sensualidad y el ascetismo, ¿no?

EMBAJADOR MEHROTRA: Sí, esto es el Medio Sendero. Evitar los...

BORGES: Los dos excesos, el ascetismo y la sensualidad, ¿no?

ALIFANO: Borges, yo le pediría que usted contara la historia del Buddha, o la leyenda del Buddha. Creo que eso sería muy interesante y que a la gente le agradaría mucho.

BORGES: Sin duda el Señor Embajador puede hacerlo mucho mejor que yo.

EMBAJADOR MEHROTRA: No, no, queremos escucharlo en las palabras del señor Borges.

PRESENTADORA: Yo creo que sí, Borges, queremos escucharlo de usted.

BORGES: No sé, tengo miedo de cometer tantos errores, ¿no?, ya que no soy budista sino...

PRESENTADORA: Yo tampoco...

BORGES: ¿Cómo?

PRESENTADORA: Ninguno de los que estamos aquí somos budistas.

ALIFANO: Borges, esa es una historia maravillosa, es una bellísima historia y yo creo que...

BORGES: Sí, sí...

ALIFANO:... La gente se merece que usted les haga ese regalo.

BORGES: Bueno, la historia, que no es necesario aceptar porque el budismo, la fe del Buddha, no exige que creamos en esa historia como verdadera históricamente o no, creo que la historia vendría a ser la de un rey, y ese rey sabe que su mujer, Maya, Ilusión, dará a luz un hijo. Ese hijo puede ser emperador del mundo o puede ser el Bodhisattva, el pre-Buddha, el que revelara la verdad. Luego ese hijo nace, sin dolor, y lo llevan a un..., lo encierran en..., lo tienen prisionero en un palacio, y se habla de un número infinito de mujeres, se habla de la belleza del joven, bueno, es el mejor jinete, es el mejor arquero, es el más hermoso de todos los hombres y le han ocultado los sufrimientos del mundo. Y luego sale un día, podemos imaginar un palacio rectangular, lo podemos imaginar de cuatro puertas, sale por una puerta y ve, no recuerdo bien, creo que lo primero que ve es un mendigo. Luego, a la semana, sale su coche por otra puerta y ve a un enfermo, y se pregunta..., o un anciano, sí, primero ve un anciano y luego un enfermo, y se pregunta ¿pero qué seres ratos son estos?, nunca he visto nada parecido. Y luego sale por la tercera puerta y ve que llevan a un hombre que parece dormido, que está corrompiéndose, ve este cadáver. Y luego hay otra salida y ve un hombre puro, un hombre casi resplandeciente, que es un monje que ha llegado a la verdad. Y alguien, no recuerdo, tantos años que he leído esta historia, bueno, alguien le dice que él puede ser esos cuatro hombres, es decir, él será un anciano, él será un enfermo, él será un muerto, pero puede también ser un santo y salvarse de todo eso. Entonces, él resuelve abandonar su palacio; es el momento en que da a luz su mujer. Ella ha dado a luz un hijo y está por besarlo, pero piensa que, si él lo besa, él va a quedarse. De modo que él se va y se va a meditar y medita debajo del árbol predestinado en cada ciclo de la historia para que a su sombra un hombre alcance el Nirvana, la salvación. Entonces hay el demonio, el demonio se llama Mara, creo. Curiosamente, en inglés antiguo, Mara también quiere decir demonio. Por ejemplo, tenemos la palabra nichtemare, nightmare, la pesadilla, el demonio de la noche. Y se sienta a meditar y entonces el demonio (...) (1)  ...y en flores, o en guirnaldas. Y él está sentado silencioso, inmóvil, y ese hombre inmóvil está combatiendo al demonio y llega al fin al Nirvana, creo que etimológicamente quiere decir extinción, es decir, llega a la sabiduría y no se ha movido de donde está, y ha derrotado las huestes demoníacas. Y luego se lava en un arroyo que está cerca y sale a predicar la ley. Y creo que la primera cosa que él dice es lo que el Señor Embajador acaba de leer, y luego sigue recorriendo la India y predicando. Y hay un momento en el cual él decide morir y entonces él muere en un lugar que ha sido prefijado también, ya que en todo este mundo hindú hay la idea de ciclos, pero no ciclos idénticos sino parecidos. Todo esto llegó a los estoicos, a los pitagóricos. Ellos se imaginaron ciclos idénticos, es decir, la historia se repite millones de veces y yo volveré a estar aquí tan gratamente acompañado con ustedes, y yo diré exactamente las mismas palabras y tendré en mi mano este bastón chino que tengo ahora. Pero parece que eso es una deformación de lo que se pensó en la India. Ahí se pensaba en ciclos no exactamente iguales sino ascendentes, en el alma que va mejorando de un ciclo a otro. La idea de ciclos idénticos es insensata. Fue un mal reflejo de las ideas de la India el que llegó a Grecia y el que después creyeron descubrir, entre tantos hombres, bueno... Nietzsche entre ellos lo llamó die ewige Wiederkunft, el eterno retorno. Fue uno de los últimos. Y hubo también Blanqui, un socialista francés, que tiene un libro hermosamente titulado La salvación por los astros, esa idea de que existe un número infinito de astros, y que en alguno de ellos se llega a esa etapa. Bueno, pues el Buddha predica su fe y luego sigue y es ahora, creo, la religión que cuenta con más adeptos en el mundo. Y creo que se ha dividido en dos escuelas, el Hinayana, el Pequeño Vehículo. En el Pequeño Vehículo se trata, creo, el Señor Embajador espero que me corrija, de un hombre que busca su salvación en un Pequeño Vehículo, el Hinayana; luego Mahayana, es el Gran Vehículo. Es un hombre que no solo quiere salvarse como lo hizo el Buddha sino que quiere salvar a los otros. Y podemos llegar al Nirvana no en esta encarnación sino en muchas otras, siempre ascendiendo. Pero ahora creo que he perdido demasiado tiempo de ustedes contando esto y me gustaría que el Señor Embajador nos dijera algo sobre su comprensión personal de esa hermosa palabra, esa hermosa idea de extinción, sobre el Nirvana. Creo que si uno llega al Nirvana, los actos de uno ya no proyectan un karma, es decir, una vez logrado el Nirvana uno puede obrar de cualquier modo, pero se entiende, que uno obra correctamente... pero si no, si uno proyecta un Nirvana o renace en otro cuerpo... Pero un rasgo curioso del budismo es que ya que cada vida humana está prefigurada por la vida anterior, hay que suponer un número estrictamente infinito de vidas pasadas, ya que si mi vida depende de mi vida anterior y esa de otra vida anterior y esa de otra, tenemos así una cadena cuyos eslabones son estrictamente infinitos. Y esto conviene con nuestra idea de que el tiempo no tiene principio y no tiene fin. Pero creo que, si uno llega al Nirvana ya no proyecta un karma y entonces uno cae fuera de lo que se ha llamado la Rueda de la Vida. Pero creo que he hablado demasiado, quisiera que ahora, el Señor Embajador nos hablara sobre su concepto del Nirvana, que se ha prestado a tantas discusiones.

EMBAJADOR MEHROTRA: Le agradezco, Borges, estas palabras. Entre otras cosas quiero mencionar que la manera de enseñar las verdades de la vida de Buddha era muy, muy sencilla. Siempre quería enseñar a los otros con anécdotas, con preguntas breves y respuestas muy breves. Quiero especialmente mencionar dos anécdotas de su libro, señor Borges, que están mencionadas en su libro Qué es el budismo. Una de estas es sobre el Sendero Medio y la otra, de resolución pacífica de todos los problemas del mundo, porque ambas cosas son muy relevantes para nosotros en este mundo. Sona, discípulo del Buddha se cansó de los rigores del ascetismo y resolvió volver a una vida de placeres. El Buddha le dijo: "¿No fuiste alguna vez diestro en el arte del laúd?" "Sí, Señor" dijo Sona. "Si las cuerdas están demasiado tensas, ¿dará el laúd el tono justo?" "No, señor." "Si están demasiado flojas, ¿dará el laúd el tono justo?" "No, Señor." "Si no están demasiado tensas ni demasiado flojas ¿estarán prontas para ser tocadas?" "Así es, Señor." "De igual modo, Sona, las fuerzas del alma demasiado tensas caen en el exceso y, demasiado flojas, en la molicie. Así pues, oh Sona, haz que tu espíritu sea un laúd bien templado."

ALIFANO: Yo le quería preguntar, Embajador, sobre el simbolismo del número seis en la India, porque el elefante, que entra por el lado derecho de la reina, cuando se engendra al Buddha, tiene seis colmillos. Además, el seis también se presenta con un simbolismo en norte, sur, este, oeste, arriba, abajo. Quería saber el simbolismo del número seis; creo que es muy importante que usted nos descifre eso.

EMBAJADOR MEHROTRA: Las játakas, que dan una idea de la vida de Buddha, están llenas de estos símbolos.

BORGES: Es la vida legendaria de Buddha, ¿no?

EMBAJADOR MEHROTRA: Sí, es la vida legendaria de Buddha. El seis es muy importante porque nuestra vida consta de seis cosas. Son el aire, el agua, el akni o el fuego, el éter, y también el agregado de todo esto. Y sobre esto, el elemento sexto es el intelecto. Y el alma, que es la séptima cosa, está más allá de estos, de la combinación de estos seis elementos. Y el elefante, que simboliza el nacimiento del Buddha, es el cuerpo de Buddha que tiene estos seis elementos y sobre esto, el espíritu que tiene el Buddha, que representa el Buddha mismo. Este es el simbolismo del seis.

BORGES: Yo sugiero que la gente haga preguntas.

PRESENTADORA: Yo creo que vamos a hacer ya la última pregunta puesto que nos estamos acercando a la hora de cierre, ¿no?; si no, podemos pasar aquí horas.

BORGES: Pero está la gente, alguien del público podría hacer una pregunta, y el mejor contesta, ¿qué le parece?

PRESENTADORA: ¿Alguien quiere hacer una pregunta?

BORGES: Tendrían que hacer seis preguntas de acuerdo con el esquema, ¿no?

[Risas]

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Quiero hacer una pregunta a Borges. Quisiera preguntarle si hay una relación entre el budismo y Heráclito, creo que la hay.

