3/5/18

Fernando Sorrentino: El vuelo del águila






En El Trujamán titulado «El ilimitado don Francisco Soto y Calvo» escribí:

Sin que ahora logre determinar dónde ni cuándo, recuerdo que en cierta entrevista Jorge Luis Borges se refirió, de una manera por donde parecía correr una sonrisa irónica, a don Francisco Soto y Calvo.

«Debo a la conjunción» de mi memoria y el azar el hallazgo del texto en cuestión. Se encuentra en el libro de Roberto Alifano El humor de Borges (Buenos Aires, Proa, 2000). Habla —no escribe— Borges y, por supuesto, vale la pena escucharlo con atención:

[Francisco Soto y Calvo] era un hombre solemne, sin ningún sentido del humor. Él era estanciero, poeta, traductor y también editor. Soto y Calvo consagró toda su vida a las traducciones y a la poesía: un amor no correspondido, por supuesto, ya que era un poeta mínimo. Ahora, siguiendo aquello que dijo Bernard Shaw, yo no puedo referirme a este amigo mío en otro tono que no sea el del humor. Involuntariamente, su obra de traductor está llena de disparates y no se la puede ver en otra forma que no sea la del humor. Era el único traductor que traducía del idioma inglés sin conocer inglés, conociendo solamente el idioma castellano. Un caso curioso, ¿no? Soto y Calvo partía de la teoría de que había que traducir palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Yo le señalé, alguna vez, que esto era imposible. Por lo pronto, las mismas palabras, en el mismo orden, ya presupone una sintaxis similar en los idiomas. En inglés, en alemán o en francés se debe anteponer el sujeto al verbo: en cambio, en castellano no. Por ejemplo, si yo digo «llegó un jinete», «un jinete llegó», es lo mismo; pero en otro idioma no se puede empezar por el verbo. Esto, obviamente, no le importaba para nada a Soto y Calvo. Él sostenía, convencido, que con su sistema se podía traducir correctamente.
[…]
Una vez me leyó una traducción que había hecho de Al Aaraaf, ese poema largo de Edgar Allan Poe, donde por primera vez se fusionan la técnica y la poesía. Recuerdo que un verso decía así: The eternal voice of God is passing by, / And the red winds are withering in the sky! («¡Pasa la voz eterna de Dios, / y los rojos vientos se marchitan en el cielo!») Soto y Calvo me leyó su traducción, realizada con las mismas palabras, con el mismo orden y con el mismo número de sílabas, y decía: «Ya no brama en la esfera el hórrido aquilón». Yo, entonces, observé tímidamente que me parecía que no eran las mismas palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Y Soto y Calvo me contestó: «Yo esperaba algo mejor de usted, Borges; el águila vuela muy alto». Esto lo dijo con cierta indulgencia hacia mí; el águila era él, por supuesto.
Desde luego, si yo fuera juez, consideraría con reservas este testimonio de Borges: son más que evidentes la alegría de crear ficción y de improvisar oralmente una anécdota graciosa, y también el placer humorístico de la hipérbole y del embuste.


Y está muy bien que sea así, pues siempre he sido de la idea de que la literatura debe ser más bella que la verdad.





Imagen s-a: Fernando Sorrentino en septiembre 2013 Vía 
Abajo: Francisco Soto y Calvo (s-a) vía



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