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20/7/17

Jorge Luis Borges: Amistad






La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida.
El informe de Brodie, 1970

Creo que la amistad es la mejor pasión argentina.
Arias, 1971

La amistad pervive. Sí, aunque los amigos no se vean seguido. Yo soy muy amigo de Mastronardi y nos vemos escasamente. El amor, en cambio, requiere milagros, pruebas y confirmaciones permanentes.
Borges & Sábato, 1976






En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Autorretrato de Vasco Szinetar junto a Jorge Luis Borges 
Foto ©Vasco Szinetar, Caracas, 1982
Portada del libro Borges A/Z  
Colección La Biblioteca de Babel


18/6/17

Jorge Luis Borges: Laberinto






Surge por un grabado de un libro de la Casa Garnier que había en Francia, en la biblioteca de mi padre. Era una especie de edificio parecido a un anfiteatro, tenía grietas, se veía que era un edificio alto porque era mucho más alto que los cipreses y que los hombres. Yo pensaba que si tuviera una lupa o tuviera una mejor vista podría ver un minotauro adentro, y desde entonces he tenido esa visión del laberinto. Pero además es un símbolo del estar perplejo, de estar perdido en la vida, y yo me siento muchas veces perplejo, es decir, casi diría que mi estado continuo es un estado de asombro: ahora estoy asombrado de estar grabando aquí, de estar conversando con ustedes, y me parece que el símbolo más evidente de la perplejidad es el laberinto. Además, el laberinto tiene algo muy curioso porque la idea de perderse no es rara, pero la idea de un edificio construido para que la gente se pierda —aunque esa idea sea tomada de los túneles de las minas— es una idea rara, la idea de un arquitecto de laberintos, la idea de Dédalo o (si quiere literariamente) la idea de Joyce es una idea rara, la idea de construir un edificio de una arquitectura cuyo fin sea que se pierda la gente y que se pierda el lector, esa es una idea rara, por eso he seguido siempre pensando en el laberinto…

  Borges para millones, 1978






En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto: Jorge Luis Borges en Buenos Aires,1978
Portada del libro Borges A/Z 
Colección La Biblioteca de Babel



25/5/17

Jorge Luis Borges: Argentina






También es lícito decir que la mejor tradición argentina es la de superar lo argentino.
  «Un destino», 1961

  Y ya que he hablado de Sur, ya que Victoria Ocampo nos ha congregado, quiero repetir, para terminar, una vindicación de Sur, del espíritu de Sur, del espíritu de Victoria, que he debido hacer otras veces. Y es la absurda acusación de falta de argentinidad. La hacen quienes se llaman nacionalistas, es decir, quienes por un lado ponderan lo nacional, lo argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos de tratar de considerar el universo. Ahora bien, es difícil definir lo argentino, precisamente porque lo argentino es algo elemental y lo elemental es de difícil o de imposible definición. Pero si ya existe en el cielo platónico un arquetipo de lo argentino, y creo que existe, uno de los atributos de ese arquetipo es la hospitalidad, la curiosidad, el hecho de que de algún modo somos menos provincianos que los europeos; es decir, nos interesan todas las variedades del ser, todas las variedades de lo humano; nos interesan todas las variedades de la geografía y de la historia, del espacio y del tiempo. Y esa tendencia argentina a ver el universo y a ver no sólo lo que ocurre aquí ahora, sino lo que ocurrió en otras partes, lo que ocurrirá en todas partes. Todo eso ha sido estimulado generosamente, admirablemente y eficazmente por nuestra admirable amiga Victoria Ocampo.
  «Los premios nacionales de poesía», 1964

  La patria es un problema; el presente siempre lo es, ya que comporta un desafío, ya que el Juicio Final —el día más joven, como lo ha llamado Alemania— está perpetuamente ocurriendo. Creo, sin embargo, que tenemos algún derecho a la esperanza. Del más despoblado y perdido de los territorios del poder español, hicimos la primera de las repúblicas latinoamericanas; derrotamos al invasor inglés, al castellano, al brasileño, al paraguayo, al indio y al gaucho, que luego elevaríamos a mito, y llegamos a ser en un continente de superficiales y pequeñas aristocracias y de multitudes indígenas o africanas, un honesto país de clase media y de sangre europea. Carecemos o casi carecemos (loados sean los númenes bienhechores) de la fascinación del color local, propicia al turismo.
  «Prólogo», Qué es la Argentina, 1970





En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto: Jorge Luis Borges, ©Bernardo Pérez  para El País
Portada del libro Borges A/Z 
Colección La Biblioteca de Babel




