2/10/18

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: Eclosiona un arte






Increíblemente, la frase «arquitectura funcional», que la gente del oficio no emite sin una sonrisa piadosa, sigue embelesando al gran público. En la esperanza de aclarar el concepto, trazaremos a grandes rasgos un apretado panorama de las corrientes arquitectónicas hoy en boga.

  Los orígenes, aunque notablemente cercanos, se desdibujan en la nubosidad polémica. Dos nombres dispútanse la pedana: Adam Quincey, que en 1937 diera a la estampa, en Edimburgo, el curioso folleto caratulado Hacia una arquitectura sin concesiones y el pisano Alessandro Piranesi que, apenas un par de años después, edificó a su costa el primer caótico de la historia, recientemente reconstituido. Turbas ignaras, urgidas por el insano prurito de penetrar en él, le prendieron fuego más de una vez, hasta reducirlo a tenue ceniza, la noche de San Juan y San Pedro. Piranesi falleciera [sic] en el ínterin, pero fotografías y un plano posibilitaron la obra reconstructiva que hoy es dable admirar y que, según parece, observa los lineamientos del original.

  Releído a la fría luz de las actuales perspectivas, el breve y mal impreso folleto de Adam Quincey suministra un magro alimento al goloso de novedades. Remarquemos, sin embargo, algún párrafo. En el inciso pertinente se lee: «Emerson, cuya memoria solía ser inventiva, atribuye a Goethe el concepto de que la arquitectura es música congelada. Este dictamen y nuestra insatisfacción personal ante las obras de esta época, nos ha llevado alguna vez al ensueño de una arquitectura que fuera, como la música, un lenguaje directo de las pasiones, no sujeto a las exigencias de una morada o de un recinto de reunión». Más adelante leemos: «Le Corbusier entiende que la casa es una máquina de vivir, definición que parece aplicarse menos al Taj Majal que a un roble o a un pez». Tales afirmaciones, axiomáticas o perogrullescas ahora, provocaron en la oportunidad las fulminaciones de Gropius y de Wright, malheridos en su más íntima ciudadela, amén del estupor de no pocos. Lo restante del folleto torpedea Las siete lámparas de la arquitectura de Ruskin, debate que hoy nos pone apáticos.

  Nada o poco importa que Piranesi ignorara o no el folleto de marras; el hecho indiscutible es que erigió en los terrenos antes palúdicos de la Vía Pestífera, con el concurso de albañiles y ancianos fanatizados, el Gran Caótico de Roma. Este noble edificio, que para algunos era una bola, para otros un ovoide, y para el reaccionario una masa informe, y cuyos materiales amalgamaban la gama que va del mármol al estiércol, pasando por el guano, constaba esencialmente de escaleras de caracol que facilitaban el acceso a paredes impenetrables, de puentes truncos, de balcones a los que no era dable acceder, de puertas que franqueaban el paso a pozos, cuando no a estrechos y altos habitáculos de cuyo cielo raso pendían cómodas camas cameras y butacas inversas. No brillaba tampoco por su ausencia el espejo cóncavo. En un primer arranque de entusiasmo, la revista The Tattler lo saludó como el primer ejemplo concreto de la nueva conciencia arquitectónica. ¡Quién diría entonces que el Caótico, en un porvenir no lejano, sería tildado de indeciso y de pasatista!

  No malgastaremos, por cierto, una sola gota de tinta ni un solo minuto del tiempo en escribir, y denostar las burdas imitaciones que se abrieron al público (!), en el Luna Park de la Ciudad Eterna y en las más acreditadas ferias francas de la Ciudad-Luz.

