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9/1/18

Jorge Luis Borges: Mi primer encuentro con Dante




(RESUMEN DE UNA CONFERENCIA)
Cuando me propusieron que inaugurara esta serie de conferencias, el primer título en que pensé fue Encuentro con Dante o, más autobiográficamente, Mi primer encuentro con Dante. Reflexioné después que un episodio autobiográfico no podía justificar, o poblar, una conferencia y me acogí a este otro título más vago: Introducción a la Divina Comedia. Al fin juzgué que la historia de un encuentro increíblemente tardío con el poema sacro puede arrojar alguna luz sobre el tema que abordaremos hoy.
Empezaré por una confesión que ciertamente no me honra. He nacido en 1899 y mi primera y verdadera lectura de la Comedia data de mil novecientos treinta y tantos. Llegué de un modo laberíntico a la obra maestra, desde la literatura de una isla septentrional que se llama Inglaterra. Llegué a través de Chaucer, del siglo XIV, y de una versión que no he mirado hace muchos años, la de Longfellow. Quienes me acusan de pedantería comprenderán que no se equivocan si les confieso que antes de entrar en el poema leí con deleite las notas, que configuran una suerte de enciclopedia medieval. Del texto de la traducción recuerdo muy poco. Sé que en su tiempo fue debidamente alabada y luego indebidamente injuriada por sucesivos traductores. Tal es el destino común de las traducciones. Cada una tiene el sabor de su época y este sabor resulta intolerable a la época siguiente, sobre todo a la inmediatamente siguiente. Por eso, todo traductor de ayer es un chapucero, salvo cuando los siglos lo han dotado de un buen sabor arcaico.
Me pregunto por qué tardé tanto tiempo en llegar al poema. Una frase corriente habla de releer a los clásicos. Esto, que suele ser una hipocresía, puede asimismo significar que todos los hemos leído, sin el ocioso trámite preliminar de abrir el volumen y de pasar de una página a otra. Significa que hay obras que ya han entrado en la memoria general de los hombres y cuya lectura es siempre una relectura. En el caso de la Divina Comedia ocurre también que todos han leído, o escuchado, los primeros tercetos del Infierno o el fin del canto quinto, que algo se les alcanza de Ugolino y que es difícil, o imposible, no haber visto las ilustraciones románticas de Doré. Existe el peligro de suponer que estas posesiones casuales equivalen al estudio de la Comedia. También pueden apartarnos de su lectura la astronomía y la geografía del poema: las esferas cristalinas y concéntricas de los planetas, el hemisferio austral hecho de agua con la parda montaña del Purgatorio en el polo sur, los decrecientes círculos del Infierno con el triforme Satanás en el fondo. Sabemos que, desde un punto de vista científico, tal esquema es erróneo y esto parece contaminar de falsedad a todo el poema. El globo terráqueo de la Comedia está limitado al occidente por el Ebro y al oriente por el Ganges, recordando aquel verso de Juvenal que habla de ultra Gangem et auroram; de un modo ilógico pero irresistible sentimos que nada verdadero cabe en un libro que adolece de una cosmografía anticuada y de una topografía fantástica. Digo sentimos, porque si el argumento se formulara de un modo explícito, lo rechazaríamos inmediatamente. Ello ocurre con todos los sofismas; obran por persuasión indirecta y su eficacia está en nuestra distracción. Las imágenes de un infierno de fuego y de un cielo con ángeles y música bastan acaso para alejarnos de la obra de Dante. Ahora bien, no hay razón alguna para suponer que tales imágenes fueron verdades literales para su autor. Éste no compuso el poema como quien redacta un artículo para una enciclopedia o una novela naturalista; lo hizo con una pluralidad de propósitos, según consta en la famosa epístola latina que dirigió a Can Grande della Scala. Detengámonos en este tema de los propósitos.
Empezaré por un ejemplo famoso. Imaginemos una inteligencia infinita, la que los teólogos cristianos atribuyen a Dios, que condescendiera al ejercicio de la literatura y dictara un libro a sus amanuenses, los profetas y los evangelistas. Nada, en este volumen, estaría librado al azar, ni el número total de versículos, ni el número de palabras de cada versículo, ni el número de letras de cada palabra. Habría una razón suficiente para cada una de estas cosas, que los meros escritores humanos tenemos que desatender. Esto pensaron en la Edad Media los cabalistas que vieron en la Biblia y singularmente en el Pentateuco una suerte de criptografía divina, grávida de misterios y ejecutada con infinitos propósitos. Siglos antes, Juan Escoto Erígena había declarado que cada versículo de la Escritura encierra infinitos sentidos y los había comparado con el tornasolado plumaje de un pavo real. Tales ideas andaban por el mundo de Dante. Éste, en la epístola latina que he mencionado, cita un lugar de la Escritura, enumera y expone los cuatro sentidos que encierra (literal, místico, moral y anagógico) y afirma que también su libro es capaz de esa lectura cuádruple. Dante Alighieri no era pues un iluso que creía suministrar a los florentinos una preciosa descripción topográfica de los tres reinos de la muerte. A este testimonio fehaciente es justo agregar otro. Uno de los hijos de Dante compuso un comentario de la Comedia; leemos en él que su padre había querido figurar tres tipos de vida: la de los hombres pecadores bajo la especie del Infierno, la de los penitentes bajo la especie del Purgatorio y la de los virtuosos y justos bajo la especie del Paraíso. Recordemos también que el poeta declaró varias veces que a nadie le está dado adivinar, desde su condición humana, los inescrutables dictámenes de la Justicia Divina; el hecho basta para que en Ugolino o Ulises no veamos otra cosa que imágenes de un pecado y de su castigo.
Vuelvo a mi caso personal. La arquitectura gótica y las novelas de sir Walter Scott me habían enemistado, de un modo que yo juzgaba irreparable, con la Edad Media, pero en mil novecientos treinta y tantos recibí un cargo de auxiliar en una biblioteca de Almagro y compré una edición bilingüe de Dante, en tres minúsculos volúmenes, para alejar o mitigar el tedio de los cotidianos viajes de ida y vuelta. Así, en el tranvía 76, trabé un conocimiento tardío con la obra máxima de la literatura. La traducción que manejé era la de John Aitken Carlyle, hermano del historiador y profeta; al cabo de una primera lectura pude prescindir gradualmente del texto inglés y entré en los tercetos. Las ilustraciones de Doré me habían predispuesto a esperar un indefinido y vasto esplendor, a la manera de Hugo o de Milton; casi inmediatamente descubrí que un rasgo típico de Dante es la imaginación precisa. Que yo sepa, no hay una palabra ociosa en todo el poema, una sola intromisión del hastío o de las necesidades métricas; todo, estética o psicológicamente, se justifica. Más allá del esquema teológico y de los destinos personales de los pecadores, penitentes y bienaventurados, el íntimo argumento de la Comedia es la relación de Dante con Beatriz, que evidentemente no lo quiere, y su veneración de Virgilio, acaso ahondada por el hecho de que lo sabe excluido del cielo. Algo habrán dicho de estas cosas Grabher y Momigliano. Es costumbre hablar con desdén de los comentadores dantescos y declarar que se interponen entre los lectores y el libro; yo prefiero decirles mi gratitud, por lo mucho y precioso que me enseñaron.
Hay una primera lectura de la Comedia; no hay una última, ya que el poema, una vez descubierto, sigue acompañándonos hasta el fin. Como el lenguaje de Shakespeare, como el álgebra o como nuestro propio pasado, la Divina Comedia es una ciudad que nunca habremos explorado del todo; el más gastado y repetido de los tercetos puede, una tarde, revelarme quién soy o qué cosa es el universo.



* En Quaderni Italiani di Buenos Aires, Rivista dell’Istituto Italiano di Cultura,13 Buenos Aires, Talleres Gráficos Buschi, A. I-II, Vol. I, 7 de abril de 1961
13. Con motivo de la visita oficial del presidente de Italia, Giovanni Gronchi, a Buenos Aires, en 1961, el gobierno de Italia concedió a Borges el título de Commendatore. En esa oportunidad, el Istituto Italiano di Cultura editó la revista Quaderni Italiani di Buenos Aires, para la que Borges envió este “resumen” de un ciclo de conferencias que había pronunciado allí, a partir del 20 de mayo de 1958. (N. del E.)

Luego, en Textos recobrados 1956-1986 (1987)
© 2003 María Kodama
© 2003 Editorial Emecé


Imagen: Busto de Dante Alighieri en El Jardín de los Poetas

Escultura de Troiano Troiani, 1921, Rosedal de Palermo, Buenos Aires
Foto Patricia Damiano - Visto en Baires, 2007


2/1/18

Jorge Luis Borges: Entrevista con Tomás Abraham, Alejandro Rússovich y Enrique Marí en la Facultad de Psicología [12 de septiembre de 1984]







