11/1/16

Jorge Luis Borges: Entrevista en Radio Nacional de España [Madrid, 1981]








«María Kodama y yo estamos escribiendo un estudio sobre el historiador islandés Snorri Sturluson, y también una versión de la Edda Menor, obra de ese mismo escritor [Finalmente, apareció publicada su traducción del primer libro de la Edda Menor, la llamada Gylfaginning (La alucinación de Gylfi, Alianza Editorial, 1984)]. Asimismo, estamos aprendiendo otra vieja lengua escandinava, el islandés, después de haber aprendido juntos anglosajón e inglés antiguo. En este sentido, resulta curioso que toda la mitología germánica se perdiera o fuese borrada por el cristianismo en Alemania, Inglaterra y los Países Bajos, salvándose tan sólo en el Polo, en Islandia, la última Thule, donde aún se conservan todos esos mitos. Por ejemplo, ése que fue famoso después: el Crepúsculo de los Dioses. Los islandeses salvaron la vieja mitología. Fuera de allí sólo quedan vestigios, como cuando en inglés se dice wednesday y thursday, dos palabras con las cuales queremos decir el día de Odín y el día de Thor. Pero se trata tan sólo de fósiles».
(Borges interpela a la entrevistadora). «Usted es española, ¿no? Eso quiere decir que usted es celta, y además de ello es fenicia, romana, vándala, goda, árabe sin duda, y sin duda judía también. De modo que ser de un país es ser de muchos países. (...) Razas puras, felizmente, no hay. Quizá quede alguna raza pura en el centro de África. De hecho, ni siquiera sabemos si los esquimales son puros, y desde luego, los vascos no pueden ser puros tampoco (...) Yo tengo sangre andaluza, sangre castellana, judeoportuguesa, inglesa, normanda, un poco de sangre escandinava y alguna sangre belga. Eso es lo que yo sé, pero probablemente haya mucho más. De modo que razas puras no hay».
(Con la siguiente pregunta, el diálogo vuelve a tocar la mitología). «Creo que el mito es algo esencial. Como soñó Paul Valéry, el mito más antiguo es la cosmogonía. La humanidad comienza pensando por medio de mitos, y luego el razonamiento llega tardíamente en lo que se refiere a Occidente. He leído una historia de la filosofía en la India, escrita por de Paul Deussen [Borges conoció los tres volúmenes que Deussen dedicó a la India en su historia de la filosofía (Allgemeine Geschichte der Philosophie mit besonderer Berucksichtung der Religionen, 1894-1919). Además de traducir y comentar los Upanishad, Deussen analizó la metafísica hindú en Das System des Vedanta (1883)], y tengo la impresión de que todo ha sido pensado en la India, salvo que de distinto modo que el nuestro. Al hilo de esa lectura, parece difícil que algún sistema filosófico no haya sido pensado en la India. Piense que Buda corresponde al siglo V antes de Jesucristo. Es contemporáneo de Pitágoras, Sócrates y Heráclito, y también de los pensadores chinos taoístas, Chuang Tzu y Lao Tzu. No sé qué sucedió, por qué tantos hombres se pusieron a pensar y, desde luego, a soñar».
«El caso de Sócrates es muy curioso. No sé si usted recuerda el diálogo de Platón en el cual Sócrates sabe que va a tomar la cicuta. En esa circunstancia, les habla a sus compañeros sobre la inmortalidad del alma, un tema que le interesa a él, ya que va a morir dentro de unas horas. Pues bien, lo singular en ese diálogo es que Sócrates emplea a la vez razonamientos y mitos, pues en aquella época podían usarse ambas formas. Ahora tendemos a ser pensadores y usamos razonamientos, a la manera de Aristóteles, o si no, usamos mitos, es decir, fábulas. Todavía Sócrates podía usar a un tiempo el mito y la razón. Eso es algo que ya se ha perdido».



Entrevista a Jorge Luis Borges,
Madrid, 1981, al publicarse su Antología poética
Entrevistador no identificado
Archivo Sonoro de Radio Nacional de España
Transcripción de audio: Paz Ramos

Foto: Borges en España, al recibir el Premio Cervantes, RTVE



10/1/16

Jorge Luis Borges: Insomnio (1920)






