15/12/15

Jorge Luis Borges: Epílogo [El libro de arena]





Prologar cuentos no leídos aún es tarea casi imposible, ya que exige el análisis de tramas que no conviene anticipar. Prefiero por consiguiente un epílogo.
El relato inicial retoma el viejo tema del doble, que movió tantas veces la siempre afortunada pluma de Stevenson. En Inglaterra su nombre es fetch o, de manera más libresca, wraith of the living; en Alemania, Doppelgaenger. Sospecho que uno de sus primeros apodos fue el de alter ego. Esta aparición espectral habrá procedido de los espejos del metal o del agua, o simplemente de la memoria, que hace de cada cual un espectador y un actor. Mi deber era conseguir que los interlocutores fueran lo bastante distintos para ser dos y lo bastante parecidos para ser uno. ¿Valdrá la pena declarar que concebí la historia a orillas del río Charles, en New England, cuyo frío curso me recordó el lejano curso del Ródano?
El tema del amor es harto común en mis versos; no así en mi prosa, que no guarda otro ejemplo que Ulrica. Los lectores advertirán su afinidad con El OtroEl Congreso es quizá la más ambiciosa de las fábulas de este libro; su tema es una empresa tan vasta que se confunde al fin con el cosmos y con la suma de los días. El opaco principio quiere imitar el de las ficciones de Kafka; el fin quiere elevarse, sin duda en vano, a los éxtasis de Chesterton o de John Bunyan. No he merecido nunca semejante revelación, pero he procurado soñarla. En su decurso he entretejido, según es mi hábito, rasgos autobiográficos.
El destino que, según es fama, es inescrutable, no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft, escritor que siempre he juzgado un parodista involuntario de Poe. Acabé por ceder; el lamentable fruto se titula There Are More Things.
La Secta de los Treinta rescata, sin el menor apoyo documental, la historia de una herejía posible.
La noche de los dones es tal vez el relato más inocente, más violento y más exaltado que ofrece este volumen.
La biblioteca de Babel (1941)* imagina un número infinito de libros; Undr El espejo y la máscara, literaturas seculares que constan de una sola palabra.
Utopía de un hombre que está cansado, es, a mi juicio, la pieza más honesta y melancólica de la serie.
Siempre me ha sorprendido la obsesión ética de los americanos del Norte; El soborno quiere reflejar ese rasgo.
Pese a John Felton, a Charlotte Corday, a la conocida opinión de Rivera Indarte ("Es acción santa matar a Rosas") y al Himno Nacional Uruguayo ("Si tiranos, de Bruto el puñal”) no apruebo el asesinato político. Sea lo que fuere, los lectores del solitario crimen de Arredondo querrán saber el fin. Luis Melián Lafinur pidió su absolución, pero los jueces Carlos Fein y Cristóbal Salvañac lo condenaron a un mes de reclusión celular y a cinco años de cárcel. Una de las calles de Montevideo lleva ahora su nombre.
Dos objetos adversos e inconcebibles son la materia de los últimos cuentos. El disco es el círculo euclidiano, que admite solamente una cara; El libro de arena, un volumen de incalculables hojas.
Espero que las notas apresuradas que acabo de dictar no agoten este libro y que sus sueños sigan ramificándose en la hospitalaria imaginación de quienes ahora lo cierran.

J.L.B.
Buenos Aires, 3 de febrero de 1975





* En El jardín de senderos que se bifurcan (1941). 
Luego incluido en Ficciones (1944) 
Borges lo menciona en el epílogo de El libro de arena (1975) 
pero lo excluye en ediciones posteriores y OOCC 


El libro de arena (1975)
Libro completo en el blog, cuento por cuento
Foto: Alberto Vanasco y Borges por Marcela Kelly
Cortesía de Alberto Vanasco para
Encuesta a la literatura argentina contemporánea
Buenos Aires, CEAL 1982


14/12/15

Jorge Luis Borges: Belleza








¿Los tranways de caballos y los compadritos que empezaban por un amejicanado chambergo gris y terminaban en botines de charol no solicitan acaso nuestra nostalgia? Hoy cantamos al gaucho; mañana plañiremos a los inmigrantes heroicos. Todo es hermoso; mejor dicho, todo suele ser hermoso, después. La belleza es más fatalidad que la muerte. 

