7/7/16

Jorge Luis Borges: Conversación con el público de Eseade [23 de septiembre de 1985]






Pregunta (formulada por Alberto Benegas Lynch [h], coordinador de toda la entrevista en la que intervendrían distintos asistentes del público): En esta institución nosotros encaramos con especial interés lo que llamamos la problemática de los conceptos holísticos, es decir, aquellos conceptos que aparentemente no aluden a ninguna verdad concreta, pero con los cuales la gente se ha acostumbrado a manejarse en la vida cotidiana, tales como la “humanidad,” el “hombre” y cosas por el estilo. ¿A qué se debe, según usted, que la gente se tenga que manejar con estos conceptos y en qué medidas son útiles para usted? 

Borges: Yo creo que son males necesarios, ¿no? Es obligatorio recurrir a ellos. No es que crea demasiado en ellos, pero creo que son indispensables. Al hablar, generalizamos. No podemos hablar de otro modo, si no se debería inventar una palabra a cada instante para cada cosa y el diálogo sería dificilísimo. Pero al mismo tiempo, esas palabras ofrecen peligros, por ejemplo, pueden ser interpretadas supersticiosamente, creo. Al mismo tiempo, piense usted que cada abstracción es una metáfora, empezando por la palabra metáfora que quiere decir “traslación” en griego, me han dicho, yo no sé griego, pero en fin. O lo que dijo Emerson, que el lenguaje es poesía fósil, y eso se aplicaría especialmente a las relaciones. Creo haber contestado más o menos esa difícil pregunta, no sé. 

Pregunta: ¿Cómo entiende Jorge Luis Borges el concepto de libertad? 

Borges: Yo creo que el libre albedrío es una ilusión necesaria. En este momento me siento libre. Pero si usted me revela ahora que el momento en que yo dije “en este momento me siento libre” yo no podía decir otra cosa, yo acepto que no existe el libre albedrío. Pero necesitamos esa convicción de algo, quizás falso, para escribir. Es decir, tenemos que pensar que elegimos. Es decir, posiblemente seamos piezas, pero tenemos que pensar que somos los jugadores que mueven esas piezas. Y es raro que usted me hable de eso, porque, precisamente, ayer estaba escribiendo un prólogo a la obra The Will to Believe (La voluntad de creer) de William James, en que se trata ese tema del libre albedrío. Y estaba recordando también a Jonathan Edwards que escribió, siglo y medio antes, una defensa de la predestinación. Es decir, yo creo que si a nosotros nos dicen que desde el momento en que nacimos hasta ahora hemos sido meros títeres, hemos estado obligados a hacer lo que hacíamos, no por la voluntad de un Dios, sino, bueno, con la suma infinita del tiempo pasado, lo aceptamos. Pero si nos dicen que en este momento estamos trabados, nos revelamos, y basta con eso, basta con esa ilusión del libre albedrío. Y recuerdo una frase de William James, que dijo que él había vacilado mucho tiempo, él estaba muy enfermo, no sabía qué pensar y luego él tomó la decisión de creer en el libre albedrío y ese acto, dice, de creer en el libre albedrío, fue mi primer acto de libre albedrío. Y luego me convenció de que realmente existe el libre albedrío y convenció a muchos otros, desde luego. Y quizá la ética requiera que creamos en el libre albedrío, porque, bueno, si nos mueven no podemos ser culpables, no merecemos, desde luego, castigos ni recompensas. Pero yo vuelvo a eso, creo que el libre albedrío es una ilusión necesaria de cada instante, pero espontáneamente nosotros tomamos esa decisión, en cada momento, más allá de discusiones abstractas. Es decir, nosotros nos sentimos libres y quizá baste con ese sentimiento de libertad y algún día sabremos, o quizás nunca sepamos si hemos sido libres o no. 

Pregunta: ¿Para usted Dios es también una ilusión necesaria? 

Borges: No, yo hasta ahora he prescindido de esa ilusión, pero si otros la precisan, ¿por qué no? Estoy repitiendo a William James. Es decir, yo creo en un propósito ético y quizás estético, quizá intelectual, como Swedenborg y Blake. Pero en cuanto a mí, yo he tratado de creer en un Dios personal, en un Señor, digamos con todo respeto, que en este momento está observándonos o inventándonos o soñándonos, pero yo realmente no puedo creer en Dios como un ser personal. Creo, desde luego, en un propósito ético, estético e intelectual y quién sabe cuántos más de este universo, pero yo no me siento angustiado ni busco a Dios. Todo eso no lo entiendo. Hasta ahora he prescindido de Él, ¡y creo que Él ha prescindido de mí también! 

Pregunta: ¿A qué atribuye usted la impopularidad hoy de la poesía? 

Borges: No creo que sea impopular la poesía. Por lo pronto, hay una curiosa noticia que me han dado y es que se han vendido, increíblemente, diez mil ejemplares de un libro mío de poesías. Pero lo que yo noto es que la gente está perdiendo el oído totalmente y la cadencia, el oído es muy importante para la poesía, más que otros elementos. Pero yo creo que la poesía es una necesidad, una necesidad –usemos una palabra ambiciosa– eterna de los hombres, pero que puede darse bajo distintas formas. Yo creo que la poesía no corre ningún peligro. En cambio hay cosas efímeras, por ejemplo, la economía, el Estado, todo eso puede pasar y ojalá podamos prescindir de todo eso, pero la poesía no. Quiero asegurarles esto, yo pienso poco, bueno, a mí no me gusta lo que yo escribo, pero sin embargo hay un placer en la escritura casi igual al incomparable placer de la lectura. Es decir, cuando yo escribo algo, yo no creo que eso sea bueno, pero siento que estoy cumpliendo con mi única función posible, o una de mis únicas funciones posibles, la de escribir. Y eso es una felicidad. Y después cuando uno relee, uno se da cuenta de que no era para tanto y finalmente uno desea que todo sea olvidado, pero mientras uno escribe, uno de algún modo está, en fin, el que es escritor siente que está cumpliendo una función que puede no ser muy interesante, pero que es tan necesaria como la respiración, digamos, o como la circulación de la sangre. 

Pregunta: En uno de sus cuentos, El Sur… 

Borges: Ah, sí, yo recuerdo ese cuento. Ese cuento yo lo escribí urgido por la lectura de Henry James. Yo pensé voy a escribir un cuento deliberadamente ambiguo. Yo pensé en tres lecturas posibles, pero sin duda hay más. Dante creía en cuatro lecturas posibles de la escritura y de su poema. Yo pensé voy a escribir un cuento que pueda ser leído de tres modos distintos, pero después hay personas que han encontrado un cuarto y quinto modo, lo cual es mejor. Pero usted quería decirme otra cosa sobre el cuento… 

Pregunta: El personaje parece elegir una forma de muerte más… 

Borges: Bueno, pero cuando yo escribí ese cuento yo sentía alguna nostalgia de la vida de mis mayores, que fueron soldados. Yo recordé que un abuelo mío se había hecho matar en la batalla después de la capitulación de Mitre, yo pensé, bueno, qué lindo destino morir en la llanura y morir después de una batalla, y de ahí salió todo el cuento. Pero yo ahora creo que esa parte es un sueño del personaje y yo creo haberlo indicado también en el texto, que Dahlman muere bajo la anestesia. Y todo lo que sucede después es un sueño que él tiene cuando está bajo la anestesia antes de su muerte. Y eso está indicado en los detalles del cuento. Por ejemplo, él lleva al sur un ejemplar de Las mil y una noches y ese ejemplar él lo tenía cuando ocurrió el accidente, es cierto, me ocurrió a mí. Luego, cuando él llega a la pulpería, al almacén de campaña ese, hay gente ahí que se parece a la gente que lo atendió en el sanatorio. Claro, porque acababa de verlos y fabrica su sueño con elementos recientes. Y luego hay otros datos que yo no recuerdo que confirman esa hipótesis, que yo acepto por un momento, de que la primera parte del cuento pertenece a lo que llamamos realidad y la segunda parte es una realidad soñada por Dahlman. Y luego yo me identifico con Dahlman, a veces de un modo que podemos llamar inverso. Por ejemplo, los mayores de Dahlman tienen una estancia en el sur, mis mayores tuvieron campos cerca de San Nicolás, al norte.
Luego Dahlman es alemán, y yo soy de ascendencia inglesa, Haslam. Hay otros detalles que son autobiográficos y están puestos, yo no sé, para mí solamente ya que no los pueden ver ustedes ni nadie en especial. Cuando yo escribí ese cuento yo pensé voy a escribir un cuento de Henry James, un cuento deliberadamente ambiguo, y voy a situarlo en un ambiente del todo distinto, la provincia de Buenos Aires al sur. Yo recordé también uno de los primeros viajes que hice a Bahía Blanca y tuve esa impresión que yo doy en el cuento (…) era un viaje largo entonces, tomaba un día, y cada vez se iba internando más en el campo y había más soledad y yo quise dar esa impresión en el cuento también. Hay quienes piensan que ese cuento es mi mejor cuento y amigos míos que me aseguran que es mi único cuento, pero yo pienso ¿quién sabe si he llegado a uno todavía, no? En todo caso, ese cuento sería el cuento, pero para otros no, otros prefieren un cuento escrito –demasiado escrito para mí, overwritten como se dice en inglés–, prefieren Las ruinas circulares, que está situado no en un mítico Sur, sino en el mítico Oriente de Las mil y una noches. Pero quizá ese cuento requiriera ese estilo rememorativo, ese estilo, bueno, un poco nuevo, un estilo que trata de no ser indigno de Lugones. 

Pregunta: ¿Usted como escritor siente limitaciones con el idioma con que le tocó escribir, es decir, usted piensa que el castellano tiene limitaciones? 

Borges: Sí, pero parece que todo escritor siente eso en lo que se refiere a su idioma, ya que tienen que lidiar con él, tienen que dominarlo, de algún modo. Creo que Goethe dijo que a él le había tocado la peor materia, que era el idioma alemán. Él tenía que luchar con el alemán. En cambio si yo leo textos en otros idiomas, es decir, los dos o tres idiomas que puedo leer, claro, yo acepto y agradezco todo, pero supongo que a un escritor de esos idiomas no le ocurre eso, piensa sobre todo en las dificultades. Yo casi todo lo que he leído ha sido en inglés. He leído relativamente poco en otros idiomas y en general he leído poco, pero claro, yo acepto y agradezco el inglés, en cambio acepto y tengo que trabajar con el castellano, y cuando uno trabaja con un idioma, uno lo siente como algo bastante terco, bastante rebelde, podemos decir.

Pregunta: ¿Qué es la soledad para Jorge Luis Borges? ¿Está reflejada en aquel cuento que habla sobre el minotauro que dice que la reina dio a luz un hijo llamado Asterión? 

