Jueves, 31 de diciembre de 1953. Comemos rápidamente en casa. Después,
con Alberto Blaquier y Miguel Casares, vamos a buscar a Emita y a Borges.
Con éstos partimos a El Rincón, la estancia de Julia Bullrich. Allí brindamos
con champagne a las doce.
Llegamos de vuelta a casa a las seis de la mañana. Con Borges tenemos
guilty conscience. BORGES: «La gente antes sentía que la alborada era
feliz y el crepúsculo triste. Hoy sostenemos lo contrario.
¡Oh noche amable más que la alborada!1
no tenía que ser demasiado amable». BIOY: «Para mí el amanecer en el
campo es feliz, en medio de toda la naturaleza; en la ciudad, melancólico.
Y es distinto el amanecer en que uno se levanta del amanecer en que
uno se acuesta». Me dice que después de cierta hora él está muy desgraciado,
ve todo como desde lejos, se halla entre la gente como un objeto,
como un botín. Comenta: «Es sospechoso que la música popular guste a
todo el mundo. Tal vez no haya diferencia entre la gente. Tal vez todos
sean chacareros disfrazados». Las casas de la avenida Alvear parecían refulgir
con luz propia.
1. Juan de la Cruz (San), «Noche oscura del alma»
Lunes, 31 de diciembre de 1956. Voy a casa de Borges. Llevo un paquete de
té de La Marquise de Sévigné y, de parte de Silvina, una corbata. Después
de un brindis con champagne y un turrón compartido, conversamos
unos minutos en el balcón, mirando esporádicos fuegos artificiales; están
la madre, Norah, Luis y Miguel. Me entero de que Ghiano obtuvo el Premio
Nacional de Crítica.
Refiere Borges: «Anoche, en casa de Elvira [de Alvear] se hablaba de
política. La Rubia Daly Nelson, furiosa, va al antecomedor y le dice a la
mucama: "Verá el susto que se van a llevar cuando venga Perón disfrazado".
La mucama contesta: "Usted está loca, niña". El énfasis parece
puesto en disfrazado. Además, ¿por qué traería disfraz si viniera como vencedor?
Como razonamiento lógico quizá tenga muchos errores. Otra
buena frase de la Rubia, pero no tan buena como la de Perón disfrazado,
porque las mejores no están hechas para ser graciosas, es: "Pobre niño lisiado,
parece un Esopo"».
Elvira le dice a Borges que una noche tienen que ir a comer a un restaurant
de enfrente, «que se llama El Asturiano Invisible... o Invencible».
Después resulta que el restaurant se llamaba de otra manera y que lo cerraron
hacia 1924.
Martes, 31 de diciembre de 1957. Borges anuncia que vendrá a brindar con
nosotros a las doce menos cuarto; llama poco después de las doce, desde
lo de Elvira: «Estoy tied up. Un abrazo. Los extraño mucho».
Sábado, 31 de diciembre de 1960. Come en casa Borges. Brindamos con
champagne. Después de comer, Borges y yo vamos a la ventana de la sala
de Silvina, hasta que sean las doce. BORGES: «Esperamos algo que no sabemos
bien en qué consiste». Miro los árboles y los senderos de la plaza,
la estatua de Alvear y pienso en la máquina del tiempo de Wells y en que
todos somos unas máquinas del tiempo de vuelo de ave de corral. «Qué
raro —comenta Borges— que en tantos años como viví no hubiera un
momento en que yo haya estado más adelante en el futuro que ahora.»
Lunes, 31 de diciembre de 1962. A las seis de la tarde corro a La Nación.
Allí cerraron las puertas y nadie sabe que hay reunión del jurado. Después
de una media hora larga con Leónidas llamo a Drago. «Los demás
—opino—, no tendrán mi determinación y partirán.» Resolvemos, entre
poesía y teatro, que el año próximo el premio sea para la poesía.
Cuando nos retiramos llega Mallea; no objeta.
