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30/7/15

Evaristo Carriego: Vulgar sinfonía (A Leonor Acevedo de Borges) y Prólogo de JLB (1950)






A Doña Leonor Acevedo de Borges

Como las extraordinarias
pero irreales doncellas
que vieron en las estrellas
las hostias imaginarias
de sus noches visionarias,
así tus blancas patenas
quedarán tan sólo llenas
de tu gesto de mujer,
porque hoy no podría hacer
de segador de azucenas.

Y bien puedo adivinar
pese a una amable indulgencia
bajo tu leve elocuencia,
que, en la décima vulgar
que aquí me atrevo a dejar,
tu gentil alma de Francia
no ha de aplaudir la arrogancia
de diez bravos caballeros
que conversan prisioneros
en una lírica estancia.

Pero si no hay madrigal
de antigua delicadeza,
sobre mi pobre rudeza
tengo una rosa augural:
que ya es flor espiritual
pues son mis votos ahora,
que eternamente, señora,
vivas la olímpica gesta
del ensueño, de la fiesta,
de los lirios, de la aurora.

Y que tu hijo, el niño aquél
de tu orgullo, que ya empieza
a sentir en la cabeza
breves ansias de laurel,
vaya, siguiendo la fiel
ala de la ensoñación,
de una nueva anunciación
a continuar la vendimia
que dará la uva eximia
del vino de la Canción.





Prólogo de Jorge Luis Borges a la edición de las Poesías completas de E.C. (1950)

Todos, ahora, vemos a Evaristo Carriego en función del suburbio y propendemos a olvidar que Carriego es (como el guapo, la costurerita y el gringo) un personaje de Carriego, así como el suburbio en que lo pensamos es una proyección y casi una ilusión de su obra. Wilde sostenía que el Japón —las imágenes que esa palabra despierta— había sido inventado por Hokusai; en el caso de Evaristo Carriego, debemos postular una acción recíproca: el suburbio crea a Carriego y es recreado por él. Influyen en Carriego el suburbio real y el suburbio de Trejo y de las milongas; Carriego impone su visión del suburbio; esa visión modifica la realidad. (La modificarán después, mucho más, el tango y el sainete.) 

¿Cómo se produjeron los hechos, cómo pudo ese pobre muchacho Carriego llegar a ser el que ahora será para siempre? Quizás el mismo Carriego, interrogado, no podría decírnoslo. Sin otro argumento que mi incapacidad para imaginar de otra manera las cosas, propongo esta versión al lector: 

Un día entre los días del año 1904, en una casa que persiste en la calle Honduras, Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz, señor de Artagnan. Con avidez, porque Dumas le ofrecía lo que a otros ofrecen Shakespeare o Balzac o Walt Whitman, el sabor de la plenitud de la vida; con pesar porque era joven, orgulloso, tímido y pobre, y se creía desterrado de la vida. La vida estaba en Francia, pensó, en el claro contacto de los aceros, o cuando los ejércitos del Emperador anegaban la tierra, pero a mí me ha tocado el siglo XX, el tardío siglo XX, y un mediocre arrabal sudamericano… En esa cavilación estaba Carriego cuando algo sucedió. Un rasguido de laboriosa guitarra, la despareja hilera de casas bajas vistas por la ventana, Juan Muraña tocándose el chambergo para contestar a un saludo (Juan Muraña que anteanoche marcó a Suárez el Chileno), la luna en el cuadrado del patio, un hombre viejo con un gallo de riña, algo, cualquier cosa. Algo que no podremos recuperar, algo cuyo sentido sabemos pero no cuya forma, algo cotidiano y trivial y no percibido hasta entonces, que reveló a Carriego que el universo (que se da entero en cada instante, en cualquier lugar, y no sólo en las obras de Dumas) también estaban ahí, en el mero presente, en Palermo, en 1904. Entrad, que también aquí están los dioses, dijo Heráclito de Éfeso a las personas que lo hallaron calentándose en la cocina. 

Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Desde la imprecisable revelación que he tratado de intuir, Carriego es Carriego. Ya es el autor de aquellos versos que años después le será permitido inventar: 

Le cruzan el rostro, de estigmas violentos, 
hondas cicatrices, y tal vez le halaga 
llevar imborrables adornos sangrientos: 
caprichos de hembra que tuvo la daga. 