Resulta legendariamente chica y lejana aquella etapa donde los relojes vertieron la media noche                [absoluta.
Estos seis muros estrechos llenos de eternidad estrecha me ahogan.
Y en el cráneo sigue vibrando esta lamentable llama de alcohol que no quiere apagarse.
Que no puede apagarse.
Reducción al absurdo del problema de la inmortalidad del espíritu.
Me he desangrado en demasiados ponientes.
La ventana sintetiza el gesto solitario del farol.
Apergaminado y plausible film cinemático.
La ventana imanta todas las ojeadas inquietas.
Cómo me ahorcan las cuerdas del horizonte.
¿Llueve? ¿Qué morfina inyectarán a las calles esas agujas?
No.
Son girones [sic] vagos de siglos que gotean isócronos del cielo raso.
Es la letanía lenta de la sangre.
Son los dientes de la obscuridad que roen las paredes.
Bajo los párpados ondean y se apagan nuevamente las tempestades rotas.
Los días son todos de papel azul bien cortaditos por la misma tijera sobre el agujero
      [inexistente del Cosmos.
El recuerdo enciende una lámpara:
Otra vez arrastramos con nosotros esa calle que la ropa tendida embanderó tan jubilosamente.
Muy lejos se hundió el frondoso piano del tupí.
El sol ventilador vertiginoso tumba los caserones.
Al vernos navegar tan espirales se ríen a carcajadas las puertas.
Pedro-Luis me confía: -Yo soy un hombre bueno, Jorge.
Tú eres un hombre bueno, Jorge... Ya se nos pasará tomando una tacita de café.
Los ojos estallan cuando los golpean las aspas del sol.

¿Qué hangar cobijará definitivamente las emociones?
Sin duda existe un plano ultra-espacial donde todas ellas son formas de una fuerza utilizable y sujeta.
Como el agua y la electricidad en este plano.
Ira. Anarquismo. Hambre sexual.
Artificio para hacernos vibrar mágicamente.
Ninguna piedra rompe la noche.
Ninguna mano aviva las cenizas del incendio de todos los estandartes.




En Grecia, Madrid, Año 3, N° 49, 15 de septiembre de 1920
Luego Textos recobrados 1919-1929
© 1991, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Sudamericana S.A.
Foto (detalle): Borges en Palermo (Sicilia) Italia en 1984

9/1/16

Jorge Luis Borges: Le regret d'Héraclite








Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
 
 
    GASPAR CAMERARIUS,
    en Deliciae Poetarum Borussiae, VII, 16.




En El hacedor (1960)
Foto de Martín Ferrari Hardoy: Della Paolera y Borges
En la terraza del departamento de la calle Maipú
En Borges, Develaciones, de Félix della Paolera
Fundación E. Constantini, Buenos Aires, 1999




8/1/16

Jorge Luis Borges: Reverencia del árbol en la otra banda







Hay un ambiente de raigambre y tupido en la literatura uruguaya, bien como de entidá que se engendró a la vera de hondos árboles y de largas cuchillas y que por quintas y ceibales hizo su habitación. Ese sentir arracimado y selvático late en la entereza de su decurso y lo hace equiparable al de los ríos que arrastran camalotes y cuyas aguas retorcidas copian un entrevero de ramas. No es el que tuvieron los griegos, para quienes el bosque sólo fue una linda frescura, una vacación (boscaje frutecido mil veces, sin sol ni viento, dice el Edipo rey) sino un sentir dramático de conflicto de ramas que se atraviesan como voluntades. Su oposición más fácil está en la poesía porteña, cuyos ejemplares y símbolos fueron siempre el patio y la pampa, arquetipos de rectitud. 

Para testificar este aserto, basta comparar el paisaje del Santos Vega de Ascasubi al del Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín, libros entrambos de segura bostezabilidá, pero significativos y fuertes. Un sentimiento pánico informa el limo de las gestas del último, gestas, dice el cantor: 

que narran el ombú de nuestras lomas, 
el verde canelón de las riberas, 
la palma centenaria, el camalote, 
el ñandubay, los talas y las ceibas 

Es evidente la delectación del poeta con la frondosidá y tupidez de los sustantivos que enfila y con el campo embosquecido que ellos suponen. Ascasubi, muy al contrario, se deleita ascéticamente con el despejo de la noble llanura donde el anegadizo corazón puede sumergirse a sus anchas y la compara con el mar. Semejanza es ésta que aunque muy traída y llevada, no es por eso menos verídica y se arrima al lenguaje criollo que llama playa al escampado frente a las casas y da el nombre de isla a los bosques que tachonan el llano. (No de la pampa, sino isleños, fueron los dos primeros gauchos conversadores que se metieron al tranquito en la literatura y los imaginó un oriental: Bartolomé Hidalgo) 

Hasta aquí, sólo he tratado del árbol como sujeto de descripción. En escritores ulteriores en Armando Vasseur y paladinamente en Herrera y Reissig adquiere un don de ejemplaridá y los conceptos se entrelazan con un sentido semejante al de los ramajes trabados. El estilo mismo arborece y es hasta excesiva su fronda. A despecho de nuestra admiración ¿no es por ventura íntimamente ajena a nosotros, hombres de pampa y de derechas calles, esa hojarasca vehementísima que por Los parques abandonados campea? Claro está que hablo de un matiz y que el criollismo a todos nos junta, pero el matiz no es menos real que el color y en este caso basta para dilucidar muchas cosas. Por ejemplo, la forasteridá de Lugones hombre de sierras y de bosques en nuestro corazón.

