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14/12/16

Jorge Luis Borges: Los dones






Le fue dada la música invisible
que es don del tiempo y que en el tiempo cesa;
le fue dada la trágica belleza,
le fue dado el amor, cosa terrible.

Le fue dado saber que entre las bellas
mujeres de la tierra sólo hay una;
pudo una tarde descubrir la luna
y con la luna el álgebra de estrellas.

Le fue dada la infamia. Dócilmente
estudió los delitos de la espada,
la ruina de Cartago, la apretada
batalla del Oriente y del Poniente.

Le fue dado el lenguaje, esa mentira,
le fue dada la carne, que es arcilla,
le fue dada la obscena pesadilla
y en el cristal el otro, el que nos mira.

De los libros que el tiempo ha acumulado
le fueron concedidas unas hojas;
de Elea, unas contadas paradojas,
que el desgaste del tiempo no ha gastado.

La erguida sangre del amor humano
(la imagen es de un griego) le fue dada
por Aquel cuyo nombre es una espada
y que dicta las letras a la mano.

Otras cosas le dieron y sus nombres:
el cubo, la pirámide, la esfera,
la innumerable arena, la madera
y un cuerpo para andar entre los hombres.

Fue digno del sabor de cada día;
tal es tu historia, que es también la mía.


En Atlas (1984)
Foto:  Jorge Luis Borges, Montevideo, 1982, durante una filmación para la BBC
Foto ©El País, Uruguay


22/11/16

Jorge Luis Borges: Hotel Esja, Reikiavik (versión bilingüe)






Hotel Esja, Reikiavik

En el decurso de la vida hay hechos modestos que pueden ser un don.
Yo acababa de llegar al hotel. Siempre en el centro de esa clara neblina que ven los ojos de los ciegos, exploré el cuarto indefinido que me habían destinado. Tanteando las paredes, que eran ligeramente rugosas, y rodeando los muebles, descubrí una gran columna redonda. Era tan ancha que casi no pudieron abarcarla mis brazos estirados y me costó juntar las dos manos. Supe enseguida que era blanca. Maciza y firme se elevaba hacia el cielo raso.
Durante unos segundos conocí esa curiosa felicidad que deparan al hombre las cosas que casi son un arquetipo. En aquel momento, lo sé, recobré el goce elemental que sentí cuando me fueron reveladas las formas puras de la geometría euclidiana: el cilindro, el cubo, la esfera, la pirámide.


Hótel Esja, Reykjavík


Á vegferðinni um lífið verða stundum einfaldir atburðir sem geta verið sem náðargjöf. Ég var nýkominn á hótelið. Ég kannaði ókunnugt herbergið sem mér hafði verið úthlutað, staddur í miðri bjartri þokunni sem aðeins augu blindra sjá. Þegar ég þreifaði á veggjunum, sem voru örlítið hrjúfir, og fetaði mig í kringum húsgögnin, uppgötvaði ég stóra og hringlaga súlu. Hún var svo þykk að ég gat varla náð utan um hana með útréttum handleggjum og það var erfitt að spenna greipar utan um hana. Ég vissi strax að hún var hvít. Hún var stór og sterk og náði upp í loftið.
Í nokkrar sekúndur þekkti ég þessa forvitnilegu hamingju sem maðurinn hefur af þeim hlutum sem eru í ætt við frumgerð alls sem er.
Nú veit ég fyrir víst að á þessu augnabliki endurheimti ég sæluna gömlu sem ég fann þegar ég kynntist fyrst hreinum formum í rúmfræði Evklíðs: sívalningnum, teningnum, kúlunni og píramídanum.


Texto original y foto en Atlas (1984)
Versión al islandés de Helgi Hrafn Guðmundsson


3/10/16

Jorge Luis Borges: Un monumento







Cabe pensar que un escultor sale en busca de un tema, pero esa cacería mental es menos propia de un artista que de un perseguidor de sorpresas. Más verosímil es conjeturar que el eventual artista es un hombre que bruscamente ve. Para no ver no es imprescindible estar ciego o cerrar los ojos; vemos las cosas de memoria, como pensamos de memoria repitiendo idénticas formas o idénticas ideas. Estoy seguro de que el señor Fulano de Tal, de cuyo nombre no puedo acordarme, vio de golpe algo que ningún hombre, desde el principio de la historia, había visto. Vio un botón. Vio ese instrumento cotidiano que da tanto trabajo a los dedos, y comprendió que para transmitir esa revelación de una cosa sencilla tenía que aumentar su tamaño y ejecutar el vasto y sereno círculo que vemos en esta página y en el centro de una plaza de Filadelfia.






