Mi primer encuentro con Borges data de 1969. Tuvo lugar en
diciembre de ese año, durante las jornadas del Simposio Internacional
dedicado a su obra en la Universidad de Oklahoma.
Borges regresaba de su primer viaje a Israel y había venido a los
Estados Unidos a dictar una serie de conferencias en esa Universidad.
Entre 1956 y 1962, yo había vivido en Israel y, naturalmente, las impresiones
de su viaje reciente constituyeron el foco de nuestra conversación.
Encuentros sucesivos ocurrirían en la Universidad de California
en San Diego, en cuya ocasión Borges recibió “The Tryton Award”, un
premio inventado ex profeso por la administración universitaria para esa
oportunidad; en Los Ángeles, donde Borges habló para un público abigarrado
que rebasaba la capacidad de la sala y entre los que se encontraban
Anais Nïn, Carlos Castañeda y otros, que aún con la ayuda de
las autoridades de UCLA no pudimos identificar (después de la conferencia,
mientras cruzábamos los jardines del campus, Borges, recriminándose,
le confesó a una estudiante argentina que lo guiaba del brazo
que había representado al Borges público que todos querían oír, al otro,
al actor de la prosa “Borges y yo”); en Orono, Maine, en abril de 1976,
donde memorable y paradójicamente comentó y hasta discutió, con
una rueda de críticos, los méritos y deméritos de su obra. Y luego los
encuentros se prolongaron en Chicago, en Dickinson College, en Harvard,
donde Borges fue homenajeado con un doctorado honoris causa
que recibió ese año, 1981, junto a otros galardonados, entre los que figuraban
Marguerite Yourcenar, el fotógrafo Ansel Adams y la soprano
Leontyne Price; en Ginebra, donde vivió junto a María Kodama los últimos
meses de su vida, y finalmente en Buenos Aires, que fue sin duda
para mí el que dejó huella más profunda.
Con una beca Guggenheim, viajé a Buenos Aires en 1971 para trabajar
en mi libro En busca del unicornio. Alquilé un apartamento en la calle
Paraguay, cerca de esquina Uruguay. Borges era director de la Biblioteca
Nacional desde 1955 y lo llamé apenas dispuse de un lugar y de un teléfono. Convinimos en almorzar al día siguiente en un restorán a la
vuelta de su casa de la calle Maipú, donde Borges vivía con su madre.
En esa ocasión le conté de mi largo ensayo sobre Borges y la Cábala,
que acababa de terminar para la revista norteamericana TriQuaterly, un
homenaje que sería algo así como la contrapartida para el público anglosajón
de lo que había sido la revista L’Herne para el lector francés. Le
pregunté si no era importunarlo demasiado sugerirle una entrevista
que cubriera su larga amistad con la Cábala, con exclusión de otros temas
sobre los cuales había sido ya entrevistado de manera casi machacona.
Con esa generosidad que siempre tuvo para sus amigos y lectores,
Borges propuso que nos encontráramos una mañana de septiembre
en su despacho de la Biblioteca Nacional.
Yo había armado mis notas y había hecho un cuestionario que me serviría
de guía. Cuando estuve frente a él y comenzamos a charlar, comprendí
de inmediato que de poco me servirían esos adarmes tan meticulosamente
preparados. El entrevistador propone y el entrevistado
dispone. No sé de ningún caso en el que ese lugar común se haya probado
tan al pie de la letra como en el caso de Borges. Mis primeras preguntas
cayeron derrotadas por la imaginación y la enorme latitud intelectual
de una mente que recuerda el relato “El jardín de senderos que se bifurcan”. La memoria y el pensamiento de Borges se ramifican
en un entramado inagotable, donde cada idea, cada autor, cada reflexión
y hasta cada cita forman una red en la que una noción, un
recuerdo, una lectura, evocan, o más bien provocan, otras.
Mi error, primero, fue asumir que para trazar algo así como un mapa
de su contacto y fascinación con la Cábala, Borges necesitaba de un itinerario,
cuando en realidad la más leve de las alusiones bastaba para
abrir los caudales de su memoria. Al final de la entrevista, Borges se
disculpó por haberme defraudado con sus respuestas. En realidad, el
defraudado debió haber sido él: el problema no estaba en sus respuestas
sino en mis preguntas. A tal punto los dos debimos habernos sentido
insatisfechos con los resultados de la entrevista que, cuando yo le
sugerí, a las pocas semanas, que me permitiera publicar una conferencia
sobre la Cábala que él había dado en 1970 en la Sociedad Hebraica
Argentina de Buenos Aires, repuso de inmediato: “Sí, puede publicarla,
pero como ésa es una conferencia que yo he improvisado habrá que
trabajarla para convertirla en texto escrito”. Borges propuso que nos reuniéramos
en su despacho de la Biblioteca con ese fin, y así lo hicimos.
