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18/3/18

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: El gremialista






Deploraríamos que este ensayo, cuyo único fin es la información y el elogio, apenara al desprevenido lector. Sin embargo, según reza el adagio en latín: Magna est veritas et provalebit. Treparémonos, pues, para el rudo golpe[1]. Atribúyese a Newton la adocenada historia de la manzana, cuya caída le sugiriera el descubrimiento de la ley de gravedad; al doctor Baralt, el calzado invertido. Quiere el fabulario que nuestro héroe, impaciente por oír a la Moffo en Traviatta, se indumentó con tanta prisa que calzó el pie derecho en el zapato izquierdo y, asimismo, el pie izquierdo en el zapato derecho: Esta distribución dolorosa, que le estorbó gozar con plenitud la avasalladora magia de la música y de la voz, le habría revelado, en la propia ambulancia que lo alejara por fin de la cazuela del Colón, su hoy famosa doctrina del gremialismo. Baralt, al sentir el traspié, habría pensado que en diversos puntos el mapa otros estarían padeciendo inconveniente análogo. La quisicosa, dice el vulgo, le inspiró la teoría. Pues bien, he aquí que nosotros departiésemos, en ocasión que no se repetiría, con el doctor en persona, en su ya clásico bufete de la calle Pasteur, y que éste disipara no sin hidalguía el popular infundio, asegurándonos que el gremialismo era fruto de luenga meditación sobre los aparentes azares de la estadística y el Arte Combinatorio de Ramón Lull y que él no salía nunca de noche, para capear mejor la bronquitis. Tal es la descarnada verdad. El acíbar es amargo, pero innegable.
Los seis volúmenes, que bajo la rúbrica Gremialismo (1947-54), diera a la prensa el doctor Baralt, comportan una introducción exhaustiva a la pertinente temática; junto al Mesonero Romano y a la novela polonesa Quo vadis? de Ramón Novarro[2] figuran en toda biblioteca que se precie de tal, pero se observa que a la turbamulta de compradores corresponde, como cuociente, cero lector. Pese al estilo subyugante, al acopio de tablas y de apéndices, y a la imantación implícita en el sujeto, los más se han atenido al vistazo de la sobrecubierta y del índice, sin internarse como el Dante en la selva oscura. A fuer de ejemplo, el propio Cattaneo, en su laureado Análisis, no pasa de la página 9 del A modo de prólogo, confundiendo progresivamente la obra con cierta novelita pornográfica de Cottone. Por ende, no estimamos superfluo este artículo breve, de pionero, que servirá para situacionar a los estudiosos. Las fuentes por lo demás son de primer agua; al examen prolijo de la mole, hemos preferido el impacto conversacional, en carne viva, con el cuñado de Baralt, Gallach y Gasset, quien a la vuelta de no pocas demoras allanose a admitirnos en su ya clásica escribanía de la calle Matheu.
Con una velocidad realmente notable puso el gremialismo al alcance de nuestros cortos medios. El género humano, me explicitó, consta, malgrado las diferencias climáticas y políticas, de un sinfín de sociedades secretas, cuyos afiliados no se conocen, cambiando en todo momento de status. Unas duran más que otras; verbi gratia, la de los individuos que lucen apellido catalán o que empieza con G. Otras presto se esfuman, verbi gratia, la de todos quienes ahora, en el Brasil o en África, aspiran el olor de un jazmín o leen, más aplicados, un boleto de micro. Otras permiten la ramificación en subgéneros que de suyo interesan; verbi gratia, los atacados de tos de perro pueden calzar, en este preciso instante, pantuflas o darse, raudos, a la fuga en su bicicleta o transbordar en Témperley. Otra rama la integran los que se mantienen ajenos a esos tres rasgos tan humanos, inclusive la tos.
El gremialismo no se petrifica, circula como savia cambiante, vivificante; nosotros mismos, que pugnamos por mantener bien alta una equidistancia neutral, hemos pertenecido esta tarde a la cofradía de los que suben en ascensor y, minutos luego, a la de quienes bajan al subsuelo o quedan atrancados con claustrofobia entre bonetería y menaje. El mínimo gesto, encender un fósforo o apagarlo, nos expele de un grupo y nos alberga en otro. Tamaña diversidad comporta una preciosa disciplina para el carácter: el que blande cuchara es el contrario del que maneja tenedor, pero a poco ambos a dos coinciden en el empleo de la servilleta para diversificarse al instante en la peperina y el boldo. Todo esto, sin una palabra más alta que otra, sin que la ira nos deforme la cara, ¡qué armonía!, ¡qué lección interminable de integración! Pienso que usted parece una tortuga y mañana me toman por un galápago, ¡etcétera, etcétera!
Inútil acallar que a ese panorama tan majestuoso lo enturbian, siquiera periféricamente, los palos de ciego de algunos Aristarcos. Como siempre suele pasar, la oposición echa a rodar los más contradictorios peros. El Canal 7 difunde que chocolate por la noticia, que Baralt no inventó nada, ya que ahí están, desde in aeternum, la C.G.T., los manicomios, las sociedades de socorros mutuos, los clubes de ajedrez, el álbum de estampillas, el Cementerio del Oeste, la Maffia, la Mano Negra, el Congreso, la Exposición Rural, el Jardín Botánico, el PEN Club, las murgas, las casas de artículos de pesca, los Boy Scouts, la tómbola y otras agrupaciones, no por conocidas menos útiles, que pertenecen al dominio público. La radio, en cambio, lanza a todo escape que el gremialismo, por inestabilidad en los gremios, resulta carente de practicidad. A uno la idea le parece rara; otro ya la sabía. El hecho irrefutable resta que el gremialismo es el primer intento planificado de aglutinar en defensa de la persona todas las afinidades latentes, que hasta ahora como ríos subterráneos han surcado la historia. Estructurado cabalmente y dirigido por experto timón, constituirá la roca que se oponga al torrente de lava de la anarquía. No cerremos los ojos a los inevitables brotes de pugna que la benéfica doctrina provocará: el que baja del tren asestará una puñalada al que sube, el desprevenido comprador de pastillas de goma querrá estrangular al idóneo que las expende.
Ajeno por igual a detractores y apologistas, prosigue su camino Baralt. Nos consta, por información del cuñado, que tiene en compilación una lista de todos los gremios posibles. Obstáculos no faltan: pensemos, por ejemplo, en el gremio actual de individuos que están pensando en laberintos, en los que hace un minuto los olvidaron, en los que hace dos, en los que hace tres, en los que hace cuatro, en los que hace cuatro y medio, en los que hace cinco… En vez de laberintos, pongamos lámparas. El caso se complica. Nada se gana con langostas o lapiceras.
A manera de rúbrica, deponemos a nuestra adhesión fanática. No sospechamos cómo Baralt sorteará el escollo; sabemos, con la tranquila y misteriosa esperanza que da la fe, que el Maestro no dejará de suministrar una lista completa.



