31/12/16

Jorge Luis Borges: Variación






Doy gracias a la luna por ser la luna, a los peces por ser los peces, a la piedra imán por ser el imán.
Doy gracias por aquel Alonso Quijano que, a fuer de crédulo lector, logró ser don Quijote.
Doy gracias por la torre de Babel, que nos ha dado la diversidad de las lenguas.
Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha.
Doy gracias por aquel viejo asesino, que en una habitación desmantelada de la calle Cabrera, me dio          una naranja y me dijo: "No me gusta que la gente salga de mi casa con las manos vacías". Serían        las doce de la noche y no nos vimos más.
Doy gracias por el mar, que nos ha deparado la Odisea.
Doy gracias por un árbol en Santa Fe y por un árbol en Wisconsin.
Doy gracias a De Quincey por haber sido, a despecho del opio o por virtud del opio, De Quincey.
Doy gracias por los labios que no he besado, por las ciudades que no he visto.
Doy gracias a las mujeres que me han dejado o que yo he dejado, lo mismo da.
Doy gracias por el sueño en el que me pierdo, como en aquel abismo
      en que los astros no conocían su camino.
Doy gracias por aquella señora anciana que, con la voz muy tenue, dijo a quienes rodeaban su agonía       "Dejenmé morir tranquila" y después la mala palabra, que por única vez le oímos decir.
Doy gracias por las dos rectas espadas que Mansilla y Borges cambiaron,
      en la víspera de una de sus batallas.
Doy gracias por la muerte de mi conciencia y por la muerte de mi carne.
Sólo un hombre a quien no le queda otra cosa que el universo pudo haber escrito estas líneas.



En Sur, Buenos Aires, N° 325, julio-agosto 1970
No antologado hasta Borges en «Sur» (1931-1980)
© 1999, María Kodama
© 2011, Barcelona, Penguin Random House Mondadori
© 2016 Buenos Aires, Editorial Sudamericana


Imagen: Un Borges en Libre asociación de Miguel Ruibal  [+][+] 


30/12/16

Jorge Luis Borges: Israel. Testimonio argentino







Más allá de las aventuras de la sangre, más allá del casi infinito y ciertamente incalculable azar de los tálamos, toda persona occidental es griega y judía. No se dirá lo mismo de otras estirpes. La cultura germánica, por ejemplo, me atrae singularmente, pero es sabido que su culminación más cabal se produjo en Islandia, la última Thule de Virgilio, isla perdida que sólo pudo gravitar desde lejos en la historia del mundo. Sobre el monumento épico más antiguo de las literaturas germánicas, el sombrío Beowulf anglosajón, cae la luz de la Eneida, que es luz romana que refleja luz griega, y hasta los nombres de divinidades septentrionales que perduran en la nomenclatura de los días —Wednesday, día de Woden; Thursday, día de Thor— son meras traducciones vernáculas de Mercurio y de Júpiter.

El orbe occidental es cristiano; el sentido de esta afirmación es que somos una rama del judaísmo, interpretada por sus teólogos a través de Aristóteles y por sus místicos a través de Platón. Como el budismo o el Islam, el cristianismo es una cultura, un juego antiguo delicado y complejo de hábitos mentales y emocionales que la voluntad no puede cambiar. Carlyle (observa Spencer) creyó haber abjurado la fe calvinista de sus mayores, pero en su nuevo mundo sin Dios persistió incólume el rigor de esa fe. El nietzscheano que se cree más allá del bien y del mal, juzga y condena a su enemigo según las tablas de los diez mandamientos.

Jesús, en el Paraíso recuperado, opone las artes y las letras hebreas a las helénicas, cuyo defensor es el Diablo; en realidad los dos polemistas se complementan y son máscaras o facetas de Milton, para el cual (pese al "asqueroso hebraísmo" de que lo ha acusado Ezra Pound) su controversia era académica, ya que Israel y Grecia estaban reconciliadas en él. Para esta reconciliación trabajó toda la escolástica; antes que los cristianos la emprendieron Filón de Alejandría y Maimónides. El método alegórico del primero inaugura el vasto proceso. Filón cree percibir las puras esencias platónicas en los ángeles del Pentateuco; desde el punto de vista de la crítica, esa interpretación es indefendible, pero anticipa la fusión de las dos culturas.

Los hechos que acabo de recordar son elementales y se aprenden (y olvidan) en las escuelas; no así lo que sugieren o enseñan. Sugieren que más allá de aversiones o preferencias, de filosemitismo o antisemitismo, somos irreparablemente judíos y griegos o, si se quiere, judíos helenísticos. Modificar esa determinación secular no depende de nuestro arbitrio.

Hasta aquí he pensado, o he intentado pensar, históricamente. Otra manera hay de considerar este asunto, más intemporal y más íntima. Podríamos decir que Israel no sólo es una entonación, un exilio, unos rasgos faciales; una ironía, una fatigada dulzura, una voluntad, un fuego y un canto; es también una humillación y una exaltación, un haber dialogado con Dios, un sentir de un modo patético la tierra, el agua, el pan, el tiempo, la soledad, la misteriosa culpa, las tardes y el hecho de ser padre o ser hijo.





Sur, Buenos Aires, Nº 254, septiembre-octubre de 1958 
Número de Sur titulado "Israel"
En Borges en Sur (1999) 

Foto: Borges premiado en Jerusalem
En Borges e Israel, el asiduo manuscrito
Ed. Embajada de Israel en Argentina



29/12/16

Jorge Luis Borges: La barca







Es una cosa de madera, está rota. No sabe, nunca lo sabrá, que la premeditaron y trabajaron hombres de la estirpe de Breno, que arrojó su espada de hierro (así lo quiere la leyenda) y dijo las palabras Vae Victis, que también son de hierro. Habrá tenido centenares de hermanas, que ahora son polvo. No sabe, nunca lo sabrá, que surcó las aguas del Ródano y del Arve y de aquel gran mar de agua dulce que se dilata en el centro de Europa. No sabe, nunca lo sabrá, que ha surcado otro río más antiguo y más incesante que cualquier otro río y que se llama el Tiempo. Los galos la labraron para ese largo viaje un siglo antes de César y fue exhumada al promediar el siglo diecinueve en el cruce de dos calles de la ciudad, y ahora, sin saberlo, se muestra a nuestros ojos y a nuestro asombro en un museo que está no lejos de la Catedral en la que predicó la predestinación Juan Calvino.



Atlas (1984)
Con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa


Foto: Borges y Kodama en Roma
Foto Colección María Kodama
Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Incluida en Atlas, 1984


28/12/16

Jorge Luis Borges: Palabras pronunciadas en la comida que le ofrecieron los escritores [8 de agosto de 1946]








Hace un día o un mes o un año platónico (tan invasor es el olvido, tan insignificante el episodio que voy a referir) yo desempeñaba, aunque indigno, el cargo de auxiliar tercero en una biblioteca municipal de los arrabales del Sur. Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros y el Reich devoró a Francia y el Reich no devoró las islas Británicas, y el nazismo, arrojado de Berlín, buscó nuevas regiones. En algún resquicio de esa tarde única, yo temerariamente firmé alguna declaración democrática; hace un día o un mes o un año platónico, me ordenaron que prestara servicios en la policía municipal. Maravillado por ese brusco avatar administrativo, fui a la Intendencia. Me confiaron, ahí, que esa metamorfosis era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras yo recibía la noticia con debido interés, me distrajo un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico, de formato considerable, y registraba el interesante epigrama Dele-Dele. No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria inscripción. Tendré que renunciar, repetí, al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal me importaba menos que ese cartel simbólico.*
No sé hasta dónde el episodio que he referido es una parábola. Sospecho, sin embargo, que la memoria y el olvido son dioses que saben bien lo que hacen. Si han extraviado lo demás y si retienen esa absurda leyenda, alguna justificación los asiste. La formulo así: las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores del Martín Fierro y de Don Segundo que el individualismo es una vieja virtud argentina?
Quiero también decirles mi orgullo por esta noche numerosa y por esta activa amistad.

8 de agosto de 1946







*Borges se vio obligado a renunciar a su cargo en la biblioteca Miguel Cané. Victoria Ocampo narra el episodio: “Sorprendido por el nombramiento de inspector de aves de corral, Borges preguntó a un alto funcionario municipal por qué había sido elegido para el puesto, habiendo tantos empleados capaces de ocuparlo. ‘¿Fue usted partidario de los aliados?’, le interrogó el funcionario. ‘Sí’, dijo Borges. ‘Entonces, ¡qué quiere!’” (V. Ocampo, “Visión de Jorge Luis Borges", Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, N.º 55, diciembre de 1961). (N. del E.)

