12/7/15

José Emilio Pacheco: Dos momentos y una postdata*





In memoriam Mauricio Magdaleno

I. Borges en 1969

Argentina es un país extraño, capaz de producir a los dos hispanoamericanos más influyentes de todos los tiempos: Borges y Guevara. El boom se inició con la Revolución cubana y el Premio Internacional de los Editores que Borges y Beckett compartieron en 1961. Poco antes François Mauriac, Roger Caillois y André Maurois habían hablado admirativamente del escritor que en el curso de los sesenta se transformó en celebridad mundial: inspirador de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, de la nueva novela y el nuevo cine; lectura obligatoria para todo escritor europeo o norteamericano que aspire a ser contemporáneo.
Después de tantos años de inferioridad ante nuestra madrastra adoptiva, la cultura europea, es imposible no sentir un gozo vindicatorio ante este segundo “retorno de los galeones”. El adjetivo “borgiano” circula ya en todas las lenguas; el crítico Richard Kostenaletz atribuye el descenso novelístico de Estados Unidos al desconocimiento de Borges y Beckett, los dos grandes maestros de la ficción actual; en las universidades los jóvenes impugnadores llenan auditorios para aplaudir las conferencias y recitales de Borges… Los ejemplos podrían multiplicarse. A Borges le ha tocado algo que ni buscó ni desea: no la humilde notoriedad del escritor sino la gloria en vida.
Por más que su lectura sea una de las mejores experiencias que puede darnos nuestro idioma, Borges no es un escritor fácil. Entre quienes hablan de él muchos sólo conocen al personaje o bien han hojeado los sustitutos de la lectura: aquellos libros sobre los libros de Borges que ya abundan en español, inglés y francés. Al margen de lo anecdótico, es necesario subrayar que Borges escribe la mejor prosa narrativa de nuestros días en castellano y en la ensayística comparte ese primer sitio con Octavio Paz. Borges ha hecho por la narración lo que hace setenta años hizo Rubén Darío por el verso: ambos son los renovadores, los fundadores que cambiaron desde América la lengua española y al hacerlo transformaron nuestra manera de hablar, de escribir, de leer y de pensar.
El pasado 24 de agosto Borges cumplió setenta años y publicó Elogio de la sombra con textos escritos a partir de 1967. Simultáneamente apareció el Diálogo con Borges de Victoria Ocampo. A Borges le han preguntado tantas veces las mismas cosas que resultaba muy difícil lograr una entrevista original. Victoria Ocampo la obtuvo haciendo que Borges trazara una autobiografía de urgencia con base en el álbum de familia.
Borges siempre tiene algo nuevo que decir o agregar a lo ya dicho. Una amistad de cuatro décadas, que sin embargo no se permite el tuteo o el voseo, le hace sentirse más cómodo con Victoria Ocampo que con ningún otro de sus interlocutores. Al ver las fotos de sus padres, sus casas, sus rostros de niño y adolescente, al leer esta conversación, uno entra en ese territorio en que la vida se hace literatura y la literatura vida.
Si por su difusión internacional Borges ha sido un protagonista de los sesenta, las obras en que está basada su fama fueron escritas en la década que se extiende entre 1939 y 1949, fecha de publicación de El Aleph. En cambio su gran obra poética intraducible por estar casi siempre rimada, no comienza verdaderamente hasta 1958 con la aparición en la revista Sur de cuatro sonetos: “Una brújula”, “Una llave en Salónica”, “Un poeta del siglo XIII” y “Un soldado de Urbina”, escritos al borde de los sesenta años.
A partir de 1955 Borges ya no pudo escribir a mano e ideó un nuevo método de composición: hacer borradores mentales caminando por las calles de Buenos Aires y una vez terminado el texto dictarlo a su madre. El relato breve y el poema con rima son las formas que mejor se adaptan a este método. Pero su organización mental y su memoria le han permitido después hacer cuentos, ensayos y versos libres, a despecho de la sombra “lenta y mansa” que elogia en su más reciente libro:
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla (…)
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años…
En su juventud Borges descubrió que “las palabras pueden ser no sólo un juego de símbolos sino una magia y una música”. Al desaparecer las imágenes, la música se ha afinado aún más para él y se ha desvanecido la línea divisoria entre poesía y prosa. Como El Hacedor y sus dos antologías personales, Elogio de la sombra es un volumen mixto; Borges desearía que lo leyéramos como un libro de versos.
Junto a la inteligencia perdurable, lo que caracteriza al Borges de 1969 es la humildad. El prólogo resulta ejemplar: descree de las estéticas, recuerda que ninguna norma es obligatoria y el tiempo se encargará de abolirla: afirma que este tomo no es mejor ni peor que los otros pero añade a los espejos, laberintos, tigres y espadas dos temas nuevos —la vejez y la ética— y concluye:
La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del orbe. Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos porque es don del Azar o del Espíritu: sólo los errores son nuestros. Espero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda merecer su memoria: en ese mundo la belleza es común.
Hay otra novedad, la reaparición del versículo que Borges no empleaba desde los “Two English Poems” de 1934 y ahora vuelve quizá como resultado de su traducción de Whitman.
Más allá de su ritmo, la forma tipográfica del versículo sirve para anunciar al lector que la emoción poética, no la información ni el razonamiento, es lo que está esperándolo.
Por ejemplo, “The Unending Gift” que apareció como prosa en la Nueva antología personal adquiere otro significado al republicarse en forma versicular.
Los poemas en rima consonante se hallan en minoría frente a los versos libres. Elogio de la sombra se parece más a los textos juveniles de Borges que a su obra de los últimos años. Algunos poemas tienen “argumento” y su desarrollo es semejante al de un relato, ya sea el monólogo de Cristo como hombre o el de un bibliotecario chino. Hay tres composiciones dedicadas a Israel y dos a James Joyce, un homenaje a Inglaterra y otro a las cosas que “durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido”.
Es una lástima que los poetas de nuestra lengua no hayan visto hasta qué punto Borges demuestra las posibilidades actuales de la rima y de las formas populares. Sus milongas son un equivalente de lo que representan en inglés las baladas y los pareados de W.H. Auden. La rubay, la cuarteta de Omar Khayyam, parece una forma excepcionalmente flexible con sus tres versos aconsonantados y uno suelto:
Que la luna del persa y los inciertos
oros de los crepúsculos desiertos
vuelvan. Hoy es ayer. Eres los otros
cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos.
El versículo se convierte en un instrumento que reúne la fluidez de la prosa y la intensidad del verso:
Ahora es invulnerable como los dioses. Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer ni la tisis ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras.
Sin embargo, el mejor Borges poeta es el Borges de sus rimas, incesantes variaciones de un mismo tema reescrito cada vez desde otro ángulo. Por ejemplo, en su concentrada eficacia, “Laberinto” es el equivalente lírico de un cuento magistral, “La casa de Asterión”:
Sé que en la sombra hay otro cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que destejen y tejen este Hades y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.
En un género ya característicamente borgiano, a medio camino entre el poema en prosa y el microrrelato, Elogio de la sombra presenta dos ejemplos extraordinarios —“Pedro Salvadores” y “Una oración”— y otros que poco añaden al prestigio de Borges. El primero cuenta la historia de un perseguido por el dictador Juan Manuel de Rojas que se oculta durante nueve años en un sótano. Empieza acosado y termina como un animal tranquilo en su madriguera o en una especie de oscura deidad. “Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.”
“Una oración” es una crítica al padrenuestro y al non omnis moriar, el “no moriré del todo” que ha sido la esperanza de tantos poetas. Borges dice “no” al otro mundo y a la fama póstuma: “Quiero morir del todo; quiero morir con este compañero, mi cuerpo”. Tiene clara conciencia de lo que ha hecho pero carece de toda pretensión al respecto:
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
Si alguna página de estos tiempos escrita en nuestro idioma alcanza a sobrevivir será probablemente de Borges. De él puede decirse sin cambiar una palabra lo que T. S. Eliot afirmó de Mark Twain:
Es uno de esos contados escritores, escasos en cualquier literatura, que descubrieron una nueva manera de escribir, válida para ellos mismos y para los demás… Uno de esos escritores que pusieron al día su lenguaje y al hacerlo purificaron el lenguaje común.