[1] Léase: «Trepanémonos, pues,…»* (Nota del autor)
* Sugerimos la lección «Preparémonos». (Nota del corrector de pruebas)
[2] Léase: H. Sienkiewicz. (Nota del corrector de pruebas)


En Crónicas de Bustos Domecq (1967)

Luego en Jorge Luis Borges. Obras completas en colaboración (con Adolfo Bioy Casares)
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores 1979, 1991 y 1997
Barcelona, Emecé, 1997


Imagen: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares 

Caricatura de Carlos Avallone PROA Borges: cien años (1999)


9/3/18

Jorge Luis Borges: La cortada de Bollini







Contemporáneos del revólver, del rifle y de las misteriosas armas atómicas, contemporáneos de las vastas guerras mundiales, de la guerra del Vietnam y de la del Líbano, sentimos la nostalgia de las modestas y secretas peleas que se dieron aquí hacia mil ochocientos noventaitantos a unos pasos del Hospital Rivadavia. La zona entre los fondos del cementerio y el amarillo paredón de la cárcel se llamó alguna vez la Tierra del Fuego; la gente de aquel arrabal elegía (nos cuentan) esta cortada para los duelos a cuchillo. Esto habrá ocurrido una sola vez y luego se diría que fueron muchas. No había testigos, salvo, quizá, algún vigilante curioso que observaría y apreciaría las idas y venidas de los aceros. Un poncho haría de escudo en el brazo izquierdo; el puñal buscaría el vientre o el pecho del otro; si los duelistas eran diestros la contienda podría durar mucho tiempo.


Sea lo que fuere, es grato estar en esta casa, de noche, bajo los altos cielos rasos, y saber que afuera están las casas bajas que aún quedan, los hoy ausentes conventillos y corralones y las tal vez apócrifas sombras de esa pobre mitología.


En Atlas (1984)
Foto: Duquesa de Winthertur, Blanca Azucena de Hegi, Jorge Luis Borges y María Kodama 

En La dama de Bollini junto a Cecilia Leoni, propietaria del local donde se exhibe la imagen



8/3/18

Jorge Luis Borges: Whitman y Herman Melville








Quienes pasan de la obra poética de Whitman a su biografía se sienten algo defraudados. Ello se debe a la circunstancia de que el nombre de Whitman corresponde realmente a dos personas: el modesto autor de la obra y su semidivino protagonista. Ya veremos la razón de esta dualidad. Empecemos por considerar al primero. De linaje inglés y holandés, Walter Whitman (1819-92) nació en Long Island. Su padre era constructor de casas de madera, oficio que él también ejerció. Desde niño lo atrajeron la naturaleza y los libros. Así leyó las Mil y una noches, las obras de Shakespeare y, naturalmente, la Biblia. En 1823, su familia se había trasladado a Brooklyn. Whitman fue impresor, maestro de escuela, periodista y, a los veintiún años, director del Águila Diaria de Brooklyn, cargo que desempeñó con algún desgano. Lo perdió en 1847. Hasta entonces, su labor literaria había sido insignificante; sus biógrafos recuerdan una novela antialcoholista y unos versos mediocres. En 1848 viajó con su hermano a Nueva Orleans. Allí ocurrió algo. Hay quienes hablan de una experiencia amorosa, otros de una revelación que lo transformó hondamente. En 1855 publicó la primera edición de Leaves of Grass (Hojas de hierba), que constaba de doce poemas y que le valió una entusiasmada y justa carta de Emerson. A lo largo de su vida, Whitman publicó doce ediciones de Leaves of Grass, enriqueciéndolas cada vez con nuevas poesías. A partir de la tercera edición, que data de 1860, la obra incluyó composiciones cuya franqueza erótica, acaso jamás igualada, escandalizó a no pocos lectores. En una larga caminata, Emerson quiso disuadirlo; Whitman admitiría años después que las razones de su amigo eran irrefutables, pero no se dejó convencer. 

Durante la Guerra Civil, Whitman actuó como enfermero en los hospitales de sangre y aun en los campos de batalla. Se cuenta que su sola presencia calmaba los sufrimientos de los heridos. A principios de 1873 un ataque de parálisis lo postró. Hacia el 76 pudo viajar al Canadá y al Oeste, pero el 85 su salud volvió a decaer. Mientras tanto, su renombre se extendió por América y había llegado a Europa. Tuvo muchos discípulos, que anotaban sus menores palabras. Murió en Camden, pobre y famoso. 

Whitman se propuso una obra mesiánica, la epopeya de la democracia de América. El poeta de su predilección era Tennyson, pero su obra exigía, le pareció, un lenguaje distinto: el inglés oral de las calles americanas y de las fronteras. Intercaló además, en general de un modo incorrecto, palabras de las lenguas indígenas, del español y del francés, para que su epopeya abarcara todas las regiones del continente. En cuanto a la forma, rechazó el verso regular y la rima y optó por largas estrofas rítmicas, inspiradas por los salmos de la Escritura. 

En la épica anterior un solo héroe predominaba: Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando o el Cid. Whitman resolvió, en cambio, que su héroe serían todos los hombres. Escribió así: 

Estos son los pensamientos de todos los hombres 
en todas las épocas y países—no me son propios; 
si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada; 
si no son el enigma y la solución del enigma, son nada; 
si no son tan cercanos como lejanos, son nada.

Esta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua; 
éste es el aire común que rodea la esfera. 

El Walt Whitman del libro es un personaje plural; es el autor y es a la vez cada uno de sus lectores, presentes o futuros. Así se justifican ciertas aparentes contradicciones; en un pasaje, Whitman nace en Long Island; en otro, en el Sur. "Partiendo de Paumanok" empieza con una biografía fantástica: el poeta refiere sus experiencias como minero, oficio que nunca ejerció, y el espectáculo de las manadas de bisontes en las praderas donde jamás estuvo.

"Salut au monde" encierra una visión total del planeta, con el día y la noche simultáneos. Entre las muchas cosas que ve, está nuestra llanura: 

Veo al gaucho atravesando los llanos, 
veo al incomparable jinete de caballos arrojando el lazo, 
veo sobre las pampas la persecución de hacienda salvaje... 

Whitman cantó como desde una aurora; John Brown ha escrito que Whitman y sus continuadores representan la idea de que América es un nuevo acontecimiento que deben celebrar los poetas, en tanto que Edgar Allan Poe y los suyos la ven como una mera continuación de Europa. La historia de la literatura americana sería el incesante conflicto de esas dos concepciones.






Como Mark Twain, como Jack London, como tantos otros escritores americanos, Herman Melville (1819-91) llevó el tipo de vida aventurera que el sedentario Whitman soñó y que le fue negado por su destino. Nació en Nueva York. La bancarrota de su padre, de antiguo linaje escocés, dejó a Melville en la indigencia a los quince años. Fue sucesivamente empleado de banco, peón, maestro de escuela y, en 1839, grumete. Así empezó su larga amistad con el mar. En 1841 navegó en una ballenera por el Pacífico. Desertó en las Islas Marquesas, fue capturado por caníbales y convivió algún tiempo con ellos. Se casó en 1847 y se estableció en Nueva York. De esta ciudad pasó a una granja en Massachussetts. Ahí entabló amistad con Nathaniel Hawthorne, que influyó en la escritura de su obra capital, Moby Dick. Durante sus últimos treinta y cinco años fue empleado de aduana. 

