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29/1/18

Jorge Luis Borges: Parábolas* —La lucha / Liberación— (1920)







La lucha

Habló el soldado gris. Un fuego de San Telmo subrayaba su mirada buena y azul.

Sí, dijo lentamente. Estuve en la batalla de Tannenberg. Del caos empavesado de mis recuerdos-cáncer de las trincheras en el enfermo torso de la tierra, reír de claras bayonetas, pleamares de hombres, crucifixión de pinos en el derrumbamiento de los horizontes, fango, odio y sangre. —Uno resalta: el de un aberrojo.

Voló hacia mí. Arremetióme audaz. Solo, robinsoniano, sin más armas que una pica y un pífano. Sorbió mi sangre. Y mi frondosa mano se desplomó sobre él como caería un firmamento. Enorme fue el estrépito. Murió luchando. Y hoy, lejos de la lid, lejos del odio, mi memoria ciñe tu imagen, adversario impertérrito.

Audacia, fe, nuestras altas, humanas cualidades, hambre de inasequibles metas astrales, todo fue tuyo. (... ¿Gozaste tú jamás aquella sangre que encimeró** tus sueños en las febriles noches del pantano?)

El pífano que acicatara tu entusiasmo y exasperara mi calma fue un símbolo divino. La vida es embriaguez y es lucha, en ti como en mí, huérfano insecto, vibraron sus largos ritmos fervientes.

Somos hermanos. ¡Hacia ti mi saludo!



Liberación

Había una vez un hombre prisionero de una muy larga cadena. Cien sometidos compañeros, como cien sometidos eslabones, estaban fusionados con él; bajo el yugo del día trituraban las piedras, mientras los maldecía el sol, que mordía como un lobo sus espaldas, o la tormenta, cuyas disciplinas flagelaban sus hombros, o la nevada, blanca como la lepra. Siete soldados armados de maldad y de alabardas los custodiaban. De noche, yacían sobre la tierra hostil. Cuando se incorporaba el alba lívida se despeñaban en la amarga faena con sus almas opacas de sopor por la penumbra tambaleante.

El cautivo pensaba, y al cabo de siete años, se dijo:

— ¿Será tan justo este orden de cosas?... Tal vez mis heredades sean la vida y todas las victorias de la vida. Tal vez mis heredades sean los violines de los vientos, y los jardines de los campos, y los caminos errabundos y la locura de los arroyos libres...

Y tuvo miedo ante esta idea, que pecaba de blasfematoria e impía. Mas paulatinamente fue iluminando su alma y la acariciaba como un vedado deliquio. Y en las miserias cotidianas que le oprimían, érale un bálsamo sentir que él no era igual a sus hermanos que nunca habían pensado.

Al cabo de siete años dolientes, llegó a la paz de una resolución. Reconoció que su derecho era la vida y todo el esplendor de la vida. Y decidió la fuga.

Arribado que hubo a esta cúspide, vio que era imposible libertarse. 



* Estos textos están firmados "Jorge-Luis Borjes"

** Encimero/a no es verbo. Léase como una licencia del jovencísimo Borges

En Gran Guignol, Revista Quincenal, Literatura-Teatros-Artes, Sevilla, 
Año 1, N° 1, 10 de febrero de 1920
El director de esta revista fue Manuel Calvo Ochoa. Se publicaron tres números.


Incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana


Foto captura (otra): Un jovencísimo Borges en Imágenes inéditas



18/12/17

Jorge Luis Borges: Las dos maneras de traducir (1926)






Suele presuponerse que cualquier texto original es incorregible de puro bueno, y que los traductores son unos chapuceros irreparables, padres del frangollo y de la mentira. Se les infiere la sentencia italiana de traduttore traditore y ese chiste basta para condenarlos. Yo sospecho que la observación directa no es asesora en ese juicio condenatorio (aquí me ha salido una especie de alegoría legal, pero sin querer) y que los opinadores menudean esa sentencia por otras causas. Primero, por su fácil memorabilidad; segundo, porque los pensamientos o seudopensamientos dichos en forma de retruécano parecen prefigurados y como recomendados por el idioma; tercero, por la confortativa costumbre de alacranear; cuarto, por la tentación de ponerse un poco de ingenio. En cuanto a mí, creo en las buenas traducciones de obras literarias (de las didácticas o especulativas, ni hablemos) y opino que hasta los versos son traducibles. El venezolano Pérez Bonalde, con su traducción ejemplar de "El cuervo" de Poe, nos ministra una prueba de ello. Alguien objetará que la versión de Pérez Bonalde, por fidedigna y grata que sea, nunca será para nosotros lo que su original inglés es para los norteamericanos. La objeción es difícil de levantar; también los versos de Evaristo Carriego parecerán más pobres al ser escuchados por un chileno que al ser escuchados por mí, que les maliciaré las tardecitas orilleras, los tipos y hasta pormenores de paisaje no registrados en ellos, pero latentes: un corralón, una higuera detrás de una pared rosada, una fogata de San Juan en un hueco. Es decir, a un forastero no le parecerán más pobres; serán más pobres. Su caudal representativo será menor. 

Las dificultades de traducir son múltiples. Ya el universalmente atareado Novalis ("Werke", página 207, parte tercera de la edición de Friedemann) señaló que cada palabra tiene una significación peculiar, otras connotativas y otras enteramente arbitrarias. En prosa, la significación corriente es la valedera y el encuentro de su equivalencia suele ser fácil. En verso, mayormente durante las épocas llamadas de decadencia o sea de haraganería literaria y de mera recordación, el caso es distinto. Allí el sentido de una palabra no es lo que vale, sino su ambiente, su connotación, su ademán. Las palabras se hacen incantaciones y la poesía quiere ser magia. Tiene sus redondeles mágicos y sus conjuros, no siempre de curso legal fuera del país. La palabra "luna", que para nosotros ya es una invitación de poesía, es desagradable entre los bosquimanos que la consideran poderosa y de mala entraña y no se atreven a mirarla cuando campean. De la palabra "gaucho", tan privilegiada en estas repúblicas por nuestro criollismo, un judío me confesó que la encontraba realmente cómica y que su conchabo sólo sería aguantable en un verso que se viese obligado a rimar con "caucho". La palabra "súbdito" (esta observación pertenece a Arturo Costa Álvarez) es decente en España y denigrante en América. 

Los epítetos "gentil", "azulino", "regio", "lilial", eran de eficacia poética hace veinte años, y ahora ya no funcionan y sólo sobreviven algunos en los poetas de San José de Flores o Banfield. Es cosa averiguada que cada generación literaria tiene sus palabras dilectas: palabras con gualicho, palabras que encajonan inmensidad y cuyo empleo, al escribir, es un grandioso alivio para las imaginaciones chambonas. En seguida se gastan y el escritor que las ha frecuentado mucho (el hombre avanzado, el muy contemporáneo, el moderno) corre el albur de pasar después por un simulador o un maniático. Eso suele convenirle: toda perfección, hasta la perfección del mal gusto, puede ubicar a un hombre en la fama. Ser cursi inmortalmente, es una manera de sobrevivir como las demás. 

