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6/3/19

Juan Gustavo Cobo Borda: Borges. Algunos textos perdidos







Si algo distingue a Borges es su generosidad. El irónico, el reticente, era ante todo un entusiasta; el aristócrata de espíritu, un demócrata laboral: no había tarea menor. Desde el legendario folleto sobre los bacilos búlgaros, escrito en compañía de Bioy para promover los productos lácteos de La Martona, hasta sus últimos prólogos —siempre hay un último prólogo de inminente aparición— todos los géneros y subgéneros fueron cultivados con inigualable rigor. Biografías y reseñas de libros en revistas para señoras, como El Hogar, solapas de novelas policíacas y de las otras, en colecciones como «El séptimo círculo» y «La torre de marfil», colaboraciones regulares en el suplemento literario de La Nación —Hietzsche, Poe, Sarmiento—, una enciclopedia china, o en la revista Sur; prólogos a libros de pintura como el dedicado a Figari, presentaciones de carpetas de serigrafías como las que Carlos Páez Vilaró dedicó, con el título de Mediomundo (1971), a los patios del conventillo de negros en el Montevideo que también forma parte de la mitología de Borges. 

Su espectro de intereses, como el mundo mismo, es muy amplio. A ello debemos añadir sus caballerosos y gentiles prólogos a, de seguro, hermosas mujeres que incurrían en libros de versos y páginas, sueltas y errantes, que andan por allí, semiperdidas, cuando, por ejemplo, como director de la Biblioteca Nacional, reanudó la revista de la misma o presentó el catálogo de una exposición de libros españoles.  

No hace mucho, en noviembre de 1991, en Santiago de Chile y con motivo de la inauguración de la Fundación «Vicente Huidobro», volví a compartir, con María Kodama, el culto a Borges; la próxima edición de La Pléiade donde irán muchas de sus páginas perdidas; la Fundación Borges, tan amplia como El Congreso mismo, ese relato que también abarca el universo y el hecho de que muchas gentes, en lugares tan inverosímiles como Bogotá o Alcalá de Henares, fatiguen bibliotecas y librerías de viejo, en pos de otra página, una más, del maestro por antonomasia. María Kodama, quien secunda estas empresas con su generosa sabiduría oriental, me animó a continuar en la pesquisa, y ahora Cuadernos Hispanoamericanos la acoge dentro de un justo homenaje.

La secuencia, para quien ama el riguroso y a la vez elástico orden mental propio de Borges, resulta apasionante. Comienza por un elogio de la biblioteca y la revista, prosigue interesándose por los avatares histórico-poéticos de su patria, Argentina, y luego se desplaza a otra de sus patrias, Japón, para retornar, al final, a los caballos de las pampas presentando el nuevo modelo de la Fiat, año 1971.

Con lo más irrelevante y, quizá, más deleznable, surgen páginas que albergan intactas la emoción y el fervor. Rescatar párrafos de Borges es seguir manteniendo vivo el río de la lengua.


Intenciones (1957) 

Al presentar el primer número de la segunda época de la revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, sita en la calle México, Borges contrapone la pasividad infinita de la misma —todo el pasado sin la selección del olvido— al activismo histórico de la revista, esa revista donde convivían un cuento de Manuel Peyrou con otro de Mario Benedetti, todo ello ilustrado por Norah Borges. 

La ironía del destino que le dio, a la vez, los libros y la noche, como a su antecesor Groussac y más atrás a José Mármol, tres bibliotecarios ciegos en un laberinto infinito, recalcan por contraste el papel de Borges como hacedor cultural. 

No sólo en la prensa diaria, como en el caso de Crónica, sino en Los Anales de Buenos Aires donde, también ilustrado por Norah Borges, publicaría Casa tomada de Julio Cortázar, otra revista borgiana.

Borges traductor, Borges compilador de antologías, del cuento fantástico al matrero, Borges director de coleccciones literarias, Borges bibliotecario en Almagro o en el centro de Buenos Aires, Borges conferencista en la Cultural Inglesa o en la Dante Alighieri; nadie más activo. Compaginar una revista, no sólo con sus amigos —caso de Bioy Casares o Carlos Mastronardi, caso de Mujica Láinez, de quien publica traducciones de los sonetos de Shakespeare— sino con jóvenes desconocidos que le acercan, confiados, sus primeras páginas, he aquí otro mérito del sonriente maestro. La Biblioteca, cómo no, sigue siendo infinita, pero la revista que la representa aún se deja leer con agrado. Sus «Intenciones» siguen siendo válidas para cualquiera que intente tales empresas.



Vinculado hace muchos años al diario La Nación, Cócaro ha escrito novelas y cuentos, además de ensayos y trabajos periodísticos. Promovió la edición de minoritarias revistas de poesía, en compañía de un juvenil Julio Cortázar, profesor en Chivilcoy. Y su contacto con la gente de la pampa y de los pueblos de la provincia de Buenos Aires se refleja en este libro de versos, prologado por Borges, donde la altisonancia de la épica se hace más discreta e íntima, tal como le complacía ejercerla a Borges, consciente de cómo el encuentro con su «destino sudamericano» es más bien coloquial, y no por dulce menos terrible, que parnasiano.

Pasión e individualismo: en Borges los héroes adquieren rostro humano. No es raro, entonces, que simpatizara con la actitud de este primer Cócaro.