Por un amigo me había enterado de esa conferencia sobre la Cábala que
Borges había dado el año anterior en la Sociedad Hebraica. ¿Estaría grabada? ¿La habrían conservado? Para averiguar eso fui a ver a Bernardo
Koremblit, que entonces dirigía la sección de Cultura de la Hebraica.
Muy amablemente Koremblit me confirmó que Borges había
dado esa conferencia sobre la Cábala y que, como era costumbre en
esas ocasiones, la habían grabado para sus archivos. Le pedí que me la
prestara por unos días y accedió de inmediato. A las pocas semanas
pude conseguir, con la ayuda de una oficina de mecanógrafos en la calle
Uruguay, una transcripción de la misma. Era apenas un borrador,
casi una sombra de la conferencia de Borges, con nombres deformados,
títulos equivocados y un texto plagado de errores inverosímiles. De esa
hojarasca tipográfica salió la perla que la inteligencia infatigable de
Borges rescataría.
Dos días de trabajo tupido no fueron suficientes para convertir el texto
hablado en texto escrito. Borges sugirió que nos reuniéramos un domingo
por la mañana, cuando la Biblioteca estaba cerrada al público y se podía
trabajar más productivamente en el silencio de la soledad. Una vez
más me conmovió su generosidad y su incansable capacidad de trabajo.
El domingo acordado yo lo esperé, como habíamos quedado, en la
puerta de la Biblioteca. La Biblioteca por supuesto estaba cerrada y yo
empecé a dudar de si Borges no se habría confundido, pero para mi
sorpresa y apenas con unos minutos de retraso, apareció en la esquina
de la calle Mexico, tanteando y abriéndose camino con su bastón. Misteriosamente,
apenas estuvo frente a la puerta, apareció por dentro una
persona que seguramente era el portero y que, habiendo reconocido a
Borges, nos abrió la puerta. Al silencio de la Biblioteca vacía se unía el
silencio del domingo. Instalados en su despacho, retomamos el texto
donde lo habíamos dejado la última vez. El método de trabajo era simple:
Borges me hacía leer una frase, que él repetía y que luego expurgaba
hasta que quedara convertida en la frase que respondía a sus exigencias.
Cuando eso ocurría, yo escribía la frase nueva y limpia que
reemplazaba a la antigua. Algunas frases y palabras fueron suprimidas
y nombres y títulos, aclarados. Cuidaba además de la coherencia y fluidez
del texto y repetía las frases entre sus labios sin pronunciarlas, como
si ensayara las varias versiones posibles hasta que alcanzaba la formulación
que le parecía más satisfactoria y que me dictaba en voz alta.
Tanto me entusiasmó el haber sido el amanuense de ese texto que recogía
la información y las reflexiones más quintaesenciadas del trato de
Borges con la Cábala, tan satisfecho me sentía de haber contribuido a
rescatar esa síntesis apretada de la percepción de Borges de la Cábala
que, naturalmente, me olvidé de mi modesta entrevista. La conferencia de la Hebraica de 1970, convertida en ensayo, fue publicada en traducción
inglesa en mi libro Borges and the Kabbalah (1988). En 1977, Borges
repitió en Buenos Aires esa conferencia sobre la Cábala en un ciclo de
siete charlas sobre temas varios, que luego se publicaron en el volumen
titulado Siete noches (1980). Cotejada con la variante del 70, esta última
emerge como una versión más íntima y concentrada del tema, como si
los diez años que median entre una y otra hubieran desgastado la densidad
y limpidez con que se nos impone la primera.
La entrevista cayó en la oscuridad del olvido, eclipsada como estaba
por la conferencia, hasta un día en que, leyendo y organizando viejos
papeles, encontré la cinta y decidí oírla como quien abre una puerta
prohibida. No tenía ni la coherencia ni la complejidad de la conferencia,
pero, en compensación, la voz de Borges se oía con la claridad de sus
mejores años. Puedo decirlo porque en 1986, cuando visité a Borges en
el Hotel L’Arbalète, en Ginebra, tres semanas antes de su muerte, su
voz era una sombra de aquélla y resultaba virtualmente inaudible. La
voz de Borges de 1971, en cambio, tenía todo el vigor, toda la tesitura
intelectual de sus mejores años. La entrevista está punteada con bromas
de su mejor humor, con expresiones inglesas que venían en su ayuda
cuando el español le resultaba estrecho o no se avenía al espíritu de su
intención. Además, como la entrevista tuvo lugar un día hábil, se ha
filtrado también, superponiéndose a la voz de Borges, un verdadero
trasfondo de ronroneos de colectivos, corcoveos de automóviles y voces
porteñas de niños que salían de la escuela o jugaban en la calle.