Hay obras llanísimas de leer que, para traducir, son difíciles. Aquí va una estrofa del Martín Fierro, quizá la que más me gusta de todas, por hablar de felicidad: 

El gaucho más infeliz 
tenía tropilla de un pelo, 
no le faltaba un consuelo 
y andaba la gente lista: 
tendiendo al campo la vista, 
sólo vía hacienda y cielo. 

La dificultad estriba en la palabra "consuelo". El diccionario de argentinismos no la considera, ni falta que hace. He oído decir que ese consuelo es algunos pesos. A mí no me convence: ha de ser alguna muchacha, más bien... 

Universalmente, supongo que hay dos clases de traducciones. Una practica la literalidad, la otra la perífrasis. La primera corresponde a las mentalidades románticas, la segunda a las clásicas. Quiero razonar es la afirmación, para disminuirle su aire de paradoja. A las mentalidades clásicas les interesará siempre la obra de arte y nunca el artista. Creerán en la perfección absoluta y la buscarán. Desdeñarán los localismos, las rarezas, las contingencias. ¿No ha de ser la poesía una hermosura semejante a la luna: eterna, desapasionada, imparcial? La metáfora, por ejemplo, no es considerada por el clasicismo ni como énfasis ni como una visión personal, sino como una obtención de verdad poética, que, una vez agenciada, puede (y debe) ser aprovechada por todos. Cada literatura posee un repertorio de esas verdades, y el traductor sabrá aprovecharlo y verter su original no sólo a las palabras, sino a la sintaxis y a las usuales metáforas de su idioma. Ese procedimiento nos parece sacrílego y a veces lo es. Nuestra condenación, sin embargo, peca de optimismo, pues la mayoría de las metáforas ya no son representaciones, son maquinales. Nadie, al escuchar el adverbio "espiritualmente" piensa en el aliento, soplo o espíritu; nadie ve diferencia alguna (ni siquiera de énfasis) entre las locuciones "muy pobre" y "pobre como las arañas". 

Inversamente, los románticos no solicitan jamás la obra de arte, solicitan al hombre. Y el hombre (ya se sabe) no es intemporal ni arquetípico, es Diego Fulano, no Juan Mengano, es poseedor de un clima, de un cuerpo, de una ascendencia, de un hacer algo, de un no hacer nada, de un presente, de un pasado, de un porvenir y hasta de una muerte que es suya. ¡Cuidado con torcerle una sola palabra de las que dejó escritas! 

Esa reverencia del yo, de la irreemplazable diferenciación humana que es cualquier yo, justifica la literalidad en las traducciones. Además, lo lejano, lo forastero, es siempre belleza. Novalis ha enunciado con claridad ese sentimiento romántico: La filosofía lejana resuena como poesía. Todo se vuelve poético en la distancia: montes lejanos, hombres lejanos, acontecimientos lejanos y lo demás. De eso deriva lo esencialmente poético de nuestra naturaleza. Poesía de la noche y de la penumbra ("Werke", III, 213). Gustación de la lejanía, viaje casero por el tiempo y por el espacio, vestuario de destinos ajenos, nos son prometidos por las traslaciones literarias de obras antiguas: promesa que suele quedarse en el prólogo. El anunciado propósito de veracidad hace del traductor un falsario, pues éste, para mantener la extrañez de lo que traduce se ve obligado a espesar el color local, a encrudecer las crudezas, a empalagar con las dulzuras y a enfatizarlo todo hasta la mentira. 

En cuanto a las repetidas versiones de libros famosos, que han fatigado y siguen fatigando las prensas, sospecho que su finalidad verdadera es jugar a las variantes y nada más. A veces, el traductor aprovecha los descuidos o los idiotismos del texto para verle comparaciones. Este juego, bien podría hacerse dentro de una misma literatura. ¿A qué pasar de un idioma a otro? Es sabido que el Martín Fierro empieza con estas rituales palabras: "Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela". Traduzcamos con prolija literalidad: "En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra", y con altisonante perífrasis: "Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar", y armemos luego una documentada polémica para averiguar cuál de las dos versiones es peor. La primera, ¡tan ridícula y cachacienta!, es casi literal.



La Prensa, Buenos Aires, 1 de agosto de 1926

Incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana


Foto captura: Un jovencísimo Borges en Imágenes inéditas


8/11/17

Jorge Luis Borges: Moderación en los proverbios (1927)







A buen hambre no hay pan duro; pero no conviene alimentarse exclusivamente de postes de ñandubay, vigas de resistencia, estatuas de mármol y veredas enladrilladas.

Agua que no has de beber, déjala correr; pero no hasta el punto de tener las canillas abiertas hasta inundar la casa, el barrio, la circunscripción, la ciudad y los pequeños pueblos que se forman a orillas de la metrópoli.

El que no siembra, no recoge; pero tampoco hay que sembrar eucaliptus en el comedor y ombúes en el dormitorio hasta imposibilitar los movimientos de la familia.

Río revuelto, ganancia de pescadores; pero no hay que malgastar los años más preciosos de la juventud en los terrenos anegadizos y en los bañados, con el agua hasta las orejas, cazando nutrias.

El amor es ciego; pero no hasta el punto de casarse con una draga.

Quien mucho abarca, poco aprieta; pero que tus dedos no aprieten un grano de alpiste con tantas ganas, que las uñas se vayan incrustando en la carne y que los más hábiles cerrajeros renuncien a abrirlos.

Dar de beber al sediento; pero no hasta obligarlo a la adquisición o alquiler de una escafandra, para no ahogarse.

Ande yo caliente y ríase la gente; pero no hasta domiciliarme en un horno de panadero, para convertirme en pan de salud y fomentar así la hilaridad de los contertulios.

Conserve su izquierda; pero tampoco se haga amputar de vicio el brazo derecho.

El ahorro es la base de la fortuna; pero no se pase la vida ahorrando carozos, pelusas, hilachas, fósforos apagados, escamas y otros etcéteras.

Sea compasivo con los animales; pero no se gaste el sueldo íntegro en satisfacer los caprichos del unicornio o en obsequiar con cenas y paseos al buey de almizcle.

Sea breve en su visita; pero no hasta el punto de irse antes de venir.

Conserve este boleto; pero no hasta dormir al raso en invierno, porque la acumulación de boletos en el dormitorio impide la entrada.

Nunca escapa el cimarrón si dispara por la loma; pero la municipalidad no debe tolerar que los cimarrones socaven los cimientos de los edificios con sus túneles y galerías, o se amontonen para tomar el subterráneo en Primera Junta.

Respetar los ancianos; pero no hasta dejarse tirotear por Calixto Oyuela con su arcabuz y tener la casa hecha un museo de vejestorios, de longevos, de guerreros del Paraguay y de soto y calvos.

Al que madruga, Dios lo ayuda; pero desde hoy no empiece a levantarse anteayer.

Ceda su asiento a las damas; pero no deje desmantelada la casa, a fuerza de regalarle una silla a cuanta chiruza, china o chinonga pasa por la vedera.