En los actuales uruguayos en Juana de Ibarbourou, en Pedro Leandro Ipuche, en Emilio Oribe, en María Elena Muñoz el árbol es un símbolo. La tierra honda de Ipuche no es sino un entrañarse con el árbol en una suerte de figuración panteísta que hace de las ramas un anhelar y que traduce su raigambre profunda en origen divino. En La colina del pájaro rojo de Oribe, la noche misma es un fuerte árbol que se agacha sobre la tierra y de cuya altivez han de desgajarse los astros como en San Juan Evangelista se lee. Para María Elena Muñoz, el árbol es un templo y una inquietud de almacigo alza y conmueve su dicción.

El árbol duro surtidor e inagotable vivacidá de la tierra es uno de los dioses lares que en la poesía de los uruguayos presiden. Sé también de otro dios, largamente rogado por María Eugenia Vaz Ferreira y hoy por Carlos Sabat Ercasty. Hablo del Mar.




En El tamaño de mi esperanza (1926)
Foto: JLB (a la izq., con barba), Esther Haedo, Enrique Amorim
y probablemente Guillermo de Torre y Norah Borges en la playa 

(Las Nubes, Salto Oriental, verano de 1934)
Fuente


7/1/16

Jorge Luis Borges: Cita [texto bilingüe]









My memory is chiefly of books. In fact, I hardly remember my own life. I can give you no dates. I know that I have traveled in some seventeen or eighteen countries, but I can’t tell you the order of my travels. I can’t tell you how long I was in one place or another. The whole thing is a jumble of division, of images. So that it seems that we are falling back on books. That happens when people speak to me. I always fall back on books, on quotations. I remember that Emerson, one of my heroes, warned us against that. He said: «Let us take care. Life itself may become a long quotation.» 

Barnstone, 1982 



Mi memoria se compone, más que nada, de libros. En realidad, recuerdo con dificultad mi propia vida. No puedo darle fechas. Sé que he visitado diecisiete o dieciocho países, pero no podría decirle en qué orden. No sabría decirle cuánto tiempo estuve en un lugar o en otro. Todo es un revoltijo de divisiones, de imágenes. Una vez más, tendremos que recurrir a los libros. Siempre pasa lo mismo cuando se habla conmigo. Continuamente me remito a los libros, a las citas. Recuerdo que Emerson, uno de mis ídolos, nos previene contra esto. Decía: «Tengamos cuidado. La vida misma puede convertirse en una larga cita». 

[Traducción de Antonio Fernández Ferrer] 










En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Ilustración: Infinito Borges
Por Alfredo Sabat, La Nación, 2006
Portada del libro Borges A/Z
Col. La Biblioteca de Babel

6/1/16

Afolfo Bioy Casares: "Borges" [4 al 9 de enero de 1955]
La ceguera








Martes, 4 de enero de 1955. A las cuatro y media, con los Borges en el consultorio de Malbrán. Mientras lo revisan, la madre me cuenta que, después de una operación, Borges dio un grito porque desde su cuarto vio el número 10 de un tranvía que pasaba por la calle Quintana: «¡Madre, veo el 10!». Cuando vio por primera vez las estrellas, dijo: «¡Cuántas estrellas! »; la noche siguiente, con tristeza: «No creo que la operación dé gran resultado; ya no veo las estrellas». No había estrellas esa noche.
Luego de doce años de ceguera, el médico preguntó al padre de Borges, ya operado: «¿Qué ve?». «Las manos de Leonorcita.» «Ahora mire para arriba, vea la cara.»
Malbrán anuncia que lo operarán el jueves. BORGES: «Mejor que me operen. Estoy viendo muy mal».


Jueves, 6 de enero de 1955. Silvina y yo buscamos a los Borges a las ocho menos cuarto de la mañana. En el sanatorio hay signos de que operarán a Borges hoy mismo. Entra una enfermera y pregunta: «¿Ya lo premedicaron?» A continuación, la misma enfermera, un médico brusco, una inyección.
Borges vuelve a decirme que va a escribir sobre mi libro*; lo compara con Don Segundo Sombra. Es el mismo mito; pero como hoy puede escribirse. Habla también del mito de la pelea a cuchillo y de la desilusión que tuvo cuando comprendió que sus antepasados habían peleado con sables y con lanzas. Me cuenta de un payador de Lomas de Zamora, al que oyó con un señor Castro y con un doctor Fonrouge; dijo el payador:

Y yo que apenas me arrastro
saludo a Felipe Castro
y también con mucho orgullo
saludo al doctor Fonrullo.

