Todos los vigilantes empiezan por el casco.
Todos los arzobispos acaban por la mitra.
No hay cabeza en diciembre que no cuelgue de un rancho.
A mí, Jota Ele Borges, me han puesto una aureolita.
La aureola es un sombrero que me queda grandísimo
y que se gasta mucho. Mejor es abdicarlo.
L'olvidaré en la percha y saldré calladito
a ser Jota Luis Borges, guitarrero de ocasos.
Este almuerzo grandote nos mancha de misterio:
¡Cuánto corazón claro, perdonador y amigo!
Son escribas tan diablos estos de Martín Fierro
que les infiero plagios y me sacuden vino.
Les agradezco en nombre de los ponientes machos
color baraja criolla que he versiado en Urquiza.
Les agradezco en nombre de la luz de mi patria
y de mis almacenes color pollera e china.
¿Quién pensó que los criollos iban derecho al muere
en la ciudá bendita de Rosas y El Peludo?
Digámosle al destino, mucho verso ferviente.
Respiren, compañeros. Se me acabó el discurso.
* Borges improvisó estos versos en un almuerzo (véase Monegal, 1987, pág. 176) que la revista Martín Fierro organizó para agasajarlo, junto a Sergio Pinero (hijo), por la publicación de Luna de enfrente y El puñal de Orión respectivamente.
En Martín Fierro, segunda época, Buenos Aires, Año 2, N° 26, 29 de diciembre de 1925
Luego en Textos recobrados 1919-1929
1997-2007 Maria Kodama
Buenos Aires, Sudamericana 2011