La obra de Melville consta de libros de navegaciones y aventuras, de novelas fantásticas y satíricas, de poemas, cuentos y la prodigiosa novela simbólica Moby Dick. Entre los cuentos recordaremos a Billy Budd, cuyo tema esencial es el conflicto de la justicia y de la ley; "Benito Cereno", que de algún modo prefigura El negro del Narciso de Conrad, y "Bartleby", cuyo ambiente coincide con el de ulteriores libros de Kafka. En el estilo de Moby Dick se advierte la influencia de Carlyle y de Shakespeare; hay capítulos concebidos como escenas de un drama. Abundan las frases inolvidables; en uno de los capítulos iniciales se habla de un predicador que se arrodilla en el púlpito y reza con tal devoción "que parecía un hombre arrodillado y rezando desde el fondo del mar". Moby Dick es el nombre de una ballena blanca, emblema del Mal, y la persecución insensata de esa ballena es el argumento de la obra. Es curioso observar que la ballena como símbolo del Demonio figura en un bestiario anglosajón del siglo IX y que el concepto de que la blancura es horrible constituye uno de los temas del Arthur Gordon Pym de Poe. Melville, en el texto mismo de la obra, niega que ésta sea una alegoría: la verdad es que podemos leerla en dos planos: como relato de hechos imaginarios y como símbolo. 

La importancia y la novedad profunda de Moby Dick no fueron inmediatamente reconocidas. En 1912, la Enciclopedia Británica no veía en ella otra cosa que una novela de aventuras. 

El lustro 1850-1855 es uno de los más significativos de las letras americanas. En 1850 aparecen La letra escarlata de Hawthorne y Hombres representativos de Emerson; en 1851, Moby Dick; en 1854, Walden de Thoreau, y en 1855, Hojas de hierba de Walt Whitman.



En Introducción a la literatura norteamericana (1967)
En colaboración con Esther Zemborain de Torres

Imágenes
Walt Whitman. Camden, 1891. Foto Samuel Murray
Herman Melville. Photo in the Hulton Archive/Getty Images

7/3/18

Jorge Luis Borges: Escila







Antes de ser un monstruo y un remolino, Escila era una ninfa, de quien se enamoró el dios Glauco. Este buscó el socorro de Circe, cuyo conocimiento de hierbas y de magias era famoso. Circe se prendó de él, pero como Glauco no olvidaba a Escila, envenenó las aguas de la fuente en que aquélla solía bañarse. Al primer contacto del agua, la parte inferior del cuerpo de Escila se convirtió en perros que ladraban. Doce pies la sostenían y se halló provista de seis cabezas, cada una con tres filas de dientes. Esta metamorfosis la aterró y se arrojó al estrecho que separa Italia de Sicilia. Los dioses la convirtieron en roca. Durante las tempestades, los navegantes oyen aún el rugido de las olas contra la roca.

Esta fábula está en las páginas de Homero, de Ovidio y de Pausanias.


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges para publicación periódica, colección particular

20/2/18

Jorge Luis Borges: Las fuentes







Entre tantas cosas, Leopoldo Lugones nos ha dejado estos firmes versos:

Yo, que soy montañés, sé lo que vale
la amistad de la piedra para el alma.

No sé hasta qué punto Lugones podía llamarse montañés, pero esa duda, de carácter geográfico, es menos importante que la eficacia estética del epíteto.
El poeta declara la amistad del hombre y de la piedra; yo quiero referirme a otra amistad más esencial y más misteriosa, a la amistad del hombre y del agua. Más esencial, porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua. Ya Heráclito lo dijo.
En todas las ciudades hay fuentes, pero esas fuentes corresponden a razones distintas. En las naciones agarenas proceden de una antigua nostalgia de los desiertos, cuyos poetas cantaban, según se sabe, a una cisterna o a un oasis. En Italia parecen satisfacer esa necesidad de belleza que es típica del alma italiana. En Suiza se diría que las ciudades quieren estar siempre en los Alpes y que las muchas fuentes públicas tratan de repetir las cascadas de la montaña. En Buenos Aires son más ornamentales y más visibles que en Ginebra o en Basilea.




Texto en Atlas, con María Kodama
Selección de fotografías de la colección de María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Imagen: Borges y su esposa María Kodama, en Roma, 1981
Foto Marcello Mencarini (Leemage)



14/2/18

Jorge Luis Borges: El asno de tres patas






PLINIO atribuye a Zarathustra, fundador de la religión que aún profesan los parsis de Bombay, la escritura de dos millones de versos; el historiador arábigo Tabarí afirma que sus obras completas, eternizadas por piadosos calígrafos, abarcan doce mil cueros de vaca. Es fama que Alejandro de Macedonia las hizo quemar en Persépolis, pero la buena memoria de los sacerdotes pudo salvar los textos fundamentales y desde el siglo IX los complementa una obra enciclopédica, el Bundahish, que contiene esta página.
«Del asno de tres patas se dice que está en la mitad del océano y que tres es el número de sus cascos y seis el de sus ojos y nueve el de sus bocas y dos el de sus orejas y uno su cuerno. Su pelaje es blanco, su alimento es espiritual y todo él es justo. Y dos de los seis ojos están en el lugar de los ojos y dos en la punta de la cabeza y dos en la cerviz; con la penetración de los seis ojos rinde y destruye.
»De las nueve bocas tres están en la cabeza y tres en la cerviz y tres adentro de los ijares… cada casco, puesto en el suelo, cubre el lugar de una majada de mil ovejas, y bajo el espolón pueden maniobrar hasta mil jinetes. En cuanto a las orejas, son capaces de abarcar a Mazandarán[1]. El cuerno es como de oro y hueco, y le han crecido mil ramificaciones. Con ese cuerno vencerá y disipará todas las corrupciones de los malvados.»
Del ámbar se sabe que es el estiércol del asno de tres patas. En la mitología del mazdeísmo, este monstruo benéfico es uno de los auxilios de Ahura Mazdha (Ormuz), principio de la Vida, de la Luz y de la Verdad.


