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5/10/15

Jorge Luis Borges: Prólogo [Luna de enfrente]









Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual; todos fatalmente lo somos. Nadie  fuera de cierto aventurero que soñó Wells ha descubierto el arte de vivir en el futuro o es el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo; la escrupulosa novela histórica Salammbô, cuyos protagonistas son los mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del siglo diecinueve. Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo que no podía incluir un libro como el de Flaubert.

Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron palabras que hoy puedo apenas descifrar: madrejón, espadaña, estaca pampa...

La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima; la de este volumen tiene algo de ostentoso y de público. No quiero ser injusto con él. Una que otra composición  El general Quiroga va en coche [al muere] a la muerte posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras  Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad no deshonran, me permito afirmar, a quien las compuso. El hecho es que las siento ajenas; no me conciernen sus errores ni sus eventuales virtudes.

Poco he modificado este libro. Ahora ya no es mío.

J. L. B.
Buenos Aires, 25 de agosto de 1969




En Luna de enfrente
Prólogo a la edición de 1969
Foto: Borges autografiando sus reediciones
En Librería El Ateneo
Revista Gente, 25 de septiembre de 1969
Digitalización en Mágicas Ruinas, 2003


5/2/15

Jorge Luis Borges: Dulcia Linquimus Arva (las dos versiones)







Primera versión, suprimida en la edición de 1969


Mi canción de criollo final,
por la noche agrandada de relámpagos
en el expreso del Sur
que desfonda y pierde los campos.

Una amistad hicieron mis abuelos
con esta lejanía
y conquistaron la intimidad de la Pampa
y ligaron a su baquía
la tierra, el fuego, el aire, el agua.
Fueron soldados y estancieros
y apacentaron el corazón con mañanas
y el horizonte igual que una bordona
sonó en la hondura de su austera jornada.
Su jornada fue clara como un río
y era fresca su tarde como el aljibe del patio
y en su vivir eran las cuatro estaciones
como los cuatro versos de una copla esperada.
Descifraron hurañas polvaredas
en carretas o en caballadas
y los alegró el resplandor
con que aviva el sereno la luz de la espadaña.
Uno peleó contra los godos,
otro en el Paraguay cansó su espada;
todos supieron del abrazo del mundo
y fue mujer sumisa a su querer la campaña.
Los otros corazones fueron serenos
como ventana que da al campo;
resplandecientes y altos eran sus días
hechos de cielo y llano.
Sabiduría de tierra adentro la suya,
de la lazada que es comida
y de la estrella que es vereda
y de la guitarra encendida.
Sangre negra de copla brotó bajo sus manos;
se sintieron confesos en el canto de un pájaro.
Soy un pueblero y ya no sé de esas cosas,
soy hombre de ciudad, de barrio, de calle;
los tranvías lejanos me ayudan la tristeza
con esa queja larga que sueltan en la tarde.



Segunda versión

Una amistad hicieron mis abuelos
con esta lejanía
y conquistaron la intimidad de los campos
y ligaron a su baquía
la tierra, el fuego, el aire, el agua.
Fueron soldados y estancieros
y apacentaron el corazón con mañanas
y el horizonte igual que una bordona
sonó en la hondura de su austera jornada.
Su jornada fue clara como un río
y era fresca su tarde como el agua
oculta del aljibe
y las cuatro estaciones fueron para ellos
como los cuatro versos de una copla esperada.
Descifraron lejanas polvaredas
en carretas o en caballadas
y los alegró el resplandor
con que aviva el sereno la espadaña.
Uno peleó contra los godos,
otro en el Paraguay cansó su espada;
todos supieron del abrazo del mundo
y fue mujer sumisa a su querer la campaña.
Altos eran sus días
hechos de cielo y llano.
Sabiduría de campo fuera la suya,
la de aquél que está firme en el caballo
y que rige a los hombres de la llanura
y los trabajos y los días
y las generaciones de los toros.
Soy un pueblero y ya no sé de esas cosas,
soy hombre de ciudad, de barrio, de calle:
los tranvías lejanos me ayudan la tristeza
con esa queja larga que sueltan en las tardes.




En Luna de enfrente (1925)
Segundo volumen de poesía de Borges, publicado 
con posterioridad a Fervor de Buenos Aires, antes de cumplir 30 años.
©1925, Borges, Jorge Luis
©1969, Ultramar Editores, S.A.

Edición dirigida y realizada por Carlos V. Frías
© Emecé Editores, S.A. Buenos Aires 1974
© Ultramar Editores, S.A. Madrid, 1997

Foto: JLB, Galleria Nazionale, Palermo (Italia), 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos


14/8/14

Jorge Luis Borges: Para una calle del Oeste





Me darás una ajena inmortalidad, calle sola.
Eres ya sombra de mi vida.
Atraviesas mis noches con tu segura rectitud de estocada.
La muerte -tempestad oscura e inmóvil- desbandará mis horas.
Alguien recogerá mis pasos y usurpará mi devoción y esa estrella.
(La lejanía como un largo viento ha de flagelar su camino.)
Aclarado de noble soledad, pondrá una misma anhelación en tu cielo.
Pondrá esa misma anhelación que yo soy.
Yo resurgiré en su venidero asombro de ser.
En ti otra vez:
Calle que dolorosamente como una herida te abres.


En Luna de enfrente (1925)

Foto: Gisèle Freund, Londres,1971.Centre Pompidou

24/7/14

Jorge Luis Borges: Calle con almacén rosado






Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle
y es como una sequía husmeando lluvia.

Ya todos los caminos están cerca,
y hasta el camino del milagro.

El viento trae el alba entorpecida.
El alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene encima.

Toda la santa noche he caminado
y su inquietud me deja
en esta calle que es cualquiera.

Aquí otra vez la seguridad de la llanura
en el horizonte
y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres
y el almacén tan claro como la luna nueva de ayer tarde.

Es familiar como un recuerdo la esquina
con esos largos zócalos y la promesa de un patio.

¡Qué lindo atestiguarte, calle de siempre, ya que te miraron tan pocas cosas mis días!
Ya la luz raya el aire.

Mis años recorrieron los caminos de la tierra y del agua
y sólo a vos te siento, calle dura y rosada.

Pienso si tus paredes concibieron la aurora,
almacén que en la punta de la noche eres claro.

Pienso y se me hace voz ante las casas
la confesión de mi pobreza:
no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,
pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.

Calle grande y sufrida,
eres la única música de que sabe mi vida.


En Luna de enfrente (1925)
Foto: Borges llegando a Ciudad de Mexico 1981 
© Oscar Sabetta/Bettmann-Corbis

28/6/14

Jorge Luis Borges: Mi vida entera






Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar. He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y
a las de todos los hombres.



En Luna de enfrente (1925)
Foto: Borges in Palermo visiting the Archeological Museum 
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