Borges: No, ese cuento yo lo escribí porque había que justificar, como dicen en las imprentas, tres páginas en una revista. Yo encargué la ilustración y escribí esa tarde y esa mañana el cuento. No, para mí ahora la soledad es una ocasión, es una oportunidad para inventar, para soñar y para hacer, digamos, borradores mentales. Yo estoy solo, estoy versificando, estoy ensayando un verso, probándolo, corrigiéndolo, volviendo a otra versión. Hace no mucho leí que Kipling obraba del mismo modo. Ahora, Kipling una vez que el texto había pasado por cinco o seis borradores mentales lo escribía, luego lo dejaba en un cajón y al cabo de unos meses, lo retomaba y encontraba errores muy, muy groseros y luego “atizaba el fuego”, como él dice. Es decir, suprimía alguna frase. Dice que eso da más vida al texto. Ahora, en mi humilde caso particular, ocurre lo contrario. Los borradores son breves y los textos son demasiados largos. Pero Kipling parece que no; Kipling empezaba con borradores largos y luego iba omitiendo lo que no fuera esencial y llegaba así a cuentos breves y, yo diría, perfectos, en los que no sobra nada. Y creo que una ventaja del cuento o del soneto sobre la novela es esa, parece imposible concebir una novela sin un (…). Sin embargo, ahí está El sueño de los héroes de Bioy Casares y está Heart of Darkness de Conrad, que vienen a ser novelas. Bueno, lo que pasa con un texto breve es que uno puede vigilarlo más. En cambio, la lectura de una novela es sucesiva y, quizá, la escritura lo sea también. Y quizá eso se note, a veces hay pasajes ociosos, el autor interviene demasiado en lo que escribe, o permite que sus opiniones intervengan. Yo creo que, por ejemplo, el soneto puede ser perfecto en ese sentido. Son catorce líneas y uno puede vigilarlas bastante bien. ¡En cambio ciento cuarenta páginas, no! 

Pregunta: ¿Nos puede dar una reflexión sobre la educación actualmente en la Argentina? 

Borges: Bueno, según las últimas noticias que tengo de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Universidad de Córdoba que he visitado, es realmente un tema demasiado melancólico para esta tarde. No podemos evitar esos temas tristes. Por ejemplo, bueno, por qué no ser indiscreto. Yo asistí a una clase en la Universidad de Córdoba. El tema era “Psicología dinámica”. Mi padre fue profesor de psicología y se hubiera asombrado tanto como yo ante el tema: “Psicología dinámica”. Yo creía siempre que la psicología sería, digamos, el estudio de la conciencia, de sus hábitos. Pero no, esa primera clase a la que yo asistí era una serie de clamores, de retuétanos basados en etimologías más o menos apócrifas. Por ejemplo, recuerdo esto que escribió el profesor Ortiz en el pizarrón que fue escrito por los estudiantes. Bueno, el tema era creer y crear. Fue ese el tema de la psicología. Pero ¿el resultado cuál era? Se descubría, supongo, se inventaba, que dos palabras tienen la misma etimología, llegaba a la conclusión bastante alarmante o sorprendente, por cierto, de que si uno crea, uno cree lo que ha creado. Y si uno cree, uno ha creado algo para su conciencia. ¡Ergo, creer y crear con la misma cosa! ¿Eso es psicología? ¿Por qué no siderurgia o cirugía, o lo que fuere? En fin, busquemos temas que se parezcan menos a la desesperación. 

Pregunta: ¿Un escritor puede escribir enajenado o movido, incluso drogado, o escribir es un acto de lucidez casi implacable? 

Borges: No, la escritura es imposible sin la emoción. Bueno, ya Horacio escribió aquello de “si quieres que llore, tienes que llorar.” Bueno, yo no iría tan lejos como el llanto pero creo que la emoción previa es necesaria, sino para qué escribir. Me dicen que una máquina puede escribir. Sí, ¿qué necesidad tiene de escribir? Ninguna. Se requiere una emoción previa y, luego, bueno, en mi caso particular, que desde luego no tiene por qué ser ejemplar, yo recibo algo y lo que recibo es algo muy vago y ello de acuerdo con la doctrina romántica de los clásicos que creían en la musa y contraria a la idea de Poe de que escribir es un acto intelectual. Bueno, uno recibe algo y luego, poco a poco, uno va averiguando. Uno averigua si ese algo que uno ha recibido quiere ser escrito en verso, en prosa, en verso libre, si quiere ser un cuento, si quiere ser una novela, si quiere ser una pieza de teatro. Todas esas noticias uno va recibiéndolas. Ahora en mi caso, trato de intervenir lo menos posible en lo que escribo, porque cuando intervengo, hecho a perder las cosas, por lo general. De modo que uso la sintaxis más sencilla, el vocabulario más sencillo también y luego poco a poco me es revelado por alguien o por algo, quizá por lo que Yeats llamaba… no recuerdo.. ah, sí, la “gran memoria,” que es la memoria que cada uno hereda, las memorias de todos los mayores. Bueno, luego, poco a poco si eso que había sido dado debe ser referido en primera persona, en tercera persona o si eso corresponde a tal época o a tal otra. Ahora, yo en general, cuando se me ocurre algo, elijo como fecha entre 1890 y el último año del siglo, 1900. Porque, yo pienso, si yo escribo algo contemporáneo el lector se convierte en un espía de lo que yo escribo. Es decir, me dice: no, en la esquina de Chile y Bolívar no se habla de tal modo. En cambio si yo digo que tal hecho les ocurrió a compadritos en el barrio de Palermo o en el barrio de Turdera hacia el año 1890 y tantos, quién puede saber cómo era (…). Pero si yo elijo, por ejemplo, a Siria dos siglos antes de la era cristiana, todo el mundo sabe que no sé absolutamente nada. Yo recuerdo me contaron una vez, un caso que había ocurrido con un turco, en Rosario. Yo pensé, esto puede ser argumento para un cuento, pero si yo pongo un turco, el lector sabe que no sé nada de turcos, pero poner un italiano es más verosímil, lo he de situar en Buenos Aires lo cual es más verosímil para mí, y más o menos logré salvarlo. 

Pregunta: ¿Cómo fue que escribió Ficciones y qué lugar ocupa en su escala de predilección? 

Borges: Yo no recuerdo exactamente a qué cuento corresponde ese título, porque los títulos son lo último que pone uno, ¿no? Ficciones, ¿usted dice en general, o el libro que lleva ese título?

Pregunta: El libro. 

Borges: Si usted me recuerda alguno de los cuentos podría contestarle, porque ahora todo eso sucedió hace tanto tiempo y muy lejos que carezco de toda autoridad para hablar sobre el autor de ese libro. 

Pregunta: Señor Borges, ¿qué es para usted la cultura? 

Borges: Generalmente, es una palabra que usan las personas muy incultas. Yo no sé si soy un hombre culto, realmente, pero trato de serlo. En todo caso, el culto de la barbarie me parece tristísimo. Somos ya bastante bárbaros como para fomentar esto. 

Pregunta: Con respecto a lo que usted decía, señor Borges… 

Borges: ¿Quién sabe lo que he dicho? Ya ha pasado algún tiempo, ya todo eso pertenece al pasado. 

Pregunta: No, respecto de esto último que usted decía, que hablar de algo que la gente sepa que uno no sabe, usted en el libro El Aleph habla sobre Los dos reyes y los dos laberintos… 

Borges: Bueno, no, ese cuento está atribuido a Las mil y una noches, y entonces por qué no suponer que alguien en la India, en Persia, en el Asia Menor, en Egipto, haya imaginado esa historia. Eso es sólo un cuento para Las mil y una noches y hasta cito, creo, el tomo de Burton, que da a luz ese cuento. 

Pregunta: ¿Guarda algún sentido ético ese cuento? 

Borges: No, yo pensé simplemente en el hecho de que, bueno, al decir laberinto uno piensa en un edificio muy complejo, y al decir desierto uno piensa en una llanura determinada. Pero el desierto puede ser un laberinto, y de esa reflexión (…) salió el cuento (…). Creo que le gustó a mucha gente. Es que el título es lindo, me parece. Ese fue un error, seguir más allá de la historia de los dos reyes y los dos laberintos es lindo, no, pero yo cometí la imprudencia de escribir el cuento también. Después me dijeron que había un error que fue evidente, en la última línea yo digo que murió de hambre y de sed, pero parece que no, que se muere de sed, que el hambre no se siente, pero eso ya lo hemos corregido en otra edición. Dos palabras menos para el texto, lo cual es precioso. 

Pregunta: Usted ha dicho en alguna oportunidad que la censura exige la imaginación y que a veces de la censura han surgido algunas obras importantes. 

Borges: Yo creo que sí. Vamos a repetir una frase de Goethe que dice “en la limitación se ve al maestro”. Ahora, la censura sería una traba, pero eso puede obligar al escritor a la ironía, puede ayudarlo a ser Swift o Voltaire, digamos. En cambio, las cosas que se dicen directamente tienen menos fuerza. De modo que, la censura puede ayudar a la literatura sin proponérselo, desde luego. Por ejemplo, Anatole France escribió que “la ley con majestuosa imparcialidad prohíbe tanto a los pobres como a los ricos dormir bajo los puentes”. Ahora eso tiene más eficacia que dicho directamente, y continuamente se usa esa forma de decir las cosas. 

Pregunta: ¿Y cómo se sentiría Jorge Luis Borges si le prohibieran escribir sobre espejos y sobre laberintos? 

Borges: Bueno, ahora estoy defendido por la ceguera, ¿no? Puedo estar en el centro de una habitación hecha de espejos (…) y no ver nada. Ahora de hecho estoy rodeado de espejos personalmente inofensivos para mí. Ojalá que no lo fuera, desde luego. Ahora, el laberinto no ha sido elegido por mí. El laberinto me ha elegido porque es un símbolo evidente de perplejidad y yo me siento continuamente perplejo. Perplejo y asombrado, y entonces el laberinto es el símbolo más fácil. ¡Además la palabra laberinto es tan linda! Pero el inglés tiene dos palabras: maze –no es una palabra especialmente linda, uno piensa en un jardín–, en cambio laberinto, bueno, uno puede entrar en un maze pero no puede salir de un laberinto, nunca. Es una palabra lindísima en todos los idiomas. (…) 

Pregunta: En más de un caso los argentinos hemos mirado hacia Europa, tal vez como ejemplo o por lo menos punto de interés despreocupándonos un poco de Latinoamérica. Algunos de los hechos recientes, sobre todo actitudes de otros países latinoamericanos, nos han traído a la reflexión de que a lo mejor habría que cambiar ese enfoque. ¿Cuál sería el punto correcto de eso, señor Borges? 

Borges: A mí no me gusta estar en desacuerdo, pero estoy en desacuerdo con usted. Europa sigue siendo el centro y es una lástima que se haya perdido. Y nosotros, desgraciadamente, somos Sudamérica. Bueno, voy a seguir nuestra historia, la historia contemporánea, somos Sudamérica. Pero ¿qué es Sudamérica? Sudamérica es un reflejo lejano de Europa, ya que ciertamente no somos indios, por ejemplo, y si lo fuéramos tampoco lo sabríamos. Para mí, yo creo que ser americano, digamos de los Estados Unidos, del Canadá o de República Oriental o la República Argentina, es ser europeo, quizá con más libertad que el europeo, ya que no estamos atados a una tradición. Yo, por ejemplo, pienso que debo tratar de llevar todas las tradiciones de Europa y si puedo las del Asia también y las del África, ¿por qué no? Hago todo lo posible. Yo me siento hospitalario a Europa y creo que ahora, bueno, jugar a ser latinoamericanos, y, quizá lo seamos, pero que incurablemente no nos deben de fomentar eso. Discúlpeme, porque no me gusta estar en desacuerdo, pero en este caso, la sinceridad me obliga a eso. 

Pregunta: ¿Las diferencias en ideologías o religiones, entre ortodoxias y herejías, usted cree que terminarán siendo todas una sola cosa como en el cuento de los dos teólogos? 