Akutagawa (1959)

En el mismo número de La Biblioteca, cuya introducción rescatamos, se encuentra un breve pero esclarecedor trabajo de Kazuya Sakai sobre pintura japonesa. Destacado artista plástico él mismo, y diseñador de la revista Plural de México en la época que era dirigida por Octavio Paz, Sakai es también el traductor al español de los dos relatos de Akutagawa que Borges prologa. [Véase también Jorge L. Borges: Epílogo de "Vida de un loco" de R. Akutagawa]

Las relaciones de Borges con el Japón de seguro ya habrán merecido la tesis universitaria correspondiente, que bien puede ir desde cuentos como «El incivil maestro deceremonias Kotsuké no Suké» (1933) hasta sus hermosos tankas o su poema sobre el skintoísmo, fruto de sus últimos años y sus últimos viajes. [Sumamos acá Jorge Luis Borges: Diecisiete Haiku].

Pero este prólogo, certero e informativo, reconstruye el ir y venir de las culturas como un proceso de doble faz, en que es tanto lo que dan como lo que reciben, aun si el censo de aportes no se halla totalmente establecido. En todo caso, la infinidad de traducciones de Borges al japonés (conozco, por lo menos, una docena de títulos) y el libro publicado por Eudeba en Buenos Aires sobre Borges en Japón [+], son elocuentes en su caso. El Japón también era otra de las patrias de su elección.

Pero quizá más que las entrevistas y los ensayos críticos recogidos en este último volumen, son las fotos de María Kodama en Atlas las que mejor resumen, con una imagen, el ininterrumpido diálogo de Borges con la cultura japonesa, acrecentado en los últimos años por su amor a la propia María, hija de japonés.

Las fotos, entre templos y monasterios, lo convierten en otro monje más, tan sabio e irónico como los que formulaban koans para desbaratar la lógica y el lugar común. Con su kimono blanco, Borges, maestro-zen.

En todo caso, Akutagawa, a quien siempre incluyó en sus antologías del cuento fantástico, con sus versiones poliédricas de un mismo suceso, queda aquí presentado en español, por quien tenía una mente tan delicada y apocalíptica como la suya. Tan certera en la percepción del desastre humano como de su jubiloso rescate a través del juego, el humor y el arte. Como en el caso de Swift, las situaciones límites del animal humano le permiten a Borges, vía Akutagawa, enfrentarse al horror y superarlo.


Prólogo a la exposición del libro español (1962)

Más que los espejos, tigres y espadas, más que los laberintos mismos, el libro resume a Borges. Es su cifra y símbolo. Lo supo en la Biblia de su abuela, en las clandestinas Mil y una noches árabes y en la ilimitada biblioteca de libros ingleses de su padre. Cuando lo visité en su apartamento de la calle Maipú en Buenos Aires, los que parecían regir su mundo eran diccionarios y enciclopedias: útiles instrumentos para continuar pensando y fabulando.

Su rigor termina por volverlas literatura fantástica. Quizá de allí provenga, también, el agrado de la página con que presenta una muestra de libros españoles siendo director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

La lista de libros reunidos es un panorama amplio de la industria editorial española en ese momento. Lo que sí resulta conmovedor es el hombre paulatinamente ciego que soñaba aun el Paraíso bajo la forma de biblioteca: una biblioteca «hecha a medida del hombre». Donde se encontrara el goce de la relectura y esa eterna polaridad de su espíritu, siempre dúctilmente conjugada, entre el fantasma ultraísta y el lector de Virgilio. «El sereno y fiel placer de lo clásico, y las agradables alarmas del hallazgoy de lo imprevisto».

El poeta que combina la fluida mesura de sus endecasílabos y la sorpresa de sus imágenes, no por eternas menos nuevas —agua, río, rosa— escribió también ese «grave porvenir» en el cual vivimos y que resulta incomprensible sin su escritura. Un hombre escribe. El libro que redacta termina por darle sentido a esa lectura que ha sido su vida, aun cuando quien escribe crea que no había vivido ni fue feliz, pero sus frases, cierto gozoso disfrute que en ellas brilla, residuo alquímico de la muda existencia, nos confirman cómo transformó sus días en rumor y música. Decía en La moneda de hierro (1976) ["El remordimiento"]:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz.
          Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías.

Quien recitaba a Hugo y Verlaine terminaba por asentir ante Mallarmé: todo confluye en un libro. O, más modestamente, en un simple catálogo de libros.



Glosar las Sagradas Escrituras borgianas puede ser, como la otra, una tarea tan deleitosa como infinita. En El enigma de Shakespeare, transcripción de una cinta magnetofónica con motivo del cuarto centenario del dramaturgo, el atribuir las obras de Shakespeare a Bacon o a Marlowe le da pie para un grato recorrido donde conjura insensateces criptográficas y delirios interpretativos y recurre, con sosegado humor, a mostrar las imposibilidades psicológicas o verbales que impide la primera atribución.

En el caso de Marlowe su análisis se hace más fino, del placer estético a las conjeturas de la novela policial, para concluir con una bella metáfora de dos caras.

Shakespeare, que encierra y resume a todos los hombres, fue para sus contemporáneos invisible, como en cierta forma también lo fue Cervantes para los suyos. Pero el poder creador de Shakespeare, surgido directamente del contacto con los autores y el escenario, podía apagarse, en silencio y sin remordimientos, luego de esa magia instantánea. Además, a Shakespeare, dueño y señor de todas las palabras, no le pareció pertinente buscar aquellas que describieran su silencio apacible de propietario campestre. La conferencia se convierte así en el borrador ampliado de otro texto borgiano: «Everythingand Nothing». Una creación que brota de la erudición. Un erudito que brinda las fuentes de su creación.


