No es imposible que las ideas antropológicas del
doctor Frazer caduquen irreparablemente algún día, o ya estén declinando; lo
imposible, lo inverosímil es que su obra deje de interesar. Rechacemos todas
sus conjeturas, rechacemos todos los hechos que las confirman y la obra seguirá
inmortal: no ya como lejano testimonio de la credulidad de los primitivos, sino
como documento inmediato de la credulidad de los antropólogos, en cuanto les
hablan de primitivos. Creer que en el disco de la luna aparecerán las palabras
que se escriben con sangre sobre un espejo es apenas un poco más extraño que
creer que alguien lo cree.
En el peor de los casos, la obra de Frazer perdurará
como una enciclopedia de noticias maravillosas, una «silva de varia lección»
redactada con singular elegancia. Perdurará como perduran los treinta y siete
libros de Plinio o la Anatomía de la melancolía de Robert Burton.
El presente
volumen trata del temor de los muertos. Abunda, como todos los de Frazer, en
curiosísimos rasgos. Por ejemplo: es fama que Alarico fue sepultado en el cauce
de un río por los visigodos, que desviaron el curso de las aguas y luego las
hicieron volver y dieron muerte a los prisioneros romanos que habían ejecutado
el trabajo.
La
interpretación habitual es el temor de que los enemigos del rey profanaran su
tumba. Sin rechazarla, Frazer nos propone otra clave: el temor de que su alma
despiadada surgiera de la tierra para tiranizar a los hombres.
Frazer
atribuye el mismo propósito a las máscaras de oro funerarias del acrópolis de
Micenas: todas sin orificios para los ojos, salvo una, que es de un niño.
En Revista El Hogar, 11 de diciembre de 1936
Luego en Obra crítica (2000)
Imagen: Sir James George Frazer by Lafayette
Whole-plate glass negative, 22 April 1926
Given by Pinewood Studios via Victoria and Albert Museum, 1989
© National Portrait Gallery, London