(11) No sé por qué dicen que carezco de sentimientos.
O que a mi vida fueron negadas ciertas experiencias
fundamentales. Supongo que se refieren al amor.
Se equivocan los que piensan que no he conocido el
amor. Puedo afirmar que he vivido enamorado. El
primer amor (ideal, por cierto), de mi vida fue una
actriz, Ava Gardner. Solía ver sus películas dos veces
por día. Apenas terminada la función, deseaba
que llegara el día siguiente para volver a verla. El
amor exige pruebas. Pruebas sobrenaturales.
(12) A mi bisabuelo paterno le hicieron una operación
que apareció en una revista porque en aquel tiempo
fue algo notable. No se cómo la harían porque entonces
no existía la anestesia. Tal vez le darían un poco
de alcohol. Hay una novela de Melville, el autor de
Moby Dick, que sirvió mucho como ballenero y en la
marina norteamericana. Él cuenta de una operación
a bordo de un velero, en alta mar, por el año 1870
o algo así, en la que había que amputar una pierna
a un marinero. Entonces se reunió con toda la tripulación
en la cubierta del barco, sacaron al marinero
atado a una tabla, lo emborracharon con ron y
luego se dio la orden de empezar a tocar la banda,
de modo que el hombre estaba embrutecido por el
alcohol, la música y además llamaron a sus dos
mejores amigos, que se fueron encima y le dijeron
malas palabras y le rompieron la cara a puñetazos.
El marinero trataba de defenderse pero no podía
por estar atado, y aprovecharon eso para amputarle
la pierna. Se supone que igual sufrió bastante. A
mí me hicieron muchas operaciones. En la última,
la anestesia no duró y el médico me dijo que me
iba a doler, pero que estuviera quieto porque si no,
me quedaría irremediablemente ciego. Yo sentía el
dolor, aunque no era muy fuerte. Si una tierrita en
el ojo molesta, cómo no va a molestar un bisturí
con los ruidos del raspaje. Pero me quedé quieto, a
pesar de sentir en mi corazón como martillazos, y
lo único que pensé fue en no moverme. Ni siquiera
reparaba en el resultado: si yo giraba la cabeza,
la posibilidad de mi visión habría concluido. No,
no pensé en Dios. Sólo me preocupé de centrar la
atención en la inmovilidad. Mi madre estaba a mi
lado y yo no pensaba en ella, ni en mí, ni en nada.
Me decía como un grito: yo no debo moverme.
(13) Como ser humano, soy una especie de antología
de contradicciones, de gaffes, de errores, pero tengo
sentido ético. Eso no quiere decir que yo obre
mejor que otros, sino simplemente que trato de obrar
bien y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos,
insignificante, es decir, indigno de las dos cosas.
El cielo y el infierno me quedan muy grandes.
(16)
Creo que el ejercicio de las armas es verdaderamente
honroso, más allá del hecho de ejercerlo por
unas u otras causas. La misión del soldado es algo
noble, y sé que al decir esto me enemisto con mucha
gente. No tengo interés en enemistarme ni en
congraciarme con nadie, pero hay que pensar que
la poesía empieza con la épica. En todas las culturas
del mundo se empieza siempre con las armas.
(17) Yo anhelo un arte que traduzca la emoción desnuda,
depurada de los adicionales datos que la preceden.
Un arte que rehuya lo dérmico, lo metafísico
y los últimos planos egocéntricos y mordaces. Para
esto, como para toda poesía, hay dos imprescindibles
medios: el ritmo y la metáfora. El elemento
acústico y el elemento luminoso... La metáfora, esa
curva verbal que traza casi siempre entre dos puntos
–espirituales– el camino más breve.
(22) Lo barroco se interpone entre el escrito y el lector.
Por otro lado, el barroquismo es como un pecado
de vanidad: parece como si el escritor barroco
estuviera pidiendo que se lo admire. Se siente el
arte barroco como un ejercicio de la vanidad, aun
en el caso de los más grandes escritores.