Esos ruidos y voces se mezclan con la voz de Borges como si de alguna
manera la acompañaran como lo acompañó siempre su ciudad. Es una
suerte de subtexto que define muy concentradamente la relación de
Borges con Buenos Aires, aunque hablara de libros esotéricos o historias
fantásticas o crímenes cabalísticos. O precisamente por eso. Ya se
sabe que en el paisaje fantástico de la Rue de Toulon, del Hotel du
Nord y de unas tapias rosadas que aparecen en “La muerte y la brújula”,
definió lo más íntimo y auténtico de la ciudad de Buenos Aires.
Habría que decir, entonces, que es una entrevista más para oír que para
leer: ¡qué felicidad para el lector de Borges poder oír su risa, saborear
su humor, volver a sentir la idiosincrasia de una voz que dialogaba aun
desde sus propias vacilaciones! Pero como tal cosa no es posible, ya que
la página escrita no lo permite, habrá que resignarse a esta transcripción
e imaginar detrás de los signos mudos de la escritura, la familiar
voz de Borges, su risa que acompasa anécdotas y comentarios, su
humor sardónico, a veces, travieso y juguetón, otras, su discurrir eslabonado
con modalidades de su estilo oral, su legendaria memoria, su filosa agudeza, su inteligencia diáfana. Porque todo eso palpita entre
líneas y porque la perspectiva del tiempo ha ido generando en sus respuestas
un valor que, si en su momento no supe ver, hoy, quince años
más tarde, refulge con la nitidez de una inteligencia clásica, publico
ahora este texto que, quiero creer, representa un modesto trazo del dibujo
de su cara.
Question: Have you tried to make your own stories Kabbalistic?
Borges: Yes, sometimes I have.
The Paris Review, 1967
J.A.: En uno de sus primeros libros de ensayo, El tamaño de mi esperanza,
de 1926, en ese ensayo titulado “Historia de los ángeles”, hay ya dos
referencias a la Cábala.
Borges: Bueno, esas referencias fueron tomadas de dos fuentes. Una, la
versión de la Divina Comedia de Longfellow, que es una buena versión.
Ya no me acuerdo si está en los apéndices del Infierno, del Purgatorio o
del Paraíso, pero hay unas tres páginas de un libro de un señor algo
como Stehelin o Stahelin [1], es un nombre así —no recuerdo porque hace
cuarenta o cincuenta años que no he visto el nombre— y ahí él se refiere
a las diversas letras, Alef, Beth, Guimmel, todo eso, y a su valor y a los
diversos sentidos que tenían para los cabalistas. Y la otra referencia tiene
que haber sido el artículo en la Encyclopaedia Britannica. Yo venía
aquí a la Biblioteca. Yo era muy tímido y no me atrevía a pedir libros,
pero los volúmenes de la Encyclopaedia Britannica, de la antigua Encyclopaedia
Britannica, que es muy superior a la actual porque en los Estados
Unidos la han echado a perder, la han convertido en un libro de
consulta y antes era un libro de lectura. De modo que yo sacaba un volumen
cualquiera de los estantes, no tenía por qué hablar con ningún
empleado, y lo leía. Veníamos con mi padre aquí. Jamás se me ocurrió
pensar que yo llegaría a ser director de esta casa. Y recuerdo, recuerdo
una tarde, una noche que me sentí muy feliz porque leí artículos sobre
los... Espere… Sobre los druidas, sobre los drusos, y empezó un artículo
sobre Dryden.
J.A.: ¿Tuvo contacto con drusos en su último viaje a Israel?
Borges: No, no vi drusos. Hay una referencia muy curiosa a los drusos.
En esa edición vieja de la Encyclopaedia Britannica, se dice que los drusos
creen —y esto podría ser un cuento fantástico— que, aunque ellos son
muy pocos, hay sin embargo una vasta comunidad de drusos en la
China. Pero ese párrafo, que me parece lindo, esa idea de un pequeño
grupo que cree que pertenece a un vasto grupo ¿no? puede corresponder,
no sé, a tantas esperanzas de tipo teológico. Esa referencia desaparece
en el mismo artículo de una edición posterior, como si yo la hubiera
descubierto por error. Ahora, yo hablé una vez con un druso y me
dijo que nunca había oído eso de que los drusos se consideraran relacionados
con la China. Y hay también una obra de teatro de Browning, El retorno de los drusos.
J.A.: Borges, entonces mi pregunta es ¿cuándo comenzaron sus primeros
contactos con la Cábala, sus primeros flirteos?