[1] Provincia del norte de Persia


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Reedición ampliada del Manual de Zoología Fantástica (Buenos Aires, 1957)
Con la colaboración de Margarita Guerrero

Luego en Obras completas en colaboración (4ª ed.) Barcelona, 1997
María Kodama, 1995
Emecé Editores, 1979, 1991 y1997


Imagen: Margarita Guerrero en 1945, foto de Grete Stern
en la portada de su Huérfano en el mar


21/1/18

Jorge Luis Borges - Alicia Jurado: El lamaísmo






El lamaísmo es una curiosa extensión teocrática, jerárquica, política, económica, social y demonológica del Mahayana. El Buddha había predicado su ley en el norte de la India, a orillas del Ganges; el lamaísmo logra su apogeo en el Tibet y en el siglo XIV de nuestra era. Su afinidad con la iglesia católica ha sido señalada por Rhys Davids y por casi todos los expositores del tema.
Los comunistas llegaron al poder en la China en 1949 y no tardaron en ocupar el Tibet; pese al tratado por el cual se comprometían a respetar la tradición religiosa, fueron aboliendo todas las instituciones de la vieja cultura. El Dalai-Lama huyó a la India y lo siguieron muchos de los fieles, que hoy constituyen en Darjeeling la única población que conserva la antigua fe.
En el Hinayana no hay sacerdotes, hay monjes; el lamaísmo, en cambio, nos muestra una vistosa jerarquía, cuyas dos cabezas —el Dalai-Lama o Glorioso Rey y el Pantchen-Lama o Glorioso Maestro— ejercieron, como los Papas medievales, el poder temporal y espiritual. Naciones bárbaras como los tibetanos y los mogoles eran incapaces de conformarse con las Cuatro Nobles Verdades y con la rígida austeridad del Óctuple Sendero; fue preciso atraerlos con las pompas de la liturgia, los complejos ritos, la manipulación de rosarios, la incorporación de divinidades locales y de las antiguas prácticas mágicas que era difícil o imposible desarraigar. Bernard Shaw ha escrito que la conversión de un negro del Congo a la fe de Cristo es la conversión de la fe de Cristo en un negro del Congo; parejamente, los tibetanos retuvieron su creencia en los espíritus de la naturaleza y de los muertos. Por lo demás, este sincretismo fue facilitado por la índole mágica y politeísta del Mahayana.
Hasta que el budismo fue sustituido por esa otra religión, el comunismo, buena parte de la población tibetana seguía la carrera monástica. Por lo general, cada familia entregaba uno de los hijos varones al monasterio más próximo; el neófito, que contaba ocho o nueve años, era instruido en los misterios eclesiásticos por un maestro hasta que se le admitía como novicio, grado del que muy pocas veces pasaba para profesar como monje. La cuarta jerarquía era la de abad y comportaba dignidad, respeto y poder.
Se cree que el Dalai-Lama, al morir, se encarna en un niño, generalmente de clase humilde y que, para mayor comodidad, crece en el vecindario del monasterio. Es descubierto por oráculos e instalado en el trono. La preferencia otorgada a la clase humilde no fue una superstición democrática: corresponde a la precaución de que las familias poderosas no se entrometieran en los intereses de la orden. De tal modo, se entiende que el Dalai-Lama es, de generación en generación, siempre el mismo individuo, que a su vez es la forma terrenal de Avalokitésvara. La invocación mágica Om mani padme hum(¡Oh, la hoja en el loto!), dirigida especialmente al Dalai-Lama, significa la disolución de aquel que se muere, imaginado como la gota de rocío sobre una hoja de loto que se pierde en el mar.
El conjunto de las deidades adoradas en el Tibet incluye a los Buddhas y a sus discípulos ilustres, los Bodhisattvas, al filósofo del nihilismo Nagarjuna y una horda inextricable de divinidades menores: los príncipes demoníacos de terrible aspecto; los cuatro guardianes de los puntos cardinales; Yama, juez de los muertos y señor de los infiernos, cuyos emblemas son la calavera y el falo, y los espíritus que personifican fuerzas naturales.
La propagación del budismo en el Tibet representó un progreso moral: el extraño concepto de que las buenas acciones tendrían su recompensa después de la muerte y las malas recibirán su castigo. Con mejor lógica que el budismo ortodoxo, el lamaísmo no admitió la doctrina del karma y prefirió la de un alma individual que transmigra de generación en generación. El muerto puede renacer en este o en otro mundo, o en cualquiera de los infiernos o cielos.
Los demonios acechan en todo momento y es prudente proveerse de los talismanes y fórmulas adecuadas para ahuyentarlos, mercadería que suministran los monjes. Tampoco se descuida a los enfermos; un monje aplica la terapéutica de recitarles los Cánones Sagrados. Ciertas fórmulas, repetidas un número indefinido de veces, ahuyentan a los malos espíritus, curan a los enfermos y son previas llaves del paraíso; la más acreditada es Om mani padme hum. La virtud de la incantación o mantra reside menos en el sentido de las palabras, que a veces pertenecen a idiomas olvidados, que en el orden mágico de las letras; el lector recordará la cábala de los hebreos, que atribuyen una fuerza creadora a cada una de las letras de la escritura. Hay letras ponzoñosas, mortíferas, pendencieras, ígneas, prósperas, gratas, saludables, amistosas, neutrales, y su sabia combinación aumenta el efecto. No hay demonio que no esté sujeto a un determinado conjuro del sacerdote.
La fórmula escrita o mantra no es menos eficaz que la fórmula oral. Se usa en las banderas que coronan los techos de las viviendas y de los templos, en la ropa y en amuletos; el enfermo en busca de cura la incorpora a su dieta.
Es habitual el uso de cilindros manuales llenos de mantras; cada vaivén o rotación equivale a una plegaria o a una acumulación de méritos. Conviene reforzar estos méritos con donaciones a los templos, al son de músicas rituales y con acompañamiento de bailes cuando el monto se juzga digno. Los ricos ofrecen joyas y metales preciosos; los pobres, manteca. Los demonios más peligrosos no aceptan dones sino ya puesto el sol.
El poder de los lamas era enorme. Abarcaba imparcialmente lo temporal y lo espiritual: la producción entera del país; la recta ejecución de la ley sin excluir la pena de muerte; el destino presente del súbdito y sus vidas futuras.
A diferencia de Swedenborg, el lamaísmo, como la doctrina cristiana, concede una decisiva importancia a la hora de la agonía. Llegada esa hora, o aun después de la muerte, un sacerdote lee al moribundo o al cadáver el libro que se llama Bardo-Thödol o Liberación por el Oído, que consta de una serie de instrucciones para el viajero en los reinos de la muerte. Una vez enterrado el cadáver, la ceremonia continúa; su duración es de cuarenta y nueve días y se ejecuta ante una efigie que representa al muerto. La efigie finalmente se quema.
Después de la muerte física, la primera etapa o primer bardo es de sueño profundo y dura cuatro días; brilla luego una luz resplandeciente que deslumbra al alma y sólo entonces sabe que ha muerto. Si ya ha logrado la salvación, esta luminosa etapa es la última; el sacerdote lo exhorta así: «Tu propia inteligencia, que ahora es el Vacío, pero que no debes considerar como el vacío de la Nada, sino como la inteligencia misma, sin traba, resplandeciente, estremecida y venturosa, es la conciencia, el Buddha perfecto». Luego le aconseja que medite sobre su divinidad tutelar, como si fuera el reflejo de la luna en el agua, visible pero inexistente.
Si es indigna de esa luz, el alma se retrae y entra en el segundo bardo. El muerto ve que lo desnudan, que barren la habitación y oye los lamentos de sus deudos, pero no puede responderles. En este estado, experimenta visiones: primero aparecen divinidades benéficas y luego divinidades iracundas cuya forma es monstruosa. El sacerdote le advierte que tales formas son emanaciones de su propia conciencia y no tienen realidad objetiva.
Durante siete días verá siete divinidades pacíficas, que irradian cada cual una luz de distinto color; paralelamente, ve otras luces que corresponden a los mundos en que el alma puede reencarnar, incluso el de los hombres. El monje le aconseja elegir la luz de cada divinidad y rehuir las otras que lo tientan a proseguir el Samsara; entiéndase bien que las divinidades y las luces proceden del sujeto y del karmaacumulado por él. A partir del octavo día se presentan las deidades iracundas, que son las anteriores bajo otro aspecto. La primera tiene tres cabezas, seis manos, cuatro pies; está envuelta en llamas, exornada de cráneos humanos y de serpientes negras; las manos derechas blanden una espada, un hacha y una rueda; las izquierdas, una campana, un arado y una calavera en la que bebe sangre.
El día decimocuarto aparecen las cuatro guardianas de los cuatro puntos cardinales con cabeza de tigre, de cerdo, de serpiente y de león; el norte, el sur, el este y el oeste emitirán después otras divinidades zoomórficas. Todas estas formas son gigantescas.
Ante el Señor de la Muerte, ocurre al fin el juicio del alma. Con cada hombre han nacido un genio tutelar y un genio malvado; el primero cuenta sus actos buenos con guijarros blancos; el segundo, los malos con guijarros negros. En vano el alma trata de mentir; el juez consulta el Espejo del Karma, que refleja vívidamente todo el proceso de su vida. El Señor de la Muerte es la conciencia; el Espejo del Karma, la memoria.
Reconocido el carácter alucinatorio del extenso proceso, el muerto sabe cuál será su reencarnación ulterior. Los que logran el Nirvana ya se han salvado en las etapas iniciales. El curioso lector que quiera explorar el largo camino del alma puede consultar The Tibetan Book of the Dead de W. Y. Evans-Wentz, que incluye un prólogo de Jung. El nombre del libro fue sugerido por El libro de los Muertos egipcio. Otro texto místico tibetano, de lectura más fácil, es el poema que se titula La ley del Buddha entre las aves, guirnalda preciosa.
La idea de una asamblea de pájaros (sugerida acaso por las simultáneas voces de pájaros en los crepúsculos de la noche y de la mañana) figura en las literaturas de Grecia, de Persia, de Inglaterra y del Indostán. La tradición refiere que el Buddha predicó su ley a los dioses, a las serpientes, a los demonios, a los hombres, en todos los lenguajes del universo; en el poema mencionado, un Bodhisattva, Avalokitésvara, se convierte mágicamente en un cuclillo y adoctrina a las aves del Tibet y de la India. El buitre, la grulla, el ganso, la paloma, el grajo, la lechuza, el gallo, la alondra, el tordo, el cernícalo y el pavo real declaran la amargura y la incertidumbre de toda vida. El cuclillo, a instancias del loro, «diestro en el arte de hablar», les repite que nada hay en el universo que no sea fugaz e ilusorio. Los palacios de piedra tienen su cimiento en el aire; los encuentros de amigos y de parientes son como encuentros de viajeros que comparten el pan con desconocidos; los cuerpos son efímeros como nubes; el tornasolado plumaje del pavo real es como la espuma que dispersa el viento; nacer y morir es soñar que se nace y que se muere; los Buddhas que redimen el universo son los Buddhas de un sueño. Las aves, edificadas por esta prédica, prometen reformar sus costumbres, salvo el milano y el cuervo, que están empedernidos en el mal.
En una de las estrofas, el gallo dice:
Mientras viváis en este mundo del Samsara, no tendréis dicha duradera.
La ejecución de asuntos mundanales no tiene fin.
En la carne y la sangre no hay permanencia.
Mara, Señor de la Muerte, nunca está ausente.
El hombre más rico parte solo.
Estamos obligados a perder a aquellos que amamos.
Dondequiera que miréis, nada substancial hay allí.
¿Me comprendéis?
También Francisco de Asís predicó a los pájaros, pero se limitó a recordarles la gratitud que debían al Señor, que les había dado «vestido doblado y triplicado y libertad para ir a todas partes».