Alejandro Rússovich: aquí estamos, estudiantes de psicología; el decano, Hugo Vezetti; los profesores Enrique Marí y Tomás Abraham, y estoy yo, que hablo en este momento. Estamos en el comienzo, ¿qué podríamos decir acerca del…?
Borges: del comienzo, breshit bará elohim, ¿no?
Rússovich: breshit bará elohim et hashamayin ve et haáretz, en el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Borges: No, creó Dioses.
Rússovich: ah, “dioses”; elohim es plural, entonces. Borges sabe más (risas).
Tomás Abraham: Ustedes recuerdan que nos hemos interrogado por las razones que hicieron que la psicología invitara a la filosofía a expresar su palabra. Hoy devolvemos con creces esta invitación, pero no nos hemos de interrogar acerca de ella, ya que hoy la filosofía invita a la poesía a expresar su palabra. Tenemos un poeta…
Borges: Supongamos.
Abraham: Entonces, un supuesto poeta al que podríamos preguntarle qué relaciones encuentra entre la filosofía y la poesía.
Borges: He dicho alguna vez que la filosofía es una rama fantástica. Pero eso no lo he dicho contra la filosofía, al contrario, podría haber dicho por ejemplo —que era exactamente lo mismo conservando la sintaxis desde dos lugares distintos— que la filosofía depara un placer de orden estético. Si se ve a la teología o a la filosofía como literatura fantástica, se verá que son mucho más ambiciosas que los poetas. Por ejemplo, ¿qué son las obras de la poesía comparadas con algo tan asombroso como el dios de Spinoza: una sustancia infinita dotada de infinitos atributos?
Cada filosofía crea un mundo con sus leyes especiales, y esos modelos pueden o no ser fantásticos, pero eso no importa. Yo he entrado a la poesía, y también a la fábula, es decir, yo no soy un novelista. Yo he leído muy pocas novelas en mi vida; para mí el principal novelista es Joseph Conrad. No he intentado jamás la novela, pero he tratado de escribir fábulas. He dedicado mi vida a la lectura sobre todo, y he encontrado que la lectura de los textos filosóficos no es menos grata que la lectura de los textos literarios, y quizás no haya diferencia esencial entre ambas.
Mi padre me mostró su biblioteca, que me pareció infinita, y me dijo que leyera lo que quisiera, pero que si algo me aburría lo dejara inmediatamente, es decir, lo contrario de las lecturas obligatorias. La lectura tiene que ser una felicidad, y la filosofía nos da una felicidad, que es la de considerar el problema. De Quincey dijo que descubrir el problema no es menos importante que descubrir una solución, y no sé si se han descubierto soluciones, pero se han descubierto muchos problemas. Todavía es más enigmático el mundo, más interesante, más encantador.
Yo he dicho hace un momento que he dedicado mi vida a la lectura y a la escritura. Para mí son dos actividades igualmente gratas. Cuando hay escritores que hablan de la tortura de escribir, yo no entiendo esto, para mí escribir es una necesidad. Si yo fuera Robinson Crusoe escribiría en mi isla desierta. Cuando yo era joven pensaba en la vida que yo consideraba épica de mis mayores militares, que había sido rica, y la mía…, una vida de lector, y a veces imprudentemente, me parecía una vida pobre. Ahora creo que no, que una vida de lector puede ser tan rica como cualquier otra vida. Supongamos que Alonso Quijano no hubiera salido de su biblioteca, o librería, como la llamaba Cervantes, creo que su vida hubiera sido tan rica leyendo como cuando concibió el proyecto de convertirse en el Quijote. Para él esa vida es la más real, para mí su lectura ha sido una de las experiencias más vividas.
Y ahora que he cometido la imprudencia de cumplir 85 años, compruebo sin melancolía que mi memoria está llena de versos y llena de libros, yo no puedo ver desde el año 1955, perdí mi vista de lector, pero si pienso en mi vida pasada, pienso desde luego en amistades, en amores también, pero pienso sobre todo en libros. Mi memoria está llena de citas en muchos idiomas, y creo que, volviendo a la filosofía, no nos enriquece por sus soluciones, ya que estas soluciones son dudosas, son arbitrarias, y sí nos enriquece mostrándonos que el mundo es mucho más misterioso de lo que pensábamos. Es decir, lo que la filosofía nos ofrece no es un sistema, no es como alguien dijo un conocimiento claro y concreto, es una serie de dudas, y el estudio de esas dudas es un agrado. El estudio de la filosofía puede ser muy grato. Yo he estudiado la filosofía de paso, pero sin embargo con alguna pasión, ya que en el año 1917 yo había leído Die Welt als Wille und Vorstellung de Schopenhauer. Yo la había leído en inglés, y quería leerla en su idioma original, y yo me enseñé alemán para leer a Schopenhauer, y cuando pienso en el alemán, siento ese agrado. Otros idiomas, por ejemplo el castellano y el inglés, me fueron dados por la sangre, el francés por el hecho de haberme educado en Ginebra. El latín me lo enseñaron obligado, un poco, lo cual es una lástima. El alemán no, es una lengua que decidí aprender, y lo hice del modo más grato. Adquirí un ejemplar del Lirische Intermezzo de Heine y un diccionario alemán-inglés. Empecé a leer; al principio tenía que consultar el diccionario, sobre todo para cada adjetivo, verbo, sustantivo. Pero al cabo de unos meses lloré porque había leído una estrofa sin necesidad de recurrir al diccionario, y puedo recordarla ahora: “Das … mich aus Deutsch, ich spreche Deutsch, man glaubt es kaum, wie is klang, Das wort ich liebe dich es war ein Tram“. Yo lloré, estaba expresando en alemán y entendiendo aquellos versos, y después descubrí tantos poetas…
Ahora vuelvo a decir lo que dije hace un momento, uno debe buscar de todas las cosas una forma de felicidad, y la literatura y la filosofía nos ofrecen formas accesibles de felicidad. En el caso de Schopenhauer hay un agrado literario en su lectura; en el caso de Spinoza no, desgraciadamente escribió de more geométrico, es decir en forma de axiomas y definiciones. Pero yo he visto un libro, me llamó la atención el título, estaba en inglés: Spinoza of God, "Spinoza sobre Dios", y luego adquirí ese libro, y comprobé que todo el libro había sido escrito sobre el texto de Spinoza, pero habían quitado todo ese andamiaje tan pesado e incómodo de definiciones, corolarios, axiomas; estaba el texto que podía leerse sin las dificultades, es delicioso.
Para mí Schopenhauer sería el filósofo, como lo fue también para Doyzen, que escribió una admirable historia universal de la filosofía, que curiosamente no empieza con los pensadores de la Magna Grecia, él dedica tres volúmenes a la filosofía de la India, y yo he leído buena parte de esos volúmenes, y llego a la conclusión de que todo ha sido pensado en la India, y luego llego a pensar lo mismo leyendo la historia de la filosofía china, que todo ha sido pensado en la China, pero de un modo muy distinto que lo hace muy difícil para nosotros.
Me parece difícil que se piense algo que no haya sido ya pensado hace muchísimo tiempo, en la China, en la India, pero todo eso corresponde a hábitos mentales muy distintos, y es mejor pensar occidentalmente, y lo oriental tenerlo en cuenta.
Entonces, resumiendo las digresiones mías preliminares, diría que no creo que haya una diferencia esencial entre la filosofía y la poesía. Ahora, otras preguntas, y espero poder contestar con menos digresiones, más concreto, pero claro, estoy un poco nervioso, soy muy tímido, soy un veterano de la timidez, yo era tímido cuando era joven, imagínense ahora que tengo 85 años, estoy aterrado realmente (risas).
Rússovich: antes de venir aquí me preguntó por teléfono si no le íbamos a tomar examen.
Borges: Cuando yo tenía que dar una conferencia estaba un poco asustado y soñaba que me tomaban examen, me aplazaban. En exámenes de historia argentina no sabía absolutamente nada, y no sé nada tampoco, la historia es misteriosa, en este país sobre todo (risas). Entonces, yo soñaba con el examen, me aplazaban con toda justicia, me despertaba y pensaba: no, tengo que dar una conferencia. El examen es una versión onírica e infernal de la conferencia.
Enrique Marí: Borges, usted mencionó una cosa muy interesante acerca de la filosofía, que es su carácter enigmático. Entre los grandes enigmas de la filosofía, a pesar de que hay muchos, hay uno…
Borges: Yo diría que no hay otra cosa…
Enrique Marí: entre esos enigmas importantes uno es el enigma de la verdad, otro es el enigma de la muerte, con respecto a este último punto…
Borges: Para mí la muerte es una esperanza, la certidumbre irracional de ser abolido, borrado y olvidado. Cuando estoy triste pienso: ¿qué importa lo que le pasó a un escritor sudamericano del siglo XX; qué tengo que ver yo con todo eso? Uno piensa qué importa lo que me pasa ahora si mañana habré desaparecido y espero ser olvidado totalmente, yo creo que la muerte es eso. Pero quizás me equivoque y prosiga otra vida no menos interesante que ésta en otro plano, con distintas condiciones, y lo aceptaré también como he aceptado esta. Pero preferiría no acordarme de esta en la otra, ser más joven (risas).
Marí: Su respuesta me parece tremendamente interesante, se anticipa a lo que yo quería preguntarle…
Borges: disculpe si me he anticipado.
Marí: Es propio de todo filósofo y de todo poeta el anticiparse. Al contestar así, usted da una respuesta que se presenta tremendamente diferenciada del modelo de la muerte que tenemos en nuestra época. Usted sabe que hay muchos modelos de la muerte.
Borges: La aniquilación, el cero.
Marí: El modelo romántico de la muerte, de las hermanas Brontë, de Tolstoi. Pero nuestra época en cambio tiene un modelo de la muerte que es negar la muerte. En cambio, usted, en lugar de negar la muerte…
Borges: Es una hermosa esperanza.
Marí: Lo que me interesa de su respuesta a mi pregunta es que usted se aparta del modelo actual de la muerte.
Borges: Yo no sé cuál es el modelo actual de la muerte. Yo soy un hombre viejo, soy un victoriano del siglo XIX, no un contemporáneo.
Marí: El modelo actual de la muerte es su negación. Han desaparecido todas las ceremonias relacionadas con la muerte. El hombre moderno trata de recluirla, de dejarla de lado. Usted asume una posición inversa, habla desde considerar la vida que es una ficción, y que para que esa ficción sea completa y producir la felicidad, hay que darle un fin.
Borges: Eso no depende de mí, depende del azar, o de Dios, o de algo indudablemente misterioso. Yo no dirijo mi vida, más bien acepto, me resigno a esto, a estas circunstancias.
Mi padre cuando estaba muriéndose me dijo que él esperaba morir enteramente, cuerpo y alma. Ahora, no sé si lo logró. En el curso de una larga vida, una demasiado larga vida, yo he asistido a varias agonías, y siempre el que moría estaba muy impaciente por morirse. Siempre he observado eso, y recuerdo el caso de una de mis abuelas que estaba muriéndose, y dos o tres días antes de morir nos dio sus últimas palabras, que fueron: “Lo que pasa aquí es algo muy común, una mujer vieja que está muriéndose muy despacio. No hay ninguna razón para que toda la casa esté alborotada. Es muy trivial esto”. Nos miró y dijo eso, y luego… Voy a recordar la muerte de mi otra abuela. Ella era hija del coronel Suárez, estaba muriéndose, y con un hilo de voz —todos la mirábamos compungidos— dijo “¡déjenme morir tranquila, carajo!”
Y creo que las dos, la criolla y la inglesa, en el momento no es que fueran muy valientes, eran personas, es así como una mujer muy vieja estaba muriéndose muy despacio, y la otra con esa leve impaciencia. Fue la primera vez en mi vida que oí esa palabra, ni siquiera sabía que no la conociera. Llegó al punto culminar un poco cansada, tuvo que morirse para dejar el trabajo también.
Alumno: Yo le quería preguntar: ¿Cómo ve a la psicología?
Borges: Mi padre fue profesor de psicología. Usaba como texto la obra de William James, y daba clases dos días por semana en “Lenguas Vivas”. Tenía que dar las clases en inglés, y a fin de mes le pagaban lo que entonces era dinero, cien pesos, y él era escéptico de la psicología, decía “La psicología es una ciencia futura. Yo voy a enseñar lo que se llama psicología hasta ahora, pero no creo en ella”. He estado muy interesado en la psicología, pero la he visto así, como una serie de problemas no resueltos.
Alumno: Usted dice que recibe y se resigna a lo que le dé la vida, pero, ¿no es usted el que está construyendo una vida a través de sus actos?
Borges: Yo descreo del libre albedrío. En ese caso, no estoy construyendo. Hay una frase de Carlyle que es terrible, él dice: “la historia universal es un libro que estamos escribiendo y leyendo continuamente”, y escribiendo algo que se llama la cábala, y en el cual también nos escriben, es decir, somos no sólo directores y actores, sino también signos, letras, esa bibliografía divina en la cual también nos escriben. Es terrible esa idea. Yo leí eso y sentí un leve temblor.
Ahora, si usted cree en el libre albedrío, el libre albedrío es una ilusión necesaria. Pero en lo que se refiere a mi pasado, yo puedo aceptar que todo lo que he hecho ha sido condicionado por toda la historia universal, por todo el proceso cósmico anterior. Pero si me dicen que en este momento yo no soy libre, me rebelo. Aquí están mis dos manos, y yo digo: puedo elegir cuál voy a dejar caer sobre la mesa, y en ese momento estoy seguro, pero, ahora que he dejado caer la izquierda, ¿puedo aceptar que eso era fatal y que haber dejado caer la derecha haya sido tan imposible?
Pero en lo que se refiere al pasado, al contrario, uno puede pensar, si ha obrado mal, que no tiene por qué arrepentirse, ya que estaba determinado, y las ideas de castigo y de premio también serían falsas, ya que todo ha sido prefijado; que el libre albedrío no existe, que todo ha sido condicionado. Pero eso depende del temperamento de cada uno. Quizás ustedes que son jóvenes sientan más fácilmente el libre albedrío. En cuanto a mí, me resulta muy difícil creer en él.
Alumna: ¿por qué dijo al principio que “dioses” creó el mundo?
Borges: Me han dicho, yo no sé hebreo, a lo mejor son mentiras, que en el texto bíblico dice “En el principio dioses creó los cielos y la tierra”. Ahora, claro, eso podía ser la trinidad, que sería el plural, o podría ser el resto de una creencia en dioses, ustedes saben esto mejor que yo, ¿elohim es plural, no?
Rússovich: Elohim es plural.
Borges: En el principio Dioses creó, el sujeto plural y el verbo singular. Podría ser la Trinidad, o un dios tan complejo…