ALIFANO: Aparecen en el mismo siglo.

BORGES: Sí, por lo pronto, son contemporáneos. Vendría a ser quinto siglo antes de la era cristiana. Y luego, la idea de Heráclito, por ejemplo, ver todo como un fuego, decir que el camino de abajo es el camino de arriba, todo eso me parece que hace juego, todo eso armoniza, con la idea de las transmigraciones, del karma; y aquello de no bajarás dos veces al mismo río también es la idea de cambio eterno de las cosas. Y creo que para la fe del Buddha el universo es menos algo que esté en el espacio que algo que se sucede en el tiempo. Debemos pensar en ese tiempo, como dije hace un rato, sin principio ni fin, es decir, cada uno de nosotros ha vivido estrictamente un número infinito de veces, esas vidas pueden haber sido de animales, de demonios, de ángeles, de otros seres humanos. Y creo que, para la fe del Buddha, se ve todo como un acontecer en el tiempo, es decir, el tiempo vendría a ser lo esencial; pero si uno alcanza el Nirvana, entonces uno cae fuera de esa rueda y ya no necesita reencarnarse otra vez. De modo que creo que, sin duda, tiene que haber un parecido entre el pensador de Éfeso y el pensador de Nepal, el Buddha, sí.

LA MISMA PERSONA: [Intervención inaudible]

BORGES: Es cierto, sí. La idea apremiante del tiempo como un niño que juega a los dados, y creo que en alguna, no sé en qué obra budista, es que se habla de los juegos de la divinidad. Esa divinidad que juega sería la historia universal o, mejor dicho, ya que la historia universal es algo angosto, el proceso cósmico entero en el cual estamos nosotros y este momento y cada uno de nosotros en este momento y esto seguirá infinitamente hasta que alguno de nosotros se libre mediante el Nirvana. Muchas gracias.

EMBAJADOR MEHROTRA: Puedo agregar que entre la enseñanza de Buddha y de Cristo hay mucho parecido. Por ejemplo, como dijo Cristo, un poco posteriormente, el Buddha dijo que el odio no puede nunca detener el odio; solo el amor puede detener el odio. Esta ley es antigua. Y Buddha también dijo: "Si en la batalla un hombre venciera a mil hombres y si otro se venciera a sí mismo, el mayor vencedor sería el segundo". Y un insensato oyó que el Buddha predicaba que debemos devolver el bien por el mal y fue y lo insultó. El Buddha guardó silencio. Cuando el otro acabo de insultarlo, le preguntó Buddha: "Hijo mió, si un hombre rechazara un regalo, ¿de quién será el regalo?" Y el otro respondió: "De quien quiso ofrecerlo." "Hijo mío", replicó el Buddha, "me has insultado, pero yo rechazo tu insulto y este queda contigo."

[Aplausos]

ALIFANO: Ahora, qué siglo interesante el siglo sexto, el siglo quinto antes de Cristo, Borges. Pitágoras, el Buddha, Chuang-Tzu, Lao Tse, Zenón de Elea..., el taoísmo en la China.

BORGES: La gente empieza a pensar, o a lo mejor lo habrán pensado antes, ¿no? Sí, es extraordinario ¿eh?

ALIFANO: A lo mejor los astrólogos algún día logran descifrar...

ALGUIEN DEL PÚBLICO: [Pregunta inaudible]

BORGES: Yo creo  como dije al principio— que la fe del Buddha propone una religión sin mitología, es decir, la de más fácil aceptación, o sea que exige de nosotros no una creencia en faunas, a veces inconcebibles como la Trinidad, por ejemplo; tampoco en un ser personal. Exige de nosotros algo más sencillo, pero quizá más esencial y más difícil. Una disciplina que se creía perdida ahora, que es la ética, y creo que eso es muy importante. Creo que yo puedo llegar a ser un buen budista siendo o tratando de ser un hombre justo.

[Aplausos]

EMBAJADOR MEHROTRA: Yo estoy totalmente de acuerdo en que la mayor contribución de Buddha es en términos de una vida ética. Muchas veces, Buddha, con mucho énfasis, dijo que para nosotros no es importante pensar qué es existencia, qué es no-existencia, qué es la vida después de nuestra vida en este mundo, cuál es el carácter del alma. Para Buddha lo único que importaba era una vida correcta, una vida ética, una vida que no daña a los otros por razones propias de una persona; una vida que estuviera basada en el altruismo. El Sendero Mahayana del budismo dice muy claramente que es mejor estar en el estado Bodhisattva que ser Buddha, porque el Bodhisattva tiene el poder de venir al mundo y servir a los humanos y a todas las criaturas para que no sufran. El mejor aporte del Buddha, por supuesto, es vivir una vida ética para otros, para todos los seres humanos y para todas las criaturas de este mundo. Que no hay que distinguir entre nosotros y los otros, que las distinciones son ilusorias. Y este es el mensaje de Buddha, el mensaje de síntesis, el mensaje de tolerancia, el mensaje de que la verdad es una cosa que nosotros siempre tenemos que seguir pero que también tenemos que buscar antes que seguirla. Este es el mensaje de Buddha, el mensaje central.

ALIFANO: Bueno, yo creo que hay muchas personas aquí que están con ganas de hacerle preguntas a Borges. Aquí el señor ha levantado la mano. A Borges o al señor Embajador Mehrotra.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: [Pregunta inaudible]

ALIFANO: Las Cuatro Verdades, ¿no?, que llevan al Óctuple Sendero.

EMBAJADOR MEHROTRA: La concentración y la meditación.

ALIFANO: Bueno, ¿otra pregunta? En realidad, me dice Borges, esto no es una pregunta. El señor nos ha dado...

BORGES: Es una elocuente exposición, una hermosa exposición.

ALIFANO: A ver, acá la señora le hace una pregunta. ¿Qué diferencia hay entre el cristianismo y el budismo? Creo que oí... Borges...

BORGES: Bueno, el cristianismo exige de nosotros la creencia de que la divinidad quiso ser hombre, de que ese sacrificio de un dios puede salvamos a nosotros, es decir, exige muchas cosas a nuestra fe o a nuestra credulidad. Y el budismo no. El budismo, repito, es una ley ética, nada más. En cambio la idea de que Dios consta de tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu, y de que el Hijo decidió condescender a la humanidad, de que vivió treinta y tres años, de que fue crucificado, de que ese sacrificio nos salva a todos, yo no sé si yo puedo creer en eso fácilmente, pero sí puedo creer que el hecho de ser un hombre ético puede salvarme. Creo que hay una gran diferencia. Bueno, en el caso del cristianismo tenemos una teología muy compleja y, para mí, difícilmente creíble o imposiblemente creíble. En cambio, en el caso del Buddha, si se exige de mí que sea un hombre ético, yo trato de serlo. Puedo recordar de paso que Robert Louis Stevenson creía, sin conocer mucho el budismo quizá, creía que todo el universo está regido por la ética; es decir, de igual modo que un ladrón, una prostituta, un rufián, saben que hay cosas que les están vedadas, así también, creía él, una abeja, un tigre, tal vez un árbol, saben que hay cosas que les están prohibidas. Y de hecho, yo creo que la ética es más bien un instinto. Si yo tuviera que definir qué acto es justo y qué acto es injusto, no sabría hacerlo. Pero cada vez que obro sé con certidumbre, una misteriosa certidumbre que está más allá de la lógica, sé si he obrado bien o mal. Es decir, creo tener un instinto ético y quizás, como cree Stevenson, todas las criaturas del mundo lo tengan también.

[Aplausos]

ALIFANO: Borges, le voy a hacer una pregunta yo. El Zen, ¿es una ramificación del budismo?

BORGES: Sí, es una ramificación. Creo que nace en la China y, ahora, en forma más extensa, en el Japón. Yo he conversado con sacerdotes de un monasterio Zen, en el Japón, y uno de ellos, un muchacho de unos treinta años, me dijo que él había llegado al Nirvana dos veces; que él no podía describírmelo, naturalmente, porque toda palabra presupone una experiencia compartida. Si yo le hablo de amarillo a un ciego de nacimiento, él no me entiende; si yo hablo [...] del mate en el Japón, no me entienden. Bueno, y el caso del Nirvana es una experiencia única también. Y él me dijo que él había llegado dos veces; que después de esa experiencia del Nirvana, que ocurrió fuera del tiempo, de modo que no puedo decir cuánto tiempo duró, medido, bueno, por los relojes de los hombres, que después de eso, cada vez que él seguía sintiendo el dolor físico, el placer físico, la paciencia, la impaciencia, el sueño, la vigilia, bueno, los diversos colores, todo, pero de un modo distinto. Y él podía hablar de eso con un compañero suyo, en un monasterio, en Nara pero que él no podía hablar conmigo porque yo no lo había compartido. Yo después, dice, he seguido sintiendo todo, de igual modo que el Buddha, después de llegar al Nirvana predica su ley. Bueno, dice, yo siento todo pero de un modo distinto, de un modo tan precioso como inexplicable. Me pareció una experiencia lindísima conversar con un hombre que había alcanzado dos veces el Nirvana.

ALIFANO: Borges, usted sabe que Basho fue un gran maestro del Zen. Yo recuerdo ahora una anécdota de Basho muy graciosa. Una vez el comento ante otras personas que... dijo esto: "Me he pasado la vida explicando el Zen y todavía no lo entiendo". Entonces, su interlocutor le dijo: "Pero maestro ¿cómo usted pudo explicar algo que no entendió?" Entonces Basho le respondió: "¿También quiere que le explique eso?"

[Risas]

ALIFANO: Muy ingenioso. ¿Sí, señorita?

ALGUIEN DEL PÚBLICO: [Pregunta inaudible]

ALIFANO: No se oye.

LA MISMA PERSONA: [Pregunta inaudible]

ALIFANO: No se oye.

PRESENTADORA: Párese...

ALIFANO: Bueno, la señorita dice que en el cristianismo se habla de un castigo. ¿Qué sucede en el budismo si no se cumple esa ley ética que propone Buddha?