El que escupe en el suelo, es un mal educado; pero más vale ser mal educado que escupir en la cara de las personas o en los espejos o en el histórico catre de campaña, debajo del cual el general Simón Bolívar ganó la histórica batalla de Si te vi no me acuerdo.


J. L. y G. J. B.*

*Las iniciales pertenecen a Jorge Luis y Guillermo Juan Borges
Martín Fierro, segunda época, Buenos Aires, Año 4, N° 42, 10 de junio-10 de julio de 1927

Incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
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Foto: Captura de Borges. Imágenes inéditas

27/10/17

Jorge Luis Borges: El cielo azul, es cielo y es azul (1922)





El paisaje se agolpa en la ventana. Veo un desperezarse de médanos desmadejados y lacios, el mar que bajo el cielo de un azul cobarde se aprieta al horizonte, los empinados cerros arenosos abiertos con amplitud de abrazo en ciernes, y en el trecho que vase humillando hasta formar la playa, alguna casa de cinc arrinconada por las leguas y sitiada por muchedumbres de sol.

Esto y alguna de esas renegridas pirámides que se alzan sobre los pozos de petróleo, integran el desesperado paisaje que me rodea, y que conocen harto bien todos los moradores de este rincón del Chubut.

Su fijación escrita —donde la costumbre de la literatura ha impuesto un par de imágenes— agota varios renglones, que copian sin embargo una percepción única, abarcable en un vistazo brevísimo.

Intentamos ahora verterla a las diversas lenguas metafísicas y ver de qué manera los filósofos explican este fenómeno escueto: la percepción de una cosa, indagación que aboca en seguida al problema del conocimiento y puede guiarnos, sin embélicos [sic] técnicos ni jerihabla virtual, a lo más extrañable de nuestro asunto.

Palpemos ante todo la explicación adocenada y corriente del hombre que nunca se asomó a la metafísica. Éste empieza por negar que exista el problema, luego duda de nuestra seriedad al interrogarle, y tras de haber rondado algún tiempo por estos ineludibles arrabales de la iniciación filosófica, nos declara que antes de que yo lo mirase, el paisaje estaba enclavado allí, lo mismo que ahora. Entonces nosotros, amartillando una consabida dialéctica, le señalamos que el paisaje es un conjunto visual sujeto a cambios innumerables según la luz, la hora, la distancia, la actitud del espectador y otras distintas condiciones. ¿Cuál de tantos paisajes, le preguntamos, es valedero? El hombre intenta demarcar una frontera entre el paisaje real y los caprichos que acarrean la perspectiva y el clima, y se va empantanando en las palabras, hasta callarse, atascado por el imprevisto carácter díscolo y traicionero que asumen.

Y ahí podemos dejarlo, en aprendizaje de Kant, inventando añejas respuestas y deteniéndose en encrucijadas vetustas siempre un tanto aturdido de su encontronazo con la metafísica, hoy muy esperanzado en el desquite final y avecinándose mañana a la incredulidad más plenaria. Oigamos a los materialistas ahora. Éstos aseguran que lo que huelo, escucho, miro, palpo, gusto y estrujo, no tiene realidad, y que lo único que merece ser dignificado con denominación tan honrosa es la energía o los átomos o las combinaciones moleculares; cosas que en sí no son verificables sensualmente. Empero, para imaginármelas de algún modo y redimirlas de su condición de nadería y de mera palabra amplificada, debo concederles visibilidad, tamaño y otras singularidades aparenciales; es decir, debo asemejarlas enteramente a esos conjuntos de percepciones, para cuya explicación han sido inventadas, y cuya realidad total niegan los materialistas. Aberración es ésta, que de escucharla por vez primera, nos azoraría.

El materialismo, en suma, no explica nada, y el concepto de dos universos paralelos y coexistentes, uno esencial, continuo, colectivo, y el otro fenomenal, intermitente, psicológico, es antes una complicación que una ayuda. Si lo aceptamos, nos encaran dos problemas en lugar de uno. El hecho de que las ciencias físicas hayan menester electrones, magnetismo y moléculas, no implica que éstos vivan una existencia independiente: negación que arrímase un tanto al concepto instrumental de la verdad que defienden los pragmatistas y que según veremos luego, tampoco es absolutamente justo...

La distinción arbitraria en fin que el materialismo establece entre unas cualidades y otras afirmando que lo especial es objetivo, pero que los sonidos y los colores sólo son subjetivos, no pasa de ser una incomprensión vergonzante y un silabeo filosófico que no logran redimir algunas pobres corazonadas y vislumbres de la visión metafísica.

Escuchemos al idealismo entonces. Schopenhauer, el meditador que con más feliz perspicacia y más plausibles abundancias de ingenios, ha promulgado esta doctrina, quiere dilucidar el mundo mediante las dos claves de la representación y la voluntad. Esto puede aclararse de la siguiente manera.

Antes de Schopenhauer, toda especulación ontológica había hecho del espíritu o de la materia su punto de partida. Unos rebajaban el espíritu a ser derivación de la materia y consecuencia de sus transformaciones; otros, en sentido inverso, declaraban que la materia es una hechura del espíritu, rotulado. Yo por Fichte y Demiurgo o Dios por los teólogos. Schopenhauer descartó ambas hipótesis, asentando la imposibilidad de un sujeto sin objeto y viceversa, lo cual es enunciable en términos de nuestro ejemplo, diciendo que el paisaje no puede existir sin alguien que se aperciba de él, ni yo sin que algo ocupe el campo de mi conciencia. El mundo, es, pues representación, y no hay una ligadura causal entre la objetividad y el sujeto.

Pero además es voluntad, ya que cada uno de nosotros siente que a la briosa pleamar y envión continuo de las cosas externas podemos oponer nuestra volición. Nuestro cuerpo es una máquina para registrar percepciones; mas es también una herramienta que las transforma como quiere. Esta fuerza cuya existencia atestiguamos todos es la que llama voluntad Schopenhauer: fuerza que duerme en las rocas, despierta en las plantas y es consciente en el hombre...

¿Qué otras aclaraciones de la vida queréis que repasemos? Hay la que dijo Pitágoras, el cual quiso asentar el mundo sobre principios guarismales; hay la que dijo Platón, quien afirma que si al mirar los médanos puedo apercibir su declive y su tonalidad amarilleja es porque en otro ciclo vital he conocido las ideas puras de lo Amarillo y de lo Oblicuo, que estos arenales copian ahora —respuesta que se limita a trasladar el problema a inabordables lejanías—; hay la que susurra la Kábala y paladearon los teósofos alejandrinos, según la cual somos emanaciones de Dios y nuestra inquietud es anhelo entrañable de volver a la patria divinal; hay la de Kant, que apuntala las apariencias sensuales sobre una inagarrable cosa en sí; hay la de Valentino, quien dictaminó que los comenzadores del mundo fueron el mar y el silencio. Esas y muchas otras, cuya omisión casual o voluntaria corregirá el lector, lidian y se desmienten.