El idioma de los argentinos, 1928 


Lo que cada uno puede conocer es muy poco, pero quizá a cada uno le sea dado lo esencial en distintas formas. Entonces, todas las sugerencias humanas son iguales o igualmente preciosas. Por ejemplo, yo no sé nada de literatura húngara, pero, sin duda, esa literatura tiene bellezas no inferiores a las literaturas que yo conozco. Sería muy raro que no existieran. Creo que a todo poeta le ha sido deparado escribir el mejor verso del mundo; a algunos muchos y a otros uno solo. Combinando palabras y soñando sería muy raro no haber dado alguna vez con el verso, que por un momento, sea único. La belleza no es un hecho raro, no es un hecho concedido a pocos hombres. Creo que la belleza nos acecha, y aquí vuelvo a recordar a Cansinos Asséns que formuló esta extraña plegaria a Dios: «¡Oh, Señor, que no haya tanta belleza!» ¡Estaba abrumado por la belleza! ¡Cómo se nota que era un verdadero poeta! ¡Una frase espléndida! 

«Coloquio», 1985








En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Primeras Publicaciones:
«Coloquio», en Borges, J.L. y ot., Literatura fantástica, 1985
Foto de JLB en  'Borges: Cien Años'
Número Especial PROA, Julio/Agosto.1999
Portada del libro Borges A/Z
Col. La Biblioteca de Babel

13/12/15

Jorge Luis Borges: El espejo y la máscara






Librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego, el Alto Rey habló con el poeta y le dijo:
—Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos?
—Sí, Rey —dijo el poeta—. Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientas sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía. Los ciclos de Ulster y de Munster están en las cuerdas de mi arpa. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las más complejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. Puedo celebrar los amores, los abigeatos, las navegaciones, las guerras. Conozco los linajes mitológicos de todas las casas reales de Irlanda. Poseo las virtudes de las hierbas, la astrología judiciaria, las matemáticas y el derecho canónico. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira, que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces.
El Rey, a quien lo fatigaban fácilmente los discursos largos y ajenos, le dijo con alivio:
—Sé harto bien esas cosas. Acaban de decirme que el ruiseñor ya cantó en Inglaterra. Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de sus tierras del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas. Te dejo un año entero. Limarás cada letra y cada palabra. La recompensa, ya lo sabes, no será indigna de mi real costumbre ni de tus inspiradas vigilias.
—Rey, la mejor recompensa es ver tu rostro —dijo el poeta, que era también un cortesano.
Hizo sus reverencias y se fue, ya entreviendo algún verso.
Cumplido el plazo, que fue de epidemias y rebeliones, presentó el panegírico. Lo declamó con lenta seguridad, sin una ojeada al manuscrito. El Rey lo iba aprobando con la cabeza. Todos imitaban su gesto, hasta los que agolpados en las puertas, no descifraban una palabra. Al fin el Rey habló.
—Acepto tu labor. Es otra victoria. Has atribuido a cada vocablo su genuina acepción y a cada nombre sustantivo el epíteto que le dieron los primeros poetas. No hay en toda la loa una sola imagen que no hayan usado los clásicos. La guerra es el hermoso tejido de hombres y el agua de la espada es la sangre. El mar tiene su dios y las nubes predicen el porvenir. Has manejado con destreza la rima, la aliteración, la asonancia, las cantidades, los artificios de la docta retórica, la sabia alteración de los metros. Si se perdiera toda la literatura de Irlanda —omen absit— podría reconstruirse sin pérdida con tu clásica oda. Treinta escribas la van a transcribir dos veces.
Hubo un silencio y prosiguió.
—Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikings. Dentro del término de un año aplaudiremos otra loa, poeta. Como signo de nuestra aprobación, toma este espejo que es de plata.
—Doy gracias y comprendo —dijo el poeta.
Las estrellas del cielo retomaron su claro derrotero. Otra vez cantó el ruiseñor en las selvas sajonas y el poeta retornó con su códice, menos largo que el anterior. No lo repitió de memoria; lo leyó con visible inseguridad, omitiendo ciertos pasajes, como si él mismo no los entendiera del todo o no quisiera profanarlos. La página era extraña. No era una descripción de la batalla, era la batalla. En su desorden bélico se agitaban el Dios que es Tres y es Uno, los númenes paganos de Irlanda y los que guerrearían, centenares de años después, en el principio de la Edda Mayor. La forma no era menos curiosa. Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas comunes. La aspereza alternaba con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían.
El Rey cambió unas pocas palabras con los hombres de letras que lo rodeaban y habló de esta manera:
—De tu primera loa pude afirmar que era un feliz resumen de cuanto se ha cantado en Irlanda. Ésta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra. No la merecerán los ignaros, pero sí los doctos, los menos. Un cofre de marfil será la custodia del único ejemplar. De la pluma que ha producido obra tan eminente podemos esperar todavía una obra más alta.
Agregó con una sonrisa:
—Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres.
El poeta se atrevió a murmurar:
—Los tres dones del hechicero, las tríadas y la indudable Trinidad.
El Rey prosiguió:
—Como prenda de nuestra aprobación, toma esta máscara de oro.
—Doy gracias y he entendido —dijo el poeta.
El aniversario volvió. Los centinelas del palacio advirtieron que el poeta no traía un manuscrito. No sin estupor el Rey lo miró; casi era otro. Algo, que no era el tiempo, había surcado y transformado sus rasgos. Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos. El poeta le rogó que hablara unas palabras con él. Los esclavos despejaron la cámara.
—¿No has ejecutado la oda? —preguntó el Rey.
—Sí —dijo tristemente el poeta—. Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido. —¿Puedes repetirla?
—No me atrevo.
—Yo te doy el valor que te hace falta —declaró el Rey.
El poeta dijo el poema. Era una sola línea.
Sin animarse a pronunciarla en voz alta, el poeta y su Rey la paladearon, como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia. El Rey no estaba menos maravillado y menos maltrecho que el otro. Ambos se miraron, muy pálidos.
—En los años de mi juventud —dijo el Rey— navegué hacia el ocaso. En una isla vi lebreles de plata que daban muerte a jabalíes de oro. En otra nos alimentamos con la fragancia de las manzanas mágicas. En otra vi murallas de fuego. En la más lejana de todas un río abovedado y pendiente surcaba el cielo y por sus aguas iban peces y barcos. Éstas son maravillas, pero no se comparan con tu poema, que de algún modo las encierra. ¿Qué hechicería te lo dio?
—En el alba —dijo el poeta— me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu.
—El que ahora compartimos los dos —el Rey musitó—. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último.
Le puso en la diestra una daga.
Del poeta sabemos que se dio muerte al salir del palacio; del Rey, que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema.