II. Borges en 1975

Hace seis años, cuando ya Borges disfrutaba y padecía el mayor prestigio y el mayor reconocimiento que ha conocido un escritor de nuestro idioma, cuando ya se daba por terminada su carrera y nadie esperaba que nuevos libros se añadieran al canon, tuvo el valor de emprender una última etapa a la que debemos Elogio de la sombraEl informe de BrodieEl oro de los tigres o El libro de arena. Al mismo tiempo se ha convertido en un escritor de lengua inglesa mediante la rescritura —más que la simple traducción— de sus libros clásicos publicados entre 1941 y 1962.
El Borges de los últimos tiempos ha abandonado en los dos idiomas que le son íntimos “las sorpresas inherentes al estilo barroco”. La publicación del libro de sus Prólogos y de Borges y el cine, estudio y compilación de Edgardo Cozarinsky, permite ver las diferencias y similitudes entre el Borges de los cuarenta y el Borges de 1975.
Entre uno y otro hay un hecho crucial: la pérdida de la capacidad de leer y escribir, la casi absoluta ceguera en que desembocó hace veinte años su miopía. Para que tuviéramos conciencia de lo que esto ha significado en la vida y obra de Borges, fue preciso esperar la entrevista a Jean-Paul Sartre recién publicada por Michel Contact en Le Nouvell Observateur. Sartre considera su profesión de escritor completamente deshecha al quedarse ciego, despojo que le quita toda razón de su existencia. Para Sartre el estilo es la manera de decir tres o cuatro cosas en una, lo que no excluye la sencillez sino al contrario. El estilo le está prohibido desde ahora a Sartre. Al volverse imposible la escritura se suprime para él la auténtica actividad del pensamiento. La manera literaria de exponer una idea o una realidad necesita de la corrección: Sartre ya no puede corregir porque es incapaz de releerse.
Hay una diferencia enorme entre dictar y redactar. Sartre piensa que si dictara no conseguiría nada semejante a lo que fueron los textos escritos y rescritos por su mano.
Sartre es un gran expositor oral. Borges se expresa tímidamente y con gran dificultad (excepto cuando se halla entre amigos), pero al transcribirse en letra impresa esas palabras de tan ardua enunciación tienen el mismo resplandor de sus páginas. A diferencia de Sartre, Borges siguió adelante, compuso en silencio, preparó borradores mentales que no dicta hasta que se encuentran acabados y pulidos. Tras quince años de entrenamiento en el poema rimado y la prosa breve pudo hacer cuentos de nuevo y también la mejor versión de Whitman que existe en nuestro idioma (Hojas de hierba, 1969).
A los setenta y cinco años “no puedo prometer ni prometerme sino esas pocas variaciones parciales que son, según se sabe, el recurso clásico de la irreparable monotonía… Escribo para mí, para los amigos y para atenuar el paso del tiempo”, dice en El libro de arena. Si careciera de otro valor, queda en pie la justificación de este volumen como discurso del estilo. Todas sus páginas son modelos de sencillez, equilibrio y precisión.
Quienes encuentren “sentimentales” estas razones —como si la literatura no estuviese hecha por personas concretas para gente concreta— y prefieran al Borges de hace treinta años tienen hoy la inesperada maravilla de un libro nuevo compuesto en su mayor parte por el Borges de entonces: la reunión de sus Prólogos.
En 1970 Borges declinó el ofrecimiento de dos autores mexicanos (Homero Aridjis y un contemporáneo suyo) para recopilar los textos que puso al frente de los libros ajenos, textos que nada tienen en común con esa aburrida y prescindible excrecencia del compromiso amistoso, la necesidad económica o la competencia académica, a la que llamamos prólogo. Afortunadamente Borges cambió de opinión y compiló a solas este volumen.
Una característica revolucionaria de este anarquista, que se ostenta de derecha con la misma ofensiva impetuosidad de la vanguardia en la que militó hace cincuenta años, es dinamitar la teoría de los géneros. Borges tiene cuentos que son ensayos, críticas narrativas, versos ensayísticos, poemas que son relatos, prosas que pertenecen de lleno a la poesía. Nada tan lejano a Borges como aspirar a una crítica que no sea una distinta forma de arte. Prólogos nos muestra al artista como crítico y al crítico como artista. Sus notas no quieren ser ciencia literaria sino ensayos en la definición de T.W. Adorno: planteamientos de un “yo” ante el mundo, un “yo” que contempla lo histórico, las manifestaciones del espíritu objetivo, la cultura como si fueran naturaleza. Borges siempre tiene algo lúcido, inquietante y revelador que decirnos aunque el objeto de su reflexión sea tan transitado como Cervantes, Shakespeare o el Martín Fierro.
Inmensas extensiones de bosque han sido arrasadas para nutrir la industria académica de los comentarios sobre Borges. Con todo, el libro de Edgardo Cozarinsky es el primero acerca de Borges y el cine. En 1931 Borges hizo reseñas cinematográficas para Sur, algunas llenas de aciertos precursores, otras equivocadas como la que intenta demoler Citizen Kane. La falibilidad de Borges lo humaniza: su agudeza lo lleva a excluir esta nota de las que añadió a Discusión en 1957.
Cozarinsky detalla los recursos que Borges ha tomado del cine para la puesta en escena verbal de sus cuentos y recorre sus aventuras cinematográficas como guionista, cita obligada en los textos de la crítica actual, presencia en las películas de Godard, Benayoun, Resnais, Allió… “doble” de Mick Jagger en Performance, autor adaptado por Torre Nilson, Múgica, Santiago y Bertolucci. Borges y el cine es un libro irremplazable.

III. Posdata: una polémica de 1973

En mayo de 1973 fue otorgado a Borges el nuevo Premio Internacional de Literatura Alfonso Reyes que constaba de cien mil pesos anteriores a la era de la devaluación permanente. Los diarios se llenaron de opiniones encontradas. Para uno de nuestros mayores poetas, Carlos Pellicer, Borges era “un declarado enemigo de México. Escribió poemas contra esta nación… alabó a los soldados victoriosos que penetraron en tierras aztecas y enalteció a los adversarios de la batalla de El Álamo. Despreció a la gente del río Bravo al sur y tuvo gestos y palabras ofensivas para el país… Por trascendente, enorme, importante que sea la tarea cumplida en el campo internacional de las letras, el escritor Jorge Luis Borges no debía haber sido postulado a ningún premio por los mexicanos… Al enemigo —y Borges es enemigo de México— se le puede tratar con respeto y hasta con admiración. Pero no se le premia”. (Pellicer; entrevistado en Excélsiorpor Rodolfo Rojas Zea.)
El martes 29 de mayo de 1973 Cristina Pacheco publicó en El Universalla única nota que conocemos hasta hoy sobre las referencias a México en la obra de Borges. El mayor agravio era desde luego el soneto “Texas” de 1961, que en su línea final dice: “y esas otras Termópilas. El Álamo”. En cambio había el elogio constante a Reyes, una reseña sobre el joven Maples Arce, testimonios de que Borges se supo de memoria “La suave patria” y juzgó a López Velarde superior a Lugones, una cita de Rubén M. Campos y El folclore literario de México.
En el capítulo dedicado a Billy the Kid en la Historia universal de la infamia (1935) se afirma dos veces que al morir debía a la justicia veintiuna muertes “sin contar mejicanos”, pero estas palabras se citan entrecomilladas como provenientes del mismo Billy. Un subcapítulo del relato se llama “Demolición de un mejicano” (otra vez con jota). La víctima es hollywoodescamente descrita como “más que fornido, con cara de india vieja. Abunda en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales”. Borges añade que Billy the Kid “puso en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros” y que a veces “las guitarras y los burdeles de México lo arrastraban”.
En el cuento “El Aleph” (1945) contiene dos menciones: “un oleoducto al norte de Veracruz” y “un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala”. En la entrevista con Ronald Christ que publicó The Paris Review y más tarde fue incluida en la serie Writers at Work hay una observación acerca de la dificultad de tener amigos mexicanos o suizos, ya que la única actividad de quienes habitan ambos países es ser guía de turistas.
Hasta 1973 las líneas más extensas de Borges sobre México estaban en su desconocido prólogo a Juárez y Maximiliano, la obra teatral de Franz Werfel. Borges dijo en 1946 que el Maximiliano de Werfel “es un hombre complejo y escrupuloso, a quien han extraviado las circunstancias en un mundo implacable. Antes de combatir está derrotado, porque lo desarman la piedad y la lucidez. Incurre, gradualmente, en la falta máxima: la de admitir que su enemigo pueda tener razón. Dicta decretos filantrópicos: ampara al peón y al indio. Obra de esta manera porque ya entrevé que su causa, intrínsecamente, no es justa. A través de las derrotas y las traiciones (toleradas por él, íntimamente fomentadas por él), Maximiliano se convierte en su propio juez y en su propio verdugo. Siente un afecto inexplicable por Juárez. A éste (que acabará por fusilarlo en Querétaro) nunca lo vemos. En esa ocultación hay algo más que un hábil artificio dramático: Juárez es de algún modo la conciencia del triste emperador”.
En diciembre de aquel año Borges llegó por vez primera a México y recibió el premio que tiene el nombre de su gran amigo. Volvió en 1978 y en 1981, elogió en lo sucesivo al país (y a sus escritores) pero jamás le dedicó un poema como el que hizo para marcar su reconciliación con España.
Para Borges México fue sobre todo Alfonso Reyes. Murió sin haber escrito el cuento del personaje más borgianamente trágico de nuestra historia y tal vez el padre que Borges hubiera querido para sí: el general Bernardo Reyes que fue bravo entre los bravos, lo tuvo todo y lo perdió todo, cayó del inmenso poder militar y político a la humillación de rendirse a solas ante su antiguo caballerango y, como en un poema o un cuento de Borges, murió en una carga suicida de caballería contra el Palacio Nacional que sólo muerto pudo conquistar. (Gracias a una investigación hemerográfica de Miguel Ángel Flores.)