Título original: Qué es el budismo Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976

Luego en J. L. Borges: Obras completas en colaboración
© María Kodama 1995
©Emecé Editores 1979 y ss.


Foto: Borges firma ejemplares de sus obras en una librería porteña en 1965 

Vía Buenos Aires en el recuerdo [FB]

Nota: Creemos que el señor a la derecha es el Prof. Roberto Castiglioni, 
creador y titular de la Feria Internacional del Libro (1975-1989) [Ver]
Sería lícito suponer que la presente imagen no es en una librería porteña sino en la Feria. 
Sin embargo, las fechas no coinciden, evidente en la figura de Borges. En algún dato hay un error.
Verificaremos para editar, y agradecemos toda colaboración al respecto.


19/1/18

Jorge Luis Borges: Poesía cristiana







En el curso del siglo VII, Inglaterra fue convertida al cristianismo por misioneros procedentes de Irlanda y de Roma. Misioneros ingleses evangelizaron luego a Alemania; sin embargo, cabe suponer que, al principio, convertirse al cristianismo no era otra cosa que cambiar un numen por otro, ni siquiera una imagen por otra imagen, sino agregar un nombre, un sonido. No hubo, al comienzo, un cambio ético. En la Saga de Njal, Thangbrand, misionero sajón, canta una misa y Hall le pregunta para quién celebra esa fiesta. Thangbrand responde que para Miguel el Arcángel y agrega que ese arcángel hace que las buenas acciones de las personas que le gustan pesen más qué las malas. Hall le dice que le gustaría tenerlo de amigo. Thangbrand le explica que Miguel será el ángel de su guarda si él se convierte ese mismo día a la fe de Jesús. Hall accede; Thangbrand lo bautiza y, con él, a todos los suyos. En la Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa, de Beda el Venerable, se registra la conversión de Edwin, rey de Nortumbria, a principios del siglo VII, Bonifacio, Siervo de los Siervos de Dios, ya había enviado a la reina una afectuosa carta, un espejo de plata y un peine de marfil; luego envió al rey un misionero para que éste le enseñara la nueva fe. Edwin reunió a los principales hombres del reino y les pidió consejo. El primero en hablar fue el sumo sacerdote pagano, Coifi. Dijo este dignatario: 
«Rey, ninguno entre tus hombres ha sido más diligente que yo en el culto de nuestros dioses, y, sin embargo, hay muchos a quienes tú favoreces más y cuyas empresas son más prósperas. Si los dioses sirvieran para algo, me habrían beneficiado más bien a mí, que puse tanto empeño en servirlos. Por consiguiente, si estas nuevas doctrinas pueden resultar más eficaces, conviene recibirlas sin más demora».

Otro de los consejeros dijo:
«El hombre es semejante a la golondrina, que en una noche nevada y lluviosa atraviesa esta sala llena de calor y de luz, pasando de la noche a la noche. Así el hombre es visible por un momento, pero no sabemos qué ocurrió antes ni qué vendrá después. Si esta nueva doctrina nos enseña algo, debemos escucharla».