Rússovich: Pareciera que hay una superposición. Se podría traducir “El los dioses”, una mezcla de lo uno y lo triple o lo múltiple.
Alumno: ¿No podrían ser esos dioses inferiores, decrépitos y jubilados?
Borges: Los gnósticos suponen en principio la idea de un dios absoluto, del cual no puede predicarse nada, y luego de él emana otra divinidad. Esa divinidad crea un mundo, de ese mundo emana otra divinidad, y así según Ireneo habría 355 divinidades, y la de más abajo tiene, digamos, una partícula ínfima de divinidad, y ésa es la que crea este mundo, y por eso hay enfermedades, hay males, y yo estoy ciego, naturalmente me ha hecho un dios incapaz, y es natural que uno envejezca, y en fin…
En cambio, Leibnitz pensaba que este mundo era el mejor de los mundos. Mejor es Voltaire, que negaba eso y decía: “decididamente, el señor Leibnitz es un optimista”, inventó una moral optimista de la cual luego el reverso de la moneda salió “pesimista”. Esa palabra que usamos todos los días es un regalo de Voltaire; aunque nos ha hecho tantos regalos… Es un bienhechor de todos nosotros.
Alumna: Más que un dios imperfecto, ¿no puede ser un castigo debido a un pecado original? Quizás estemos pagando algo.
Borges: Es la idea del karma, ¿no?, que uno ha pecado en una vida anterior. Recuerdo a un autor que dijo que fundar un hospital es un error. Ante todo, es un acto de vanidad, y luego demora simplemente que el enfermo pague su culpa. Se entiende que si usted es pobre, que si usted está enfermo, que si usted ha nacido en una casta inferior en la India, todo es consecuencia de una vida anterior, usted está pagando esas culpas. Ahora, si cada vida es consecuencia de una vida anterior, es algo muy difícil o imposible de concebir, pues el número de vidas anteriores tiene que ser infinito, ya que si hay una primera vida, no se sabe por qué esa primera vida es auspiciosa, es feliz o es desdichada; siempre tiene que haber una vida anterior. Si uno piensa en el tiempo, ocurre lo mismo. Si uno piensa en un primer instante del tiempo, sin querer piensa en un instante anterior, y luego en otro anterior, y así infinitamente. La transmigración no es imposible. Es tan raro el mundo que todo es posible. Mi padre me dijo: es tan raro el mundo que todo es posible, hasta la Santísima Trinidad.
Alumno: Usted dijo que la lectura y la escritura eran un placer, y otras veces usted manifestó que cometió un pecado muy grande, que es el no haber sido feliz.
Borges: Sí, pero yo dije eso a la semana de la muerte de mi madre. Yo pensé que uno tiene el deber de ser feliz, no por uno sino por las personas que lo quieren a uno. Uno debe ser o simular ser feliz para no apenar a quienes lo quieren. Yo estaba siguiendo un tratamiento para la vista. Mi madre, que estaba muriéndose, había cumplido ya 99 años y tenía terror de llegar a los cien, me decía: “Ahora ves un poco mejor”. Y yo, con toda crueldad, con toda pedantería, le dije: “No, sigo no viendo”. Nada me hubiera costado mentirle, decirle: “Sí, estoy viendo un poco más, ahora percibo tal color…” ¿Por qué no lo hice? Es imposible que haya obrado de un modo tan terrible, pero me acuerdo de haberlo hecho delante de todos ustedes. Entonces yo pensé, claro, he cometido el peor de los pecados, no ser feliz. No por uno; si hay otros que lo quieren a uno, uno tiene por lo menos que fingir, simular la felicidad (aplausos).
Alumna: ¿Alguna vez se preguntó por qué nos crearon carentes de libertad pero conscientes de ello?
Borges: Quiere decir que es un dios bastante inteligente, que ha presentado todo bastante bien, una relativa seguridad, porque no sé si nos ha creado un proceso fatal. Yo tiendo a pensar la vida como un sueño, pero como un largo sueño impersonal como cuando un dice “llueve” y no hay sujeto. El universo vendría a ser un verbo, una serie de acciones y designios, pero sin un soñador, de sueños que se sueñan a sí mismos. Yo creo que eso debe ser una forma del idealismo, ver la vida como un sueño, pero no soñado por una divinidad sino como un sueño que va soñándose en el tiempo. Y ese soñarse en el tiempo sería lo que llamamos el universo, o lo que llamamos Dios, o la realidad, como quieran ustedes. Me parece verosímil ver todo el proceso cósmico como sucesivo, verlo en el tiempo pero sin un actor, sin que haya nadie que dirija todo eso, como un sueño fatal e involuntario que en este momento está soñándonos a nosotros o a cada uno de nosotros.
Alumno: Quiero preguntarle por un verbo en infinitivo que supuestamente se sostiene sin sujeto: el verbo amar.
Borges: Yo tuve una discusión con Macedonio Fernández, ya que Macedonio negaba el yo, él ponía el amor como supremo, y yo le decía: “bueno, ¿entonces quién se enamora de quién si no existe el yo?”. El decía “el yo no existe” (sic), es lo que pensaba Hume, es lo que pensaba Schopenhauer, es lo que pensaba el budismo, que el yo no existe. Pero entonces, ¿por qué tanta importancia al amor? Macedonio pensaba que la pasión es hermosa, más allá de que existan personas. No he entendido bien eso, no sé si Macedonio lo entendía.
No creo que resolvamos esa pregunta esta noche. Necesitamos varias vidas para contestar esa pregunta, una larga transmigración.
Alumna: Si fuéramos inmortales, ¿el amor no existiría?
Borges: No, ¿por qué? Yo creo que sí. Yo siempre estuve enamorado, claro que de distintas personas, pero eso no importa. Supongamos una vida infinita, inmortal, y un número infinito e inmortal de personas, cada una se enamora de todos los demás sucesivamente.
Alumno: Pero hay algo que transcurre.
Borges: Sí, cambia, digamos, el tema del amor, pero la pasión del amor es la misma. Uno siempre comienza enamorado de una mujer única que cambia continuamente, pero eso no importa, siempre es la única, siempre hay una. Pero dura muy poco, veinte, treinta años, que ya es bastante.
Alumno: Recuerdo que usted escribió que el tema del tiempo es uno de los más importantes. ¿Me podría decir por qué lo considera?
Borges: Yo lo encuentro esencial. Por ejemplo, uno puede concebir un universo sin espacio ya que el espacio es una creación que se debe al tacto y a la vista. Pero vamos a suprimir el tacto y la vista, y vamos a suponer simplemente una conciencia. Esa conciencia o esas conciencias -podrían ser infinitas-, deben comunicarse mediante palabras de nuestro sonido o mediante música, sería más hermoso todavía. Entonces tendríamos un universo puramente temporal, sin espacio. Pero un universo sin tiempo es para mí inconcebible.
Alumno: ¿La inmortalidad no sería sin tiempo?
Borges: La inmortalidad significa seguir viviendo, yo creo. Ahora que he dicho seguir viviendo, recuerdo un diálogo que tuve hace dos años con un teólogo mormón. El me dijo que El libro mormón es tan confuso que permite cualquier teología. Entonces él había ideado ésta, que no es heterodoxa: “Muere un hombre justo, llega al cielo. El cielo no es un lugar de ocio, ni de alabanzas de Dios, es un lugar en el que uno sigue trabajando, y eso prosigue por mucho tiempo, y si el que muere sigue siendo justo en el cielo, al cabo de millones de años, digamos, recibe este premio: llega a ser un dios, y siendo un dios le está permitido crear un mundo, crear su cielo y su tierra, y eso él puede determinarlo y elegir, por ejemplo, la mineralogía, la botánica, la zoología, la humanidad; aumentar el número de sexos, puede hacer todo”. Lo felicito, le dije, me parece realmente apetecible y no tedioso, parece una actividad creadora continua y circular.
Alumno: ¿Qué nos puede decir del amor al saber?
Borges: Si mi griego no me engaña, filosofía quiere decir amor al saber. Querer saber me parece algo natural. Qué raro, ahora viajo continuamente, no puedo ver nada, me describen las cosas, me las imagino de un modo sin duda falso, sin embargo, sé que siento los lugares. Por ejemplo, yo ayer estuve en San Juan, no se parece en nada a sentirse en Buenos Aires, y menos a sentirse en Alejandría, en Kyoto, en Texas, en fin, cada lugar tiene un modo peculiar, que llega más allá de los sentidos.
Ahora, yo creo que la transmisión de pensamiento es un fenómeno continuo, que uno está permanentemente recibiendo y dando. Creo que, por ejemplo, uno siente la amistad, la indiferencia, el malquerer, el odio. No tiene que ver con lo que pensaban Condillac o Locke, que decían que todo nos llega a través de los sentidos. Uno puede darse cuenta de que el otro es inteligente, aunque el otro no diga nada. Uno está recibiendo continuamente algo, hasta los sufrimientos, hasta los sacrificios, hasta los maleficios, todo tiene algún fin. En el caso del poeta, todo lo que le pasa es una especie de arcilla que tiene que transformar, que moldear en belleza, y así todas las cosas se justifican, y los males también. Las ideologías también, la ceguera también. Yo debo agradecer esos dones, aunque a veces sean o parezcan terribles.
Alumno: Recién usted se maravilló de las atribuciones que Spinoza le confiere a su dios.
Borges: Sí, porque son infinitas en el tiempo y en el espacio.
Alumno: ¿Y cuáles son las atribuciones que usted le confiere a su dios?
Borges: Esa pregunta es una falacia, porque yo no tengo ningún dios, no le doy ninguna atribución. Sería presuponer que yo tuviera un dios, eso no existe.
Alumno: ¿Cuál es su búsqueda, y cuál su camino?
Borges: Ante todo no es una búsqueda, es una busca, porque búsqueda es una palabra que me desagrada. Mi busca, mi camino, van a ser la misma cosa desde luego, pero yo sé que mi único destino posible es literario. Es decir que yo tengo el deber de cambiar todo lo que recibo, todo eso tiene que ser transmutado en belleza, y en una belleza bastante limitada como es la belleza verbal, ya que no tengo oído para la música, no tengo otras capacidades. Me gustaría ser músico, escultor, arquitecto, pero no puedo. Tengo que limitarme a las posibilidades del lenguaje cuyos límites y arbitrariedades conozco más que nadie. Pero ese es el único medio posible para mí. Para ustedes hay muchos otros caminos, desde luego, y por qué no el mío también, el de escritor, aunque hay destinos más ricos. El resignarse a un idioma es hacer algo con ese idioma, que es tan terco, tan obstinado a veces. Sin embargo, uno tiene el deber de modelarlo, de usarlo, y de respetarlo también.
Alumno: Si usted fuera un crítico de su obra, ¿cómo explicaría ciertos símbolos, como los laberintos, los espejos?
Borges: La respuesta es fácil en el caso del laberinto: es el símbolo más evidente de perplejidad. Yo me siento completamente perdido, y el laberinto es un símbolo evidente de estar perdido. Ahora, el espejo no. Es la idea del yo, por ejemplo de que uno ha sido, y luego uno será en tercera persona, es un lado del espejo.
Yo no he elegido esos temas, esos temas me han elegido a mí. Yo no creo que ningún escritor deba buscar temas o elegirlos, conviene que los temas lo busquen y lo encuentren.
Yo descreo de la estética. Cuando era joven yo creía que debía prescindirse de la rima, luego pensé que la rima era esencial, pensé que la metáfora era esencial. Lugones me enseñó que la metáfora era una de las figuras retóricas, pero creo que cada tema impone su estética. Es decir, uno vislumbra algo, y luego ese algo nos dice si quiere que lo planteemos en prosa, en verso, si el verso debe ser clásico, si debe ser verso libre; si debe ser tratado en tercera persona, o en primera. Luego, uno debe averiguar qué edad conviene, por ejemplo si se trata de una fábula, de un cuento, hay que averiguar qué fecha, qué país le conviene. Todo eso es un entretenimiento, yo paso buena parte de mi tiempo solo y trato de pensar en los proyectos literarios, ya que no puedo hacer otra cosa. Descreo de una especificidad absoluta, creo que cada tema dicta su estética, y que hay temas que exigen, por ejemplo, la brevedad. En mi caso particular, yo creo que debo intervenir lo menos posible en lo que escribo, sobre todo trato de que mis opiniones no intervengan.
En el caso de un cuento siempre me son revelados el principio y el fin, pero no lo que sucede entre el punto de partida y la meta. Hay escritores que dicen que ellos no obran así, que a ellos les basta con el principio, luego buscan el mejor fin, la mejor solución. Yo sé el principio y el fin, y tengo que averiguar qué sucede entre los dos por cuenta propia, y puedo equivocarme. Entonces, tengo que empezar otra vez cuando me doy cuenta de eso.
Hay que ver qué hay de cierto en todo ese proceso, si no, sería muy tedioso. A mi edad, uno no tiene contemporáneos. Se han muerto, yo paso buena parte de mi tiempo solo, pero no me quejo de ello. Estoy poblándolo de planes para el futuro, futuro que puede concluir en cualquier momento, desde luego. Tengo muchos amigos jóvenes pero no pueden darme todo su tiempo, es natural.
Alumno: Carlos Fuentes dijo que a Buenos Aires sería lindo que la verbalizaran, y dijo que Borges lo había hecho. ¿Se considera usted un escritor de Buenos Aires?
Borges: Primero, no sé si es justo, pero se lo agradezco. Desde luego, soy de Buenos Aires. Yo nací en el centro, es algo que conozco bien, pero era otra cosa entonces. Yo nací en Tucumán, entre Esmeralda y Suipacha. Toda la manzana era de casas bajas, con puerta de calle, con llamador; no había timbres, el zaguán, una puerta cancel, patio, aljibe, cielorrasos muy altos. Era muy distinto Buenos Aires. Actualmente hay muchas partes que no conozco. Por ejemplo, hace un año fui por primera vez en mi vida al teatro Colón; no he estado nunca en Villa del Parque, en La Boca del Riachuelo, son lugares que no conozco; salvo Barracas, el Sur, el Centro, Palermo no conozco, pero el Palermo que yo imagino es algo que ha desaparecido ya, el de Evaristo Carriego.
Alumno: ¿Alguna vez se preguntó qué es el hombre y se pudo responder?
Borges: Sería muy raro que yo hubiera podido hacer lo que no ha podido hacer toda la filosofía hasta ahora, ¿no? (risas). No he llegado a saberlo, me he pasado toda la vida preguntándolo.
Alumno: A propósito de la libertad, quisiera saber si es verdad que usted declaró a La Razón el 23 de septiembre de 1976: “hablé con Pinochet acerca del hecho de que aquí, como en mi patria y en Uruguay se están salvando la libertad y el orden, sobre todo en un continente anarquizado. Expresé mi satisfacción como argentino de que tuviéramos aquí al lado un país de paz y de orden que no es anárquico y no está comunizado”.