Borges: No, yo creo lo que se cree en el Japón. Por ejemplo, en el Japón el emperador profesa el shinto, profesa la enseñanza del Buda, y puede ser también anglicano, metodista, católico, mormón quizás, lo que fuere. Se sostiene que dos religiones son reflejos, son facetas de una misma verdad, lo cual puede ser cierto. Pero el hecho es que la intolerancia religiosa es desconocida fuera de lo que uno llama el judeo-cristianismo. Por ejemplo, cuando Ashoka profesó la fe de Buda en la India no obligó a nadie a convertirse a esa fe. Bueno, y hay un libro de Aldous Huxley, que se llama algo así como La filosofía universal, y llega a la conclusión de que los místicos de todas las religiones han estado esencialmente de acuerdo, salvo que han usado mitologías distintas. Esencialmente lo mismo da que digamos Alá, que digamos Dios o que hablemos de Brahma, vendría a ser lo mismo. Yo soy incapaz de ser un fanático ya que no soy un creyente. 

Pregunta: Probablemente se pueda extender al campo de las ideologías, que parecen generar tanta intolerancia como en el campo religioso. 

Borges: Ojalá se pudiera, ¿quién sabe? Creo que nuestro deber es la esperanza, pero no una esperanza impaciente. En todo caso, ¿por qué no esperar medio siglo, digamos? Lo cual históricamente es muy poco, aunque desde luego yo no lo veré.

Pregunta: Usted ha escrito varios cuentos a la manera de otros escritores, yo recuerdo uno… 

Borges: Sí, desde luego, por ejemplo escribí dos cuentos donde traté de ser Kafka y fracasé, desde luego. Y otro donde traté de ser Chesterton y también fracasé. Lo que escribo ahora, bueno, me he resignado a ser Borges, que es lector de Kafka y de Chesterton, naturalmente y de tantos otros; de Stevenson, yo diría, en primer término. ¿Por qué no? Me parece que la imitación es perdonable, y además ya el hecho de usar un idioma significa aceptar una vasta tradición, ya que cada idioma es un modo no de comprender pero sí de sentir el mundo. Si Ud. acepta un idioma, Ud. ya acepta muchas cosas. Lo que uno puede hacer individualmente es mínimo. Salvo lo que dijo Shaw de O’Neill: “No hay nada nuevo en él salvo sus novedades”. Es decir, lo más ínfimo, ¿no? 

Pregunta: A mí me parecía una forma de deslindar responsabilidad de lo que son sus cuentos, una forma de decir “las musas me lo dieron, no soy responsable de lo que escribí”. Es como si Ud…. 

Borges: ¡Pero es que prefiero no ser responsable! ¿Por qué voy a sentirme culpable? 

Pregunta: …iba a que todo el mundo actualmente lo considera el más grande escritor de habla hispana… 

Borges: Bueno, es una broma, eso es una generosidad o una ironía suya, es un modo de hablar mal del habla hispana, nada más. Si eso soy yo, bueno, ¿qué podemos esperar, no? Este país ha tenido y tiene excelentes escritores, y yo no estoy seguro de pertenecer a ellos. Aunque alguna página habrá, alguna línea habrá, ¿por qué no? Por un cálculo de probabilidades, sería raro que todo fuera desdichado. 

Pregunta: Si tuviera que citar tres autores argentinos, ¿a quiénes citaría? 

Borges: ¿Pero por qué sólo tres? Pregunta: Podrían ser diez, pero si fueran tres preferentemente, ¿a quiénes citaría? 

Borges: Bueno, pienso en primer término en Groussac, ya después me pierdo un poco. ¿Por qué no Ezequiel Martínez Estrada, que tiene la ventaja de ser inconcebible sin Lugones, y sin Darío u otros más? Creo que las listas son peligrosas porque sólo se notan las omisiones. Si yo hago una lista de 1001 escritores dirán que falta el 1002, de modo que las listas son peligrosas porque llevan a la discusión, no a la convicción, ciertamente. 

Pregunta: I am a North American…There is a question…. 

Borges: Wait a bit, I remember James Royce was a Californian, no? Frost was a Californian, Jack London was a Californian; Bret Hart (…) were also Californians… 

Pregunta: I read an essay of yours, “Our poor individualism”, it was written in 1946. 

Borges: That happened far away and long ago. 

Pregunta: You said things I thought were extremely important. 

Borges: Ah well, in that case I agree with you, of course. 

Pregunta: You spoke of Argentine individualism, you spoke poorly of it and then you said that perhaps it has a redeeming virtue, that Argentine individualism can form the basis of some sort of a political society that would form a bulwark against the two evils of our era, that is, fascism and Nazism. 

Borges: Let’s hope so, let’s hope so. May be I was right, for all I know. 

Pregunta: When I read that I felt a sense of tragedy, because obviously it did not happen in Argentina. 

Borges: Obviously it didn’t. That is an understatement. 

Pregunta: But it could have happened… 

Borges: Yes, it was a happy possibility, why deny it? 

Pregunta: There’s one thing I wondered when I read that: why didn’t you write more things like that? 

Borges: I am not interested in that. After all, well, I am a mere storyteller, perhaps a poet, for all I know. That’s that. But I am no politician. I hate that kind of thing. 

Pregunta: I can understand that, but you wrote it so well, I’ve never seen a better explanation of this. 

Borges: At the same time, as a prophecy the whole thing was sweet dreams…

Pregunta: I think you said “sin esperanza” y “con nostalgia.” 

Borges: Yes, that is right (…) 

Pregunta: You think that there is hope for, as you put it in Spanish, “un mínimo de gobierno”? 

Borges: Yes, well, we’ll have to wait one or two hundred years only, let’s say. But now, I feel, like most of us, we all feel very downhearted. And we have a right to feel like that, unhappily. 

Pregunta: ¿A lo largo de su vida hay algún filósofo que peculiarmente le haya gustado o llamado la atención? 

Borges: Para mí hay uno, Schopenhauer. Pero ¿por qué no Berkeley? Pero si tuviera que elegir uno elegiría entre Hume y Schopenhauer. ¿Por qué no Schopenhauer? Ya que yo me enseñé alemán para leer a Schopenhauer y lo hice. Yo diría que para mí Schopenhauer. (…) corona su historia de la filosofía con Schopenhauer. Sí, Schopenhauer, salvo el pesimismo, creo que eso puede eliminarse de la filosofía de Schopenhauer. Macedonio Fernández pensaba lo mismo. Es decir, si suponemos el mundo como una voluntad de representación ¿por qué debe estar esa voluntad condenada a soñar pesadillas, por qué no permitirle soñar utopías o sueños felices también? Yo creo que el pesimismo es algo personal que agregó Schopenhauer a su sistema, y podemos no ser pesimistas y ser buenos discípulos de Schopenhauer. Y ya que hablé de pesimismo, quiero decirle algo que quizás Ud. no sepa. En el Diccionario de Filosofía de Mauthner, leí que la palabra “optimismo” fue acuñada por Voltaire para reírse de Leibniz, ya que Leibniz había dicho que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y Voltaire dijo: Évidement Monsieur Leibniz c’est un optimiste. Y de ahí salió fatalmente “pesimismo”, pero son palabras recientes. Son dos bromas, dos hermosas bromas que debemos, como tantas otras cosas, a Voltaire, a quien debemos casi todo, yo diría, o muchísimo. Sí, Schopenhauer, ¿por qué no? 

Pregunta: Sr. Borges, en base a su conocimiento de la naturaleza de nuestra sociedad… 

Borges: No, no tengo ningún conocimiento, soy una víctima de esa sociedad y al mismo tiempo he tratado de aprovecharla, como es natural.

Pregunta: ¿Ud. cree que en algún momento se podrá adoptar una filosofía de vida basada en el liberalismo? 

Borges: ¡Pero y ojalá! En todo caso nuestro acto de fe será un instrumento para que ello ocurra. Nuestra fe es útil, bueno, el pragmatismo, William James, etc. Un acto de fe es útil y debo profesarlo, y desde luego el porvenir depende de Uds. los jóvenes y no de una reliquia como yo. 

Pregunta: ¿Qué opina de los jóvenes hoy en la Argentina? 

Borges: Bueno, cuando llegué aquí me hablaron de ideas generales. Creo que “los jóvenes” es demasiado general. Además ¿qué podría yo saber de ellos? Enseñé literatura inglesa y americana durante veinte años aquí, y di cuatro cuatrimestres de literatura argentina en Texas, en Cambridge, Massachusetts, en Michigan, y en Bloomington, Indiana. Tuve ocasión de conversar con muchos jóvenes y tengo la mejor impresión de ellos. Claro, yo trataba no de enseñarles literatura argentina o literatura inglesa sino el amor de esas literaturas o el amor de tales escritores o de tales libros. No algo tan vago como “literatura inglesa,” pero el amor a ciertos libros, sí. Siempre en la primera clase les decía: “La literatura inglesa es riquísima y sería muy raro que no incluyera un sólo autor que haya escrito algo para Ud.”, y efectivamente lo encontraban. Y hace unos meses, me ocurrió algo muy grato, uno de los acontecimientos más felices de mi vida, yo iba caminando por la calle Maipú y me detuvo un desconocido, y me dijo “Quiero agradecerle algo, Borges”, y yo le dije “¿Qué, señor?” y él me dijo “Ud. me ha hecho conocer a Robert Louis Stevenson”, y en aquel momento me sentí justificado, al haber hecho que se conocieran esas dos personas de distinta época, ya que Stevenson murió en 1894 y el que me hablaba era un hombre de este siglo. Pensé no he enseñado en vano algo tan vago como “literatura inglesa”, ya que les he enseñado el amor de un individuo tan querible y tan espléndido escritor como era Stevenson. 

Pregunta: Sr. Borges, en función de las esperanzas y las expectativas que Ud. tenía cuando joven ¿se siente satisfecho con lo que ha vivido y ha alcanzado? ¿Qué consejo le diría hoy a un joven que tiene todo por delante?

Borges: Bueno, mi padre me dio un consejo, creo que puedo repetir sus palabras: me dijo que leyera mucho, que sólo escribiera cuando sintiera una necesidad íntima de hacerlo. Y que no me apresurara a publicar. Ahora acerca de eso, recuerdo a Emily Dickinson, creía que la publicación no es parte esencial del destino de un escritor. Cuando murió encontraron que los cajones en su casa estaban llenos de manuscritos y ahora es famosa en todo el mundo. En estos momentos Silvina Ocampo está vertiendo sus textos al castellano. Desde luego, no proponerse algo, elegir un tema es un error, hay que dejar que los temas lo elijan a uno. Al principio hay que desoírlos, pero después, si el tema insiste, entonces uno se resigna y lo escribe. Yo le pregunté a Alfonso Reyes por qué publicamos lo que escribimos. Él me dijo: “Yo comparto su perplejidad y he optado por una solución”. “¿Y cuál es?” le dije yo. Y me dijo: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores.” Creo que tenía razón. La prueba está en que yo publico un libro yo no leo lo que se escribe sobre ese libro. A partir de los treinta años no he leído una línea escrita sobre mí. Hay bibliotecas enteras, hay tesis, en fin, yo no he hecho nada para que ello ocurra. Yo publico un libro, no sé si se vende o no. Eso le puede interesarle a los editores, a los libreros, no ciertamente al autor, por lo menos no en este país. De modo que yo publico un libro para cambiar de tema, digamos; una vez publicado el libro, bueno, allá él. Como decía Ovidio: “Irás libro a la ciudad”. El libro ya es un ser independiente que tiene que vivir su vida más allá de mi vida personal que fue la ocasión de escribir ese libro. 

Pregunta: Con respecto a la primera parte de mi pregunta, ¿se encuentra Ud. satisfecho con lo que ha logrado, con lo que ha obtenido en esta vida respecto de su expectativa y esperanza que tenía en un comienzo? 