Empero tantas divergencias tienen un centro común: la configurada práctica de referir un fenómeno a otros, y remachar a la existencia un eje que, según las idiosincrasias de escuelas, denomínase Dios, Representación o Energía. Los que han subrayado esa universal endeblez hanse obstinado en ver en ella una mera bravata del idioma, una salpicadura entrometida del río del lenguaje, que traspasa con olas arboladas la jurisdicción de su lecho. Esto es erróneo. La culpa no es achacable al lenguaje ni son las antedichas claves iguales al sésamo, al abracalar y demás talismánicos conjuros de la superstición antigua. Los últimos no significan nada y las primeras, aunque parcamente, algo dicen. La culpa está en la indagación, que no en la respuesta.

Recordemos que Lichtenberg llamó al hombre das rastlose Ursachentier, la infatigable bestia causal. ¿Y si el principio de causalidad fuera un mito, y cada estado de conciencia —percepción, recuerdo o idea— no recelase nada, no tuviese escondrijos ni raigambres con los demás ni honda significación, y fuese únicamente lo que parece ser en absoluta?

A primera vista, esa conjetura se nos antoja imposible. Sin embargo, una fácil meditación nos convencerá de su validez y hasta de su certidumbre axiomática.

Elegid la clave filosófica que os parezca más eficaz y aplicadla al enlace de percepciones oculares que dan principio a esta encuesta. Lejos de iluminarlas o de confundirse con ellas, veréis que se mantiene incólume, aislada. Será un suceso más en vuestra conciencia, como podría serlo una intención o un sonido. No alterará en un punto la verdad de lo que antes fue o meditamos; será sencillamente otra realidad, abarcadura del momentáneo presente, pero inhábil para modificar los otros presentes, que apiñados por una sola palabra, llama pasado el actual. Éstos permanecerán ajenos e inaccesibles a toda trabazón niveladora. El horror de la pesadilla que nos maltrata en la noche no amenguase en un ápice por la comprobación que al despertar hacemos de su "falsía".

Alguien acaso me echará en cara que ese argumento es una petición de principio facilitada por una identificación arbitraria de los sucesos y las noticias que de ellos llegan a nosotros. Pero la verdad es que no podemos salir de nuestra conciencia, que todo acontece en ella como en un teatro único, que hasta hoy nada hemos experimentado fuera de sus confines, y que, por consiguiente, es una impensable y vana porfía esa de presuponer existencias allende sus linderos. Lo cual pueda quizá enunciarse así: no hay en la vida continuidades algunas. Ni el tiempo es un torrente donde se bañan todos los fenómenos, ni es el yo un tronco que ciñen con intorsión pertinaz las sensaciones e ideas. Un placer, por ejemplo, es un placer, y definirlo como la resultancia de una ecuación cuyos términos son el mundo externo y la estructura fisiológica del individuo, es una pedantería incomprensible y prolija. El cielo azul, es cielo y es azul, contrariamente a lo que vacilaba Argensola

Mejor dicho: todo está y nada es.

Una afirmación última. El lenguaje, esa categoría militar y metodizada, no es lo más apto para trujamán de la no causalidad y la soltura. De ahí que si os detenéis en las palabras de mi argumento y buscáis la manera de irles dando la vuelta y desmentirlas, acertaréis acaso, alcanzando con ello un divertido ajedrecismo verbal y un breve esparcimiento del espíritu al confirmar que vuestra dialéctica de hombre leyente es superior a la mía de hombre que escribe. Pero si rebasando las triquiñuelas orales, procuráis ahondar la sustancia de lo que asevero, sentiréis cómo la vida maciza se resquebraja y desparrama. Vuestro Yo consumará su jubiloso y definitivo suicidio; las más opuestas opiniones nunca se darán el mentís; la Eternidad, amigada, cabrá en la corta racha de lo actual; se quebrantarán las formidables sombras teológicas, y el espacio infinito caducará con su exorbitancia de estrellas. 

Comodoro Rivadavia, 1922* 

* Cosmópolis, Madrid, N° 44, agosto de 1922**

** En febrero de 1922 Borges viajó con su familia a Comodoro Rivadavia, donde su tío, el capitán de navío Francisco E. Borges, era comandante militar. Este dato está ilustrado por una fotografía de Borges y su hermana Norah, en el libro Borges, fotografías y manuscritos. Recopilación y ordenamiento: Miguel de Torre Borges, Buenos Aires,  Ediciones Renglón, 1987.
"Yo recién llego del Chubut, de Patagonia, donde he pasado un mes de veraneo entre sierras, arenales interminables y una ausencia total de vegetación... En esta semana sacaremos el segundo número de Prisma" (Carta a Adriano del Valle, Biblioteca Nacional de Madrid).









Este artículo fue publicado en la sección "Nuestros prosistas americanos. Apuntaciones críticas". Prólogo de Adolfo Bioy Casares.

Incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana

Foto arriba: captura de Jorge Luis Borges. Imágenes inéditas





23/10/17

Jorge Luis Borges: Versos con ademán de recuerdo (1926/7)







Recuerdo mío del jardín de casa:
vida cortés de misteriosa
vida benigna de las plantas,
y lisonjeada por los hombres.

Palmera la más alta del cielo de Palermo
y conventillo de gorriones;
parra con uvas negras,
los días del verano dormían a tu sombra.

Molino colorado
que amparaba el lugar como un abuelo;
honor a nuestra casa, pues a las otras
iba el río bajo la campanita del aguatero.

Negro sótano de agua clara
que hacías vertiginoso el jardín,
¡qué lindo ver por una hendija
tu calabozo de agua sutil!

Jardín, frente a tu virtud retumbaron
los heroicos carreros criollos
y también el carnaval charro
con el ranchito y el candombe y el susto de agua.

El almacén, hermano del malevo,
dominaba la esquina;
pero tenían tus bambúes para hacer lanzas
y tus gorriones para la oración.

Tus contadas varas de fondo
se nos volvieron geografía:
un alto era la montaña de tierra,
y una heroicidad su declive.

Yo pondré mi canto ahora
para seguir siempre acordándome:
voluntad buena de dar sombra
fueron tus árboles.


Revista Áurea, 1926-1927
Y además en Cuaderno San Martín, 1929, con variantes, bajo el título "Curso de los recuerdos"

Incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
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Foto captura de Jorge Luis Borges. Imágenes inéditas



11/10/17

Jorge Luis Borges: A Rafael Cansinos Assens *







Larga y final andanza sobre la exaltación arrebatada del ala del viaducto.
A nuestros pies, busca velajes el viento, y las estrellas —corazones absueltos— laten intensidad.
Bien paladeado el gusto de la noche, traspasados de sombra, vuelta ya una costumbre de nuestra               carne la noche.
Noche postrer de nuestro platicar, antes de que se levanten entre nosotros las leguas.
Aun es de entrambos el silencio donde como praderas resplandecen las voces.
Aun el alba es un pájaro perdido en la vileza más lejana del mundo.
Ultima noche resguardada del gran viento de ausencia.
Grato solar del corazón; puño de arduo jinete que sabe sofrenar el ágil mañana.
Es trágica la entraña del adiós como de todo acontecer en que es notorio el Tiempo.
Es duro realizar que ni tendremos en común las estrellas.
Cuando la tarde sea quietud en mi patio, de tus cuartillas surgirá la mañana.
Será la sombra de mi verano tu invierno y tu luz será gloria de mi sombra.
Aún persistimos juntos.
Aún las dos voces logran convenir, como la intensidad y la ternura en las puestas del sol.