En Miscelánea (Ed. Mondadori)
© 1995, 2011, María Kodama
También en: 
Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor. Buenos Aires, Editorial Celtia (1982)
Publicación original en revista 
Sur, Buenos Aires, Año XV, N.º 142, agosto de 1946.
Facsímil de la primera publicación en Sur, Archivo Digital Biblioteca Nacional Argentina

27/12/16

Alberto Manguel: Con Borges [Parte 4]





Para Borges la realidad yacía en los libros; en leer libros, en escribir libros, en hablar de libros. Íntimamente tenía conciencia de estar prolongando un diálogo iniciado miles de años atrás. Un diálogo, a su juicio, interminable. Los libros restauraban el pasado. «Con el tiempo —me decía—, todo poema se convierte en una elegía.» No tenía paciencia con las teorías literarias en boga y acusaba en especial a la literatura francesa de no concentrarse en libros sino en escuelas y camarillas. Adolfo Bioy Casares me dijo una vez que Borges era el único individuo que, en lo que respecta a la literatura, «nunca se entregó a las convenciones, al hábito o a la pereza». Fue un lector desordenado que se contentaba, muchas veces, con resúmenes del argumento y con artículos enciclopédicos, y que por mucho que admitiera no haber terminado el Finnegans Wake, podía dar alegremente una conferencia sobre el monumento lingüístico de Joyce. Jamás se sintió obligado a leer un libro hasta la última página. Su biblioteca (que, como la de cualquier otro lector, era asimismo su autobiografía) reflejaba su creencia en el azar y en las leyes de la anarquía. «Soy un lector hedónico: jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera en una afición tan personal como la adquisición de libros.»
Este enfoque generoso de la literatura (que compartía con Montaigne, con Sir Thomas Browne, con Laurence Sterne) a su vez explica su aparición en tantas y tan variadas obras, hoy agrupadas bajo el denominador común de su presencia: la página inicial de Las palabras y las cosas de Michel Foucault, donde se cita una famosa enciclopedia china (concebida por Borges) en la cual los animales se dividen en varias sorprendentes categorías, como los «pertenecientes al Emperador» y los que «de lejos parecen moscas»; el personaje del bibliotecario ciego y asesino que, bajo el nombre de Jorge de Burgos, ronda la biblioteca monástica de El nombre de la rosa de Umberto Eco; la referencia esclarecedora y admirativa a un texto de 1932, «Los traductores de  las 1001 Noches», en Después de Babel, el insoslayable libro de George Steiner sobre la traducción; las palabras finales de «Nueva refutación del tiempo» pronunciadas por la máquina moribunda en Alphaville de Godard; las facciones de Borges fundiéndose con las de Mick Jagger en la escena culminante del fallido film Performance (1968) de Roeg y Cammel; el encuentro con el Viejo Sabio de Buenos Aires en Dead Man’s Chest de Nicholas Rankin y En la Patagonia de Bruce Chatwin. Durante los últimos años de su vida, Borges intentó escribir un cuento llamado «La memoria de Shakespeare» (el cual, si bien lo publicó a la larga, nunca juzgó a la altura de sus intenciones), la historia de un hombre que hereda la memoria del autor de Hamlet. Desde Foucault y Steiner hasta Godard y Eco o los más anónimos lectores, todos hemos heredado la vasta memoria literaria de Borges.
Se acordaba de todo. No necesitaba ejemplares de los libros escritos por él: aun cuando sostuviese que pertenecían al pasado olvidable, era capaz de recitar de memoria cada uno de sus textos para la frecuente estupefacción y delicia de sus oyentes. El olvido era un deseo recurrente, quizá porque lo sabía imposible; las lagunas de memoria, una afectación. A menudo le decía a un periodista que ya no recordaba su obra temprana; el periodista, para lisonjearlo, citaba algunos versos de un poema, y a veces se equivocaba; Borges corregía con paciencia la cita para continuar el poema de memoria y hasta el fin. Había escrito el cuento «Funes, el memorioso», que era, según decía, «una larga metáfora del insomnio»; también era una metáfora de su memoria implacable. «Mi memoria, señor —le dice Funes al narrador—, es como un vaciadero de basuras». Este «vaciadero» le permitía asociar versos caídos en desuso con otros textos más conocidos, y también disfrutar de ciertas páginas por el mérito de una sola palabra o de la mera música del texto. Debido a su colosal memoria, toda lectura era, en su caso, re-lectura. Sus labios se movían dibujando las palabras leídas, repitiendo frases que había aprendido hacía décadas. Se acordaba de las letras de los primeros tangos, recordaba versos atroces de poetas muertos hacía mucho, fragmentos de diálogos y descripciones tomadas de novelas y cuentos, así como adivinanzas, juegos de palabras o acertijos, largos poemas en inglés, alemán y español, a veces en portugués e italiano, ocurrencias y chistes y coplas humorísticas, versos de las sagas nórdicas, injuriosas anécdotas sobre personas conocidas o pasajes de Virgilio. Decía que admiraba las memorias inventivas, como la de De Quincey, quien podía transformar una traducción alemana de unos versos de un poema ruso sobre los tártaros en Siberia en setenta páginas «espléndidamente inolvidables», o como también la de Andrew Lane, quien, al volver a contar la historia de Aladino en Las mil y una noches, recuerda al malvado tío de Aladino apoyando una oreja contra el suelo a fin de oír los pasos de su enemigo al otro lado de la tierra: un episodio nunca imaginado por el autor original.
En ocasiones, cuando lo asalta un recuerdo, y más para su propia diversión que para la mía, empieza a contar una historia y acaba en alguna confesión. Discutiendo el «culto del coraje», como llama al código de los viejos cuchilleros porteños, Borges rememora a un tal Soto, matón de profesión, que oye decir al dueño de una pulpería que en el pago hay otro hombre con su mismo apellido. El otro resulta ser un domador de leones, miembro de un circo itinerante que ha venido al barrio a dar una función. Soto entra en la pulpería donde el domador está tomando un trago y le pregunta su nombre. «Soto», contesta el domador de leones. «El único Soto de este lugar soy yo —dice el malevo—, así que agarrá el cuchillo y salí pa’ fuera.» El aterrado domador es forzado a comparecer y es asesinado en aras de un código del que nada sabe. «Ese episodio —me confiesa Borges— lo robé para el final de “El Sur”.»
Si tenía preferencia por un género literario (aunque no creía en tal cosa), ese género era la épica. En las sagas anglosajonas, en Homero, en las películas de gángsters y en los westerns de Hollywood, en Melville y en la mitología del submundo de Buenos Aires, reconocía los mismos temas: el coraje y el duelo. El tema épico era para Borges una necesidad primordial, como la necesidad de amor, de felicidad o de infortunio. «Todas las literaturas siempre empiezan por la épica —solía afirmar—, y no por una poética intimista o sentimental.» Y citaba como ejemplo la Odisea. «Los dioses les tejen adversidades a los hombres para que las futuras generaciones tengan algo que cantar.» La poesía épica le llenaba de lágrimas los ojos.





Con Borges
Madrid, Alianza Editorial, 2004, Págs. 42-50
Título original: Chez Borges
Alberto Manguel, 2001
Traducción: Traducido del inglés por Eduardo Berti
Fotos: Sara Facio. Ésta en pág. 47
Al pie: cover de la edición papel


26/12/16

Jorge Luis Borges y Juan Rulfo: La inmortalidad y otras fatigas







Jorge Luis Borges visitó la Ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los «impiadosos compromisos» que, según sus palabras, «confundían a un modesto autor con un pésimo actor». De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe poco. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión que le causó el mandatario. A lo cual Borges respondió: «Nunca me tome en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno». A su llegada al país, el escritor argentino «pidió un favor» a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. «Pido clemencia —respondió—. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo».
Reproducimos la conversación sin reclamo alguno de precisión. Las fuentes son demasiado vagas para permitirlo:



RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.
RULFO: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
BORGES: Entonces no le ha ido tan mal.
RULFO: ¿Cómo así?
BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichados que seríamos si fuéramos inmortales.
RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
RULFO: Así ya me puedo morir en serio.