15/4/17

Jorge Luis Borges: Dios







 Sí, he escrito mucho sobre Dios, inclusive he escrito una demostración casi humorística sobre su existencia. Pero al fin de cuentas no sé si creo en Dios. Creo que algo, no nosotros, está detrás de las cosas. Pero respecto a Dios… tengo miedo de creer en Dios porque los humanos siempre creemos en Dios más por autocompasión que por otra cosa. Es horrible, vergonzoso, que la lástima por nosotros mismos y por los demás nos lleve a invocar a Dios. Prefiero decir como Shaw: «En vista de las circunstancias, he renunciado a las bondades del Cielo». Quizás el Infierno es un sitio más digno. Cada vez que caemos en la tentación de creer en una divinidad, deberíamos recordar a Santa Teresa: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el Cielo que me tienes prometido». Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios Todopoderoso. El dolor es algo que no le agrada a nadie, por supuesto. Y no tengo tanto miedo a la muerte como al dolor. Recuerdo que mi abuela —era una persona de veras brillante— decía que Cristo, a pesar de su calvario, no debe haber sufrido más de lo que sufre cualquier ser humano. Además su dolor tenía una justificación. En cambio el nuestro, ir al dentista, por ejemplo, es algo que por sí solo debería ganarnos el Cielo. Claro que estar clavado en una cruz… Yo no entiendo a Unamuno, porque Unamuno escribió que Dios para él era proveedor de inmortalidad, que no podía creer en un Dios que no proveyera la inmortalidad. Yo no veo nada de eso. Puede que haya un Dios que desee que yo no siga viviendo o que piense que el Universo no me necesita. Después de todo no me necesitó hasta 1899 cuando nací. Fui dejado de lado hasta entonces.
  Solares, 1976


  Es la máxima creación de la literatura fantástica. Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso, es realmente fantástica.
  Borges & Sábato, 1976


  Yo no soy misionero cristiano ni del agnosticismo… Todo es posible, hasta Dios. Fíjese que ni siquiera estamos seguros de que Dios no exista.
  Caldeiro, 1977





En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retratos de Borges preparados para exhibirse en el Instituto Cervantes de New York, diciembre de 2016
Portada del libro Borges A/Z 
Colección La Biblioteca de Babel



5/3/17

Jorge Luis Borges: Santísima Trinidad






Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles. Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo…

«La biblioteca total», 1939


La divinidad de Cristo es una cosa tan rara… Yo recuerdo que mi padre me decía que el mundo es tan raro que todo es posible… hasta la Santísima Trinidad. Como si hubiera dicho el unicornio.

Fernández Ferrer, 1986







En Borges A/Z

A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Imagen arriba: Captura Borges: El eterno retorno (1985)
Dirección Patricia Enis/Fernando Flores
Imagen abajo: A. Fernández Ferrer y M. Kodama 
Foto Bernardo Pérez Madrid, 2005 (detalle) Vía


26/2/17

Jorge Luis Borges: Prólogo a "La estatua de sal" de Leopoldo Lugones








  Si tuviéramos que cifrar en un hombre todo el proceso de la literatura argentina (y nada nos obliga, por cierto, a tan extravagante reducción) ese hombre sería indiscutiblemente Lugones. En su obra están nuestros ayeres, y el hoy y, tal vez, el mañana.

  Nuestro pasado está en El imperio jesuítico, en El payador y en la Historia de Sarmiento; el tiempo que fue suyo, el del Modernismo, en Las montañas del oro y en Los crepúsculos del jardín. El Lunario sentimental, que data de 1909, prefigura y supera todo lo que hicimos después. La obra de Martínez Estrada y la de Güiraldes son inconcebibles sin él. Tal es el lado positivo. El reverso fue su tendencia a encarar el ejercicio de la literatura como un juego verbal, como un juego con todas las palabras del diccionario. Quince años antes que la secta ultraísta quiso reducir la poesía, tan diversa y tan misteriosa, a una sola figura, la metáfora. En rigor, basta un solo verso sin metáfora (la bocca mi baciò tutto tremante) para invalidar ese dogma.

  Cuatro poetas cardinales hubo para Lugones. En 1897, a juzgar por el poema inicial de Las montañas del oro, esos poetas eran Homero, Dante, Hugo y Walt Whitman; en 1909, en el prólogo de Lunario sentimental, borraría el nombre de Whitman porque éste prescindió de la rima que Lugones juzgaba esencial para el verso moderno. Es significativo que no incluye ningún nombre español. La heterogénea y vasta labor de Leopoldo Lugones no ha sido aún bien estudiada. Toda su obra fue pensada desde el francés o desde el castellano del diccionario, salvo los Romances del río seco (1938) que son de una sencillez casi anónima. Fue poeta, narrador, crítico, historiador, lexicógrafo, orador y, sin mayor fortuna, helenista y traductor de Homero. Le gustaba «descubrir» y alentar a los poetas jóvenes.