La operación duró unos cuarenta minutos. Malbrán me dijo: «Este hombre va a andar bien». La madre de Borges se echó a temblar.


Sábado, 8 de enero de 1955. Borges ve: vio ayer la mano de Malbrán; a través de la ventana, percibe la luz.


Domingo, 9 de enero de 1955. Por la mañana, vamos con Silvina a visitar a Borges; está dictando un poema sobre Cervantes.** Lo visito otra vez por la tarde.



(*)    Su reseña de El sueño de los héroes se publicó en S, nº 235 (1955).
(**) «Parábola de Cervantes y el Quijote» (1955).

En Bioy Casares, Adolfo: Borges 
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Foto: Borges sin atribución de autor ni fecha 
Vía Archivo La Nación






5/1/16

Jorge Luis Borges: Dos semblanzas de Coleridge








Simultáneamente, se han publicado en Londres dos biografías de Samuel Taylor Coleridge. La una, de Edmund Chambers, abarca la vida entera del poeta; la otra, de Lawrence Hanson, los años de andanza y de aprendizaje. Ambos son libros responsables, agudos. 

Hay hombres venerados que sospechamos sin embargo inferiores a la obra que cumplieron. (Verbigracia, Cervantes y su Quijote; verbigracia, Hernández y Martín Fierro) Otros, en cambio, dejan obras que no pasan de sombras y proyecciones —notoriamente deformadas e infieles— de su mente riquísima. Es el caso de Coleridge. Más de quinientas apretadas páginas llenan su obra poética; de ese fárrago sólo es perdurable (pero gloriosamente) el casi milagroso Ancient Mariner. Lo demás es intratable, ilegible. Algo similar acontece con los muchos volúmenes de su prosa. Forman un caos de intuiciones geniales, de platitudes, de sofismas, de moralidades ingenuas, de inepcias y de plagios. De su obra capital, la Biographia Literaria, Arthur Symons ha dicho que es el más importante tratado crítico que hay en idioma inglés, y uno de los más fastidiosos que hay en idioma alguno.

Coleridge (como su interlocutor y amigo De Quincey) era adicto al opio. Por ese motivo y por otros Lamb lo llamó "un arcángel deteriorado". Andrew Lang, más razonablemente, lo llama "el Sócrates de su generación, el conversador". Su obra es el eco descifrable de su vasta conversación. De esa conversación procedió —no es exagerado afirmarlo— todo el movimiento romántico de Inglaterra. 

He mencionado en esta nota las luminosas intuiciones de Coleridge. En general, versan sobre temas estéticos. He aquí una, sin embargo, de carácter onírico. Coleridge (en las notas para una conferencia que dio a principios de 1818) declaró que las imágenes atroces de la pesadilla no eran jamás la causa del horror experimentado, sino sus meros exponentes y efectos. Verbigracia, padecemos un malestar y lo justificamos mediante la representación de una esfinge que se ha acostado a meditar sobre nuestro pecho. El malestar engendra la esfinge, no la esfinge el horror.



En Textos Cautivos (1986)
Retrato de Borges, Archivo Fotográfico Oronoz
Frente de portada de Nueve ensayos dantescos'
Espasa Calpe, Madrid, 1982