Del amor y los otros desconsuelos (1968)

Gustavo García Saraví, poeta argentino que ha cultivado con gran acierto el soneto, y muy vinculado a España, ve prologada su obra por Borges. Una obra donde lo personal y lo histórico se entrelazan, ahondando el pasado a partir de la referencia personal Borges propone entonces un rescate de la historia argentina y de las fechas que son hoy placas de mármol.

Por ello, repasar la obra poética de Borges es encontrar también su versión de la historia argentina, desde la primera junta de gobierno, durante el congreso de Tucumán, hasta su oposición al régimen de Perón. Pero el hombre que nos ha dado su personal versión del pasado histórico es también el prologuista que ha señalado a nuestra atención innumerables textos que vale la pena revisar. Su propia historia literaria argentina. Allí están Mariana Grondona y un libro de viajes por Europa, allí están Waüy Zenner y dos libros de poemas, allí está Susana Bombal y su novela y Emma Risso Platero y su libro de narraciones fantásticas. Hay que releer entonces con ojos de Borges y ver qué queda de todo ello. Prólogos con un prólogo de prólogos (1975) ofrecía ya muchas opciones para reconstruir la peculiar historiografía literaria borgiana. A ello deben añadirse, además de los mencionados, estos de Cócaro y García Saraví. Gracias a Borges la literatura argentina se dilata en sus silencios y en sus márgenes.


Los morenos (1970)

Ya en 1935, cuando publicó Historia Universal de la Infamia, Borges, a través de «El espantoso redentor Lazarus Morell» había prestado atención a lo que el aporte negro significó en la cultura de América, desde el irónico arranque del cuento:

En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas.

El cuento, que según Mary Lusky Friedman (Una morfología de los cuentos de Borges, 1990) pinta «un retrato estereotipado de las plantaciones de EE.UU antes de la guerra civil», propone ya muchas de las consecuencias que Borges atribuye a ese gesto del P. de las Casas, y que treinta y cinco años después volverá a repetir en su prólogo a la carpeta de dibujos del artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, creador también de un singular conjunto arquitectónico en la costa uruguaya: «CasaPueblo».

Esas consecuencias eran, en el cuento, y refiriéndose a Sudamérica: «el éxito logrado en París por el pintor doctor oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental D. Vicente Rossi» y «la fornida carga a la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y Morenos en el Cerrito», todos ellos mencionados de nuevo al hablar de Páez Vilaró y sus ágiles dibujos, de trazo rápido, donde los patios y la bullente vida de los balcones entretejen su ágil red.

De todos modos, Borges no parece ir más allá de estas reiteradas referencias, en su balance de la cultura negra en el Río de la Plata, y de una resignada aceptación de la esclavitud, redimida por algún gesto heroico o de una asimilación, despojada de memoria histórica. La anécdota final acentúa la desamparada soledad de unas gentes en una tierra a la que habían sido arrastrada por la fuerza y vendidas al mejor postor. Sin embargo, el brillo exótico de la Historia Universal de la Infamia había terminado por convertirse en un dolor inmediato y fraterno, vivido en la intimidad de su propia casa.


Fiat Concord (1971)

Borges, para subsistir primero y luego dentro de su amabilidad sempiterna, condescendió a muchos encargos: un folleto sobre Argentina para Varig, una conferencia sobre literatura fantástica editada por Olivetti, y un hermoso testimonio sobre los amigos, que comienza con su padre y con Macedonio Fernández, para un laboratorio farmacéutico.

Dentro de este género se sitúa la carpeta con acuarelas de Castagnino —vigorosos rostros de caballos, en entrecruzado tropel de piernas y cascos— para promover un nuevo modelo de la Fiat.

El texto, como siempre, le sirve para ir más allá de su función publicitaria. Reflexiona sobre la historia argentina —«Caballos y hacienda se multiplicaron bíblicamente y contribuyeron a convertir el virreinato más modesto y más indigente en una de las primera repúblicas latinoamericanas»— y para amonedar una imagen arquetípica de su patria: «el hombre firme en el caballo».

Sin estar obnubilados por la admiración asoma la sospecha, inconcebible pero cierta, de que Borges era incapaz de una página menor. Ésta, con el involuntario humorismo de sus finales «caballos de fuerza» termina por traer un eco de remotos orígenes y hazañas legendarias. De una épica menor, pero épica al fin, del primer caballo al Fiat Concord. Borges, publicista, sabía persuadir.


Ramón Columba: El Congreso que yo he visto (1918)

Para los «Esquemas» de la Editorial Columba de Buenos Aires, Borges preparó tres delgados y útiles volúmenes: literatura inglesa, norteamericana y uno sobre el budismo, en colaboración con Alicia Jurado. También prologó un cuarto, colectivo y más voluminoso, sobre la Argentina.

Estos trabajos, algunos de los cuales le ayudaron a subsistir cuando el peronismo lo dejó cesante como bibliotecario y lo nombró inspector de aves en un mercado de Buenos Aires, están detrás de este prólogo hecho a la recopilación de anécdotas y caricaturas que Ramón Columba, el editor, dedicó al Congreso argentino y a sus representantes, entre 1906 y 1943.

Señala Borges el carácter a la vez preciso y espectral de todo retrato, ya que subsiste más allá del muerto y en alguna forma lo encarna para siempre, y reflexiona luego sobre la caricatura que tiene «como todas las artes, la misteriosa obligación de ser grata». El valor del prólogo se enriquece, como en el caso de Páez Vilaró, con un recuerdo personal de Borges, mostrando su estrategia en tal campo: erudición histórica que desemboca en referencia autobiográfica. Así, Borges dibuja, con un generoso rasgo, al editor de los serviciales «Esquemas», mostrando, una vez mas, cómo la palabra termina por recrear, mejor incluso que las líneas del lápiz, la silueta de un hombre. 