* “Inventario”,  Proceso, núm. 505, 7 de julio de 1986, pp. 50-52.

En Borges y MéxicoMiguel Capistrán, editor
Penguin Random House Grupo Editorial México, 1 jul. 2012
Foto: José Emilio Pacheco por Oscar Alarcón Vía


11/7/15

Jorge Luis Borges: Los espejos











Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso nos alarman.









En El Hacedor (1960)
Ilustraciones de Santiago Cogorno para Los Espejos
En Cinco Poemas, Buenos Aires, PROA, 1986


10/7/15

Carta*: "Borges y el crimen de la guerra", de Manfred Schönfeld







En La Prensa del 1º de setiembre he leído, no sin asombro, el artículo “Borges y el crimen de la guerra” del señor Manfred Schönfeld.
Es común y a veces necesario tener que defenderse de un agresor; mi curioso destino quiere ahora que me defienda de un defensor.
El señor Schönfeld empieza por recordarme el supuesto axioma de derecho internacional My country right or wrong (Que tenga o no razón, es mi país). Admitido ese arbitrario dictamen, ambos bandos tendrían razón en cualquier guerra. ¿Será preciso declarar que yo no lo admito, ni siquiera en inglés? Tampoco lo acataron Bertrand Russell, Hilaire Belloc y Cunninghame Graham. En el caso de la Guerra de los Seis Días, por ejemplo, creo que los israelíes tenían razón al defender su país, no así los egipcios y los árabes, que fueron arrastrados a la batalla por la radiotelefonía y los demagogos. En lo que se refiere a la Guerra de la Independencia, en la que fuimos compañeros de armas chilenos y argentinos, entiendo que no hay motivo alguno para avergonzarnos de las jornadas de Chacabuco y de Maipú. Yo afirmé que la guerra que nos amenaza sería una insensatez y un crimen, no que todas las guerras lo sean.
En cuanto al copioso arsenal que ha coleccionado a lo largo de una obra de medio siglo el autor del artículo, básteme aclarar que no me identifico con esos armamentos. No he exaltado el “sórdido cuchillo” (el adjetivo es mío) de Juan Muraña; mis milongas de orilleros no son didácticas. No soy ninguno de los dos hermanos Nielsen de “La intrusa”. Acusarme de ello sería como acusar de piratería en alta mar a Robert Louis Stevenson, cuyas hermosas páginas abundan en bucaneros.
Creo que el señor Schönfeld nos calumnia cuando supone que “el sentir colectivo de nuestro país” anhela una guerra. Ésta constituiría un doble suicidio, que sólo sería saludado con entusiasmo por el enemigo común.
Escribe mi apologista: “Si algún día, en un punto de alguna frontera que preferimos no precisar, un soldado argentino que quizá no haya leído el ‘Poema conjetural’ sintiese un ‘íntimo bayonetazo’ en su garganta, ¿dirá Jorge Luis Borges que la guerra es un crimen, o dirá que ese soldado, se ha encontrado con ‘su destino sudamericano’?”. Precisamente si me opongo a una guerra es para salvar a ese joven, argentino o chileno (los hombres no se miden con mapas), de la bayoneta que el señor Schönfeld agrega a su ya considerable panoplia.


* En diario La Prensa, Buenos Aires, 6 de septiembre de 1978, con el título “Los hombres no se miden con mapas”.

Nota

A raíz de las declaraciones de Jorge Luis Borges en Chile sobre el conflicto del canal de Beagle, en las que había afirmado que una guerra entre la Argentina y Chile sería una “insensatez”, el periodista Manfred Schönfeld acusó a Borges de idolatrar constantemente la violencia en su obra literaria, y de oponerse ahora a una solución bélica. Borges le contesta con la carta firmada que aquí reproducimos.
Tres años más tarde, el 11 de mayo de 1981, el diario El Mercurio de Chile publicó una entrevista a Jorge Luis Borges titulada “Borges y la Guerra con Chile: Un conflicto imaginario”. Este reportaje fue recogido por la revista Papiro, Buenos Aires, Año VI, Nº 20, mayo-agosto de 1981. (N. del E.)



En Textos recobrados 1956-1986
Buenos Aires, Emecé Editores, 2003
Foto: Borges en Palermo (Sicilia), 1984 por Ferdinando Scianna/Magnum [detalle]


9/7/15

Jorge Luis Borges: Querer ser otro








Quisiéramos ser Goethe, dicen que dice alguna página de Eugenio d'Ors. Quisiera ser Alvear, dice el discutidor de tejemanejes políticos. Quisiera ser Joan Crawford, dice en cualquier platea o cualquier palco, cualquier voz de mujer. Sintácticamente esos tres anhelos se corresponden. Para el gramático, para el mero inexistente gramático, la misma locución quisiera ser obra con igual sentido en los tres. Para mí, no. Quisiéramos ser Goethe me parece una mínima canallada, una pequeña simulación de escritor que finge renunciar a otras más evidentes codicias para codiciar una obra que pocos visitan con gusto, pero que se considera muy distinguida. (Omito la circunstancia interesante de querer ser un muerto, de querer ser ya una gloria o un nombre). Quisiera ser Alvear no significa Quisiera ser Alvear. Significa Quisiera ser quien soy, pero con las oportunidades que tiene Alvear y que no aprovecha, porque sólo es Alvear. Significa en último análisis: Alvear querría ser yo... Quisiera ser Joan Crawford, en cambio, puede significar Yo quisiera habitar ese glorioso cuerpo de Joan y cobrar sus espléndidos honorarios de adoración y de oro y de competentes fotógrafos, pero puede querer decir también Quisiera ser, cuerpo y alma, Joan Crawford. Ese deseo es el que más interesa en verdad: que B quiera ser N. 

¿Tiene algún sentido ese anhelo? Ya he señalado que en el habitualísimo caso Quisiera ser Alvear, B no quiere ser N; quiere ser B + N o B multiplicado por N. En el de la espectadora de Joan, B quiere dejar de ser B y ser del todo N: pero esa previa obliteración o suicidio lo desaparece de modo que no queda nada de B y que su incorporación a N, o rápido consumo por N, es impracticable. Si en el decurso del minuto siguiente, yo me convierto en el antiguo barbero del hermano mayor del secretario confidencial de Al Capone, en el preciso instante en que ese problemático personaje ocupa mi lugar —el milagro es tan imperceptible como absoluto. Nada me impide suponer que esos secretos cambios, están aconteciendo continuamente y que un modesto Dios se complace con esos pudorosos milagros. La desconcertante falta de asombro en el segundo preciso de la transformación, es una prueba de la perfección del ajuste. Arribo a esta conclusión melancólica: B no puede llegar a ser N, porque si llega a serlo, no se darán cuenta ni N ni B. 

En este desconsuelo, no sé de otro posible socorro que el de los metafísicos idealistas. Estos disolvedores benéficos —empezando por David Hume—arguyen que una persona no es otra cosa que los momentos sucesivos que pasa, que la serie incoherente y discontinua de sus estados de conciencia. B, para esos disolventes, no es B. Es, imaginemos: mirar distraído un farol + apurar el paso + reconocerse en el espejo de una confitería + deplorar que uno no pueda enviarle alfajores a tal niña en tal calle + figurarse con algún error esa calle + rectificar el ángulo del chambergo + tener frío + pensar en la hora + cerciorarse de que uno estaba silbando + no dar con el nombre de la tonada + ver un carro + dejarlo pasar + comprobar que uno de los troperos es malacara y que le han puesto encima una lona + saberse de golpe misteriosamente feliz o misteriosamente abatido + saber que lo que uno está silbando es norteamericano y que Myriam Hopkins lo canta + figurársela de frente a la clara Myriam y no poder figurársela de perfil + atravesar la calle San Luis, o será Viamonte + oír retumbar dos campanadas que uno se imagina altas + tener frío y sueño + buscar la luna en el cielo + etcétera... La primer consecuencia de esa teoría es que B no existe. La segunda (y mejor) es que no existiendo N tampoco, muchos instantes de la casi infinita serie de B pueden ser iguales a los de N. Vale decir: B, en determinados instantes, es N. Dos hombres rendidos de sed que prueban el primer contacto del agua —uno en los arrabales de Ondurmán, en 1885; otro en la Pampa de San Luis en 1860— son literalmente el mismo hombre. Todas las personas absortas en la venturosa audición de una sola música, son la misma persona. Todos los amantes que se abrazaron con plenitud en el ancho mundo, que se abrazarán y se abrazan son la misma clara pareja: son Adán y Eva. Nadie es sustancialmente alguien, pero cualquiera puede ser cualquier otro, en cualquier momento. 

