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7/1/15

Jorge Luis Borges: Venecia







Los peñascos, los ríos que tienen su cuna en las cumbres, la fusión de las aguas de esos ríos con las del Mar Adriático, los azares o las fatalidades de la historia y de la geología, la resaca, la arena, la formación gradual de las islas, la cercanía de Grecia, los peces, las migraciones de las gentes, las guerras de la Armórica y del Báltico, las cabañas de junco, las ramas entretejidas con barro, la inextricable red de canales, los primitivos lobos, las incursiones de los piratas dálmatas, la delicada terracota, las azoteas, el mármol, las caballadas y las lanzas de Atila, los pescadores defendidos por su pobreza, los lombardos, el hecho de ser uno de los puntos en que se encuentran el Occidente y el Oriente, los días y las noches de generaciones hoy olvidadas fueron los artífices. Recordemos también los anuales anillos de oro que el Dux dejaba caer desde la proa del Bucentauro y que, en la penumbra o tiniebla del agua, son los indefinidos eslabones de una cadena ideal en el tiempo. Sería aquí una injusticia olvidar al solícito buscador de los papeles de Aspern, a Dandolo, a Carpaccio, al Petrarca, a Shylock, a Byron, a Beppo, a Ruskin y a Marcel Proust. Altos en la memoria están los capitanes de bronce que invisiblemente se miran desde hace siglos, en los dos términos de una larga llanura.
Gibbon observa que la independencia de la antigua república de Venecia ha sido declarada por la espada y puede ser justificada por la pluma. Pascal escribe que los ríos son caminos que andan; los canales de Venecia son los caminos por los que andan las enlutadas góndolas que tienen algo de enlutados violines y que también recuerdan la música porque son melodiosas.
Alguna vez escribí en un prólogo Venecia de cristal y crepúsculo. Crepúsculo y Venecia para mí son dos palabras casi sinónimas, pero nuestro crepúsculo ha perdido la luz y teme la noche y el de Venecia es un crepúsculo delicado y eterno, sin antes ni después.



En Atlas (1984)
Foto: Borges y María Kodama 
En el Café Florian, por Fulvio Roitter
Colección María Kodama) [+]
Acompaña al texto en la edición de Emecé (2008)


28/8/14

Jorge Luis Borges: El Principio







Dos griegos están conversando: Sócrates acaso y Parménides.
Conviene que no sepamos nunca sus nombres; la historia, así, será más misteriosa y más tranquila.
El tema del diálogo es abstracto. Aluden a veces a mitos, de los que ambos descreen.
Las razones que alegan pueden abundar en falacias y no dan con un fin.
No polemizan. Y no quieren persuadir ni ser persuadidos, no piensan en ganar o en perder.
Están de acuerdo en una sola cosa; saben que la discusión es el no imposible camino para llegar a una verdad.
Libres del mito y de la metáfora, piensan o tratan de pensar.
No sabremos nunca sus nombres.
Esta conversación de dos desconocidos en un lugar de Grecia es el hecho capital de la Historia.
Han olvidado la plegaria y la magia.


En Atlas (1984)
Foto (probablemente) de María Kodama, Creta, 1984


10/7/14

Jorge Luis Borges: Un sueño en Alemania





Esta mañana soñé un sueño que me dejó abrumado y que fui ordenando después.

Tus mayores te engendran. En la otra frontera de los desiertos hay aulas polvorientas o, si se quiere, depósitos polvorientos, con filas paralelas de pizarrones muy gastados, cuya longitud se mide por leguas o por leguas de leguas. Se ignora el número preciso de los depósitos, que sin duda son muchos. En cada uno hay diecinueve filas de pizarrones y alguien los ha cargado con palabras y con cifras arábigas, escritas con tiza. La puerta de cada una de las aulas es corrediza, a la manera del Japón, y está hecha de un metal oxidado. La escritura se inicia en el borde izquierdo del pizarrón y empieza por una palabra. Debajo hay otra y todas siguen el rigor alfabético de los diccionarios enciclopédicos. La primera palabra, digamos, es Aachen, nombre de una ciudad. La segunda, que está inmediatamente abajo es Aar, que es el río de Berna, en tercer lugar está Aarón, de la tribu de Levi. Después vendrán abracadabra y Abraxas. Después de cada una de esas palabras se fija el número preciso de veces que las verás, oirás, recordarás o pronunciarás en el decurso de tu vida. Hay una cifra indefinida, pero indudablemente no infinita para el número de veces en que pronunciarás entre la cuna y la sepultura, el nombre de Shakespeare o de Kepler. En el último pizarrón de un aula remota está la palabra Zwitter, que vale en alemán por hermafrodita, y abajo agotarás el número de imágenes de la ciudad de Montevideo que te ha sido fijado por el destino y seguirás viviendo. Agotarás el número de veces que te ha sido fijado para pronunciar tal o cual hexámetro y seguirás viviendo. Agotarás el número de veces que le ha sido dado a tu corazón para su latido y entonces habrás muerto.