En Proa, segunda época, Buenos Aires, Año 1, N° 1, agosto de 1924. 

Y además en: Luna de enfrente, 1925, con variantes. 

Exposición de la actual poesía argentina (1922-1927), de Pedro Juan Vignale y César Tiempo, Buenos Aires, Minerva, 1927. (Se publicaron "Singladura" y "A Rafael Cansinos Assens".)

Incluido en Textos recobrados 1919/1929
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© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana



* Rafael Cansinos Assens (1883-1964) se afilió al movimiento poético modernista, liderado por Rubén Darío. Colaboró en las revistas Helios, Prometeo, Renacimiento y Ultra, difundiendo las innovaciones del dadaísmo, futurismo y ultraísmo. De 1918 a 1922 dirigió la revista Cervantes. Borges, que se consideraba su discípulo, le profesaba una gran admiración y lo ayudó a publicar en Buenos Aires. (Pléiade, 1993, pág. 1349.) Borges recuerda: "Luego marchamos a Madrid y allí el mayor acontecimiento para mí fue la amistad de Rafael Cansinos Assens. Aún me gusta pensar en mí como su discípulo. Había venido de Sevilla donde había iniciado los estudios sacerdotales, pero habiendo encontrado el nombre de Cansinos en los archivos de la Inquisición, decidió que él era judío. Esto lo llevó al estudio del hebreo y más tarde llegó a hacerse circuncidar. [...] Era un hombre alto, con el desdén andaluz por todo lo castellano. El hecho más notable de Cansinos era que vivía enteramente para la literatura, sin preocuparse del dinero o de la fama. Era un excelente poeta y escribió un libro de salmos -mayormente eróticos- titulado El candelabro de los siete brazos, publicado en 1915. También escribió novelas, cuentos, ensayos, y cuando yo le conocí, presidía un círculo literario". ("Autobiografía", 1970, en Monegal, 1987, pág. 144.) 

Borges escribió otros artículos sobre Rafael Cansinos Assens: "Definición de Cansinos Assens", Martín Fierro, Buenos Aires, N° 12/13, 10 de noviembre de 1924, recogido en Inquisiciones, 1925.

Las luminarias de Hanukah, reseña publicada en El tamaño de mi esperanza, 1926

"R. Cansinos Assens", Síntesis, Buenos Aires, junio de 1927

"La traducción de un incidente", Inicial, Buenos Aires, N° 5, 1924, recogido en Inquisiciones, 1925

Imagen: Rafael Cansinos Assens
Cortesía de Fundación Rafael Cansinos Assens, con testimonio de Rafael Manuel Cansinos Assens [+]


8/10/17

Jorge Luis Borges: Guardia Roja (dos versiones)






Guardia Roja* 

El viento es la bandera que se enreda en las lanzas
La estepa es una inútil copia del alma
De las colas de los caballos cuelga el villorrio incendiado.
La planicie rendida
no acaba de morirse

                                                     Durante los combates
    el milagro terrible del dolor estiró los instantes
Ya grita el sol
Por el espacio trepan hordas de luces.
En la ciudad lejana
        donde los mediodías tañen los tensos viaductos
y de las luces pende Jesús-Cristo
como un cartel sobre los mundos
se embozarán los hombres                                      en los torsos desnudos.



Guardia Roja**



El viento es la bandera que se enreda en las lanzas
La estepa es una inútil copia del alma
De las colas de los caballos cuelga el villorrio incendiado.

Y la estepa rendida
no acaba de morirse

                        Durante los combates
el milagro terrible del dolor estiró los instantes

Ya grita el sol
Por el espacio trepan hordas de luces.
En la ciudad lejana
                      donde los mediodías tañen los tensos viaductos
y de las luces pende el Nazareno
como un cartel sobre los mundos
se embozarán los hombres                                      
                      en los cuerpos desnudos.




*En Ultra, Madrid, Año 1, Número 5, 17 de marzo de 1921, página 4
**En Tableros, Madrid, Número 1, 15 de noviembre de 1921
Luego en Rythmes rouges (bajo el título Garde rouge), Pleiáde, 1993, pág.38
Y en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)
Foto: Jorge Luis Borges en el año 1924


7/9/17

Jorge Luis Borges: Por los viales de Nîmes









Como esas calles patrias
cuya firmeza en mi recordación es reclamo
esta alameda provenzal
tiende su fácil rectitud latina
por un ancho suburbio
donde hay despejo y generosidad de llanura.
El agua va rezando por una acequia
el dolor que conviene a su peregrinación insentida
y la susurración es ensayo de alma
y la noche es benigna como un árbol
y la soledad persuade a la andanza.
Este lugar es semejante a la dicha;
I yo no soy feliz.
El cielo está viviendo un plenilunio
y un portalejo me declara una música
que en el amor se muere
y con alivio dolorido resurje. [sic]
Mi oscuridá difícil mortifica la calma.
Tenaces me suscitan
la afrenta de estar triste en la hermosura
y el deshonor de insatisfecha esperanza.




Luna de enfrente, Buenos Aires, Editorial Proa, 1925
Poema excluido por Borges en la edición de 1943 y siguientes

En Textos recobrados 1919-1929 (1997)
Buenos Aires, Sudamericana, 2011


Nota de esta edición:

Luna de enfrente, 1925, contenía veintisiete poemas. Al reeditar su poesía en 1943 Borges excluyó: "Tarde cualquiera", "La vuelta a Buenos Aires", "A la calle Serrano", "Patrias", "Soleares", "Por los viales de Nîmes", "El año cuarenta" y "En Villa Alvear". Incluimos a continuación estos ocho poemas que no fueron publicados en revistas antes de la primera edición del libro. Publicamos también las primeras versiones editadas de "Los llanos" (pág. 182), "Jactancia de quietud", "Singladura" y "A Rafael Cansinos Assens" (págs. 196-197), "Montevideo" (pág. 199), "Dualidá en una despedida" (pág. 203) y "Antelación de amor" (pág. 204). Los restantes poemas que integraban la primera edición de Luna de enfrente fueron corregidos por Borges a lo largo del tiempo; puede encontrarse su última versión en Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, Buenos Aires, Emecé Editores, 3a edición, 1995.
El colofón de Luna de enfrente dice: "Este libro se acabó de imprimir el día 4 de Noviembre de 1925 en los talleres de G. Ricordi e C. que tienen su residencia en Buenos Aires. Calle Bolívar, 1610".


Entrevista de los periodistas Paloma Chamorro, José Luis Jover y el poeta y biógrafo del autor, Marcos Ricardo Barnatán, a sus 77 años.