(23) En España, y aun aquí, en la Argentina, se puede
conversar todavía. A mí me gusta conversar con
los chauffeurs, con los mozos de café... En España
yo he estado conversando con un pastor en la sierra
de Guadarrama; con un pastor, ¿se imagina? Fui
feliz. En Estados Unidos no se puede dialogar con
un profesor. Yo he estado en una comida y una señora
me dijo: “¿Usted es latinoamericano?”, y yo:
“No hay latinoamericanos: hay argentinos, colombianos,
chilenos; no creo que nadie se sienta latinoamericano:
cada uno se siente de su república”.
“¿Y usted qué enseña?”. “Yo enseño literatura argentina”.
“¿Argentiniana?”. “No, señora, argentina;
no existe esa palabra argentiniana, inventada
para que rime con colombiana y con boliviana”.
“¡Ah!, qué interesante, sí. De modo que es usted
español”. “No señora: dejé de ser español en 1810;
pero en fin, digamos que sí. Enseño literatura argentina,
que es una rama de la literatura castellana...”.
“Yo soy profesora también”. “¿Y usted qué
enseña?”. “Yo enseño conversación”. Yo pensé que
sería conversación en castellano, o en alemán, o en
sueco... “No, conversación en inglés. Mis alumnos
tienen una media de 25 años. Se ha juzgado necesario”.
Y yo me di cuenta que tenía razón. La gente
dice, por ejemplo: “Yeah...” “Okay...”, una serie de
sonidos básicos, así; y se acabó. De modo que tienen
que enseñarles a conversar.
(32) Si todos los países llegaran a ser de clase media
–eso sería la Utopía para mí– desaparecerían muchos
males. Yo viví cinco años en Ginebra en la
época de la Primera Guerra Mundial. La ciudad tenía
en ese tiempo 120.000 habitantes; creo que había
un comisario y dos vigilantes. ¿Por qué? Porque
todo el mundo pertenecía a la clase media. No había
gente ni muy pobre ni muy rica. En los países
escandinavos, países de clase media, no hay criminales.
(40) Estoy sumamente alarmado pues la Biblia recomienda
vivir hasta los setenta y, pasado de ahí, según
las Sagradas Escrituras, todo es pesadumbre y
tristeza. Mi corazón camina perfectamente lo cual
es malo, porque así no puedo esperar esa bendición
que es un ataque cardíaco.
(43) Tengo la impresión de que la idea de culpabilidad es una idea protestante o judía más que católica. Porque los católicos tienen una idea más bien oficial de la responsabilidad: tienen la confesión, la absolución y la conciencia despreocupada. Por este motivo, me parece que no tiene ningún sentido para los escritores argentinos “escribir a lo Kafka”, porque este se basa sobre problemas que no tienen vigencia para una conciencia argentina. Aquí nadie está muy interesado en saber cuáles son sus relaciones con la divinidad, si actuó bien o mal, si será castigado con justicia o no. Todo esto está afuera de nuestro mundo. Por eso es que en general, el Kafka que se hizo aquí es totalmente falso puesto que se carece de los antecedentes que pueden producir un Kafka, dado que él era judío.
(50) Soy tan poco observador que cuando mi madre
vivía le solicitaba detalles circunstanciales. Porque
ahora se esperan detalles circunstanciales. Vamos
a suponer que en un cuento describía un conventillo
y alguien debía atravesar el patio. Podía haber
flores. Entones le preguntaba a mi madre qué tipo
de flores podían existir en un conventillo. Y mi madre
me las mostraba y yo las ponía, porque no me
detengo en esas cosas. En otra oportunidad, como
me gustaba situar todo en el pasado para estar más
libre, le preguntaba cómo era tal calle. Me acuerdo
que un día estaba dictándole un cuento sobre
Rosas y hablaba de los cascos de los caballos. “¿Sobre
el empedrado? –preguntó mi madre– ¡Pero, estás
loco!”. Y yo le había dictado empedrado por no
decir asfalto. “Bueno –señaló mi madre–, que yo
recuerde, en esa época, todas las calles de Buenos
Aires eran de tierra, salvo Florida y Perú, que estaban
empedradas...”. Y ella me evitó cometer esa
gaffe de querer empedrar la calle Suipacha en
tiempos de Rosas...
Esteban Peicovich: El palabrista. Borges visto y oído
Compilación al cuidado de Esteban Peicovich [TW] [FB] [fotos]
Buenos Aires, Editorial Marea, 2006
Foto: Borges y Peicovich - CEdoc.Perfil