Comemos, en el cuarto de Marta, con un calor espantoso, cuatro personas,
el grupo que va quedando (el grupo de cada persona va disminuyendo
y cambiando a lo largo de la vida): Silvina, Marta, Borges y yo. Después
de comer, leyendo L'Immortel, cabeceo y sueño. Después, Borges y
yo esperamos el año junto a una ventana.
BORGES: «En los libros no hay que ponderar mucho a los admirables
cuadros, esculturas o monumentos que pinta o esculpe el héroe: los lectores
descubren que son mamarrachos».
Hablamos de correctores de pocas luces. Recuerda: «Fernández Moreno
explicaba que La ciudad junto al río inmóvil estaba mal; la ciudad es
inmóvil y el río fluye. Tal vez la confusión de Fernández Moreno fuera intencionada...
En la SADE, alguien, probablemente Ratti, corrigió un curriculum
vitae que decía: Matilde Pérez Pieroni, pieronista, y escribió peronista,
explicando: "De Perón, peronista. Yo he observado que hay unas unidades
básicas de la rama femenina del partido peronista, y no pieronista", ad
nauseam. Qué diferencia con el que corrigió la frase "A veces uno se
siente acompañado en el desierto y solo en la ciudad" de la siguiente manera:
"A veces uno se siente solo en el desierto y acompañado en la ciudad".
Este corrector debió de ser un hombre lúcido, cansado de tonterías.
Hasta el siglo XVIII todos hubieran corregido así, ingenuamente; la
otra lección ¿Aristóteles la hubiera entendido?»
Martes, 31 de diciembre de 1963. Por la mañana me habla la madre de Borges,
nerviosa y preocupada por el estado de ánimo de su hijo: «Cuando
no ve a esta chica, está bien, pero apenas la ve se pone hecho un loco. Ella
le manda regalos: baratijas, cosas horribles, porque no tiene gusto. Dice
que es distinguida: distinguida no es, basta verla. Su casa parece la casa
de la modista. Me parece bien que se case, pero con alguien como él. Le
dije que vea a gente como él, que deje tranquilas a esas chiquillas. Te
quería preguntar si no te parece bien que le hable a esta mujer y le pida
que no lo vea, que lo deje tranquilo». BIOY: «No, señora. Va a llegar a saberlo
y se va a enojar con usted. A usted la necesita». LA SEÑORA: «Es lo
que no sabe la gente. Una mujer que se case con él tiene que ser muy abnegada. Ocuparse de todo: de vestirlo, de lavarlo. La gente no sabe hasta
qué punto es ciego. Estaba muy irritable. Agresivo, hostil. Se me acercaba
y me decía cosas terribles. Ahora, esas pastillas le han hecho mucho bien.
"Vos estás mucho mejor —le digo—, ya que puedo hablarte de estas cosas."
Escucha y se ríe».
Desde hace mucho tiempo, pasamos todos los fines de año con Borges y Silvina. Esta noche escribimos; somnolientos, progresamos todavía
hasta la una.
BORGES: «Si el amor no sirve para la felicidad, nunca debe ser fuente
de desdicha».
Jueves, 31 de diciembre de 1964. Cuando entro en la librería Rodríguez (Galerías
Pacífico) oigo una voz familiar. Es Borges, en lo que me parece una
típica conversación con persona de otro nivel: el discurso tiene algo de
perorata, de botarateo, con conciencia aquí y allá por el escaso seso del
que oye, con evidente frais; pronto todo eso se pone más alarmante. Borges
recita en anglosajón y yo tristemente me pregunto: ¿Será la vejez que
llega, con las manías (previsibles, repetidas, majaderas), las rarezas? Borges,
convertido en viejo profesor idiosincrático. Ya se sabe: no tiene nada
que hacer. Sus visitas son temidas. Habla y habla... Inofensivo, pero... Esperemos
que no hayamos alcanzado esa época. Entro, corto la perorata;
me pide que lo acompañe hasta Witcomb, donde verá a Keins. Lo dejo
ahí y corro a mis diligencias matutinas. Vuelvo. Están departiendo. Conversamos
un poco. Borges dice en broma: «Bioy está interesado en una
editio princeps de las Empresas de Saavedra Fajardo». «Ésta no es la primera,
pero tiene lindas ilustraciones», contesta Keins, rápidamente convertido
en comerciante. «¿Cuánto cuesta?», pregunta Borges. «Siete mil», contesta
Keins. Borges echa a la broma las cosas —«¿Siete mil qué? Maravedíes,
farthings, perras gordas, etcétera»— y Keins vuelve a ser un intelectual.