BORGES: Bueno, supongo que uno reencarna en otro cuerpo y paga las culpas de la vida anterior. Ahora eso presupone un número infinito de vidas ya que, en cada vida, una persona nace en cierta casta, padece determinadas enfermedades, goza de determinadas dichas, de modo que tenemos una cadena infinita. Pero se entiende..., y sí, hay castigo, pero no como algo ordenado por un juez, sino como una cosa necesaria de la culpa y hay premio pero no como algo ordenado por alguien sino como algo, bueno, que surge orgánicamente, digamos. Si uno obra bien, uno es premiado; si uno obra mal, uno es castigado, pero eso no ha sido decidido por nadie; viene a ser como una especie de florecer orgánico de los vicios y de las virtudes.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Entonces si seguimos el camino de las reencarnaciones, nunca vamos a llegar a la perfección.

EMBAJADOR MEHROTRA: No, la perfección es el... (2)

EMBAJADOR MEHROTRA: Yo soy muy aficionado de las anécdotas de Buddha y voy a responder a esta pregunta con una anécdota que es muy relevante, si usted me permite. Un río separaba dos reinos; los agricultores lo utilizaban para regar sus campos, pero un año sobrevino una sequía y el agua no alcanzó para todos. Primero se pelearon a golpes y luego los reyes enviaron ejércitos para proteger a sus súbditos. La guerra era inminente. El Buddha se encaminó a la frontera, donde acampaban ambos ejércitos. "Decidme", dijo, dirigiéndose a los dos reyes, "¿qué vale más, el agua del río o la sangre de vuestros pueblos?" "No hay duda", contestaron los reyes, "la sangre de estos hombres vale más que el agua del río." "¡Oh, reyes insensatos", dijo el Buddha, "derramar lo más precioso para obtener aquello que vale mucho menos! Si emprendéis esta batalla, derramaréis la sangre de vuestra gente y no habréis aumentado el caudal del río en una sola gota". Los reyes, avergonzados, resolvieron ponerse de acuerdo de manera pacífica y repartir el agua. Poco después, llegaron las lluvias y hubo riego para todos.

[Aplausos]

ALIFANO: Magnífico. [A alguien que quiere hacer una pregunta]: Sí, señor.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Quisiera preguntar, para ver si estoy en lo cierto, si el budismo representa el advenimiento del elemento moral en la religión, tanto así como lo es en las Sagradas Escrituras. Entonces confirmaría al budismo como una religión básica, así como es el Judaísmo, el Cristianismo o las Sagradas Escrituras...

EMBAJADOR MEHROTRA: Yo entiendo como usted entiende, que el budismo se basa en el tema moral, pero esto no separa al budismo de otras religiones. Usted puede decir que el budismo es el denominador común de todas las religiones, porque no hay religión que diga que la vida tiene que ser inmoral. Por eso, el budismo no se separa de todas las otras religiones. El budismo quiere unir a todos los credos del mundo cuando dice que el tema moral es más básico que otros temas y que hay que buscar el camino que puede eliminar el sufrimiento de nuestra vida; hay que pensar en el origen del sufrimiento y decidirse a vivir una vida moralmente, de una manera moral. Y yo estoy seguro, que no hay credo en todo el mundo, ni judaísmo, ni cristianismo, ni islamismo ni otros que yo no conozco, que no dicen que la vida tiene que ser moral. Todas las religiones están de acuerdo sobre este tema. Y, por eso, el budismo nos une, no nos separa.

[Aplausos]

ALIFANO: Sí, aquí una señorita le quiere hacer una pregunta.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Yo quería preguntar, quería aclarar algo que me parece que quedo un poco oscuro. Y es el concepto de Nirvana  y el mismo Borges le pidió al Embajador que aclarara: Porque Nirvana no es una iluminación, porque lo que el monje budista zen consiguió alcanzar dos veces fue el satori, que era la Iluminación. El Nirvana se alcanza sólo después de muerto.

BORGES: No, no no, no... se alcanza en vida, el Buddha lo alcanzó en vida y predicó después. No se alcanza después de la muerte. Eso es un error. Yo conversé con ese monje..., dos veces...

EMBAJADOR MEHROTRA: El error está en pensar que el Nirvana se alcanza después de la muerte. El Nirvana es la aniquilación total del anhelo, del deseo. Y usted tiene que buscar este estado de Nirvana en una vida, y hasta que usted no lo alcanza, usted está en el ciclo del nacimiento y de la muerte.

LA MISMA PERSONA: Bueno, pero el Nirvana libera de este ciclo, ya no hay que renacer más.

EMBAJADOR MEHROTRA: Sí, hasta que usted no consigue el Nirvana, usted está en el ciclo, continúa.

BORGES: Usted lo consigue en vida, no después de muerto. Lo consigue viviendo. Y el caso del Buddha sería el ejemplo clásico; él logra el Nirvana bajo el árbol y luego predica su ley.

LA MISMA PERSONA: ...el Nirvana lo obtuvo cuando murió y lo que obtiene en vida es...

EMBAJADOR MEHROTRA: No, no, no, el Buddha lo logra en una vida, en su vida.

BORGES: Y sigue viviendo y predicando.

EMBAJADOR MEHROTRA: Sigue viviendo

BORGES: y predicando. 

EMBAJADOR MEHROTRA: y predicando. Y es importante entender, ¿por qué el Nirvana no es perfección? ¿Por qué el ciclo del nacimiento y la muerte? ¿Por qué esto? ¿Por qué la transmigración? Y si hay trasmigración, el espíritu nunca tiene la posibilidad de lograr perfección. Pero, en nuestro pensamiento, la perfección consiste solo en conocer el espíritu mismo. La perfección no hay otra cosa. La perfección no es la perfección de sus facultades materiales; la perfección no consiste en escuchar mejor o en hablar mejor o en tener mejores sensaciones o en lograr mejores placeres del mundo o en hacer mejores bombas atómicas o en hacer mejores vuelos en el espacio. La perfección, en nuestro pensamiento, consiste en conocerse a si mismo. Esto es la perfección. Y, por eso, en el pensamiento de Buddha, la perfección consiste en aniquilar el deseo que se interpone entre nosotros y la perfección del espíritu. Por eso esta perfección que se llama Nirvana.

[Aplausos]

BORGES: Podemos proponer tres preguntas más, ¿qué le parece?, y concluimos así.

ALIFANO: Bueno, le vamos a pedir a ustedes, dado el calor que hace, que formulen tres preguntas más... La señorita ya le va a formular al Señor Embajador o a Borges una pregunta.

BORGES: Tres, ¿eh?

PRESENTADORA: Tres, sí. Una de las preguntas.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Bueno, habiendo conocido a Borges y habiendo leído su obra, me parece que es un hombre que se conoce mucho a sí mismo. Quería preguntarle, ¿usted llegó al Nirvana?

BORGES: No, caramba, y lo siento mucho. Sin embargo, dos veces en mi vida me sentí fuera del tiempo. No sé cuánto duró aquello ya que estaba fuera del tiempo. Pero dos veces en mi vida, después de experiencias más bien angustiosas... Primero pensé intelectualmente "eso no vale nada" y luego lo sentí "eso vale algo". ¿Qué puede importarme a mí lo que le haya sucedido a un poeta sudamericano llamado Borges, en el siglo xx? Yo me vi desde afuera y estuve, durante un espacio, fuera del tiempo. Pero, ciertamente, esto no es el Nirvana, es una modesta simulación del Nirvana, nada más. Bueno, muchas gracias. Quedan dos preguntas más.

EMBAJADOR MEHROTRA: Yo quiero decir lo que yo conozco del señor Borges. Puedo decir que, si no ha logrado el Nirvana, está muy cerca del Nirvana.

[Aplausos]

ALIFANO: Hay una mano, Borges. Quedan dos preguntas más.

BORGES: Quedan dos preguntas.

ALIFANO: A ver... Sí. 

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Yo quisiera saber si, según la doctrina budista, la vida intelectual que quiere llevar el budismo lleva a un dominio de la vida material, como hay ciertos monjes tibetanos que dicen que pueden producir levitación, o sea, el control directo de la vida material por la vida espiritual... ¿Implica el budismo, entiende que hay una posibilidad de la vida espiritual de manejar directamente la vida material de esta forma? ¿Hay algún tipo de forma?

BORGES: Usted se refiere a virtudes mágicas, supongo que sí, pero yo no las he conseguido. Un amigo mió, Xul, decía que sí, que él las poseía... Jamás usó de ellas en mi presencia, pero sí...

ALIFANO: Bueno, nuestro amigo Guillermo Juárez, editor de los poemas de Walt Whitman traducidos por usted, le quiere formular una pregunta.

GUILLERMO JUÁREZ: La pregunta la va a formular Luisa Mercedes Levinson.

BORGES: Ah, bueno, muy gentil.

LUISA MERCEDES LEVINSON: Yo quería que esbozara, pero creo que no hay tiempo, una comparación entre el Budismo y el Tao.

ALIFANO: Sí, Luisa Mercedes Levinson le hace esta pregunta, Borges.

BORGES: Supongo que el Tao y el camino del Buddha son lo mismo, ¿no?, ya que Tao significa camino; supongo que esencialmente son iguales. Pero, yo no puedo hablar con mayor autoridad, pero creo que el Embajador puede contestar. Pero supongo que esencialmente son lo mismo, el Tao, el Camino, y el Nirvana.

EMBAJADOR MEHROTRA: Convengo con el señor Borges que la enseñanza de Lao Tse y el taoísmo es algo muy parecido al budismo. Porque el camino que enseñaba Lao Tse también es el camino ético, y la base de Tao es también, básicamente, una distinción entre purusha y prakriti, entre lo espiritual y lo material, como en el caso de Buddha. Y hay muchos elementos iguales en el pensamiento de Lao Tse y del Buddha, que son contemporáneos también. Es una maravilla que en la China y en la India, en el mismo tiempo, haya dos personalidades que pensaban de una manera similar.

BORGES: ¿No hay más preguntas?

EMBAJADOR MEHROTRA: Y por eso fue que el budismo fue muy aceptado cuando pasó de la India a China, y antes de la llegada del comunismo y el socialismo a China, casi trescientos cincuenta millones de habitantes de China seguían el camino de Buddha.

