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6/6/15

Jorge Luis Borges: Yo (bilingüe)





Borges stands for all the things I hate. He stands for publicity, for being photographed, for having interviews, for politics, for opinions —all opinions are despicable I should say. He also stands for those two nonentities, those two imposters failure and success, or, as he called them where we can meet with triumph and disaster and treat those two imposters just the same. He deals in those things. While I, let us say (…), I stands not for the public man but for the private self, for reality, since these other things are unreal to me.
The real things are feeling, dreaming, writing —as to publishing, that belongs, I think, to Borges, not to the I. Those things should he avoided. Of course I know that the ego has been denied by many philosophers. For example, by David Flume, by Schopenhauer, by Moore, by Macedonio Fernández, by Frances Herbert Bradley. And yet I think we may think of it as a thing. And now it comes to me that I am being helped at this moment by no less a person than William Shakespeare.
Remember Sergeant Parolles. Sergeant Parolles was a miles gloriosus, a coward.
He was degraded. People found out that he wasn’t really a brave man. And then Shakespeare came to his aid, and Sergeant Parolles said: «Captain Fll be no longer, simply the thing I am shall make me live, the thing I am.»
And that of course reminds us of the great Words of God: «I am that I am». Ego sum qui sum. Well, you may think I stand simply for the thing I am, that intimate and secret thing. Perhaps one day I will find out who he is, rather than what he is.

Barnstone, 1982

Borges representa todas las cosas que odio. Representa la publicidad, las fotos, las entrevistas, la política, las opiniones —todas las opiniones son despreciables, diría yo. También representa esas dos naderías, esas dos imposturas, el fracaso y el éxito, o, como él dice, donde podemos encontrarnos con el triunfo o la derrota y tratar esas dos imposturas de la misma manera. Él se dedica a eso, mientras que yo, digamos, yo represento, no el hombre público, sino el ser particular, la realidad, pues esas otras cosas son irreales para mí. 
Lo real es sentir, soñar, escribir —lo de publicar, eso pertenece, creo, a Borges, no al yo. Habría que prescindir de eso. Por supuesto, sé que el ego ha sido negado por numerosos filósofos. Por ejemplo, por David Hume, por Schopenhauer, por Moore, por Macedonio Fernández, por Francés Herbert Bradley. Creo, sin embargo, que podemos considerarlo como una cosa. Y ahora se me ocurre que cuento con la ayuda en este momento nada menos que de alguien como William Shakespeare. 
Recordemos al sargento Parolles. El sargento Parolles es un miles gloriosus, un cobarde. 
Es degradado. Se descubre que no es en realidad un valiente. Y entonces Shakespeare acude en su defensa, y el sargento Parolles dice: «Ya no seré nunca más capitán, simplemente la cosa que soy me hará vivir, la cosa que soy.» 
Y eso, desde luego, nos recuerda las famosas palabras de Dios: «Yo soy el que soy». Ego sum qui sum. Pues bien, pensemos que represento simplemente la cosa que soy, esa íntima y secreta cosa. Quizá algún día descubriré quién es, mejor dicho qué es.

Traducción A. Fernández Ferrer



En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988 
Cfr: Barnstone, Willis (ed.): Borges at eighty. Conversations
Bloomington, Indiana University Press, 1982
Foto: Willis Barnstone with Borges on an ordinary evening in Bs. As., 1975



26/4/15

Jorge Luis Borges: Nazismo








Yo abomino, precisamente, de Hitler porque no comparte mi fe en el pueblo alemán; porque juzga que para desquitarse de 1918, no hay otra pedagogía que la barbarie, ni mejor estímulo que los campos de concentración. Bernard Shaw, en ese punto, coincide con el melancólico Führer y piensa que sólo un incesante régimen de marchas, contramarchas y saludos a la bandera puede convertir a los plácidos alemanes en guerreros pasables…
Si yo tuviera el trágico honor de ser alemán, no me resignaría a sacrificar a la mera eficacia militar la inteligencia y la probidad de mi patria; si el de ser inglés o francés, agradecería la coincidencia perfecta de la causa particular de mi patria con la causa total de la humanidad.
Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe. No me refiero al imaginario peligro de una aventura colonial sudamericana; pienso en los imitadores autóctonos, en los Überinenschen caseros, que el inexorable azar nos depararía.
Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles.

Ensayo de imparcialidad, 1939


Mentalmente, el nazismo no es otra cosa que la exacerbación de un prejuicio del que adolecen todos los hombres: la certidumbre de la superioridad de su patria, de su idioma, de su religión, de su sangre. Dilatada por la retórica, agravada por el fervor o disimulada por la ironía, esa convicción candorosa es uno de los temas tradicionales de la literatura. No menos candoroso que ese tema sería cualquier propósito de abolirlo. No hay, sin embargo, que olvidar que una secta perversa ha contaminado esas antiguas e inocentes ternuras y que frecuentarlas, ahora, es consentir (o proponer) una complicidad. Carezco de toda vocación de heroísmo, de toda facultad política, pero desde 1939 he procurado no escribir una línea que permita esa confusión. Mi vida de hombre es una imperdonable serie de mezquindades; yo quiero que mi vida de escritor sea un poco más digna.

El Gran Premio de Honor, 1945







En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Primeras Publicaciones:
Ensayo de imparcialidad, en Sur, núm. 61, octubre, 1939
El Gran Premio de Honor, en Sur, núm. 129, julio, 1945
Foto Archivo Diario Clarín vía
Portada del libro Borges A/Z
Col. La Biblioteca de Babel






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