En Atlas (1984)
Foto: Borges en su departamento, 1° de agosto de 1974,
©Associated Press (AP)
Al pie: Monumento al Botón (Claes Oldenburg) aludido y fotografiado en Atlas


2/8/16

Jorge Luis Borges: Estambul






   Cartago es el ejemplo más evidente de una cultura calumniada, nada podemos saber de ella, nada pudo saber Flaubert, sino lo que refieren sus enemigos, que fueron implacables. No es imposible que algo parecido ocurra con Turquía. Pensamos en un país de crueldad; esa noción data de las Cruzadas, que fueron la empresa más cruel que registra la historia y la menos denunciada de todas. Pensamos en el odio cristiano acaso no inferior al odio, igualmente fanático, del Islam. En el Occidente le ha faltado un gran nombre turco a los otomanos. El único que nos ha llegado es el de Suleimán el Magnífico (e solo in parte vide il Saladino).

  ¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla.



En Atlas (1984)
Foto: Jorge Luis Borges en Turquía
Muestra Atlas, Feria del Libro, Buenos Aires, 2016




20/6/16

Jorge Luis Borges: César







Aquí, lo que dejaron los puñales.
Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto
que se llamaba César. Le han abierto
cráteres en la carne los metales.
Aquí lo atroz, aquí la detenida
máquina usada ayer para la gloria,
para escribir y ejecutar la historia
y para el goce pleno de la vida.
Aquí también el otro, aquel prudente
emperador que declinó laureles,
que comandó batallas y bajeles
y que rigió el oriente y el poniente.
Aquí también el otro, el venidero
cuya gran sombra será el orbe entero.



En Atlas (1985)
Luego,  Los conjurados (1985)
Foto: Borges en la Biblioteca Pública de Medellín (Colombia), 1978
Captura video Borges en Medellín


4/5/16

Jorge Luis Borges: El viaje en globo








Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitación no me ha sido aún deparada y no hay razón alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. Los vaticinios terroríficos del personal de a bordo, con su ominosa enumeración de máscaras de oxígeno, de cinturones de seguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias aéreas no son, ni pueden ser, auspiciosas. Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros. Toda palabra presupone una experiencia compartida. Si alguien no ha visto nunca el rojo, es inútil que yo lo compare con la sangrienta luna de San Juan el Teólogo o con la ira; si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada. En California, hará unos treinta días, María Kodama y yo fuimos a una modesta oficina perdida en el valle de Napa. Serían las cuatro o las cinco de la mañana; sabíamos que estaban por ocurrir las primeras claridades del alba. Un camión nos llevó a un lugar aún más distante, remolcando la barquilla. Arribamos a un sitio de la llanura que podía ser cualquier otro. Sacaron la barquilla, que era un canasto rectangular de madera y de mimbre y empeñosamente extrajeron el gran globo de una valija, lo desplegaron en la tierra, separaron el género de nylon con ventiladores, y el globo cuya forma era la de una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia, creció sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No había ni puerta lateral ni escalera; tuvieron que izarme sobre la borda. Éramos cinco pasajeros y el piloto que periódicamente henchía de gas el gran globo cóncavo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Clareaba el día; a nuestros pies a una altura angelical o de alto pájaro se abrían los viñedos y los campos.

El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porque no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells. Se recordará que sus selenitas, que habitan el interior de la luna, viajaban de una a otra galería en globos semejantes al nuestro y desconocían el vértigo.