En: Revista Fractal N° 1, abril-junio, 1996, año I, volumen I, pp. 159-160
Ilustración: Reunión de Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Jorge Luis Borges en una mesa de bar
Por Abel Quezada para una portada de la revista New York Times



25/12/16

Jorge Luis Borges: Último sol en Villa Ortúzar







Tarde como de Juicio Final.
La calle es como una herida abierta en el cielo.
Ya no sé si fue un Ángel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura.
Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia.
Al horizonte un alambrado le duele.
El mundo está como inservible y tirado.
En el cielo es de día, pero la noche es traicionera en las zanjas.
Toda la luz está en las tapias azules y en ese alboroto de chicas.
Ya no sé si es un árbol o es un dios, ese que asoma por la verja herrumbrada.
Cuántos países a la vez: el campo, el cielo, las afueras.
Hoy he sido rico de calles y de ocaso filoso y de la tarde hecha estupor.
Lejos, me devolveré a mi pobreza.




 



En Luna de enfrente (1925)
Foto: Busto de Borges por Juan Carlos Ferraro
Café Tortoni de Buenos Aires vía
Al pie portada y cover de la primera edición


24/12/16

Jorge Luis Borges: Bahamut







La fama de Bahamut llegó a los desiertos de Arabia, donde los hombres alteraron y magnificaron su imagen. De hipopótamo o elefante lo hicieron pez que se mantiene sobre un agua sin fondo y sobre el pez imaginaron un toro y sobre el toro una montaña hecha de rubí y sobre la montaña un ángel y sobre el ángel seis infiernos y sobre los infiernos la tierra y sobre la tierra siete cielos. Leemos en una tradición recogida por Lane: “Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto".
Otros declaran que la tierra tiene su fundamento en el agua; el agua, en el peñasco; el peñasco, en la cerviz del toro; el toro, en un lecho de arena; la arena, en Bahamut; Bahamut, en un viento sofocante; el viento sofocante, en una neblina. La base de la neblina se ignora.
Tan inmenso y tan resplandeciente es Bahamut que los ojos humanos no pueden sufrir su visión. Todos los mares de la tierra, puestos en una de sus fosas nasales, serían como un grano de mostaza en mitad del desierto. En la noche 496 del Libro de Las Mil y Una Noches, se refiere que a Isa (Jesús) le fue concedido ver a Bahamut y que, lograda esa merced, rodó por el suelo y tardó tres días en recobrar el conocimiento. Se añade que bajo el desaforado pez hay un mar, y bajo el mar un abismo de aire, y bajo el aire, fuego, y bajo el fuego, una serpiente que se llama Falak, en cuya boca están los infiernos.
La ficción del peñasco sobre el toro y del toro sobre Bahamut y de Bahamut sobre cualquier otra cosa parece ilustrar la prueba cosmológica de que hay Dios, en la que se argumenta que toda causa requiere una causa anterior y se proclama la necesidad de afirmar una causa primera, para no proceder en infinito.



En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Retrato de Jorge Luis Borges, Foto Casa de las Américas, Madrid 

23/12/16

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: Esse est percipi






Viejo turista de la zona de Nuñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia panorámica del periodismo nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, de cuya sede, sita en el Edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención de Zarlenga y Parodi, convirtiera el centro-half Renovales, tras aquel pase histórico de Musante. Sensible a mi adhesión al once de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta: 

Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres. 

¿Alias? pregunté, gemebundo. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?

La respuesta me aflojó todos los miembros. 

¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq? 

En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor. 

¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? exclamé ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás? 

Que espere ordenó el señor Savastano.

¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? aduje con sincera abnegación. 

Ni se le ocurra contestó Savastano. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da… 

Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó: 

Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.

Junté fuerzas para aventurar la pregunta: 

¿Debo deducir que el score se digita? 

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo. 

No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman

Señor, ¿quién inventó las cosas? atiné a preguntar. 

Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos. 

¿Y la conquista del espacio? gemí. 

Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista. 

Presidente, usted me mete miedo mascullé, sin respetar la vía jerárquica. ¿Entonces en el mundo no pasa nada? 

Muy poco contestó con su flema inglesa. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone. 

¿Y si se rompe la ilusión? dije con un hilo de voz. 

Qué se va a romper me tranquilizó. 

Por si acaso, seré una tumba le prometí. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales. 

Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.

Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.


En H. Bustos Domecq: Crónicas de Bustos Domecq (1967)
Imagen: Caricatura de Borges por Ombú Vía


22/12/16

Jorge Luis Borges: La literatura de mis días






En la primavera de 1983, Jorge Luis Borges sostuvo una serie de charlas en el Emily Dickinson College. Los temas fueron múltiples: las novelas de piratas, Kipling, la Biblia, la poesía gaucha y el amor fallido de Emily Dickinson destacan entre otros. Borges respondía en inglés a las preguntas que le hacía el público. La curiosidad de los escuchas llevó la conversación hacia temas inesperados. Una tarde entera se habló sobre la literatura en español. Borges reflexionó, como gustaba hacerlo, sobre la literatura de sus días –es decir, los autores y las obras de la primera mitad del siglo XX–. Pero, contraviniendo acaso un acostumbrado silencio, se refirió también a los "jóvenes": Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz y otros. Las charlas del Dickinson College han aparecido de manera dispersa en español. Omega y La Ciudad del Mañana publicaron algunas partes. Aquí hacemos entrega de las páginas que se refieren a la literatura de esos "jóvenes". Traducir a Jorge Luis Borges del inglés representa la misma dificultad que traducir a cualquier poeta. Su ejercicio del inglés era impecable. Sin embargo, se trata de un poeta admirable. Y quizá traducir a un poeta admirable sea una tarea imposible.