Borges: Bueno, yo al principio tenía la esperanza de ser el hombre invisible de Wells, en ese sentido he fracasado. En muchos países del mundo lo soy. En Suiza por ejemplo –que quiero tanto–, en Suiza conozco al doctor Simón Jichlinski, médico en un barrio pobre de (…) o de Plain Palais; conozco al dueño del hotel, conozco a dos libreros, nadie me conoce y yo no conozco a nadie más, y me siento bastante feliz. En cuanto a lo que he escrito no lo sé, porque no lo he releído tampoco salvo para corregir las pruebas. Pero quizás haya algún cuento que esté bien, por ahí. A veces me leen algo y yo digo “qué lindo” y me dicen “caramba, es suyo”, pero digo yo, ya es de otros, ya que yo no lo recuerdo. Vale la pena vivir, a pesar de los males físicos, del Estado, de la política, de la situación económica en este momento. Con todo, como decía Chesterton: “Haber visto el cielo, estar de pie sobre la tierra, haber estado enamorado,” eso ya es mucho. Uno debe agradecer esas cosas aunque desde luego tenga que pagarlas con toda clase de males. En cuanto a la ceguera, la ceguera brusca puede ser terrible, pero en mi caso la ceguera ha sido como un lento crepúsculo. Y ya que digo crepúsculo, voy a recordar como siempre algo que leí en las Confesiones de un autor inglés, De Quincey, él dice que él había leído en algún texto rabínico que los judíos tenían dos nombres para los dos crepúsculos del día, crepúsculo de la mañana y de la noche: y que uno era el “crepúsculo de la paloma” (es el alba) y otro, la hora del poniente, el “crepúsculo del cuervo”. Dos pájaros unidos al Génesis, y queda muy bien. “Penumbra de la paloma” queda muy bien, y “penumbra del cuervo” también. ¡Dos hermosas metáforas! Pero estoy divagando, como siempre. Tienen que sujetarme ustedes un poco, ¿no? 

Pregunta: Ud. es un gran lector… 

Borges: Bueno, no, he releído mucho. Ahora soy un agradecido lector de Enciclopedias, el mejor género para un hombre ocioso y curioso como yo. He recibido hace poco la Treccani de Italia, que no he abierto aún, en fin, parece inagotable. Tengo la Enciclopedia europea de Garzanti, excelente también, y tengo una vieja edición de la Británica del año 1911, un libro hecho para la lectura, no para la consulta –muy superior a la Enciclopedia Británica actual, que está hecha para la consulta–, en cambio la otra no, tenía largos artículos de Macaulay, de Bernard Shaw, había de De Quincey también, de Arnold, y luego de especialistas, un artículo de (…) sobre la arquitectura china y un artículo de no sé quien sobre literatura persa. En fin, un libro hecho para la lectura.
Yo era muy tímido, yo no me atrevía a pedir libros en la Biblioteca nacional, de modo que yo sacaba del estante un volumen de la Enciclopedia Británica. Recuerdo una noche que fue especialmente generosa conmigo, porque esa noche me dio tres textos: sobre Dreisden, sobre los drusos y sobre los druidas, todos con “dr”. Tuve mucha suerte esa noche, ahora sé algo de los drusos y de los druidas, y algo de Dreisden también, desde luego. Otras noches fueron menos generosas, menos afortunadas. Pero Ud. iba a decir algo, Ud. empezó diciendo que yo era un gran lector. Es falso que yo sea un gran lector. He leído poco pero he releído mucho, he leído “en profundidad”, como se dice ahora. 

Pregunta: ¿Cuán cierta es aquella ironía que dice que “la originalidad es el arte de ocultar las fuentes”? 

Borges: No sé quién dijo eso, pero ¿por qué ocultar las fuentes? ¿Por qué no agradecer las fuentes? Además la cultura consiste en eso, en saber que heredamos una larga tradición, tenemos que ser dignos de esa tradición, además rebelarse contra algo es un modo de continuar la tradición. Wordsworth pensaba muy mal de Pope. Luego recuerdo haber leído escritores ulteriores, por ejemplo Eliot, que pensaba mal de Wordsworth. Ahora los tres son parte de la historia de la literatura y conviven. Creo que quizás sea necesario rebelarse y luego a la larga todos seremos clásicos o seremos olvidados. Recuerdo cuando yo era joven todos queríamos ser Lugones, creíamos que escribir bien era a la manera de Lugones; y ahora hemos descubierto que el modo de escribir de Lugones es uno de los tantos modos de escribir bien o mal la lengua castellana. Pero no es el único, ciertamente. No, ocultar las fuentes me parece un error. Pero si ya el idioma es una tradición, cada idioma es una tradición, cada idioma es un modo de sentir el mundo. Por eso hay palabras que no se dan en otros idiomas (…). Si Ud. dice en castellano por ejemplo “estaba sentadita” yo no creo que Ud. pueda decir eso en otro idioma porque hay cierta ternura en la frase, en la palabra “sentadita” que no se da. Bueno solita sí, en inglés era all alone, en Francia era seulette (pero seulette se ha perdido creo, tout seule, tal vez). Pero hay cierto matiz de ternura en “solita” que no está en tout seule, all alone, o allein en alemán, no es lo mismo. Creo que la diferencia entre nuestro castellano y el castellano de España o el de Venezuela está menos en el vocabulario que en la connotación de las palabras, en cierta ternura e ironía que no hay aquí. Si acá decimos “desbarrancarse” no pasa nada; en cambio me dijo Alfonso Reyes que en México la idea del jinete que se desbarranca es terrible, como de hecho lo es. Bueno esa sería una diferencia, entre tantas otras. Además, los ambientes de las palabras cambian. Ahora “gaucho” es una palabra elogiosa, pero para mi madre decir “gaucho” era decir “es un rústico”. Bueno, como “guaso”, el nombre del gaucho en Chile: aquí quiere decir torpe o rústico en el mal sentido de la palabra –es un “guaso”. En Chile no, “guaso” tiene un sentido distinto. Para la poesía los ambientes y las cadencias son más importantes que el sentido estricto, que el sentido lógico de las palabras. 

Pregunta: ¿Cómo definiría Ud. el concepto de acción humana? Yo le pediría si hiciera un borrador de poesía y pensara en forma poética el concepto de acción humana. 

Borges: Es demasiado abstracto para la poesía ese concepto, demasiado general, yo no podría hacer nada con un tema tan vago como ese. Salvo que por “humano” se entienda bondadoso, o generoso, pero no sé si humano es eso. Si decimos “humano, demasiado humano” no le damos ese sentido. No, yo no puedo contestar una pregunta tan abstracta como esa. 

Pregunta: ¿Por qué el hombre actúa? 

Borges: ¿Cómo? Preguntar eso es como preguntarnos por qué existe el hombre, por qué el universo. Tenemos que actuar, ¿qué otra cosa nos queda? Por ejemplo, a mí ¿qué otra cosa me queda sino soñar, premeditar, escribir, eventualmente publicar? No me queda otra cosa. Sin embargo, espero tantas cosas de la vida. Al cabo de un día, siquiera por un momento, me he sentido muy, muy feliz. Hay que fomentar la felicidad, creo. Cuando yo era joven yo quería ser Hamlet, o (…), o Byron, o Baudelaire, o Poe, o un personaje así, interesante y desdichado. Ahora no, ahora trato de llenar el día, lo que es mucho ya, desde luego. En este momento, por ejemplo, siento la amistad de ustedes, siento esa cóncava amistad de todos ustedes, y sí, puedo decir que me siento feliz. Luego estaré en casa y estaré un poco solo, pero trataré de recordar esta compartida tarde. 

Pregunta: En uno de sus cuentos dice que no podía concebir el mundo sin el Quijote de Cervantes. ¿El paso de los años le ha hecho cambiar esa opinión? 

Borges: Bueno, me gustaría no perder la segunda parte del Quijote. La primera es percances físicos, esa sí la pierdo; el primer capítulo es tan abominable. No, ¿además para qué perder algo? Tratemos de conservar lo poco que tenemos. ¿Por qué no lo precioso de la segunda parte del Quijote? No sé si se ha insistido en el hecho de que las dos partes son esencialmente distintas, ya que en la primera Alonso Quijano es un intruso, Alonso Quijano llega y tiene que sobrellevar una España hostil: recibe palizas, insultos, improperios. En cambio en la segunda parte han pasado diez años, y España entera está esperándolo, España se hace cómplice de su locura (pensemos en Roldán, pensemos en los duques…). Por eso es tan terrible el último capítulo cuando Quijote, a pesar de haber sido alentado por toda España –que ha leído la primera parte del libro–, se da cuenta de que no ha sido nunca Don Quijote, de que él es realmente Alonso Quijano. Por eso es tan terrible su muerte, el hecho de que se arrepienta de esa locura: no muere –como decía Almafuerte, en la ley de su locura, que es lo que uno hubiera querido, que muriera creyendo que era Quijote. Al final se resigna a haber soñado el Quijote, a haber sido todo el tiempo Alonso Quijano el bueno. Por eso es tan patético el último capítulo. 

Pregunta: ¿Qué es la realidad para Borges? 

Borges: Y yo diría que todo. Sería absurdo suponer que lo que yo soñé anoche y yo he olvidado, es menos real que lo se publica en los diarios. La realidad sería la suma de todo. Si Dios existe, entonces Dios está, todo eso se almacena en lo que yo llamé su “profética memoria”, ya que abarca el futuro también. Todo es real, hasta los males, por ejemplo, la despareja distribución de los bienes espirituales y materiales, la división del planeta en países, la política, las instituciones, todo eso me parece horrible a mí, pero sin embargo forman parte de la realidad y ahí están. (…) Sobre todo la música. Soy indigno de la música: si oigo blues, spirituals, Stravinsky, Gershwin, Brahms, me siento feliz, pero si no soy indigno de la música. Pero tengo algún oído para lo que yo he llamado word music –música verbal– eso sí, yo sé si una sentencia está bien o mal medida, yo sé –aun en el caso del alemán– si un verso es bueno o malo. Me contento con esa poesía, que quizás sea muy inferior a la música, el arte por excelencia. Walter Pater dijo que todas las artes aspiran a la condición de la música, quizás porque el fondo y la forma sean lo mismo, una sola cosa. Pero en fin, yo estoy limitado a ese otro mundo de la música verbal, que no es tan pobre tampoco, es inagotable como todos los mundos, como todas las realidades. 

Pregunta: ¿Qué es la justicia para Jorge Luis Borges? 

Borges: ¿Estamos rodeados de abogados aquí, no? Voy a repetir una frase de Almafuerte, bastante melancólica, Uds. sin duda la saben de memoria: “Sólo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada.” Es demasiado pedir justicia. En todo caso es deseable la justicia, aunque yo no querría ejercerla, desde luego. Soy un hombre muy haragán e irresponsable; que otros lo hagan, no yo. 

Pregunta: Señor Borges, ¿el lunfardo se está extinguiendo o sigue vital? 

Borges: ¡Seamos optimistas y digamos que no existió nunca! Conozco autores de letras de tango, la frase “una mosaica disquera que ayudaba la quimera”, nos volvemos locos, ya que nadie habla así. Soy amigo de muchos payadores y todos ellos tienen más bien un lenguaje altisonante, el lunfardo les parece quizás demasiado casero. Me acuerdo una noche entramos a un almacén en la calle Canning, Carlos Mastronardi y yo. Había un individuo con una guitarra –algo no tan raro entonces– cantando estos versos que no quieren decir nada, pero que están bien medidos y son eufóricos: “siéntese con eminencia / en el sillón soberano / si se sienta su presencia / se habrá sentado lo humano.” Esto no dice absolutamente nada, pero son dos octosílabos bien medidos y que riman, para qué pedirle un sentido, además. 