María Luisa Bombal (1988)

La autora de La última niebla y La amortajada, publicadas por Sur, debería fascinar a Borges. Esa joven chilena pelirroja había logrado crear un mundo narrativo propio. María Luisa Bombal, con su firme pulso para borrar los límites entre vida y muerte, y su actitud inteligente y emancipada en la vida diaria, causó una impresión imborrable entre sus amigos argentinos de los años 40, tal como lo confirma una página de José Bianco, el mítico secretario de redacción de Sur, ahora incluida en su libro Ficción y reflexión (Fondo de Cultura Económica). Por ello, muchos años más tarde, Borges deja consignada, en inglés, su admiración por una escritora sutil, que había aprendido a hablar desde la muerte, como en el caso de La amortajada, y era, sin lugar a dudas, una de las mejores, como lo atestiguan las reediciones (Seix-Barral) y las biografías que se han escrito sobre su atrayente y desgarrada figura. La edición en inglés de sus textos confirma su irradiación creciente y la importancia, cada día mayor, de su aporte a nuestras letras. Borges lo supo antes que nadie.








En Cuadernos Hispanoamericanos "Homenaje a Jorge Luis Borges", 73
N° 505-507 Julio Septiembre 1992
Dirigieron esta publicación: Pedro Laín Entralgo, Luis Rosales, José Antonio Maravall
Director: Félix Grande
Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana

Imagen arriba: Borges en Palermo, Sicilia, 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos

Abajo: Facsímiles de la edición aludida




2/1/19

Germán García: Kafka–Borges, una fraternidad discreta







Allan Janik y Stephen Toulmin, en La Viena de Wittgenstein, escriben:

En los últimos días de la Monarquía de los Habsburgo en la que Rilke y Kafka nacieron y especialmente en la finisecular Praga, que merece un estudio para ella sola se podía, al menos, tener un vislumbre de lo que iba a ser de Europa tras la Primera Guerra Mundial antes de que fuese remotamente concebible como hecho político, Musil, que no era de Praga, compartía con Rilke y Kafka una preocupación prebélica por la incapacidad del lenguaje para explicar a los otros el ser íntimo del hombre. [1]

Para estos autores la fragmentaria “Descripción de una lucha”, de Kafka, mostraría esta preocupación.
Pero Klaus Wagenbach pone el acento en la diferencia de Kafka con los autores de lengua alemana, aunque escribiese también en esa lengua:
Ni siquiera —dice— trató personalmente a sus contemporáneos austríacos más importantes: Musil, Hofmannsthal, Rilke o Trakl. Lector con mucha frecuencia entusiasta (por ejemplo, de Thomas Mann), pero en modo alguno sistemático, conoció sus obras, mas se mantuvo alejado de participar directamente en su mundillo literario.[2]
Detrás de estas diferencias está el expresionismo con sus experimentos lingüísticos, pero Kafka se había apropiado de esa lengua para otros fines: sus imágenes eran extraordinarias, su lenguaje estricto.
“Un sueño eterno”, El País, 3 de Julio de 1983, es un breve texto de Borges publicado en ocasión del centenario de nacimiento de Franz Kafka. Leo:
Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán. Antes lo había intentado con el ruso, pero fracasé. El alemán me resultó mucho más sencillo y la tarea fue grata. Tenía un diccionario alemán —ingles y al cabo de unos meses no sé si lograba entender lo que leía, pero sí podía gozar de la poesía de algunos autores. Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba Once cuentos.(sic.)Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que yo mismo pudiera entenderlo a pesar de que el movimiento expresionista que era tan importante en esa época fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de ese momento lo he leído continuamente [...] A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres de otra época sin necesidad de vincularlos con Alemania o con Arabia. El hecho de haber escrito un texto que transciende el momento en que se escribió es notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético [...] Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación y nunca supe por que a todos les dio por ponerle La metamorfosis.[3]
Juan José Saer hace una sugerente comparación entre Las confesiones de San Agustín y la Carta al padre, de Franz Kafka. No pretende que exista una influencia, ni tan siquiera que Kafka lo haya leído. Habla de la posición del narrador, de la manera que se sitúa frente al Otro, de algunos recursos retóricos. Se trata y no se trata de autobiografía. Entre nosotros tenemos también: Kafka y su padre de Carlos Correas, quien dice que escribe el abogado (como en San Agustín, podemos decir, escribe el profesor de retórica). El padre es el tópico que comparte con el expresionismo, como lo describe Walter Muschg: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada gracias a la interpretación de Freud.” Y más adelante:
La locura, el niño y el sueño son los temas principales del arte expresionista, que también influyeron profundamente su sentimiento formal. Forman parte del mito expresionista de la niñez los cantos de Trakl al muchacho Elis, las tragedias infantiles de Jahnn, así como Muchachos soñadores de Kokoschka. El enigma del sueño conmovió sobre todo a Kafka, cuyo estilo representativo está originado directamente en Freud. [4]
Más allá del espíritu de época, el nuevo lenguaje grafico y el nuevo lenguaje formal derivado de aquél, no estaban sujetos a tales temas: El expresionismo creó obras narrativas, líricas y dramáticas, que demostraron que con ellas se había conquistado una nueva dimensión.
¿Qué compartiría Borges, el adolescente, con este clima cultural? En los juegos absurdos del dadaísmo se anuncio muy pronto el presentimiento de que la lucha de los hijos había sido perdida. De los quince a los veinte años Borges está en Suiza, donde surgió en 1916 el movimiento Dadá con su Café Voltaire. Algo que no ignoraba, ya que al poco de llegar a España publica un poema en una revista dadaísta de Francia, llamada Manometre, Lyon, 1924.
¿Qué compartía con Kafka en lo que hace al padre? Más de lo que pareciera, aunque no hizo un tema directo. Su padre aparece en su obra menos que sus antepasados, pero en sus reportajes está presente cada vez que Borges habla de su destino literario decidido en su infancia. También, más de una vez, habló de una promesa que le había hecho a su padre; volver a escribir El caudillo. Promesa que cumplió y no cumplió: hay más de un relato referido a temas de esa novela paterna, que nunca reescribió. De la misma manera Kafka hizo saber a sus amigos de la existencia de Carta al padre, aunque su destinatario nunca tuvo noticia de este texto.