Foto y texto en Atlas (1984)
Jorge Luis Borges y María Kodama
Vuelo en globo, valle de Napa, California


26/3/16

Jorge Luis Borges: La Recoleta








Aquí no está Isidoro Suárez, que comandó una carga de húsares en la batalla de Junín, que apenas fue una escaramuza y que cambió la historia de América.
Aquí no está Félix Olavarría, que compartió con él las campañas, la conspiración, las leguas, la alta nieve, los riesgos, la amistad y el destierro. Aquí está el polvo de su polvo.
Aquí no está mi abuelo, que se hizo matar después de la capitulación de Mitre en La Verde.
Aquí no está mi padre, que me enseñó a descreer de la intolerable inmortalidad.
Aquí no está mi madre, que me perdonó demasiadas cosas.
Aquí bajo los epitafios y las cruces no hay casi nada.
Aquí no estaré yo. Estarán mi pelo y mis uñas, que no sabrán que lo demás ha muerto, y seguirán creciendo y serán polvo.
Aquí no estaré yo, que seré parte del olvido que es la tenue sustancia de que está hecho el universo.



Atlas (1984)

Con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Óleo: Leonor Acevedo de Borges por Haydeé Lagomarsino de Miranda 
1972 - Colección privada


14/3/16

Jorge Luis Borges: Nota dictada en un Hotel del Quartier Latin






Wilde escribe que el hombre, en cada instante de su vida, es todo lo que ha sido y todo lo que será. En tal caso, el Wilde de los años prósperos y de la literatura feliz ya era el Wilde de la cárcel, que era también el de Oxford y el de Atenas y el que moriría en 1900, de un modo casi anónimo, en el Hôtel d'Alsace, del Barrio Latino. Ese hotel es ahora el hotel L'Hôtel, donde nadie puede encontrar dos habitaciones iguales. Diríase que lo labró un ebanista, no que lo diseñaron arquitectos o que fue levantado por albañiles. Wilde odiaba el realismo; los peregrinos que visitan este santuario aprueban que haya sido recreado como si fuera una obra póstuma de la imaginación de Oscar Wilde.

Yo quería conocer el otro lado del jardín, le dijo Wilde a Gide en los años últimos. Nadie ignora que conoció la infamia y la cárcel, pero algo joven y divino había en él que rechazaba esas desdichas, y cierta famosa balada, que intenta lo patético, no es la más admirable de sus obras. Digo lo mismo del Retrato de Dorian Gray, vana y lujosa reedición de la novela más renombrada de Stevenson.

¿Qué sabor final nos dejan los libros que Oscar Wilde escribió? El sabor misterioso de la dicha. Pensamos en esa otra fiesta, el champagne. Recordemos con alegría y con gratitud "The Harlot's House", "The Sphinx", los diálogos estéticos, los ensayos, los cuentos de hadas, los epigramas, las lapidarias notas bibliográficas y las inagotables comedias, que nos muestran personas muy estúpidas que son muy ingeniosas.

El estilo de Wilde fue el estilo decorativo de cierta secta literaria de su época, los Yellow Nineties, que buscó lo visual y lo musical. No sin una sonrisa ejerció ese estilo, como hubiera ejercido cualquier otro.

Una crítica técnica de Wilde me resulta imposible. Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca pero cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día.




Atlas (1984)
Con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa

Fotos: Placas conmemorativas Borges y  Wilde
en el Quarter Latin, Paris
Fuente oquevidomundo.com


28/2/16

Jorge Luis Borges: El desierto








A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas. La memoria de aquel momento es una de las más significativas de mi estadía en Egipto.



En Atlas (1984)
Pirámides de Sakkara, 1984




28/12/15

María Kodama: Nota a 'Mi último tigre', de Jorge Luis Borges








Mi último tigre. Esta foto fue tomada en la reserva de animales de Cutini, que está cerca de Luján. Recuerdo que un amigo me llevó y vi, maravillada, cómo Cutini entraba al predio donde estaban los tigres, desnudo hasta la cintura para que la gente pudiera comprobar que no llevaba armas; los tigres lo rodearon y jugaron con él como cachorros de gato.

Cuando se lo conté a Borges, loco de alegría me dijo que quería ir ¡¡¡ya!!!, pero debimos esperar al fin de semana. Al verlo, Cutini se acercó de inmediato y le dijo, sentándolo en un tronco de árbol: "Maestro, va a tener el honor de acariciar a mi tigre Rosie, ya vuelvo".

Toda la gente que visitaba el lugar se arremolinó alrededor de Borges, y de pronto apareció caminando junto a Cutini un espléndido animal. Yo creí que guiaría la mano de Borges para que acariciara la cabeza del tigre. Cutini le explicaba a Rosie que el maestro tendría el honor de acariciarla y que ella sería, a su vez, honrada por Borges, que estaba ansioso por conocerla.