En el último, casi milagrosamente, hay un eco de la imaginación medieval del consorcio del guerrero con su arma, de esa imaginación que Detlev von Liliencron fijó en otros versos ilustres: 

In die Friesen trug er sein Schwert Hilfnot, 
das hat ihn heute betrogen… 

Buenos Aires, noviembre de 1950

 

En Evaristo Carriego: Poesías completas (1913) 
Foto arriba: Leonor Acevedo y Borges (sin atribución de autor ni fecha) Vía
Abajo: Cover, Buenos Aires, Editorial Renacimiento, Primera edición, 1913
Prólogo Jorge Luis Borges - Estudio preliminar José Edmundo Clemente
Prólogo de 1950 también en reedición de Jorge Luis Borges: Evaristo Carriego (1930)



30/5/15

Nicolás Cócaro: Las manos de Jorge Luis Borges









Temblorosas, cautivantes, desamparadas, contradictorias. No se parecen a las de la estatua de Medicis creadas por Miguel Ángel; tampoco a las manos memoriosas de Dürer. Ni a las de Ortega y Gasset. Son manos laberínticas; una necesita de la otra; no pueden subsistir sin acercarse (así, Borges en sus conferencias; así, mientras conversa entre amigos y las apoya en el bastón).

A través de ellas, la creación le ha dado forma en el vasto universo de la literatura a muchas páginas imperecederas. Han sostenido cuchillos; han empuñado espadas, pero, por encima de este amago -un pasado irremediablemente perdido para el hombre de acción de hoy y ganado para la literatura-, sus manos son las de un escritor. Le obedecen; sumisas acatan el fatigoso trabajo de horas y horas donde se ponen a prueba los riñones, según palabras de un escritor alemán.

Contradictorias, desamparadas, cautivantes, temblorosas. Manos. Manos para la creación; para la amistad; para el saludo; para el apretón cordial en cualquier esquina de cualquier calle porteña; para el vuelo del ala recién acariciada; para retener una rosa o una gota de rocío. Manos que añoran la batalla en la pampa abierta; manos que sienten y palpitan. Un cosmos. Un mundo; un ser con sus vicisitudes; un demoníaco luchar de sueño y realidad. Manos; manos de Jorge Luis Borges.


Nicolás Cócaro
9 de junio de 1966










En Las Manos de Borges (1966)
Nicolás Cócaro et al
Ilustraciones de Elbio Fernández
Ed. Francisco A. Colombo, Bs. As.
Fuente: Archivo Borges University of Notre Dame


24/5/15

ABC Madrid: Don Jorge Luis Borges habla de «La poesía de los celtas»







El insigne escritor argentino don Jorge Luis Borges, pronunció ayer su tercera conferencia en Madrid. Esta vez habló, sobre «La poesía de los celtas», en los locales del Instituto Municipal de Educación, en acto organizado por el Club de Amigos de la U.N.E.S.C.O. Ocuparon la presidencia, junto con don Primitivo de la Quintana, presidente del Club, el general Lagos, embajador de la República Argentina; don Gregorio Marañón, director general de Cultura Hispánica; el director general de Relaciones Culturales, señor De la Serna; el académico don Luis Rosales, y otros directivos del Club.

Don Primitivo de la Quintana dijo unas palabras para subrayar la gran satisfacción que sentía por el hecho que fuera don Jorge Luis Borges quien inaugurara el programa de actividades culturales del Club de Amigos de la U.N.E.S.C.O. en Madrid.

Seguidamente el académico don Luis Rosales hizo la presentación del conferenciante, resaltando su condición de escritor representativo de nuestra época.

Don Jorge Luis Borges habló durante cuarenta y cinco minutos con voz cálida y dulce ademán. Escaso de vista, mantuvo la mirada perdida todo el tiempo de su disertación. Las trescientas personas que llenaban el salón siguieron la conferencia con singular interés y silencio.

Comenzó refiriéndose a la ocupación que hicieron los celtas de buena parte de Europa. Hay que detenerse en el caso de Irlanda, pues consiguió salvar dos cosas: la cultura griega y además, gracias a ella, se conservan la lengua, la poesía y la mitología celta. En ninguna parte del mundo occidental se dio una organización de la vida literaria como en Irlanda y en Gales. La carrera de poeta duraba doce años y tenían que someterse a exámenes periódicos. Al principio, en los países celtas, los poetas estaban considerados como magos. Hubo uno del que se llegó a decir que sus versos producían ronchas en la cara. Toda la poesía estaba clasificada. El aprendiz no podía utilizar cualquier metro ni tratar todos los temas. El poeta tenía que conocer la historia verdadera y la legendaria, y estaba obligado al estudio, del derecho. Llegaron a ser un peligro para el Estado.

La poesía celta es de una extraordinaria delicadeza, si bien es verdad que hay textos incomprensibles por haberse perdido parte del material necesario para analizarlo. Uno de los temas preferidos era el de los navegantes.

Hay metáforas que se encuentran en poesías celtas y escandinavas. En aquel tiempo se creía que la forma sublime de este género literario era la epopeya.

El movimiento romántico no sólo fue un estilo literario, sino también un estilo vital. Vino a ser como una exacerbación de los sentimientos, principalmente de la melancolía.