ALIFANO: Bueno, ¿una pregunta más? ¿Alguien quiere hacerla? Señorita, tendría que hacer dos preguntas, cuatro es mal agüero.

BORGES: Sí, cuatro es mal agüero. No, dos tienen que ser.

ALIFANO: Como Borges estuvo en Japón hace unos años.

BORGES: Sí, quedé contaminado de la superstición... Quedan dos, entonces, el cinco es una buena cifra, sí.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Ya que hablamos de Japón, ¿qué relación cree que hay entre el budismo y el shinto?

BORGES: Bueno, ante todo, quiero repetir que la fe del Buddha no es fanática. El Emperador en Japón, por ejemplo, profesa el shinto y el budismo, y creo que el budismo no excluye a ninguna religión. Y tenemos el caso, el gran caso de Ashoka, en la India, pero sobre Ashoka el Embajador puede hablar mucho mejor que yo.

EMBAJADOR MEHROTRA: Yo no sé cuál es la diferencia entre el budismo y el shintoismo, pero sé que ambos conviven muy bien en Japón. Y la razón es que...

BORGES: Sí, que la misma persona puede ser shintoísta y budista. 

EMBAJADOR MEHROTRA: Sí, y la misma persona puede ser shintoísta y budista, no hay un conflicto. Decía Buddha siempre, siempre y siempre, muchas veces, que él no tenía ninguna teoría, porque el budismo, la enseñanza de Buddha, yo prefiero no decir budismo sino la enseñanza de Buddha, porque el budismo es lo institucionalizado. Buddha siempre pensaba en la auto-confianza del espíritu humano; que no hay que basar su fe en algo que existe fuera del hombre, que hay que desarrollar un poder que surge de sí mismo, poder de racionalismo, de pensamiento, de argumento, de entender lo que es el origen de nuestro sufrimiento. ¿Cómo eliminar el sufrimiento de nuestra vida y de la vida de otros? Esta es la pregunta central que formuló Buddha y no dio, casi no dio, la respuesta. Dejó a todos los otros dar la respuesta; que todos nosotros tenemos que concentramos, meditar, entender, preguntar qué es la vida y cómo eliminar el sufrimiento nuestro y de otros. Y por eso, Buddha dijo que no tenía teorías; por eso un budista y el budismo siempre pueden convivir con otros. Por ejemplo, yo soy un hindú, pero siempre adoro a Buddha como una divinidad nuestra. Porque el Buddha era tan tolerante que para él no había ninguna diferencia entre un credo y otro; él quería dar solo un credo que es el credo de pensamiento en que es el origen del sufrimiento y cómo eliminar el sufrimiento, la causa del sufrimiento, que la causa del sufrimiento es el anhelo o ambición, y el camino que nos guía hacia la eliminación del anhelo de esta causa del sufrimiento. Y el camino tiene que ser ético, no es necesario tener fe en un dios o en varios dioses, no es necesario tener fe en el espíritu que existe fuera de nosotros. Sólo es necesario pensar con nuestro intelecto, pero más allá del intelecto, cuál es el origen, como él dijo, el ciclo de esa causa y efecto, causa y efecto, causa y efecto, para determinar la causa. Eso es el sendero de Buddha que convive con todos.

[Aplausos]

ALIFANO: Queda una última pregunta que le va a formular una señorita que está frente a nosotros, Borges.

ALGUIEN DEL PÚBLICO: Me gustaría, si es posible, que Borges nos relatara una experiencia personal sobre conocimiento de sí mismo.

BORGES: Esas dos experiencias que tuve son inefables, yo no puedo comunicarlas. Sé que me sentí muy feliz y las recuerdo ahora con nostalgia, como algo ocurrido a otro. Eso es todo. Yo creo  y esto lo agrego ahora— que la felicidad no es difícil. Creo que todos debemos haber sido muchas veces desdichados y, alguna vez, felices, y todavía ser lo que pensó Joyce cuando escribió el Ulysses. El lugar: trasladar las reacciones de Ulises, el tenerlas: un solo día de Bloom y Stephen, y eso basta. Y en ese día están todas las experiencias posibles. Yo creo que la felicidad y la belleza, y la transmisión del pensamiento no son hechos excepcionales, yo creo que se dan continuamente; por ejemplo, ahora, creo que todos sentimos que estamos de acuerdo en algo esencial; todos sentimos que hemos compartido esta tarde, que esta tarde ha sido, gracias a cada uno de nosotros, una hermosa experiencia y hasta sentiremos nostalgia de ella. Es decir, y creo que la belleza es común también; es absurdo suponer que la belleza es sólo algo que han logrado algunos espíritus, algo solo logrado, no sé, por Shakespeare, por Dante, por Hugo. Yo creo que no. Creo que continuamente la gente alcanza la belleza. Creo que si se perdieran todos los libros, bueno, volveríamos a reescribirlos. Es decir, creo que la belleza y la felicidad son hechos comunes y cada día, bueno, hemos estado quizá muchas veces en el infierno pero alguna vez en el cielo también. Muchísimas gracias.

[Aplausos]

PRESENTADORA: Quisiera finalizar este diálogo entre Borges y el budismo como una contribución de esta Oficina de las Naciones Unidas en el marco de cooperación internacional de carácter cultural, que es uno de los principios fundamentales de esta casa y de la organización mundial. No me queda más, para recordar esta noche histórica en esta casa de las Naciones Unidas, que agradecerle a Borges el habernos acompañado, a su Excelencia el Embajador de la India, Señor Mehrotra, y a nuestro amigo Roberto Alifano y a todos y cada uno de ustedes que han compartido estas lindas horas con nosotros. Muchas gracias.


(1) Salto (aparentemente mínimo) debido a un cambio de cinta magnética. Puede leerse una versión detallada de esta historia en Qué es el Budismo, OCC: 723-724.

(2) Salto por cambio de cinta.


En: Borges Center, USA
Imagen: Jorge Luis Borges en la BNA - Foto Archivo BNA

12/7/18

Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: Sobre la conjetura ("En diálogo", I, 24)