Todos aprobaron sus palabras, y Coifi pidió al rey que le diera su caballo y sus armas. A los sacerdotes les estaba vedado usar armas y sólo podían montar en yegua; Coifi empuñó una lanza y entró a caballo en el santuario de sus antiguos dioses. Lo profanó, arrojó entre los ídolos la lanza y prendió fuego al templo. «Así —escribe Beda— el sumo sacerdote, inspirado por el Dios verdadero, profanó y quemó las imágenes que él mismo había adorado.» Creemos que Beda se equivoca en la interpretación de este dramático episodio; Coifi, antes y después de su conversión, fue el mismo bárbaro impulsivo o quizá el mismo frío calculador.

Las primeras poesías cristianas que se redactaron en Inglaterra —el Génesis, el Éxodo, Cristo y Satanás, Daniel, las Suertes de los Apóstoles— no evidencian un cambio ético; sus poetas habían pasado de la mitología germánica a la hebrea, pero su mundo, fuera de algunos nombres propios, seguía inalterable. Los apóstoles son guerreros teutónicos, el mar es siempre el Mar del Norte, los israelitas que huyen de Egipto son vikings. Los textos se complacen en la descripción de batallas. En composiciones que son paráfrasis de la Escritura Sagrada persisten las antiguas metáforas; el mar es el camino de la ballena; la lanza, la serpiente de la guerra. El estilo es lento y verboso; esa lentitud ha sido tomada por majestad. No se dice «anocheció», se dice «el noble resplandor buscó su fin, la neblina, la oscuridad, cubrieron el mundo, la noche ocultó los campos».



En Literaturas germánicas medievales (1966) [Literatura de la Inglaterra sajona]
En colaboración con María Esther Vázquez

Luego en Obras Completas en Colaboración
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores 1979, 1991 y 1997

Imagen: Otra mirada sobre Borges de Miguel Ruibal [+] [TW] [FB] 2018


7/1/18

Jorge Luis Borges - Alicia Jurado: Antecedentes del budismo






EL SANKHYAM
Hemos dicho que la tradición eligió la ciudad de Kapilavastu como lugar de nacimiento del Buddha, porque en su doctrina hay ecos de la que enseñó Kapila, fundador del Sankhyam; más verosímil es pensar que esos ecos, que parecen indiscutibles, se deben a que el Buddha nació en la patria de Kapila, donde el Sankhyam y su terminología eran comunes. Durante el auge del budismo, la ciudad fue objeto de peregrinaciones. El monje chino Hsuang Tsang visitó sus ruinas a principios del siglo VII y, a su vuelta, introdujo en el Celeste Imperio el idealismo o negación de la realidad del mundo externo.
Sankhyam quiere decir, en sánscrito, enumeración. Garbe ha dicho que los brahmanes llamaron «filosofía de la enumeración» al sistema de Kapila, para hacer burla de sus divisiones y subdivisiones, y que el apodo perduró.
El Sankhyam es dualista. Desde la eternidad hay una materia compleja —Prakriti— y un infinito número de Purushas o almas individuales e inmateriales. La Prakriti consta de tres factores, los gunas: el primero, sattva, corresponde a lo liviano y luminoso en los objetos, al bienestar y a la dicha en los sujetos; el segundo, rajas, corresponde a lo fuerte y activo en los objetos, a la pasión y a la agresión en los sujetos; el tercero, tamas, corresponde a lo oscuro y pesado en los objetos y, en los sujetos, a la indiferencia y al sueño. El primer guna predomina en los mundos de los dioses, el segundo en el mundo de los hombres y el tercero en el mundo animal, vegetal y mineral. Según esta teoría, la alegría o el pesar que causan las cosas están, literalmente, en ellas. El placer que nos da el espectáculo de las flores está en las flores. El origen de los diversos colores se atribuye a los gunas; el predominio del sattva produce el amarillo y el blanco; el del rajas, el rojo y el azul, y el del tamas, el gris y el negro. Una comparación clásica equipara los gunas a las hebras de pelo que se entretejen para hacer una trenza.
Los Purushas, unidos a la materia, forman los seres vivos. En cada uno debemos distinguir el cuerpo material y el cuerpo etéreo o alma psíquica, hecho de sustancia sutil. El Purusha, que para trasladarse necesita el cuerpo, es equiparado a un lisiado; la Prakriti, que no puede sentir o ver sin el alma, a una ciega. El cuerpo material perece en cada encarnación con la muerte del hombre; el cuerpo etéreo o sutil es imperecedero y acompaña al alma en el ciclo de las transmigraciones. Su nombre sánscrito es linga y consta de trece órganos: el entendimiento, el principio de individuación (es decir, la ilusión que nos induce a pensar «Yo hablo, yo soy poderoso, yo toco, yo mato, yo muero»), el manas u órgano central, etc. Según algunos maestros del Sankhyam, no hay percepciones simultáneas; cada una exige una duración infinitesimal; creemos a un tiempo ver un color y oír un sonido, como creemos ver una aguja atravesar simultáneamente cien hojas superpuestas de loto.
El alma inmaterial es un espectador, un testigo, no un actor de las cosas. Cuando el cuerpo sutil o alma psíquica intuye esta verdad, cesa la unión del alma con la materia. El alma y los dos cuerpos, el material y el sutil, se desintegran. El alma psíquica logra esta convicción mediante ejercicios ascéticos; la ayuda el primer guna, el sattva. El alma libertada de sus cuerpos no se reintegra a un alma total, pero logra la absoluta inconsciencia. Los textos la comparan a un espejo en el que no cae reflejo alguno, a un espejo vacío. Esta inconsciencia no es una mera privación o aniquilación; el alma, que antes era testigo de la vigilia y de los sueños, ahora lo es del sueño profundo.
Para ilustrar la tesis de que fundamentalmente somos espectadores, no actores, los maestros del Sankhyam recurren a una hermosa metáfora. Quien asiste a una danza o a una representación teatral, acaba por identificarse con los bailarines o con los actores; lo mismo le sucede a cada uno con sus pensamientos y acciones. Desde el nacimiento hasta la muerte, estamos continuamente vigilando a alguien y compartiendo sus estados físicos y mentales; esa íntima convivencia crea en nosotros la ilusión de que somos ese alguien. Análogamente, Víctor Hugo tituló su autobiografía: Victor Hugo racconté par un témoin de sa vie.