CARLOS CORTÍNEZ: Creo que usted comparte una afinidad por la Biblia, ¿cierto?
JORGE LUIS BORGES: Ah, sí, claro. Esto es porque la Biblia, no sé si podamos hablar de ello, es en realidad una biblioteca, tomando en cuenta que su nombre es un plural. ¡Qué idea excepcional, la de reunir textos de distintos autores y distintas épocas y atribuirlos a un autor único, el Espíritu! ¿No es maravilloso? Es decir, obras tan dispares como el Libro de Job, el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés, el Libro de los Reyes, los Evangelios y el Génesis: atribuirlos todos a un solo autor invisible. Los judíos tuvieron una magnífica idea. Es como si alguien pretendiera conjuntar en un solo tomo, las obras de Emerson, Carlyle, Melville, Henry James, Chaucer y Shakespeare, y declarar que todo proviene del mismo autor. Los judíos tuvieron una idea espléndida: reducir sus libros, su biblioteca entera, a un libro llamado "Los Libros", la Biblia. Es una idea realmente curiosa; ¡si tan sólo pudiéramos llevarla a cabo nuevamente! Hay demasiados libros, demasiados textos; sería preferible tenerlos todos reunidos. Cada país podría hacerlo: conjuntar sus mejores libros y atribuírselos a un autor único y anónimo, el Espíritu.
SOBEJANO: Bueno, si es mi turno de hablar...
BORGES: Creo que sí.
SOBEJANO: Más bien de preguntar que de hablar. Ciertamente, no sabía si llamar a esto una conversación, un cuestionario, una interrogación...
BORGES: Un catequismo, también, un catequismo. ¿Qué le parece? ¿Por qué no?
SOBEJANO: Bien, entonces, comenzaré con una pregunta, a ver qué le parece. Usted ha declarado que es un poeta que no quisiera ser un poeta que canta, sino uno que diga...
BORGES: los argentinos no somos de interjecciones. Nuestra poesía es mayormente oral, más que exclamatoria.
SOBEJANO: Pero al mismo tiempo, usted ha expresado admiración o un especial respeto por ciertos poetas españoles.
BORGES: ¡Claro que sí, por supuesto!
SOBEJANO: Por ejemplo, Jorge Guillén, Jorge Manrique...
BORGES: Jorge Guillén me parece el mayor poeta de la lengua española, ¿no es cierto? Sin ofender a nadie, espero.
SOBEJANO: ¿Cree usted que alguno de estos dos poetas es grandilocuente?
BORGES: No, felizmente no.
SOBEJANO: ¿Guillén?
BORGES: No, no, felizmente no.
SOBEJANO: ¿A qué poeta español considera usted grandilocuente y musical? Es decir, que "canta" pero no "dice".
BORGES: Pienso que hay tantos que la lista sería infinita.
SOBEJANO: ¿Exceptuaría a Manrique?
BORGES: Sí, y a muchos otros.
SOBEJANO: Y a Guillén. ¿Qué le parece Quevedo?
BORGES: Sobre todo, el mejor poema en lengua española, a mi parecer, es la "Epístola Moral" del sevillano anónimo. No creo que haya ninguna duda al respecto. "Oh, muerte, ven callada, como sueles venir en la saeta..."
SOBEJANO: ¿No le parece que es demasiado didáctico, un tanto moralista y didáctico?
BORGES: Pero es que necesitamos gente didáctica, sensible. Todos somos fácilmente geniales y fácilmente irresponsables. Es mejor para una persona que no es genial, que es lúcida y responsable, escribir versos admirables, por ejemplo: "Augur de los rostros de los desposeídos", que es un verso que fue escrito para la eternidad. O: "Antes de que el tiempo muera en nuestros brazos...", y tantos otros versos.
SOBEJANO: Ahora recuerdo que usted mencionó alguna vez esos versos. "Oh, muerte, ven callada, como sueles venir en la saeta..."
BORGES: Así es. La última vez que vi a Henríquez Ureña, decidimos que esas líneas tenían que ser de algún autor latino, porque en el siglo XVII estaba de moda imitar temas clásicos. Y él dijo: "Averiguaré quién fue el autor." Y no volví a verlo después de esa ocasión. Posiblemente Guillén haya encontrado el origen de esos versos que me parecen tan latinos.
SOBEJANO: Hace poco leí la observación que usted compartió con Henríquez Ureña, y consulté un libro, el primero que se publica sobre la "Epístola Moral", de Dámaso Alonso, a quien usted también conoce.
BORGES: Sí, en efecto.
SOBEJANO: Los orígenes de ese verso son en cierta manera inexplicables. "Todo lo pasas de claro con tu flecha", dice Jorge Manrique. ¿Recuerda?
BORGES: Sí, lo sé. Sin embargo, "Todo lo pasas de claro con tu flecha" no es: "Oh, muerte, ven callada, como sueles venir en la saeta..."
SOBEJANO: Exactamente, y antes que nada uno pone atención en "callada", ¿cierto?
BORGES: Sí, por supuesto...
SOBEJANO: Que es justo lo que me parece que no se explica en ese libro. Por esto es que digo que la poesía...
BORGES: ... que la poesía no puede explicarse. Y asimismo, el arte sucede.
SOBEJANO: Sí.
BORGES: Repito las palabras de Whistler: "el arte sucede". El arte ocurre y no puede ser explicado. Pero disfrutamos mucho explicándolo. El análisis de la literatura es un pasatiempo inocente, ¿por qué no?
CORTÍNEZ: Bien, creo que es el turno de América Latina.
BORGES: Claro, por supuesto.
CORTÍNEZ: Empezando por el país que produjo a Gabriela Mistral...
BORGES: ¡Lo que pasa es que sé tan poco de este continente! O en el caso de la República Argentina, la conozco demasiado bien. Y eso es peligroso.
CORTÍNEZ: Pero, ¿conoció a Vicente Huidobro, no es así?
BORGES: Sí. Vicente Huidobro, sí. Hablé con él una noche. Estaban Ulyses Petit de Murat y él. Y sucedió algo gracioso. Tomamos el tranvía a Ramos Mejía, un poblado al oeste de Buenos Aires. Huidobro hablaba de su poesía, con cierta vanidad, y Ulyses y yo dijimos: "¡Bueno, esto es realmente excesivo!" Y él se dio cuenta de que se le había ido la mano, y dijo: "pero claro, mi poesía no vale nada". Pronto todos estallamos en risas y cambiamos de tema. Fue una situación divertida. Conversamos un rato y nunca más volví a verlo. Fue la última vez que lo vi. No hablamos más acerca de la poesía de Vicente Huidobro esa noche, sino de otras cosas.
¡Bueno!, el universo es siempre infinito y siempre nos ofrece una variedad de temas. Pero quizás esta noche los agotemos.
SOBEJANO: Hace un momento preguntaba acerca de la condición del poeta que no canta sino dice, y esto coincide con lo que Jorge Guillén practica: una poesía de la elocuencia en tono menor que no grita, no clama, no pretende cantar, sino...
BORGES: Si yo pudiese cantar, lo haría, pero no tengo voz; es serio, no la tengo. Todo está en conexión con ese tipo de poesía, bueno, que es casi prosa, y que muchas veces efectivamente es prosa; finalmente, vivir de esa manera es lo único sincero en mí. Y no tengo ningún apetito de interjecciones.
SOBEJANO: En cierta ocasión un estudiante me preguntó si la poesía de Jorge Guillén tiene alguna semejanza con la de Jorge Luis Borges.
BORGES: ¡Si tan sólo mi poesía se pareciera a la de Guillén! Pero no soy tan ambicioso.
SOBEJANO: Pero él se refería principalmente a la actitud, y yo le contesté lo que se me ocurrió en el momento, y fue que la poesía de Guillén es mucho más complaciente en la afirmación de la naturaleza, la tierra, el placer, mientras que la de usted es, en efecto, más desesperada.
BORGES: No, desesperada no: resignada. Quietamente resignada, diría yo.
SOBEJANO: ¿De modo que usted se considera a sí mismo un hombre apacible?
BORGES: Sí, en verdad trato de serlo. En toda mi vida, nunca me he enfurecido. Pero no sé, tal vez sea mejor enojarse y ventilar los sentimientos propios. Soy incapaz de experimentar furia, incapaz de sentir ira, pero soy capaz de ser paciente y, sobre todo, soy capaz de perdonar.
SOBEJANO: Ciertos adjetivos abundan en su poesía, por ejemplo, "arduo", "exacto", abundan tanto que creo que puedo trazar en sus huellas la influencia que usted ha tenido en escritores o críticos y poetas latinoamericanos, que también emplean frecuentemente esas palabras.
BORGES: Pero, ¿le parecen extrañas esas palabras?
SOBEJANO: Disculpe, no, no. No lo son. Pero...
BORGES: Porque un árbol es exacto, las estrellas son exactas, la arena es exacta, tantas cosas son exactas, que serían demasiado numerosas, ¿no es así?
SOBEJANO: Mi pregunta era si usted cree que esas palabras, que no son extrañas, sino que se repiten constantemente, caracterizan acaso su escritura.