  Digno de interés, aunque ecléctico, es el sincretismo de Otto Julius Manntoifel, cuyo Santuario de las Muchas Musas, en Postdam, conjuga la casa-habitación, el escenario giratorio, la biblioteca circulante, el jardín de invierno, el impecable grupo escultórico, la capilla evangélica, el templete o templo budista, la pista de patinaje, el fresco mural, el órgano polifónico, la casa de cambio, la vespasiana, el baño turco y el pastel de fuente. El oneroso mantenimiento de este edificio múltiple provocó su venta en remate y la demolición de rigor, casi a continuación de los festejos que coronaron la jornada de su debut. ¡No olvidar la fecha! ¡23 ó 24 de abril de 1941!

  Ahora le llega el turno ineluctable a una figura de desplazamiento aún mayor, el maestro Verdussen, de Ütrecht. Este prohombre consular escribió la historia y la hizo; en 1949 publicó el volumen que intitulara Organum Architecturae Recentis; en 1952 inauguró bajo el patrocinio del príncipe Bernardo su Casa de las Puertas y las Ventanas, como cariñosamente la bautizara la nación entera de Holanda. Resumamos la tesis: muro, ventana, puerta, piso y tejado constituyen, a no dudarlo, los elementos básicos del hábitat del hombre moderno. Ni la más frívola de las condesas en su boudoir ni el desalmado que aguarda, en su calabozo, el advenimiento del alba que lo acomodará en la silla eléctrica pueden eludir esta ley. La petite histoire nos cuenta al oído que bastó una sugestión de Su Alteza para que Verdussen incorporara dos elementos más: umbral y escalera. El edificio que ilustra estas normas ocupa un terreno rectangular, de seis metros de frente y algo menos de dieciocho de fondo. Cada una de las seis puertas que agotan la fachada de la planta baja comunica, al cabo de noventa centímetros, con otra puerta igual de una sola hoja y así sucesivamente, hasta llegar al cabo de diecisiete puertas, al muro del fondo. Sobrios tabiques laterales dividen los seis sistemas paralelos, que suman en conjunto ciento dos puertas. Desde los balcones de la casa de enfrente, el estudioso puede atisbar que el primer piso abunda en escaleras de seis gradas que ascienden y descienden en zigzag; el segundo consta exclusivamente de ventanas; el tercero, de umbrales; el cuarto y último, de pisos y techos. El edificio es de cristal, rasgo que desde las casas vecinas, facilita decididamente el examen. Tan perfecta es la joya, que nadie se ha atrevido a imitarla.

  Grosso modo hemos pincelado hasta aquí el desenvolvimiento morfológico de los inhabitables, densas y refrescantes ráfagas de arte, que no doblegan su cerviz al menor utilitarismo: nadie penetra en ellos, nadie se alonga, nadie queda sentado en cuclillas; nadie se incrusta en las concavidades, nadie saluda con la mano desde el impracticable balcón, nadie agita el pañuelo, nadie se defenestra. Là tout n’est qu’ordre et beauté.


P. S.: Ya corregidas las galeradas del panorama anterior, el cable telegráfico nos informa de que en la propia Tasmania hay un nuevo brote. Hotchkis de Estephano, que se mantuviese hasta la fecha dentro de las corrientes más ortodoxas de la arquitectónica no habitable, ha lanzado un Yo acuso, que no trepida en moverle el piso al otrora venerado Verdussen. Aduce que paredes, pisos, techos, puertas, claraboyas, ventanas, por impracticables que sean, son elementos perimidos y fósiles de un tradicionalismo funcional que se pretende descartar y que se cuela por la otra puerta. Con bombos y platillos anuncia un nuevo inhabitable, que prescinde de tales antiguallas, sin incurrir, por lo demás, en la mera mole. Aguardamos con no decaído interés las maquetas, planos y fotografías de esta expresión novísima.


En Crónicas de Bustos Domecq (1967)

Luego en Jorge Luis Borges. Obras completas en colaboración (con Adolfo Bioy Casares)
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores 1979, 1991 y 1997
Barcelona, Emecé, 1997


Imagen: Bioy Casares y Borges, por Grau Santos Vía


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