Berthold Brecht nos facilita mostrar el peso de la novela familiar tanto en Kafka como en Borges. Hans Meyer escribe: “El joven Brecht no se perdió en el ámbito de los seudo problemas entre padre e hijo, de la lucha entre sexos, del conflicto entre poder y espíritu. Ni Strindberg ni Heinrich Mann. Ya los primeros conflictos a los que este autor quiso dar forma son inmediatamente sociales.” Por su parte Walter Muschg, al referirse a la literatura expresionista alemana, que sitúa en un arco que va de Trakl a Brecht, afirma: “La lucha contra la autoridad del padre se convirtió en tema fijo de la literatura revolucionaria y se vio consagrada a la interpretación que Freud hizo del conflicto de Edipo. Numerosos jóvenes lo vivieron hasta llegar al suicidio; entre los escritores, los más afectados fueron seguramente Georg Heym y Franz Kafka, cuya Carta al padre (Brief an den Vater), que nunca llegó a enviar, constituye el más importante documento humano de esta polémica”.
Digamos de paso que otro encuentro con Sigmund Freud fue la lectura de la Interpretación de los sueños, que los artistas calificaron como una “estética anticlásica” y que exponía tanto lo nauseabundo como una premisa que interesaba a las vanguardias: el encuentro del sentido en el sinsentido.
Kafka nace austríaco, pasa a ser checo, pero se educa en Praga en un colegio de cultura alemana. Hasta ahí es bilingüe. También pertenece a otra minoría; es judío y trata de aprender la lengua de sus mayores. Y, por supuesto, antes de la existencia del Estado de Israel fantasea con ir a Palestina. Por último, quiere saber francés y también italiano para estar al tanto de los movimientos literarios (ya que las vanguardias de lengua alemana le deben su primer impulso al futurismo de Marinetti, al igual que los rusos, y los franceses).
En este cruce de lenguas y territorios políticos Kafka, como diría Sergio Cueto, cava su madriguera. Praga, además del café Arco, algunos parques, la casa familiar, el lugar de su trabajo, es para su obra un laberinto subterráneo poblado de diversos animales prodigiosos y temibles.
Igual cruce de lenguas, territorios y culturas políticas configuran la personalidad de Borges. Dos escritores ubicuos, ubicuidad que Borges elogia en “Kafka y sus precursores”. En el opuesto de esta problemática va a situarse Berthold Brecht, según lo muestra Hans Mayer en su Brecht [5]
Diario de Franz Kafka: “¡Por última vez psicología!”
Decían que Kafka hablaba siempre como Kafka. Y todo lo que decía Kafka podría estar en una obra o en uno de sus aforismos. También Brecht —al contrario de muchos escritores— era en todo momento Brecht: lo mismo puede decirse de Borges.
Durante más de cinco décadas Borges no ha dejado de referirse a Kafka: traducciones, prólogos, conferencias, artículos y reportajes. Incluso llegó a decir en una conferencia de 1983: “tuve la osadía de tratar de ser Kafka, en dos cuentos míos. Uno se llama “La biblioteca de Babel”; el otro “La lotería en Babilonia”.”[6]
En 1937 (29 de octubre) Borges publica una breve noticia titulada “Franz Kafka”, donde afirma:
“América”, la más esperanzada de sus novelas, es acaso la menos característica. Las otras dos El proceso (1925), El castillo (1926) tienen un mecanismo del todo igual al de las paradojas interminables del eléata Zénon. El héroe de la primera, progresivamente abrumado por un insensato proceso, no logra averiguar el delito de que lo acusan, ni siquiera enfrentarse con el invisible tribunal que debe juzgarlo; éste, sin juicio previo, acaba por hacerlo degollar. K., el héroe de la segunda, es un agrimensor llamado a un castillo, que no logra jamás penetrar en él y que muere sin ser reconocido por la autoridades que lo gobiernan. No me parece casual que en ambas novelas falten los capítulos intermedios: también en la paradoja de Zenón faltan los puntos infinitos que deben recorrer Aquiles y la tortuga. [7]
El hecho es que el habitante de Elea (ciudad de la Italia antigua) que no escribía literatura y el escritor checo de lengua alemana que llegó a la juventud en el siglo XX,  murieron antes de conocer el elegante, en el sentido matemático, argumento de “Kafka y sus precursores”.

