Mostrando las entradas con la etiqueta En colaboración. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta En colaboración. Mostrar todas las entradas

16/12/17

Jorge Luis Borges: Lugano








Junto a las palabras que dictó habrá, creo, la imagen de un gran lago mediterráneo con largas y lentas montañas y el inverso reflejo de esas montañas en el gran lago. Ese, por cierto, es mi recuerdo de Lugano, pero también hay otros.
Uno, el de una mañana no demasiado fría de noviembre de 1918, en que mi padre y yo leímos, en una pizarra, en una plaza casi vacía, letras de tiza que anunciaban la capitulación de los Imperios Centrales, es decir, la deseada paz. Los dos volvimos al hotel y anunciamos la buena noticia (no había radiotelefonía entonces) y no brindamos con champagne sino con rojo vino italiano.
Otros recuerdos guardo, menos importantes para la historia del mundo que para mi historia personal. El primero, el descubrimiento de la balada más famosa de Coleridge. Penetré en ese silencioso mar de métrica y de imágenes que Coleridge soñó en los últimos años del siglo dieciocho antes de ver el mar, que lo defraudaría mucho después, cuando fue a Alemania, porque el mar de la mera realidad es menos vasto que el mar platónico de Coleridge. El segundo (salvo que no hay segundo porque fueron más o menos simultáneos los dos) fue la revelación de otra no menos mágica música, la poesía de Verlaine.



Texto en Atlas, con María Kodama
Selección de fotografías de la colección de María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Presente foto: Dos bastones de Borges
Museo de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Toma de Fernando Albarracín, diciembre 2017



28/11/17

Jorge Luis Borges - Alicia Jurado: El budismo y la ética





Hace dos mil quinientos años que la prédica de un príncipe menor del Nepal ha influido en incontables generaciones del Oriente; no se ha hecho culpable de una guerra y ha enseñado a los hombres la serenidad y la tolerancia. Citemos algunos textos de los libros canónicos:
«El odio no puede nunca detener el odio; sólo el amor puede detener el odio; esta ley es antigua».
«Si en la batalla un hombre venciera a mil hombres, y si otro se venciera a sí mismo, el mayor vencedor sería el segundo».
«No hay fuego comparable a la pasión; no hay mal comparable al odio; no hay dolor como el de esta vida carnal; no hay dicha superior a la paz».
«En este mundo producen felicidad la bondad del corazón, la moderación para con todos los seres. En este mundo producen felicidad la ausencia de pasiones y la superación de los deseos. Pero la destrucción del egoísmo es en verdad la felicidad suprema».
«La felicidad es de aquel que no tiene nada, que ha dominado la doctrina y ha alcanzado la sabiduría. Mira cómo sufre el que tiene algo. El hombre está encadenado al hombre».
«Las penas, lamentaciones y sufrimientos de múltiples formas que existen en este mundo se producen a causa de algo querido. Por esto, son felices y están libres de dolor aquellos que no tienen en este mundo nada querido. Si aspiras al estado libre de dolor y de pasión, no tengas nada querido en ningún lugar de este mundo».
«Los dioses no pueden alcanzar con la mirada a aquel hombre en cuyo interior no existe cólera, que está más allá de cualquier forma de existencia o de inexistencia, cuyos temores han cesado, feliz y libre de pena».
Cierta vez que el Buddha se encontraba en un bosque, murió el único hijo de un devoto laico. Al amanecer, los deudos se acercaron con las ropas y el pelo aún húmedos del baño ritual. El Buddha les preguntó por qué venían así, y el padre dijo: «Señor, ha muerto mi único hijo, un niño agradable y muy querido». El Buddha respondió: «Los dioses y la mayoría de los hombres, atados por el goce de lo que tiene apariencia agradable, presas del sufrimiento y de la vejez, caen en poder del Rey de la Muerte; pero aquellos que, de día y de noche, alertas y vigilantes, dejan de lado lo que tiene apariencia agradable, arrancan por completo la raíz del sufrimiento, el señuelo de la muerte, tan difícil de superar».
Un insensato oyó que el Buddha predicaba que debemos devolver el bien por el mal y fue y lo insultó. El Buddha guardó silencio. Cuando el otro acabó de insultarlo, le preguntó: «Hijo mío, si un hombre rechazara un regalo, ¿de quién sería el regalo?» El otro respondió: «De quien quiso ofrecerlo». «Hijo mío», replicó el Buddha, «me has insultado, pero yo rechazo tu insulto y éste queda contigo. ¿No será acaso un manantial de desventura para ti?» El insensato se alejó avergonzado, pero volvió para refugiarse en el Buddha.
Sona, discípulo de Buddha, se cansó de los rigores del ascetismo y resolvió volver a una vida de placeres. El Buddha le dijo:
«¿No fuiste alguna vez diestro en el arte del laúd?»
«Sí, Señor», dijo Sona.
«Si las cuerdas están demasiado tensas, ¿dará el laúd el tono justo?»
«No, Señor».
«Si están demasiado flojas, ¿dará el laúd el tono justo?»
«No, Señor».
«Si no están demasiado tensas ni demasiado flojas, ¿estarán prontas para ser tocadas?»
«Así es, Señor».
«De igual modo, Sona, las fuerzas del alma demasiado tensas caen en el exceso, y demasiado flojas, en la molicie. Así pues, oh Sona, haz que tu espíritu sea un laúd bien templado».
Un río separaba dos reinos; los agricultores lo utilizaban para regar sus campos, pero un año sobrevino una sequía y el agua no alcanzó para todos. Primero se pelearon a golpes y luego los reyes enviaron ejércitos para proteger a sus súbditos. La guerra era inminente; el Buddha se encaminó a la frontera donde acampaban ambos ejércitos.
«Decidme», dijo, dirigiéndose a los reyes: «¿qué vale más, el agua del río o la sangre de vuestros pueblos?»
«No hay duda», contestaron los reyes, «la sangre de estos hombres vale más que el agua del río».
«¡Oh, reyes insensatos», dijo el Buddha, «derramar lo más precioso por obtener aquello que vale mucho menos! Si emprendéis esta batalla, derramaréis la sangre de vuestra gente y no habréis aumentado el caudal del río en una sola gota».
Los reyes, avergonzados, resolvieron ponerse de acuerdo de manera pacífica y repartir el agua. Poco después llegaron las lluvias y hubo riego para todos.