En El libro de arena (1975)
Dibujo: Borges por Cido Gonçlaves


12/12/15

Jorge Luis Borges: La Diosa Gálica







Cuando Roma llegó a estas tierras últimas y a su mar de aguas dulces indefinido y quizá interminable, cuando César y Roma, esos dos claros y altos nombres, llegaron, la diosa de madera quemada ya estaba aquí. La llamarían Diana o Minerva, a la manera indiferente de los imperios que no son misioneros y que prefieren reconocer y anexar las divinidades vencidas. Antes ocuparía su lugar en una jerarquía precisa y sería la hija de un dios y la madre de otro y la vincularían a los dones de la primavera o al horror de la guerra. Ahora la cobija y la exhibe esa curiosa cosa, un museo. Nos llega sin mitología, sin la palabra que fue suya, pero con el apagado clamor de generaciones hoy sepultadas. Es una cosa rota y sagrada que nuestra ociosa imaginación puede enriquecer irresponsablemente. No oiremos nunca las plegarias de sus adoradores, no sabremos nunca los ritos.








Borges junto a La Tène
Personnage debout sur un pieu (aristocrate allobroge)
Auteur inconnu, Statue monumentale
Musée DÁrt Et D´Histoire  Ville de Genève
Texto y fotos en Atlas (1984, 1999)


11/12/15

Jorge Luis Borges: Camden, 1892







El olor del café y de los periódicos.
El domingo y su tedio. La mañana
y en la entrevista página esa vana
publicación de versos alegóricos

de un colega feliz. El hombre viejo
está postrado y blanco en su decente
habitación de pobre. Ociosamente
mira su cara en el cansado espejo.

Piensa, ya sin asombro, que esa cara
es él. La distraída mano toca
la turbia barba y la saqueada boca.

No está lejos el fin. Su voz declara:
Casi no soy, pero mis versos ritman
la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman.



En El otro, el mismo (1964)
Imagen: Walt Whitman en Camden por Thomas Eakins (1887) Via


10/12/15

Jorge Luis Borges: La fama









Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.
Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.
Haber heredado el inglés, haber interrogado el sajón.
Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.
Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.
Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.
Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya.
Conocer las ilustres incertidumbres que son la metafísica.
Haber honrado espadas y razonablemente querer la paz.
No ser codicioso de islas.
No haber salido de mi biblioteca.
Ser Alonso Quijano y no atreverme a ser don Quijote.
Haber enseñado lo que no sé a quienes sabrán más que yo.
Agradecer los dones de la luna y de Paul Verlaine.
Haber urdido algún endecasílabo.
Haber vuelto a contar antiguas historias.
Haber ordenado en el dialecto de nuestro tiempo las cinco
o seis metáforas.
Haber eludido sobornos.
Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y
(como todos los hombres) de Roma.
Ser devoto de Conrad.
Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino.
Ser ciego.
Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama
que no acabo de comprender.