BORGES: Muy repetidas, en mi caso. Jean Cocteau decía que el estilo es una serie de "tics". Y tiene razón, creo yo. Todos los estilos son una serie de hábitos, repeticiones; eso es el estilo. Pero uno debería tratar de escribir anónimamente, es decir, sin "tics", sin preferencias y, al mismo tiempo, sin desdén.
CORTÍNEZ: Para terminar con los poetas de mi país. Usted sabe que hay otro que ganó el Premio Nobel.
BORGES: Pero, ¿por qué quiere terminar con ellos?
CORTÍNEZ: ¡Para no tener competencia!
BORGES: Pero realmente no son tan malos. ¿Por qué quiere acabar con ellos?
CORTÍNEZ: Está bien. De la obra de Pablo Neruda sabemos que a usted no le gustan los poemas de amor, sino los poemas políticos. ¿Podría esto sugerir una afinidad ideológica?
BORGES: No, al contrario. Digamos que el comunismo sirvió para hacer de él un excelente poeta, del mismo modo en que la democracia le sirvió a Whitman, el imperialismo a Kipling, etc. Cada poeta requiere su inspiración. Y la inspiración es distinta en cada caso. Por ejemplo, yo admiro a Whitman, me encanta, pero no creo en la democracia. Finalmente, las opiniones son simple inspiración para cada poeta, y cualquier cosa puede servir de inspiración. Para muchos, bueno, no sé, la religión cristiana, es un buen ejemplo. Fue una inspiración para Dante; para mí no lo sería porque no creo en ella. Pero eso no significa que no crea en Dante. No creo en su religión, en sus opiniones, lo que no significa que no crea en él. Porque él es algo esencial, algo que va más allá de mis pobres opiniones. Además, las opiniones cambian tanto; uno mismo cambia tanto con el tiempo, y no debería juzgarse a nadie por una opinión. Es lo menos importante, lo más banal, lo más pasajero y efímero.
SOBEJANO: Y ahora, una pregunta completamente peninsular. Usted admira a un novelista portugués, Eça de Queiroz, tanto, que ha llegado a afirmar que su novela El primo Basilio le parece superior a Madame Bovary.
BORGES: Eso me resulta obvio. Es un axioma. Ahora me parezco a Euclides, hablando de axiomas.
SOBEJANO: Mi pregunta es peninsular porque involucra a un portugués y a un español. Usted ha hablado muy poco, que yo sepa (pero esta afirmación puede deberse a mi ignorancia), acerca de un novelista con el que se le ha comparado más de una vez, Clarín (Leopoldo Alas), que además de novelas escribía también cuentos.
BORGES: Pero no sé si son tan similares. Reconozco más las diferencias que las similitudes. Sin duda, ambas cosas existen; es imposible que no fuera así.
SOBEJANO: Por esto quería preguntarle si piensa que el cuento moderno que usted ha cultivado y llevado a ese dominio magistral, tiene en Clarín algún valor considerable como inspiración, casi como una introducción del cuento en las letras españolas. Me refiero, por supuesto, a España.
BORGES: No lo sé. No recuerdo sus cuentos. Recuerdo alguna de sus novelas...
SOBEJANO: Cuentos, algunos fantásticos y parabólicos...
BORGES: No los recuerdo. Creo que el cuento es un género esencial y que la novela no lo es. En la novela hay siempre un exceso. Siempre hay demasiadas páginas, incluso en el caso de Joseph Conrad, quien es para mí el novelista supremo. Incluso en su caso siempre hay exceso. Por otra parte, un cuento, una buena historia de Rudyard Kipling, por ejemplo, o una buena historia de Conrad, puede ser esencial, no tener desperdicio y no faltarle una sola palabra. La novela es sucesiva, y el novelista no puede contenerla. En cambio un cuento puede ser contenido. Un cuento puede contenerse a sí mismo, del mismo modo en que lo hace un soneto. Pero una novela no. Una novela es sucesiva, para los lectores y para el autor. Una novela, después de ser leída, puede formar un todo, y tal vez los libros no se escriben por lo que nos dan página tras página, sino por su imagen perdurable. Quizá la vida de un hombre es eso. Lo importante es la imagen que deja tras de sí. Y esta imagen puede estar dispersa en toda su obra y no en un libro particular. Por ejemplo, para mí el prosista supremo de la lengua española es Alfonso Reyes. Alfonso Reyes no está en un libro. Está en todos ellos, como el Dios de los panteístas, y probablemente esto es verdadero para muchos escritores. Edgar Allan Poe no está en ninguno de sus libros, ni siquiera en Arthur Gordon Pym, sino que está en su obra entera, en la imagen que nos dejó. Lo mismo sucede con Byron. Podemos imaginar con facilidad a Byron sin siquiera pensar en Don Juan y sus otros poemas. Puede que sea el destino de un escritor. Y quizás el Quijote existe en nuestra memoria más como un todo que en cada página. No sé si está en cada página, tal vez no. A menos que fuera en el admirable capítulo postrero, en el que Cervantes se despide de su amigo, nuestro también, Alonso Quijano. Quizá es allí donde está el Quijote. Acaso ese último capítulo requiere del peso de los anteriores; es probable que no significara nada, publicado por sí solo aparte.
CORTÍNEZ: Anoche nos decía usted que no cree en los movimientos literarios, ¿no es así?*
BORGES: ¡Ah, claro! Creo que son un error. Tal vez porque soy un individualista. Y en la literatura inglesa, que es para mí la literatura, apenas hay movimientos. Y los que existen son menos importantes que quienes participaron en ellos. Por ejemplo, creo que Coleridge o Wordsworth son más importantes que el movimiento romántico. Y, por lo general se puede decir lo mismo. Además, la noción de escuelas me parece bastante lúgubre. Por supuesto, es conveniente para quienes hacen la crónica de la historia de la literatura, pero es una disciplina nueva. No creo que en el siglo XIX se haya realizado ni un solo estudio histórico sobre la literatura del siglo XVIII. Y ahora vemos todo históricamente; vemos todo en función de fechas, lo cual me parece más o menos lúgubre. Tendríamos que pensar cada libro como el libro del momento presente. Para mí, la grandeza de Kafka reside en esto, en el hecho de que sus novelas, y sobre todo sus cuentos, surgieron de una manera espléndida y eran muy antiguos. No necesitaban ser contemporáneos. Y esa es una virtud. En este mismo instante recuerdo –voy a hacer una digresión: ¿por qué no?– una frase que Kipling atribuye a un poeta hindú, pero que probablemente inventó él mismo. La frase es tan hermosa que no importa si es obra de Kipling o de un poeta hindú anónimo, o si es un lugar común en la literatura hindú. Dice así: "Si no me hubieran dicho que era amor, habría pensado que era una espada desnuda." Creo que sería una frase admirable si hubiese sido escrita esta mañana o hace dos mil años. La literatura debería buscar eso. Debería esforzarse por ser eterna y no corresponder exactamente a una era, tomando en cuenta que estamos condenados a una era. Pienso que tendríamos que buscar eternidades incluso si no las encontramos.
CORTÍNEZ: Por eso no voy a mencionarle el modernismo. Sin embargo, ¿podría preguntarle acerca de Lugones?
BORGES: No. Pero el modernismo, en mi opinión, fue como una bocanada de aire fresco en la lengua española. Muchas cosas comenzaron a causa del modernismo. Naturalmente, entre esas cosas, también yo comencé, lo cual es de lamentar. Creo que todos somos hijos del modernismo, es decir, descendientes de Freire, Leopoldo Lugones y sobre todo Rubén Darío. No sé. Tal vez conversé con Lugones cinco o seis veces en mi vida, y en cada ocasión él cambiaba el tema para hablar con afecto y nostalgia de "mi amigo y maestro Rubén Darío". Le gustaba esa relación fraternal con Darío. Era un hombre solitario y poco agradable; y Darío era un ser maravilloso, realmente encantador, y sin duda Lugones miraba con reverencia a Darío, que le había enseñado tantas cosas. Creo que todo lo que se ha hecho después viene del modernismo. Pudimos, finalmente, sentirnos hartos de cisnes y lagos; los mismos modernistas se cansaron de ellos. Significó una gran libertad, un gran respiro para el lenguaje. Tantas y tantas ideas entraron, todos los temas. Poco después, Lugones, en Lunario, cambió la métrica e hizo otros juegos como ésos, métricos, extraños. Y luego una música, una música definitivamente tomada de Verlaine y Hugo. Cambiar la música de una lengua a otra es muy difícil. Si yo pudiera transportar la música del inglés al español sería un gran poeta, pero no lo soy. Pienso, por ejemplo, en una música como: "Ligero sueño de los crepúsculos suaves, como la negra madurez del higo, sueño de un lugar que se goza consigo mismo, con sus propias alas." Esta música taciturna es nueva en la lengua española. Y es absurdo decir que Lugones la tomó de Verlaine o de Darío, si tomamos en cuenta que sus libros están a disposición de todos, y no todos escriben esos versos. Y el otro dice: "El jardín con sus íntimos retiros, hará a tu lado el sueño, fácil jaula." En él, la metáfora está reducida al mínimo y la cadencia lo es todo. No, yo creo que tenemos una deuda de gratitud con el modernismo. Finalmente, todo cambió gracias al modernismo, aunque la palabra es un tanto ridícula. Pero eso en realidad no importa.