Título original: Qué es el budismo
Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, 1976

Luego en J. L. Borges: Obras completas en colaboración
© María Kodama 1995
©Emecé Editores 1979 y ss.


Foto arriba: Borges en Paris, 01 mayo 1980 (detalle)
por Francoise Lochon/Getty Images

Abajo: Alicia Jurado (s-a) Vía



22/11/17

Jorge Luis Borges: Ginebra






De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad. Le debo, a partir de 1914, la revelación del francés, del latín, del alemán, del expresionismo, de Schopenhauer, de la doctrina del Buddha, del Taoísmo, de Conrad, de Lafcadio Hearn y de la nostalgia de Buenos Aires. También la del amor, la de la amistad, la de la humillación, y la de la tentación del suicidio. En la memoria todo es grato, hasta la desventura. Esas razones son personales; diré una de orden general. A diferencia de otras ciudades, Ginebra no es enfática. París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, Ginebra casi no sabe que es Ginebra. Las grandes sombras de Calvino, de Rousseau, de Amiel y de Ferdinand Hodler están aquí, pero nadie las recuerda al viajero. Ginebra, un poco a semejanza del Japón, se ha renovado sin perder sus ayeres. Perduran las callejas montañosas de la Vieille Ville, perduran las campanas y las fuentes, pero también hay otra gran ciudad de librerías y comercios occidentales y orientales.
Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo.



Texto y foto en Atlas, con María Kodama
Selección de fotografías de la colección de María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa 



4/11/17

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: La salvación





 Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. «¿Cómo un ser tan ínfimo» —sin duda estaba pensando el tirano— «es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?» Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. «Por humildes que sean» —dijo indicando al pájaro— «hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros».

Adolfo Bioy Casares




En J. L. Borges y A. Bioy Casares: Cuentos breves y extraordinarios (1953)

Imagen arriba: ABC por Daniel Mordzinsky Vía
Abajo: Cover primera edición
Buenos Aires, Editorial Raigal, 1955
Colección Panorama dirigida por Ernesto Sabato


3/11/17

Jorge Luis Borges: Baldanders






Baldanders (cuyo nombre podemos traducir por "Ya diferente" o "Ya otro" ) fue sugerido al maestro zapatero Hans Sachs, de Nuremberg, por aquel pasaje de la Odisea en que Menelao persigue al dios egipcio Proteo, que se transforma en león, en serpiente, en pantera, en un desmesurado jabalí, en un árbol y en agua. Hans Sachs murió en 1576; al cabo de unos noventa años, Baldanders resurge en el sexto libro de la novela fantástico-picaresca de Grimmelshausen, Simplicius Simplicissimus. En un bosque, el protagonista da con una estatua de piedra, que le parece el ídolo de algún viejo templo germánico. La toca y la estatua le dice que es Baldanders y toma las formas de un hombre, de un roble, de una puerca, de un salchichón, de un prado cubierto de trébol, de estiércol, de una flor, de una rama florida, de una morera, de un tapiz de seda, de muchas otras cosas y seres, y luego, nuevamente, de un hombre. Simula instruir a Simplicissimus en el arte "de hablar con las cosas que por su naturaleza son mudas, tales como sillas y bancos, ollas y jarros"; también se convierte en un secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: "Yo soy el principio y el fin", que son la clave del documento cifrado en que le deja las instrucciones. Baldanders agrega que su blasón (como el del turco y con mejor derecho que el Turco) es la inconstante luna.

Baldanders es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo; la carátula de la primera edición de la novela de Grimmelshausen trae un grabado que representa un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre, alas desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una pata de cabra y una garra de buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los individuos de las especies. En el cinto lleva una espada y en las manos un libro abierto, con las figuras de una corona, de un velero, de una copa, de una torre, de una criatura, de unos dados, de un gorro con cascabeles y un cañón.


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Foto: Jorge Luis Borges en la Librería de la Ciudad, Galería del Este
© Cortesia Sucesión de Luis Alfonso


31/10/17

Jorge Luis Borges: «La jonction»






Dos ríos —uno, de clara fama, el Ródano; otro, casi secreto, el Arve— juntan aquí sus aguas. La mitología no es una vanidad de los diccionarios; es un eterno hábito de las almas. Dos ríos que se juntan son, de algún modo, dos númenes antiguos que se confunden. Así lo habrá sentido Lavardén cuando escribió su oda, pero la retórica se interpuso entre lo que sentía y lo que veía, y convirtió a los grandes ríos barrosos en nácares y en perlas. Por lo demás, todo lo que atañe al agua es poético y nunca deja de inquietarnos. El mar que entra en la tierra es el fjord o el firth, nombres de resonancia infinita; los ríos que se pierden en el mar evocan la gran metáfora de Manrique.

En esta margen fueron sepultados los restos de Leonor Suárez de Acevedo, mi abuela materna. Había nacido en Mercedes durante la pequeña guerra que se llama todavía en el Uruguay la Guerra Grande, murió en Ginebra, hacia 1917. Vivió de la memoria de una proeza ecuestre de su padre, en la alta pampa de Junín, y del odio, ya fatigado y puramente verbal, de "los tres grandes tiranos del Plata: Rosas, Artigas y Solano López". Murió postrada; todos rodeábamos su lecho y ella dijo con un hilo de voz: Déjenme morir tranquila y después la mala palabra que, por primera y última vez, oí de su boca.