17/8/17

Jorge Luis Borges: Montevideo (Dos versiones)






I

Mi corazón resbala por la tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres remansada y clara en la tarde como el recuerdo de una lisa amistad.
El cariño brota en tus piedras como un pastito humilde.
Eres festiva y nuestra, como la estrella que duplica un bañado.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre la dulce turbiedad de las aguas.
Antes de iluminar mi celosía su bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio.*


II

Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio.**


*Primera publicación en Martín Fierro, Periódico Quincenal de Arte y Crítica Libre, Segunda época, 
Buenos Aires, Año 1, N° 8-9, 6 de septiembre de 1924.
Luego en Índice de la nueva poesía americana, Buenos Aires, El Inca, 1926
Y en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)

**En Luna de enfrente (1925), suprimido en ediciones ulteriores

Foto: Borges en la Sala Verdi, Montevideo, 1984

21/6/17

Jorge Luis Borges: Motivos del espacio y del tiempo (1916-19)








Soñé
La gran nave de hierro atravesaba el mar. Vivía el viento.
Desde la proa yo veía la crucifixión del sol y el oleaje púrpura...
Y al soñar yo pensé: —Este es un sueño
Y este gran mar y este cielo de doloroso azul y este viento viril
y cada matiz y cada contraste de la luz y de la sombra
Ya los sentí una vez, años ha
—Al surcar el Atlántico—
Y desfilaron ante mí y fueron un trozo de mí y hoy por un instante:
             retornan a mí.
Yo le dije adiós a mi amigo
(quién sabe si otra vez lo veré o si nunca se encontrarán nuestras sendas).
Fuimos por la lenta ciudad
y nos sentamos en un banco, bajo la susurrada bendición de los árboles
... Era pesado el cielo de la siesta
y las casas burguesas dormían ciegas, con cicatrizadas persianas,
y un perro nómada pasó y unos chicos jugaban
y era pesada la espera...
Todo era tan pueril! En una casa, algún mal piano
rezongaba melodías sentimentales y plebeyas.
La próxima separación tendía, como un cristal entre nosotros,
y a lo lejos un tranvía quejumbroso y chirriante parecía irrisorio
            y eso que era amarillo como el sol!
Y aunque yo quería sinceramente a mi compañero
y proclamaban nuestros labios sus falsedades afectuosas,
en verdad el uno para el otro ya éramos extraños
y a veces nos mirábamos casi hostiles.

... y las escasas noches que estuvieron llenas de auroras.

Le vi tuberculoso, deshojado,
el alma llena de suicidio,
el alma oscura como la cicatriz de una herida.
Le vi pronto a morir
y sentí envidia.

Anoche
cuando salí con esos dos amigos a la calleja desigual e indecisa
         que salpica jirones de luz azulada o amarillenta
sentí en mí una gran calma y un gran goce
y una verdad que era harto alta
para encerrarla en cárcel de palabras.
Y durmió esa noche a mi lado,
y al despertarme la encontré conmigo y me acompaña desde entonces;
(hoy no he sentido envidia alguna
ante una carta que es clarín de una felicidad vedada y ajena)
Está tan grande en mi alma
tal el instante en que brilló como un fastuoso y estival mediodía
en la noche humilde y desnuda.
E ignoro aún si es el lictor de mi victoria
o de mi definitiva derrota.

A mi retorno,
no iré enseguida hacia las gentes que amo.
Caminaré a la sombra de los rugosos muros altos y antiguos
y saciaré mis manos en la taza colmada de la fuente
y arrancaré una brizna de hierba y sentiré su gusto primaveral en mis labios
y aspiraré la noche, plena de familiares fragancias...
y sabrán las cosas que he vuelto
y habrá en la noche como una fiesta escondida entre las viejas casas y mi alma.




Gran Guignol, Sevilla, Año 1, N° 3, 24 de abril de 1920

También en Textos recobrados 1919-1929
© María Kodama 1997/2007 

© 2011 Editorial Sudamericana


Imagen: Retrato de Borges a lápiz por Silvina Ocampo, 1929
en Horacio Jorge Becco: J.L.B Bibliografía total 1923-1973
Buenos Aires, Casa Pardo, 1973 (edición homenaje)


7/5/17

Jorge Luis Borges: Nydia Lamarque, «Telarañas» (1925)








Nydia Lamarque vive en Belgrano, que es algo así como vivir en las vacaciones de la ciudad, en su merecido y firme domingo. Los otros barrios suburbanos de nuestra capital son entrevero de la gran llanura y las casas; Belgrano es maridaje, no de la ciudad con la pampa, sino de la ciudad y de los árboles. Barrio enjardinado y ocioso, sin la desganada sorna orillera que hay en Palermo ni las infinitas esquinas (mucha puesta de sol y tapiales bajos) de Villa Ortúzar, Belgrano infundió el agua de sus fuentes y el cariño de sus canteros en los versos de Nydia. Son agradabilísimos todos ellos. 

Debajo de Telarañas dice Sonetos. Los hay de versos de catorce, de once, de ocho, de nueve, sin otra obligación ni costumbre que las de su perenne halago sonoro que no implica nunca el esfuerzo. ¿Acaso no nos basta, en una muchacha o en una estrofa, la certidumbre de que es linda? Lo demás son cominerías. La sentenciosidad, la metáfora, la sencillez, la complicación, el metafisiqueo, el ritmo y hasta la rima (que no es propiamente más que un retruécano, que una casualidad verbal) son herramientas de belleza, pero lo importante es el recabarla, no la trampita que elegimos. Nydia Lamarque usa muy poco de metáforas: quiero decir, de la invención de metáforas, cábula que a mí me gusta de veras. Sin embargo, yo no me atreveré a aconsejarla, ya que los versos de ella valen tal vez más que los míos. (Si les parece, puedo tacharlo a ese tal vez). El sujeto es la espera del querer, la víspera segura del corazón, las luces sabatinas encendidas aguardando la fiesta. Es el idéntico sujeto que hay en La Calle de la Tarde por Nora Lange, tanto más grato cuanto menos enfatizado. Nydia Lamarque lo maneja con instintiva gracia espiritual, sin incurrir ni en las borrosidades ni en la chillonería de comadrita que suele inferirnos la Storni. A través del libro campea mucha coquetería de sufrimiento (sincerísima, desde luego) y una verídica confianza de ayudarlo al destino, de ser dichosa con nobleza. Le gustan los luceros, los rosales, los atardeceres con pájaros, las violetas. A nosotros varones, obligados al verso pensativo y a la palabra austera, nos conmueven esos trebejos que tan justamente se avienen con la hermosura de las muchachas y que florecen en sus versos con la misma naturalidad que en las quintas.

¿En el decurso claro de su canto, qué rostros se reflejan? Pienso que los de Nervo y Rubén. En un día de primavera, Paisaje, Cómo soñé mi verso y Atardecer son acaso las mejores composiciones del libro, las de belleza más verídica y fácil. 

Hace unas tardes, caminoteando por Belgrano, me pareció que era más linda la luna y que los pájaros cantaban con una más dulce vehemencia. Seguramente, la habrían mirado y escuchado a Nydia Lamarque.