La noticia de Borges de 1937 prosigue:
De los cuentos de Kafka entiendo que el más admirable es el titulado “La construcción de la muralla china”. También “Chacales y árabes”, “Ante la ley”, “Un mensaje imperial”, “Un ayunador”, “El pesar del padre de familia”, “El problema de las leyes”, “Una vieja página”, “El buitre”, “El topo gigante”, “Investigaciones de un perro”, “La madriguera”.[8]
Algunos de estos cuentos circulan con títulos diferentes: “El ayunador” como “El artista del hambre”, “Una vieja página” como “Un antiguo manuscrito”.
En compensación, la excelente traducción de Ariel Magnus recupera “La madriguera” usado por Borges, después de que durante bastante tiempo el cuento se conociera como “La construcción”.
A los cuentos que enumera en 1937 Borges suma, en distintos momentos, los siguientes: “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, “El escudo de la ciudad”, “Primera tristeza”, “Prometeo”, “Una confusión cotidiana”.
Este conjunto que Borges difunde en nuestra lengua afirma que el cuento es el género que sostiene la grandeza de Kafka, aunque al menos dos de sus novelas (El proceso y El castillosean elogiables. Al parecer esta última tiene algunos eslabones intermedios de más. Y es posible que para Borges pocas novelas estén privadas de los eslabones necesarios, pocas novelas pueden compararse con la paradoja de Zenón sin deja de ser literatura.
En este punto comparto el acierto de Ricardo Piglia cuando dice que Borges supo por Kafka que no se puede escribir una novela, que la narración breve puede controlar ripios que la novela vuelve inevitables.
Borges cita a Veblen, quien dice que los judíos sobresalen en la cultura occidental porque están en ella y al mismo tiempo no se sienten atados por ninguna devoción especial. Y agrega a los irlandeses y propone lo mismo para los argentinos. Me refiero a “El escritor argentino y la tradición”, que hay que leer junto con “Las alarmas del doctor Américo Castro” y “Kafka y sus precursores”.
En febrero de 1912 Kafka dicta una “Conferencia introductoria sobre la jerga”, que será, a la vez, una presentación de unos poetas judíos = orientales. “ ‘La jerga’, dice, no tiene gramática. Hay aficionados que intentan escribir gramáticas, pero la jerga continua hablándose; no encuentra reposo. El pueblo no se la deja a los gramáticos.”[9]
Todo el que entienda alemán, dice Kafka, podrá entender la jerga y plantea la paradoja de que por eso mismo no se puede traducir la jerga a esa lengua, aunque sí a cualquier otra. La argumentación de Borges, cuando responde al doctor Américo Castro, es semejante. Y sabemos que al regresar a Buenos Aires el joven Borges intenta escribir la jerga y, con el tiempo, la convierte en un tema (el poema “El tango” es un buen ejemplo).
La jerga, en la explicación de Kafka, es una bifurcación del alemán que ha incorporado elementos de lenguas diversas, como El idioma de los argentinos.
En el curso 1967-1968 de la Universidad de Harvard, Borges pronunció seis conferencias. En la tercera, titulada “El arte de contar historias” desliza una precisión sobre Kafka que, me parece, puede justificar en parte lo que me propongo decir: “Cuando leemos El castillo de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo.” Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizás ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público hubiera notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.[10] También había afirmado: “En Kafka hay, por ejemplo, una honda trivialidad del protagonista, que contrasta con la magnitud de su perdición y que lo entrega, aun más desvalido, a las Furias.”[11]

Y Adolfo Bioy Casares en Borges anota:
Kafka seguramente pensaba por parábolas. Seguramente no tenía más explicación de sus cuentos que lo que decía el texto; está bien: su tema es la relación del hombre con un dios y con un cosmos incomprensible. Dios, al final del libro de Job, el dios que manda al Leviatán, es el dios de Kafka, el dios totalmente incomprensible. […]
Pero Kafka no explica ni necesita explicar: su misterio es el misterio del mundo o de la vida [...] Kafka inventó un tipo totalmente nuevo de relato; pero, a diferencia de todos los inventores o precursores, ha sabido manejar su invento con notable economía y lucidez, utilizando una cantidad mínima de elementos. Esta sencillez de sus composiciones es uno de sus mayores méritos.[12]