Cuando esto ocurra las letras y los números de tiza no se borrarán enseguida. (En cada instante de tu vida alguien modifica o borra una cifra.) Todo esto sirve para un fin que nunca entenderemos.



En Atlas (1985)
Foto © Ferdinando Scianna-Magnum Photos (Palermo, Sicilia, Galería Nacional 1984)


5/5/14

Jorge Luis Borges: Un lobo





Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Es el último lobo de Inglaterra.
Odín y Thor lo saben. En su alta
casa de piedra un rey ha decidido
acabar con los lobos. Ya forjado
ha sido el fuerte hierro de tu muerte.
Lobo sajón, has engendrado en vano.
No basta ser cruel. Eres el último.
Mil años pasarán y un hombre viejo
te soñará en América. De nada
puede servirte ese futuro sueño.
Hoy te cercan los hombres que siguieron
por la selva los rastros que dejaste,
furtivo y gris en la penumbra última.


Atlas (1984)
Luego en Los conjurados (1985)
Foto: Borges en Madrid, España, 1980. EFE/Archivo

29/3/14

Jorge Luis Borges: Una pesadilla







Cerré la puerta de mi departamento y me dirigí al ascensor. Iba a llamarlo cuando un personaje rarísimo ocupó toda mi atención. Era tan alto que yo debí haber comprendido que lo soñaba. Aumentaba su estatura un bonete cónico. Su rostro (que no vi nunca de perfil) tenía algo de tártaro o de lo que yo imagino que es tártaro y terminaba en una barba negra, que también era cónica. Los ojos me miraban burlonamente. Usaba un largo sobretodo negro y lustroso, lleno de grandes discos blancos. Casi tocaba el suelo. Acaso sospechando que soñaba, me atreví a preguntarle no sé en qué idioma por qué vestía de esa manera. Me sonrió con sorna y se desabrochó el sobretodo. Vi que debajo había un largo traje enterizo del mismo material y con los mismos discos blancos, y supe (como se saben las cosas en los sueños) que debajo había otro.

En aquel preciso momento sentí el inconfundible sabor de la pesadilla y me desperté.


En Atlas, 1985
Imagen: Annemarie Heinrich

7/2/14

Jorge Luis Borges: Milonga del puñal







En Pehuajó me lo dieron
unas manos generosas;
más vale que no presagie
que vuelve el tiempo de Rosas.

La empuñadura sin cruz
es de madera y de cuero;
abajo sueña su oscuro,
sueño de tigre el acero.

Soñará con una mano
que lo salve del olvido;
después vendrá lo que el hombre
de esa mano ha decidido.

El puñal de Pehuajó
no debe una sola muerte;
el forjador lo forjó
para una tremenda suerte.

Lo estoy mirando, preveo
un porvenir de puñales
o de espadas (da lo mismo)
y de otras formas fatales.

Son tantas que el mundo entero
está a punto de morir.
Son tantas que ya la muerte
no sabe dónde elegir.

Duerme tu sueño tranquilo
entre las tranquilas cosas,
no te impacientes, puñal.
Ya vuelve el tiempo de Rosas.



En Atlas, 1985
Imagen: Fotograma del film Borges: un destino sudamericano 
Tadeo Bortnowski y José Luis di Zeo

1/2/14

Jorge Luis Borges: 1983








En un restaurante del centro, Haydée Lange y yo conversábamos. La mesa estaba puesta y quedaban trozos de pan y quizá dos copas; es verosímil suponer que habíamos comido juntos. Discutíamos, creo, un film de King Vidor. En las copas quedaría un poco de vino. Sentí, con un principio de tedio, que yo repetía cosas ya dichas y que ella lo sabía y me contestaba de manera mecánica. De pronto recordé que Haydée Lange había muerto hace mucho tiempo. Era un fantasma y no lo sabía. No sentí miedo; sentí que era imposible y quizá descortés revelarle que era un fantasma, un hermoso fantasma.

El sueño se ramificó en otro sueño antes que yo me despertara.


En Atlas (1984)
Jorge Luis Borges por Horacio Villalobos | Crédito: ©Horacio Villalobos/Corbis
Derechos de autor: ©Corbis. All Rights Reserved 

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