4/1/16

Jorge Luis Borges: El espejo de los enigmas






El pensamiento de que la Sagrada Escritura tiene (además de su valor literal) un valor simbólico no es irracional y es antiguo: está en Filón de Alejandría, en los cabalistas, en Swedenborg. Como los hechos referidos por la Escritura son verdaderos (Dios es la Verdad, la Verdad no puede mentir, etcétera), debemos admitir que los hombres, al ejecutarlos, representaron ciegamente un drama secreto, determinado y premeditado por Dios. De ahí a pensar que la historia del universo —y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas— tiene un valor inconjeturable, simbólico, no hay un trecho infinito. Muchos deben heberlo recorrido; nadie, tan asombrosamente como León Bloy. (En los fragmentos psicológicos de Novalis y en aquel tomo de la autobiografía de Machen que se llama The London Adventure, hay una hipótesis afín: la de que el mundo externo —las formas, las temperaturas, la luna— es un lenguaje que hemos olvidado los hombres, o que deletreamos apenas… También la declara De Quincey[1]: «Hasta los sonidos irracionales del globo deben ser otras tantas álgebras y lenguajes que de algún modo tienen sus llaves correspondientes, su severa gramática y su sintaxis, y así las mínimas cosas del universo pueden ser espejos secretos de los mayores».
Un versículo de San Pablo (I, Corintios, XIII, 12) inspiró a León Bloy. Videmus nunc per speculum in aenigmate: tunc autem facie ad faciem. Nunc cognosco exparte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum. Torres Amat miserablemente traduce: «Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara. Yo no le conozco ahora sino imperfectamente: mas entonces le conoceré con una visión clara, a la manera que soy yo conocido.» Cuarenta y cuatro voces hacen el oficio de veintidós; imposible ser más palabrero y más lánguido. Cipriano de Valera es más fiel: «Ahora vemos por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido.» Torres Amat opina que el versículo se refiere a nuestra visión de la divinidad; Cipriano de Valera (y León Bloy) a nuestra visión general.
Que yo sepa, Bloy no imprimió a su conjetura una forma definitiva. A lo largo de su obra fragmentaria (en la que abundan, como nadie lo ignora, la quejumbre y la afrenta) hay versiones o facetas distintas. He aquí unas cuantas, que he rescatado de las páginas clamorosas de Le mendiant ingrat, de Le Vieux de la Montagne y de L’invendable. No creo haberlas agotado: espero que algún especialista en León Bloy (yo no lo soy) las complete y las rectifique.
La primera es de junio de 1894. La traduzco así: «La sentencia de San Pablo: Videmus nunc per speculoum in aenigmate sería una claraboya para sumergirse en el Abismo verdadero, que es el alma del hombre. La aterradora inmensidad de los abismos del firmamento es una ilusión, un reflejo exterior de nuestros abismos, percibidos “en un espejo”. Debemos invertir nuestros ojos y ejercer una astronomía sublime en el infinito de nuestros corazones, por los que Dios quiso morir. Si vemos la Vía Láctea, es porque existe verdaderamente en nuestra alma.» La segunda es de noviembre del mismo año: «Recuerdo una de mis ideas más antiguas. El Zar es el jefe y el padre espiritual de ciento cincuenta millones de hombres. Atroz responsabilidad que sólo es aparente. Quizá no es responsable, ante Dios, sino de unos pocos seres humanos. Si los pobres de su imperio están oprimidos durante su reinado, si de ese reinado resultan catástrofes inmensas, ¿quién sabe si el sirviente encargado de lustrarle las botas no es el verdadero y solo culpable? En las disposiciones misteriosas de la Profundidad, ¿quién es de veras Zar, quién es rey, quién puede jactarse de ser un mero sirviente?» La tercera es de una carta escrita en diciembre: «Todo es símbolo, hasta el dolor más desgarrador. Somos durmientes que gritan en el sueño. No sabemos si tal cosa que nos aflige no es el principio secreto de nuestra alegría ulterior. Vemos ahora, afirma San Pablo, per speculum in aenigmate, literalmente: en enigma por medio de un espejo y no veremos de otro modo hasta el advenimiento de Aquel que está todo en llamas y que debe enseñarnos todas las cosas».
La cuarta es de mayo de 1904. «Per speculum in aenigmate, dice San Pablo. Vemos todas las cosas al revés. Cuando creemos dar, recibimos, etc. Entonces (me dice una querida alma angustiada) nosotros estamos en el cielo y Dios sufre en la tierra.» La quinta es de mayo de 1908. "Aterradora idea de Juana, acerca del texto Per speculum. Los goces de este mundo serían los tormentos del infierno, vistos al revés, en un espejo.
La sexta es de 1912. En cada una de las páginas de L’Ame de Napoleón, libro cuyo propósito es descifrar el símbolo Napoleón, considerado como precursor de otro héroe —hombre y simbólico también— que está oculto en el porvenir. Básteme citar dos pasajes: Uno: «Cada hombre está en la tierra para simbolizar algo que ignora y para realizar una partícula, o una montaña, de los materiales invisibles que servirán para edificar la Ciudad de Dios.» Otro: «No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es, con certidumbre. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz… La historia es un inmenso texto litúrgico donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida.» Los anteriores párrafos tal vez parecerán al lector meras gratitudes de Bloy. Que yo sepa, no se cuidó nunca de razonarlos. Yo me atrevo a juzgarlos verosímiles, y acaso inevitables dentro de la doctrina cristiana, Bloy (lo repito) no hizo otra cosa que aplicar a la Creación entera el método que los cabalistas judíos aplicaron a la Escritura. Estos pensaron que una obra dictada por el Espíritu Santo era un texto absoluto: vale decir un texto donde la colaboración del azar es calculable en cero. Esa premisa portentosa de un libro impenetrable a la contingencia, de un libro que es un mecanismo de propósitos infinitos, les movió a permutar las palabras escriturales, a sumar el valor numérico de las letras, a tener en cuenta su forma, a observar las minúsculas y mayúsculas, a buscar acrósticos y anagramas y a otros rigores exegéticos de los que no es difícil burlarse. Su apología es que nada puede ser contingente en la obra de una inteligencia infinita.[2] León Bloy postula ese carácter jeroglífico —ese carácter de escritura divina, de criptografía de los ángeles— en todos los instantes y en todos los seres del mundo. El supersticioso cree penetrar esa escritura orgánica: trece comensales articulan el símbolo de la muerte; un ópalo amarillo, el de la desgracia…
Es dudoso que el mundo tenga sentido; es más dudoso aun que tenga doble y triple sentido, observará el incrédulo. Yo entiendo que así es; pero entiendo que el mundo jeroglífico postulado por Bloy es el que más conviene a la dignidad del Dios intelectual de los teólogos.
Ningún nombre sabe quién es, afirmó León Bloy. Nadie como él para ilustrar esa ignorancia íntima. Se creía un católico riguroso y fue un continuador de los cabalistas, un hermano secreto de Swedenborg y de Blake: heresiarcas.