Pregunta: ¿Por qué dijo al principio de la charla que no le gusta lo que escribe? 

Borges: Bueno, porque si lo leo demasiadas veces me doy cuenta de que no vale la pena publicarlo, y tengo un compromiso con alguna publicación. Además, prefiero leer lo que escriben otros, desde luego, por el elemento de sorpresa. Lo que yo escribo se alimenta de lo que he leído, naturalmente, ya que la imaginación trabaja con la memoria, no hay otro modo de que trabaje. Y a veces la imaginación mejora la cita también, [alguien] dijo que en el caso de Shakespeare era mejor no verificar las citas, uno se siente defraudado siempre. Puede ser, pero el hecho de que un texto sea capaz de darnos buen material para la memoria, una buena arcilla para la memoria, ya es un mérito. 

Pregunta: Borges ¿una sociedad por la que valdría la pena tener esperanzas sería una sociedad sin división en naciones, sin Estado? 

Borges: ¡Desde luego! Eso fue soñado por los estoicos, que acuñaron el escandaloso neologismo “cosmopolita” en una época donde la gente se definía por su ciudad. Pitágoras de Samos, Heráclito de Éfeso, Zenón de Elea, etc., decían que ellos querían ser ciudadanos del universo y escandalizaron a todo el mundo. No hemos llegado todavía; pero quizás nos acerquemos por medio de los imperios, también, puede ser un camino, sin proponérselo desde luego y sin quererlo. Quizás las cosas se hagan así, siempre, más allá de las voluntades que las ejecutan. Además en este siglo ha habido un hecho que pertenece a toda la humanidad, que es el haber llegado a la luna. Pocos días después de la hazaña fue a verme un señor que era Agregado Cultural de la Embajada Soviética, y él me dijo “Ha sido la noche más feliz de mi vida, hemos llegado a la luna”, y le dije “Tiene razón, cada uno de nosotros ha llegado de algún modo a la luna.” A él no le importaba el hecho de que quienes hubieran ejecutado aquello hubieran nacido en América y no en la Unión Soviética, se dio cuenta de que ello era casual, de que no tenía mayor importancia. Creo que todos nos sentimos orgullosos y nos sentimos más felices esa noche, por lo que habíamos hecho. Y curiosamente, Verne y Wells creían que era imposible llegar a la luna. Porque Wells se jactó de que en sus novelas lo fantástico no era profético (como sucede con el caso de Jules Verne, se han realizado casi todas las cosas profetizadas por él). Wells dijo “no, no habrá hombres invisibles, no habrá máquinas para viajar al pasado, no se llegará a la luna”, y sin embargo en el mismo siglo en que decía esas cosas ha ocurrido uno de esos milagros. ¿Por qué no suponer otros, y por qué no alegrarnos de otros milagros futuros y no del todo inverosímiles? Además eso podría ayudar a unir a toda la humanidad, una empresa planetaria como esa, que no sería de agresión contra nadie. 

Benegas Lynch: Bueno Sr. Borges, muchas gracias por su tiempo.


Número 62-63 | Mayo-Octubre 2015 | pp. 207-229
Conversación entre Borges y público asistente
Auditorio de Eseade, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1985
Premio Salón Nacional del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación


6/7/16

Jorge Luis Borges: Islandia







Qué dicha para todos los hombres,
Islandia de los mares, que existas.
Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente.
Islandia de la noche que se aboveda
sobre la vigilia y el sueño.
Isla del día blanco que regresa,
joven y mortal como Baldr.
Fría rosa, isla secreta
que fuiste la memoria de Germania
y salvaste para nosotros
su apagada, enterrada mitología,
el anillo que engendra nueve anillos,
los altos lobos de la selva de hierro
que devorarán la luna y el sol,
la nave que Alguien o Algo construye
con uñas de los muertos.
Islandia de los cráteres que esperan,
y de las tranquilas majadas.
Islandia de las tardes inmóviles
y de los hombres fuertes
que son ahora marineros y barqueros y párrocos
y que ayer descubrieron un continente.
Isla de los caballos de larga crin
que engendran sobre el pasto y la lava,
isla del agua llena de monedas
y de no saciada esperanza.
Islandia de la espada y de la runa,
Islandia de la gran memoria cóncava
que no es una nostalgia.



En Historia de la noche (1977)
Foto: Borges por Fabián Pittroff expuesta 
en Centro Cultural Jorge Luis Borges, junio 2007




5/7/16

Jorge Luis Borges: Historia de la Eternidad [Prólogo]






Poco diré de la singular Historia de la eternidad que da nombre a estas páginas. En el principio hablo de la filosofía platónica; en un trabajo que aspiraba al rigor cronológico, más razonable hubiera sido partir de los hexámetros de Parménides («no ha sido nunca ni será, porque es»). No sé cómo pude comparar a «inmóviles piezas de museo» las formas de Platón y cómo no sentí, leyendo a Schopenhauer y al Erígena, que éstas son vivas, poderosas y orgánicas. El movimiento, ocupación de sitios distintos en instantes distintos, es inconcebible sin tiempo; asimismo lo es la inmovilidad, ocupación de un mismo lugar en distintos puntos del tiempo. ¿Cómo pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo?

  Dos artículos he agregado que complementan o rectifican el texto: La metáfora, de 1952, El tiempo circular, de 1943.

  El improbable y acaso inexistente lector a quien le interesen Las kenningar puede interrogar el manual Literaturas germánicas medievales, que escribí con María Esther Vázquez. Quiero no omitir la mención de dos aplicadas monografías: Die Kenningar der Skalden, Leipzig, 1921, de Rudolf Meissner y Die Altenglischen Kenningar, Hale, 1938, de Herta Marquardt.

  El acercamiento a Almotásim es de 1935; he leído hace poco The Sacred Found (1901), cuyo argumento general es tal vez análogo. El narrador, en la delicada novela de James, indaga si en B influyen A o C; en El acercamiento a Almotásim, presiente o adivina a través de B la remotísima existencia de Z, a quien B no conoce.

  El mérito o la culpa de la resurrección de estas páginas no tocará por cierto a mi karma, sino al de mi generoso y tenaz amigo José Edmundo Clemente.


En Historia de la Eternidad (1936, 1953)
Retrato de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1985


4/7/16

Borges profesor. Clase 15: William Blake. Blake y Swedenborg. Rupert Brooke. Poemas de Blake







Vida de William Blake. El poema «The Tyger»
Filosofía de Blake y de Swedenborg comparadas
Un poema de Rupert Brooke. Poemas de Blake



Vamos ahora a retroceder en el tiempo, ya que hablaremos hoy de William Blake,276 que nació en Londres en 1757 y murió en esa ciudad en 1827.
Las razones que me han llevado a no estudiar antes a Blake son fácilmente explicables, porque mis propósitos eran los de explicar al movimiento romántico fundándolo en algunas figuras representativas: en Macpherson, el precursor, y luego en los dos grandes poetas Wordsworth y Coleridge. En cambio, William Blake queda, no sólo fuera de la corriente pseudoclásica, de la corriente representada —por elegir el término más alto— por Pope, sino que queda fuera del movimiento romántico también. Es un poeta individual, y si a algo podemos vincularlo —ya que como dijo Rubén Darío, no existe el Adán literario—, tendríamos que vincularlo a tradiciones mucho más antiguas, a los herejes cátaros del sur de Francia, a los gnósticos del Asia Menor y de Alejandría de los primeros siglos de la era cristiana, y desde luego al pensador sueco, grande y visionario, Emmanuel Swedenborg.277 De suerte que él278 era como un individuo aislado, sus contemporáneos lo consideraron un poco como loco, quizá lo fue. Fue visionario, como lo había sido Swedenborg también, desde luego, y sus obras circularon poco en su tiempo. Además, se lo conocía más como grabador, como dibujante, que como escritor, Blake fue un hombre bastante desagradable personalmente, un hombre agresivo. Consiguió enemistarse con sus contemporáneos, a quienes atacó con epigramas feroces, y los episodios de su vida son menos importantes que lo soñado y lo visto por él. Vamos a anotar, sin embargo, algunas circunstancias. Él estudió grabado, ha ilustrado libros importantes. Ilustró, por ejemplo, unas obras de Chaucer, de Dante, y sus propias obras también. Se casó —era, como Milton, partidario de la poligamia, aunque no la practicó por no ofender a su mujer—, vivió solo, aislado, y es uno de los muchos padres del verso libre, inspirado un poco, como el anterior Macpherson y el posterior Walt Whitman, en los versículos de la Biblia. Pero es muy anterior a Whitman, ya que el libro Leaves of Grass aparece el año 1855, y William Blake, como he dicho, muere en 1827.
La obra de Blake es una obra de lectura extraordinariamente difícil, ya que Blake había creado un sistema teológico, pero para exponerlo, se le ocurrió inventar una mitología sobre cuyo sentido no están de acuerdo los comentadores. Tenemos a Urizen, por ejemplo, que es el tiempo. A Orc, que viene a ser una suerte de redentor. Y luego tenemos a diosas con nombres tan extraños como Oothoon. Hay una divinidad que se llama Golgonooza, también. Hay una geografía ultraterrena inventada por él, y hay personajes que se llaman Milton —Blake llegó a creer que el alma de Milton se había reencarnado en él, para abjurar de los errores cometidos por John Milton en el Paraíso Perdido—. Además, estas mismas divinidades del panteón privado de Blake cambian de sentido pero no de nombre, van evolucionando con su pensamiento. Por ejemplo, los cuatro Zoas. Hay también un personaje que se llama Albion, Albion de Inglaterra. Aparecen las hijas de Albion, Cristo también, pero este Cristo no es del todo el del Nuevo Testamento.
Ahora, hay una bibliografía muy extensa sobre Blake. Yo no la he leído toda, creo que nadie la ha leído toda. Pero creo que lo más claro es un libro del crítico francés Denise Saurat sobre Blake.279 Saurat ha escrito asimismo sobre el pensamiento de Hugo y el de Milton, considerándolos a todos dentro de esa misma tradición de la cábala judía y anteriormente de los gnósticos de Alejandría y del Asia Menor. Aunque Saurat habla poco de gnósticos y prefiere referirse a los citaros y a los cabalistas, que están más cerca de Blake. Y casi no habla de Swedenborg, que fue el maestro más inmediato de Blake. Muy característicamente, [Blake] se rebeló contra él y habla de él con desprecio.280 Lo que podríamos decir es que, a lo largo de la obra de Blake, a lo largo de sus nebulosas mitologías, hay un problema que ha preocupado siempre a los pensadores filosóficos, y es la idea del Mal, la dificultad de reconciliar la idea de un Dios omnipotente y benévolo con la presencia del Mal en el mundo. Naturalmente, al hablar del Mal pienso no solamente en la traición, la crueldad, sino en la presencia física del Mal: en las enfermedades, en la vejez, en la muerte, en las injusticias que tiene que sobrellevar todo hombre y las diversas formas de la amargura que hallamos en la vida.
Hay un poema de Blake —está en todas las antologías— donde está formulado ese problema, pero desde luego no está resuelto. Y corresponde al tercer o cuarto libro de Blake, las Songs of Experience,281 porque antes había publicado sus Songs of Innocence y el Book of Thel, y en esos libros él habla ante todo de un amor, de una caridad que están detrás del Universo a pesar de sus aparentes sufrimientos. Pero en Songs of Experience ya se encara directamente con el problema del Mal y lo simboliza —a la manera de los bestiarios de la Edad Media—, lo simboliza en el tigre. Y el poema, que consta de cinco o seis estrofas, se llama «The Tyger», «El tigre», y fue ilustrado por el autor.282

No se trata en este poema de un tigre en realidad. Se trata del tigre arquetípico, del tigre platónico, eterno. Y el poema empieza así—traduciré mala y rápidamente los versos al español, y dicen así:

Tigre, tigre ardiente
que resplandeces en las selvas de la noche
¿Qué mano inmortal o qué ojo
pudo forjar tu terrible simetría?