En: La cifra (1981)
Foto:  Retrato de Borges, CeDoc Diario Perfil 

9/12/15

Jorge Luis Borges: Intenciones*






La Biblioteca es infinita y pasiva. Con una hospitalidad que es afín a la resignación y a la indiferencia, acoge y atesora todos los libros, porque todo libro, algún día, puede ser útil a alguien o alguien puede buscar la seguridad de que no le es útil. La Biblioteca, así, propende a ser todos los libros o, lo que es igual, a ser el pasado, todo el pasado, sin la depuración y la simplificación del olvido. La Biblioteca sólo es querible, como el universo lo es o los vastos sistemas filosóficos del Indostán o de la escolástica, con una suerte de amor fati.
La revista, en cambio, es humana; condesciende a simpatías y diferencias. Ya que representa la Biblioteca, puede ser tan curiosa como ésta y no menos heterogénea; el círculo de todo el saber será su ámbito y no sólo la historia. Además, ahora sabemos que la historia no está relegada a viejas espadas y a textos laboriosos; no es algo que está hecho sino que se hace, en los sueños y en la vigilia.
En esta su tercera etapa, la revista aspira a no ser indigna de quien la fundó, Paul Groussac, y de los tiempos arduos y valerosos en que ahora le toca vivir. Toda revista, como todo libro, es un diálogo; la suerte del que ahora iniciamos también depende del lector, ese interlocutor silencioso.



* Al reiniciar la publicación de La Biblioteca, Revista de la Biblioteca Nacional, Borges firma esta nota de editor.

En La Biblioteca, Buenos Aires, Tomo IX, Segunda Época, Nº 1, primer trimestre de 1957
Luego, en Textos recobrados 1956-1986 
Foto: Borges en el escritorio de Paul Groussac, por Sara Facio, 1962
Biblioteca Nacional de Buenos Aires
Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes


8/12/15

Jorge Luis Borges: Milonga de dos hermanos







Traiga cuentos la guitarra
de cuando el fierro brillaba,
cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.

Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche ya
estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.

Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombre de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.

Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia;
también el coraje envicia
a quien le da noche y día
el que era menor debía
más muertes a la justicia.

Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le armó no sé qué lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.

Sin demora y sin apuro
lo fue tendiendo en la vía
El tren lo dejó sin cara,
que es lo que el mayor quería.

Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.







En Para las seis cuerdas (1965)
Imágenes en Borges: Develaciones
Félix della Paolera, Fundación Constantini
Buenos Aires, 1999, pág. 18
Arriba, foto tomada por el autor en 1980
junto a Borges en casa de los Iberra
Localidad de Turdera, Pcia. de Buenos Aires
Al pie, gentileza del diario La Unión de Lomas de Zamora


7/12/15

Jorge Luis Borges-Roberto Alifano: Nacionalismo, cosmopolitismo, patria, ceguera, celebraciones y futuro







A.: Borges, usted ha manifestado muchas veces que está en contra de toda forma de nacionalismo y que en el planeta deberían suprimirse las fronteras, para que el hombre pase a ser un ciudadano del mundo, patriots to heaven (patriotas del cielo) como quería Herman Melville. ¿Piensa que así desaparecerían muchos de los males que sufrimos en nuestros días?



En Roberto Alifano: Conversaciones con Borges [24]
Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1984
Foto: En el centro Borges y Alifano (sin data) Vía




6/12/15

Jorge Luis Borges: Un mañana







Loada sea la misericordia
de Quien, ya cumplidos mis setenta años
y sellados mis ojos,
me salva de la venerada vejez
y de las galerías de precisos espejos
de los días iguales
y de los protocolos, marcos y cátedras
y de la firma de incansables planillas
para los archivos del polvo
y de los libros, que son simulacros de la memoria,
y me prodiga el animoso destierro,
que es acaso la forma fundamental del destino argentino,
y el azar y la joven aventura
y la dignidad del peligro,
según dictaminó Samuel Johnson.
Yo, que padecí la vergüenza
de no haber sido aquel Francisco Borges que murió en 1874
o mi padre, que enseñó a sus discípulos
el amor de la psicología y no creyó en ella,
olvidaré las letras que me dieron alguna fama,
seré hombre de Austin, de Edimburgo, de España,
y buscaré la aurora en mi occidente.
En la ubicua memoria serás mía,
patria, no en la fracción de cada día.



En El oro de los tigres (1972)
Y en La rosa profunda (1975)
Foto:  Retrato de Borges, CeDoc Diario Perfil 



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