Borges: Cuando dije eso, lo dije con toda sinceridad. Yo soy un hombre fácilmente engañable.
Alumno: Usted dijo que Así hablaba Zaratustra no era el mejor libro de Nietzsche, sino el peor. Luego se rectificó en parte, diciendo “bueno, quizás no sea el peor”. ¿Qué piensa de ese texto?
Borges: ¡Cómo va a ser el mejor!, es un falso evangelio, digamos. Ante todo, es misterioso. Otros libros de Nietzsche no lo son, es un falso idioma sagrado.
Alumno: ¿Para librarse de Dios procede así, escribiendo un nuevo evangelio?
Borges: Sin duda, yo creo que estaba loco cuando escribió ese libro. En todo caso, es un libro ilegible, muy tedioso, muy confuso. Es horrible. Otros libros de él, breves, están llenos de pensamientos, hay ironías, hay frases muy ingeniosas. Zaratustra no, simplemente sentencias dictadas para siempre, y malas, yo creo. Ya el título es horrible.
Alumno: Usted había mencionado en la declaración recién leída que se encontraba con que América estaba anarquizada…
Borges: Quiero decir simplemente que yo querría un mundo de hombres éticos que pudieran prescindir del estado, de la policía, de las enfermedades, de otros males, decía eso simplemente. Los viejos anarquistas enseñaban que el individuo y el estado se oponían, pero ahora el estado prima. Fuimos a Europa en el año 1914 y llegamos sin pasaporte. A lo mejor cambiaron después de la desconfianza en la primera guerra mundial, en la revolución rusa. Ahora usted no puede dar un paso sin cédulas, impresiones digitales. Vivimos en un mundo de burócratas, de oficinas, empleados públicos. Quizás llegue el momento en que todos sean hombres éticos y no sean necesarias estas cosas. En el Japón usted puede dormir con la puerta abierta, es natural por el clima que hay allí, supongo yo. Para que los hombres sean espontáneamente éticos y no necesiten ser castigados, ser vigilados ni amenazados, habrá que esperar algún tiempo, algunos años nada más. Quizás quinientos años.
Alumna: ¿Qué lugar le da en su vida a la contradicción?
Borges: Posiblemente yo viva contradiciéndome, yo no entiendo mi vida, Lo que pienso es que mi vida no he podido explicarla ni a mí mismo, pero luego leí que Walt Withman comentaba que él sabía poco y nada de sí mismo, y que para averiguarlo ha escrito sus versos; y Hugo lo ha dicho también de una manera distinta: “Soy un hombre velado para mí mismo, sólo Dios sabe mi verdadero nombre”, es decir lo ha dicho más sencillamente.
Alumna: Usted había dicho que no creía en Dios.
Borges: No creo, pero he citado a Víctor Hugo. Nos quedamos con un dios entre comillas, ¿qué le parece?
Alumna: Bárbaro.
Borges: Una pequeña precaución pragmática.
Alumno: ¿Qué fuerza sintió que lo guiaba en su juventud?
Borges: Supongo que hay una fuerza vital que todos sentimos que nos impulsa a seguir viviendo más allá de lo que pensamos. He tenido tantas explicaciones y las he cambiado después. Yo no creo que un joven sea especialmente sabio tampoco.
Es que yo no he llegado a soluciones, yo he llegado a problemas, a dificultades, y esas dificultades son encantadoras también. Yo no puedo dar soluciones, ya que no las tengo, si yo no entiendo la realidad. Si usted viene a mi casa, verá que no hay un solo libro mío en casa, salvo uno que está en japonés, y no lo entiendo. Libros sobre mí, dejé de leerlos a los treinta años, y yo le pregunté una vez a Alfonso Reyes por qué publicaba; él me dijo: “Yo me he hecho la misma pregunta y he llegado a la solución”; “¿cuál es?”, dije yo; “publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”. Publico un libro, que sea un fracaso no importa, yo publico un libro, mis amigos saben que no tienen que hablarme de él, y yo no sé si ese libro se ha vendido o no, eso corre por cuenta de terceros o editores, no de escritores. Como decía Kipling, “El éxito y el fracaso son dos impostores”, nadie fracasa tanto como cree, ni tiene tanto éxito. Y ya el hecho de trabajar es una felicidad. Yo escribo una página mediocre, pero ya el hecho de escribir me justifica del algún modo, es decir yo cumplo con esa misteriosa tarea de escritor, con ese deber, que no sé quién me ha impuesto, o que yo mismo me he impuesto, y me siento justificado por lo menos mientras escribo, después me siento injustificado o un poco asombrado de lo escrito.
Alumna: ¿Qué opina de la felicidad; es un concepto, algo que sentimos de a ratos, o ese intento que tenemos para justificarnos?
Borges: Yo creo que al cabo de un día, ese podría ser un concepto de Joyce en el Ulises, hemos estado alguna vez en el cielo, alguna vez en el infierno, alguna vez en el purgatorio, por lo menos han pasado algunas cosas.
A veces yo he recibido una racha de felicidad, y entonces no me pregunto por qué, porque no encuentro demasiadas razones para no ser feliz, pero cuando uno recibe esa felicidad, esa felicidad que es irracional, esa felicidad que es un don inexplicable, deja de serlo, y eso sucede fácilmente. Quizás corresponda a un buen estado de salud física, pero no importa, la felicidad es felicidad, y no es tan difícil, es bastante frecuente.
De igual modo yo creo que la belleza es muy frecuente, la versión literaria, por ejemplo. Yo he conocido poetas muy mediocres, pero es raro que no hayan escrito un buen verso alguna vez. Creo que a todos nos está dado escribir un buen verso, sobre todo en el curso de una larga vida es posible que yo haya escrito algunas páginas, no sé si algún poema, algún verso suelto sí, por qué no.
Alumno: Señor Borges, ¿qué es para usted la ironía?
Borges: Es algo que admiro en los demás, pero carezco totalmente de ella (risas).
Alumna: Hablando de clásicos universales, cada autor tiene una determinada obra cumbre, ¿cuál es la suya?
Borges: Yo creo que es un error eso, cualquier obra es una obra cumbre, cualquier obra puede serlo.
Alumno: ¿usted cree que depende de la creatividad del escritor?
Borges: No, yo creo que depende del modo en que es leído un autor. Si usted lee algo en un diario, lo lee para el olvido, si lo lee de un libro, lo lee para la memoria. Si el autor es famoso va con más respeto, pero el texto puede ser el mismo, puede ser igualmente valioso o igualmente falible. Yo no creo que existan ya libros definitivos. Además quizás hay que ver que cada generación reescribe esos grandes libros antiguos, con su dialecto y a su horma.
Vamos a suponer que haya diez o doce argumentos para un cuento, cada cual tiene que contarlo a su modo, con ligeras variaciones que son, desde luego, preciosas. Suponer que ya todo ha sido dicho es un error. Además esos libros han sido enriquecidos por generaciones de lectores. Sin duda que Alonso Quijano es más complejo ahora que cuando Cervantes lo imaginó, porque Alonso Quijano ha sido enriquecido, digamos, por Unamuno. Sin duda que el Hamlet es más complejo ahora que cuando Shakespeare lo originó; ha sido enriquecido por Colleridge, por Bradley, por Goethe, por tanta gente. Es decir, los libros llevan una vida póstuma. Cada vez que alguien los lee, el texto cambia, siquiera ligeramente, y el hecho de ser leído con respeto hace que veamos riquezas en ellos ignoradas por el autor. Quizá un buen libro no corresponde nunca del todo a lo que el autor se propuso. Cervantes quería burlarse de los libros de caballería, y actualmente, si alguien se acuerda de Palmarín de Inglaterra, de Amadís de Gaula, de Tirante Blanco, es porque Cervantes se rió de ellos. Hernández escribió el Martín Fierro para protestar contra la leva, para oponerse a la conquista del desierto, y actualmente esos temas nos tienen sin cuidado, y ahí está Martín Fierro como un hombre que vive, que sufre, que sigue viviendo y sufriendo más allá de lo que Hernández pensaba de él. Tengo casi la convicción de que todo buen libro ha sido modificado, ha sido enriquecido por la historia de las culturas.
Alumna: ¿Qué siente que ha quedado como legado, escrito en sus libros?
Borges: Yo no puedo hablar de mis libros, los he escrito y he tratado de olvidarlos. Yo he escrito una vez, y los lectores me han leído muchas, ¿no? Yo trato de pensar en lo que escribiré, es muy enfermizo pensar en el pasado, el caso de la elegía es muy triste, tanto como el caso de la queja.
Alumna: ¿No es ésta un actitud melancólica?
Borges: No en este momento. Ahora que soy un viejo trato de lograr la serenidad, y la logro muchas veces. En cambio, cuando era joven yo trataba de ser desdichado, yo quería ser un personaje de Dostoievsky, o quería ser el príncipe Hamlet, pero ahora no, ahora me doy cuenta de que no soy el príncipe Hamlet. No cultivo la desdicha.
Alumno: Borges, ¿cómo podría definir un progreso en su vida?
Borges: A medida que he ido viviendo, he ido descubriendo mis límites. Un joven es ilimitado, un joven piensa que depende de su arbitrio ser Alejandro de Macedonia o Walt Withman, o cualquier otro. En cambio, pasan los años y uno sabe sobre todo no lo que puede hacer, sino lo que no puede hacer, y lo que no debe intentar. Esos límites dan cierta serenidad. Yo, por ejemplo, sé que no debo intentar la novela, sé que no debo intentar el teatro, pero sé que a veces no me está vedado escribir un cuento o un poema. Eso ya es una tranquilidad, y sé además qué lugares, qué personas me gusta tratar, voy conociéndome, conociendo mis límites. En cambio, un joven no sabe muy bien quién es.
Alumna: ¿Qué opina de Freud?
Borges: He fracasado en su lectura. En cambio, Jung me pareció un autor muy rico, lleno de sugestiones, que pueden ser ciertas o no, pero, en fin, yo prefiero a Jung y no a Freud. Freud me parece un viejo chismoso.
Alumno: Usted dice que los temas lo eligen; ¿por qué cree que lo eligió el malevaje?
Borges: Nosotros vivimos mucho tiempo en Europa, y entre los libros argentinos estaba Las misas herejes, que Carriego le dedicó a mi padre. Era vecino nuestro, su arrabal era Honduras y Coronel Díaz, y el nuestro un poco más cerca de Maldonado, Guatemala y Serrano. Llevamos ese libro entre tantos otros. Ahí estaba el Facundo de Sarmiento, los tres tomos de Ascasubi, el Martín Fierro, libros de Gutiérrez. Entre esos temas de Carriego estaba el del guapo, y yo siempre sentía nostalgia de Buenos Aires, y siempre me la imaginaba a través de esos libros. Luego decidí escribir la vida de Carriego, conocí al caudillo Paredes, y él me contó muchas anécdotas de cuchilleros, y elegí esos temas.
En cuanto a la milonga es raro, yo no pensaba jamás escribir milongas, y me encontré, me crucé un día con Guastavino en Alvear y Florida. El me dijo: “Si usted escribe algún tipo de milonga, yo le pongo la música”. Y yo le dije: “No sé, nunca he escrito una milonga en mi vida, no sé si podré hacerlo”. Yo iba y recorría galerías, bibliotecas, y de pronto sentí que algo iba a ocurrir, y recuerdo algo que me han contado hace mucho tiempo en la plaza del Once sobre un hombre de lindísimo nombre, Jacinto Chiclana, que murió peleando con muchos. Pensé en eso y enseguida la milonga se escribió sola. La milonga es un género muy raro porque uno no puede trabajarlo, o se escribe, o no se escribe.
Es que todo lo que yo escribo presupone un número indefinido de borradores, y las milongas que he escrito no, se han escrito solas. Quizás sean mis mayores los que las escriben a través de mí.
Alumna: Usted dijo que en su vida agradecía la felicidad, así como agradecía el dolor y justificaba incluso la ceguera; ¿por qué agradecer el dolor y la ceguera?
Borges: Porque para un artista, y yo trato de serlo, todo lo que sucede son materiales para su obra; a veces muy difíciles. La felicidad no requiere nada más, es un fin en sí mismo. La desdicha tiene que ser transformada en otra cosa, tiene que ser elevada a belleza. Para un artista todo lo que sucede tiene que ser arcilla para su obra, y debe tratar de sentir así las cosas, aunque esos dones puedan ser atroces.
Alumna: Me gustaría que contara alguna imagen literaria producida a partir de un sueño.
Borges: Yo estaba en una ciudad de Michigan, y emergí de un sueño muy confuso. Pero de ese sueño logré salvar una frase, en la que un personaje decía en inglés: “Te vendo la memoria de Shakespeare”. No sé a quién se la dijo, ni qué quería decir eso, pero yo le conté ese sueño a María Kodama y le llamó la atención la idea de vender la memoria de un muerto, y de un muerto ilustre como Shakespeare. Yo me quedé pensando en esa frase y me decía: “Vender no; demasiado comercial para mí, pero, ¿por qué no te doy la memoria de Shakespeare?”. Entonces de ahí yo pensé: “vamos a suponer alguien a quien le sea dada la memoria personal de Shakespeare, digamos la que él tuvo pocos días antes de su muerte”. Entonces imaginé un erudito alemán que le habría dedicado toda su vida a Shakespeare y pensaría escribir una biografía sobre él, y luego de un modo mágico que no explicaré él recibe la memoria personal de Shakespeare. Al principio esa memoria le llega en los sueños; empieza a soñar y ve caras conocidas, esas caras son las de Marlowe, de Chassman, y de otros contemporáneos de Shakespeare. Y luego va recordando memorias de ciudades que él no conoce, de árboles, y luego el momento en el cual tiene toda la memoria personal de Shakespeare, y dice: “Ahora puedo escribir un libro, el libro que he soñado toda mi vida, toda la biografía de Shakespeare, ya que tengo todo el material, tengo la memoria personal de Shakespeare”. Y luego él comprende que todas las cosas que va a escribir ya han sido dichas en las tragedias, en las comedias, en los dramas históricos, en los sonetos de Shakespeare, y él no es Shakespeare. Además, se siente abrumado por esa memoria infinita, tiene miedo de perder su propia identidad, entonces una de las condiciones del cuento es que la memoria puede ser ofrecida, pero también debe ser aceptada por otro. Entonces él, abrumado por esa infinita memoria, que no le sirve para nada, toma el teléfono, y le contestan infinitas voces, y al final, a una voz que le parece la de una persona culta, le dice: “Le ofrezco la memoria de Shakespeare, ¿la acepta usted?”, y el otro le dice: “No estoy muy seguro de lo que usted dice, pero sí, la acepto”. Entonces, él cuelga el teléfono y siente un ligero alivio, y luego va olvidándose poco a poco de toda la memoria de Shakespeare, y vuelve a ser un erudito simplemente que sólo sabe la fecha de la vida de Shakespeare, y se siente aliviado porque ya ese peso de la memoria no lo tiene más. Ese es el argumento que yo recuerdo dado por su sueño. Muchísimas gracias.