Osvaldo Ferrari: Hay un género, Borges, que usted ha producido. Se trata de un género a la vez literario y filosófico, y creo que usted lo ve como aquel que puede permitirse el hombre al pensar, y no ir más lejos. Ese género es la conjetura. Lo vemos en sus poemas, en su pensamiento, en sus cuentos; usted siempre dice quizá, tal vez, o usa otras maneras para expresar la conjetura.
Jorge Luis Borges: Sí, es verdad, yo no tengo ninguna certidumbre, ni siquiera la certidumbre de la incertidumbre. De modo que creo que todo pensamiento es… bueno conjetural. Sobre todo en el caso de un cuento, digamos. Yo le dije en otra conversación que a mí me son revelados el principio y el fin del cuento, el punto de partida y la meta. Pero luego, todo lo que sucede entre esos dos términos es conjetural: yo tengo que averiguar qué época conviene, qué estilo conviene; y creo que lo mejor es intervenir lo menos posible en lo que uno escribe. Yo trato de que mis opiniones no intervengan, trato... bueno, ya teorías estéticas no tengo; trato de que mis teorías no intervengan tampoco. Porque creo que cada tema exige su retórica, y así yo estaba bastante insatisfecho del estilo de «Las ruinas circulares» pero hay amigos míos que me han dicho que ese estilo barroco es el que ese tema exigía. Y yo diría que cada tema exige su retórica y también desea ser contado en primera persona, bueno, necesita ocurrir en tal época, en tal país; todo eso es dado por el tema. Y mejor es esperar, después de esa primera revelación que me da el principio de una fábula y el fin vendrán otras que me dirán si eso ocurrió, digamos, a fines del siglo XIX o en un vago Oriente de Las mil y una noches. Ahora, yo en general prefiero los últimos años del siglo XIX, y prefiero lugares que queden un poco lejos, no sólo en el tiempo sino en el espacio, porque de esa manera yo puedo inventar, puedo imaginar en libertad. En cambio, lo contemporáneo ata. Además, la antigua tradición de la literatura es ésa: nadie supone que Homero hubiera militado en el sitio de Troya: se entiende que todo ocurre después. Y como el pasado es tan modificable; contrariamente a lo que se dice respecto de que no puede modificarse el pasado, yo creo que cada vez que recordamos el pasado lo modificamos, ya que nuestra memoria es falible. Y esa modificación puede ser benéfica.
Entonces, el pasado sería…
—El pasado es plástico, yo creo, y el futuro también. En cambio, el presente desgraciadamente no lo es; si yo siento un dolor físico, es inútil que trate de pensar que no lo siento porque ahí está el dolor, ¿no? O si yo siento una nostalgia de una persona, también estoy sintiéndola en el presente. Pero ¿qué puede saber uno sobre el pasado, sobre su propio pasado? Yo puedo imaginarme, quizá, que los años de mi adolescencia en Europa fueron dolorosos. La prueba está en que alguna vez, como todos los jóvenes, pensé en el suicidio —creo que todos los jóvenes han pensado en eso alguna vez, ¿eh?, todos han pronunciado el monólogo de Hamlet: «To be or not to be» (ser o no ser)— sin embargo, yo recuerdo aquellos años como si hubieran sido años muy felices, aunque me consta que no lo fueron; pero no importa: ha pasado tanto tiempo —el pasado es tan plástico— que yo puedo modificarlo. Y, ¿qué es la historia sino nuestra imagen de la historia? Esa imagen siempre mejora; es decir, propende a la mitología, a la leyenda. Además, cada país tiene su mitología privada; la historia de cada país es una cariñosa mitología, que quizá no se parezca en nada a la realidad. Es muy difícil que el presente sea siempre grato.
Entonces el pasado y el futuro serían conjeturales.
—Sí, yo creo que sí, pero quizá sea más fácil modificar el pasado que el futuro, porque el futuro uno suele pensarlo…, «bueno, es probable que ocurra tal cosa», «no, hay tales factores que se oponen». Pero el pasado, sobre todo un pasado un poco lejano, es una materia muy, muy dócil. Bueno, es que a la larga todo es materia para el arte. Sobre todo la desdicha. La felicidad no, la felicidad ya tiene su fin en sí misma; por eso casi no hay poetas de la felicidad. Aunque, bueno, Jorge Guillén, creo que fue un poeta de la felicidad. Whitman menos, porque en Whitman uno siente que él se impuso la felicidad como deber de un americano, y la felicidad no es eso, la felicidad tiene que ser espontánea, ¿no? En cambio, en el caso de Guillén, creo que uno siente la felicidad en los versos de él: «Y todo en el aire es pájaro». Eso podría ser una pesadilla: «Todo en el aire es pájaro», pero dicho por él no lo es: se parece a una felicidad. En cambio, la desdicha, la elegía, dan impresión de ser fáciles, de ser naturales.
Ahora, además de la conjetura, hay otro elemento significativo
—Es que la conjetura es general; por ejemplo, lógicamente no es imposible que el solipsismo sea cierto: lógicamente, quizá yo sea el único soñador, y yo he soñado toda la historia universal —todo el pasado, todo mi propio pasado—; quizá yo empiece a existir en este momento. Pero en este momento ya recuerdo que nos hemos reunido hace un cuarto de hora, un cuarto de hora creado por mí ahora —bueno, eso es posible: es posible que exista yo y mi presente, es lógicamente posible, nada más—. No para la imaginación, sería terrible imaginar eso. Además, uno percibe que más allá de los datos de los sentidos siente la presencia de otro. Por eso la filosofía de Locke es falsa: dice que debemos nuestro conocimiento a los sentidos; no, creo que además de los sentidos uno siente que hay otro, que hay otra cosa —y uno siente sobre todo, hostilidad, indiferencia, amor, amistad, adversidad—. Esas cosas se sienten más allá de los sentidos, creo.
Cierto. La conjetura es lícita, según su pensamiento; pero hay otro aspecto, que yo no sé si se ha desarrollado en los últimos años, o tiene mucho más tiempo del que pienso, y es el de que usted cree que los poemas, o los cuentos, o los pensamientos, nos son dados…
—Yo creo que no hay ninguna duda sobre eso. Además, es la idea inicial, es la idea, por ejemplo, de la musa; la musa dicta sus poemas al poeta, el poeta es el amanuense de la musa. Los hebreos pensaban en el espíritu, que dicta, bueno, los diversos libros de la Biblia a diversos amanuenses, en diversas épocas y diversas regiones del mundo. Pero todo eso es obra del espíritu.
Claro, pero curiosamente, ese pensamiento suyo de lo que nos es dado al crear, es un pensamiento —y yo sé que la palabra le va a parecer excesiva— invariablemente místico.
—Es que tiene que ser místico, porque físico no puede ser, y lógico tampoco. Esa idea de Poe respecto a que la obra estética es una obra intelectual, es una boutade de Poe, es una broma. Él no podía creer eso; ninguna persona se sienta a escribir un poema y lo hace a fuerza de razonamientos. Hay siempre algo que se le escapa. Bueno, Poe da una serie de razonamientos que, según él, lo llevaron a escribir El cuervo. Pero siempre, entre cada eslabón hay como una especie de intervalo de sombra, o algo que exige otros eslabones. Por eso, lo que él dijo no explica nada: él pudo reducir El cuervo a una serie de razonamientos, pero entre cada uno de los eslabones de ese razonamiento hay algo que no se aclara, que se debe... y, a la inspiración, digamos, a lo secreto. Ahora, ese secreto puede ser externo o puede ser el de nuestra memoria. Yeats creía en «La gran memoria»; creía que todo hombre hereda la memoria de sus mayores. Sus mayores, claro, van creciendo geométricamente: dos padres, cuatro abuelos, tantos bisabuelos, y así hasta abarcar el género humano. Él pensaba que en todo hombre convergen, digamos, esos virtualmente infinitos antepasados, de modo que no es necesario que un escritor tenga muchas experiencias personales, ya que todas están allí: cada uno dispone de ese secreto receptáculo de memorias, y con eso basta para la creación literaria.
Quiere decir que cuando a veces nos dicen, por ejemplo, que Elizabeth Browning era una poeta de inspiración mística, puede ser lícita esa expresión.
—¡Ah sí!, indudablemente, quizá podría aplicarse eso a todos los poetas, además; porque yo no concibo al poeta como un mero intelectual.
Naturalmente.
—Ahora, claro que hay escritores que sienten lo intelectual de un modo estético. Para mí, el mejor ejemplo de poeta intelectual sería Emerson, ya que Emerson no sólo es intelectual, sino bueno, él pensaba continuamente. En cambio, el caso de otros poetas intelectuales… No sé si lo son realmente. Bueno, Robert Frost lo sería, Emerson también.
Quizá Valéry.
—Es que en el caso de Valéry, uno observa que más bien lo impresiona el mundo externo, pero las ideas no, las ideas son vulgares; son imágenes más que ideas. Pero eso, en fin, cada lector tiene que resolverlo por su cuenta. A mí Valéry no me ha impresionado como poeta intelectual; pero como poeta sí, indudablemente. Uno de sus poemas define exactamente lo que es saborear una fruta, y sentir cómo esa fruta se funde en goce.
Quizá se asocie a Valéry con una visión intelectual por su vinculación a las matemáticas.
—Sí, eso sí.
Pero, entonces, tenemos por un lado la conjetura, por otro lo místico, y hay un tercer aspecto que me interesa…
—Y es que no solamente habrá un tercero, sino miles, supongo yo. ¿Pero cuál le interesa en este momento, Ferrari?
El que usted refleja a través de sus viajes —al volver de ellos y antes de partir—, y es que, a pesar del tiempo, no declina su amor por la vida, que es lo más propio del poeta, a mi manera de ver.
—Sí, yo creo que si uno fuera un poeta sentiría cada momento como poético. Es decir, uno viviría amando la vida, y al decir amando la vida, uno tendría que amar también las desdichas, los fracasos, las soledades. Todo eso es como el material para el poeta, sin el cual él no podría componer, y no se sentiría justificado. Porque yo... a mí no me gusta lo que yo escribo, pero si no escribo o si no estoy componiendo algo, siento que no soy leal a mi destino. Mi destino es precisamente el de conjeturar, el de soñar, y eventualmente el de escribir, y muy eventualmente el de publicar; eso es lo menos importante. Pero yo tengo que vivir en continua actividad, o tengo que creer que vivo en continua actividad imaginativa y, si es posible, racional también, pero, sobre todo imaginativa. Es decir, tengo que estar soñando todo el tiempo, tengo que vivir proyectado hacia el futuro. Me parece enfermizo pensar en el pasado, aunque el pasado puede depararnos la elegía también —que no es un género desdeñable—. Pero, en general, yo trato de olvidarme de lo que he escrito, porque si yo releyera lo que he escrito me sentiría descorazonado. En cambio, si vivo hacia adelante, si olvido lo que he escrito, desde luego, puedo repetirme, pero sigo viviendo; me siento justificado. De lo contrario, me siento perdido (ríe).
Yo creo que si usted releyera lo que ha escrito no ocurriría eso…
—Sí, pero es un experimento peligroso, mejor es no intentarlo, ¿eh? El resultado puede ser una obligación de silencio, ¿no?, un llamado al silencio.
En todo caso, quizá descubriría que su amor por la vida también ha sido una constante, aunque usted no lo haya advertido.
—Bueno, eso es una conjetura, una generosa conjetura suya.
La última, la última conjetura en esta conversación de hoy.
—¡Ah!, muy bien, ya continuaremos hablando de otros temas.
Ya continuaremos.



Título original: En diálogo (edición definitiva 1998)  
Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari, 1985 
 Prefacio: Jaime Labastida 
Prólogos: Jorge Luis Borges (1985) & Osvaldo Ferrari (1998)

Imagen: Busto de Borges por Gérard Lartigue Vía


10/7/18

Jorge Luis Borges: Khumbaba








¿Cómo era el gigante Khumbaba, que guarda la montaña de cedros de la despedazada epopeya babilónica Gilgamesh, quizá la más antigua del mundo? George Burckhardt ha tratado de reconstruirlo (Gilgamesh, Wiesbaden, 1952); he aquí, vertidas al español, sus palabras:

"Enkidu derribó con el hacha uno de los cedros. '¿Quién ha penetrado en el bosque y ha derribado un cedro?', dijo una enorme voz. Los héroes vieron acercarse a Khumbaba. Tenía uñas de león, el cuerpo revestido de ásperas escamas de bronce, en los pies las garras del buitre, en la frente los cuernos del toro salvaje, la cola y el órgano de la generación concluían en cabeza de sierpe".

En el noveno canto de Gilgamesh, Hombres-Escorpiones —que de la cintura arriba suben al cielo y de la cintura abajo se hunden en los infiernos— custodian, entre las montañas, la puerta por la que sale el sol.
De doce partes, que corresponden a los doce signos zodiacales, consta el poema.




En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Reedición ampliada del Manual de Zoología Fantástica (Buenos Aires, 1957)
Con la colaboración de Margarita Guerrero


Luego en Obras completas en colaboración (4ª ed.) Barcelona, 1997
María Kodama, 1995

Emecé Editores, 1979, 1991 y 1997

Image: Terracotta plaque of Kumbaba from the Louvre
Also named/spelled Jumbaba, Huwawa o Humbaba

8/7/18

Jorge Luis Borges: Sobre una alegoría china (1942)






Arthur Waley, cuyas delicadas versiones de Murasaki son obras clásicas de la literatura inglesa de nuestro tiempo, ha traducido, ahora, la Relación de viajes por las tierras occidentales de Wu Ch'eng-en. Se trata de una alegoría del siglo XVI; antes de comentarla, quiero examinar el problema o seudo problema que el género alegórico presupone.