En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa 







Foto arriba: Jovencísimo Borges (s-a)
Todas las fuentes dan como fecha de muerte 1918, vs. texto de Borges (hacia 1917)
Vía Fundación Internacional Jorge Luis Borges

Abajo: Leonor Suárez Haedo de Acevedo (s-a)
Fodo Fundación San Telmo (Bs. As., Argentina)
Abuela materna de JLB (única imagen disponible)


19/10/17

Jorge Luis Borges: Epidauro






Como quien ve de lejos una batalla, como quien aspira el aire salobre y oye la tarea de las olas y ya presiente el mar, como quien entra en un país o en un libro, así antenoche me fue dado asistir a una representación del Prometeo Encadenado en el alto teatro de Epidauro. Mi ignorancia del griego es tan perfecta como la de Shakespeare, salvo en el caso de las muchas palabras helénicas que designan instrumentos o disciplinas que ignoraron los griegos. Al principio traté de recordar versiones castellanas de la tragedia, leídas hace ya más de medio siglo.

Luego pensé en Hugo y en Shelley y en algún grabado del titán atado a la montaña. Luego me esforcé en identificar una que otra palabra. Pensé en el mito que ya es parte de la memoria universal de los hombres. Sin proponérmelo y sin preverlo, fui arrebatado por las dos músicas, la de los instrumentos y la de las palabras, cuyo sentido me era vedado, pero no su antigua pasión.

Más allá de los versos, que los actores, creo, no escandían, y de la ilustre fábula, ese profundo río, en la profunda noche, fue mío.





En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa 

Foto captura 
Encuentro con las Artes y las Letras realizado por el canal español RTVE 1976

Entrevista de los periodistas Paloma Chamorro, José Luis Jover, Marcos Ricardo Barnatán con JLB


18/10/17

Jorge Luis Borges: La Salamandra






No sólo es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el Diccionario de la Academia no se equivoca) "un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas". De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual.

En el libro décimo de su Historia, Plinio declara que la Salamandra es tan fría que apaga el fuego con su mero contacto; en el veintiuno recapacita, observando incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro undécimo, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la Pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la Salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal.

El Fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la Salamandra, como ejemplo de que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro veintiuno de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama "Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el fuego", y que se abre así:

"¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo viven en medio del fuego".

A la Salamandra y al Fénix recurren también los poetas, como encarecimiento retórico. Así, Quevedo, en los sonetos del cuarto libro del Parnaso español, que "canta hazañas del amor y de la hermosura":

Hago verdad al Fénix en la ardiente
Llama, en que renaciendo me renuevo,
Y la virilidad del fuego pruebo
Y que es padre, y que tiene descendiente
La Salamandra fría, que desmiente
Noticia docta, a defender me atrevo,
Cuando en incendios, que sediento bebo
Mi corazón habita, y no los siente...

Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, rey de reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de Piedras, y de un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o alumbran la noche. Uno de los párrafos dice: "Nuestros dominios dan el gusano llamado Salamandra. Las Salamandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras del palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego".

De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio (XIX, 4) y en Marco Polo (I, 39). Aclara este último: "La Salamandra es una substancia, no un animal". Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como piel de Salamandra y fueron testimonio incontrovertible de que la Salamandra existía.

En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Este le dijo que el animal era una Salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria.

Las Salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego. En esta atribución y en un argumento de Aristóteles, que Cicerón ha conservado en el primer libro de su De natura Deorum, se descubre por qué los hombres propendieron a creer en la Salamandra. El médico siciliano Empédocles de Agrigento había formulado la teoría de cuatro "raíces de cosas" cuyas desuniones y uniones, movidas por la Discordia y por el Amor, componen la historia universal. No hay muerte; sólo hay partículas de "raíces", que los latinos llamarían "elementos", y que se desunen. Estas son el fuego, la tierra, el aire y el agua. Son increadas y ninguna es más fuerte que otra. Ahora sabemos (ahora creemos saber) que esta doctrina es falsa, pero los hombres la juzgaron preciosa y generalmente se admite que fue benéfica. "Los cuatro elementos que integran y mantienen el mundo y que aún sobreviven en la poesía y en la imaginación popular tienen una historia larga y gloriosa", ha escrito Theodor Gomperz. Ahora bien, la doctrina exigía una paridad de los cuatro elementos. Si había animales de la tierra y del agua, era preciso que hubiera animales del fuego. Era preciso, para la dignidad de la ciencia, que hubiera Salamandras. En otro artículo veremos cómo Aristóteles logró animales del aire. Leonardo da Vinci entiende que la Salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve para cambiar la piel.



En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges 
©Gilbert NENCIOLI/Gamma-Rapho via Getty Images

14/10/17

Antonio Carrizo - Jorge Luis Borges: «Madre, vos misma. Aquí estamos hablando los dos, et tout le reste est littérature»








Carrizo. Háblenos ahora un poco de doña Leonor. Yo sé que puede ser para usted doloroso, porque la ha...

Borges. No. No es doloroso. Se cumple el cuarto aniversario de su muerte. Yo no creía vivir tanto. Vivió, alcanzó noventa y nueve años. Cuando alcanzó noventa y cinco me dijo: “Noventa y cinco años, se me fue la mano”. Estaba avergonzada, realmente, de vivir tanto y lo veía como una desdicha. Una tía abuela mía murió a los cien años y diez días; pero ya estaba perdida, ya no sabía quién era. Mi madre, sí; casi hasta los últimos quince días sabía bien quién era y estaba muy interesada en todo.