Y luego él se pregunta cómo fue formado el tigre, en qué yunque, por medio de qué martillos, y luego llega a la pregunta capital del poema, y dice:

Cuando los hombres arrojaron sus lanzas,
y mojaron la tierra con sus lágrimas,
¿Aquel que te hizo sonrió?
¿Aquel que hizo al cordero te hizo?

Es decir: ¿Cómo Dios —omnipotente y misericordioso— pudo crear al tigre y al cordero que sería devorado por el tigre? Los versos son aquí:

Tyger! Tyger! Burning bright
In the forests of the night,
What inmortal hand or eye,
Daré frame thy fearful symmetry?

Y luego «Did he smile his work to see?» «He» es Dios, naturalmente. Es decir, Blake está absorto ante el tigre, símbolo y emblema del Mal. Y podemos decir que todo el resto de la obra de Blake está dedicada a contestar esta pregunta. Desde luego, esta pregunta había preocupado a muchos pensadores. Tenemos en el siglo XVIII a Leibniz. Leibniz dijo que vivíamos en el mejor de los mundos posibles inventó una alegoría para justificar esta afirmación. Leibniz imagina el mundo —no el mundo real, sino el mundo posible— como una pirámide, una pirámide que tiene cúspide pero no tiene base. Es decir, una pirámide que se prolonga infinitamente, indefinidamente, hacia abajo. Y en esa pirámide hay muchos pisos. Y Leibniz imagina a un hombre que vive toda su vida en uno de esos pisos. Luego su alma vuelve a reencarnarse en el piso superior, y así durante un número indefinido de veces. Y finalmente llega al último piso, la cúspide de la pirámide, y cree estar en el Paraíso. Y luego —porque él recuerda sus vidas anteriores—, y luego los habitantes de ese último piso le recuerdan, le informan que está en la Tierra. Es decir, estamos en el mejor de los mundos posibles. Y para burlarse de esa doctrina alguien, creo que fue Voltaire, la llamó «optimismo» y escribió el Cándido, en el cual quiso demostrar que en este «mejor de los mundos posibles» existen sin embargo las enfermedades, la muerte, el terremoto de Lisboa, la diferencia de vida entre los pobres y los ricos. Y esto alguien, un poco en broma también, lo llamó «pesimismo».
De suerte que las palabras «optimismo» y «pesimismo» que usamos ahora —decimos que una persona es optimista para decir que está de buen humor o que tiende a ver el lado bueno de las cosas— fueron inventadas en broma para herir de un lado la doctrina de Leibniz, optimista, y las ideas de Swift o de Voltaire, pesimistas, que insistían en que el cristianismo había dicho que este mundo era un valle de lágrimas, en la amargura de nuestras vidas.
Estos argumentos se utilizaron para justificar el mal, para justificar la crueldad, la envidia o un dolor de muelas, digamos. Se dijo que en un cuadro no sólo puede haber colores hermosos y resplandecientes sino que tiene que haber también otros, o también se dijo que la música necesitaba a veces de discordes. Y este Leibniz, a quien le gustaban las ilustraciones ingeniosas pero falsas llegó a imaginar dos bibliotecas. Una consta de mil ejemplares, digamos, de la Eneida considerada una obra perfecta. En la otra biblioteca hay un solo ejemplar de la Eneida y hay novecientos noventa y nueve libros muy inferiores. Y luego Leibniz se pregunta cuál de las dos bibliotecas es mejor, y llega a la conclusión evidente de que la segunda, hecha de mil libros de muy diversa calidad, es superior a la primera, que consta de mil repetidos y monótonos ejemplares de un solo libro perfecto. Y Víctor Hugo diría más tarde que el mundo tenía que ser imperfecto, porque si hubiera sido perfecto se hubiera confundido con Dios, la luz se hubiera perdido en la luz.
Pero estos ejemplos son, me parece, falsos. Porque una cosa es que en un cuadro haya regiones oscuras o que en una biblioteca haya libros imperfectos, y otra cosa es que un alma de un hombre tenga que ser uno de esos libros o uno de esos colores. Y Blake sintió este problema. Blake quería creer en un Dios todopoderoso y benévolo, y al mismo tiempo sentía que en este mundo, en un solo día de nuestra vida, hay hechos que hubiéramos querido que ocurrieran de otro modo. Y entonces, acaso por influencia de Swedenborg, o acaso por otras influencias, llega a una solución. Habían llegado a esa solución los gnósticos, pensadores de los primeros siglos de la era cristiana. Y según la exposición de sus sistemas que da Ireneo,283 habían imaginado un primer Dios. Ese Dios es perfecto, inmutable, y ese Dios emana siete dioses, y esos siete dioses, que corresponden a los siete planetas —el sol y la luna se consideraban como planetas en aquella época—, dejan emanar de sí otros siete dioses. Y así se forma una especie de alta torre de 365 pisos. Esto corresponde a un concepto cronológico, a los días del año, pero cada vez, cada uno de esos cónclaves de dioses es menos divino que el anterior, y ya en el último la fracción de divinidad tiende a cero. Y es el dios del piso inferior al piso 365 el que crea la Tierra. Y por eso hay tanta imperfección en la Tierra, porque ha sido creada por un dios que es el reflejo del reflejo del reflejo del reflejo, etc., de otros dioses más altos.
Ahora, Blake, a lo largo de su obra, distingue al dios Creador, que sería el Jehová del Antiguo Testamento —aquel que aparece en los primeros capítulos del Pentateuco, en el Génesis—, de un dios mucho más alto. Entonces, según Blake, tendríamos a la tierra creada por un dios inferior y ese dios es el que impone los diez mandamientos, la ley moral, y luego un dios muy superior que envía a Jesucristo para redimirnos. Es decir, Blake establece una oposición entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, de modo que para Blake el dios creador del mundo sería el que impone las leyes morales, es decir las restricciones, el no harás tal cosa, el no harás tal otra. Y luego Cristo viene a salvarnos de esas leyes.
Esto, históricamente, no es cierto, pero Blake declaró que así se lo habían revelado los ángeles y los demonios en revelaciones especiales. Porque él dijo que había conversado muchas veces con ellos como lo había hecho el sueco Emmanuel Swedenborg, que murió en Londres también y que también solía conversar con los demonios y con los ángeles. Ahora, Blake llega a la teoría de que este mundo, obra del dios inferior, es un mundo alucinatorio, y que estamos engañados por nuestros sentidos. Ya antes se había dicho que nuestros sentidos son instrumentos imperfectos. Por ejemplo, ya Berkeley había hecho notar que si nosotros vemos un objeto distante, lo vemos muy chico. Podemos tapar con nuestra mano una torre o la luna. Y tampoco vemos lo infinitamente pequeño, ni oímos lo que se dice lejos. Podríamos agregar que si yo toco esta mesa, por ejemplo, yo la siento como lisa, pero que bastaría un microscopio para demostrarme que esta mesa es rugosa, despareja, que consta en realidad de una serie de cordilleras y, según la ciencia constata, de un juego de átomos, de electrones.
Pero Blake fue más lejos. Blake creyó que los sentidos nos engañaban. Hay un verso de un poeta inglés que murió durante la Primera Guerra Mundial, Brooke,284 donde está cifrada esta idea de un modo muy hermoso y que puede ayudar a que ustedes la fijen en su memoria. Dice que cuando hayamos dejado atrás el cuerpo, cuando seamos puro espíritu, entonces tocaríamos, ya que no tendremos manos para tocar, y veríamos, no ya cegados por nuestros ojos: «And touch who have no longer hands to feel/ And see no longer blinded by our eyes».285 Y dijo Blake que si se purificaran las «puertas de la percepción» —este nombre ha sido utilizado por Huxley286 en un libro sobre la mescalina287 publicado hace poco—veríamos todas las cosas como son, infinitas.288 Es decir, ahora estamos viviendo en una especie de sueño, de alucinación que nos ha sido impuesta por Jehová, por el dios inferior creador de la Tierra, y Blake se preguntó si lo que nosotros vemos como pájaros, un pájaro que raya el aire con su vuelo, no es realmente un universo de delicia vedado por nuestros cinco sentidos. Ahora, Blake escribe contra Platón, pero sin embargo Blake es profundamente platónico, ya que Blake cree que el verdadero Universo está en nosotros. Ustedes habrán leído que Platón dijo que aprender es recordar, que nosotros ya sabemos todo. Y Bacon agregó que ignorar es haber olvidado, lo que viene a ser el anverso de la doctrina platónica.
De modo que para Blake hay dos mundos. Uno, el eterno, el Paraíso, que es el mundo de la imaginación creadora. El otro es un mundo en el cual vivimos engañados por las alucinaciones que nos imponen los cinco sentidos. Y Blake llama al Universo «the vegetable universe», el universo vegetal. Y aquí ya vemos la vasta diferencia entre Blake y los románticos, porque los románticos tenían un sentido reverencial del Universo. Wordsworth, en un poema, habla de una divinidad «whose dwelling is the light of the setting suns, the round ocean and the living air», de «una divinidad cuya morada es la luz de los soles ponientes y el redondo océano y el aire viviente».289 En cambio, todo esto era aborrecible para Blake. Blake decía que si él miraba la salida del sol lo que veía realmente era una especie de libra esterlina que va elevándose en el cielo. Pero en cambio, si él veía o si él pensaba en la aurora con sus ojos espirituales, entonces veía huestes, numerosas huestes luminosas de ángeles. Y dijo que el espectáculo de la naturaleza apaga toda la inspiración en él. Un pintor contemporáneo, Reynolds, había dicho que el dibujante y el pintor debían empezar copiando modelos, y esto indignó a Blake. Porque Blake creía que llevábamos el Universo en nosotros. Dice: «Para Reynolds el mundo es un desierto, un desierto que debe ser sembrado por la observación. Pero para mí no. Para mí, en mi mente ya está el Universo, y lo que veo es muy pálido y muy pobre comparado con el mundo de mi imaginación».