Conferencia de Jorge Luis Borges en el Aula Magna de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires
Entrevistadores: Profesores Tomás Abraham,  Alejandro Rússovich y Enrique Marí, 12 de septiembre de 1984
Desgrabación de Alfredo Siedl
Foto: Jorge Luis Borges en entrevista con Orlando Jiménez Leal

10/10/17

Jorge Luis Borges: El pensamiento en las conferencias. La biblioteca [Discurso]







3 de mayo de 1957

La Biblioteca

Al ser inauguradas las actividades del año en la institución que dirige, el autor de El tiempo, La doctrina de los ciclos y el Arte de injuriar, producciones en las que da la nota de su posición mental y espiritual como escritor, disertó sobre Biblioteca viva.

Es interesante destacar que el tema corresponde a un momento importante en la historia de la casa fundada por Moreno, desde que en el mismo dieron por iniciadas las actividades de la Escuela Nacional de Bibliotecarios.

“En esta escuela —comentó Borges— en la que se habrá de seguir la inspiración del fundador de la casa que hoy la ofrece a los estudios del país, concretándola en una realidad más de la cultura popular; en esta escuela, en la que habrán de estar siempre presentes el pensamiento y el espíritu del hombre que tuvo la misma preocupación que tendría, treinta años después, Domingo Faustino Sarmiento, y que éste condensaría en el angustioso y enérgico apotegma que ponía a consideración de sus conciudadanos la urgente necesidad de “educar al soberano”, se cumplirá ese cometido esencial de velar por los bienes espirituales de la Nación.”