Entre adivinaciones y burlas, me parece que hemos arribado a la mística. 






En Textos recobrados 1931-1955 (2001)
Primeras publicaciones en Diario El Litoral, Santa Fe 
en Magazine o Anuario 1932, publicado 1° de enero de 1933 
y también en El Litoral el 20 de febrero de 1993
Imágenes: Scans publicación El Litoral autografiado
dedicado al periódico por JLB 



8/7/15

Borges profesor. Clase 7: Los dos libros escritos por Dios [...]







Los dos libros escritos por Dios
El bestiario anglosajón. Las adivinanzas 
Poema de la sepultura. La batalla de Hastings


Por toda la Edad Media corrió el concepto de que Dios había escrito dos libros, y uno de esos libros era previsiblemente la Sagrada Escritura, la Biblia, dictada a diversas personas de diversas épocas por el Espíritu Santo, y el otro libro era al Universo, todas las criaturas.
Y se repitió que el deber de todo cristiano era estudiar ambos libros, el libro sagrado y ese otro libro enigmático, el Universo. Ahora, en el siglo XVII, Bacon, Francis Bacon,117 vuelve a esa idea, pero vuelve de un modo científico. La idea es que tenemos la Sagrada Escritura de un lado, y del otro el Universo, que tenemos que descifrar. En cambio en la Edad Media, encontramos esta idea de que los dos libros, el libro por excelencia, la Biblia, y el otro libro, el Universo —naturalmente nosotros formamos parte del segundo libro—, tenían que ser estudiados desde el punto de vista ético. Es decir, que no se trataba de estudiar a la naturaleza a la manera de Bacon, que es la manera de la ciencia moderna, haciendo experimentos, investigando las cosas físicas, sino buscando ejemplos morales en ella. Y eso persiste todavía en fábulas sobre la abeja o la hormiga, que nos enseñan a trabajar, la idea de la cigarra, que es ociosa, etc. Y en todas las literaturas de Europa se encuentran libros que se llaman «fisiólogos».118 Aquí la palabra significa «médicos» o «bestiarios», porque se buscaban los ejemplos entre los animales, verdaderos o fabulosos. Así, por ejemplo, el Ave Fénix. Se creía en el Ave Fénix, venía a ser un símbolo de la resurrección, porque arde, muere y luego resucita. Y en el inglés antiguo, en el anglosajón, hubo un Bestiario también. Parece ser que el Bestiario primitivo, o que se ha dado como primitivo, se escribió en Egipto en griego. Por eso hay referencia a tantos animales egipcios, verdaderos o fabulosos, como el Ave Fénix, que viene a morir en la ciudad sagrada de Heliópolis, la ciudad del sol. Y del Bestiario anglosajón se han conservado sólo dos capítulos. Y estos capítulos son curiosos porque se refieren a la pantera y a la ballena. Y la pantera es, asombrosamente, un símbolo de Cristo.119 Esto puede asombrarnos, pero debemos pensar también que la pantera, para los sajones de Inglaterra, para los anglosajones, era simplemente una palabra de la Biblia. Naturalmente, no habían visto nunca una pantera, que es un animal de otras latitudes. Y había un texto, no recuerdo qué versículo es, en el cual aparece la pantera y se la identifica con Cristo. Y entonces se dice ahí, en el texto anglosajón sobre la pantera —se sabía además que tenía muchos colores, es decir, que tenía manchas, era un animal así brillante, resplandeciente—, se la identifica con Cristo. Se dice que la pantera es un animal de voz musical y de suave aliento, lo cual no parece confirmado por los jardines zoológicos o por la zoología. Se dice que duerme durante tantos meses y luego se despierta—esto puede corresponder a los días en que Cristo está muerto antes de resucitar—, que es un animal benéfico, que de las ciudades y de los campos vienen hombres a oír su voz musical, y que tiene un enemigo que es el dragón. Y el dragón viene a ser el símbolo del demonio.
Hay un dicho que yo no he podido explicarme nunca, y que quizás ustedes puedan ayudarme a resolver. Y es un verso de Eliot, que creo que está en los Cuartetos.120 Dice: «Came Christ, the tiger», «Llegó Cristo, el tigre». Ahora, no sé si esa identificación que hace Eliot de Cristo con el tigre está basada en alguna reminiscencia del antiguo texto sajón que identifica a Cristo con la pantera, que es una especie de tigre, o si simplemente —pero no creo, esto sería demasiado fácil— Eliot busca una sorpresa. Porque siempre se compara a Cristo con el cordero, con un animal manso, y él puede haber buscado el opuesto. Pero en este caso, creo que no hubiera pensado en el tigre, sino en el lobo, o quizás el lobo le pareció una comparación demasiado fácil para el cordero. El verso de Eliot es: «En la juventud del año» —no usa la palabra youth, sino una palabra antigua, de inglés medio, juvescence— «Came Christ, the tiger». Y, sin duda, «Cristo, el tigre» logra el efecto de asombro. Pero creo que cuando se lee a Eliot debemos suponer que para escribir su poema él buscaba algo más que la mera sorpresa del lector. La sorpresa como efecto literario es un efecto momentáneo, que se gasta muy pronto.
De modo que tenemos este piadoso poema sobre la pantera, pantera que luego se explica como imagen de Cristo, como un ejemplo de Cristo dado a los hombres. Y luego tenemos el otro poema, y que es el poema de «La ballena», a la que dan el nombre de Fastitocalon, que creo que se parece, pero no sé, en griego, a un nombre de tortuga.121 Entonces ahí se habla de la ballena. La ballena sí la conocían los sajones, ya hemos visto que una de las metáforas clásicas del mar es «camino de la ballena», lo cual está bien, porque la vastedad de la ballena parece sugerir o acentuar la vastedad del ámbito de la ballena, el mar. Y se dice que la ballena duerme o simula dormir, y los marineros la toman por una isla y desembarcan en ella. La ballena se hunde y los devora. Aquí la ballena viene a ser un símbolo del infierno. Ahora, quizás esta idea de la ballena a la que los marineros toman por una isla, la encontramos en leyendas irlandesas.122 Recuerdo un grabado en que hay una ballena, que evidentemente no es una isla, y que está riéndose además, y luego se ve un barquito. Y en el barquito está San Brandán, el santo,123 con una cruz, que con gran prudencia va a embarcarse en la ballena que está riéndose de él, y eso lo encontramos también en el Paraíso Perdido de Milton, en el que habla de la ballena, que muchas veces el marinero encuentra cerca de las costas de Noruega, y desembarca en ella, enciende fuego, entonces el fuego despierta a la ballena, y la ballena se sumerge y devora a los marineros. Y aquí hay un toque poético de Milton. Él podría haber dicho: «La ballena por ventura durmiendo», «on the Norway sea», sobre el mar de Noruega. Pero él no pone esto. Pone «on the Norway foam»,124 que queda mucho más lindo: «Sobre la espuma de Noruega».
Tenemos pues estos trozos, y luego hay un largo poema anglosajón, que se refiere al Ave Fénix, y empieza por una descripción del Paraíso Terrenal. El Paraíso Terrenal está figurado como una meseta, sobre una alta montaña en el Oriente. También en el Purgatorio de Dante, en la cumbre de esa especie de montaña artificial o sistema de terrazas que constituyen el Purgatorio, está el Paraíso Terrenal. Y se describe en el poema sajón al Paraíso Terrenal con palabras que recuerdan otras de la Odisea. Se dice, por ejemplo, que no hay exceso de frío, de calor, de verano o de invierno, que no hay granizo, que no hay lluvia, que también no es agobiante el calor del sol, y luego se habla del Ave Fénix, que es uno de los animales descritos en la Historia Natural de Plinio. Y aquí podemos advertir que cuando Plinio habla de los grifos,125 o cuando habla del dragón, o cuando habla del Fénix, ya no se debe eso a que Plinio creyera en ellos. Yo creo que la explicación es otra. La explicación es que Plinio quería reunir en un volumen todo lo que se refiere a los animales, y que ahí él reunía lo verdadero y reunía también la fábula, para hacer más completo el texto. Pero él mismo dice a veces «lo cual es dudoso» o «cuéntase que», por lo que vemos que no debemos imaginarlo como a un ingenuo, sino simplemente como una persona que tiene un concepto distinto de lo que debe ser una historia natural. Esa historia tenía que incluir no sólo lo que se sabe de cierto sobre cualquier animal, sino sobre las supersticiones. Creo que, por ejemplo, él creía que el rubí hace invisibles a los hombres, la esmeralda los hace elocuentes, etc. Es decir, no, él no creía. Él sabía que existían esas supersticiones y las incluía en su libro también.