Carrizo. Yo una vez escuché por radio, a su madre, leer un poema suyo.

Borges. Y sin duda lo hizo muy bien. Sin duda mejoró mucho el poema, ¿no?

Carrizo. ¿Atendía usted algunas de sus razones?

Borges. Pero desde luego. Ella colaboró conmigo. Yo estaba dictándole un cuento que se titula La intrusa. Y todo dependía de la frase en la cual el mayor le dice al menor que ha matado a la mujer. Yo no sabía cómo dar con esa frase. Mi madre estaba siguiendo el dictado, muy desagradada —“ Vos siempre con tus guarangos y tus cuchilleros”— pero había entrado en el cuento. Yo le dije: “Ahora llega el momento... aquí está toda la suerte del cuento. Depende de las palabras con las cuales el mayor le dice al menor que él ha matado a la mujer que quieren los dos”. Mi madre me dijo: “Dejame pensar”. Y luego, con una voz del todo distinta, agregó: “Ya sé lo que le dijo”. Como si hubiera ocurrido el hecho. “Bueno, escribilo entonces,” le dije yo. Lo escribió y me lo leyó: A trabajar hermano, esta mañana la maté. Y ella encontró la frase. Y sin esa frase, que fue muy elogiada después, el cuento se hubiera caído a pedazos.
Y era de ella. Luego me dijo: “Espero que esta sea la última vez que tratás estos temas”. Claro, sí, porque a ella no le gustaban, le parecía que era absurdo todo eso. Además me decía que todos los guapos eran flojos, que yo admiraba absurdamente a impostores.

(...)

Carrizo. Mire, Borges, en (...) la presentación de sus Obras Completas, usted ha escrito esto: A Leonor Acevedo de Borges.

Borges. ¡Ah, sí! Y felizmente ella leyó eso; creo que fue lo último que leyó. Después, ella tenía este farragoso volumen a su lado, en la cama, y de vez en cuando yo noté que lo acariciaba. Claro, ya no podía leer; pero pensaba: “Bueno, ésta es la obra de mi hijo. En todo caso es... voluminosa (sonríe); tiene el mérito de la cantidad, ya que no de la calidad”. Ella llegó a ver la primera edición de mis obras completas, en papel biblia. Después ha llegado a ocho o nueve ediciones, pero... más abultadas todavía: hubiera sido mejor para ella. Sí. ¿A ver?

Carrizo. Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre le ocurren a todos.

Borges. Bueno, ahora espero con mucha curiosidad, porque yo no recuerdo esta dedicatoria. Pero espero que me haya salido bien.

Carrizo. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos.

Borges. Claro, porque antes no se decía “mi cumpleaños”, se decía “el día del Santo”. Aunque no fuera estrictamente el día del Santo. Sí.

Carrizo. Yo recibía los regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos.

Borges. Yo he hablado con otras personas que me han dicho que les ha pasado lo mismo. Que cuando eran chicos les daban vergüenza los regalos. En cambio otros me dicen que no; que los sentían como un tributo merecido. Pero yo no. Yo pensaba: ¿pero qué he hecho yo para que me hagan regalos? Sí.

Carrizo. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos.

Borges. Norah, mi hermana, sí.

Carrizo.tu memoria y en ella la memoria de los mayores. 

Borges. Claro, porque ella me hablaba de lo que la madre le había contado. Me hablaba del tiempo de Rosas, por ejemplo, como si ella hubiera sido contemporánea de la Mazorca, sí.

Carrizo. Claro, y era la memoria.

Borges. Claro, era la memoria de otros.

Carrizo. ...de su memoria.

Borges. La memoria de su memoria, sí. Pero yo recibía todo eso, digamos, a un tiempo ¿no? Y luego, en su memoria había muchas cosas. Por ejemplo, esto que le voy a contar ahora. Son dos circunstancias de Buenos Aires, de la topografía de Buenos Aires, que nadie recuerda ahora. Creo que el doctor Bioy lo ha recordado de un modo vago. Era, “el tercero del Norte”, un arroyo que corría, con veredas altas a los lados, yo no sé si por la calle Córdoba o por la calle Viamonte: había un puente en la esquina de Florida. “El tercero del Sur” que corría por la calle México o por Independencia, también con un puente, para cruzar. Esos “terceros” eran arroyos que formaban las lluvias. Pero ahora creo que han sido enteramente olvidados, ¿no? Nadie recuerda aquel arroyo que corría por Viamonte, o aquel otro por Chile: el “tercero del Norte” y el “tercero del Sur”. Y ella los recordaba muy bien.

Carrizo: Sigue: —los patios, los esclavos...

Borges. Bueno, los esclavos, realmente... He averiguado después que sólo teníamos seis y que la gente rica tenía treinta. (Sonriendo).

Pero con todo, tener seis esclavos no está mal, ¿no? Sobre todo ahora que no hay esclavos de ninguna clase. Y no hay sirvientes, casi, tampoco.

Carrizo. ...el aguatero,/

Borges. El aguatero, sí. Hablaba mi madre del carrito del aguatero, que era un barril con dos ruedas. Y se compraban canecas de agua. La caneca creo que era medio barril. Y además estaba el agua de lluvia recogida por el aljibe. Y no había cortes de agua, desde luego.

Carrizo. Y sigue la memoria de su madre.

Borges. ¿A ver?

Carrizo. ...la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas—, 

Borges. Los húsares del Perú: me refiero a la batalla de Junín, que fue decidida por una carga de húsares peruanos y colombianos comandados por mi bisabuelo Suárez, que tenía veintiséis años y que era sobrino de Rosas. Y “el oprobio de Rosas”... Bueno, ya sabemos todos qué significa eso. Además, ella siempre se sentía así.