Ahora vamos a volver a Swedenborg y a Cristo, porque eso es importante para el pensamiento de Blake. En general se había creído que el hombre, para salvarse, debe salvarse éticamente, es decir que si un hombre es justo, si un hombre perdona y ama a sus enemigos, si no obra mal, ese hombre ya está salvado. Pero Swedenborg da otro paso. Dice que el hombre no se salva por su conducta, que el deber de todo hombre es cultivar en sí mismo su inteligencia. Y hay un ejemplo que da Swedenborg de esto. Él se imagina a un pobre hombre. Este pobre hombre cifra todos sus deseos en llegar al Cielo. Entonces se retira del mundo, se retira a un desierto, a la Tebaida digamos, y vive sin cometer ningún pecado y al mismo tiempo lleva mentalmente una vida pobre. La vida típica de los cenobitas, de los ascetas. Luego, al cabo de los años, este hombre muere y llega al Cielo. Ahora, cuando llega al Cielo, el Cielo es mucho más complejo que la Tierra. Hay una tendencia en general a imaginarse el Cielo como incorpóreo. En cambio, este místico sueco vio al Cielo como mucho más concreto, mucho más complejo, mucho más rico que la Tierra. Dijo, por ejemplo, que aquí tenemos los colores del arco iris y los matices de esos colores, y que en el Cielo, en cambio, veremos un número acaso infinito de colores, de colores que no podemos imaginarnos. En cuanto a las formas, también. Es decir, una ciudad en el Cielo será mucho más compleja que una ciudad en la Tierra, nuestros cuerpos serán más complejos, los muebles serán más complejos y el pensamiento también.
Entonces el pobre santo llega al Cielo, en el Cielo hay ángeles que hablan de teología, hay iglesias —el Cielo de Swedenborg es un Cielo teológico—. Y el pobre hombre quiere participar en las conversaciones de los ángeles, pero naturalmente está perdido. Es como un palurdo, como un campesino que llega a una ciudad y está mareado por ella. Al principio, él trata de confortarse pensando que está en el Cielo, pero luego ese Cielo lo aturde, le da vértigo. Entonces él conversa con los ángeles y les pregunta qué debe hacer. Los ángeles le dicen que dedicándose a la pura virtud ha malgastado su época de aprendizaje en la Tierra, y finalmente Dios encuentra una solución, una solución un poco triste pero que es la única. Enviarlo al Infierno sería terriblemente injusto, ese hombre no podría vivir entre demonios. Tampoco tiene por qué sufrir los tormentos de la envidia, del odio, del fuego en el Infierno. Y dejarlo en el Cielo es condenarlo al vértigo, a la incomprensión de este mundo mucho más complejo. Y entonces en el espacio buscan un lugar para él, y encuentran un lugar para él y ahí le permiten proyectar otra vez el mundo del desierto, de la ermita, la palmera, la cueva. Y ahora ese hombre está ahí, está como estuvo en la Tierra pero más desdichado, porque sabe que esa morada es su morada eterna, es la única morada posible para él.
Blake toma esa idea y dice directamente: «Despojaos de la santidad y revestios de la inteligencia». Y luego: «El imbécil no entrará en el Cielo por santo que sea». Es decir, Blake tiene también para el hombre una salvación intelectual. Tenemos el deber no sólo de ser justos sino también de ser inteligentes. Ahora, hasta aquí ya había llegado Swedenborg, pero Blake va más lejos. Porque Swedenborg era un hombre de ciencia, un visionario y un teólogo, etc. No tenía mayor sentimiento estético. En cambio Blake tenía un fuerte sentimiento estético, y entonces dijo que la salvación del hombre tenía que ser triple. Tenía que salvarse por la virtud —es decir, Blake condena, digamos, la crueldad, la maldad, la envidia—, tenía que salvarse por la inteligencia —el hombre debe tratar de comprender el mundo, debe educarse intelectualmente— y tenía que salvarse también por la belleza —es decir, por el ejercicio del arte—. Blake predicó que la idea del arte es el patrimonio de unos pocos que deben ser de un modo u otro artistas. Ahora, como él quiere vincular su doctrina a la de Jesucristo, dice que Cristo fue un artista también, ya que el pensamiento de Cristo no se expresa nunca —esto Milton no lo entendió— en forma abstracta, sino que se expresa a sí mismo por parábolas, es decir por poemas. Cristo dice, por ejemplo: «Yo no he venido a traer la paz sino...», y el entendimiento abstracto esperaría: «Yo no he venido a traer la paz, sino la guerra». Pero Cristo, que es un poeta, dice: «Yo no he venido a traer la paz, sino una espada». Cuando están por lapidar a una mujer adúltera él no dice que esa ley es injusta, él escribe unas palabras en la arena. Él escribe unas palabras, sin duda la ley que condenaba a la mujer pecadora. Luego las borra con el codo, anticipándose a aquello de que «La letra mata y el espíritu vivifica». Y dice: «El que esté sin culpa que arroje la primera piedra». Es decir, usa siempre ejemplos concretos, es decir, ejemplos poéticos.
Ahora, según Blake, Cristo no obró de ese modo, no habló de ese modo para expresar las cosas de un modo más vívido, sino porque él pensaba naturalmente en imágenes, en metáforas y en parábolas. No dijo, por ejemplo, que dadas sus tentaciones es difícil que un rico llegue al reino de los cielos. Dijo que era más fácil que un camello atravesara el ojo de una aguja a que un rico entrara en el Cielo. Es decir, usó la hipérbole. Todo esto para Blake es muy importante.
Blake cree asimismo —y en esto prefigura buena parte del psicoanálisis actual— que no debemos ahogar nuestros impulsos. Dice, por ejemplo, que un hombre injuriado tiene ganas de vengarse, que lo natural es desear venganza, y que si un hombre no se venga ese deseo de venganza queda en el fondo de su alma, corrompiéndolo. Por eso en su obra más característica —que creo que ha sido traducida al español, no recuerdo si por Alberti o por Neruda—, las Bodas del Cielo y del Infierno,290 hay proverbios del Infierno. Salvo que para Blake lo que los teólogos comunes llaman Infierno es realmente el Cielo, y ahí leemos por ejemplo: «El gusano partido en dos perdona al arado», «The cut worm forgives the plow».291 ¿Qué otra cosa puede hacer el gusano? Y dice también que una misma ley para el león —que es todo fuerza, ímpetu— y para el buey es una injusticia. O sea que se adelanta también a las doctrinas de Nietzsche, muy posteriores.
Al fin de su vida Blake parece arrepentirse de esto ya que predica el amor y la compasión, y ya menciona más el nombre de Cristo. Esta obra, Bodas del Cielo y del Infierno, es una obra curiosa ya que está escrita parcialmente en verso y parcialmente en prosa. Y hay una serie de proverbios en que está cifrada su filosofía. Luego hay otros libros que se llaman «libros proféticos»,292 y éstos son de muy difícil lectura, pero de pronto encontramos pasajes de extraordinaria belleza. Hay, por ejemplo, una diosa que se llama Oothoon, y esa diosa está enamorada de un hombre. Y esa diosa caza para el hombre mujeres que le entrega, y las caza con trampas de diamante y de acero. Tenemos entonces estos versos: «But nets of steel and traps of diamond will Oothoon spread, and catch for thee...» —es decir, «Pero Oothoon tenderá para ti redes de hierro y trampas de diamante, y cazará para ti muchachas de suave plata y de furioso oro»— «...girls of mild silver and furious gold».293 Y luego habla de las venturas, de las dichas corporales, porque para Blake esas dichas no eran pecados como para los cristianos en general y para los puritanos en particular.
La obra de Blake fue olvidada por sus contemporáneos. De Quincey, en los catorce volúmenes de su obra, se refiere una sola vez a él y lo llama «el grabador loco William Blake». Pero luego Blake ejerce una influencia poderosa sobre Bernard Shaw. Hay un acto, el acto del sueño de John Tanner en Hombre y Superhombre,294 de Bernard Shaw, que viene a ser una exposición dramática de las doctrinas de Swedenborg y de Blake. Y actualmente se lo considera a Blake como uno de los clásicos ingleses. Además, la misma complejidad de su obra se ha prestado a muchas interpretaciones. Hay un libro, que yo he encargado y que no he recibido aún, y es un diccionario de Blake.295 Es decir, un libro en que están tratados, por orden alfabético, todos los dioses y todas las divinidades de Blake. Algunos simbolizan el tiempo, otros el espacio, otros el deseo, otros las leyes morales. Y se ha tratado de reconciliar las contradicciones de Blake, que no fue ni del todo un visionario —es decir del todo un poeta, del todo un hombre que piensa por medio de imágenes, esto hubiera facilitado su obra— sino también un pensador. De modo que en su obra hay como una suerte de vaivén cómodo entre las imágenes —que suelen ser espléndidas, como esta que he dicho de «muchachas de suave plata y de furioso oro»—y largas estrofas abstractas. Además, la música de sus versos es a veces áspera, y esto es curioso porque Blake empezó usando las formas tradicionales y un lenguaje muy simple, un lenguaje casi infantil. Y luego llega al final al verso libre. En él se nota una idea antigua de los marineros: el que un hombre y una mujer pueden llegar a perder su humanidad. También apunta por ahí la idea de una vieja superstición marina: el marinero que mata a un albatros y por eso se condena a una eterna penitencia. Lo que vemos en estas creencias de Blake es su concepción: los hechos breves que producen consecuencias terribles. Y así lo dice: «El que atormenta a la oruga ve a lo terrible y misterioso, baja a un laberinto de noche infinita y es condenado a tormento infinito».
Blake, como escritor, está solo en la literatura inglesa de su tiempo. No puede encuadrárselo en el Romanticismo ni en el Pseudoclasicismo; escapa, no puede estar en corrientes. Blake está solo en la literatura inglesa de su tiempo, y en la europea también. Y a esto quiero recordar una frase probablemente conocida, que es aquella «cada inglés es una isla», que puede aplicarse muy bien a Blake.