Me he referido a estas dos piezas del bestiario anglosajón porque son curiosas, no porque tengan materialmente mayor mérito poético. Hay además una serie de adivinanzas anglosajonas,126 una serie de adivinanzas que no están concebidas como ingeniosas a la manera de los enigmas griegos. Ustedes recordarán, por ejemplo, el famoso enigma de la Esfinge: «¿Cuál es el animal que anda en cuatro patas por la mañana, en dos al mediodía y en tres a la tarde?», y luego resulta que todo esto es una larga metáfora de la vida del hombre, que gatea cuando es un niño, que es bípedo, que se mantiene en dos pies al mediodía y luego, en la vejez, que se compara con el crepúsculo, se apoya en un bastón.127 Ahora, los enigmas anglosajones no son ingeniosos, son más bien descripciones poéticas de las cosas, y hay algunas cuya solución se ignora y otras cuya solución es evidente. Por ejemplo, hay una que se refiere a la polilla, y que habla de un ladrón que entra de noche en una biblioteca y se alimenta con las palabras de un sabio, pero que no aprende nada de eso. Tenemos así que se trata de la polilla. Y luego hay una sobre el ruiseñor, cómo lo escuchan los hombres. Hay otra sobre el cisne, sobre el ruido de sus alas, y hay otra sobre el pez: se dice que él es errante y que su casa —el río, evidentemente— es errante también, pero que si lo sacan de su casa se muere. Naturalmente, un pez se muere fuera del agua. Es decir que los enigmas anglosajones vienen a ser unos poemas lentos, no ingeniosos, pero con un sentimiento muy vivido de la naturaleza. Hemos visto que el sentimiento de la naturaleza es una de las peculiaridades de la literatura inglesa desde sus orígenes, desde sus principios. Luego tenemos poemas bíblicos, que son meras extensiones del texto bíblico, extensiones oratorias y muy inferiores ciertamente al texto sagrado en que fueron inspiradas por sus autores. Y luego tenemos otros en que se toman temas de la común mitología o leyenda germánica, pero de los que hemos visto lo principal, creo, que son los textos épicos: el Beowulf, el «Fragmento heroico de Finnsburh», la «Oda de Brunanburh» —espléndidamente traducida por Tennyson, y en cualquier edición de las obras de Tennyson ustedes pueden encontrar esa traducción ejemplar de la «Oda de Brunanburh»—, y la «Balada de Maldon», de la que no he encontrado hasta ahora una traducción ejemplar, pero que ustedes encontrarán traducida literalmente en ese volumen de Gordon, Anglo-Saxon Poetry.
Y luego hay un poema muy triste, un poema escrito después de la conquista-normanda y traducido admirablemente por el poeta americano Longfellow,128 que tradujo también las coplas de Manrique del español, la Divina Comedia del italiano, y luego traduce muchos de los cantos escandinavos y de trovadores provenzales. Tradujo a los poetas románticos alemanes, tradujo baladas del alemán. Era un hombre que tenía una vasta cultura, y durante los años de la Guerra de Secesión, para distraerse de esa guerra, que fue la más sangrienta del siglo XIX, tradujo en endecasílabos, blancos, sin rima, toda la Divina Comedia, según he dicho. Ahora, el poema de «La sepultura»129 es un poema muy raro. Se supone que fue compuesto en el siglo XI o a principios del siglo XII, es decir en plena Edad Media, en una época cristiana. Y sin embargo, en ese poema, «La sepultura», no hay ninguna referencia a la esperanza del Cielo o al temor del Infierno. Es como si el poeta sólo creyera en la muerte física, en la corrupción del cuerpo, e imaginara además, como en un cuento de nuestro Eduardo Wilde, «La primera noche de cementerio»,130 que el muerto guarda conciencia de esa corrupción. Y el poema empieza: «Para ti una casa fue construida antes que nacieras» —es decir que para cada uno de nosotros ya hay un lugar determinado en la tierra en el cual ser enterrado—, «Para ti el polvo fue destinado antes que salieras de tu madre»: «De wes molde imynt, er ðu of moder come», ustedes ven que el final ya se parece bastante al inglés, ya se trasluce el inglés. «Oscura es esa casa», dice después... Perdón, «Sin puertas es esa casa, y adentro está oscura». En inglés sería «Doorless is that house, and dark it is within», y en este inglés antiguo tardío, que ya está profetizando, prefigurando el inglés, dice «Dureleas is þet hus and dearc hit is wiðinnen». Ya en este anglosajón, aunque no hay palabras latinas, estamos acercándonos al inglés. Después describe la casa. Dice que esa casa no tiene un techo muy alto, que el techo está construido tocando el pecho, que es muy bajo, «que ahí estarás muy solo» —dice—, «dejarás a tus amigos, ningún amigo bajará a preguntarte si te gusta esa casa». Y luego dice: «la casa está cerrada y la muerte tiene la llave». Después hay otros versos, cuatro versos agregados que se ve que la mano que los ha escrito es otra, ya que el tono es distinto. Porque dice: «Ninguna mano acariciará tus cabellos» y eso ya corresponde a una ternura que parece posterior, porque todo el poema es muy triste, muy duro. Todo el poema viene a ser una sola metáfora: la metáfora de la casa como habitación última del hombre. Pero ese poema ha sido escrito con tanta intensidad que es uno de los grandes poemas de la poesía inglesa. Y la traducción de Longfellow, que suele estar al final, es no sólo literal, sino que a veces el poeta sigue el orden exacto, el mismo orden de los versos anglosajones. De toda la literatura anglosajona, es la que está escrita en un lenguaje más fácil, porque es la que está más cerca del inglés actual.
Hay muchas antologías de la poesía anglosajona, y hay una hecha en Suiza —no recuerdo el nombre del autor— con un criterio muy inteligente. Y es éste: en lugar de empezar por el Beowulf o por el «Fragmento de Finnsburh», que son del siglo VII o siglo VIII, él empieza por lo más nuevo, es decir, por lo que está más cerca del inglés actual, Y luego la antología es retrospectiva, la antología va llegando al anglosajón del siglo VIII y empieza por el anglosajón del siglo XII, es decir, a medida que vamos adelantando en los textos, los textos son más difíciles, pero nos ayudan los primeros, los del comienzo.
Y ahora vamos a concluir esta segunda bolilla, pero habrá que decir algo de historia también. Al principio me referiré a la historia del idioma, para que ustedes perciban cómo se ha pasado del anglosajón al inglés actual. Ahora, ocurrieron dos hechos capitales, y esos dos hechos, cuando ocurrieron, deben haber parecido catastróficos, terribles. Y, sin embargo, prepararon el inglés a ser lo que Alfonso Reyes ha llamado «la lengua imperial» de nuestro siglo. Es decir, el anglosajón era un idioma mucho más complicado gramaticalmente que el inglés actual. Había en él, como en alemán y en las lenguas escandinavas, tres géneros gramaticales. En español tenemos dos, y esto ya es suficientemente complicado para los extranjeros. No hay razón alguna para que digamos «la mesa» o «el reloj», por ejemplo; esto hay que aprenderlo en cada caso. Pero en inglés antiguo, como en alemán y en las lenguas escandinavas, había tres géneros gramaticales. Y así tenemos «el luna», «la sal» y «el estrella». Ahora, se supone que esto de «el luna» corresponde a una época muy antigua, corresponde a la época del matriarcado, a la época en que las mujeres eran más importantes que los hombres. La mujer regía la familia, y entonces a la luz más brillante, al sol, se la vio como femenina, y en la mitología escandinava tenemos análogamente una diosa del sol y un dios de la luna. Ahora, leí en El imperio jesuítico, de Lugones131 —supongo que Lugones no se equivoca— que en guaraní ocurre lo mismo, que en guaraní se dice «la sol» y «el luna». Es curioso que en la poesía alemana esto haya influido, ya que en alemán se dice «el luna», «der Mond», como «mona», luna, era masculino en inglés antiguo, y «sunne», sol, era femenino. En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche compara al sol con un gato que camina sobre una alfombra de estrellas. Pero no dice «eine Katze», que podría ser una gata también, sino «ein Kater», un gato, un macho. Y luego pensaba a la luna como un monje que mira envidiosamente a la Tierra, no con una monja. Así, los géneros gramaticales, que son más o menos casuales, influyen en la poesía también. Y en inglés [antiguo], el nombre para mujer es neutro, wif,132 pero también puede ser masculino, porque había una palabra wifmann, y como mann era masculino, se decía «el mujer», o «la mujer» también. En inglés actual, todo esto es mucho más simple. En español, por ejemplo, decimos «alto», «alta», «altos», «altas». Es decir, tenemos género gramatical para los adjetivos. En inglés tenemos high, que puede significar «alto», «alta», «altos», «altas», según lo que venga después. Ahora, ¿a qué se debe esta simplificación que hace del inglés actual un idioma mucho más simple gramaticalmente, pero desde luego mucho más rico en vocabulario que el inglés antiguo? Esto se debe al hecho de que los vikings, daneses, noruegos, se establecieron en el norte y en el centro de Inglaterra. Ahora, el antiguo escandinavo se parecía al inglés. Los sajones tenían que entenderse con los escandinavos, que eran sus vecinos, y además muy pronto los sajones llegaron a confundirse con los escandinavos, que eran menos: la raza escandinava se fundió con la sajona. Pero tenían que entenderse. Y entonces, para entenderse, ya que el vocabulario era muy parecido, se hizo una especie de lengua franca y el inglés fue simplificándose.