SOBEJANO: ¿Puedo hacerle una pregunta? En una antología reciente de su poesía hay un poema a Baltasar Gracián, o sobre Baltasar Gracián...
BORGES: Creo que puedo explicarlo. No es un poema que se burle de Baltasar Gracián. Es un poema que se burla de mí. Yo soy el Gracián de ese poema. Por eso es que me considero indigno del cielo, puesto que tiendo a pensar en formas literarias, adivinanzas, retruécanos, rimas, aliteraciones, y ese poema es en realidad una autocaricatura. No pensé en el Baltasar Gracián histórico; pensé en mí. Tal vez soy injusto, pero Gracián es un pretexto en el poema, una especie de metáfora.
SOBEJANO: En la misma antología hay una nota suya que dice precisamente eso, que el poema es una parodia, que se vale de la parodia...
BORGES: ¡Vaya! Traté de decir algo nuevo y parece que estoy condenado a la repetición.
SOBEJANO: No, pero mi pregunta era si piensa usted que fue una aclaración tardía. Porque durante años el lector lo ha percibido como un poema en contra de Baltasar Gracián.
BORGES: Bueno, podría ser entonces en contra de ambos. Puede ser contra los dos a la vez. Contra Baltasar Gracián, S.J., y contra mí.
SOBEJANO: ¿Se considera usted un poeta ingenuo o un poeta sentimental? Partiendo de la famosa distinción que propone Schiller del poeta que es natural y el poeta que busca la naturaleza, pero sabe demasiado y siente demasiado y no es natural.
BORGES: Infortunadamente, soy sentimental en ese sentido, sí, pero, ¿qué puede uno hacer? Pasamos nuestras vidas leyendo. Emerson dijo alguna vez: "la poesía viene de la poesía"; en mi caso de libros que he leído, por supuesto, y de las emociones. Sin emoción no hay poesía posible.
SOBEJANO: Parecería imposible que existieran poetas ingenuos actualmente, ¿no cree?
BORGES: Pero, ¿por qué? Nuestra era misma es tan ingenua. ¡Nadie sabe nada! No deberíamos temer al conocimiento; deberíamos sí temer a la ignorancia, ya que somos tan ignorantes.
SOBEJANO: Sí. A pesar de todo, quizá uno pueda llegar a saber demasiado.
BORGES: No. El universo es infinito. ¿Qué podemos saber? El número de libros es infinito. ¿Qué cantidad de esas páginas hemos leído? ¿Cuántas lenguas hay? Miles. Y conocemos una o dos. Nuestra vida es muy breve –en mi caso, demasiado larga, pero, naturalmente, al final es breve también–. ¿Qué podemos saber? Muy poco. El universo siempre permanece. El universo es infinito. A pesar de lo que tomamos de él, la infinitud permanece. Esto es, por supuesto, el infinito menos algo, y lo que resta es la infinitud, siempre. No, no creo que debamos resistirnos al conocimiento, puesto que sabemos tan poco. ¿Cómo podemos resistirnos al conocimiento? ¡Somos semibárbaros!
CORTÍNEZ: Me parece que esto lo dice también en un poema al Perú, en La moneda de hierro. Usted habla de...
BORGES: No recuerdo ese poema.
CORTÍNEZ: Bueno, puedo ayudarle a recordarlo.
BORGES: Sí, gracias.
CORTÍNEZ: Dice usted en él que todo lo que tiene de Perú es la plata que su abuelo o bisabuelo le trajo.
BORGES: Sí. Y History of the conquest of Peru de Prescott. Y creo que es todo, ¿no? Acaso unos cuantos recuerdos agradables, recuerdos personales.
CORTÍNEZ: Está bien. El asunto es que también menciona a un poeta peruano, Eguren. ¿Lo recuerda?
BORGES: Eguren, claro. Alberto Hidalgo, un poeta menor, me presentó a Eguren, un poeta mayor, diría yo. ¿Cómo se llama el libro? "La niña..."
CORTÍNEZ: Se trata solamente de un poema, "La niña de la lámpara azul".
BORGES: Sí, "La niña de la lámpara azul", sí.
CORTÍNEZ: ¿Le parece que el título es aceptable?
BORGES: Es demasiado decorativo. Pero era su propósito: ser decorativo. La niña de la lámpara, y el azul ahí, ya es demasiado para mí. Yo soy muy sobrio, un puritano, y para mí esos excesos, esas orgías, son auténticamente condenables. ¿"Niña de la lámpara azul"? No. No soy orgiástico.
CORTÍNEZ: Y respecto al "azul", ¿de quién podemos hablar?
BORGES: Me parece evidente que hablamos de Mallarmé: "L’azur, l’azur, l’azur", y luego Rubén Darío lo adoptó. Creo que se puede hablar de colores básicos, por ejemplo, el azul, el rojo, o el amarillo, o el blanco, tal vez del verde, pero no de matices. Por ejemplo, Chesterton, a quien admiro incondicionalmente, tiene un poema en el que dice: "el violeta y argénteo leopardo de la noche". Creo que es un error –creo que debió decir "negro y plateado"–. "Violeta", me parece, es un tono que no encaja. No sé qué piensen de esto. "El negro y plateado leopardo de la noche" sería mejor, porque "violeta y argénteo", y no sé por qué, parece un dibujo, un grabado. En cambio, "negro y plateado" van bien juntos. Pero, ¿quién soy yo para corregir a Chesterton?
SOBEJANO: En sus primeros poemas –y creo que esto aún es válido–, los atardeceres, la calle, las últimas calles de la ciudad y, sobre todo, los patios tienen un significado para usted, lugares agradables, lugares violentos en los que encuentra...
BORGES: Eso es porque nací en una casa con patios. Todo Buenos Aires era así. Nací en el centro de Buenos Aires. Y toda la cuadra era una casa llena de historias. Todo estaba lleno de casas bajas con techos planos, cisternas, cada una con una tortuga en el fondo para mantener el agua pura, puertas traseras, patios, eso era Buenos Aires. Por supuesto, ahora es distinto. Como estoy ciego, yo sigo viviendo en un Buenos Aires que ya no existe. Escribí un poema que comienza así, un poema muy triste. No los haré sufrir con él. Empieza así: "Nací en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires", como todo ha cambiado tanto... No, pero, ahora no me importan los atardeceres ni los barrios. Me gusta el centro de la ciudad, me gusta la ciudad y me gusta la mañana. Me gustan las mañanas, el centro, la esperanza, la ilusión de que cada día puede ser el comienzo de algo, que se desvanece a medida que el día avanza. Me gusta esa ilusión de cada amanecer, y la cultivo. Esto quiere decir que ahora me gustan los amaneceres y las mañanas.
CORTÍNEZ: Si nos quedamos de este lado de los Andes y pensamos en la poesía argentina, a usted siempre le ha gustado la poesía gaucha.
BORGES: Sí. Siempre me han gustado Ascassubi y Hernández. Pero en Ascassubi hay una felicidad que no se encuentra en Hernández. Una felicidad que es una especie de rabia floreciente. En Hernández hay rabia, pero es triste. No como en Ascassubi. Por ejemplo: "Vaya un cielito rabioso, cosa linda en ciertos casos, en que anda un buen hombre ganoso de divertirse a balazos." Eso es Ascassubi, muy distinto del tono de Hernández, que es un tono algo triste.
SOBEJANO: Un crítico español, probablemente resentido por algunas de sus opiniones, lo acusa de ser un hombre universal, cosmopolita, educado en Suiza y en Inglaterra, y demás cosas, y dice que usted posee una enorme cultura universal, pero que precisamente eso hace que menosprecie culturas menos desarrolladas. Naturalmente, estamos hablando de un crítico socialista. ¿Qué piensa de eso?
BORGES: ¿La cultura del subdesarrollo?
SOBEJANO: Supongo que piensa en...
BORGES: ¿La cultura argentina, no?
SOBEJANO: Y la española, por supuesto. Y la de todos los países hispánicos. Pero supongo que se refería a su Buenos Aires de los suburbios, de las milongas, de los patios, del "Hombre de la esquina rosada"...
BORGES: Pero eso no es condenable. No creo que sea condenable. Además, hemos llegado a la luna, y más lejos, espero.
SOBEJANO: ¿Le parece tendenciosa, injusta esta opinión?