Notas


[1] Writings, 1896, volumen primero, página 129. 
[2] ¿Qué es una inteligencia infinita?, indagará tal vez el lector. No hay teólogo que no la defina; yo prefiero un ejemplo. Los pasos que da un hombre, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, dibujan en el tiempo una inconcebible figura. La Inteligencia Divina intuye esa figura inmediatamente, como la de los hombres un triángulo. Esa figura (acaso) tiene su determinada función en la economía del universo.


En Otras inquisiciones (1952)
Foto de Borges por Ernesto Monteavaro (s/f)
en cubierta del tomo II de OOCC
© María Kodama y Emecé Editores S.A., 1989 



3/1/16

Jorge Luis Borges: Victoria Ocampo









Hacia 1924 (la precisa fecha no importa; basta que la sintamos lejana) le presentaron a Victoria Ocampo, que era famosa, un muchacho desconocido, que se creía poeta y que detestaba sus propios versos. El muchacho, como es de suponer, estaba un poco intimidado por la imperativa señora y cincuenta años no pudieron borrar del todo aquel miedo inicial. (Alfonso Reyes predijo que los historiadores consagrarían un capítulo a nuestra era victoriana.) No recuerdo bien aquel primer diálogo; creo que hablamos del idioma. Comprobé sin asombro que Victoria no sentía la sobria música del castellano, hecha de vocales abiertas y de ocasionales voces esdrújulas. Con el tiempo, otras cosas nos acercaron: la voluntad de renovar la cultura argentina, la buena tradición unitaria y el amor de las letras de Inglaterra. Al escribir estas palabras no pienso únicamente en Shakespeare o en Swinburne; pienso en la niña que atraviesa el espejo, en la ingeniosa tontería de los limericks y en la amistad de Sherlock Holmes y de su modesto y no siempre auténtico Boswell, el doctor Watson. Otras nos apartaron. Yo juzgaba a los escritores por su retórica o por su facultad de invención; Victoria, por su índole o por su contexto biográfico. Detrás del libro, que es la máscara, indagaba el rostro secreto. Lectora hedónica, sólo leía y releía lo que le interesaba. Sospecho que la aplicada lectura consecutiva era tan ajena a sus hábitos como lo es ahora a los míos…

Victoria ha muerto y sé que esa relación, que nunca fue íntima, ha sido y es fundamental para mí. Casi puedo escribir que hoy tiene principio nuestra callada y verdadera amistad.



En Textos Recobrados 1956-1986
Primera publicación en dario La Prensa, 8 de abril de 1979
Portada de Diálogo con Borges, de Victoria Ocampo
Sur, Buenos Aires, 1969,
Con dedicatoria autógrafa de Borges


2/1/16

Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: Mark Twain, Güiraldes y Kipling ("En diálogo", II, 81)







Osvaldo Ferrari: Usted ha encontrado correspondencias, Borges, entre tres novelas que provienen de escritores y lugares completamente distintos unos de otros. Me refiero a Huckleberry Finn, a Don Segundo Sombra y a Kim.