A semejanza de otros sistemas filosóficos de la India, el Sankhyam es ateo; esto no impide que los brahmanes lo consideren ortodoxo, ya que, entre los hindúes, la ortodoxia no se define por la creencia en una divinidad personal, sino por la veneración de los Vedas: las colecciones de himnos, plegarias, fórmulas mágicas y ritos que forman el más antiguo monumento literario del Indostán. Por lo demás, el ateísmo del Sankhyam no es agresivo; el sistema excluye a un Dios todopoderoso, pero no a la innumerables divinidades de la mitología popular. Garbe cita un texto que dice: «Dios no puede haber hecho el mundo por interés, porque no necesita nada; ni por bondad, porque en el mundo hay sufrimiento. Luego, Dios no existe»[2].
No faltan, en cambio, rasgos anticlericales. Kapila enumera diversas servidumbres humanas; una de las más perniciosas, según él, es la de aquellos que tienen que hacer regalos a los sacerdotes.
EL VEDANTA
Como todas las religiones y filosofías del Indostán, el budismo presupone las doctrinas de los Vedas. La palabra Veda significa «sabiduría» y se aplica a una vasta serie de textos antiquísimos que, antes de ser fijados por la escritura, se transmitieron oralmente de generación en generación. El Korán es un libro sagrado, la Biblia es un conjunto de obras que fueron declaradas canónicas por diversos concilios; la índole divina de los Vedas ha sido en cambio reconocida en la India desde una época inmemorial. Himnos, plegarias, incantaciones, fórmulas mágicas, letanías, comentarios místicos y teológicos, meditaciones ascéticas e interpretaciones filosóficas integran los Vedas. Se entiende que son obra de la divinidad que, al cabo de cada una de las infinitas aniquilaciones del universo, los revela a Brahma; éste, mediante las palabras de los Vedas, que son eternas, crea un nuevo universo. Así, la palabra piedra es necesaria para que haya piedras en cada nuevo ciclo cósmico.
La más famosa de las escuelas filosóficas, el Vedanta, tiene su raíz en los Vedas; Vedanta quiere decir «Final» o «Culminación de los Vedas». Se trata de un monismo panteísta, afín a las doctrinas occidentales de Parménides, Spinoza y Schopenhauer. Para el Vedanta hay una sola realidad, diversamente llamada Brahman (Dios) o Atman (alma), según la consideremos objetiva o subjetivamente. Esta realidad es impersonal y única; ni en el universo ni en Dios hay multiplicidad. Recordará el lector que Parménides análogamente negó que hubiera variedad en el mundo. Zenón de Elea, su discípulo, formuló sus paradojas para probar que las nociones corrientes del tiempo y del espacio conducen a resultados absurdos. Para Sankara hay un solo sujeto conocedor; su esencia es eterno presente.
Brahman destruye y crea el universo cíclicamente: ambas operaciones son de índole mágica o alucinatoria. Ya en los Vedas, Dios es el Hechicero que crea el mundo aparencial mediante la fuerza mágica de Maya, la ilusión. Dos motivos de muy diversa índole han sido sugeridos para justificar las periódicas emanaciones y aniquilaciones del universo; para unos, el proceso cósmico es natural e involuntario como la respiración; para otros es un juego infinito de la ociosa divinidad. Recordemos la sentencia de Heráclito: «El tiempo es un niño que juega a las damas; un niño ejerce el poder real», y el verso del místico alemán del siglo XVII, Angelus Silesius: «Todo esto es un juego que ejecuta la divinidad».
Para ilustrar la naturaleza ficticia del mundo, Sankara nos habla del error de quienes toman una cuerda por una serpiente; detrás de la imaginaria serpiente hay una cuerda real; detrás de todas las cuerdas y serpientes hay una realidad, que es Dios. Nuestra ignorancia nos hace suponer que la cuerda es una serpiente y el universo una realidad; Sankara afirma que el universo es obra de la Ignorancia y de la Ilusión, y que ambas son aspectos de una misma esencia. No existen Maya y Dios; Maya es un atributo de Dios, como el calor y el resplandor son atributos del fuego. Para quien ha llegado a la visión directa de Dios, éste ya no puede crear ilusiones. El cosmos es la ilusión cósmica; el cuerpo, el Yo y la noción de Dios como creador son facetas parciales de esa ilusión. La salvación debe buscarse en el Vedanta, que enseña la irrealidad de las cosas y la realidad de una sola cosa indeterminada: Dios o el alma. El Vedanta debe ser estudiado con un maestro, cuya lección final será: «Tú eres Brahman». Una vez intuida esta enseñanza, el hombre sigue en el cuerpo y en el mundo, pero conoce su carácter ilusorio. Dios es Bienaventuranza; el alma liberada también lo es. Resulta evidente la afinidad de tales doctrinas con la del budismo.
La doctrina del Vedanta se resume en dos afamadas sentencias: Tat twuam asi (Eso eres tú) y Aham brahmasmi (Soy Brahman). Ambas afirman la identidad de Dios y del alma, de uno y el universo. Esto quiere decir que el eterno principio de todo ser, que proyecta y disipa mundos, está en cada uno de nosotros pleno e indivisible. Si se destruyera el género humano y se salvara un solo individuo, el universo se salvaría con él.
Otros maestros del Vedanta agregan que el error fundamental de las almas es identificarse con los cuerpos que habitan y buscar placeres sensuales, que las atan al mundo y son causa de sucesivas reencarnaciones. La ejecución desinteresada de los deberes que los Vedas imponen conduce a la salvación. Debemos amar al Creador, no a las criaturas.
Después de la muerte, el alma liberada es, a semejanza de Dios, pura conciencia, pero no se confunde con Dios, que es infinito. Esta es la doctrina de Ramanuja; otros afirman que las almas individuales se pierden en la divinidad como la gota del rocío en el mar: recordemos el verso final de The Light of Asia de Sir Edwin Arnold:

The dewdrop slips into the shining sea[3].

En un texto del Vedanta se lee: «Como el hombre que sueña crea muchas formas pero no deja de ser uno; como los dioses y hechiceros proyectan, sin modificar su naturaleza, caballos y elefantes; así el mundo sale de Brahman y no lo modifica». Ilustración espléndida de lo anterior son estos versos del panteísta persa del siglo XIII Jalal Uddin Rumi: «Soy el que tiene la red, soy el pájaro, soy la imagen, el espejo, el grito y el eco». Schopenhauer escribe análogamente: «Uno son el torturador y el torturado. El torturador se equivoca, porque cree no participar en el sufrimiento; el torturado se equivoca, porque cree no participar en la culpa». El poema Brahma de Emerson empieza así:
If the red slayer thinks he slays,
Or if the slain thinks he is slain,
they know not well the subtle ways
I keep, and pass, and turn again[4].
Y después:
They reckon ill who leave me out;
when me they fly, I am the wings;
I am the doubter and the doubt,
and I the hymn the Brahmin sings[5].
También Baudelaire dirá: Je suis le soufflet et la joue[6].

En la Bhagavad-Gita o Canto del Señor, que es un poema intercalado en el Mahabharata, Arjuna, a punto de entrar en batalla, piensa que peleará contra los suyos, deja caer las flechas y el arco y se sienta, abatido. En ambos ejércitos ve «maestros, padres, hijos, nietos, gente de su sangre»; resuelve dejarse matar. Krishna, que conduce su carro de guerra, es un dios; le explica que la batalla es ilusoria. Le dice: «Nunca no fui, nunca no fuiste, nunca no fueron estos príncipes, nunca llegará el día en que no seremos… Quien piensa que éste mata y que aquél es matado no tiene discernimiento; nadie mata y nadie es matado… El que habita los cuerpos deja los cuerpos ya gastados y pasa a cuerpos nuevos. Las espadas no lo destrozan, el fuego no lo quema, las aguas no lo mojan, los vientos no lo secan…» Agrega después: «La batalla es una puerta para entrar en el Paraíso». A estas palabras del dios comparemos las de Plotino: «El actor que muere en la escena cambia de máscara y reaparece en otro papel, pero verdaderamente no ha muerto. Morir es cambiar de cuerpo como cambian de máscara los actores».
El Vedanta admite la existencia de cielos. Alguno está situado en la luna; en otros, el bienaventurado puede simultáneamente habitar tres o más cuerpos. Este milagro, cuyo nombre técnico en la teología católica es bilocación o trilocación, recuerda a Pitágoras, de quien se dijo que lo vieron a un tiempo en dos ciudades. La Indische Literatur de Winternitz incluye esta curiosa leyenda:
«Al salir de la ciudad de Sravasti, el Buddha tuvo que atravesar una dilatada llanura. Desde sus diversos cielos, los dioses le arrojaron sombrillas para resguardarlo del sol. A fin de no desairar a sus bienhechores, el Buddha se multiplicó cortésmente y cada uno de los dioses vio a un Buddha que marchaba con su sombrilla».
El hombre no se salva por buenas obras, ya que éstas producen reencarnaciones en que se reciben las recompensas, lo cual es una continuación del Samsara y no un libertarnos de la rueda. El capítulo sobre la transmigración aclarará estos últimos conceptos.


Notas



[2] Lactancio, según Voltaire, atribuye a Epicuro un argumento parecido: «Si Dios quiere suprimir el mal y no puede hacerlo, es impotente; si puede y no quiere, es malvado; si no quiere ni puede, es a la vez malvado e impotente; si quiere y puede ¿cómo explicar la presencia del mal en este mundo?»

[3] La gota de rocío se pierde en el mar resplandeciente.

[4] Si el rojo asesino piensa que mata, / o si el muerto se cree asesinado, / desconocen los sutiles caminos / que recorro una y otra vez.

[5] Quienes me excluyen se equivocan; / si huyen de mí yo soy las alas; / soy el incrédulo y la duda / y el himno que canta el brahmán.

[6] Soy la bofetada y la mejilla.



Título original: Qué es el budismo Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976

Luego en J. L. Borges: Obras completas en colaboración
© María Kodama 1995
©Emecé Editores 1979 y ss.


Photo: Borges in Dublin, where he attended an international 
Joyce symposium in 1982 by Eddie Kelly - Fuente


6/1/18

Jorge Luis Borges: Los Yinn







Alá, según la tradición islámica, hizo a los ángeles con luz, a los Yinn con fuego y a los hombres con polvo. Hay quien afirma que la materia de los segundos es un oscuro fuego de humo. Fueron creados dos mil años antes de Adán, pero su estirpe no alcanzará el día del Juicio Final.

Al-Qazwiní los definió como "vastos animales aéreos de cuerpo transparente, capaces de asumir varias formas". Al principio se muestran como nubes o como altos pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un hombre, de un chacal, de un lobo, de un león, de un escorpión o de una culebra. Algunos son creyentes; otros, heréticos o ateos. Antes de destruir un reptil debemos pedirle que se retire, en nombre del Profeta; y es lícito matarlo si no obedece. Pueden atravesar un muro macizo o volar por los aires o hacerse bruscamente invisibles. A menudo llegan al cielo inferior, donde sorprenden la conversación de los ángeles sobre acontecimientos futuros; esto les permite ayudar a magos y adivinos. Ciertos doctores les atribuyen la construcción de las Pirámides o, por orden de Salomón, hijo de David, que conocía el Todopoderoso Nombre de Dios, del Templo de Jerusalén.

Desde las azoteas o los balcones lapidan a la gente; también tienen el hábito de raptar mujeres hermosas. Para evitar sus depredaciones conviene invocar el nombre de Alá, el Misericordioso, el Apiadado. Su morada más común son las ruinas, las casas deshabitadas, los aljibes, los ríos, y los desiertos. Los egipcios afirman que son la causa de las trombas de arena. Piensan que las estrellas fugaces son dardos arrojados por Alá contra los Yinn maléficos.

Iblis es su padre y su jefe.


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges por ©Fernandes

23/12/17

Jorge Luis Borges: El unicornio





La primera versión del Unicornio casi coincide con las últimas. Cuatrocientos años antes de la era cristiana, el griego Ctesias, médico de Artajerjes Mnemón, refiere que en los reinos del Indostán hay muy veloces asnos silvestres, de pelaje blanco, de cabeza purpúrea, de ojos azules, provistos de un agudo cuerno en la frente, que en la base es blanco, en la punta rojo y en el medio es plenamente negro. Plinio agrega otras precisiones (VIII, 31):

"Dan caza en la India a otra fiera: el Unicornio, semejante por el cuerpo al caballo, por la cabeza al ciervo, por las patas al elefante, por la cola al jabalí. Su mugido es grave; un largo y negro cuerno se eleva en medio de su frente. Se niega que pueda ser apresado vivo".

El orientalista Schrader, hacia 1892, pensó que el Unicornio pudo haber sido sugerido a los griegos por ciertos bajorrelieves persas, que representan toros de perfil, con un solo cuerno.

En las Etimologías de Isidoro de Sevilla, redactadas a principios del siglo VII, se lee que una cornada del Unicornio suele matar al elefante; ello recuerda la análoga victoria del Karkadán (rinoceronte), en el segundo viaje de Simbad'. Otro adversario del Unicornio era el león, y una octava real del segundo libro de la inextricable epopeya The Faerie Queene conserva la manera de su combate. El león se arrima a un árbol; el Unicornio, con la frente baja, lo embiste; el león se hace a un lado, y el Unicornio queda clavado al tronco. La octava data del siglo XVI; a principios del XVIII, la unión del reino de Inglaterra con el reino de Escocia confrontaría en las armas de Gran Bretaña el Leopardo (león) inglés con el Unicornio escocés.

En la Edad Media, los bestiarios enseñan que el Unicornio puede ser apresado por una niña; en el Physiologus Graecus se lee: "Cómo lo apresan. Le ponen por delante una virgen y salta al regazo de la virgen y la virgen lo abriga con amor y lo arrebata al palacio de los reyes". Una medalla de Pisanello y muchas y famosas tapicerías ilustran este triunfo, cuyas aplicaciones alegóricas son notorias. El Espíritu Santo, Jesucristo, el mercurio y el espacio sideral han sido figurados por el Unicornio. La obra de Jung Psychologie und Alchemie (Zurich, 1944) historia y analiza estos simbolismos.

Un caballito blanco con patas traseras de antílope, barba de chivo y un largo y retorcido cuerno en la frente, es la representación habitual de este animal fantástico.

Leonardo da Vinci atribuye la captura del Unicornio a su sensualidad; ésta le hace olvidar su fiereza y recostarse en el regazo de la doncella, y así lo apresan los cazadores.


'Éste nos dice que el cuerno del rinoceronte, partido en dos, muestra la figura de un hombre; AI-Qazwiní dice que la de un hombre a caballo, y otros hablan de pájaros y de peces.

En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges por ©Figueroa
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