Luego de estas explicaciones le dijo: "Saluda al Maestro, Rosie". Ella, acercándose, puso las dos patas sobre los hombros de Borges, que le acariciaba el flanco mientras ella le lamía la cabeza como si fuera uno de sus cachorros. La gente contenía la respiración, había un silencio que se sentía como una presencia física. De pronto se oyó la voz de Borges que decía: "María, ¿cree que puede arañarme? ¡Qué peso tiene! ¡Y qué olor...!"

En un espléndido atardecer de verano, mientras comíamos sentados en la veranda de la casa, a contraluz, Borges distinguió algo que se movía: "No me diga que es lo que imagino", me dijo. "Sí, son seis tigres de bengala que se pasean alrededor de la mesa", respondí.

Al terminar la visita, emocionado, Borges me dijo que nadie en su vida le había hecho un regalo tan maravilloso e inolvidable como el que acababa de materializar el sueño de su niñez.




Foto y fragmento de Sobre las fotografías (notas)
Epílogo de María Kodama a Atlas 
Buenos Aires, Emecé, 1984-2000


12/12/15

Jorge Luis Borges: La Diosa Gálica







Cuando Roma llegó a estas tierras últimas y a su mar de aguas dulces indefinido y quizá interminable, cuando César y Roma, esos dos claros y altos nombres, llegaron, la diosa de madera quemada ya estaba aquí. La llamarían Diana o Minerva, a la manera indiferente de los imperios que no son misioneros y que prefieren reconocer y anexar las divinidades vencidas. Antes ocuparía su lugar en una jerarquía precisa y sería la hija de un dios y la madre de otro y la vincularían a los dones de la primavera o al horror de la guerra. Ahora la cobija y la exhibe esa curiosa cosa, un museo. Nos llega sin mitología, sin la palabra que fue suya, pero con el apagado clamor de generaciones hoy sepultadas. Es una cosa rota y sagrada que nuestra ociosa imaginación puede enriquecer irresponsablemente. No oiremos nunca las plegarias de sus adoradores, no sabremos nunca los ritos.








Borges junto a La Tène
Personnage debout sur un pieu (aristocrate allobroge)
Auteur inconnu, Statue monumentale
Musée DÁrt Et D´Histoire  Ville de Genève
Texto y fotos en Atlas (1984, 1999)


11/10/15

María Kodama: Epílogo [Atlas]









¿Qué era un atlas para nosotros, Borges?
Un pretexto para entretejer en la urdimbre del tiempo nuestros sueños hechos del alma del mundo.
Antes de un viaje, cerrados los ojos, juntas las manos, abríamos al azar el atlas y dejábamos que las yemas de nuestros dedos adivinaran lo imposible: la aspereza de las montañas, la tersura del mar, la mágica protección de las islas. La realidad era un palimpsesto de la literatura, del arte y de los recuerdos de nuestra infancia, tan semejante en su soledad.
Roma será para mí su voz recitando las Elegías de Goethe y Venecia, para usted, lo que yo le transmití un atardecer en San Marcos, escuchando un concierto; París será usted niño, terco, encerrado en un hotel, comiendo chocolate mientras leía a Hugo, su manera de descubrir París; para mí, nuestras lágrimas cuando vi en lo alto de la escalinata del Louvre la Victoria de Samotracia, esa estatua sobre la que mi padre me enseñó la belleza. La belleza era la armonía materializada, era haber logrado lo imposible, detener la brisa del mar en el movimiento de los pliegues de la túnica para la eternidad.
El desierto fue la batalla de Ondurman y Lawrence y la mística del silencio, hasta aquella noche en que junto a las pirámides usted me ofreció un imperio de palabras, modificó el desierto y me reveló que la luna era mi espejo.
El tiempo era cóncavo y protector para nosotros. Entrábamos en él como Odín y Beppo, nuestros gatos, en los canastos y en los armarios, con la misma inocencia y la misma ávida curiosidad para descubrir misterios.
Ahora estoy aquí, forjando un tiempo más allá del tiempo donde usted recorre las constelaciones y aprende el lenguaje del universo, donde usted sabe ya que la poesía, la belleza y el amor son allí, por su intensidad, incandescentes.
Mientras, yo recorro aplicadamente los días, los países, las personas, cada instante que irá acercándome a usted hasta que se cumplan todas esas cosas que son necesarias para que otra vez se junten nuestras manos. Cuando esto suceda seremos otra vez Paolo y Francesca, Hengist y Horsa, Ulrica y Javier Otárola, Borges y María, Próspero y Ariel, definitivamente juntos, sólo luz para la eternidad.
Querido Borges, que la paz y mi amor sean con usted. Hasta entonces.
María Kodama








