4/6/18

Hasta en "La decadencia de Nerón Golden" de Salman Rushdie: Borges y Funes








  Petya percibía demasiadas cosas. Era uno de sus mayores obstáculos en la vida. Durante una de mis visitas a la habitación de la luz azul en la que él pareció dispuesto por una vez a hablar del Asperger, yo le mencioné el famoso cuento de Borges «Funes el memorioso», la historia de un hombre incapaz de olvidarse de nada, y él me dijo:

  —Sí, yo soy así, salvo por el hecho de que no me pasa solamente con lo que ha sucedido o lo que ha dicho la gente. Ese escritor que dices está demasiado atrapado por las palabras y las acciones. En mi caso hay que añadir también los olores, los sabores, los sonidos y las sensaciones. Y las miradas y las formas y la disposición de los coches de la calle y el movimiento relativo de los peatones y los silencios que hay entre notas musicales y los efectos que los silbatos para perros tienen en los perros. Todo eso me pasa todo el tiempo por el cerebro.

  Una especie de super-Funes, por tanto, cuya maldición era la sobrecarga sensorial múltiple. Costaba imaginar cómo era su mundo interior, cómo podía alguien hacer frente a aquella avalancha de sensaciones que entraban como los usuarios del metro en hora punta, a la cacofonía ensordecedora de sollozos, bocinas, explosiones y susurros, al estallido calidoscópico de imágenes, al revoltijo maloliente de hedores. El infierno, el carnaval de los condenados, debía de ser así. Entendí entonces que la idea de que Petya vivía en una especie de infierno era justamente lo contrario de la realidad: una especie de infierno vivía en él. Este descubrimiento me permitió reconocer, y avergonzarme de no haberla reconocido antes, la inmensa fuerza y valentía con que Petronio Golden hacía frente al mundo a diario, y sentir una compasión todavía mayor por sus ocasionales protestas salvajes contra su propia vida, como los episodios de la cornisa y del metro de Coney Island. Y también me permití preguntarme: si a Petya le daba por invertir aquella fuerza enorme de su carácter en la animosidad contra su inminente medio hermano nonato (que en realidad, como sabemos, no era hermano suyo en absoluto, pero dejemos de por las palabras y las acciones. En mi caso hay que añadir también los olores, los sabores, los sonidos y las sensaciones. Y las miradas y las formas y la disposición de los coches de la calle y el movimiento relativo de los peatones y los silencios que hay entre notas musicales y los efectos que los silbatos para perros tienen en los perros. Todo eso me pasa todo el tiempo por el cerebro.

  Una especie de super-Funes, por tanto, cuya maldición era la sobrecarga sensorial múltiple. Costaba imaginar cómo era su mundo interior, cómo podía alguien hacer frente a aquella avalancha de sensaciones que entraban como los usuarios del metro en hora punta, a la cacofonía ensordecedora de sollozos, bocinas, explosiones y susurros, al estallido calidoscópico de imágenes, al revoltijo maloliente de hedores. El infierno, el carnaval de los condenados, debía de ser así. Entendí entonces que la idea de que Petya vivía en una especie de infierno era justamente lo contrario de la realidad: una especie de infierno vivía en él. Este descubrimiento me permitió reconocer, y avergonzarme de no haberla reconocido antes, la inmensa fuerza y valentía con que Petronio Golden hacía frente al mundo a diario, y sentir una compasión todavía mayor por sus ocasionales protestas salvajes contra su propia vida, como los episodios de la cornisa y del metro de Coney Island. Y también me permití preguntarme: si a Petya le daba por invertir aquella fuerza enorme de su carácter en la animosidad contra su inminente medio hermano nonato (que en realidad, como sabemos, no era hermano suyo en absoluto, pero dejemos de lado eso de momento), su afligido medio hermano y su traicionero hermano de padre y de madre, ¿de qué actos de venganza podía ser capaz? ¿Acaso tenía yo que preocuparme por el bienestar de mi hijo, o acaso este instinto únicamente demostraba mi intolerancia irreflexiva hacia la enfermedad de Petya? (¿Acaso era incorrecto llamarlo enfermedad? Quizá sería mejor decir «la realidad de Petya». Qué difícil se había vuelto el lenguaje, era como un campo de minas. Las buenas intenciones ya no eran ninguna defensa)



Fragmento de La decadencia de Nerón Golden
Cap. 20 Pág.216 (en todo el libro hay permanente alusión a Borges, aun sin nombrarlo)
Título original: The Golden House 
Salman Rushdie, 2017 
Traducción: Javier Calvo

Imagen: Salman Sushdie en New York
Foto de Pascal Perich y nota valiosa en El País



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