Terminó Borges su disertación manteniendo la opinión de que la poesía de los celtas interesará siempre, porque es un tipo de poesía que se dará perdurablemente. Recibió una prolongada y sincera ovación.
——
Hoy, a las siete y media, el escritor argentino hablará en la sede de la Asociación Española de Cooperación Europea (José Antonio, 43) sobre el tema «Poesía gauchesca».


Almuerzo de homenaje

El director del Instituto de Cultura Hispánica, don Gregorio Marañón, ha ofrecido a mediodía de hoy un almuerzo en honor del ilustre escritor argentino don Jorge Luis Borges.

Asistieron el embajador de la Argentina, don Julio Alberto Lagos; los académicos don Melchor Fernández-Almagro, don Gerardo Diego, don Vicente Aleixandre, don Rafael Lapesa y don Luis Rosales; don Francisco Trusso, subsecretario argentino de Educación; don Alfonso de La Serna, director general de Relaciones Culturales; don Carlos Robles Piquer, director general de Información; don Guillermo de Torre, don Primitivo de la Quintana, don Iván Ivanissevich, don Julián Marías, don Rafael Gasset, don Manuel Aguilar, don Bartolomé Mostaza, don Juan Fernández Figueroa, don Rodolfo A. Borello, don José Vicente Puente, don Fernando Quiñones y alto personal del Instituto de Cultura Hispánica.

Al final, don Gregorio Marañón pronunció las siguientes palabras:

"Es un honor para él Instituto –honor alegre y entrañable– el que nuestro huésped sea Jorge Luis Borges. Oí su conferencia del jueves en el Ateneo, esa deliciosa metáfora de las metáforas. Y mucho sentí no estar ayer aquí y no haber podido asistir a su magistral lección desde la tribuna de este Instituto, pero estaba en Valencia, firmando con su alcalde los terrenos donde se levantará, próximamente el Colegio Mayor Luis de Santángel. Ha sido un acto de fecunda hispanidad. Dice Borges en uno de sus maravillosos poemas, cantando a Buenos Aires: «La juzgo tan eterna como el agua y el aire». Eso es la Hispanidad: eterna como el mar y el viento. Levantemos nuestra copa en honor de este gran soldado de esa fina y sublime hispanidad que son Argentina y España."

Don Jorge Luis Borges agradeció con emocionadas frases el homenaje que se le tributaba.


En ABC Madrid, 3 de febrero de 1963
Página 69, Archivo  Hemeroteca

4/5/15

Jorge Luis Borges: Respuesta a una encuesta publicada el 7 de septiembre de 1945 en la revista El Hogar








Interrogante: La velocidad es una conquista de nuestra época. ¿Cree usted que es útil?


Jorge Luis Borges: La pregunta me conmueve. Tiene el peculiar, el patético, el casi intolerable sabor de 1924, año en que el futurismo, tardía reedición italiana de ciertas inflexiones de Whitman, fue tardíamente reeditado en Buenos Aires. Pero ¿a qué alegar fechas tan próximas? Hace más o menos un siglo, De Quincey publicó un artículo titulado: “The glory of motion” (La gloria del movimiento), que declaraba que un insospechado placer, la velocidad, había sido revelado a los hombres mediante la invención de las diligencias.
Hace veinticuatro siglos, Zenón de Elea demostró que para que una distancia fuera infinita, bastaba subdividirla hasta lo infinito. Las velocidades, ahora, propenden a ser infinitas; el mundo, infinitesimal. Las técnicas para lograr la velocidad son admirables como medios; empobrecedoras como fines. Hay quienes creen haber circunnavegado el planeta; en verdad, no han hecho otra cosa que pasar de un hotel a otro hotel idéntico.
Hay quienes creen hablar por teléfono; en verdad, no hacen otra cosa que decir ¡hola! por teléfono. Hay quien mantiene, para comunicarse con Londres, un aparato receptor de onda corta; en verdad, no hace otra cosa que oír detonaciones, campanadas, cacofonías, gárgaras y zumbidos producidos en Londres. Viajar, ahora, es una de las formas más costosas de la inmovilidad.
Inventar o comprender una máquina es meritorio; manejarla es indiferente. Un hombre puede ser maestro en el arte de viajar en tranvía y ser harto menos complejo que un tranvía.