BORGES: No, no. En absoluto. Trato de ser universal. No lo logro, claro está. Pero pasé cinco espléndidas semanas en Japón, y me sentí como un bárbaro entre gente civilizada. Después fui a Egipto. Sentí el peso del tiempo, tantos ayeres acumulados allí. En Europa se siente lo mismo. Y aquí mismo también, en ciertos lugares. Por ejemplo, en Nueva Inglaterra, por ejemplo, se siente un tiempo que no se siente en Texas, realmente, a pesar de que Texas me gusta mucho. ¡Hay tantos países! Quisiera conocer todas las lenguas, todas las literaturas, pero, ¡Dios mío!, tengo ochenta y tres años de edad y sé muy poco. Ahora estoy estudiando islandés –creo que es bueno hacerlo– y con María Kodama estudio anglosajón, el inglés antiguo. Eso también fue mágico. También aprendí por mí mismo alemán para poder leer a Schopenhauer, y lo logré con un método que quiero recomendarles: comiencen a estudiar alemán no con la gramática, que es terrible, sino con Buch der Lieder de Heine y con el Intermezzo. Así llegué a disfrutar la literatura germana, aunque no soy capaz de hablarlo con fluidez. En estos momentos estudio islandés. Me gustaría aprender otras lenguas, y como ustedes, como todos ustedes, tal vez, siento nostalgia por el latín, que en algún momento creí dominar pero que después perdí. Pero la nostalgia por el latín es benéfica, pues sin él no habríamos tenido al anónimo sevillano, los trabajos de Quevedo, de Góngora, de Saavedra Fajardo, todos basados en una nostalgia por el latín. Quizá pueda decirse lo mismo de Milton, que también añoraba el latín y el griego. Es una hermosa añoranza.
SOBEJANO: Esto me recuerda que en algún lugar usted dice que trató de aprender en sus comienzos de escritores latinizados, como Saavedra Fajardo y Quevedo.
BORGES: Es cierto.
SOBEJANO: Después los abandonó por...
BORGES: No sé por qué Saavedra Fajardo ha sido olvidado. Era un hombre muy lúcido, además de un escritor admirable.
SOBEJANO: Y finalmente, creyó que había conseguido un estilo más simple.
BORGES: Ahora, cuando me siento a escribir, lo hago con un vocabulario mínimo. Trato de evitar los sinónimos. Es decir, si escribo "rojizo", sigo diciendo "rojizo", y no "rojo". Parece que es mejor escribir de esta manera, de una manera que pasa inadvertida. Vuelvo al anónimo sevillano: "un estilo tan llano y moderado que no pueda ser percibido por nadie que lo lea." Eso es lo que busco en realidad. Sin duda alguna, ha de ser lo más difícil de alcanzar.
SOBEJANO: Sí, precisamente en su trayectoria más reciente esa manera de escribir contrasta fuertemente creo que con...
BORGES: Con el barroco.
SOBEJANO: Con el barroco que se practica con tanta frecuencia actualmente, que se usa tanto.
BORGES: Creo que la juventud es barroca a causa del miedo. Una persona joven piensa: "Si digo lo que pienso, sabrán que es una observación estúpida, así que voy a disfrazarla." Entonces se disfraza de contemporáneo, de futurista, de escritor del siglo diecisiete, o por ejemplo, un joven se disfraza fácilmente de Shakespeare. Pero es un error. Por otro lado, a mi edad, uno se resigna a ser quien es; sobre todo, conoce sus límites, sabe perfectamente si hay algo en el fondo, pero sabe también que hay cosas que no debe intentar. En mi caso, la novela, por ejemplo. Ni una historia que dure mucho. Sé que no debo tratar de hacerlo. Ni una historia muy larga. Por otra parte, me siento menos incómodo con un soneto o un poema de una página, en verso libre o verso en prosa, que es tan fácil y tan placentero para el oído.
SOBEJANO: ¿Cree que esas formas breves –el poema, el cuento, el ensayo– favorecen la intensidad y la densidad?
BORGES: Sí, y en cada caso, es casi imposible que sean tediosos. Un haikú tiene tres líneas. No hay tiempo de aburrirse. Cinco, siete y cinco sílabas. La tanka: cinco, siete, cinco y luego siete y siete sílabas. Tampoco hay tiempo de aburrirse.
CORTÍNEZ: Borges, ¿está usted anticipando el trabajo que María Kodama va a leer mañana?
BORGES: Exacto. De hecho, estoy usurpándole el tema. No, lo dije porque ella me habló de eso esta tarde. Soy muy listo.**
CORTÍNEZ: Bien, hablando de la novela y de la poesía, hay dos escritores en su país que la mayor parte de nuestros estudiantes identifican como prosistas: Güiraldes, el novelista, y el ensayista Martínez Estrada. Pero también fueron poetas, ¿no es cierto?
BORGES: Sí, pero Martínez Estrada era un poeta admirable. ¡Qué extraño! Martínez Estrada es inconcebible sin Lugones, y es superior a él. Diría lo mismo acerca del gran poeta mexicano que escribió "La suave patria".
CORTÍNEZ: López Velarde.
BORGES: Sí, Ramón López Velarde. Creo que es inconcebible sin Lugones, pero mejor que él. Pero está bien, en general los hijos son superiores al padre. En el caso de Martínez Estrada, sus mejores poemas superan a los mayores trabajos de Lugones. Pero es un hijo de Lugones. Y orgulloso de ello también. Y Lugones, finalmente, era a su vez hijo indiscutible de Laforgue y también hijo de Darío.
CORTÍNEZ: Y Güiraldes, ¿lo convence como poeta?
BORGES: Creo que tampoco él estaba muy convencido. Escribió el libro El cencerro de cristal, una especie de imitación de Lunario. Por ejemplo, veamos, bueno, no se ofendan: "Luna, frígido ovillo, pulcro botón de calzoncillo." No sé si vale la pena recordarlo. Pido disculpas por mencionar ese íntimo botón.
SOBEJANO: Ya que mencionó a López Velarde, ¿cree usted que en él está el germen del prosaísmo?
BORGES: Pienso que lo prosaico es uno de los recursos de la poesía, si se usa cuidadosamente. Si no se abusa de ello, puede ser muy útil.
SOBEJANO: Creo que el prosaísmo fue continuado por César Vallejo, y luego vino el movimiento neorealista, con escritores como Arguedas o Ciro Alegría, que en los años cuarenta y cincuenta cultivaron un tipo de novela y de literatura muy comprometidas con la vida diaria, el trabajo, el sufrimiento; y lo hicieron no tratando de dar un testimonio meramente informativo, claro está, sino como una parte de la obra literaria. Observo una continuidad desde el prosaísmo de López Velarde, pasando por la poesía de Vallejo, hasta llegar a Arguedas.
BORGES: No conozco a esos poetas. Conozco a López Velarde, sí, pero no a los otros. No puedo hablar con ninguna autoridad. Además, he estado ciego como lector desde los cincuenta y cinco años de edad; en verdad no conozco a mis contemporáneos.
SOBEJANO: Hice la pregunta porque es un movimiento que no busca la complejidad o el refinamiento, sino un impulso lírico que proviene de las cosas cotidianas, las más humildes, la vida de los pobres.
BORGES: Ambas cosas pueden unirse –el refinamiento y ese íntimo ritmo del que usted habló–. No creo que sean necesariamente excluyentes.
SOBEJANO: No, claro que no. Usted editó una selección de Quevedo y otras antologías. ¿Qué criterio usa para reunir una selección de la obra de un poeta? ¿Alguna preferencia estética?, ¿o que sea completa?, ¿otro criterio?
BORGES: No. Un criterio hedonista, estético, de placer. Hay obras célebres de Quevedo que no incluyo porque creo que son espantosas. Bueno, pero yo no sé. Es mejor no citarlas en este momento; no las incluí. También hice una antología de Góngora y no incluí, por ejemplo, "ande yo caliente y ríase la gente". Me parece bastante miserable. Y tampoco, "era del año la estación florida, en que el mentido robador de Europa", que también me parece sencillamente horrible. Pero Góngora tiene versos espléndidos. Es curioso que uno de los mejores sonetos de Quevedo haya sido escrito por Góngora. Ese soneto típicamente quevediano dice: "Las horas que limando están los días, los días que royendo están los años." Góngora escribió los mejores versos de Quevedo. Y antes que él también. ¡Era un auténtico bribón! Se anticipó a Quevedo.
CORTÍNEZ: Se supo en España, pese a que la votación fue secreta, que cuando se otorgó el Premio Cervantes a Onetti hubo un voto disidente en favor de Octavio Paz. Y las malas lenguas dicen que ese voto fue suyo.
BORGES: No las malas. Las buenas y verdaderas lenguas.
CORTÍNEZ: ¿Eso significa que puedo hacerle una pregunta sobre Octavio Paz?