En Proa, segunda época, Buenos Aires Año 2, N° 14, diciembre de 1925
Luego en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)
Retrato de Jorge Luis Borges por Tulio Pericoli

24/4/17

Jorge Luis Borges: Paréntesis pasional *





La tarde es el divino juglar que viene el [sic] danzante, rítmico y ágil, y que apaga el sol con su diestra y en su izquierda eleva la Luna. Sus pies azules leves danzan sobre una Alfombra fragante, pues poco ha que huyó la lluvia y algunos viejos nubarrones maculan todavía a lo lejos la Inmensidad de púrpura donde laten áureas estrellas.

En la plaza rendida alza su ala única la Fuente. Yo voy con pecho henchido y alma feliz. Marcho al encuentro de la Amada, de la Amada del toisón fulgente y deslumbrante cuerpo.

¡Evohé! (salve, amigos lejanos, Whitman, Isaac, Adriano, Abramowicz, Johannes Becher...).

Yo paso junto a un Árbol. Mi mano cóncava acaricia la rugosa corteza y murmuro: Heil Dir Freund Baum... Yo lo saludo con vocablos germánicos, pues creo que un gran árbol fuerte y viril comprenderá aquellas palabras fuertes y viriles. Y el otro hermano, el Viento, al tañer las Hojas infinitas que me doselan, me transmite la respuesta franca y fuerte del Árbol.

Y ahora me ilumina la Amada. Sus verdes Ojos ríen. Sus dientecitos ríen y de mis labios manan palabras de Ternura.

Y mi brazo rodea el rítmico talle. Ella charla de cosas Absurdas e Importantes; me habla de sus hermanas, de una Garita [sic] enferma de nimiedades, del Taller.

Gentes... Colores... Risas...

Hay algo de Alcahuetesco en la Noche. La Noche es cómplice. La Noche es buena. En los excelsos reverberos hay milagros palpitantes de Luz. Escalamos la larga cuesta hasta la Cervecería.

La Cervecería es un edificio vulgar y Magnífico. En la calle, al pie de sus fogosos ventanales, ruedan bruñidas Placas amarillas. Entramos. Extáticos Surtidores que son verdes palmeras vierten Frescura.

Gentes... Colores... Risas...

Una orquesta Ramplona exuda un Aquelarre de notas. Los músicos de frac y rígida pechera parecen Dibujos malos a Pluma. Pero los rostros congestionados y rojos son apopléjicos.

Con su galería turbia de vidrios, esta Cervecería no es más que el ebrio Barco de los Locos con rumbo a Orion y Aldebarán, y que, empujado por el cósmico oleaje, ha encallado en este promontorio alto que, chorreante, se desmorona hasta el Ródano.

Bastas y azules Humaredas bailan en los cigarros y en las pipas. Los estudiantes charlan y ríen y comen con voracidades famélicas de camposanto y algunos que están Ebrios pretenden abrazar a las camareras. La Cervecería es de un alto Mirador. A mis pies vibran la Ciudad y las Montañas y el Río de Plata que Siete Puentes cicatrizan.

Las cafeteras vierten Insomnio en las tazas boquiabiertas y cándidas. ¿Qué Alcohol incendiará tu Alma, oh mi Amada? Pídeme lo que quieras pues estoy rico; tengo tres Escudos sonoros en el bolsillo.

¡Vino, vino fulgente como el reír del Sol, rojo como las Crenchas rojas que enguirnaldan tu cabeza inviolada!

Música... Risotadas...

El vino ya ha llegado; la Botella lacrada yace entre Témpanos de Hielo en un gran Cubo de Plata con dos Argollas que muerden dos testas rudas de Leones.

Y cantan roja Luz las Copas.

—A la tienne!

En nuestras venas ríe triunfante el Vino. Una marchita vendedora ofrece flores. Otra botella. Y yo bebo en la Copa de la Amada. Y ella en la mía. ¡Cuán bello! ¡Cuán pueril!

(¿Qué me importa la metafísica ni el mundo? [¿]Qué me importa el mohín desdeñoso de los críticos? Sólo tú existes, Dicha de mi alma victoriosa.)

Un reloj vierte la Media Noche Sagrada. Contorciones [sic] violentas de los Músicos; un violinista se degüella rítmicamente. Acordes múltiples.

La oscuridad nos brinda su Frescura. Salimos. Afuera, un gran Perro negro aúlla a la Luna de Marfil. Divino Grial inasequible. Ficha eternamente apostada en los tapetes verdes del cielo.

Descendemos la cuesta, y atravesando el Puente veo que la Noche siembra de Estrellas el Río. Amada, yo sembraré mil Besos sobre tu cuerpo.

¡Cuán sumisas y quietas, cuán sonoras y quedas, están las calles! Diríase que se han arrodillado todas las casas. Todo parece azul. Diríase que la noche se ha arrodillado sobre las calles azules.

Bésame. Bésame... Ya las dudas han muerto. Ya las penas han muerto y contigo a mi lado me siento fuerte como un Dios. Yo soy un Dios. Yo puedo crear la Vida.

El borroso zaguán. La escalera indecisa. Luego, la Alcoba. La Alcoba es íntima y discreta. Hay profundos espejos y Alcatifas de Persia y hondos Divanes y un amplio Lecho sumiso.

La vida es un gran Himno de Goce.

Mi alma deslumbrada de tinieblas vibra como una Cuerda de Guitarra al contemplar a la Amada. Mañana ya seremos extraños el uno para el otro, pero ahora yo vivo sólo para ti, para el Jardín claro y excelso que es tu cuerpo nimbado de Ternura.

Hemos de soñar juntos mientras susurre esta frondosa noche hasta el instante en que se llene de cenizas la alcoba y nos quebrante el yugo de un día nuevo y los faroles se ahorquen en las esquinas... Tu Frente surge en la media-luz como una aurora. Tu frente es el espejo esmerilado que atesora el marfil [sic] de todos los novilunios. Tu frente es la bandera de marfil que ondeará levemente, diciendo tu rendición y mi victoria.

¡Oh Amada, nuestros Besos incendiarán la Noche! (oh sica adámica). Y deja abierta la Ventana, pues quiero invitar al Universo a mis Bodas: quiero que el Aire, el Mar, las Aguas y los Árboles, gocen de tus carnes astrales gocen el febril breve Festín de tu belleza y de mi fuerza.

* * *

Ahora mi paladar es rojo yugo que unce la llama roja de tu lengua... La oscuridad se llena de auroras.

* * *

Ahora tu cuerpo, deliciosamente, como una estrella, tiembla en mis brazos....

* * *

Ya todas las tinieblas se han dormido.