Texto e imágenes en Atlas
Buenos Aires, Emecé, 2008


6/10/15

Jorge Luis Borges: Shinto ~ De la salvación por las obras




Shinto


Cuando nos anonada la desdicha,
durante un segundo nos salvan
las aventuras ínfimas
de la atención o de la memoria:
el sabor de una fruta, el sabor del agua,
esa cara que un sueño nos devuelve,
los primeros jazmines de noviembre,
el anhelo infinito de la brújula,
un libro que creíamos perdido,
el pulso de un hexámetro,
la breve llave que nos abre una casa,
el olor de una biblioteca o del sándalo,
el nombre antiguo de una calle,
los colores de un mapa,
una etimología imprevista,
la lisura de la uña limada,
la fecha que buscábamos,
contar las doce campanadas oscuras,
un brusco dolor físico.

Ocho millones son las divinidades del Shinto
que viajan por la tierra, secretas.
Esos modestos númenes nos tocan,
nos tocan y nos dejan.



En La cifra (1981)


Mano de Borges en Izumo, 27 de abril de 1984
Foto de cierre
Atlas (1984)
Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Foto probablemente de Maria Kodama


De la salvación por las obras


En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero.
Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo:
Hace muchos días, o muchos siglos nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres.
Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro:
Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas.
Las entonó. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderlas.
La divinidad mayor sentenció:
Que los hombres perduren.
Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó.
Izumo, 27 de abril de 1984
En Atlas (1984)



20/9/15

Jorge Luis Borges: Madrid, julio de 1982







El espacio puede ser parcelado en varas, en yardas o en kilómetros; el tiempo de la vida no se ajusta a medidas análogas. Acabo de sufrir una quemadura de primer grado; el médico me dice que debo permanecer diez o doce días en esta impersonal habitación de un hotel de Madrid. Sé que esa suma es imposible; sé que cada día consta de instantes que son lo único real y que cada uno tendrá su peculiar sabor de melancolía, de alegría, de exaltación, de tedio o de pasión. En algún verso de sus Libros Proféticos, William Blake aseveró que cada minuto consta de sesenta y tantos palacios de oro con sesenta y tantas puertas de hierro; esta cita sin duda es tan aventurada y errónea como el original. Parejamente el Ulysses de Joyce cifra las largas singladuras de la Odisea en un solo día de Dublín, deliberadamente trivial.
Mi pie me queda un poco lejos y me manda noticias, que se parecen al dolor y no son el dolor. Siento ya la nostalgia de aquel momento en que sentiré nostalgia de este momento. En la memoria el dudoso tiempo de la estadía será una sola imagen. Sé que voy a extrañar ese recuerdo cuando esté en Buenos Aires. Quizá esta noche sea terrible.


Texto y foto en Atlas (1984)
Borges en Madrid, 1982



22/8/15

Jorge Luis Borges: El 22 de agosto de 1983






Bradley creía que el momento presente es aquel en que el porvenir, que fluye hacia nosotros, se desintegra en el pasado, es decir que el ser es un dejar de ser o, como no sin melancolía, dijo Boileau:

Le moment où je parle est
déjà loin de moi.

Sea lo que fuere, las vísperas y la cargada memoria son más reales que el presente intangible. Las vísperas de un viaje son una preciosa parte del viaje. El nuestro a Europa comenzó, de hecho, anteayer, el 22 de agosto, pero lo prefiguró aquella cena del dieciocho. En un restaurante japonés nos reunimos María Kodama, Alberto Girri, Enrique Pezzoni y yo. La comida era una antología de sabores fugaces que nos llegaban del Oriente. El viaje que nos parecía inmediato, preexistía en el diálogo y en el imprevisto champagne que nos ofreció la dueña del local. A lo singular, para mí, de un sitio japonés en la calle Piedad se unieron las voces y la música de un coro de personas que procedían de Nara o de Kamakura y que celebraban un cumpleaños. Estábamos así en Buenos Aires, en las próximas etapas del viaje y en el recordado y presentido Japón. No olvidaré esa noche.