Todos propendemos a creer que la interpretación agota los símbolos. Nada más falso. Busco un ejemplo elemental: el de una adivinanza. Nadie ignora que a Edipo le interrogó la Esfinge tebana: ¿Cuál es el animal que tiene cuatro pies en el alba, dos en el mediodía y tres a la tarde? Nadie tampoco ignora que Edipo respondió que era el hombre. ¿Quién de nosotros no percibe inmediatamente que el desnudo concepto de hombre es inferior al mágico animal que deja entrever la pregunta y a la asimilación del hombre común a ese monstruo variable y de setenta años a un día y del bastón de los ancianos a un tercer pie? Los símbolos, además del valor representativo, tienen un valor intrínseco; en los enigmas (que pueden constar de veinte palabras) es natural que no haya un solo rasgo injustificado: en las alegorías (que suelen rebasar las veinte mil) ese rigor es imposible. Es también indeseable, pues la pesquisa de continuas correspondencias minúsculas entorpecería toda lectura. De Quincey (Writings, onceno tomo, página 199) dictamina que a un personaje alegórico podemos atribuirle cualquier discurso o cualquier acto, siempre que éstos no contradigan o no confundan la idea personificada por él. "Los caracteres alegóricos", dice, "ocupan un lugar intermedio entre las realidades absolutas de la vida humana y las puras abstracciones del entendimiento lógico". La hambrienta y flaca loba del primer canto de la Divina Comedia no es un emblema o letra de la avaricia: es una loba y es también la avaricia, como en los sueños. Esa naturaleza plural es propia de todos los símbolos. Por ejemplo los vividos héroes del Pilgrim's progress —Christian, Apollyon, Master Greatheart, Master Valian-for-truth— proponen una doble intuición, no unas figuras que se pueden canjear por nombres substantivos abstractos. (Un problema no irresoluble sería la ejecución de una alegoría breve y secreta, en la que todo lo que obrara o dijera una de las personas fuera esencialmente una injuria, lo de otra una merced, lo de otra una mentira, etc.).

De la novela traducida por Waley conozco una versión anterior, de Timothy Richard, curiosamente titulada A mission to Heaven (Shanghai, 1940). También he recorrido las excertas que incluye Giles en su History of Chinese literature (1901) y Sung-Nien Hsu en la Anthologie de la littérature chinoise (1933).

Quizás el rasgo más evidente de la vertiginosa alegoría de Wu Ch'eng-en es la vastedad panorámica. Todo parece transcurrir en un minucioso mundo infinito, con inteligibles zonas de luz y alguna de sombra. Hay ríos, grutas, cordilleras, mares y ejércitos; hay peces y tambores y nubes; hay una montaña de espadas y un lago punitivo de sangre. El tiempo no es menos pródigo que el espacio. Antes de recorrer el universo, el protagonista —un insolente mono de piedra, producido por un huevo de piedra— haraganea muchos siglos en una gruta. En sus peregrinaciones ve una raíz que cada tres mil años madura: quienes la huelen, viven trescientos sesenta años; quienes la comen, cuarenta y siete mil. En el Paraíso del Poniente, un Budha le habla de una divinidad cuyo nombre es el Emperador de Jade: hace mil setecientos cincuenta kalpas que se perfecciona ese Emperador y cada kalpa consta de ciento veintinueve mil años. Kalpa es término sánscrito; el amor de los ciclos de enorme tiempo y de los espacios ilimitados es típico de las naciones del Indostán, así como de la astronomía contemporánea y de los atomistas de Abdera. (Oswald Spengler, recuerdo, dictaminó que la intuición de un tiempo y de un espacio infinitos era privativa de la cultura que él llamó fáustica; pero el más inequívoco monumento de esa intuición del mundo no es el vacilante y misceláneo drama de Goethe sino el viejo poema cosmológico De rerum natura).

Un rasgo singular hay en este libro: la noción de que el tiempo de los hombres no es conmensurable con el de Dios. El mono se introduce en los palacios del Emperador de Jade; a la aurora regresa; en la tierra ha pasado un año. Las tradiciones musulmanas ofrecen un rasgo parecido. Refieren que el Profeta fue arrebatado por la resplandeciente yegua Alburak hasta el séptimo cielo y que conversó en cada uno con los patriarcas y ángeles que lo habitan y que atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el corazón cuando la mano del Señor le dio la palmada en el hombro. Al dejar el planeta, el casco sobrenatural de Alburak había derribado una jarra; a su regreso, el Profeta la levantó antes que se derramara una sola gota... En el relato musulmán, el tiempo de Dios es más rico que el de los hombres; en el relato chino, es más pobre y más dilatado.

Una mano exuberante, un cerdo haragán, un dragón de los mares occidentales convertido en caballo, un borroso y pasivo malhechor cuyo nombre es Arena, que emprenden la difícil aventura de la inmortalidad y que para obtenerla ejercen el fraude, la violencia y las artes mágicas: tal es el argumento general de esta composición alegórica. Justo es agregar que la empresa purifica los caracteres: todos, en el capítulo final, ascienden a Budhas y regresan al mundo con un cargamento precioso de cinco mil cuarenta y ocho libros canónicos. J. M. Robertson, en su Breve historia del Cristianismo, sugiere que los gnósticos delinearon las jerarquías divinas a imagen de la burocracia terrestre; los chinos han usado ese método: Wu Ch'eng-en satiriza con fruición la burocracia angelical y, por consiguiente, las de este mundo. En el género alegórico propende a la tristeza y al tedio; en este libro excepcional encontramos una irresponsable felicidad. Su lectura no nos recuerda el Criticón o los autos sacramentales: nos recuerda el último libro de Pantagruel o las Mil y una noches.

Los prodigios abundan en su decurso. El héroe, encarcelado por los demonios en una esfera de metal, crece mágicamente, pero la esfera crece también. El prisionero se achica hasta lo invisible, pero también se achica su cárcel... En otro capítulo pelean un demonio y un mago. El mago, herido, se convierte en cuatro mil magos. El demonio terriblemente le dice: "Multiplicarse es baladí; lo difícil es volver a juntarse".

También hay rasgos humorísticos. Un monje, convidado por unas hadas a un atroz banquete de carne humana, alega que es vegetariano y se va.

Uno de los capítulos terminales incluye un episodio en el que conviven lo patético y lo simbólico. Un hombre verdadero, Hsian Tsang, dirige a los fantásticos peregrinos. Al cabo de muchas adversidades les corta el paso un río dilatado y obscuro, de olas altísimas. Un barquero les propone llevarlos. Aceptan, pero el hombre percibe con horror que la barca no tiene fondo. El barquero declara que desde el principio del tiempo ha conducido en paz a miles de generaciones humanas. En la mitad del río ven un cadáver arrastrado por la corriente. De nuevo el hombre siente el frío del miedo: los otros le dicen que mire bien. Ese cadáver es el suyo: todos lo congratulan y abrazan.

La versión de Arthur Waley, aunque literariamente muy superior a la ejecutada por Richard, es acaso menos feliz en la selección de aventuras. Se titula Monkey y ha aparecido en Londres este año. Es obra de uno de los pocos sinólogos que es también un hombre de letras.


Diario La Nación, Buenos Aires, 25 de octubre de 1942
Y en Diario La Nación, Buenos Aires, 22 de agosto de 1999

Incluido en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de  Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio e Zocchi
Buenos Aires, Emecé Editores, 2001
© María Kodama 2001

Imagen: Retrato de Borges. Dibujo por Esfumino (Felipe Felipe) Vía DeviantArt


7/7/18

Carlos Mastronardi: Sobre Borges








Borges. Siempre lo mueve el oscuro y profundo anhelo de sentirse real, como si cada momento, cada minuto aparejase para él la amenaza de caer en el vacío, de volverse un espectro. Esta delicada obsesión atraviesa grandes zonas de su obra.

Los hechos, las situaciones que presenta no son meros sucesos del corazón, no son meros infortunios o alegría sin ulteriores efectos: generalmente tuercen el rumbo de un destino y ocasionan lo irrevocable, lo definitivo. “No concibe que una cosa inconexa, sin relación con el pasado y con el futuro, pueda tener importancia”.

Al uso latino (latina es la ascendencia de su repertorio verbal) elimina el artículo, y a veces suprime el pronombre, como también aquellas partículas incidentales o de mera trabazón sintáctica.

Por tal causa su prosa adquiere solidez y densidad, parece una cerrada y conceptual floresta. Veamos algunas limpias y concentradas sentencias donde se ha prescindido de (esas) partículas incidentales y lastres afines:

“no ha vivido amistad noche tan profunda como aquella... etc.”
“ordenan poesía”.
“padece tempestad”.
“hombres obligados a gravedad”.
“mandaron muerte”.

El verbo es relegado a las postrimerías de la frase, haciendo que aparezca la sustancia en primer término y luego su actuación: “Pobre de amor yo fui”.

Rasgo firme, continuo de Borges: la condensación. Incansable profeta de la elipsis.


La malvada serie (Sur, mayo 1942) 

Un adjetivo siempre aplicado a lo personal y concreto, aquí es definitorio de una abstracción. Moraliza el álgebra. A menudo aparecen estas connotaciones éticas o afectivas rigiendo o condicionando categorías mentales. En su origen, esta costumbre fue humorismo en Borges, luego se connaturalizó con todo su mundo expresivo. Los atributos personales pasan a calificar los conceptos, lo incorpóreo, el vocabulario de la lógica y de las disciplinas científicas. Junta matices éticos y mundo abstracto. "Malvada serie" (nítidamente lo vemos en líneas anteriores) significa una serie de hechos malvados, pero se ha querido una más rápida (y menos desganada) vinculación de vocablos. Del mismo tipo sería: “ordenación perversa”, “rencorosa geometría”, “álgebra delincuente”, “periodicidad infame”, pero sabe detenerse a tiempo. Límite del buen gusto. Esta modalidad o inclinación es una de las más fuertes y sostenidas en Borges. Configura de modo enérgico toda su prosa. Es hábil en las omisiones y sus prescindencias siempre contribuyen a fortalecer su prosa.


Verbos

Es preciso destacar el empleo que hace B. de los verbos, pues esta parte del discurso tiene decisiva importancia en su prosa. Más que por el manejo del adjetivo —elemento atendido de modo casi excluyente por la mayoría de los escritores—, la prosa de B. se define y personaliza por la vivacidad funcional de sus verbos. Proyecciones del tiempo, son el dinamismo de toda prosa, del mismo modo que el sustantivo alude, por lo común, a la inercia, a la estabilidad de lo espacial. Venturoso y original se nos muestra en el empleo de este elemento expresivo. Nunca utiliza los habituales, los consagrados por el uso. Analizar frases de este tipo: “un dormitorio lo detuvo...” (Sur, mayo del 42).