Jorge Luis Borges: Claro, serían los tres eslabones; el andamiaje, digamos, el framework: en los tres libros encontramos la idea de una sociedad y de un mundo vistos a través de dos personas distintas; que vendrían a ser en Huckleberry Finn el negro prófugo y el chico, y todo ese mundo de los Estados Unidos anterior a la Guerra Civil. Ahora, yo creo que Kipling, que profesaba el culto de Mark Twain, y que llegó a conocerlo —Twain le ofreció una pipa de marlo—... No recuerdo la fecha exacta de Huckleberry Finn, pero creo que es de mil ochocientos ochenta y tantos. Y luego, en el año 1901 se publica Kim; y ese libro lo escribió Kipling en Inglaterra, durante las lluvias, con la nostalgia de la India. Y ahí tenemos un mundo mucho más rico que el de Huckleberry Finn, porque se trata del vasto mundo de la India, y de los dos personajes —Kim y el lama—. Y hay, además, una especie de argumento, porque se entiende que los dos se salvan. Aunque Kipling, que era un hombre muy reservado, dice, sin embargo, que esa novela es evidentemente picaresca. Pero parece que no, ya que los dos personajes, al fin del libro, según la visión que tiene el lama, se salvan; esos dos personajes que son el lama y un chico de la calle: Kim. Bueno, y en cuanto a Güiraldes, que había leído Kim en la versión francesa —que según el mismo Kipling era excelente—, en su Don Segundo Sombra también tenemos un mundo: el mundo de la provincia de Buenos Aires —esa llanura que los literatos llaman la pampa— a través de esos dos personajes que son el viejo tropero y el chico (Fabio). De modo que el esquema sería el mismo, vale decir; pero es difícil, no obstante, imaginar tres libros más distintos que Huckleberry Finn de Mark Twain, que Kim de Kipling y que Don Segundo Sombra de Güiraldes.

—Es cierto.

—Emerson dijo que la poesía nace de la poesía. En cambio, Walt Whitman habló contra los libros destilados de libros; lo cual es negar la tradición. Me parece que es más exacta la idea de Emerson. Además, por qué no suponer que entre las muchas impresiones que recibe un poeta son frecuentes o son lícitas las impresiones que le producen otras poesías.

—Claro.

—Y eso se nota, yo creo que sobre todo, en el caso de los libros de Lugones; ya que como alguna vez habremos tenido ocasión de decir, detrás de cada libro de Lugones hay una lectura tutelar. Sin embargo, los libros de Lugones son personales. Esas lecturas a que me refiero estaban al alcance de todos, pero sólo Lugones escribió Las fuerzas extrañas, Lunario sentimental y Crepúsculos del jardín. Y detrás de otros libros, en fin, hay otras influencias; pero yo creo que eso no es un argumento contra nadie. Y, bueno, como yo descreo del libre albedrío, he llegado a suponer que cada acto nuestro, que cada sueño o que cada entresueño nuestro es obra de toda la historia cósmica anterior; o, más modestamente, de la historia universal. Y, sin duda, las palabras que yo digo ahora han sido causadas por los millares de inextricables hechos que las han precedido. De modo que estos antecedentes que yo encuentro en Don Segundo Sombra no son un argumento contra el libro. Por qué no suponer esa generación: de igual modo que todo hombre tiene padres, abuelos, trasabuelos; por qué no suponer que eso también ocurre con los libros. Rubén Darío lo dijo mejor que yo: “Homero tenía, sin duda, su Homero”, Es decir, que no hay poesía primitiva.

—Quiero apoyar su suposición, Borges, comentándole que Waldo Frank coincide con usted, ya que él advirtió la relación entre Don Segundo Sombra y Huckleberry Finn.

—Ah, yo no sabía.

—Sí, lo indica en el prefacio a la edición en inglés de Don Segundo Sombra.

—Bueno, yo no conocía esa edición, pero me agrada esa coincidencia con Frank. Además, quiere decir que lo que yo he dicho es verosímil, porque si la misma cosa se les ocurre a dos personas distintas es probable que sea cierto.

—Sí...

—Y, sin embargo, el hecho de que el framework (estructura) sea el mismo, no impide que los libros sean completamente distintos. Desde luego, los Estados Unidos de antes de la Guerra Civil, de antes de “The war between the States” (La guerra entre los Estados), como dicen en el Sur, que es el mundo de Huckleberry Finn, nada tiene que ver con ese pobladísimo e infinito mundo de la India —el de Kim—, que a su vez tampoco se parece, bueno, a la elemental provincia de Buenos Aires de Don Segundo Sombra.

—Ahora, respecto a la posible inversión en la relación de autoridad entre el mayor y el menor, yo recuerdo que usted mismo ha dicho que un hombre mayor puede aprender de otro menor, de otro más joven.