En Atlas (1984)
Foto: JLB junto a Kodama, Girri y Pezzoni en restaurant japonés 
en Buenos Aires, 18 de agosto de 1983
incluida en Atlas © Propiedad de María Kodama



2/6/15

Jorge Luis Borges: Mi último tigre








En mi vida siempre hubo tigres. Tan entretejida está la lectura con los otros hábitos de mis días que verdaderamente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado o aquel, ya muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguía como hechizado del otro lado de los barrotes de hierro. A mi padre le gustaban las enciclopedias; yo las juzgaba, estoy seguro, por las imágenes de tigres que me ofrecían. Recuerdo ahora los de Montaner y Simón (un blanco tigre siberiano y un tigre de Bengala) y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el que había algo de río. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de palabras: la famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y la definición de Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando leí, de niño, los Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Khan fuera el villano de la fábula, no el amigo del héroe. Querría recordar, y no puedo, un sinuoso tigre trazado por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre, pero que sin duda había visto el arquetipo del tigre. Ese tigre platónico puede buscarse en el libro de Anita Berry, Art for Children. Se preguntará muy razonablemente ¿por qué tigres y no leopardos o jaguares? Sólo puedo contestar que las manchas me desagradan y no las rayas. Si yo escribiera leopardo en lugar de tigre el lector intuiría inmediatamente que estoy mintiendo. A esos tigres de la vista y del verbo he agregado otro que me fue revelado por nuestro amigo Cuttini, en el curioso jardín zoológico cuyo nombre es Mundo Animal y que se abstiene de prisiones.

Ese último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo, ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.



En Atlas (1984)
Foto: Borges con Jorge Cutini, en su Zoológico (Luján, Prov. de Buenos Aires)
Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Otra foto en este blog



20/4/15

Jorge Luis Borges: Piedras y Chile






Por aquí habré pasado tantas veces.
No puedo recordarlas. Más lejana
que el Ganges me parece la mañana
o la tarde en que fueron. Los reveses
de la suerte no cuentan. Ya son parte
de esa dócil arcilla, mi pasado,
que borra el tiempo o que maneja el arte
y que ningún augur ha descifrado.
Tal vez en la tiniebla hubo una espada,
acaso hubo una rosa. Entretejidas
sombras las guardan hoy en sus guaridas.
Sólo me queda la ceniza. Nada.
Absuelto de las máscaras que he sido,
seré en la muerte mi total olvido.



En Atlas (1984), luego en Los Conjurados (1985)
Foto: Jorge Luis Borges por Julio Giustozzi
Fotografía (inédita) de las últimas tomadas en Argentina 
27 de noviembre de 1985, Librería Alberto Casares