Y, más adelante, en estilo indirecto Bioy Casares resume: “De Kafka dice que sus amigos eran expresionistas, pero quería ser clásico; pero que la idea de Kafka, en la mente de casi todo el mundo, es expresionista, sirve para interpretaciones psicoanalíticas, etcétera. Véanse los films sobre El proceso, etcétera.” El enigma es la existencia que cualquier respuesta convierte en trivial, por eso se trata de convertir la resolución en un enigma.
Continúa Borges en Un sueño eterno, después de algunas otras consideraciones:
Creo que sus cuentos son superiores a sus novelas. Las novelas, por otra parte, nunca concluyen. Tienen un número infinito de capítulos, porque su tema es un número infinito de postergaciones. A mí me gustan más sus relatos breves y, aunque no hay ahora ninguna razón para que elija a uno sobre otro, tomaría aquel cuento de la muralla china (...) Kafka fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso. Empecé siendo barroco, como todos los jóvenes escritores, y ahora trato de no serlo. Intenté también ser anónimo, pero cualquier cosa que escriba se conoce inmediatamente (...). Yo creo que ni Virgilio ni Kafka querían en realidad que su obra se destruyera. De otro modo habrían hecho ellos mismos el trabajo. Si yo le encargo la tarea a un amigo, es un modo de decir que no me hago responsable (...). Yo estuve en el acto del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparó con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba la obra, no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria.[13]
Un día, dice Borges, no sabremos la vida de Kafka pero sus cuentos seguirán contándose. Una y otra vez elogia la ubicuidad de la literatura y, en consecuencia, la de los relatos de Kafka. Esta posición choca con la discusión sobre la alegoría. No se trata de una idea que logra una imagen, sino de algo que surge del lenguaje y vuelve al lenguaje, de algo que es a la vez singular y universal, de la misma manera que Borges repite que un hombre es todos los hombres, que diferir de la especie es un rodeo para disolverse en la especie. En el prólogo de América, dirá: “Kafka es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”. Ser clásico y ser de un determinado siglo: ése es el oxímoron que orienta esta posición de ubicuidad de una literatura que Borges también practica: se puede leer en los textos breves de El hacedor (debo a Ricardo Piglia esta observación), también en muchos poemas donde la voz de Kafka se enmascara en el género.
¿Qué pasaría con el castellano del Río de la Plata si fuera traducido al español de Madrid? Sólo quedaría como el Quijote de Pierre Menard.
Paradojas de las lenguas periféricas que pueden vampirizar a otras lenguas sin retorno (Joyce en inglés regular desaparece, como desaparece un chiste en su explicación y un juego de palabras que no se entiende).
En “Kafka y sus precursores” Borges escribe:
Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos esta la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría.[14]
El alemán de Kafka, filtrado por el checo y por la jerga, resulta Unheimlich, de una extraña familiaridad (cuando Kafka leyó “La colonia penitenciaria” en Berlín algunas mujeres tuvieron que ser asistidas porque no soportaban la violencia de las imágenes provocadas por un lenguaje despojado de eufemismos).

Frente al expresionismo

Oscar Caeiro, que se basa en Binder, dice que no hay necesidad de establecer una relación estricta entre la obra de Kafka y el expresionismo; basta señalar que este movimiento y Kafka participaron de los cambios que se produjeron en el arte y la literatura del momento: “Se produjo una quiebra general del estilo mimético, la disolución del vinculo tradicional entre palabra y cosa.”[15]
Max Brod dice que en una carta que Kafka le mandó en 1903 o 1904 se refiere a un personaje que, a su entender, coincide con la imagen del conocido de “Descripción de una lucha”. Pues bien, en esa carta Kafka habla de una discusión literaria con Brod. Éste le habría dicho en cierta oportunidad que en Flaubert hay puras ocurrencias sobre hechos y nada de azufre anímico. Kafka replica que en Werther —obra de Goethe que Brod admira— hay en cambio “demasiado azufre anímico”.[16]
Kafka rechaza lo sentimental o emotivo predominantes en la literatura expresionista. Sin ser realista, su fría mirada sobre las cosas y las personas se encuentra en su extraña objetividad. El mismo rechazo encontramos en Borges, por ejemplo cuando se burla de los rusos y los discípulos de los rusos en el prólogo La invención de Morel de Bioy Casares. Y, aunque parezca extraño, también en Brecht.
Cuando Borges dice que dos veces jugó a ser Kafka: en “La biblioteca de Babel” y en “La lotería de Babilonia”, recordemos que en uno introduce paradojas sobre el infinito y en el otro habla de la paradoja de Zenón (usada para explicar El proceso y El castillo). A su manera, “La biblioteca de Babel” (en su primera versión “La biblioteca total” que ironiza sobre el arquitecto Walter Gropius y su construcción de un teatro total pedido por Piscator) comenta El Proceso, donde leemos por ejemplo: “... una habitación de tamaño mediano, con dos ventanas, circundada por una galería muy próxima al techo, e igualmente ocupada en su totalidad; en ella, la gente tenía que estar agachada y tocada el techo con la cabeza y la espalda....” [17] “La lotería en Babilonia” parece referirse tanto a El castillo, como a “La muralla china”. También encontramos a Kafka en el cuento “El milagro secreto”, que transcurre en Praga cuando “las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga”.
Borges algunas veces matematiza, de José María Ferrero y Alfredo Raúl Palacios,  indaga las paradojas del tiempo y su imbricación entre objetivo-subjetivo.[18]
Patricia Runfola, en su libro Praga en tiempos de Kafka, recrea de manera detallada la presencia del expresionismo literario a partir de la figura de Franz Werfel y su poesía lirica convertida en un fenómeno a partir de 1910.[19] Su poema La procesión (Die Prozession) es paradigmático del estilo expresionista, amplificador de líneas, colores y sonidos. Los poetas expresionistas de lengua alemana vivían al ritmo de los impulsos de su juventud: “los impresionistas miran, los expresionistas ven” era la consigna que resumía el cambio. Entre estos videntes no estaba Kafka, aunque tampoco miraba.
Un dadaísta, que había estado en 1910 en Praga, se encuentra con Kafka en Berlín en 1923. Se trata de Raoul Hausmann:
—¿Señor Kafka? Me mira sorprendido. Perdone, no se...
—Me llamo Hausmann
—Ajá! el dadaísta
—Sí, y me gustaría preguntarle algo sobre Dadá.
Me mira fijamente. Tal vez yo sea una aparición poco común, con mi grueso monóculo en el ojo izquierdo.
—¿Qué quiere saber de mí? ¿Lo que pienso sobre Dadá?
—Eso es. Me quita usted la pregunta de la boca.  Así que, señor Kafka.
—Ahí estamos, representantes de dos mundos, aunque tal vez no tan lejos como ambos creemos.
—Bueno, es difícil decirlo. No he asistido a ninguna representación dadaísta. Sólo he leído algunas cosas al respecto. Probablemente tenga una idea muy imprecisa. Incluso la velada dadá en la Bolsa de Comercio de Praga sólo la conozco de oídas. Pero nunca juzgo al azar, a la ligera. Dígame cómo ve usted el dadaísmo, lo que representa para usted.
—De acuerdo. Lo haré con gusto, pero quiero ponerlo en relación con sus ideas, buscando las afinidades. Sí, las contradictorias afinidades, aun cuando esto le sorprenda. Sin duda ha leído usted el libro de Rudolf Kassner,  Número y rostro.
—Sí, y las verdades expresadas en él me tienen muy preocupado. Pero Dadá, no veo que...
—Oh, sí, espere. Precisamente porque ha empleado usted la palabra verdad refiriéndose a Kassner. Él no aporta nuevas verdades. Él ...
—Ciertamente que no. Pero, una vez más, ¿Qué tiene el en común con Dadá? Es un metafísico, y Dadá es, digamos, por lo menos irónico, paródico, no toma nada en serio y...
—Alto, se equivoca usted, señor Kafka. Lo verá enseguida. En primer lugar, tengo a Kassner por más pragmático de lo que probablemente cree usted. En cuanto a las verdades, son en su mayoría antiguas, en nuestra época no hay más viejas verdades. Las nuevas verdades son en su mayoría muy antiguas. Una nueva verdad en mil casos se puede rastrear hasta la antigüedad. Simplemente porque en rarísimas ocasiones se trataba de una verdad, es decir, que casi siempre era algo sin realidad alguna. La mayor parte de las veces las verdades eran hipótesis a priori, para cuya puesta en práctica faltaron la técnica y la determinación necesarias. Los interrogantes de Kassner quedan por lo general en pie. En lugar de la coincidencia de los opuestos de Nicolás de Cusa él pone la alternativa de la identidad finita o del individuo infinito.
—Eso ya lo sabían también los griegos.
Kafka asiente con la cabeza y dice:
—Sí, pero piense usted... El hombre es tal vez el prisionero de la casa del padre. Yo vi esto y me defendí del golem, el hombre de paja, el eterno hijo póstumo de las viejas leyes. No soy determinista, pero hay vínculos a los que no podemos sobreponernos. Podría decir con Plotino: quien se queja de la naturaleza del mundo, no sabe en lo que se mete y hasta dónde lo puede llevar su osadía. Me parece que aquí es donde se encuentran los límites incluso para el dadaísmo.[20]