Yo recuerdo que le habían hecho no sé qué operación. La trajeron en una camilla... Yo me incliné sobre ella, y para indicarme que ahí estaba ella, que ella conservaba su integridad, que ella era Leonor Acevedo Suárez, me dijo, con un hilito de voz: “Salvaje unitaria”. (Pausa). ¡Qué lindo! ¿no?

Carrizo. Es cierto.

Borges. En ese momento, que no tenía sentido hablar de unitarios o federales, ella seguía siendo fiel, ella seguía siendo una “Salvaje unitaria”.  En ese momento en que había estado a punto de morir. Ella decía: “Bueno, aquí estoy yo, con mis convicciones”. Y cuando se encontraban con Capdevila... Capdevila la saludaba también con eso, le decía: “Salvaje unitario, señora”. “Yo también”, le decía mi madre (Sonríe).

Carrizo. Sigue hablándole a su madre: tu prisión valerosa,

Borges. Sí.

Carrizo. cuando tantos hombres callábamos.

Borges. Es cierto. Yo sentí envidia de mi hermana, de mi madre, y de mi sobrino, que padecieron prisión y yo no. A mí me echaron, simplemente, de un pequeño cargo que tenía en una modesta biblioteca del barrio de Almagro. Ganaba doscientos cuarenta pesos; tampoco era muy codiciable aquello.

Carrizo. Sigo: las mañanas del Paso del Molino, de Ginebra y de Austin,

Borges. El Paso del Molino es un barrio al norte, es un barrio de Montevideo. En el Paso del Molino vi algo que no había visto nunca, porque yo venía de la ciudad de Buenos Aires: vi gauchos. Eran troperos que llegaban al Paso del Molino. Y yo nunca había visto gauchos antes, salvo en láminas, o... en fin, a través de Ascasubi y de Hernández; pero ahí, cuando vi gauchos de veras me emocionó mucho. Y los vi en el Paso del Molino, porque un tío mío, Francisco Haedo, tenía una quinta allí. Austin... Bueno, nosotros descubrimos América por la ciudad de Austin, que es la capital de Texas y que es una pequeña ciudad, una pequeña ciudad universitaria. Es lindísima realmente, y es Texas, es decir, es el sur... Es el sudoeste, el Southwest; no tiene nada que ver con las ciudades industriales, por ejemplo.

Carrizo. Claro.

Borges. Porque no hay industrias en Austin.

Carrizo. Sigue diciéndole: las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, madre, vos misma.

Borges. Eça de Queiroz: mi padre le trajo a mi madre una traducción de La ilustre casa de Ramires. Ella no sabía que... bueno, que fuera un autor insigne. Pero ella leyó esa novela y le dijo a mi padre: “Pero esta novela es tan buena como cualquier otra novela; tiene que ser un gran escritor” . Ella no sabía que lo fuera. Es decir, descubrió que era un escritor directamente: leyendo a Eça de Queiroz. En cuanto a Dickens, bueno, lo sabía casi de memoria. Y me dijo que había una gran ventaja en Dickens... Ella tomaba un libro al azar, lo abría al azar —ya conocía los personajes— y seguía leyendo con deleite. Leía una hora así y luego se dormía. Todas las noches leía en cama una página de cualquier libro de Dickens. Los tenía todos, con letra grande.

Carrizo. Usted, en ese párrafo en el que enumera la tantas cosas que ella le ha dado, termina diciéndole: Madre, vos misma, como un don de ella a usted, Borges.

Borges. Sí, yo pensaba en eso. Creo que la palabra vos, es la palabra natural. Porque si yo hubiera dicho tú, sería un poco afectado, en Buenos Aires, ¿no? Aunque Capdevila hablaba del “asqueroso voseo”, yo no lo siento así. Yo digo naturalmente vos. O digo usted. Pero el tú me resulta un poco forzado. Salvo cuando hablo con mis primos orientales, donde se usa... En Montevideo se usa el tú, con las formas verbales del vos. “Tomá tú”, por ejemplo.

Carrizo. Sí.

Borges. Pero yo con ellos uso el porque es natural, pero con un amigo porteño yo nunca usaría el tú.

Carrizo. Y termina esta presentación de las Obras Completas, diciendo: Aquí estamos hablando los dos, "et tout le reste est littérature", como escribió, con excelente literatura, Verlaine.

Borges. Et tout le reste est littérature: está bien. Además, ese recuerdo de Verlaine era algo que nos unía también, porque a ella le gustaba mucho Verlaine y sabía esos versos de memoria. Claro, quizá hubiera podido traducir y todo lo demás es literatura. Pero como él había puesto tout le reste est littérature, tiene que ser así. Si pongo todo lo demás, ya el lector recuerda en seguida que Verlaine había dicho tout le reste, ¿no?

Carrizo. Claro. Es como al traducir: Ser o no ser, ésa es la cuestión.


Borges. No. Cuestión no.

Carrizo. La gente traduce cuestión.

(...)