  Nadie puede disimular la felicidad; en Lugones, pese a su orgullo y su reserva, la desolación era evidente. Cuando, hará cuarenta años, me comunicaron por teléfono que se había suicidado, sentí pena pero no asombro, porque entendí que toda su vida, poblada de abjuraciones y renunciamientos, había sido un demorado suicidio. «Dueño el hombre de su vida lo es también de su muerte», dijo en una sentencia que Séneca no habría desdeñado.

  Lugones nació en 1874, en la provincia mediterránea de Córdoba y se dio muerte en una de las islas del archipiélago del Tigre, unos pocos kilómetros al norte de Buenos Aires, en 1938. Dejó inconcluso un Diccionario del castellano usual, cuyo primer volumen no agota la letra A y que abunda en palabras infrecuentes. En el ensayo El tamaño del espacio estudió las teorías de Einstein. Fue también maestro y periodista, provenía de una familia de tradición militar. Su miopía le impidió, para bien de las letras, ser soldado, pero siempre se impuso una disciplina ética. Le han reprochado sus veleidades políticas, pero ser anarquista hacia mil ochocientos noventa y tantos, partidario de los aliados en 1914 y fascista por los años treinta corresponde a las diversas sinceridades de un hombre a quien le interesa un mismo problema y que da, a lo largo del tiempo, con soluciones contradictorias. Lo traté muy poco, mi timidez contribuyó a ello. Guardo la imagen de un hombre solitario y soberbio, que tendía a negar lo que le decían y buscaba razones ingeniosas para justificar sus negaciones.

  Sin desmerecer al prosista, su labor máxima fue la poesía; por la memoria de todos los argentinos andan versos suyos, que suelen repetirse a media voz, sin recordar a veces el nombre del autor: «El cerro azul estaba fragante de romero / y en los profundos campos silbaba la perdiz». En estas páginas nos limitaremos al examen de algunos de sus cuentos fantásticos, que datan de 1906 y que profetizan y superan lo que denominamos ficción científica. Es evidente que sufrió el influjo de Edgar Allan Poe y de Wells, pero esos textos estaban al alcance de todos y sólo Lugones escribió Yzur.

  Yzur es el primer cuento de nuestra serie. Por aquellos años la prosa era visual y decorativa; Lugones, al atribuir el relato a un hombre de ciencia, escribe con deliberada sequedad no exenta de contenida pasión. Yzur, que inaugura en nuestro idioma el género de la ficción científica, debe parte de su eficacia al hecho de que no sabremos nunca si el fin corresponde a una realidad o a un alucinado deseo del narrador que ha ido enloqueciéndose con su mono. La lluvia de fuego imagina de un modo vívido y reciso lo que pudo haber acontecido en las ciudades de la llanura; tal vez no deje de ser interesante observar que los hebreos de Lugones son manifiestamente epicúreos griegos. También La estatua de sal es de origen bíblico, pero Lugones enriquece la fábula que todos conocemos como un insólito misterio. Una lectura era no menos intensa para Lugones que cualquier otra experiencia. Es evidente que el relato Los caballos de Abdera procede del soneto Fuite des Centaures de Heredia; pero no es menos evidente que supera a su modelo. Bástenos recordar el torpe verso: «L’horreur gigantesque de l’ombre herculéene», con la frase final de nuestro escritor. El principio es meramente agradable, luego va transformándose en algo atroz y de lo atroz pasa a la maravilla mitológica. Un poco a la manera de Wells, Lugones en Un fenómeno inexplicable, cuyo título deliberadamente prosaico corresponde al opaco narrador, relata de un modo llano y pausado un hecho inaudito. Lugones en el admirable soneto Alma venturosa había tratado ya el tema de dos personas que se quieren, no lo saben y bruscamente lo descubren al mismo tiempo. En Francesca se atreve a competir con el canto V del Infierno y el hallazgo de esa aventura está en el tono íntimo. Abuela Julieta es uno de los más delicados cuentos de amor. La tristeza del tiempo irreparable, la presencia de la luna, la recatada emoción que los buenos modales ocultan, hacen de esta obra una de las mejores páginas de Lugones.

  Ignorado siempre en Europa por haber nacido en este país que entonces quedaba muy lejos, cumplo con una promesa que tácitamente me hice, al revelar su obra en Italia, nación que él quiso tanto.







En Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto Cortesía de Esteban Gilardoni:
Borges en el Ateneo Esteban Echeverría de San Fernando, 24 10 1975
finalizada una conferencia sobre Leopoldo Lugones
Al pie: Portada de La estatua de sal de Leopoldo Lugones
Prólogo de Jorge Luis Borges, Col. La Biblioteca de Babel


6/2/17

Jorge Luis Borges: Historia






Profesores de olvido anhelaba Butler para que no se convirtiera el planeta en un interminable museo, sin otra perspectiva que un porvenir dedicado a conservar el pasado (…). Lo innegable es que todas las disciplinas están contaminadas de historia. Básteme citar dos: la literatura y la metafísica. Quienes estudian metafísica se ven forzados a encarar la repulsiva tesis platónica de las formas universales, cuando ignoran aún el límpido sistema de Berkeley, que (lógica, no cronológicamente) la precede; quienes ensayan con alguna esperanza las letras tienen que digerir fragmentos salvajes (pero no pintorescos) del remoto Cantar de Mio Cid o boberías de Valera o Miguel Cané… Quizá una enciclopedia sin nombres propios, dedicada a exponer y a discutir, sea el instrumento que requerimos. Sugiero ese proyecto (cuya ejecución es difícil pero no costosa) a las editoriales de Buenos Aires.
  «H. G. Wells, Travels…», 1940


  La historia no es un frígido museo; es la trampa secreta de la que estamos hechos, el tiempo. En el hoy están los ayeres. ¿Quién podrá sentir esa eternidad mejor que un poeta?
    «Prólogo» a G. García Saraví; Del amor y los otros desconsuelos, 1968






En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto: Jorge Luis Borges Borges en Adrogué
29 de noviembre de 1980, ©Julie Méndez Ezcurra 
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

18/12/16

Jorge Luis Borges: Nacionalismo







  El nacionalismo tienta a los hombres no sólo con el oro y con el poder, sino con la hermosa aventura, con la abnegada devoción y con la honrosa muerte. Tiene su calendario de verdugos pero también de mártires. Sufrir y atormentar se parecen, así como matar y morir. Quien está listo a ser un mártir puede ser también un verdugo y Torquemada no es otra cosa que el reverso del Cristo.
  «El nacionalismo y Tagore», 1961


  El vicio más incorregible de los argentinos es el nacionalismo, la manía de los primates.
  Serra, 1984


  Hay nacionalismo que es el mayor mal, yo creo. Luego tenemos la distribución despareja de bienes espirituales o materiales. Eso es horrible. Eso se nota bastante aquí, pero se nota más la pobreza en países como Ecuador, Perú… ahora en el caso de Armenia… yo siento una gran simpatía por Armenia y creo que ahí puede justificarse el nacionalismo. Pero no puede justificarse en los países poderosos. Sí, en países oprimidos, en países perseguidos porque tienen que mantener su identidad.
  Majian, 1985







En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto: Borges en su biblioteca - Cortesía Martín Hadis
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

7/12/16

Jorge Luis Borges: El incesto







César informa que, antes de cruzar el Rubicón y marchar sobre Roma, soñó que cohabitaba con su madre. Como es sabido, los desaforados senadores que terminaron con César a golpes de puñal, no lograron impedir lo que estaba dispuesto por los dioses. Porque la Ciudad quedó preñada del Amo («hijo de Rómulo y descendiente de Afrodita»), y el prodigioso retoño pronto fue el Imperio Romano.

Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964)


En Libro de sueños (1975)
Foto: Homero Aridjis with Jorge Luis Borges in 1981 Vía


28/11/16

Jorge Luis Borges: Libro de sueños [Prólogo]






 En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712), recogido en este volumen, Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.

  Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras. Este misceláneo volumen, compilado para el esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género, desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.

  Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche —los que yo firmo, por ejemplo—, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.

  El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que se anticipan al porvenir son menos precisos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.

  Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nigthmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.

  Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubal Khan, que fue don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad. Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.

  El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches. No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo. Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.

Jorge Luis Borges





En Libro de sueños (1975)
Y en Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto: Roy Bartolomew y Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional

En revista El Hogar, 11 de noviembre de 1955
Portada de Libro de sueños 
Antología, selección y prólogo de Jorge Luis Borges
Col. La Biblioteca de Babel


19/11/16

Jorge Luis Borges: Traducción








Empiezo por recordar a un amigo nuestro que dijo que había dos tipos de literatura, la del conocimiento y la del poder o la virtud. Creo que la primera es traducible.
Quien haya leído la Ética de Spinoza en inglés, español, alemán o francés podrá comprenderla tan perfectamente como el que la haya leído en latín, porque el mundo intelectual es traducible; la otra literatura, la de la emoción, no sé hasta qué punto es traducible, no sé si un poema es traducible, creo que el único modo de traducir un poema es recreándolo, es algo que está más allá del falso juego de sinónimos que los diccionarios nos dan.
Puedo recordar un ejemplo de traducción creativa: Chaucer empleó la frase de Hipócrates ars longa vita brevis y la intercaló en un poema, y quizás llevado por la necesidad de llenar un verso la tradujo en esta forma:
The life so short
the craft so long to learn.
La vida tan breve
El arte tan largo de aprender.