10/4/15

Jorge Luis Borges: Laprida 1214






Por esa escalera he subido un número hoy secreto de veces; arriba me esperaba Xul-Solar. En ese hombre sonriente, de pómulos marcados y alto se conjugaban sangre prusiana, sangre eslava y sangre escandinava (su padre, Shulz, era del Báltico) y también sangre lombarda y sangre latina; su madre era del norte de Italia. Más importante es otra conjunción: la de muchos idiomas y religiones y, al parecer, de todas las estrellas, ya que era astrólogo. La gente, máxime en Buenos Aires, vive aceptando lo que se llama la realidad; Xul vivía reformando y recreando todas las cosas. Había urdido dos idiomas; uno, el creol, era el castellano aligerado de torpezas y enriquecido de inesperados neologismos. La palabra juguete le sugería un jugo malsano; prefería decir, por ejemplo, se toybesan, se toyquieran; asimismo decía: sansiéntese o, a una estupefacta señora argentina: le recomiendo el Tao, agregando: ¿cómo? ¿no coñezca el Tao Te Ching? El otro idioma era la panlengua, basada en la astrología. Había inventado también el panjuego, una suerte de complejo ajedrez duodecimal que se desenvolvía en un tablero de ciento cuarenta y cuatro casillas. Cada vez que me lo explicaba, sentía que era demasiado elemental y lo enriquecía de nuevas ramificaciones, de suerte que nunca lo aprendí. Solíamos leer juntos a William Blake, en especial los Libros Proféticos, cuya mitología él me explicaba y con la que no estaba siempre de acuerdo. Admiraba a Turner y a Paul Klee y tenía, en mil novecientos veintitantos, la osadía de no admirar a Picasso. Sospecho que sentía menos la poesía que el lenguaje, y que para él lo esencial era la pintura y la música. Fabricó un piano semicircular. Ni el dinero ni el éxito le importaban; vivía, como Blake o como Swedenborg, en el mundo de los espíritus. Profesaba el politeísmo; un solo Dios le parecía muy poco. En el Vaticano admiraba una sólida institución romana con sucursales en casi todas las ciudades del atlas. No he conocido una biblioteca más versátil y más deleitable que la suya. Me dio a conocer la Historia de la Filosofía de Deussen, que no empieza, como las otras, por Grecia sino por la India y la China y que consagra un capítulo a Gilgamesh. Murió en una de las islas del Tigre.
Le dijo a su mujer que mientras ella le tuviera la mano, él no se moriría. 
Al cabo de una noche, ella tuvo que dejarlo un instante, y, cuando volvió, Xul se había muerto.
Todo hombre memorable corre el albur de ser amonedado en anécdotas; yo ayudo ahora a que ese inevitable destino se cumpla.








En Atlas (1984)

Foto arriba: Kodama y Borges en el Museo Xul Solar (detalle)

Finca de Laprida 1214, Buenos Aires, 1984, ©Amanda Ortega

Al pie: Entrada al Museo Xul Solar, hoy, y frente del Museo (Laprida 1212 y 1214)

Fotos: Florencia Giani, abril 2015



25/3/15

Jorge Luis Borges: El Templo de Poseidón







Sospecho que no hubo un Dios del Mar, como tampoco un Dios del Sol; ambos conceptos son ajenos a mentes primitivas. Hubo el mar y hubo Poseidón, que era también el mar. Mucho después vendrían las teogonías y Homero, que según Samuel Butler urdió con fábulas ulteriores los interludios cómicos de la Ilíada. El tiempo y sus guerras se han llevado la apariencia del Dios, pero queda el mar, su otra efigie.

Mi hermana suele decir que los niños son anteriores al cristianismo. A pesar de las cúpulas y de los íconos también lo son los griegos. Su religión, por lo demás, fue menos una disciplina que un conjunto de sueños, cuyas divinidades pueden menos que el Ker. El templo data del siglo quinto antes de nuestra era, es decir, de aquella fecha en que los filósofos ponían todo en duda. 

No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese misterio es más evidente en determinadas cosas que en otras. En el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música.



En Atlas (1984)
Foto: Templo de Poseidón (Attica, Grecia), 2003 
© Josef Koudelka/Magnum Photos


12/1/15

Jorge Luis Borges: Midgarthormr







Sin fin el mar. Sin fin el pez, la verde
serpiente cosmogónica que encierra,
verde serpiente y verde mar, la tierra,
como ella circular. La boca muerde
la cola que le llega desde lejos,
desde el otro confín. El fuerte anillo
que nos abarca es tempestades, brillo,
sombra y rumor, reflejos de reflejos.
Es también la anfisbena. Eternamente
se miran sin horror los muchos ojos.
Cada cabeza husmea crasamente
los hierros de la guerra y los despojos.
Soñado fue en Islandia. Los abiertos
mares lo han divisado y lo han temido;
volverá con el barco maldecido
que se arma con las uñas de los muertos.
Alta será su inconcebible sombra
sobre la tierra pálida en el día
de altos lobos y espléndida agonía
del crepúsculo aquel que no se nombra.
Su imaginaria imagen nos mancilla.
Hacia el alba lo vi en la pesadilla.



En Atlas (1984)
y en Los conjurados (1985)
Photo: Edsel Little, Borges speaking at First Church, 1983

[Joaquín Martinez Pizarro, Jorge Luis Borges, Ana Cara]
The Five Colleges of Ohio Digital Exhibitions



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