En Borges el memorioso. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo 
Fragmentos de Primera mañana (págs. 29-30) y Sexta Mañana (págs. 150-154)
Mexico-Buenos Aires, FCE, 1982
Jorge Luis Borges y su madre en la la puerta de Maipú 994
Al pie: cover de la primera edición de Borges el memorioso


3/10/17

Jorge Luis Borges: Atenas







En la primera mañana de mi primer día en Atenas me fue dado este sueño. Frente a mí, en un largo anaquel, había una fila de volúmenes. Eran los de la Enciclopedia Británica, uno de mis paraísos perdidos. Saqué un tomo al azar. Busqué el nombre de Coleridge; el artículo tenía fin pero no principio. Busqué después el artículo Creta; también concluía pero no empezaba. Busqué entonces el artículo chess. En aquel momento el sueño cambió. En el alto escenario de un anfiteatro, abarrotado de personas atentas, yo jugaba al ajedrez con mi padre, que era también el Falso Artajerjes, a quien le habían cortado las orejas y que fue descubierto, mientras dormía, por una de sus muchas mujeres, que le pasó la mano por el cráneo, muy suavemente para no despertarlo, y que fue matado después. Yo movía una pieza; mi antagonista no movía ninguna, pero ejecutaba un acto de magia, que borraba una de las mías. Esto se repitió varias veces.
Me desperté y me dije: estoy en Grecia, donde todo ha empezado si es que las cosas, a diferencia de los artículos de la enciclopedia soñada, tienen principio.



En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa
 


Foto: Borges y Kodama en Atlas
Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Colección de María Kodama



27/9/17

Jorge Luis Borges: Trascendentalismo




Uno de los acontecimientos intelectuales más importantes que se han dado en América fue el trascendentalismo. No formó una escuela cerrada sino más bien un movimiento; incluyó escritores, granjeros, artesanos, comerciantes, mujeres casadas o solteras. A partir de 1836, floreció durante un cuarto de siglo. Su centro estaba en Nueva Inglaterra, en la ciudad de Concord. Fue una reacción contra el racionalismo del siglo XVIII, contra la psicología de Locke y contra el unitarianismo. Este sucesor del calvinismo ortodoxo negaba, según lo define su nombre, la Trinidad, pero afirmaba la verdad histórica de los milagros obrados por Jesús.

Sus fuentes fueron múltiples: el panteísmo hindú, las especulaciones neoplatónicas, los místicos persas, la teología visionaria de Swedenborg, el idealismo alemán y los escritos de Coleridge y de Carlyle. Heredó también la preocupación ética de los puritanos. Edwards había enseñado que Dios puede infundir una luz sobrenatural en el alma de los electos; Swedenborg y los cabalistas, que el mundo externo es un espejo del mundo espiritual. Tales ideas influyeron en los poetas y prosistas de Concord. La inmanencia de Dios en el universo fue acaso la doctrina central. Emerson repitió que no hay un ser que no sea un microcosmos, un mundo minúsculo. El alma del individuo se identifica con el alma del mundo, las leyes de la física se confunden con las leyes morales. Si en cada alma está Dios, toda autoridad externa desaparece. A cada hombre le basta su profunda y secreta divinidad.

Emerson y Thoreau son ahora los nombres más conspicuos del movimiento, que influyó asimismo en Longfellow, en Melville y en Whitman.

El más ilustre ejemplo individual del movimiento que estudiamos fue Ralph Emerson (1803-82). Nació en Boston, hijo y nieto de pastores protestantes. Siguió el destino de sus mayores y, después de ordenarse, se hizo cargo de una iglesia unitaria en 1829. Ese mismo año se casó. En 1832, al cabo de una crisis espiritual, en la que sin duda influyó la muerte de su mujer y de sus hermanos, renunció al sacerdocio. Pensaba que "ya había pasado el día de una religión formal". Poco después hizo su primer viaje a Inglaterra. Conoció a Wordsworth, a Landor, a Coleridge y a Carlyle, de quien se creía entonces discípulo. En realidad, los dos eran esencialmente distintos.

Emerson siempre se señaló como anliesclavista; Carlyle era partidario de la esclavitud. De vuelta a Houston, se dedicó a giras y conferencias que le hicieron conocer todo el país. La tribuna tomó el lugar del púlpito. Su fama fue extendiéndose, no sólo por América sino por Europa. Nietzsche escribió que se sentía tan cerca de Emerson que no se atrevía a elogiarlo, porque ello hubiera sido como si se elogiara a sí mismo. Fuera de algunos viajes, Emerson vivió siempre en Concord; en 1853 se casó por segunda vez. Murió el 27 de abril de 1882.

Emerson escribió que nadie ha sido convencido jamás por un razonamiento (Arguments convince nobody) y que basta enunciar una verdad para que ésta se imponga. Esta convicción da a su obra un carácter discontinuo. Abunda en memorables sentencias, a veces llenas de sabiduría, que no proceden de la anterior ni preparan la que vendrá. Sus biógrafos refieren que antes de pronunciar una conferencia o de redactar un ensayo, acumulaba frases sueltas que ordenaba después, un poco al azar. Nuestra exposición del trascendentalismo resume sus doctrinas. Es curioso observar que el panteísmo, que lleva a los hindúes a la inacción, llevó a Emerson a predicar que no hay límites para lo que podemos hacer, ya que en el centro de cada uno de nosotros está la divinidad. "Debes saberlo todo, debes atreverte a todo". La hospitalidad de su espíritu era asombrosa. Bástenos recordar los nombres de las seis conferencias que dictó en 1845: Platón o el filósofo, Swedenborg o el místico, Shakespeare o el poeta, Napoleón o el hombre de mundo, Goethe o el escritor, Montaigne o el escéptico. De los doce volúmenes de su obra, acaso el más curioso es el que incluye sus poemas. Emerson es un gran poeta intelectual. No le interesa Poe, a quien apodó, no sin desdén, the jingle man (el hombre del retintín). Traducimos el poema "Brahma": Si el rojo matador piensa que mata, o el muerto que lo han muerto, no conocen mis sutiles caminos; yo paso y vuelvo. Para mí lo remoto y lo olvidado están cerca, sombra y sol son lo mismo; los desvanecidos dioses están presentes, la vergüenza y la fama son iguales. Calculan mal quienes me omiten; si huyen de mí yo soy las alas; soy el que duda y soy la duda y soy el himno que canta el brahmán. Los fuertes dioses anhelan mi morada, en vano los sagrados siete la anhelan, pero tú, humilde amante del Bien, encuéntrame y da tu espalda al cielo.