Siempre la tensión hacia arriba, como si se comprometiera a no desfallecer. Siempre vigilante, cuidadoso de su nivel, lo que apareja cierta limitación de su libertad. Atado a su eficacia. Experto en complejidades (vueltas, las llama) ha renunciado sin embargo a los efectos que dimanan de la ingenuidad, de lo primario y sencillo. Lo primario pudo ser una complejidad más. (Odia) lo evidente. El incansable dinamismo de su inteligencia ignora las pausas y las compensaciones.

Le asombra que Dante haya sido, dentro de la literatura italiana, el término y no el comienzo de un proceso. Afirma que la Commedia ocurre como una brusca descarga: no sabe de otra literatura que haya empezado con una obra perfecta.

En los umbrales de la pubertad, creía que sus urgencias eróticas eran una forma o un complemento de sus progresos mentales, de sus admiraciones de orden intelectual. Ignoraba —recuerda— que esos fervores correspondían al mundo de la libido. Y agrega: “por eso me asombraba que los estudios de Bergson o las teorías de Goethe o de Spencer no me depararan estados de exaltación erótica y que, en cambio, algunas muchachas que frecuentaban mi casa —muchachas que nadie juzgaba hermosas— ejercían sobre mí su magia. No podía imaginarlas más poderosas que Goethe o que Spencer”.

En cierta medida, El Aleph le fue inspirado por una frase de Santa Teresa, según afirmación del mismo B. Esta piadosa mujer imagina un diamante que parece ser la mirada de Dios, y en cuyo interior se aloja el universo.

Merece destacarse la singular eficacia emocional con que utiliza los adjetivos más usuales y sencillos: oscuro, pobre, lento, solo, etc. Estos epítetos adquieren asombrosa intensidad en sus páginas; aparecen como seres inocentes y nuevos.

Poco después del 30, cuando la poesía nativista cuenta con el beneplácito de los gobernantes y adquiere cierto carácter oficial, B. comenta con irónica agudeza: “No estaría mal anunciar con solemnes palabras que la comuna de Catanzaro realiza gestiones para obtener la repatriación de los restos de Don Segundo Sombra”.

Comenta cierto episodio erótico en que intervino un amigo común. Ese amigo fue literalmente asaltado, en el interior de un automóvil, por una escritora de apremiante estilo vital. Como nada dice acerca de la reacción del favorecido, le preguntamos si éste siente un real interés por ella. Contesta: “Bueno: la bragueta muy emocionada”.

Un incierto y aparatoso escritor argentino obtiene un cargo consular y se traslada a Francia, donde se propone publicar, en su castellano materno, dos libros de poemas. B. comenta así el viaje y los proyectos del nuevo cónsul: “Bueno... allá están defendidos por el idioma”.

El empleo de los verbos inusuales trae a su estilo una fuerza y una plasticidad evidentes. Abunda el escritor que aspira a ser novedoso en los epítetos; ninguna otra instancia gramatical lo desvela y su escritura sólo brilla en los calificativos irregulares. B. maneja con habilidad y libertad los verbos: el sol bienaventura tus quintas; y la luna atorrando...; nuestra mirada camina por su cielo; nuestra devoción interroga, etc.

Antes de una reunión mundana: “Voy a ver a la célebre belleza. ¿Cómo haré para identificarla?”

Su animosa inventiva mejora el contenido de muchos libros y films. Para su enriquecimiento, advierte en ellos lo que no está en ellos. Esta modalidad atributiva nos recuerda las palabras que Sócrates dice a Platón: ¡qué de bellas cosas pones a mi cuenta!

Abundan los escritores que por ingenuidad o pedantería escriben teorización y no teoría, motivación y no motivo, problemática y no problema, etc. B. considera que es absurdo volver al sustantivo, extrayendo teorización del verbo teorizar, que a su vez deriva del primordial y llano vocablo que todos conocemos, ya que ese nuevo paso no trae ninguna riqueza de sentido, ni comporta el advenimiento de ningún matiz perceptible.

Es muy sensible a la atmósfera de las palabras y ciertas expresiones populares le causan intensa gracia. Muchas de ellas le parecen valiosos aciertos: “Es un animal con ropa”, “¿Fulana? Si habrá mirado cielorrasos!”, “Lo criaron por no tirarlo”, “Yo encantado y ella oxigenada”. “Conozco a X, si se habrá mandado Vascolets!”. O bien: “Matarse no es importante: lo importante es haber tomado la resolución de morir”. O bien: “Como dejé mi biblioteca en México, he resuelto aplazar el advenimiento de la inspiración”. También solía comentar con agrado este pintoresco alarde: “una vez, en el boliche de Urquía, un finado me quiso sacar la silla”.

Su constante infortunio amoroso: como si un tacaño destino compensara, con el artero despojo de las delicias terrenales que anhela, los muchos dones que le otorgaron las divinidades benignas.

De otra poetisa que se había identificado con un estilo críptico y pretencioso, pero en quien reconocía un claro talento. Amable y rector, B. le sugirió con ánimo de ayuda: “Si no quiere perderse, renuncie a ser genial”.

Los escritores de nuestro tiempo defienden estéticas restrictivas y proceden por omisiones. Piensan que el verdadero poema, por ejemplo, debe esquivar el color, la música, el prosaísmo, la confidencia, la efusión erótica, la ternura elegíaca, etcétera. Borges prefiere que el dominio literario se ensanche y enriquezca; su voluntario empobrecimiento le parece una conducta que participa de la soberbia y del nihilismo, libre de preconceptos, todas las aportaciones, todas las conquistas, cualquiera sea el ámbito donde se cumplan, promueven su interés y merecen su examen. No siempre le infunden el sentimiento de la belleza, pero siempre lo sorprenden, siempre lo predisponen al análisis. En este reino de fronteras inestables, no concibe la existencia de ninguna ley prefijada, de ningún código inmutable; según se desprende de su conversación y de su obra, los límites de la humana inventiva son también los del arte. Ajeno a cánones y preceptivas, entiende que la imaginación creadora, por el hecho de serlo, abre nuevos caminos o extiende los caminos tradicionales sin atarse a planes o sistemas. Todo bien extraordinario, toda riqueza sobreviviente, después será legítimo patrimonio del arte. Sospechamos que la severa racionalidad hegeliana no se concierta bien con este sentimiento del hecho estético. Oportuno es aclarar, sin embargo, que tal sentimiento no supone lo arbitrario ni encuentra su objeto en el campo del puro juego verbal. Nadie más acerado y mordaz que Borges cuando se trata de encarar una página donde priva la incoherencia, la imprecisión o el simulacro de originalidad.

Leonardo Da Vinci, Poe, Carlyle, Amiel, Nietzsche, Almafuerte, quizá Bernard Shaw, se sintieron incapacitados (no corresponde ahora indagar en qué medida) para el ejercicio de la magia erótica. Digamos, de paso, que Borges acostumbra definir esa magia impersonal, donde toda lucidez abdica, con palabras del poeta isabelino Cyril Tourneur: el pobre beneficio de un minuto incoherente.

Paseamos por la Avenida de Mayo, circunstancia en que saluda a Borges cierto joven de quemada piel olivácea y de aguda barba caprina. Lleva dos gruesos volúmenes bajo el brazo y una especie de amuleto metálico en la solapa del saco. Le pregunto quién es tan raro personaje. Responde: “Me hizo llegar unos versos suyos. Es un príncipe sanjuanino”.

Borges acaba de ascender a un tranvía con su amigo C.M., paisano del general Urquiza, es decir, hijo de Entre Ríos. En una especie de lucha cortés, uno detiene las manos del otro, pues ambos quieren pagar el boleto de la conducción. El porteño logra poner las monedas en la diestra del guarda al tiempo que pregunta a su amigo:

“¿Querés otra Pavón?”

En: Mastronardi, CarlosObra Completa
Fragmentos publicados en El Litoral, 16 de julio de 2011 
Foto: Carlos Cañás, Carlos Mastronardi, Alberto Mosquera Montaña, Jorge Luis Borges, 
Carlos de la Cárcova, Julián Centeya y Julio De Caro, reunidos en el Café Tortoni

6/7/18

Jorge Luis Borges: ¿Por qué me siento europeo? (1985)