Me habla de un artículo, publicado en Alemania, donde se ocupa de
mí (y de otros) y también conversamos sobre Alemania. Con Borges, en
lenta caminata, entorpecida por etimologías (Polca viene de polaca, etc.), vamos
hasta Maipú y Charcas. Ahí lo dejo.
Por la noche, come en casa. Escribimos el cuento de los sabores. BORGES:
«Pasaremos el año escribiendo». «Ojalá», digo.
Martes, 31 de diciembre de 1968. Trabajo con Borges y Di Giovanni, hasta la
madrugada, en traducciones de Crónicas. Borges expresa su fe en que él
y yo empezaremos ahora una nueva época de nuestra vida literaria: la de
nuestras mejores creaciones.
Cada semana, Di Giovanni manda tres colaboraciones (de Borges,
que él traduce) al New Yorker. BIOY: «Va a cansarlos». DI GIOVANNI: «Qué
más quieren. ¿Usted no cree que Borges...?» BIOY: «No se trata de eso.
Van a cansarse de la frecuencia. Cada vez que reciben correspondencia
hay un grueso sobre suyo. Estarán preguntándose en broma: "¿A qué no
sabes de quién recibí hoy un sobre? De Di Giovanni"». DI GIOVANNI: «Usted
no conoce al New Yorker. Además lo necesito para vivir». BIOY: «Eso no
es asunto de ellos. Usted va a matar la gallina de los huevos de oro». DI GIOVANNI: «All right. Mañana empiezo a traducir a Bioy Casares, a Silvina
Ocampo, a Mallea, así no los canso con Borges». BIOY (en broma): «Usted
convierte mi consejo en una bajeza. Tal vez en general tenga razón; pero
no en cuanto al New Yorker, los conozco mejor que usted. Le elegí tres
cuentos de Crónicas que no trataban de excentricidades literarias. Usted
no me hizo caso y tradujo "Paladión". Mandó "Paladión" y se disponía a
mandar "Bonavena". Le dije: "No. Van a considerarnos pourris de littératuré".
Usted no creyó en mi consejo, pero lo aceptó. Menos mal, porque
al día siguiente recibió de vuelta "Paladión", con la explicación de que era
demasiado literario, una broma para literatos, tediosa para el público general
». En toda esta discusión, Borges estaba de acuerdo conmigo.
Miércoles, 31 de diciembre de 1969. A las diez, después de la comida, vienen
Borges y Elsa. Hablo del cuento que vendí a Atlántida. BORGES (con la cara
torcida por el disgusto): «No puedo aceptar dinero de una revista que se
metió con mi madre, con mi mujer y conmigo». Después, a solas, me
dice: «No voy a hacer escándalo. Que ellos crean que me pagaron no me
importa. Entre yo y Dios, if any, tiene que saberse que no recibí el dinero.
Así que cobralo y hacé lo que quieras. Decile a Elsa que no te pagaron».
La única salida que se me ocurre es dar ese dinero a La Nación, para que
lo donen al Ejército de Salvación, de parte de H. Bustos Domecq, y escribirle
una carta a Borges, explicándole todo, diciéndole que no creía
que estuviera ofendido, porque una ofensa así a mí no me llega. Además,
¿ofenderse con Atlántida, con el Correo? Brindamos con champagne
Arizu, que ellos nos regalaron. También está con nosotros Ricardo, el
hijo de Elsa. Elsa anuncia: «Mañana es el cumpleaños de un hermano
mío, que murió». BORGES (a mí): «Una información útil».