El ensayista, naturalista y poeta Henry David Thoreau (1817-62) nació en Concord. En la Universidad de Harvard estudió griego y latín, también le interesaron el Oriente y la historia y hábitos de los pieles rojas. Quería bastarse a sí mismo; sin comprometerse a tareas de largo plazo, fue constructor de botes y de cercos y agrimensor. Dos años vivió en casa de Emerson, a quien se parecía físicamente. En 1845 se retiró a una choza en las orillas del solitario estanque de Walden. La lectura de los clásicos, la composición literaria y la precisa observación de la naturaleza ocuparon sus días. Le gustaba la soledad. En una de sus páginas leemos: "El hombre que encuentro suele ser menos instructivo que el silencio que rompe".

Su más lacónica biografía ha sido trazada por Emerson. "Pocas vidas contienen tantas renunciaciones. No ejerció profesión alguna, no se casó, vivió solo, nunca fue a la iglesia, jamás votó, se negó a pagar impuestos, no comía carne, no probó el vino, no conoció el tabaco y, aunque naturalista, prescindió de trampas y fusiles. No tuvo tentaciones que vencer, no tuvo apetitos, carecía de pasiones, no le atrajeron las elegantes fruslerías".

Su obra comprende más de treinta volúmenes; el más famoso es Walden or Life in the Woods (Walden o la vida en los bosques), publicado en 1854.

En 1849, un año antes de la aparición del Manifiesto Comunista de Marx, había publicado el ensayo Desobediencia civil, que influiría en el pensamiento y el destino de Gandhi. Las primeras líneas afirman que el mejor gobierno es el que gobierna menos y mejor aún es el que no gobierna. Así como rechazaba la idea de un ejército permanente, rechazó la de un gobierno permanente. Creía que el gobierno estorbaba el desarrollo natural del pueblo americano. La única obligación que aceptaba era la de hacer en cada momento lo que le parecía más justo. Prefería obedecer al derecho y no a las leyes. Creía que la lectura de los diarios era superflua, ya que basta leer la noticia de un solo incendio, un solo crimen, para conocerlos todos. Le parecía inútil la acumulación de casos esencialmente idénticos.

Dejó escrito: "Alguna vez perdí un lebrel, un bayo y una tórtola y todavía sigo buscándolos. He interrogado a muchos viajeros; uno había oído el ladrido del lebrel, otro el galope del caballo, otro había visto el vuelo de la tórtola, y todos compartían mi ansiedad". En estas palabras, inspiradas acaso por la memoria de alguna fábula oriental, sentimos la melancolía de Thoreau más que en sus versos. Los historiadores del anarquismo suelen omitir el nombre de Thoreau; esto acaso se debe a que su anarquismo, como casi toda su vida, fue de orden negativo y pacífico.







Ahora un poco olvidado, Henry Wasdwokim Longfellow (1807-82) fue durante su vida el poeta más querido de América. Nació en Portland, Maine. Dictó la cátedra de Lenguas Vivas, en la Universidad de Harvard. Su actividad mental era infatigable. Vertió al inglés a Jorge Manrique, al poeta sueco Elias Tegner, a trovadores provenzales y alemanes y anónimos cantores anglosajones. Versificó pasajes de la Historia de los reyes de Noruega, de Snorri Sturluson. A lo largo de los azarosos años de la Guerra de Secesión, consoló su espíritu ejecutando una de las mejores traducciones inglesas de la Divina comedia, enriquecida de curiosas notas. Escribió en hexámetros el extenso poema Evangeline (1847) y, con el metro de la epopeya finlandesa Kalevala, el Hiawatha, cuyos personajes son pieles rojas que presienten la llegada del hombre blanco. Muchas composiciones de su libro Voices of the Night (Voces de la noche) le valieron el afecto y admiración de sus contemporáneos y perduran aún en las antologías. Releídas ahora, nos dejan la impresión de que sólo les falta un último retoque.





Lejos del trascendentalismo, Henry Timrod (1828-67) cantó las esperanzas, las victorias, las vicisitudes y la final derrota del Sur. Nació en Charleston, New Carolina. Era hijo de un encuadernador alemán; se alistó en las fuerzas confederadas, pero la tuberculosis le vedó el destino militar que anhelaba. En sus versos hay fuego y un sentido clásico de la forma. Murió a los treinta y ocho años.







En Introducción a la literatura norteamericana (1967)
En colaboración con Esther Zemborain de Torres




16/9/17

Jorge Luis Borges: El Uroboros







Ahora el océano es un mar o un sistema de mares; para los griegos era un río circular que rodeaba la tierra. Todas las aguas fluían de él y no tenía ni desembocadura ni fuentes. Era también un dios o un titán, quizás el más antiguo, porque el Sueño, en el libro decimocuarto de la Ilíada, lo llama origen de los dioses; en la Teogonía de Hesíodo, es el padre de todos los ríos del mundo, que son tres mil, y que encabezan el Alfeo y el Nilo. Un anciano de barba caudalosa era su personificación habitual; la humanidad, al cabo de siglos, dio con un símbolo mejor.

Heráclito había dicho que en la circunferencia el principio y el fin son un solo punto. Un amuleto griego del siglo III, conservado en el Museo Británico, nos da la imagen que mejor puede ilustrar esta infinitud: la serpiente que se muerde la cola o, como bellamente dirá Martínez Estrada, "que empieza al fin de su cola". Uroboros (el que se devora la cola) es el nombre técnico de este monstruo, que luego prodigaron los alquimistas.