Él le infundió una música melancólica que no tiene el texto original, recreándolo y enriqueciéndolo con esa música que no tenía.
Llego a la conclusión de que podemos traducir lo conceptual, pero para traducir lo emocional tenemos que ser un poco poetas. Los diccionarios nos llevan a una idea falsa haciendo corresponder una palabra a otra de un diferente idioma, y esto ocurre aun dentro del mismo idioma… Las palabras que en idiomas diferentes se refieren a emociones no son traducibles.
«Estaba sentadita» —cuando lo decimos sentimos un cierto cariño— se podría traducir por «She was all alone», pero no tiene exactamente el mismo valor emocional. Así hay otras palabras como saudade en portugués, wisdom en inglés, etcétera, que no podemos traducir a otro idioma.
La poesía, por cierto, puede traducirse siempre que el traductor sea un poeta y que no se quede en la precisión científica o filológica. Lo que es conceptual para los fines de la política, por ejemplo, es esencial y puede traducirse; los pensamientos pueden traducirse, las metáforas no.

Américas, 1971





En Borges A/Z

A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto s/d: Los ojos de Borges Vía
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

25/10/16

Jorge Luis Borges: Prólogo a "El Cardenal Napellus" de Gustav Meyrink







En Ginebra, hacia 1916, bajo el impulso de los volcánicos libros de Carlyle, emprendí el solitario estudio del idioma alemán. Mi conocimiento previo se reducía a unas cuantas declinaciones y conjugaciones. Adquirí un breve diccionario inglés-alemán y acometí, con una temeridad que sigue asombrándome, las páginas del Fausto de Goethe y de La Crítica de la Razón Pura de Kant. El resultado es previsible. No me dejé arredrar y agregué a aquellos impenetrables volúmenes el Lyrisches Intermezzo de Heine. Consideré, no sin justificación, que sus coplas en razón de su obligada brevedad, serían menos arduas que las estrofas intrincadas de Goethe o que los párrafos informes de Kant. Fue así en el prodigioso mes de mayo del primer verso —im wünderschönen Monat Mai—, que fui arrebatado mágicamente a una literatura, que fiel me ha acompañado toda mi vida.

  Creí entonces saber el alemán, que todavía no sé. Poco después, la baronesa Helene von Stummer, de Praga, cuya muerte no ha borrado en nuestra memoria su tímida sonrisa, me dio un ejemplar de un libro reciente, de índole fantástica, que había logrado, increíblemente, distraer la atención de un vasto público, harto de las vicisitudes bélicas. Era El Golem de Gustav Meyrink. Su ostensible tema era el ghetto. Voltaire ha observado que la fe cristiana y el Islam proceden del judaísmo y que los musulmanes y los cristianos abominan imparcialmente de Israel. Durante siglos, en Europa, el pueblo elegido fue confinado en barrios que tenían algo o mucho de leprosarios y que, paradójicamente, fueron invernáculos mágicos de la cultura judía. En esos lugares germinó un ambiente sombrío y, a la par, una ambiciosa teología. La cábala, de raíz española, y atribuida, por su inventor, Moisés de León, a una secreta tradición oral que dataría del Paraíso, encontró en los ghettos un terreno propicio para sus extrañas especulaciones sobre el carácter de la divinidad, el poder mágico de las letras y la posibilidad de que los iniciados crearan un hombre, como el hacedor había creado a Adán. Ese homúnculo se llamó El Golem, que en hebreo significa terrón de tierra, así como Adán quiere decir arcilla.

  Gustav Meyrink hizo uso de la leyenda, cuyos pormenores detalla, para esa inolvidable novela que reúne el ámbito onírico de Alicia detrás del espejo con un palpable horror que no he olvidado al cabo de los años. Hay, por ejemplo, sueños soñados por otros sueños, pesadillas perdidas en el centro de otras pesadillas. El índice mismo incitó mi curiosidad; el nombre de cada capítulo consta de un solo monosílabo.

  A diferencia de su contemporáneo, el joven Wells, que buscó en la ciencia la posibilidad de lo fantástico, Gustav Meyrink la buscó en la magia y en la superación de todo artificio mecánico. “Nada podemos hacer que no sea mágico”, nos dice en El cardenal Napellus, sentencia que hubiera aprobado Novalis. Otro símbolo de esta visión es el epitafio que el lector hallará en J. H. Obereit visita el país de los devoradores del tiempo que, pese a su apariencia irreal, es verdadero, no sólo estética sino psicológicamente. El relato, narrativo al comienzo, va exaltándose hasta confundirse con nuestras experiencias y temores más íntimos. Los devoradores del tiempo rebasan la metáfora y la alegoría; corresponden a la sustancia de nuestro yo. Desde la primera línea el narrador está predestinado al fin imprevisible. Los cuatro hermanos de la luna incluye dos argumentos; uno deliberadamente irreal que en forma irresistible lleva al lector y otro, aún más asombroso, que nos revelan las páginas finales. Hacia 1929 yo vertí al español el primer texto de este volumen, que procede del libro de relatos Fledermäuse, y lo publiqué en un diario de Buenos Aires, que envié a Meyrink. Éste me contestó con una carta en la que, a través de su desconocimiento de nuestro idioma, ponderaba mi traducción. Me envió asimismo su retrato. No olvidaré los finos rasgos del rostro envejecido y doliente, el bigote caído y el vago parecido con nuestro Macedonio Fernández. En Austria, su patria, los muchos acontecimientos de la literatura y de la política casi han borrado su memoria.