[*] Este texto está firmado "José-Luis Borges"




Grecia, Sevilla, Año 3, N° 38, 20 de enero de 1920
Antologado en Textos recobrados 1919-1929 (1997)
Buenos Aires, Sudamericana, 2011

Foto: De izquierda a derecha, Jorge Luis Borges, Sergio Piñero, Carlos Mastronardi y Guillermo de Torre. 1927. Vía

Al pie: Placa en Sevilla donde Grecia, la revista de literatura con este nombre comienza a publicarse quincenalmente a partir de 1918 bajo la dirección de Isaac del Vando Villar, un poeta de Albaida del Aljarafe que ayudó a poner las bases del Ultraísmo literario - Fuente



14/4/17

Jorge Luis Borges: Hermanos







Crucificados en el tiempo
callábamos a lo largo de los ponientes gastados
que nos miraban con sus viejos ojos de ofidio,
y nuestros labios eran cicatrices.
                                                  Quién desgarró el conjuro.
Asombrada de azul
el alma destechó a los astros la casa
y nuestros corazones fueron guitarras de mil cuerdas
que se desangran hoy
                                en la otra herida
de sombras y planetas.






En Grecia, Madrid, Año 3, N° 45, 1 de julio de 1920
Luego en Textos recobrados 1919-1929
© María Kodama 1997/2007 

© 2011 Editorial Sudamericana

Imagen: Facsímil de la primera publicación del poema
Al pie: Portada del número 45 de la revista Grecia
con grabado en madera de Norah Borges


7/4/17

Jorge Luis Borges: Palabras Finales (prólogo, breve y discutidor)








¿Quién se anima a entrar en un libro? El hombre en predisposición de lector se anima a comprarlo vale decir, compra el compromiso de leerlo y entra por el lado del prólogo, que por ser el más conversado y menos escrito es el lado fácil. El prólogo debe continuar las persuasiones de la vidriera, de la carátula, de la faja, y arrepentir cualquier deserción. Si el libro es ilegible y famoso, se le exige aún más. Se esperan de él un resumen práctico de la obra y una lista de sus frases rumbosas para citar y una o dos opiniones autorizadas para opinar y la nómina de sus páginas más llevaderas, si es que las tiene. Aquí ventajosamente para el lector no se precisan ni sustituciones ni estímulos. Este libro es congregación de muchos poetas de hombres que al contarse ellos, nos noticiarán novedades íntimas de nosotros y yo soy el guardián inútil que charla. 

¿Qué justificación la mía en este zaguán? Ninguna, salvo ese río de sangre oriental que va por mi pecho; ninguna salvo los días orientales que hay en mis días y cuyo recuerdo sé merecer. Esas historias el abuelo montevideano que salió con el ejército grande el cincuenta y uno para vivir veinte años de guerra; la abuela mercedina que juntaba en idéntico clima de execración a Oribe y a Rosas me hacen partícipe, en algún modo misterioso pero constante, de lo uruguayo. Quedan mis recuerdos, también. Muchos de los primitivos que encuentro en mí, son de Montevideo; algunos una siesta, un olor a tierra mojada, una luz distinta ya no sabría decir de qué banda son. Esa fusión o confusión, esa comunidad, puede ser hermosa. 

Mi paisano, el no uruguayo recorredor de esta antología, tendrá con ella dos maneras de gustos. Eso yo puedo prometérselo. Uno será el de sentirse muy igual a quienes la escriben; el otro, el de saberlos algo distintos. Esa distinción no es dañosa: yo tengo para mí que todo amor y toda amistad no son más que un justo vaivén de la aproximación y de la distancia. El querer tiene su hemisferio de sombra como la luna. 

¿Qué distinciones hay entre los versos de esta orilla y los de la orilla de enfrente? La más notoria es la de los símbolos manejados. Aquí la pampa o su inauguración, el suburbio; allí los árboles y el mar. El desacuerdo es lógico: el horizonte del Uruguay es de arboledas y de cuchillas, cuando no de agua larga; el nuestro, de tierra. El anca del escarceador Pegaso oriental lleva marcados una hojita y un pez, símbolos del agua y del monte. Siempre, esas dos tutelas están. Nombrada o no, el agua induce una vehemencia de ola en los versos; con o sin nombre, el bosque enseña su sentir dramático de conflicto, de ramas que se atraviesan como voluntades. Su repetición vistosa, también. 

Dos condiciones juveniles la belicosidad y la seriedad resuelven el proceder poético de los uruguayos. La primera está en el personificado Juan Moreira de Podestá y en los matreros con divisa de José Trelles y en el ya inmortal compadrito trágico Florencio Sánchez y en las atropelladas de Ipuche y en el 

¡A ver quién me lo niega!

con que sale a pelear por una metáfora suya, Silva Valdés. La segunda surge de comparar la cursilería cálida y franca de Los parques abandonados de Herrera y Reissig con la vergonzante y desconfiada cursilería, entorpecida de ironías que son prudencias, que está en El libro fiel de Lugones. El humorismo es esporádico en los uruguayos, como la vehemencia en nosotros. (Cualquier intensidad, hasta la intensidad de lo cursi, puede valer). 

Obligación final de mi prólogo es no dejar en blanco esta observación. Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser de un gran país, de un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la feracidad alimenticia de su llanura. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la Villa Chicago de este planeta y aún su panadería. Los orientales, no. De ahí su claro que heroica voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas, suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí. 


En Antología de la moderna poesía uruguaya, 1900-1927
seleccionada por Ildefonso Pereda Valdés y palabras finales de JLB

Buenos Aires, El Ateneo, 1927

También en Textos recobrados 1919-1929
© María Kodama 1997/2007

© 2011 Editorial Sudamericana

Imágenes: Tapa y portada de la Antología


21/1/17

Jorge Luis Borges: Patrias






Quiero la casa baja;
la casa que enseguida llega al cielo,
la casa que no aguante otros altos que el aire.
Quiero la casa grande,
la orillada de un patio
con sus leguas de cielo y su jeme de pampa.
Quiero el tiempo allanado:
el tiempo con baldíos de ansiar y no hacer nada.
Quiero el tiempo hecho plaza,
no el día picaneado por los relojes yanquis
sino el día que miden despacito los mates.
Quiero la novia clara:
firmeza de la dicha, corazón de la gracia,
quiero su carne nueva que la sombra no apaga.
Quiero la novia que sea luego la esposa,
que sienta que las cosas están por el amor,
no el amor en las cosas.
Quiero casi la gloria:
quiero ver en los otros alargarse mi gesto
como la luna sola que está en muchos espejos.
Quiero tener aljibe donde acudan los otros
y que mi agua de cielo les alegre los cántaros
y que alguna muchacha venga a verse en el pozo.
Quiero la calle mansa
con las balaustraditas repartiéndose el cielo
y los buenos zaguanes rogados de esperanza.
Quiero la calle huraña
que desgarren la puesta del sol y la salida.
Quiero esa calle Plaza que me llevó a la dicha.
(Mientras, ...sigan viviéndome
la dicha que la Quica tiene en sus ojos grandes
y la guitarra austera de Ricardo Güiraldes).


En Luna de enfrente (1925), suprimido en ediciones ulteriores
Luego en Textos Recobrados 1919-1929 (2007)
Foto 'Esto es Buenos Aires' según Jorge Luis Borges
Horacio Coppola, 1931, ©Sucesión de Horacio Coppola

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