Podemos leer, cada uno por su lado, el poema El Golem, de Borges, como metáfora de la relación con el padre. Es lo que propone Kafka. Pero Hausmann todavía tiene algo que decir en su encuentro con Kafka, que no transcribimos completo porque Walter Benjamin reclama nuestra atención: “El padre es aquel que castiga. La culpa lo atrae como a los funcionarios del tribunal. Muchos signos inducen a pensar que el mundo de los funcionarios y el de los padres es para Kafka el mismo. La similitud no los honra.”[21]
En una ocasión Kafka fue a buscar a su amigo Max Brod, encontró al padre durmiendo en la antecámara. Aterrado ante la idea de haber podido turbar el sagrado reposo de un hombre, Kafka escurriéndose de puntillas, susurró: “Por favor, considéreme un sueño”. Décadas después, su discreto amigo Borges anheló, en su literatura, que se lo considerara un sueño.





[1] Allan Janik y Stephen ToulminLa Viena de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 2002.
[2] Klaus Wagenbach, Kafka, Madrid, Alianza, 1970.
[3] Umwandlung (entre otras cosas, “metamorfismo”). Verwandlung (“transformación”, primera acepción) es la palabra usada por Franz Kafka.
[4] Walter Muschg, Historia trágica de la literatura, México, FCE, 2009.
[5] Hans Meyer, Brecht, Hiru, Hondarribia, 1998.
[6] Daniel Balderston, Gastón Gallo y Nicolás Helft, Borges, una enciclopedia, Buenos Aires, Norma, 1999.
[7] Jorge Luis Borges, Obras Completas, IV, Buenos Aires, Emecé, 1996.
[8] Borges, una enciclopedia, op.cit.
[9] Franz Kafka, Obras Complemtas, Tomo III, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003.
[10] Jorge Luis Borges, Arte poética, Barcelona, Crítica, 2001.
[11] Jorge Luis Borges, “Nathaniel Hawthorne”, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[12] Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Planeta, 2006.
[13] Jorge Luis Borges, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974
[14] Obras Completas, op. cit.
[15] Oscar Caeiro, Kafka y sus consecuencias, Córdoba, Alción, 2003.
[16] Kafka y sus consecuencias, op.cit.
[17] Franz Kafka, El proceso, Barcelona, Ediciones B, 2003.
[18] Jose M. Ferrero y Alfredo R. Palacios, Borges algunas veces matemátiza, La Plata, Ediciones del ochenta, 1986.
[19] Patricia Runfola, Viena en tiempos de Kafka, Barcelona, Bruguera, 2006.
[20] Ludwig Hardt, Cuando Kafka vino hacia mí…Barcelona, El Acantilado, 2009.
[21] Walter Benjamin, Angelus Novus, Barcelona, Edhasa, 1971.







Disertación de Germán García en
Congreso Kafka-Borges  
Buenos Aires, mayo de 2010
Mural de Polesello en la II Bienal Borges-Kafka 
Buenos Aires, abril-mayo de 2010
Al pie: Retrato de Germán García, 1963






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