Y esto tiene que haber sido algo muy triste para los sajones cultos. Imagínense ustedes que de pronto notáramos que la gente dice «el cuchara», «lo mesa», «lo casa», «la tenedor», etc. Pensaríamos: «Caramba, el idioma está degenerándose, hemos llegado a la perfección del cocoliche». Pero los sajones, que habrían pensado lo mismo, no podían prever que eso iba a hacer del inglés un idioma más fácil. Fíjense que actualmente el inglés casi no tiene gramática. Es el diccionario más sencillo que hay, gramaticalmente. Porque es difícil en la pronunciación, y en cuanto a la ortografía inglesa, ustedes saben que en lo que se refiere a los nombres propios, cuando de pronto se hace célebre alguien, la gente no sabe cómo se pronuncia. Porque, por ejemplo, cuando empezó a escribir Somerset Maugham,133 la gente le decía «Moguem», porque no podía saber cómo se pronunciaba. Y luego tenemos las letras que han quedado de la antigua pronunciación. Por ejemplo, «cuchillo» en inglés se dice «naif» pero se escribe knife. ¿Por qué esta «le»? Porque en inglés antiguo eso se pronunciaba, y eso ha quedado como una especie de fósil perdido.134 Y luego tenemos también «nait», «caballero», que se escribe knight en inglés actual. Esto parece absurdo, pero es porque en anglosajón la palabra era cniht, «servidor». Es decir, [la «c» inicial] se pronunciaba. Y después el inglés fue llenándose de palabras francesas a raíz de la conquista normanda.
Y ahora vamos a hablar de ese año 1066, que es el año de la batalla de Hastings. Ahora, hay historiadores ingleses que dicen que el carácter inglés no estaba formado cuando ocurrió la invasión normanda. Otros dicen que sí. Pero creo que los primeros son verosímiles. Creo que la conquista normanda fue muy importante para la historia de Inglaterra, y naturalmente esto quiere decir para la historia del mundo. Creo que si los normandos no hubieran invadido Inglaterra, Inglaterra actualmente sería lo que es, digamos, Dinamarca. Es decir, sería un país muy culto, admirable políticamente, pero un país provincial, un país que no ha ejercido mayor influencia en la historia del mundo. En cambio, los normandos fueron los que hicieron posible el Imperio Británico y la difusión de la raza inglesa en todas las partes del mundo. Yo creo que si no hubiera habido invasión normanda, no hubiéramos tenido después un imperio inglés. Es decir, no habría ingleses en Canadá, en la India, en Sudáfrica, en Australia. Quizá no existirían los Estados Unidos tampoco. Es decir, habría cambiado toda la historia del mundo. Porque los normandos tenían un sentido ejecutivo, un sentido de organización del cual carecían los sajones. Y esto lo vemos en la misma Crónica anglosajona, escrita por un monje sajón, enemigo de los normandos, pero ellos hablaban de Guillermo el Conquistador,135 el bastardo, que era normando, y cuando murió, dijeron que no había habido nunca en Inglaterra un rey más poderoso que él. Porque antes el país estaba dividido en pequeños reinos. Es verdad que hubo un Alfredo el Grande,136 pero él nunca llegó al concepto de que Inglaterra pudiera ser puramente anglosajona o inglesa. Alfredo el Grande murió con la idea de que Inglaterra sería en buena parte un país escandinavo, y en la otra parte un país sajón. En cambio, llegaron los normandos y conquistaron toda Inglaterra, es decir, llegaron hasta la frontera de Escocia. Y además son gente muy enérgica, gente con un gran sentido de organización, con un gran sentido religioso también, y llenaron Inglaterra de monasterios —ya los sajones tenían sentido religioso, desde luego—. Pero vamos a ver los acontecimientos dramáticos de ese año 1066 de Inglaterra. Y tenemos entonces en Inglaterra a un rey que se llama Harold, el hijo de Godwin. Y Harold tenía un hermano que se llamaba Tostig.
Yo he visto en el condado de Yorkshire una iglesia sajona construida por los dos hermanos. No recuerdo exactamente la inscripción, pero recuerdo que hice que me la leyeran y quedé muy bien porque la traduje, cosa que los señores ingleses que estaban conmigo no eran capaces de hacer, porque no habían estudiado anglosajón. Yo más o menos, pero a lo mejor hice un poco de trampa al leer la inscripción que había sobre la iglesia. En Inglaterra quedarán cincuenta o sesenta iglesias sajonas. Ésta era una iglesia pequeña. Son edificios de piedra gris, cuadrados, más bien pobres. Los sajones no fueron grandes arquitectos, lo fueron después bajo la influencia normanda. Pero ellos el estilo gótico lo entendieron de otra manera, porque el gótico generalmente tiende a la altura. Pero Yorkminster, la catedral de York, es la catedral más larga de Europa. Tiene unas ventanas llamadas «the York sisters», las hermanas de York. Esas ventanas no fueron destruidas por los soldados de Cromwell porque son ventanas de cristal de diversos colores, y el amarillo prima. Y los dibujos son lo que hoy llamaríamos abstractos, es decir, no hay figuras. Y no fueron destruidos por los soldados de Cromwell—que destruían todo lo que fuera imagen— porque las veían como ídolos. Las «York sisters», precursoras del arte abstracto, no; se salvaron, y es una suerte porque son lindísimas realmente.
Tenemos pues al rey Harold y a su hermano, el conde Tosté o Tostig, según los textos. Ahora, el conde creía que él tenía derecho a parte del reino, que el rey debía dividir Inglaterra con él. El rey Harold no accedió, y entonces Tostig se fue de Inglaterra y se hizo aliado del rey de Noruega, a quien llamaban Harald Hardrada, Harald el resuelto, el duro... Es una lástima que tenga casi el mismo nombre de Harold, pero no se puede modificar la historia. Ese personaje es un personaje muy interesante, porque a la manera de muchos escandinavos cultos, no solamente era guerrero, sino que era además poeta. Y parece que en su última batalla, la batalla de Stamford Bridge, compuso dos poemas. Compuso uno, lo recitó, y dijo: «No está bien».137 Y entonces compuso otro, en el que había más kennings, más metáforas, y que por eso le pareció mejor. Además este rey anduvo por Constantinopla y tuvo amores con una princesa griega. Él escribió —dice Farley,138 con una frase que podría ser de Hugo— «madrigales de hierro». El conde Tostig, que tenía partido en Inglaterra también, fue a Noruega y buscó la alianza de Harald. Y desembarcaron cerca de una ciudad que el historiador islandés Snorri Sturluson139 llama Jórvik, y que es la ciudad actual de York. Y allí se reunieron, naturalmente, muchos sajones que eran partidarios suyos y no de Harold. Éste acudió desde el sur con su ejército. Los dos ejércitos se enfrentaron. Era de mañana.
Ya les he dicho que las batallas entonces tenían algo de torneo. El ejército sajón salió con treinta o cuarenta jinetes. Podemos imaginarlos cubiertos de hierro. Quizá los caballos tuvieran hierro también. Si ustedes han visto Alejandro Nevsky140 puede servirles para imaginar esta escena. Y ahora quiero que ustedes piensen muy bien en cada una de las palabras que [ellos] van a decir. Desde luego que estas palabras pueden muy bien haber sido inventadas por la tradición, o por el historiador islandés que registra la escena, pero cada una de las palabras tiene valor. Se acercan pues estos cuarenta jinetes sajones, quiero decir ingleses, al ejército noruego. Y ahí estaba el conde Tostig, y a su lado el rey de Noruega, Harald. Ahora, cuando Harald desembarcó en la costa de Inglaterra, el caballo tropezó y él cayó. Y él dijo: «En los viajes una caída trae suerte». Algo así como cuando Julio César desembarcó en África, cayó, y para que eso no fuera tomado como un mal agüero por los soldados dijo: «Te tengo, África». Pues éste141 recordó un proverbio. Entonces vienen los jinetes, están todavía a cierta distancia, pero a suficiente distancia como para que los jinetes puedan ver las caras de los noruegos, y los noruegos las caras de los sajones. Y entonces el jefe de ese pequeño grupo grita: «¿Está aquí el conde Tostig?». Entonces Tostig comprende y dice: «No niego estar aquí». Entonces el jinete sajón le dice: «Te traigo un mensaje de tu hermano Harold, rey de Inglaterra. Te ofrece una tercera parte de su reino y su perdón» —por lo que ha hecho, claro, porque se ha aliado a extranjeros noruegos y ha invadido Inglaterra—. Y entonces Tostig se queda pensativo un momento. A él le gustaría aceptar la oferta. Al mismo tiempo ahí están el rey de Noruega y su ejército. Y entonces dice: «Si acepto el ofrecimiento, ¿qué hay para mi señor?» —el otro era rey de Noruega y él era un conde—, «¿Para mi señor Harald, rey de Noruega?». Entonces el jinete se queda pensativo un momento y dice: «Y en eso también ha pensado tu hermano. Le ofrece seis pies de tierra inglesa, y ya que es tan alto, uno más», agrega mirándolo. Y cuando la [Segunda] Guerra Mundial, al principio, en uno de sus discursos Churchill dijo que al cabo de tantos siglos Inglaterra seguía manteniendo su oferta para los invasores, que le ofrecía a Hitler también seis pies de tierra inglesa. La oferta seguía abierta.