  Albert Soergel ha conjeturado que Meyrink empezó por sentir que el mundo es absurdo y que por consiguiente es irreal. Estos conceptos se manifestaron primeramente en libros satíricos; luego, en libros fantásticos y atroces. Los tres relatos reunidos aquí prefiguran su obra capital, El Golem, al que siguieron las novelas Das grüne Gesicht (1916), cuyo protagonista es el Judío Errante; Walpurgisnacht (1917); Der Engel vom westlichen Fenster (1920), que ocurre en Inglaterra, en otro siglo, entre alquimistas; Der weisse Dominikaner (1921) y An der Schwelle des Jenseits (1923).

  Hijo de una actriz entonces famosa, Gustav Meyer, que modificaría su nombre en Meyrink, nació en Viena en 1868. Murió en 1932 en Starnberg, en Baviera, a orillas de un lago, casi a la sombra de los Alpes.

  Meyrink creía que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible está, sin cesar, penetrado por el otro invisible.






En Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto 
©Ronald Shakespear, Borges en la BNA, 1964 (det.)
Portada de El cardenal Napellus
Traducción y prólogo de Jorge Luis Borges
Col. La Biblioteca de Babel

13/10/16

Jorge Luis Borges: Nobel, Premio








  No otorgarme el Premio Nobel se ha convertido en una tradición escandinava; desde que nací —el 24 de agosto de 1899— no me lo vienen dando.
  Jurado, 1980

  La Academia Sueca antes premiaba a escritores que eran mundialmente conocidos. Ahora ha cambiado de modus operandi: se dedica a descubrir valores. No lo reprocho, me gustaría ser descubierto.
  Sosa, 1984

  La inteligencia de los europeos se demuestra por el hecho de que jamás me hayan dado el Premio Nobel… ¿Sabe usted por qué?… No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo… Nunca me he leído. Todo lo que he escrito, todo, no pasa de ser borradores… ¡borradores!… papeles sueltos.
  Tokos, 1986








En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Caricatura de Borges por Loredano
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel



5/10/16

Jorge Luis Borges: Militar







  Hace unos días… obtuve algún éxito en una conferencia hablando de gentes y de otras cosas. Dije: «Claro, parece raro, pero en aquella época, hasta los militares peleaban.»
  Todo el mundo se rió, porque, claro, los militares actuales, ninguno ha peleado en su vida, ni saben nada, todo son revoluciones de palacio.
  Gutiérrez de Lucena, 1975


  Es típico de la mente militar pensar en abstracciones, en territorios, y no en seres humanos.
  Montenegro, 1983


  Yo deseaba ser militar, pero ahora sé que no me era posible porque soy muy cobarde. A medida que el hombre se vuelve más complejo, también se vuelve más cobarde y para ser un buen soldado es mejor ser un poco estúpido.
  La Razón, 1983


  No hay ninguna razón para suponer que los militares puedan gobernar bien. Nos llegan del más artificial de los mundos. Un mundo de jerarquías, órdenes, audiencias, arrestos, saludos, marchas, aniversarios, desfiles y ascensos. Han sido educados para obedecer y se nutren en la esperanza de aumentar el mando. Nada de eso en este mundo se aproxima a la inteligencia. Los militares tienen, además, un concepto puramente material de la historia. Suponer que un gobierno militar puede ser eficaz es tan absurdo como suponer que un gobierno de escritores, de médicos, de abogados, de farmacéuticos o de buzos puede ser eficaz.
  Torres, 1983






En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retrato de Borges por Annemarie Heinrich, Buenos Aires, 1967
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel


19/9/16

Jorge Luis Borges: Amor






   Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible.
  «El encuentro con Beatriz», 1949*


  Vale la pena ser desdichado muchas veces, para ser feliz un minuto.
  Petit, 1980



  Estar enamorado es percibir lo único que hay en cada persona, eso único que no puede comunicarse salvo por medio de hipérboles o de metáforas.
  «Así escribo mis cuentos», 1981



  Enamorarse es producir una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable.
  Contraviento, 1984



  Parece que esta época se ha apartado de todas las versiones del amor… parece que el amor es algo que debe ser justificado, lo cual es rarísimo, porque a nadie se le ocurre justificar el mar, o una puesta de sol, o una montaña: no necesitan ser justificados.
  ABC, 1986






*Incluído luego en Nueve ensayos dantescos, como El encuentro en un sueño [Nota de Florencia Giani]