Jueves, 31 de diciembre de 1970. Comen en casa Borges y Cristina Alstone.
BORGES: «En ese nombre hay un error. Stone no es piedra. Es tune, town,
como en Paddington. Alstone ha de ser Old Town». Dice que Borges es burgués:
«Siempre insistí en no ser un escritor comprometido. ¿Por qué hay
que estar comprometido en una sola dirección? De ahora en adelante yo
estaré comprometido en defensa de la burguesía».
Comemos, tardísimo, un prodigioso pavo, con purés de arvejas y de
batata. Con Borges dormitamos un rato, versificando en español las brujas
de Macbeth.
Viernes, 31 de diciembre de 1971. Sobre 1971. Con Borges empezamos, en
Buenos Aires y en Pardo, la traducción, en endecasílabos sin rima, de
Macbeth; la abandonamos. Escribimos tres cuentos de Bustos Domecq:
«Más allá del bien y del mal», sobre una idea mía; «El enemigo n°1 de la
censura», sobre una idea mía; la historia de un amor del Baulito Pérez, a
la que falta el título, sobre una idea de Borges, modificada por mí. Borges
ha mejorado, pero está viejo (otro trabajo cumplido: con él y con
Hugo escribimos el film Los otros y lo tradujimos al francés). Otro hecho,
de algún modo vinculado con las letras y casi increíble: inicié el primer
pleito de mi vida. Por medio de una abogada recomendada por Elvira
Orphée, inicié juicio a la editorial Rueda (en nombre también de Borges,
por Cuentos breves y extraordinarios). A Sur le retiré los derechos de gerencia
de Seis problemas y del Libro del cielo y del infierno.
Domingo, 31 de diciembre de 1972. Hablo con la madre de Borges. Está mejor.
Leo a Borges, de un Sunday Times del 26 de noviembre, un limmerick
de Swinburne, escrito como prosa: «Literary critics will hardly care to remember
or to register the fact that there was a bad poet named Clough, whom his
friends found useless to puff; for the public, if dull, has not such skull as belongs
to believers in Clough».1 BORGES: «Sin embargo, [Clough] no era mal poeta
». Cita de él esta frase sobre Roma:
Rubbishy seems the word that most exactly suits it.2
Silvina se enoja por la herejía. A mí la observación de Clough me parece
justa y recuerdo la frase de Oscar Pardo, de vuelta de su viaje por Italia:
«¿No dijo Oscar que el estado de las ruinas le pareció francamente
ruinoso?»3
También cita Borges una conversación entre peones de maestranza
en la Biblioteca, recogida por Miguel de Torre en un asado de fin de año:
UNO: «Tengo almorranas». OTRO (amistoso): «Hacételas empujar».
1. [Los críticos literarios difícilmente se molestarán en recordar o registrar la existencia de un
mal poeta llamado Clough, a quien sus amigos encontraban inútil promover; porque el público, aunque
estúpido, no tiene sesera semejante a la de los partidarios de Clough.] El mismo es citado, como
«a contemptuous rhyme», por Chesterton [Robert Browning (1903), III], con variantes: «There
was a bad poet named Clough./ Whom his friends all united to puff./ But the public, though dull, /
Has not quite such a skull/ As belongs to believers in Clough». Bioy había leído el libro en marzo
de 1942.
2. [Cubierta de ruinosa basura parece ser la definición que mejor le conviene.] Amours de Voyage
(1849), I,v. 9.
3. Cf. BIOY, «Confidencias de un lobo» (1967).
Martes, 31 de diciembre de 1974. Busco a Borges, que sigue lumbagado. «Heredé
tu león» —me dice, aludiendo al de Lugones, al que «un sordo lumbago
lo amilana»—. Llegamos a casa, en el coche. Él habla. Le digo: «Esperá un momento, tengo que abrir las puertas del garaje». Me bajo.