7 de septiembre de 1945


En Miscelánea (Ed. Mondadori)
© 1995, 2011, María Kodama
También en: Borges en El Hogar (2000)
Publicación original en revista El Hogar 
Año 41, N° 1873, 7 de septiembre de 1945
Foto Borges en la Librería Casares
Propiedad de Alberto Casares
27 de noviembre de 1985, Vía



21/12/14

Jorge L. Borges: Epílogo de "Vida de un loco" de R. Akutagawa






Tales midió la sombra de una pirámide para indagar su altura; Pitágoras y Platón enseñaron la trasmigración de las almas; setenta escribas, recluidos en la isla de Pharos, produjeron al cabo de setenta jornadas de labor setenta versiones idénticas del Pentateuco; Virgilio, en la segunda Geórgica, ponderó las delicadas telas de seda que elaboran los chinos y, días pasados, jinetes de la provincia de Buenos Aires se disputaban la victoria en el juego persa del polo. Verdaderas o apócrifas las heterogéneas noticias que he enumerado (a las que habría que agregar, entre tantas otras, la presencia de Atila en los cantares de la Edda Mayor) marcan sucesivas etapas de un proceso intrincado y secular, que no ha cesado aún: el descubrimiento del Oriente por las naciones occidentales. Este proceso, como es de suponer, tiene su reverso; el Occidente es descubierto por el Oriente. A esta otra cara corresponden los misioneros de hábito amarillo que un emperador budista envió a Alejandría, la conquista de la España cristiana por el islam y los encantadores y a veces terribles volúmenes de Akutagawa. Discernir con rigor los elementos orientales y occidentales en la obra de Akutagawa es acaso imposible; por lo demás, los términos no se oponen exactamente, ya que en lo occidental está el cristianismo, que es de origen semítico. Entiendo, sin embargo, que no es aventurado afirmar que los temas y el sentimiento son orientales, pero que ciertos procederes de su retórica son europeos. Así, en Kesa y Moritô y en Rashômon, asistimos a diversas versiones de una misma fábula, referidas por los diversos protagonistas; es el procedimiento de Robert Browning, en The Ring and the Book. En cambio, cierta tristeza reprimida, cierta preferencia por lo visual, cierta ligereza de pincelada, me parecen, a través de lo inevitablemente imperfecto de toda traducción, esencialmente japonesas. La extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido.


Akutagawa estudió las literaturas de Inglaterra, de Alemania y de Francia; el tema de su tesis doctoral fue la obra de Morris y nos consta que frecuentó a Schopenhauer, a Yeats y a Baudelaire. La reinterpretación psicológica de las tradiciones y leyendas de su país fue una de las tareas que ejecutó.


Thackeray declara que pensar en Swift es como pensar en la caída de un imperio. Análogo proceso de vasta desintegración y agonía nos dejan entrever las dos narraciones que componen este volumen. En la primera, Kappa, el novelista recurre al artificio de fustigar la especie humana bajo el disfraz de una especie fantástica; acaso los bestiales yahoos de Swift o los pingüinos de Anatole France o los curiosos reinos que atraviesa el mono de piedra de cierta alegoría budista fueron su estímulo. A medida que procede el relato, Akutagawa olvida las convenciones del género satírico; a los kappas no les importa revelar que son hombres y hablan directamente de Marx, de Darwin o de Nietzsche. Según los cánones literarios, esta negligencia es una falla; de hecho, infunde en las últimas páginas una melancolía indecible, ya que sentimos que en la imaginación del autor todo se desmorona, y también los sueños de su arte. Poco después, Akutagawa se mataría; para quien escribió esas últimas páginas, el mundo de los kappas y el de los hombres, el mundo cotidiano y el mundo estético, ya eran parejamente vanos y deleznables. Un documento más directo de ese crepúsculo final de su mente es el que nos propone Los engranajes. Como el Inferno de aquel Strindberg que entrevemos al fin, esta narración es el diario, atroz y metódico, de un gradual proceso alucinatorio. Diríase que el encuentro de dos culturas es necesariamente trágico. A partir de un esfuerzo que se inició en 1868, el Japón llegó a ser una de las grandes potencias del orbe, a derrotar a Rusia y a lograr alianzas con Inglaterra y con el Tercer Reich. Esta casi milagrosa renovación exigió, como es natural, una desgarradora y dolorosa crisis espiritual; uno de los artífices y mártires de esta metamorfosis fue Akutagawa que se dio muerte el día 24 de julio de 1927.




En Vida de un loco - tres relatos
Título original: Jigokuhen. Haguruma. Aru Ahó no Isshó
Traducción de Mirta Rosenberg

Prólogo de Luis Chitarroni, con epílogo de Jorge Luis Borges
Foto: Borges 1985 en New York © Ferdinando Scianna/Magnum Photos


25/11/14

Jorge Luis Borges firma en la Feria del Libro de Bs. As. ca.1975-77















Documentos hallados en herencia familiar:
JLB firma una carpeta de recortes de diario con sus textos.
A la izquierda de Borges,  Prof. Roberto Castiglioni, creador y titular
de la Feria Internacional del Libro 1975-1989
Fotos: PD


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