En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Jorge Luis Borges y María Kodama en Chichen Itzá
Foto Muestra Atlas, Buenos Aires, abril/mayo de 2016
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

3/9/16

Jorge Luis Borges: Cuento







Dijo Chesterton que la novela casi ha nacido con nosotros y bien puede morir con nosotros. Yo creo que más importante que la novela es el cuento y el cuento es tan antiguo como el hombre, y así como en la niñez del hombre están los cuentos, así como a un niño le gusta oír cuentos, así los cuentos que se llamaron mitologías o cosmogonías están al principio de la Humanidad y son más importantes, me parece, que la novela, forma típica de nuestro tiempo y acaso sólo típica de nuestro tiempo y no de todos ellos.
  Koremblit, 1961


  La novela es un género que puede pasar, es indudable que pasará; el cuento no creo que pase (…). Y además los cuentos, aunque dejen de escribirse, seguirán contándose. Y no creo que las novelas puedan seguir contándose.
  Fernández Moreno, 1967


  El cuento es un breve sueño, una corta alucinación.
  Borges & Sábato, 1976







En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retrato de Borges junto a niñas de una escuela
Foto periodística década del 60
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel
©borgestodoelanio.blogspot.com

4/8/16

Jorge Luis Borges: Espejos







Realmente es terrible que haya espejos: siempre he sentido el terror de los espejos. Creo que Poe lo sintió también. Hay un trabajo suyo, uno de los menos conocidos, sobre el decorado de las habitaciones. Una de las condiciones que pone es que los espejos estén situados de modo que una persona sentada no se refleje. Esto nos informa de su temor de verse en el espejo. Lo vemos en su cuento William Wilson sobre el doble y en el cuento de Arthur Gordon Pym. Hay una tribu antártica, un hombre de esa tribu que ve por primera vez un espejo y cae horrorizado.
Nos hemos acostumbrado a los espejos, pero hay algo de temible en esa duplicación visual de la realidad.

  «La poesía», Siete noches, 1980


No me gustan nada o me gustan demasiado. Ahora claro, que me he librado de ellos. Porque la ceguera es un modo drástico de borrar los espejos.


Carrizo, 1982










En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retrato de Borges sin atribución, ca. 1983
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel


21/6/16

Jorge Luis Borges: Ceguera






La ceguera me ha enseñado a pensar más, a sentir más, a recordar más y a leer y escribir más.

  Cortínez, 1967


Alguien se extrañó de que su bastón no fuese blanco.
—¿Para qué? —responde Borges—, de todas formas yo no distingo los colores.

  Ibarra, 1969


Es que vivir se parece mucho a la ceguera y a la vejez. En todo caso, no es patético, es algo bueno, las cosas se alejan, se esfuman, se desdibujan y uno puede imaginarlas mejor o recordarlas. Es como la ausencia, que es una forma de presencia, o la nostalgia, por ejemplo. La ceguera se parece a todas esas cosas que son ciertamente preciosas, a la nostalgia, a la vejez, que es hermosa también. Es aceptar tus límites, darse cuenta de quién es uno, de lo que puede ser, o mejor, de lo que no puede ser, sobre todo. Y eso es grato, sí. Ya durante toda la vida uno está buscándose y luego, en la vejez, uno se encuentra y se encuentra en sus límites sobre todo. La ceguera es ciertamente un límite, es una especie de cárcel, pero no penosa. La gente es muy buena con los ciegos; con los sordos no, con los sordos es irritable, pero con los ciegos es generosa…

  «Coloquio», 1985







En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Imagen: Borges recorre una de las escalinatas de Ginebra
Foto Muestra Atlas, Buenos Aires, abril/mayo de 2016
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel



30/5/16

Jorge Luis Borges: Prólogo a "Bartleby, el escribiente", de Herman Melville








  El examen escrupuloso de las “simpatías y diferencias” de Moby Dick y de Bartleby exigiría, creo, una atención que la brevedad de estas páginas no permite. Las “diferencias”, desde luego, son evidentes. Ahab, el héroe de la vasta fantasmagoría a la que Melville debe su fama, es un capitán de Nantucket, mutilado por la ballena blanca que ha determinado vengarse; el escenario son todos los mares del mundo. Bartleby es un escribiente de Wall Street, que sirve en el despacho de un abogado y que se niega, con una suerte de humilde terquedad, a ejecutar trabajo alguno. El estilo de Moby Dick abunda en espléndidos ecos de Carlyle y de Shakespeare; el de Bartleby no es menos gris que el protagonista. Sin embargo, sólo median dos años —1851 y 1853— entre la novela y el cuento. Diríase que el escritor, abrumado por los desaforados espacios de la primera, deliberadamente buscó las cuatro paredes de una reducida oficina, perdida en la maraña de la ciudad. Las “simpatías” acaso más secretas, están en la locura de ambos protagonistas y en la increíble circunstancia de que contagian esa locura a cuantos los rodean. La tripulación entera del Pequod se alista con fanático fervor en la insensata aventura del capitán; el abogado de Wall Street y los otros copistas aceptan con extraña pasividad la decisión de Bartleby. La porfía demencial de Ahab y del escribiente no vacila un solo momento hasta llevarlos a la muerte. Pese a la sombra que proyectan, pese a los personajes concretos que los rodean, los dos protagonistas están solos. El tema constante de Melville es la soledad; la soledad fue acaso el acontecimiento central de su azarosa vida.