Entonces Tostig piensa un momento y luego dice: «En tal caso, dile a tu señor que combatiremos, y que Dios verá a quién le toca la victoria». El otro ya no dice nada más y se aleja. Mientras tanto, el rey de Noruega ha comprendido todo, porque los idiomas eran parecidos, pero no ha dicho una sola palabra. Tiene sus sospechas. Y cuando los otros han vuelto a reunirse con el grueso del ejército le pregunta a Tostig —porque en el diálogo este, todos quedan bien—: «¿Quién era ese caballero que habló tan bien?», dice. Vean eso. Y entonces Tostig le dice: «Ese caballero era mi hermano Harold, rey de Inglaterra». Y ahora vemos por qué Harold ha preguntado al principio «¿Está aquí el conde Tostig?». Naturalmente lo sabía, porque está viéndolo a su hermano. Pero él le pregunta de esa manera para indicarle a Tostig que no debe traicionarlo. Si los noruegos hubieran sabido que era el rey, lo hubieran matado inmediatamente.
De modo que el hermano también se porta con lealtad, porque simuló no conocerlo, y al mismo tiempo se porta con lealtad para el rey de Noruega, porque dice: «¿Qué hay para mi señor?» Y entonces el rey de Noruega, recordando la frase anterior y la frase del otro dice: «No es muy alto, pero parece muy firme en su caballo».
Luego se libra la batalla de Stamford Bridge —todavía el lugar puede verse— y los sajones deshacen a los noruegos y a los partidarios de Tostig, y el rey de Noruega conquista los seis pies de tierra inglesa que le habían prometido por la mañana. Ahora, esta victoria es un poco triste para Harold, porque ahí estaba su hermano. Pero era una gran victoria, ya que eran por lo general los noruegos los que batían a los sajones, y aquí no.
Están celebrando esa victoria, y en eso llega otro jinete, un jinete muy cansado, y viene con una noticia. Viene a decirle a Harold que en el sur han invadido los normandos. Entonces, el ejército cansado por la victoria de Harold tiene que dirigirse haciendo marchas forzadas hacia Hastings. Y ahí en Hastings esperan los normandos. Ahora, los normandos eran gente escandinava también, pero habían estado más de un siglo en Francia, habían olvidado el idioma danés, eran franceses realmente. Y tenían la costumbre de rasurarse la cabeza.
Entonces Harold manda un espía —eso era fácil entonces—, lo manda al campamento normando. El espía vuelve y le dice que esté tranquilo, porque el campamento es un campamento de frailes, que no va a pasar nada. Pero eran los normandos. Al día siguiente se libra la batalla, y tenemos un episodio que si no es histórico, digamos, históricamente, es histórico de otra manera. Entra otro personaje en acción, otro jinete. Es Taillefer, un juglar. En esta historia hay muchos jinetes. Es un juglar normando, y le pide permiso a Guillermo el Bastardo, que después sería Guillermo el Conquistador, para ser el primero en entrar en batalla. Le pide ese honor, que es un honor terrible, porque naturalmente los primeros en entrar en batalla son los primeros que mueren. Entonces él entra en el combate jugando con la espada, tirándola y recogiéndola ante los sajones atónitos. Los sajones serían gente más bien seria, desde luego, todavía no creo que existieran muchachos de éstos. Y él entra en la batalla —nos dice la antigua crónica inglesa de William de Malmesbury—,142 cantando «cantilena Rollandi», es decir, cantando una antigua versión de la Chanson de Roland. Y es como si con él entrara toda la cultura francesa, toda la luz de Francia, a Inglaterra.
Ahora, el combate dura todo el día. Los sajones y normandos tenían armas distintas. Los sajones tenían hachas de guerra, armas terribles. Los normandos no logran romper el cerco que forman los sajones, y entonces recurren a un antiguo ardid de guerra, y es el de simular una fuga. Entonces los sajones salen a perseguirlos, los normandos se dan vuelta y deshacen a los sajones. Y así concluyó el dominio de los sajones en Inglaterra.
Hay otro episodio que es poético también, pero es poético de otra manera, y que es el tema del poema de Heine titulado «Schlachtfeld bei Hastings», «Campo de batalla en Hastings». Schlacht, naturalmente, está vinculada a la palabra inglesa slay, «matar», y a la palabra slaughter, «matanza». «Slaughterhouse» se llama en Inglaterra a los mataderos. [El episodio] es éste: los sajones son vencidos por los normandos. Esa derrota es natural, porque ya habían sido diezmados por su victoria sobre los noruegos, porque llegaban muy cansados, etc. Y hay un problema, y es el de encontrar el cadáver del rey. Porque hay mercaderes que han seguido a los ejércitos, y ellos naturalmente roban las armaduras de los cadáveres, los arneses de los caballos, y el campo de batalla de Hastings está lleno de hombres y de caballos muertos. Entonces hay un monasterio ahí cerca, y los monjes naturalmente quieren darle sepultura cristiana a Harold, el último rey sajón de Inglaterra. Y entonces un monje, el abad, recuerda que el rey ha tenido una querida, una querida que no se describe pero que podemos imaginar muy fácilmente, porque se llama Edith Swaneshals, Edith Cuello de Cisne. De modo que sería una mujer muy alta, rubia, de cuello fino. Esta es una de las muchas mujeres que el rey ha tenido. Se ha cansado de ella, la ha abandonado, y ella vive en una choza en medio del bosque. Ha envejecido prematuramente. Además, la gente entonces envejecía muy pronto, de la misma manera que maduraba muy pronto. Y entonces el abad piensa que si hay alguien que puede reconocer el cadáver del rey —o sea el cuerpo desnudo del rey, habrá pensado—, es esta mujer, qué lo ha conocido tanto, a quien él ha abandonado ahora. Entonces van a la choza, sale la mujer, una mujer ya vieja. Los monjes le dicen que Inglaterra ha sido ganada por los franceses, por los normandos, que esto ha ocurrido cerca, en Hastings, y le piden a ella que vaya a buscar el cuerpo del rey. Eso es lo que dice la crónica. Ahora, Heine, naturalmente, aprovecha esto, describe el campo de batalla, describe a la pobre mujer abriéndose camino entre el hedor de los muertos y las aves de presa que están encarnizándose con ellos, y de pronto ella reconoce el cuerpo del hombre que ha amado. Y no dice nada, pero lo cubre de besos. Entonces los monjes reconocen al rey, lo entierran, le dan sepultura cristiana.
Ahora, existe también una leyenda que se conserva en una crónica anglosajona, que dice que el rey Harold no murió en Hastings, sino que después de la batalla se retiró a un convento, y que ahí él hizo penitencia por los muchos pecados que había cometido —parece que su vida fue tormentosa—. Y [dice la crónica] que a veces Guillermo el Conquistador, que reinaría luego en Inglaterra, cuando tenía una dificultad que resolver, iba a ver a este monje anónimo que en un tiempo había sido Harold, rey de Inglaterra, y le preguntaba qué debía hacer. Y seguía siempre sus consejos, porque naturalmente a los dos, al conquistado y al conquistador, les interesaba el bienestar de Inglaterra. De modo que ustedes pueden elegir entre estas dos versiones, pero sospecho que preferirán la primera, la de Edith Cuello de Cisne, que reconoce a su antiguo amante, y no la otra, la del rey.
Después tenemos dos siglos, y en esos dos siglos es como si las letras inglesas ocurrieran de un modo subterráneo, porque en la corte se habla francés, los clérigos hablaban latín y el pueblo hablaba sajón, hablaba cuatro dialectos sajones que estaban además entremezclados con el danés. Y es necesario esperar desde el año 1066 hasta el siglo XIV para que la literatura inglesa, que había seguido de un modo rústico y torpe, que había seguido como un río subterráneo, resurja. Y entonces tenemos los grandes nombres de Chaucer,143 de Langland, y entonces tenemos un idioma, el inglés, que ha sido profundamente penetrado por el francés. A tal punto que, sí, actualmente hay más palabras de origen latino que de origen germánico en un diccionario inglés. Pero las palabras germánicas son las esenciales, son las palabras que corresponden al fuego, a los metales, al hombre, a los árboles. En cambio, todas las palabras de la cultura son palabras latinas.
Y concluimos aquí la segunda bolilla.