Miércoles 23 de noviembre de 1966


Notas


276 Borges incluyó la Poesía completa de Blake como el volumen 62 de la colección Biblioteca personal de Hyspamérica, en traducción al español de Pablo Mañe. En el prólogo de dicha edición el escritor detalla brevemente la biografía del poeta inglés.
277 Emmanuel Swedenborg, pensador, místico y científico sueco nacido en Estocolmo (1688-1772).
278 Se refiere a Blake.
279 Denise Saurat, William Blake, París, 1954.
280 Por ejemplo en el poema The Marriage of Heaven and Hell (c.1790).
281 Los poemas incluidos en Songs of Experíence fueron compuestos entre 1789 y 1794. El poema «The Tyger», al que Borges se refiere a continuación, fue corregido luego dos veces por Blake y publicado en forma independiente.
282 A continuación, Borges cita y traduce el poema por fragmentos. Aquí se transcribe el poema completo: «Tyger! Tyger! Burning bright / In the forests of the night, / What inmortal hand or eye/ Could frame thy fearful symmetry? // In what distant deeps or skies/ Burnt the fire of thine eyes? / On what wings daré he aspire? / What the hand dare seize the fire? // And what shoulder, what art, / Could twist the sinews of thy heart? / And when thy heart began to beat/ What dread hand? what dread feet? // What the hammer? What the chain? / In what furnace was thy brain? / What thy anvil? What dread grasp / Dare its deadly terrors clasp? // When the stars threw down their spears, / And water’d heaven with their tears, / Did he smile his work to see? / Did he who made the Lamb make thee? // Tyger! Tyger! Burning bright / In the forests of the night, / What inmortal hand or eye / Dare frame thy fearful symmetry
283 San Ireneo, obispo de Lyon (c.130 - c.202). En su Tratado contra las herejías, describe en detalle las ideas de los gnósticos para luego refutarlas.
284 Rupert Brooke, poeta inglés (1887-1915).
285 El verso citado pertenece al poema «Sonnet (suggested by some of the proceedings of the Society of  Psychical Research)», escrito en 1913 e incluido en el libro The South Seas. El texto original es el siguiente: «Not with vain tears, when we’re beyond the sun, / We’ll beat on the substantial doors, nor tread / Those dusty highroads of the aimless dead / Plaintive for Earth; but rather turn and run / Down some close-covered by-way of the air, / Some low sweet alley between wind and wind, / Stoop under faint gleams, thread the shadows, find / Some whispering ghost forgotten nook, and there // Spend in pure converse our eternal day / Think each and each, immediately wise / Learn all we lacked before; hear, know, and say / What this tumultuous body now denies / And feel, laid our groping hands away / And see, no longer blinded by our eyes». Tomado de The Collected Poems of Rupert Brooke: with a Memoir, Sidgwick Jackson Ltd., London, 1924.
286 Aldous Huxley, novelista y ensayista inglés (1894-1963). Su obra más conocida es Brave New World, «Un Mundo Feliz».
287 La mescalina es un alcaloide alucinógeno que se obtiene del peyote, vegetal americano de la familia de las cactáceas.
288 La cita de Blake dice: «Si se purificaran las puertas de la percepción, todo parecería al hombre tal como es, infinito». El libro de Huxley que Borges menciona se titula, precisamente, The Doors of Perception y fue publicado en Nueva York por la casa Harper en 1954. Una reseña de este libro, escrita por Alicia Jurado, fue publicada en el primer número de la revista La Biblioteca (Primer trimestre de 1957), editada por Borges en su carácter de director de la Biblioteca Nacional de Argentina.
289 Se trata del poema de Wordsworth titulado «Lines Composed a Few Miles Above Tintern Abbey», cuyo texto es el siguiente: «I have learned / To look on nature, not as in the hour / Of thoughtless youth; but hearing oftentimes / the still, sad music of  humanity, / Nor harsh nor grating, though of ample power / To chasten and subdue. And I have felt / A presence that disturbs me with the joy / Of elevated thoughts; a sense sublime / Of something far more deeply interfused, / Whose dwelling is the light of setting suns, / And the round ocean and the living air, / And the blue sky, and in the mind of man; / A motion and a spirit, that impels / All thinking things, all objects of all thought, / And rolls through all things.» Este poema es el último del libro Lyrical Ballads, publicado en 1798 en colaboración con Samuel Taylor Coleridge.
290 Ver nota 280.
291 Sexto proverbio de la sección «Proverbs of  Hell» de Marríage of Heaven and Hell.
292 Los Libros proféticos de Blake son los siguientes: America, A Prophecy (1793), Europe, A Prophecy (1794), The Book of Urizen (1794), The Book of Ahania (1795), The Book of Los (1795) y The Song of Los (1795).
293 Textualmente: «But silken nets and traps of adamant will Oothoon spread, / And catch for thee girls of mild silver, or of furious gold» (en Visions of the Daughters of Albion, de 1793).
294 Tercer acto de Man and Superman (1903).
295 Se trata seguramente del volumen titulado A Blake Dictionary: The Ideas and Symbols of William Blake, cuyo autor es Samuel Foster Damon y que fue publicado por primera vez en 1965 (el año inmediatamente anterior a estas clases) por Brown University Press.





En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000

Foto: Borges por Willis Barnstone
en Borges at Eighty: Conversations
Varios autores, 1982
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, Dick Cavett, 

Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki




3/7/16

Jorge Luis Borges: Pierre Menard, autor del Quijote







A Silvina Ocampo

  La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores —si bien éstos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos auténticos de Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria… Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

  Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad. Espero, sin embargo, que no me prohibirán mencionar dos altos testimonios. La baronesa de Bacourt (en cuyos vendredis inolvidables tuve el honor de conocer al llorado poeta) ha tenido a bien aprobar las líneas que siguen. La condesa de Bagnoregio, uno de los espíritus más finos del principado de Mónaco (y ahora de Pittsburg, Pennsylvania, después de su reciente boda con el filántropo internacional Simón Kautzsch, tan calumniado ¡ay!, por las víctimas de sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado «a la veracidad y a la muerte» (tales son sus palabras) la señoril reserva que la distingue y en una carta abierta publicada en la revista Luxe me concede asimismo su beneplácito. Esas ejecutorias, creo, no son insuficientes.

  He dicho que la obra visible de Menard es fácilmente enumerable. Examinado con esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen:

  a) Un soneto simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La conque (números de marzo y octubre de 1899).

  b) Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, «sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente destinados a las necesidades poéticas» (Nîmes, 1901).

  c) Una monografía sobre «ciertas conexiones o afinidades» del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903).

  d) Una monografía sobre la Characteristica universalis de Leibniz (Nîmes, 1904).

  e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación.

  f) Una monografía sobre el Ars magna generalis de Ramón Llull (Nîmes, 1906).

  g) Una traducción con prólogo y notas del Libro de la invención liberal y arte del juego del axedrez de Ruy López de Segura (París, 1907).

  h) Los borradores de una monografía sobre la lógica simbólica de George Boole.

  i) Un examen de las leyes métricas esenciales de la prosa francesa, ilustrado con ejemplos de Saint-Simon (Revue des langues romanes, Montpellier, octubre de 1909).

  j) Una réplica a Luc Durtain (que había negado la existencia de tales leyes) ilustrada con ejemplos de Luc Durtain (Revue des langues romanes, Montpellier, diciembre de 1909).

  k) Una traducción manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Quevedo, intitulada La boussole des précieux.

  l) Un prefacio al catálogo de la exposición de litografías de Carolus Hourcade (Nîmes, 1914).

 m) La obra Les problèmes d’un problème (París, 1917) que discute en orden cronológico las soluciones del ilustre problema de Aquiles y la tortuga. Dos ediciones de este libro han aparecido hasta ahora; la segunda trae como epígrafe el consejo de Leibniz Ne craignez point, monsieur, la tortue, y renueva los capítulos dedicados a Russell y a Descartes.

n) Un obstinado análisis de las «costumbres sintácticas» de Toulet (N. R. F., marzo de 1921). Menard —recuerdo— declaraba que censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica.

  o) Una trasposición en alejandrinos del Cimetière marin de Paul Valéry (N. R. F., enero de 1928).

  p) Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la supresión de la realidad de Jacques Reboul. (Esa invectiva, dicho sea entre paréntesis, es el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry. Éste así lo entendió y la amistad antigua de los dos no corrió peligro).

  q) Una «definición» de la condesa de Bagnoregio, en el «victorioso volumen» —la locución es de otro colaborador, Gabriele d’Annunzio— que anualmente publica esta dama para rectificar los inevitables falseos del periodismo y presentar «al mundo y a Italia» una auténtica efigie de su persona, tan expuesta (en razón misma de su belleza y de su actuación) a interpretaciones erróneas o apresuradas.

  r) Un ciclo de admirables sonetos para la baronesa de Bacourt (1934).

  s) Una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la puntuación.[1]

  Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de Madame Henri Bachelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos IX y XXXVIII de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del capítulo XXII. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese «dislate» es el objeto primordial de esta nota.[2]

  Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis —el que lleva el número 2005 en la edición de Dresden— que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebière o a Don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos —decía— para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero… Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria.

  No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra y línea por línea— con las de Miguel de Cervantes.

  «Mi propósito es meramente asombroso» me escribió el 30 de setiembre de 1934 desde Bayonne. «El término final de una demostración teológica o metafísica —el mundo externo, Dios, la casualidad, las formas universales— no es menos anterior y común que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas». En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de años.

  El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento (sé que logró un manejo bastante fiel del español del siglo XVII) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible!, dirá el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo XX un novelista popular del siglo XVII le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo —por consiguiente, menos interesante— que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del Don Quijote. Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje —Cervantes— pero también hubiera significado presentar el Quijote en función de ese personaje y no de Menard. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad). «Mi empresa no es difícil, esencialmente» leo en otro lugar de la carta. «Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo». ¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote —todo el Quijote— como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI —no ensayado nunca por él— reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco. Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde:

  Where a malignant and a turbaned Turk…

  ¿Por qué precisamente el Quijote?, dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. «El Quijote», aclara Menard, «me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré?, inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Poe:

  Ah, bear in mind this garden was enchanted!

  o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras). El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Después he releído con atención algunos capítulos, aquellos que no intentaré por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, la Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso… Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes. Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto “original” y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación… A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote».

  A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el de Cervantes. Éste, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard elige como «realidad» la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto y de Lope. ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès o al doctor Rodríguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica. Ese desdén condena a Salammbô, inapelablemente.

  No menos asombroso es considerar capítulos aislados. Por ejemplo, examinemos el XXXVIII de la primera parte, «que trata del curioso discurso que hizo Don Quixote de las armas y las letras». Es sabido que Don Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y posterior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejo militar: su fallo se explica. ¡Pero que el Don Quijote de Pierre Menard —hombre contemporáneo de La trahison des clercs y de Bertrand Russell— reincida en esas nebulosas sofisterías! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psicología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretación (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a añadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él. (Rememoremos otra vez su diatriba contra Paul Valéry en la efímera hoja superrealista de Jacques Reboul). El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza).

  Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, capítulo IX):

…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

  Redactada en el siglo XVII, redactada por el «ingenio lego» Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:

  …la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

  La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas. También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.

  No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina filosófica es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad final es aún más notoria. «El Quijote» me dijo Menard «fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor».

  Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Multiplicó los borradores; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas.[3] No permitió que fueran examinadas por nadie y cuidó que no le sobrevivieran. En vano he procurado reconstruirlas.

  He reflexionado que es lícito ver en el Quijote «final» una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros —tenues pero no indescifrables— de la «previa» escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Pierre Menard, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas…

  «Pensar, analizar, inventar (me escribió también) no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor lo que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será».

  Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure de Madame Henri Bachelier como si fuera de Madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?

  Nîmes, 1939


[1] Madame Henri Bachelier enumera asimismo una versión literal de la versión literal que hizo Quevedo de la Introduction à la vie dévote de San Francisco de Sales. En la biblioteca de Pierre Menard no hay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma de nuestro amigo, mal escuchada.

[2]  Tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard. Pero ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara la baronesa de Bacourt o con el lápiz delicado y puntual de Carolus Hourcade?

[3] Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata.


En Ficciones (1944)
Retrato de Borges en Buenos Aires


2/7/16

Eduardo Montes-Bradley: Harto The Borges (documental)







Harto The Borges is a documentary film by Eduardo Montes-Bradley exploring the narcissistic side of the author, his frequent and often criticized comments to the press, his distinctive and gentle ironies. Harto The Borges had a theatrical release in Buenos Aires in September 2000, and was well received by the critics. Since then has been frequently exhibited at forums, campuses, and film festivals. On October 4, 2011, Harto The Borges was made available to the general audience in Argentina through the On Line version of Revista Cultura Ñ, (Diario Clarin) in Buenos Aires. The film was released alongside an article in which the director views the film ten years after its premier at the Cine Cosmos.



Produced by Contrakultura Films
Written by Eduardo Montes-Bradley
Interviews Jorge Luis Borges, Ariel Dorfman, Christian Ferrer, Martín Caparrós, Osvaldo Bayer, Franco Lucentini, Horacio González, Paolo Collo
Narrated by Eduardo Montes-Bradley
Cinematography Eduardo Montes-Bradley
Edited by Eduardo Montes-Bradley and Eduardo López
Distributed by Heritage Film Project, Alexander Street Press, Kanopy
Release dates September 2000


Dice Filmaffinity: Este documental propone una lectura crítica –lo que no es frecuente– de la obra y vida de Borges. En el documental se combinan fragmentos de una entrevista concedida por el escritor argentino, la lectura de algunos de sus textos y comentarios que hacen diferentes conocedores de su obra (Ariel Dorfman, Mempo Giardinelli, Martín Caparrós, Luis Sepúlveda, Diego Curubeto). Son abordados temas como la relación entre la política y la literatura en Borges, la forma como éste fue leído en diferentes contextos, sus ideas sobre el tango y el Martín Fierro.

Queda atento EMB a toda inquietud en Comentarios a este post

En IMDb


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...