Un grupo de intelectuales reunidos en Venecia lanzó un llamamiento ante el Parlamento Europeo sobre la necesidad de recuperar el espacio cultural del Viejo Continente. Su alegato se basaba en que Europa no debía limitarse a ser un simple Mercado Común. […] el lector encontrará las respuestas a la única pregunta “¿Por qué me siento europeo?”
DE JORGE LUIS BORGES
Yo creo que la totalidad del mundo occidental y una buena parte del mundo oriental son una proyección de Europa. Creo que nosotros somos el reflejo de Europa, la prolongación de Europa, y que podemos ser un espejo, posiblemente magnífico, de Europa, puesto que Europa olvida generalmente que ella es Europa.
Muy pocos europeos son —como decía Nietzsche— buenos europeos. Por eso es por lo que hemos sufrido una de las más grandes calamidades de la historia universal, a saber: las dos guerras mundiales. Porque los europeos han olvidado que eran europeos y han creído ser solamente —y también gloriosamente, por supuesto— franceses, británicos, italianos, alemanes, austríacos, soviéticos, lo que ustedes quieran. Por eso hemos conocido esas dos calamidades, las dos guerras mundiales europeas, que para mí fueron de hecho dos guerras civiles, de lo que no se daban cuenta los combatientes porque cada uno razonaba en función de su patria. En cambio, nosotros aquí, en esta tierra argentina, lejana y olvidada, estamos en condiciones de percibir la unidad fundamental de Europa, lo que resulta más difícil allá lejos porque, bien entendido, cada país de Europa, sin olvidar a España, posee su propia tradición, y es natural que se delimite esa tradición. En cuanto a nosotros, nosotros poseemos nuestras tradiciones… y Europa es Europa toda entera, Europa es una. Esto se explica por unos hechos históricos muy simples. Nosotros éramos españoles. Resolvimos dejar de serlo en 1810. Estalló la guerra de la Independencia, esa guerra que generalmente se olvida y que fue larga y cruel. En esa época combatieron mis antepasados; en esa época, mi bisabuelo, el coronel Suárez, ganó la batalla de Junín. Tenía veintisiete años y obtuvo esa victoria para Perú; él era un soldado argentino. En resumen, decidimos dejar de ser españoles cuando lo éramos fundamentalmente…
Yo pienso que Europa es nuestro pasado y que debería ser nuestro presente. Es una pena que hoy las gentes aparten su mirada de Europa. A mi entender, es una tragedia para América del Sur. Y ahora, ¿a dónde dirigimos nuestros ojos? Los dirigimos hacia un país que ha sido un gran país, como Estados Unidos —me basta con recordar a Emerson, me basta con recordar a Melville, Whitman, Edgar Allan Poe, Henry James…—. Estados Unidos ha sido un gran país, pero actualmente ya no lo es. Ha llegado a ser mucho menos: ya no es más que una gran potencia, lo que tiene su importancia en el plano político, pero eso es todo.
Ahora nosotros miramos en dirección a Estados Unidos o a la URSS, que también ha sido un gran país —por qué no recordar a Tolstoi o a Dostoievski; esos dos grandes nombres son suficientes—. Pero hoy se trata simplemente de dos grandes potencias, y es una pena que apartemos los ojos de Europa. Europa debe procurar que volvamos de nuevo a mirarla, porque somos fundamentalmente europeos…
Y luego, cuando yo hablo de Europa, no me refiero a una simple entidad geográfica; hablo de algo que para mí está vivo. Quiero decir con ello que tengo sangre española, sangre británica, sangre portuguesa, sangre judía y, de forma mucho más alejada —ello me remonta al siglo XIV—, sangre francesa, normanda para ser más preciso. Por muy raros que sean mis ascendientes franceses y por muy alejados que estén, yo tengo el orgullo de haber compuesto, por ejemplo, la Chanson de Roland, y creo que todo europeo debería enorgullecerse de haber compuesto la obra de Hölderlin, la de Racine, la de Shakespeare y, sobre todo, esa obra maestra de la literatura occidental que es —al lado de la Biblia, que es una obra oriental— la Divina Comedia, de Dante. En otros términos, Europa es para mí algo vivo…
Creo que cometemos un error mirando en dirección a dos países que han llegado a ser esencialmente subalternos, como es el caso de la Unión Soviética y Estados Unidos. Deberíamos dirigir nuestros ojos hacia Europa porque nosotros somos unos europeos exiliados, y además exiliados lo suficientemente lejos como para tener la visión de Europa, porque en Europa you can’t see the woods for the trees, como se dice en inglés, los árboles no dejan ver el bosque. Pero nosotros sí estamos en condiciones de ver ese gran bosque, ese gran bosque secular que es Europa, y podemos percibir su unidad. A fin de cuentas, ¿qué significa pertenecer a un país? ¿Qué significa ser europeo, ser argentino? Es un acto de fe. Bien entendido, los europeos deben hacerlo también y acordarse de que es conveniente que sean, como lo quería Nietzsche, buenos europeos en lugar de contentarse con decirse “somos irlandeses, somos escoceses, somos noruegos…”

En diario El País,113 Madrid, jueves 17 de octubre de 1985

113. Borges encabeza esta encuesta en la que participa gente del este de Europa y del norte y sur del continente americano: Ángel Pestaña, Tom Bottomore, Juan Luis Cebrián, Leda Vigliardi, Robert Gregoire, Román Gubern, Alfredo Fierro, Hans Christoph Buch, Jacques Le Goff, Jean-Pierre Faye, José María González Ruiz, Antonin J. Liehm, Vittorio Strada, Alberto Moravia, José Antonio G. Casanova, René Thom, Miquel de Moragas, Arnold Wesker, Federico Mayor Zaragoza, Efim Etkind, Fernando Savater, José Cardoso Pires, José Luis L. Aranguren, José Mattoso.


Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Borges y Marcos Ricardo Barnatán 

4/7/18

Jorge Luis Borges: La dinastía de los Huxley


Aldous Huxley, by Cecil Beaton, 1936 - NPG P869(17) - © Cecil Beaton Studio Archive, Sotheby's London
© Cecil Beaton Studio Archive, Sotheby's London


Si las amplias catástrofes militares que vaticina Aldous Leonard Huxley no derogan el hábito o la tarea de escribir libros, los hombres del cercano porvenir escribirán, sin duda, la historia de la dinastía de los Huxley. "De hacer muchos libros no hay fin", dice el Eclesiastés con su acostumbrada amargura; admitamos que el hecho es real y procuremos imaginar las formas probables que asumirá esa "Huxley Saga", o —para usar el rótulo ruidoso de Emilio Zola— esa Historia Natural y Social de la Familia Huxley. Sospecho que el primer historiador escribirá en función de Aldous Leonard, ahora el más ilustre, y verá en Thomas el abuelo, en Leonard el padre y en Julián el hermano, simples variantes o vanas aproximaciones del autor de Point Counter Point. No hay libro que no encierre un contralibro, que es su reverso: a esa interpretación harto "evolucionista" de la familia, sucederá otra historia que supedite el nieto afrancesado al abuelo batallador. Después, un libro que recalque las diferencias de las tres ilustres generaciones; seguido, naturalmente, de otro que recalque los parecidos y que tal vez, a la manera de esas fotografías genéricas que fabricaba por superposición Francis Galton, concentre los diversos Huxley en un solo individuo intemporal, o siquiera longevo. Ese volumen (si el autor no es menos genial que esta previsión) tendrá en el frontispicio una de esas fotografías platónicas de que hablé, y como epígrafe el pasaje de Julián: "La continua corriente vital llamada género humano está rota en pedacitos aislados llamados individuos. Esto sucede con todos los animales superiores, pero no es necesario: es un expediente. La materia viva tiene que desplegar dos actividades: una que se refiere a su inmediato comercio con el mundo exterior; otra a su futura perpetuación. El individuo es un artificio para que una porción de materia viva pueda desempeñarse y proceder en un medio ambiente determinado. Después de un tiempo lo desechan y muere. Contiene, sin embargo, una reserva de sustancia inmortal, que transmite a las generaciones futuras".

La entonación del párrafo anterior es tranquila; el concepto, desolador. "Voy a escribir acerca de los hombres como si escribiera de sólidos, de superficies planas y de líneas", se propuso Spinoza. Ese astronómico desdén, esa casi divina imparcialidad, es típica de todos los Huxley. Decirle inhumana es absurdo: si algo humano hay, en el sentido privativo de la palabra, es la capacidad de encarar nuestro propio destino, nuestras más íntimas vergüenzas y dichas, como si le sucedieran a alguien que ha muerto. El sentimiento básico de los Huxley es el pesimismo. El de todos ellos. En Thomas Henry Huxley, el antepasado, los manuales de literatura inglesa no quieren ver sino el polemista ruidoso, el compañero de batalla de Darwin. Es cierto que dedicó buena parte de su vigor, y aun de su descortesía, a divulgar el parentesco del homo sapiens con el homo caudalus, del universitario de Oxford con el orangután de Borneo; pero esas indiscretas revelaciones —que Carlyle nunca le perdonó— están muy lejos de agotar su obra múltiple. Una superstición divulgadísima de nuestro siglo XX identifica al siglo anterior con el materialismo absoluto y con las incurables boberías del optimismo. Thomas Huxley, ¡en 1879!, refuta el primer cargo: "Si el materialista arguye que el orbe y todos sus fenómenos son reducibles a materia y a movimiento, el idealista puede responder que el movimiento y la materia no existen sino en cuanto nosotros los percibimos; vale decir, no son más que estados mentales. El argumento es irrefutable. Si me obligaran a elegir entre el materialismo absoluto y el idealismo absoluto, optaría por el segundo". En cuanto al otro cargo, el de un injusto y candoroso optimismo, básteme trasladar sus palabras: "Las doctrinas de la predestinación, del pecado original, de la depravación innata del hombre, de la desdicha de los más, del reino de Satán en la tierra, de un demiurgo malévolo, me parecen (por extravagante que sea su forma) mucho más razonables que nuestra ilusión liberal de que todos los chicos nacen buenos y de que luego los deteriora el ejemplo de una sociedad corrompida... tampoco puedo creer que la Providencia sea un oculto filántropo y que todo, a la larga, mejorará". En otra página declara no haber percibido jamás en la Naturaleza la menor huella de un propósito moral, y anota que éste es un artículo de fabricación humana exclusiva. La evolución, para Huxley, no era un proceso necesariamente infinito: creía en una declinación después del ascenso, en la gradual desanimación de este mundo. El hombre vertical (insinuó) recaerá en el oblicuo mono, la voz articulada en el tosco grito, el jardín en la selva o en el desierto, el pájaro en el árbol encadenado, el planeta en la estrella, la estrella en la vasta nebulosa, la nebulosa en la improbable divinidad. Esa inversión o regresión del proceso cósmico no abarcará menos centenares de siglos que la etapa creadora. Siglos de siglos lardará una frente en deprimirse un poco, en proyectarse más bestial un perfil... La hipótesis es lóbrega: podría ser muy bien de Aldous Huxley.

Charles Maurras nos habla sin ironía de cierto "maestro de tradición", J. F. Bladé, hijo, nieto y bisnieto de soldados, que para continuar esa tradición "determinó batirse con Alemania en el terreno de la ciencia". ¡Triste manera de entender la ciencia, denigrándola al ejercicio jurídico de probar que el acusado nunca tiene razón; triste manera de entender la tradición, denigrándola a un juego de odios! Mejor la sirven los Huxley interrogando al mundo, sin otro compromiso que el de la probidad de su método. Eso debe ser la tradición: un instrumento, no la perpetuación de unos malhumores.

15 de enero de 1937
Imágenes abajo:

Aldous Huxley and his son Matthew, 1932, by Dorothy Wilding


(Left to right) Gerald Heard, Christopher Isherwood, Julian Huxley, 
Aldous Huxley and Linus Pauling, Los Angeles 1960, by Ralph Crane




















Jorge Luis Borges: Textos cautivos (1986)
Antología de trabajos publicados por JLB en la revista El Hogar entre 1936 y 1940
Edición de Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal
© María Kodama, 1995
© Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2016





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