Aludió, por tanto, a la importancia de la iniciativa y luego, entrando en tema, expresó:

“En una de sus Tres comedias para puritanos —el título encierra una paradoja, ya que en el siglo XVII los puritanos cerraron todos los teatros de Inglaterra—, Bernard Shaw refiere el incendio de la Biblioteca de Alejandría y hace exclamar a uno de sus personajes: “¡Está ardiendo la memoria del mundo!”. No sé de una metáfora mejor para definir una biblioteca que esta de la memoria; es tan feliz que casi no es una metáfora, sino la expresión de una verdad. San Agustín habla, en sus Confesiones, de los palacios y cavernas y ciudades de la memoria. Idéntico vértigo nos sobrecoge si pensamos en la cóncava biblioteca que nos rodea, armada, si sus catálogos no me engañan, de seiscientos cuarenta mil silenciosos volúmenes. El pasado argentino, la memoria argentina y buena parte de la memoria del mundo están encerrados en ellos.

”Se conjetura que nuestra memoria es total y que cada hombre está en posesión de todo su pasado y que, dado el estímulo necesario, puede recuperar cada imagen, cada línea leída, cada matiz de la angustia o de la esperanza. Del cerebro humano se ha escrito que es como un palimpsesto en el que se superponen infinitas escrituras. Parejamente, todo está en la vasta Biblioteca, y el arte de la escuela que inauguramos hoy consiste precisamente en su virtud de encontrarle todo, en esa virtud que hace de las bibliotecas no colecciones muertas, sino de libros vivos, capaces de inspirar y dirigir los trabajos del hombre.”


En Miscelánea (Ed. Mondadori)
© 1995, 2011, María Kodama
Publicación original en El Hogar, Buenos Aires, 3 de mayo de 1957
Foto: Jorge Luis Borges en 1976

28/9/17

Jorge Luis Borges: Imagen de Lafinur [Conferencia dictada en San Luis, noviembre de 1976]






Autoridades, señoras, señores:

Yo escribí una parábola cuyo tema era un hombre que se propone dibujar un universo. Y ese hombre está ante una larga pared. Nada nos cuesta imaginarla infinita. Una larga pared blanca. Y ese hombre empieza a dibujar y dibuja anclas, árboles, peces, naves, martillos, espadas, casas, rostros, leones; sigue dibujando. Y sigue dibujando todas las cosas del mundo. Y podemos suponer, nada nos cuesta suponerlo tampoco, que llega a los cien años, y que le es dado ver esa vasta labor de minucias, ese laberinto de líneas y trazados. Y luego, en aquel último momento de su vida, él ve con sorpresas que lo que ha trazado es su propio retrato, su vieja cara.

Ahora esta parábola no es habitual como puede parecer. Podemos decir que todos los escritores cumplen esa labor, es decir publicamos, escribimos libros, los publicamos o no, eso no tiene ninguna importancia, pero a la larga lo que dejamos es nuestra imagen.

Esa imagen puede ser más importante que cada uno de los textos que hemos escrito. Quizás lo esencial sea dejar una imagen.

Hay escritores, desde luego, que tratan de dejar una imagen. Podemos pensar en Byron, en Baudelaire, y esos nos dejen quizás la imagen que han buscado, porque notamos que quieren dejar esa imagen. Pero si un escritor se abandona a su obra entonces puede trazar su verdadero rostro, su secreto rostro.

Si pensamos en la historia argentina, vemos que esa historia está poblada de hombres. No debemos pensar en la historia argentina en términos de fechas. Las fechas son tristes, de aniversarios, de mármoles, todo eso más o menos inútil. Lo importante es la imagen que un hombre deja.

En la historia argentina, hay personas atroces, como Juan Manuel de Rosas, que han dejado una imagen vívida, y otras personas admirables, San Martín por ejemplo, que han dejado una imagen pálida relativamente. Y hay otros, y eso es lo más importante, que han dejado una imagen querible, y yo diría que Juan Crisóstomo Lafinur es de éstos últimos. Podemos querer a Lafinur a través del vasto espacio de tiempo que nos separa ya que Lafinur nace, y eso lo saben ustedes, en 1797 y muere en 1824. Ciento cincuenta años hace. Pero todavía quedan algunos rasgos, y podemos todavía no admirar yo creo que la admiración es un error sino que podemos querer a Lafinur, lo cual es más importante.

Yo lo he querido siempre, además de los lazos de sangre. Yo soy descendiente de Carmen Lafinur, hermana de Juan Crisóstomo Lafinur y sobrino de Luis Melian Lafinur, y en casa yo recuerdo siempre el retrato de Lafinur y recuerdo algunos versos que mi padre repetía, y casi no puedo repetirlos sin sentir la voz de mi padre. La Oda a la muerte de Belgrano:

(recitando)

¿Por qué tiembla el sepulcro, y desquiciadas
las sempiternas lozas de repente,
al pálido brillar de las antorchas
los justos y la tierra se conmueven?

Y ahora vienen los versos que importan.

(recitando)

Murió Belgrano ¡Oh, Dios! Así sucede
La tumba al carro, el ay doliente al viva
La pálida azucena a los laureles.

Ahora podría decirse que estas imágenes helénicas y romanas son imágenes frías, porque tenemos las pálidas antorchas, tenemos luego el carro triunfal, las azucenas, y los laureles también. Pero todo esto no es frío, todo esto corresponde a la emoción de un hombre que se expresa naturalmente por antiguos e ilustres símbolos, que fue el caso de Lafinur, el poeta clásico de nuestra generación romántica, como dijo Juan María Gutierrez en su libro sobre Juan Cruz Varela, donde hay tantas páginas dedicadas a Juan Crisóstomo Lafinur.

Bueno, vamos a ver rápidamente algo sobre su vida. Los hechos esenciales ustedes los conocen, quizás mejor que yo, que perdí mi vista el año 1955. No he vuelto a leer sus versos desde entonces, pero hace unos días pude hojear la biografía de Gez, y recuerdo además algunas indiscreciones de José Mármol en su novela Amalia donde se habla de Juan Crisóstomo, esa novela olvidada con injusticia que ha fijado, yo creo, nuestra imagen del tiempo de Rosas.

Cuando decimos el tiempo de Rosas no pensamos en el admirable libro Rosas y su tiempo de Ramos Mejía; no pensamos tampoco en las muchas telas de la época o en las posteriores. Pensamos en el libro de José Mármol. Hay algunas indiscreciones que debemos agradecer ya que nos acercan al hombre en la novela malia” en la que se habla de Lafinur. El doctor Gez no las tuvo en cuenta, pero qué puede importarnos ahora pensar que Juan Crisóstomo Lafinur llegó a los 27 años y no siempre fue casto.

¿Qué importancia puede tener eso? Eso lo hace más humano, eso lo acerca a nosotros y explica además la polémica con el padre Castañeda que ha dilucidado Arturo Capdevila en el libro La santa furia y el padre Castañeda. Y ahora volvamos a Juan Crisóstomo Lafinur y pensemos en su infancia. En su infancia en el Valle de La Carolina, que yo visité hace unos años. Recuerdo como me emocionó el gran portón de piedra y luego la inscripción. “Cuna del poeta y filósofo Juan Crisóstomo Lafinur 1797-1824”. Bueno, todo esto me traía a mi infancia, a los grabados del libro de Gez, a cuentos que yo he vivido en casa sobre Lafinur, transmitidos así digamos de generación en generación, y que recordaré alguno ahora.

Por ejemplo este que quiero contar inmediatamente, aunque cronológicamente no esté en su lugar. El hecho es que Juan Crisóstomo Lafinur conocía a toda la gente de Córdoba y la gente solía oír el piano. El piano de la sala. Y eso quería decir que Lafinur había atravesado el zaguán, había atravesado el patio, había entrado a la sala, y estaba tocando el piano. Lafinur se quedaba tocando el piano y luego se iba sin decir adiós a nadie, sin haber saludado a nadie, y esa música era como su saludo, ya que todos sabían que él tenía ese hábito. Como he dicho, hay tantos años que nos separan de Lafinur. Podemos pensar, bueno, Lafinur fue argentino, desde luego lo fue, lo fue íntimamente, entrañablemente, pero lo fue de un modo distinto al nuestro, ya que ahora para nosotros ser argentino puede ser una pereza, un hábito. Pero entonces la Patria era algo nuevo, algo discutible, algo que surgía, entonces volvamos otra vez a las fechas. Lamento tener que hacerlo.

Tenemos en 1816 el Congreso Nacional de Tucumán que es la primera declaración franca de nuestra Independencia, la decisión de que ya no queríamos ser más españoles, queríamos ser otra cosa, una cosa que ignorábamos, una cosa distinta, argentinos, una cosa que existe por obra de aquellos caballeros que se reunieron en aquella vieja casa de Tucumán. Pues bien, Lafinur muere en 1824, muere ocho años después, es decir ser argentino era una cosa nueva. Podemos pensar que se sentía criollo, ya que había nacido en el Valle de La Carolina, en la provincia de San Luis. La palabra criollo tenía un sentido distinto entonces. Desde luego no existía el culto del gaucho que existe ahora y que creo que es un culto erróneo… Es que no sabemos si Lafinur leyó los poemas del padre de todos los poetas gauchescos, de Bartolomé Hidalgo, el Oriental.

Recuerdo que Hernández le envió un ejemplar del Martín Fierro a Mitre, y Mitre en una carta muy conceptuosa como hacía entonces le contestó diciendo “Hidalgo será siempre su Homero”. Es decir Mitre no ignoraba la raíz de esa poesía que luego dio poetas muy superiores a Hidalgo: Hilario Ascasubi, el mismo Hernández, y luego en prosa a Eduardo Gutiérrez.

Pues bien, sin duda Lafinur conoció los poemas gauchescos de Hidalgo y sin duda, dado sus gustos clásicos y románticos, no le ilusionaron. Los veía meramente plebeyos, supongo yo. El culto al gaucho no existía, desde luego no se planteaba el problema en los términos que planteaba Sarmiento después, civilización y barbarie. No, se trataba más bien de ideas nuevas, y es que llegaban a este perdido virreinato, a este polvoriento virreinato, llegaban desde Europa.

Y podemos pensar en libros, en libros que circulan de mano en mano, que son leídos casi en secreto y de esos libros sale la Patria y entre esos libros, la obra de este Condillac, vertido al español recientemente, sobre el conocimiento al hablar de la filosofía de Lafinur, ya que Lafinur fue, según sabemos, filósofo. Ha dejado un tratado de ideología que ha publicado hace poco la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego poeta. Ha dejado aquel hermoso poema a La rosa y luego el gran poema a Belgrano, su amigo personal, que muere en 1820.