—Mi padre decía que son los hijos los que educan a los padres, pero en mi caso yo creo, que no; mi padre me ha educado a mí, yo no lo he educado a él. Él decía eso —posiblemente lo dijera como una frase así, ingeniosa— pero quizá alguna verdad habría en ello, ¿no?

—Usted ha hecho una asociación parecida respecto de su amistad con Bioy Casares.

—Ah, claro, sí, en el sentido de que Bioy ha influido en mí, y que Bioy es menor. Siempre se supone que el mayor influye en el menor, pero sin duda es recíproco eso.

—Claro, usted atribuye a cada uno de los tres escritores que hemos mencionado una finalidad, un objetivo. Pero, a la vez, siempre reitera que no es lo más importante el propósito que un escritor se haya trazado.

—Bueno, en el caso de Mark Twain no creo que él tuviera una idea pedagógica, ¿no?

—No.

—Yo creo que él muestra ese mundo, nada más. Y hay un rasgo que es muy lindo, y que es curioso; ese rasgo es que el chico ayuda al esclavo prófugo, pero eso no quiere decir que intelectualmente, que mentalmente, esté en contra de la esclavitud. Al contrario, él siente remordimientos porque ha ayudado a ese esclavo a huir; y ese esclavo es propiedad de alguien en el pueblo. Y no creo que eso haya sido puesto como un rasgo irónico de Mark Twain; tiene que haber sido porque él pensó: “el chico tiene que haber sentido eso”; él no puede haber sentido que estaba trabajando por una causa noble, que era la abolición de la esclavitud. Eso hubiera sido del todo absurdo. En el caso de Kim, la idea de Kipling es que un hombre puede salvarse de muchos modos; y entonces el lama se salva por la vida contemplativa, y Kim se salva por la disciplina que le impone la vida activa, ya que Kim no se ve como un espía sino como un soldado. Y en el caso de Don Segundo Sombra, y bueno, el muchacho va agauchándose, y va aprendiendo muchas cosas. Y precisamente Enrique Amorim escribió una novela: El paisano Aguilar, que está escrita contra Don Segundo Sombra, y ahí el protagonista va agauchándose y embruteciéndose.

—La otra posibilidad.

—La otra posibilidad, pero yo creo que ambas son verosímiles, y ambas son artísticamente lícitas.

—Claro, pero en el caso de Huckleberry Finn usted dice que se trata de un libro solamente feliz; es decir, yo pensé en la felicidad de la aventura.

—Sí.

—Y me parece acertado, porque ese deleite en la aventura se da en los relatos de Twain.

—Sí, y además, es como si el río del relato fluyera como el Mississippi, ¿no?

—Ah, claro.

—Aunque yo creo que allí ellos navegan contra corriente, no estoy seguro.

—De cualquier manera, Twain era piloto en el Mississippi.

—Sí, de modo que el río tiene que haberlo atraído a él. Lo que no recuerdo es si ellos navegan hacia el Sur o hacia el Norte.

—La vida personal de Twain parece haber sido múltiple; buscador de oro...

—Es cierto, buscador de oro en California, piloto en el Mississippi.

—Viajero...

—Viajero dentro y fuera de su país, porque él describe viajes por el Pacífico en otros libros. Y luego, finalmente el destino lo lleva a Inglaterra, a Alemania; él siente un gran cariño por Alemania. Y creo que murió en el año 1910... Sí, porque él dijo que iba a morir cuando volviera el cometa Halley. Yo recuerdo que ese año fue el de 1910, y que todos sentíamos aquí que el cometa era una de las iluminaciones del Centenario. Todos lo sentimos así, aunque, naturalmente, no lo dijimos; todos pensamos: ya que todo está iluminado, está bien que el cielo esté iluminado. No sé si llegamos a expresarlo, o si nos dimos cuenta de que era una idea absurda, pero, sin embargo, fue sentido y agradecido así el cometa Halley aquí.

—En 1910.

—Sí, y es el año en que muere Mark Twain en los Estados Unidos. Y un biógrafo suyo, Bernard Devoto, dice: “Ese ardiente polvo del cometa ha desaparecido del cielo, y la grandeza de nuestra literatura con él”.

—Relacionando el paso del cometa con la muerte de Twain.

—Sí, justamente.



Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: En diálogo, II, 81
Prólogo por Jorge Luis Borges (1985)
Prólogo por Osvaldo Ferrari (1998)
México, Siglo XXI, 2005
Foto: Borges y Kodama en la casa de Mark Twain (sin atribución de autor)
Tomado Homenaje a Borges, en La Maga Colección, febrero 1996, pág.46


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