  Nieto de un general de la Independencia y vástago de una vieja familia de sangre holandesa e inglesa, había nacido en la ciudad de Nueva York en 1819. Doce años después moriría su padre acechado por la locura y por las deudas. Debido a la penosa situación económica de la numerosa familia, Herman tuvo que interrumpir sus estudios. Ensayó sin mayor fortuna la rutina de una oficina y el tedio de los horarios de la docencia y en 1839 se enroló en un velero. Esta travesía fortaleció esa pasión del mar, que le habían legado sus mayores y que marcaría su literatura y su vida. En 1841 se embarcó en la ballenera Acushnet. El viaje duró un año y medio e inspiraría muchos episodios de la aún insospechada novela Moby Dick. Debido a la crueldad del capitán desertó con un compañero en las islas Marquesas, fueron prisioneros de los caníbales un par de meses y lograron huir en un barco mercante australiano, que abandonaron en Papeete. Prosiguió esa rutina de alistarse y de desertar hasta llegar a Boston en 1844. Cada una de esas etapas fue el tema de sucesivos libros. Completó su educación universitaria en Harvard y en Yale. Volvió a su casa y sólo entonces frecuentó los cenáculos literarios. En 1847 se había casado con Miss Elizabeth Shaw, de familia patricia, dos años después viajaron juntos a Inglaterra y a Francia y a su vuelta se establecieron en una aislada granja de Massachusetts que fue su hogar durante algún tiempo. Ahí entabló amistad con Nathaniel Hawthorne a quien dedicó Moby Dick. Sometía a su aprobación los manuscritos de la obra; cierta vez le mandó un capítulo diciéndole: “Ahí va una barba de la ballena como muestra”. Un año después publicó Pierre o las ambigüedades, libro cuya imprudente lectura he intentado y que me desconcertó no menos que a sus contemporáneos. Aún más inextricable y tedioso es Mardi (1849), que transcurre en imaginarias regiones de los mares del Sur y concluye con una persecución infinita. Uno de sus personajes, el filósofo Babbalanja, es el arquetipo de lo que no debe ser un filósofo. Poco antes de su muerte publicó una de sus obras maestras, Billy Budd, cuyo tema patético es el conflicto entre la justicia y la ley y que inspiró una ópera a Britten. Los últimos años de su vida los dedicó a la busca de una clave para el enigma del universo.

   Hubiera querido ser cónsul pero tuvo que resignarse a un cargo subalterno de inspector de aduana de Nueva York, que desempeñó durante muchos años. Este empleo, lo salvó de la miseria, fue obra de los buenos oficios de Hawthorne. Nos consta que Melville, entre otras penas, no fue afortunado en el matrimonio. Era alto y robusto, de piel curtida por el mar y de barba oscura.

  Hawthorne nos habla de la llaneza de sus costumbres. Siempre estaba impecable, aunque su equipaje se limitaba a un bolso ya muy usado, que contenía un pantalón, una camisa colorada y dos cepillos, uno para los dientes y otro para el pelo. El reiterado hábito de la marinería habría arraigado en él esa austeridad. El olvido y el abandono fueron su destino final. En la duodécima edición de la Enciclopedia Británica, Moby Dick figura como una simple novela de aventuras. Hacia 1920 fue descubierto por los críticos y, lo que acaso es más importante, por todos los lectores.

  En la segunda década de este siglo, Franz Kafka inauguró una especie famosa del género fantástico; en esas inolvidables páginas lo increíble está en el proceder de los personajes más que en los hechos. Así, en El proceso el protagonista es juzgado y ejecutado por un tribunal que carece de toda autoridad y cuyo rigor él acepta sin la menor protesta; Melville, más de medio siglo antes, elabora el extraño caso de Bartleby, que no sólo obra de una manera contraria a toda lógica sino que obliga a los demás a ser sus cómplices.

  Bartleby es más que un artificio o un ocio de la imaginación onírica; es, fundamentalmente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo.






En Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto:  Borges firma ejemplares en librería Del Globo
Localidad bonaerense de Bolívar, 8 de marzo de 1972
Portada de Bartleby, el escribiente
Traducción y prólogo de Jorge Luis Borges
Col. La Biblioteca de Babel 


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