Tenemos también su obra yo no puedo decir nada de ella su obra musical. Es decir, música, poesía y filosofía, esas tres cosas fueron caras a Juan Crisóstomo Lafinur. Si no pensamos en esas tres cosas estamos alejándonos de él. Esas cosas fueron lo íntimo de su vida. Esas cosas ocuparon casi todas sus horas. A él sin duda le agrada que lo recuerden como pensador, como discípulo de Condillac, como lejano discípulo de Locke, como hombre que está en contra de las enseñanzas escolásticas y que lo pensemos como poeta y como músico también.

Y luego no se porqué algo me lleva a esas dos fechas, 1797-1824 y decir que Lafinur muere a los 27 años. Lafinur muere alejándose de nosotros, pensemos en los 29 años de Keats, pensemos que los dioses se llevan a quienes quieren, pensemos que de Lafinur apenas conocemos unas posibilidades y esas posibilidades bastan.

Aquí quiero recordar a un poeta, a un gran poeta, Walt Whitman que dice en las primeras páginas de su libro Hojas de hierba: “Leí el libro, la famosa biografía, y pensé, ¿y esto es lo que un hombre llama la vida de un hombre? Eso dirán sobre mí cuando yo haya muerto, con nombres propios y con fechas”. Y luego agrega  y esto viene a ser la esencia “yo pienso que sé muy poco acerca de mi propia vida y dejo algunas indicaciones y para saber quién he sido, para conocer mi propia vida, he escrito este libro”.

Ahora cada uno de nosotros podría decir lo mismo. Sabemos muy poco de nuestra vida ¿Qué es nuestra vida para Dios? ¿Quiénes somos para Dios? Si es que existe Dios, ¿quiénes somos íntimamente? Un nombre no nos dice nada. ¿Qué significa decir yo soy Borges? Nada, absolutamente. Hay algo más íntimo más allá del nombre. ¿Cuál es nuestro secreto nombre ante Dios?

Carlyle llegó a la hipótesis, que le hubiera gustado a Lafinur, que todo el mundo es una escritura sagrada, que el proceso de la historia es una escritura. Dice Carlyle una frase que siempre me ha impresionado, “que estamos obligados a leer y escribir”. Y ahora viene el escalofrío “y en la que también nos escriben; también somos letras de esa misteriosa criptografía de Dios”. Somos signos también. Qué otra cosa podríamos ser sino símbolos, es decir símbolos de algo eterno, ese algo transitorio que es el tiempo y aquí, esta mañana, podemos decir aquella frase de Platón “el tiempo es la imagen noble de la eternidad”.

Qué seguro se sentía Platón de la eternidad cuando contraponía el tiempo fugitivo, el tiempo en que estoy deshaciéndome y desvaneciéndome en la eternidad, en la perdurable eternidad.

Bueno, pensemos en Lafinur otra vez y pensemos en lo que significó la Revolución de Mayo para él y la Declaración de la Independencia. Todo aquello que vemos de algún modo muerto, pensamos en estatuas, en exámenes, en libros de historia, etc. Pero todo aquello es algo contemporáneo. Nosotros somos parte de la historia argentina. Es absurdo suponer que la historia argentina ha cesado; nosotros somos personajes históricos, cada momento de nuestra vida es histórico, aunque no sea especialmente ilustre. La historia es el tiempo y el tiempo es la materia de la que estamos tejidos, de la que estamos hechos los hombres. No hay otra cosa.

Pues, ¿qué había ocurrido? Habían llegado libros a Buenos Aires. Había llegado, por ejemplo, un libro de Condillac, que fue un libro de cabecera de Lafinur. Habían llegado otros que trataban de hacer algo, que trataban de modificar todo, no simplemente una cuestión de nacionalidades, era más profundo y así Lafinur dictó sus clases de ideología, de gnoseología, de estudio del conocimiento.

En la vida de Lafinur tenemos un hecho, un hecho sin duda de índole trágico, por lo menos patético, que no se ha insistido sobre él y ese hecho es que su padre Luis Lafinur fue partidario de la Monarquía. Era partidario de España, él era un oficial español, había nacido en Pamplona, en Navarro. El nombre Lafinur no es un nombre español, no existe ese nombre, es una corrupción española del apellido “Lefaneur”, un apellido belga, muy común entre los belgas-franceses y que luego fue deformado en Lafinur, ciertamente más eufónico.

El padre de Lafinur fue un distinguido militar español, que había guerreado en la margen oriental del Plata contra los contrabandistas, los indios, y los gauchos posiblemente. Y luego participó en la rebelión de Tupac Amarú. Era un militar español y le dieron la administración de las Minas de La Carolina. Yo estuve en las Minas de La Carolina y recuerdo como me emocionó aquel portón con aquel apellido que era también el tiempo y luego el puente, y luego el río, el cual sabía yo que había oro y plata, y la mina, y toda esa alta soledad que enamoró a Lafinur donde un poema suyo habla, dice que está lejos de las brisas de La Carolina. A él le gustaba ser el hijo de La Carolina, a él le gustaba recordar esa región, la recordó en Córdoba, en Mendoza, en Buenos Aires y finalmente la recordó en Chile. Bueno, Lafinur elige la carrera de las armas y conoce lo más triste del destino del soldado que es la víspera de la batalla, la batalla que no llega nunca, la batalla deseada. Estuvo muchos años en el ejército y luego lo abandonó; se dio cuenta que su regimiento no sería enviado a la línea de fuego y luego se hizo amigo de Varela y lo llamó “espejo de cuerpo entero”, ya que usaba una túnica, una sotana brillante. Cambiaron bromas entre los dos y luego tenemos a Lafinur con sus estudios en Córdoba, en el Colegio Monserrat y luego lo tenemos en Buenos Aires enseñando filosofía ¿Enseñando qué? Enseñando la doctrina sensualista, la doctrina de Locke y de su discípulo Condillac que la exagera hasta simplificarla.

Por eso voy a detenerme ahora en la doctrina de Condillac y no en la de Locke demasiado larga y compleja. Locke no fue tan lejos como Condillac. Locke decía por ejemplo que el estaba más seguro de la existencia de Dios que de la existencia del mundo externo y que en el más allá de la prueba histórica y cosmológica, que en él estaba la convicción que existía Dios. Y Lafinur también tuvo esa convicción, aunque lo acusaron injustamente de propagar el ateísmo.

Digamos que Lafinur más allá de la mitología cristiana fue más bien un deísta, él creía en Dios como creía Voltaire. Yo he visto en Suiza una pequeña capilla erigida por Voltaire, con la inscripción “Voltaire erigió esta Iglesia Capilla para Dios”. Voltaire vio que había tantas iglesias a santos y a vírgenes, y ninguna a Dios, que decidió erigir la primer iglesia a Dios. Y Voltaire fue uno de los maestros de Lafinur, según sabemos. Y ahora tenemos a Lafinur en Buenos Aires, y Buenos Aires desde luego es una ciudad menos culta que Córdoba. Están los Pinedo, los Ocampo, Sáenz Valiente, todos esos son apellidos portugueses. Y está también el apellido de mi madre Acevedo, también judío portugués. Es decir, en Buenos Aires había un ambiente distinto del ambiente de Córdoba, especialmente por ser menos tradicional. He leído, en el mismo libro de Ramos Mejía que los mismos virreyes españoles no usaban sus títulos en Buenos Aires porque sabían que se exponían a una broma, al ridículo. En la ciudad de algún modo democrática, o mejor dicho burguesa, civil, tenía eso que tenían los puertos, el hecho de que hay mucha gente extranjera, eso tiene que haber sido una de las causas de la Revolución de Mayo. Esa agitación de ideas, el hecho que la ciudad no fuera tradicional, creo que es importante el hecho que la Revolución nazca en Buenos Aires y no en Córdoba, o en Lima o en México. No, la Revolución nace precisamente en un puerto, en el lugar más abierto a la afluencia de extranjeros y después del impulso que nos dieron las invasiones inglesas cuando las autoridades españolas huyeron y el pueblo de Buenos Aires, capitaneado por Liniers, de quien después hablaremos, fue el que defendió dos veces la Patria contra los invasores ingleses y los obligó a rendirse.

Tenemos este hecho importante. Y el nombre de Liniers que es importante también ya que Luis Lafinur, el padre de Juan Crisóstomo Lafinur fue el secretario de la Junta Antirrevolucionaria, de la junta española que se constituyó en Córdoba. Y nos ha dejado esa palabra Clamor que ahora sigue resonando en la historia: Álzaga, Liniers y en la que no figura el nombre de Lafinur.

Y es un hecho significativo. Se piensa ahora que es divergencia generacional es algo típico, la verdad que siempre existió, y hay una frase muy linda del filósofo judeo alemán Magner que dice”como todos los hombres, comprendió que le había tocado vivir una época de transición”. Todo es una época de transición, el tiempo es una transición, no hay otras épocas. Todo hombre piensa en el pasado como algo quieto y quizá pueda pensar en el porvenir también como una utopía o algo terrible. Lo cierto es que a él le toca vivir en el tiempo y la verdad es que el tiempo es transición. El tiempo es esa nube sustancia de que estamos hechos. Pensemos en Heráclito.

Heráclito que dice nadie baja dos veces al mismo río, dirige admirablemente la metáfora de río, lo que el río sugiere a lo que fluye, a lo que fluye como el tiempo. En cambio si Heráclito hubiese dicho nadie abre dos veces la misma puerta, no habría dicho nada, porque la puerta es maciza. En cambio nadie baja dos veces al mismo río, el río fluye y después de haber leído esta frase y haber comprendido que el río no es el mismo o que las gotas de agua cambian, comprendimos con una suerte de horror inicial que nosotros también somos el río, que nosotros estamos fluyendo como el río.

Pues bien, a Lafinur le tocó sentir eso. Él, partidario de la Revolución, partidario de lo que es ahora la República Argentina y antes fue el Estado argentino, partidario de que todas las cosas se renovaran en ese polvoriento virreinato que fue el nuestro. Y su padre, amigo de Liniers, fue partidario del antiguo estado de cosas. Todo eso tiene que haberlo tocado a Lafinur. Y es una lástima que Gez en su libro, en su libro que agradezco, no se haya detenido en ese aspecto de la vida de Lafinur. Lo que debió haber significado saber que su padre militaba en la otra causa, había conspirado contra lo que él quería, contra lo que ahora es la República, la Patria. En cambio su padre, un militar español, debió ser leal al rey, a las ideas viejas.