Cuando vuelvo está hablando. Dice: «Las Grondona están en una situación
falsa: son millonarias, pero no tienen un peso; gente bien, pero de
segunda; escritoras, pero quién las toma en serio (amén de que necesitan
que les corrijan los textos antes de publicarlos); y por merecer, pero
viejas». Comenta también: «Una personalidad tenue que está imponiéndose
es la de Juan L. Ortiz. No pasa un día sin que me lo nombren. Yo
creo que ya es inexpugnable. Si escribís versos en líneas muy cortas, de
estilo alusivo y delicado (aunque personalmente uno sea tan grosero y
bruto como Molinari) y si te afiliás al partido comunista, entonces no te
sacan ni a patadas. Yo creí que el poeta de Gualeguay era Mastronardi,
pero ahora parece que es este Ortiz».
Comemos y, a las once y media, en la penumbra del hall, Marta se
duerme en su silla, después Silvina, mientras Borges perora. De pronto
me pasa algo extraño, no sé dónde estoy. Despierto porque Silvina conduce
a Borges al baño. La mucama llega llorosa porque es año nuevo.
Borges explica su lumbago: «Si me levanto me duele». «No se levante»,
le dice, cortés e incomprensivamente la mujer.
Viernes, 31 de diciembre de 1976. Come en casa Borges. Hay que esperar el
año nuevo: Silvina se duerme, yo me duermo. Borges habla de la crítica
de Shakespeare; yo contribuyo con las palabras Don Braulio. Temo que
Borges descubra que estoy durmiendo y trato de justificar a ese don
Braulio entre Pope y Johnson.
BORGES: «Parece que las mujeres llegaron a Ibsen. Ahora guardan
para ellas lo que ganan. Está bien. De modo que rufianes, gigolós, etcétera,
hoy no son más que personajes de la literatura. En la vida no están.
Qué raro: la literatura siempre está atrasada».
Sábado, 31 de diciembre de 1977. Come en casa Borges. Le digo que hoy leí
en La Nación su prólogo a los dibujos de Norah 1, convencido de que era
un capítulo de un libro de recuerdos. «Eso no es escribir», responde.
1. Norah [Milano, Il Polifilo, 1977]
Domingo, 31 de diciembre de 1978. Comen en casa Borges, Roberto Gerosa
y Daniel Tinayre (h.). Borges está algo tembloroso, sin equilibrio.
Escribimos la nota para anteponer a Los placeres del opio en la Suma de
De Quincey. Leído hoy, el texto de De Quincey sugiere un escandaloso
alegato en favor del opio; cuando yo lo leí por primera vez, en el treinta
y tantos, me pareció expresión de opiniones de un hombre que todavía
no estaba compenetrado de los perjuicios que traía su consumo. En
aquellos años había gente que se drogaba (morfinómanos, les decíamos),
pero nuestra sensibilidad para el asunto no estaba tan agudizada como
ahora.
Borges opina que The End of the Tether es un magnífico relato y pregunta
si un ciego podría, como el capitán de este relato de Conrad, disimular
durante varios días su ceguera. Conrad habla de las tinieblas del
ciego: Borges dice que para él nunca hay tinieblas; que extraña la oscuridad;
el mundo para él siempre es azulado o si no de un color amarillento
o naranja. Que lamenta no haberle preguntado a otro ciego si
ellos están como él en un mundo azulado o amarillento: «Nunca le pregunté
esto a mi abuela; tampoco a mi padre». BIOY: «¿Por qué lado te
viene la ceguera?» BORGES: «Por los Haslam: mi bisabuelo Haslam, mi
abuela Haslam, mi padre».
Sábado, 31 de diciembre de 1983. Me entero de que Borges volvió hoy de los
Estados Unidos.
En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Foto: Adolfo Bioy Casares con Jorge Luis Borges en Buenos Aires (1982)
Fuente: Adolfo Bioy Casares: Una poética de la pasión narrativa
Buenos Aires, Anthropos, n.º 127, diciembre de 1991, p. 32 Vía
Comentarios tristes adecuados para los 31 de diciembre......yo con gusto los leeria en esa fecha.....
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