BORGES: Qué extraño. Admiro mucho a Octavio Paz. Me gusta lo que escribe. No tengo nada interesante que decir sobre él en este momento. Soy simplemente un lector agradecido de Octavio Paz. Y voté por él. Siento que darle el premio a Onetti fue una equivocación, pero finalmente la vida está hecha de errores, sobre todo la mía, que es una especie de antología de errores.
CORTÍNEZ: Pero subsanaron esa equivocación, porque le dieron el Premio Cervantes a Octavio Paz al año siguiente.
BORGES: Cierto.
CORTÍNEZ: Y hay muchos de nosotros aquí que pensamos que el más reciente Premio Nobel fue una equivocación, no tanto con respecto a la persona sino al orden en que fue otorgado. No sé si está de acuerdo con nosotros.
BORGES: No. El premio fue bien otorgado. Yo francamente no deseo el Premio Nobel. Los suecos son muy sensibles. Tienen toda la razón. ¿Quién soy yo para compararme con Neruda, con Kipling, con Bernard Shaw, con Bertrand Russell, con André Gide, con William Faulkner? Nadie, evidentemente. Creo que los suecos están en lo correcto. Además, es una especie de ritual bien establecido. He perdido la cuenta de los años: me prometen el premio cada año, se lo dan a otro y ya sé cómo es la cosa. Es un ritual que se repite a sí mismo. Ahora es un hábito del tiempo.
CORTÍNEZ: García Márquez dijo que estaba muy sorprendido por haberlo obtenido antes que usted.
BORGES: Pues debo estarle agradecido por ese error. Él se lo merece y yo no.
SOBEJANO: Dice usted que le han prestado demasiada atención, lo dice modestamente.
BORGES: Es cierto. Se han escrito bibliotecas enteras sobre mí. Hasta ahora no las he leído, pero de todas maneras lo agradezco. Soy un hombre muy tímido; normalmente no leo lo que se escribe sobre mí. Soy muy tímido.
SOBEJANO: Tomando en cuenta que su obra fue escrita principalmente en los cuarenta y cincuenta, y que en ese entonces no tenía usted una popularidad tan extensa y universal, ¿no le parece que...?
BORGES: No, la gente estaba en lo correcto entonces y después cometieron un error.
SOBEJANO: No, no, se trata de comprensión y de justicia. Nosotros, los españoles, leemos casi con una divertida curiosidad las numerosas descalificaciones que usted ha hecho de nuestros escritores. Por ejemplo, Gracián, Calderón, todo el siglo XVIII, todo el XIX, Azorín, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Camilo José Cela...
BORGES: No, no. Juan Ramón Jiménez no. Es un gran poeta, por supuesto.
SOBEJANO: ¿Cree usted que el siglo XIX es una vergüenza en España?
BORGES: No creo que llegue a vergüenza. Es una palabra demasiado fuerte.
SOBEJANO: Un siglo con escritores como, por nombrar algunos, Larra, Bécquer, Galdós, Leopoldo Alas, cuatro o cinco escritores de...
BORGES: Well, my sense pains me!
SOBEJANO: Well, then nothing. Agreed.
CORTÍNEZ: ¿Y el Poema del Cid ? También lo ha descalificado frecuentemente.
BORGES: Bueno, el Cid, no, no creo. Bueno, sí, un poco. Me dijeron que van a hacer una versión para adultos de ese poema, pero no sé si sea cierto o no. Yo tenía la otra. No la versión para adultos.
SOBEJANO: Continuando con España, ¿siente usted que España es áspera, ruda, algo o muy cruel, radical?
BORGES: Cierto, pero se jactan de serlo. Lo digo como un halago, digo que son rudos para halagarlos.
SOBEJANO: No, no, mi pregunta era si no se refería únicamente a Castilla, porque, por ejemplo, Galicia, Andalucía... Son mucho más dulces, ¿no?
BORGES: Sí, en ese caso, yo soy de cepa andaluza y portuguesa. Más dulce. Por otro lado, en Castilla hay tantos tipos militares, tantos frailes, nada bueno.
CORTÍNEZ: Creo que el público tiene derecho a aportar su grano de arena (the right to stick their two cents).
BORGES: Muy bien, hace mucho que no escuchaba esa expresión. Bueno, veamos...
PREGUNTA (del público): Un día leí algo en uno de sus cuentos que decía: "no hay un hombre vivo que no sea crédulo fuera de su especialidad". Tengo que admitir que me reí. Mi especialidad no es el español –no sé ni una palabra–, pero quisiera hacerle una pregunta. No soy un hombre de fe, pero hay un cuento que me ha perturbado por años desde que lo leí: "Tres versiones de Judas". Me parece ser un cuento sobre las variedades de la traición.
BORGES: ¿De verdad? En ese caso, le pido disculpas por haberlo turbado.
PREGUNTA: Lo que quiero saber es –ya que soy ingenuo en ese sentido– si la persona que protagoniza su historia, Nils Lindberg (el nombre correcto es Nils Rudeberg, N. de la T.), es real, o es sólo un personaje que brotó de su imaginación.
BORGES: ¿Puede repetirme el nombre del cuento?
PREGUNTA: "Tres versiones de Judas".
BORGES: Sí, siento decirlo, todo es inventado. No existe ese hombre.
PREGUNTA: De modo que ese hombre no existió.
BORGES: Siento decírselo.
PREGUNTA: No, no puede ser. Quizá existió.
BORGES: Nadie ha leído ese cuento, excepto usted. Usted es el único lector en el mundo.
PREGUNTA: ¿Tal vez?
BORGES: Estoy completamente seguro. Yo lo escribí, usted lo leyó y se acabó.
PREGUNTA: ¿Se acabó? Gracias, señor.
DONALD SHAW: Todos sabemos, o al menos hacemos conjeturas acerca de lo que Macedonio Fernández significó para usted. ¿Cree usted que Macedonio significa algo especial para la literatura argentina?
BORGES: No, creo que Macedonio Fernández era sobre todo un hombre oral. Lo que escribió no es entendido con facilidad, pero en cuanto a la palabra hablada era un hombre de genio. Allí están Pitágoras, Buda, Jesús, Sócrates, que nunca escribieron. Creo que fue un hombre oral. Era muy taciturno. En toda una noche decía cuatro o cinco cosas; se refería constantemente al interlocutor. Es decir, "che, te das cuenta de que..." y luego seguía algo sorprendente. Lo decía en voz baja. Había gente que esperaba toda la noche para oír a Macedonio decir tres o cuatro cosas, en una voz muy baja, que tenían que repetirse después. Estoy seguro de que era un hombre de genio pese a que su obra escrita no lo confirme. Sentía lo mismo con Rafael Cansinos Assens, un escritor judío andaluz. Al principio, sentía que era un genio. Pero más tarde, releyendo sus libros, me di cuenta de que no puede encontrarse eso en sus libros, sino solamente en mis recuerdos personales, lo mismo que con Macedonio Fernández.
SHAW: Discúlpeme si no me expreso bien, yo también sufro algo de timidez, especialmente en una reunión como ésta. Mi pregunta es la siguiente: una gran parte de la literatura se crea en la memoria, y nuestra memoria es muy corta, demasiado voluble, como usted...
BORGES: Pero precisamente por eso la mente puede imaginar. Si recordáramos todo no seríamos capaces de imaginar nada. Es benéfico que nuestra memoria sea corta. El olvido es lo más valioso de la memoria.
SHAW: Sin embargo, el olvido es mucho más largo, ¿cierto? ¿Es posible crear por el olvido más que por la memoria?
BORGES: De cualquier manera soy incapaz de crear. Pero quizás ambas herramientas son útiles.
SHAW: Por ejemplo, usted, en su cuento "El inmortal", se refiere al tema del olvido.
BORGES: Escribí ese cuento y al final se me ocurrió que sería mejor si el protagonista era Homero, el olvidado, al cabo de todos estos siglos. Es un buen cuento pero el estilo es demasiado extravagante. Si fuera a escribirlo ahora, lo haría con un estilo mucho más simple. Pero quizás esa historia requería ese estilo, pues cada tema dicta su propio lenguaje. Por ejemplo, algo me sucede, y ese algo me dice que emplee el soneto, el verso libre, el cuento o el ensayo. En resumen, no creo que haya una retórica absoluta. Hay temas que deben tratarse en verso rimado; otros permiten o demandan verso libre. Depende del tema. No creo que pueda haber una estética general. Pero finalmente, ustedes pueden enseñarme mucho acerca de esto.


*La noche anterior Borges había sostenido una charla sobre la obra de Emily Dickinson. (N. de la R.)
**María Kodama habló al día siguiente sobre la poesía y las formas de la literatura. (N. de la R.).


En: Revista Fractal N° 7, Octubre-Diciembre, 1997, Año 2, Volumen II, pp. 63-88.
Texto aparecido en Carlos Cortínez (editor), Borges, the poet. Fayeteville, 1986.
Traducción del inglés por Una Pérez-Ruiz: Borges, Jorge Luis; La literatura de mis días

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