Lafinur se traslada a Córdoba, luego a Buenos Aires y dicta su curso por el que fue tan atacado por el padre Castañeda. ¿Cuál era la doctrina que Lafinur defendió? Creo que puedo resumirlo en pocas palabras. Se llamaba sensualismo o sensacionalismo. Digamos sensualismo y esa palabra se presta a diversas interpretaciones. Yo creo que sensualismo significa simplemente lo que dice aquella vieja sentencia “lo que está en la inteligencia estuvo en los sentidos” lo mismo que “salvo en la misma inteligencia”. Y esto nos lleva a dos teorías que interesaron mucho a Lafinur, la doctrina del origen del conocimiento, del origen de las ideas. Y empecemos por la más extraña de todas, la doctrina platónica que podemos formularla de dos modos. Podemos decir que es la doctrina de las ideas innatas, esa la que dice que el hombre nace con ciertas ideas. Y luego tenemos la otra doctrina de que todo nos llega por los sentidos. Y empecemos por la primera que es la más extraña y por ende la más interesante de las dos. Tenemos que distinguir entre el mito y los razonamientos, lo cual es difícil ya que cuando Platón escribe su obra, el hombre podía pensar en dos planos. Ahora sólo podemos pensar de un modo o de otro. Podemos pensar en forma de mitos, de fábulas, en lo que es el poeta o el novelista y podemos pensar en forma de razonamientos, que es lo que hace el lógico, el psicólogo. Pero cinco siglos antes de la era cristiana podía pensarse simultáneamente de los dos modos, y esto lo vemos en aquel admirable diálogo de Platón en el que se cuenta la última tarde de Sócrates, la tarde de la cicuta. Y ahí vemos a Sócrates que está discutiendo algo que no es un problema abstracto, es algo que le toca de cerca, la inmortalidad del alma, “ya dentro de poco, antes que sea de noche, el habrá bebido la cicuta y estará muerto”. El habla con sus amigos de la inmortalidad del alma. Y entonces ¿que método usa? Usa los dos. A veces usa el mito, habla por ejemplo de Ulises, de quien decía que es un hombre ignorado, habla de Orfeo, de que él es un cisne, de Pitágoras, y luego vuelve al razonamiento. Se podía pensar en los dos planos al mismo tiempo, se podía pensar en el mito, y en forma de ideas. En cambio ahora sólo podemos pensar de un modo o de otro.

Pues bien, según el mito platónico, todos antes de nacer habíamos pasado por lo que Mallarmé llama “el cielo anterior donde florece la belleza” y ese cielo es el de los arquetipos. Voy a explicarlo de un modo claro. Nosotros según la escuela, según la explicación que eligió Lafinur, nosotros llegamos a la idea de lo amarillo porque hemos visto muchas cosas amarillas. Hemos visto, por ejemplo, el azufre, hemos visto la luna. O llegamos a la idea de lo rojo porque hemos visto muchas cosas rojas; hemos visto la sangre, hemos visto el coral. O llegamos a la idea de lo blanco porque hemos visto el arroz, el marfil, la luna también es blanca, la nieve, el papel. Y luego resolvemos distraernos de la diferencia que hay entre esos matices de blanco y llamar a esos colores blanco, aunque el color del arroz no es el color de la luna, o el color de la nieve o el de la piel humana. Resolvemos ignorar esas diferencias y fijarnos en lo que tienen en común.

Ahora bien, según la escuela platónica, ocurre lo contrario. Nosotros en el cielo anterior hemos visto la idea de lo blanco, lo amarillo, lo rojo, del bien y otras cosas difíciles de concebir. Por ejemplo la idea del triángulo, el triángulo que no es equilátero, ni isósceles ni escaleno. Es decir que no tiene ni tres lados iguales, ni dos lados iguales, ni tres lados distintos, pero que es todas esas cosas a la vez. Hemos visto el triángulo absoluto, el inconcebible triángulo absoluto. Luego nacemos en este mundo, entonces vamos reconociendo las cosas porque ya las hemos visto en la vida anterior, y esto sería una explicación mítica del concepto de las ideas innatas. Y así llegamos a la doctrina de Platón que dice que aprender es recordar. Ya sabemos todo, cuando nos enseñan algo ya lo sabíamos, lo habíamos olvidado, simplemente. A lo que Beccko, otro de los maestros de Lafinur, agregó “que suerte que ignorar es haber olvidado”.

Ahora en lo que se refiere a las matemáticas es indudable que nuestro conocimiento no es empírico. Por ejemplo, si hemos entendido que siete y cuatro son once, no necesitamos hacer la prueba con piezas de ajedrez, con monedas, con discos, con fichas, con muebles. Ya entendimos que siete y cuatro son once. A lo que Rosen contesta que esa frase se explica porque siete y cuatro son tautología de once, lo mismo decir siete y cuatro que decir once. O sea que sobre ese conocimiento intuitivo se basan todas las matemáticas. Es una tautología inmensa. Condillac supone lo contrario. Supone que todo nos ha llegado por la experiencia. Y todos tendemos a suponer eso. Salvo en el caso de las matemáticas en el cual las cosas no nos llegan por la experiencia. En el caso de la lógica, si yo digo que dos cosas iguales y una tercera son iguales entre sí, todos lo entendemos inmediatamente. No es necesario ensayar ejemplos. En el caso de las matemáticas también. Todos entendemos que significa la sigla natural de los números, y no es dada la sigla natural 1,2,3,4,5,6,7,8,9…si está dada toda la aritmética, toda el álgebra, todo ese edificio cristalino y vasto de las matemáticas. Todo está dado en esa noción de que hay números sucesivos, lo demás son juegos hechos con esa noción, y así no precisamos la experiencia.

En cambio en el caso de otras ciencias la experiencia es necesaria. Por ejemplo nadie antes de Dufeau podía decir que los animales en América eran más chicos que en otros países. Ya que no se conocía el ñandú, que es más chico que el avestruz, el jaguar que es más chico que el tigre, la llama que es más chica que el dromedario. Todo eso es obra del conocimiento. Según la doctrina de Condillac todo nos llega por los sentidos, y Condillac que además de ser un filósofo, muchas veces falible, tuvo una gran imaginación. Imaginó una estatua, una estatua que ya pertenece para siempre a la estética. Una estatua hecha como un hombre, una estatua con los órganos de un hombre. Y en esa estatua hay algo, una mente, pero esa mente es una fábula rasa, una página en blanco, que luego va recibiendo sensaciones. Y él empieza con las más tenues, las menos importantes para nosotros. Con el olfato; a la estatua le acercan una rosa, y la estatua huele la rosa, y sabe que esa fragancia es agradable. Y luego le acercan un cadáver, y la estatua lo huele y siente que ese olor es fétido. Y luego, según Condillac, ya tenemos todo el proceso. Porque una vez que la estatua ha dejado de oler la rosa y oler el muerto, queda una impresión más tenue. Esa impresión sería la memoria. Y luego puede comparar las cosas sensaciones. Puede pensar que le agrada la rosa y le desagrada el cadáver, aunque no sabe que son rosa y son cadáver, pero sí lo juzga con el olfato. Y luego tenemos ya la elección, y luego la estatua puede querer volver a oler la rosa, y tenemos la voluntad. Para Condillac todas las facultades del alma son simples sensaciones transformadas.

Ahora Locke no fue tan lejos y Lafinur enseñó una variante de su doctrina en su cátedra de filosofía en Buenos Aires.

Ahora naturalmente como esa doctrina se llama sensualismo, porque todo nos llega a través de los sentidos, y la mente está constituida simplemente por sensaciones transformadas, naturalmente esa mente se prestaba a los ataques más burdos, se dijo que Lafinur enseñaba sensualidad a los alumnos. No tiene nada que ver, este es un juego de palabra. De ahí que fuera atacado. En el libro de Capdevila, en el libro de Gez también, se conservan los sonetos cambiados del padre Castañeda, de Lafinur y de Juan Cruz Varela acerca de eso. Lo cierto es que Lafinur enseñó una filosofía contraria a la enseñanza escolástica. Desde luego la enseñanza escolástica no había sido tan severa, pero Lafinur ataca quizá menos a Aristóteles que a la imagen que tenía Aristóteles entonces. Y tuvo que abandonar su cátedra, urgido, según nos dicen, por los jesuitas.

El abandona su cátedra, según el libro de Gez, y el libro de Capdevila, y luego tuvo que trasladarse a Córdoba. Y en Córdoba también tuvo que abandonar su cátedra. Luego se fue a Mendoza donde fundó un periódico. También tuvo que abandonar Mendoza y luego se fue a Chile. Es decir este hombre tuvo un destino parecido al de Almafuerte. Almafuerte fundaba, y no tenía ningún derecho oficial a hacerlo, fundaba escuelas en la provincia de Buenos Aires. Y luego tenía que abandonarlas cuando se descubría que carecía de título habilitante y fundaba otra escuela en otro lugar. Fue una especie de pedagogo vagabundo. Y Lafinur también tuvo que pasar de Buenos Aires a Córdoba, de allí a Mendoza, y luego a Chile. En Chile resolvió estudiar abogacía y se casa con la chilena Eulogia Nieto, y muere poco después en una caída violenta de caballo cerca de la cordillera.

Y así concluye Lafinur a los veintisiete años. Estamos recordándolo ahora en 1976 y ha dejado esa figura que ya he dicho, esa imagen suya querible en la historia argentina. ¡Hay tan poca gente querible en el pasado, hay tanta gente admirable, tanta gente digna de estatuas, de aniversarios, de protocolos, de ceremonias oficiales!

Yo he hablado de Lafinur acercándome y alejándome para acercarlo a ustedes, que sin duda quizá lo conozcan más que yo, y crece algo sobre su figura física.

¿Qué cuerpo habitó Lafinur en la tierra? Sabemos por el testimonio de Luis Melián Lafinur, mi tío, que Lafinur era un hombre alto, pálido, moreno, muy buen mozo, altivo, que solía ser tímido y que tenía los ojos azules. Sabemos de su amor por la música. Todo eso nos ha llegado a través de José Mármol. Todo eso hace que podamos querer a Lafinur. Y además creo que debemos pensar en Lafinur no como una figura histórica, lo cual es triste a nadie le gusta ser histórico sino como un contemporáneo. Desde luego no le tocó a él aquella guerra de la civilización y la barbarie, pero él desde luego sostuvo la causa primordial, la causa de la cultura occidental, la causa del pensamiento filosófico, y es lo que estamos estudiando ahora.

De algún modo Lafinur es nuestro contemporáneo, y así yo al hablar de él no estoy hablando de mi tío bisabuelo, no estoy hablando del hermano de aquella Carmen Lafinur que fue madre del Coronel Borges. No, estoy hablando de un amigo nuestro. Y estoy seguro que él anda por aquí de algún modo. Me parece muy raro que él no sepa que estoy hablando de él. Que yo he estado discutiendo aquel problema que tanto le interesaba a él: el origen del conocimiento, que seguramente provenía de las sensaciones y no de las ideas innatas o arquetipos platónicos. Estamos hablando de él, él está ausente en este momento, o quizá no lo esté. Pero yo lo siento como un amigo, siento que Lafinur está oyendo mis palabras, está sintiéndonos a todos nosotros. Está aquí con nosotros.

Muchas gracias.

(aplausos prolongados)

Conferencia dictada en San Luis en noviembre de 1976
Aula Magna del Colegio Nacional Juan Crisóstomo Lafinur
En Biblioteca Pública San Luis Digital
Jorge Luis Borges en Virginia, 1984, Foto Miguel Sayago


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