Lunes 31 de octubre de 1966

Notas

117 Francis Bacon, filósofo y estadista inglés (1561-1626).
118 El bestiario o Physiologus fue un género que gozó de enorme aceptación durante la Edad Media. Constaba de unas 48 secciones, cada una de las cuales describía atributos o costumbres de seres más o menos reales o fabulosos, que servían para demostrar virtudes cristianas, hacer alegorías bíblicas y alertar sobre pecados o desviaciones de la fe. El bestiario fue traducido a diversos idiomas y circuló durante más de quince siglos; todas las traducciones descienden de un original en griego que se supone escrito en Alejandría durante el siglo II de nuestra era. El nombre Physiologus, que significa «naturalista», se utiliza actualmente como título del bestiario, pero corresponde en realidad al autor o fuente original de la obra.
119 Borges se refiere al poema anglosajón de la pantera en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 679.
120 Se trata del vigésimo verso del poema «Gerontion». Este poema se encuentra, no en los Four Quartets, como sospechaba Borges, sino en el libro Poems (1920). Se transcribe a continuación la segunda estrofa: «Signs are taken for wonders, “We would see a sign!”/ The word within a word, unable to speak a word / Swaddled with darkness. In the juvescence of the year/ Came Christ the tiger/ In depraved May, dogwood and chestnut, flovering judas,/ To be eaten, to be divided, to be drunk/ Among whispers; by Mr. Silvero/ With caressing hands, at Limoges/ Who wallced all night in the next room».
121 Fastitocalon es una deformación del griego aspidochelone, de aspís, «escudo», y chelone, «tortuga». La palabra fue deformándose con las traducciones y copias sucesivas del bestiario. Borges provee un resumen del poema de la ballena en la página correspondiente a Fastitocalon en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 628.
122 Borges analiza el origen de esta leyenda en la página que dedica al «Zaratán» en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 711. Allí se refiere también al poema anglosajón de la ballena y traduce un fragmento del Viaje de San Brandán.
123 San Brandán el Navegante (c. 486-578). Fundó numerosos monasterios e iglesias, de los cuales el más famoso es el de Clonfert, donde fue enterrado. La obra que narra su legendario viaje a la Tierra Prometida y que incluye el encuentro con la ballena descripto por Borges, se titula Navigatio Sancti Brandani o Viaje de San Brandán.
124 «... or that sea-beast / Leviathan, which God of all his works / Created hugest that swim th’ ocean-stream. / Him, happly slumbering on the Norway foam». «O aquella bestia marina / El Leviatán, a quien Dios creó entre todas sus criaturas / el más grande de las que nadan las corrientes del océano / Aquél, por ventura durmiendo sobre la espuma de Noruega». (John Milton, Paradise Lost, Book I.)
125 Animales fabulosos con cuerpo de león y cabeza y alas de águila. Borges dedica una página a los grifos en su Libro de los seres imaginarios, OCC 639. 
126 Borges incluye seis de estas adivinanzas anglosajonas, traducidas al castellano, que corresponden al pez, a un vendedor de ajos, al cisne, a la polilla, a un cáliz y a la luna y el sol, en Literaturas germánicas medievales, OCC págs. 890-891.
127 Véase la página correspondiente a la Esfinge en el Libro de los seres imaginarios, OCC 627.
128 Henry Wadsworth Longfellow, poeta norteamericano (1807-1882).
129 Este poema ha sido traducido por Borges al castellano y figura en su Breve antología anglosajona.
130 Este cuento, que aparece en numerosas recopilaciones de las narraciones de Eduardo Wilde, fue incluido por Borges en su compilación Cuentistas y pintores argentinos, publicada en 1985 por Ediciones de Arte Gaglianone.
131 Borges incluyó este libro de Leopoldo Lugones como el volumen 12 de la colección Biblioteca personal.
132 De esta palabra desciende la palabra del inglés moderno «wife», «esposa».
133 William Somerset Maugham, novelista y dramaturgo de lengua inglesa nacido en París (1874-1965).
134 En inglés antiguo, «cuchillo» era «cníf».
135 Guillermo el Conquistador (William the Conqueror) (c.1028-1087). Duque de Normandia y rey de Inglaterra desde que venciera en Hastings al rey sajón Harold, en el año 1066. Borges describe los pormenores de esta batalla en las páginas siguientes.
136 El rey Alfredo, llamado «Alfred the Great» (849-899). Desde su coronación como rey de Wessex, en el 871, Alfred debió enfrentar la constante amenaza de los invasores vikingos. En el año 878 los daneses capturaron Wessex y Alfred se vio obligado a huir. Pero regresó al poco tiempo y derrotó a los invasores en Eddington. En el año 886 Alfred firmó con los daneses el tratado de Wedmore, que establecía la partición de Inglaterra. El norte y el este de la isla quedaron bajo control danés, pero Alfred consiguió a cambio extender sus dominios más allá de los límites de Wessex, logrando además la conversión al cristianismo del rey Guthrum. Alfred nunca reinó sobre toda Inglaterra, pero sus reformas y victorias militares marcaron el inicio del proceso de consolidación territorial que permitió a sus sucesores llevar adelante la unificación de la Inglaterra anglosajona.
137 Este episodio aparece en la Saga de Harald Hardrada, Parte 11, cap. 94, de la Heimskringla de Snorri Sturluson.
138 Se refiere probablemente a James Lewis Farley, periodista y escritor inglés, nacido en Dublín (1823-1885). Fue cónsul de Turquía en Bristol y contribuyó a mejorar las relaciones entre este país e Inglaterra. Algunos de sus escritos son: Two Years Travel in Syria, The Massacres in Syria, New Bulgaria, The Druses and the Maronites, Modem Turkey, The Resources of Turkey y Egypt, Cyprus and Asiatic Turkey.
139 Snorri Sturluson: poeta, erudito e historiador islandés (1179-1241). El más conocido de los autores medievales de Islandia. Escribió la Heimskringla o Crónica de los reyes de Noruega y la Edda menor o prosaica. Se le atribuye también la autoría de la Saga de Egill Skallagrímson. Snorri Sturluson estudió en Oddi bajo la tutela del sabio Jon Lóptsson y fue en su época no sólo el erudito más destacado sino probablemente el hombre de linaje más noble de toda Islandia. Además del estudio, a Snorri le interesaban la riqueza y el poder; no le faltaron ni una ni el otro. Tomó parte en intrigas políticas que involucraban al rey de Noruega, Hákon IV, y prometió entregar Islandia a su corona, pero luego —por razones que ahora no se entienden del todo— demoró largamente esa entrega. Como señala Borges, la vida de Snorri Sturluson ha sido descripta como «una compleja crónica de traiciones». En el año 1241, ante un desaire de Snorri, el rey Hákon perdió la paciencia y lo hizo asesinar. Borges desarrolla los puntos fundamentales de su vida en Literaturas germánicas medievales, OCC págs. 950- 951. Véase también el prólogo de Borges a su traducción de la primera parte de la Edda menor o prosaica, titulada Gylfaginning o La alucinación de Gylfí.
140 La famosa película de Sergei M. Eisenstein, estrenada en 1938.
141 Se refiere a Harald.
142 La «antigua crónica inglesa» citada por Borges es la Gesta Regum Anglomm, «Historia de los reyes de Inglaterra», escrita por el cronista e historiador inglés William de Malmesbury (c. 1090-1143) alrededor del año 1125.
143 Geoffrey Chaucer, poeta inglés (c. 1343-1400).



En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Arias, Martín & Hadis, Martín
© María Kodama, 2000
Foto: Borges en Palermo, 1984 © Ferdinando Scianna/Magnum Photos



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