Su más famosa aparición está en la cosmogonía escandinava. En la Edda Prosaica o Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo y una serpiente. Un oráculo advirtió a los dioses que estas criaturas serían la perdición de la tierra. Al lobo, Fenrir, lo sujetaron con una cadena forjada con seis cosas imaginarias: "el ruido de la pisada del gato, la barba de la mujer, la raíz de la roca, los tendones del oso, el aliento del pez y la saliva del pájaro". A la serpiente, Jórmungandr, "la tiraron al mar que rodea la tierra y en el mar ha crecido de tal manera que ahora también rodea la tierra y se muerde la cola".

En Jótunheim, que es la tierra de los gigantes, Utgarda-Loki desafía al dios Thor a levantar un gato; el dios, empleando toda su fuerza, apenas logra que una de las patas no toque el suelo; el gato es la serpiente. Thor ha sido engañado por artes mágicas.

Cuando llegue el Crepúsculo de los Dioses, la serpiente devorará la tierra, y el lobo, el sol.




En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges, Silvio Correa/Agência O Globo, 13-08-1984
Al pie: Amuleto referido en el texo
Ouroboros Magic Gem, 3rd Century, British Museum

3/9/17

Jorge Luis Borges: La brioche







Piensan los chinos, algunos chinos han pensado y siguen pensando que cada cosa nueva que hay en la tierra proyecta su arquetipo en el cielo. Alguien o Algo tiene ahora el arquetipo de la espada, el arquetipo de la mesa, el arquetipo de la oda pindárica, el arquetipo del silogismo, el arquetipo del reloj de arena, el arquetipo del reloj, el arquetipo del mapa, el arquetipo del telescopio, el arquetipo de la balanza. Spinoza observó que cada cosa quiere perdurar en su ser; el tigre quiere ser un tigre, y la piedra, una piedra. Yo, personalmente, he observado que no hay cosa que no propenda a ser su arquetipo y a veces lo es. Basta estar enamorado para pensar que el otro, o la otra, es ya su arquetipo. María Kodama adquirió en la panadería Aux Brioche de la Lune esta gran brioche y me dijo, al traérmela al hotel, que era el Arquetipo. Inmediatamente comprendí que tenía razón. Mire el lector la imagen y juzgue.






En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa
 


Foto ariba: María Kodama en Palermo (Sicilia) 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos 

Abajo: La Brioche incluida en Atlas Vía



29/8/17

Jorge Luis Borges: Ante la ley [Traducción de «Vor dem Gesetz» de Franz Kafka]






Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. ‘Es posible’, dice el guardián, ‘pero no ahora’. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: ‘Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar’. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: ‘Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.’ En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. ‘¿Qué pretendes ahora?’, dice el guardián; ‘eres insaciable’, ‘Todos se esfuerzan por la Ley’, dice el hombre. ‘¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?’ El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: ‘Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla’.



En El Hogar, 27 de mayo de 1938.
Luego en  Antología de la literatura fantástica, en col. con A.Bioy Casares y S. Ocampo (1977)
Versión castellana de Kafka, Franz; «Vor dem Gesetz», Berlín, junio de 1914
Mural Borges Kafka, por Leonardo Polesello, II Bienal Borges - Kafka, Buenos Aires, mayo de 2010

26/8/17

Jorge Luis Borges: Utopía





Yo espero llegar a una edad sin aniversarios, sin colecciones, sin museos.

Tengo un cuento que se titula Utopía de un hombre que está cansadoen el que se supone que todo hombre se dedica a la música, que todo hombre es su propio Brahms; que todo hombre se dedica a la literatura, que todo hombre es su propio Shakespeare. Y luego, cuando muere, se destruye toda su obra, porque todo hombre es capaz de producirla. Y no hay clásicos, y no hay memoria, y no hay bibliotecas, desde luego. Porque todo hombre puede producir una biblioteca, o puede producir una galería, o puede elevar una estatua o construir una casa. Que el arte sea una preocupación, sea una ocupación de todo individuo. Y entonces ya se borrarán esas molestias: las historias de la literatura, las bibliotecas, los museos, colecciones (…). 

Yo pensaba, se me ocurrió esta mañana, que quizá el ideal sería (…) un mundo del todo anónimo. Que no hubiera nombres de países, por ejemplo, que sólo sirven de pretexto para guerras. Que no hubiera… que ningún individuo tuviera nombre. Que todo libro que se publicara fuera anónimo. Que no hubiera ni éxito ni fracaso. Y, sería mejor, que no existiera ni la pobreza ni la fortuna.


Antonio Carrizo, 1982




En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988

La Biblioteca de Babel - 33

Foto:  Jorge Luis Borges, 1975 (Bettmann/Corbis) Detalle



25/8/17

Jorge Luis Borges: El Borametz






El cordero vegetal de Tartaria, también llamado Borametz y Polypodium Borametz, y “polipodio chino”, es una planta cuya forma es la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. Se eleva sobre cuatro o cinco raíces; las plantas mueren a su alrededor y ella se mantiene lozana; cuando la cortan sale un jugo sangriento.

Los lobos se deleitan en devorarla. Sir Thomas Browne la describe en el tercer libro de la obra Pseudodoxia Epidemica (Londres, 1646). En otros monstruos se combinan especies o géneros animales; en el Borametz, el reino vegetal y el reino animal.

Recordemos a este propósito la mandrágora, que grita como un hombre cuando la arrancan, y la triste selva de los suicidas, en uno de los círculos del Infierno, de cuyos troncos lastimados brotan a un tiempo sangre y palabras, y aquel árbol soñado por Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y que, en la primavera, dio plumas en lugar de hojas.





En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges, Propiedad María Kodama
Al pie: Imágenes del Borametz en Museum of Garden History
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...