Borges: Yo creo que habrán empezado con esas… bueno, esas dos o
tres páginas de Longfellow que usted encontrará en su versión de la
Divina Comedia, pero no recuerdo si en el apéndice del Infierno, del Purgatorio
o del Cielo; están traducidas por él, creo que del alemán, de un
libro que se llama algo como Rabbinical Learning, o algo así. Pero en fin
es muy fácil encontrarlos. Yo en casa tengo una edición, tengo esa edición
de Longfellow en un solo volumen, pero en Estados Unidos no
veo ninguna dificultad en encontrar la versión de la Divina Comedia de
Longfellow. Él la hizo durante la Guerra de Secesión, ¿no? para no pensar
en la guerra, que le preocupaba mucho. Yo viví a la vuelta de la casa
de él en Cambridge [2]. Cuando daba la vuelta a la manzana —si es que
puede hablarse de manzanas en Cambridge— recitaba unos versos en
anglosajón que él tradujo.
J.A.: Los dos títulos que yo recuerdo que menciona en ese ensayo “Historia
de los ángeles” eran el libro de Erich Bischoff Die Elemente der
Kabbalah y el de Stehelin, Rabbinical Literature.
Borges: Ese, bueno, ese libro, ah bueno el de Stehelin, lo tomé de
Longfellow. El otro libro es un libro bastante malo, que me prestó Xul
Solar y que lo leí todo. Es un libro hecho de traducciones fragmentarias
del Zohar y del Sefer Yetzirah, pero a diferencia de Scholem, por ejemplo,
él no explica nada, dice las cosas son así y nada más, y el prólogo
es una serie de ataques a la filosofía materialista, ataques… groseros
¿no?, como diciendo “qué saben estos ignorantes de la Cábala” y cosas
así, que no tienen ningún valor. Erich Bichoff, sí.
J.A.: Y pasando al libro de Scholem recuerdo que en el poema “El Golem”
decía usted: “Estas verdades las refiere Scholem...”. Ahora, el que
se ha tomado el trabajo de leer Maior Trends in Jewish Mysticism recuerda
que eso no está en el libro.
Borges: No, no, no. No está en Sholem, está en Trachtemberg, pero la
rima, caramba…Y además que creo que Scholem es un escritor más
importante que Trachtemberg, ¿no?, de modo que…
J.A.: Y todo esto lo ha ampliado Scholem en otro libro que se llama On
The Kabbalah and Its Symbolism.
Borges: Sí, lo tengo. Yo lo considero como un amigo mío y creo que él
me considera como un amigo aunque en conjunto nos habremos visto
ocho horas en toda la vida, pero como yo lo he leído y lo he releído tanto...
Porque yo a Scholem lo leí en inglés, yo leí el libro Maior Trends in
Jewish Mysticism. Ahora, el libro de Trachtemberg es mucho menos importante,
es una miscelánea, pero bueno…
J.A: Es una tesis doctoral que luego se publicó en forma de libro.
Borges: Bueno, lo habrá, claro, ampliado… cambiado.
J.A.: ¿Vio a Scholem en su último viaje a Israel?
Borges: Cuando me dijeron qué quería ver, les dije no me pregunten
qué quiero ver porque soy ciego, pregúntenme a quién quiero ver y les
voy a contestar inmediatamente, Scholem. Y pasé una tarde muy linda
en casa de él. Nos vimos un par de veces. Es una persona encantadora.
Habla inglés perfectamente.
J.A.: ¿Lo llevaron a visitar Safed, que fue el centro cabalista del siglo
XVI donde vivieron Moisés Cordovero, Isaac Luria?
Borges: Cordovero, sí... Isaac Luria…, que yo conozco. No, no, no me
llevaron a Safed. Bueno, pero como yo dependía un poco, como a mí
me habían dado el Premio de la Municipalidad de Jerusalén, yo dependía
de mis anfitriones ¿no?, yo era un huésped, de modo que…
J.A.: Borges, usted dice que su conocimiento de la Cábala es de segundo
orden, sin embargo creo yo que en sus cuentos ha trascendido mucho.
Borges: Yo creo que sí. Cuando Dante se refiere a Virgilio habla de il
lungo studio e il grande amore, creo, my italian is not to be trusted, pero en
el caso mío se puede hablar, más que de gran amor, de largo estudio
porque ese estudio ha existido. Claro como yo perdí la vista, for reading
purposes, en el año 55, y me he dedicado, bueno, a Old English y ahora a
Islandic. Tengo una cátedra de Literatura Inglesa en la Universidad Católica,
tengo un curso de Old English Poetry en la Asociación Argentina
de Cultura Inglesa y además tengo un seminario para estudiar islandés
los sábados a la tarde y otro para estudiar Old English los domingos a
la tarde en casa. Tengo unos cuatro alumnos. We do it for the sheer love of
it, ¿no?
J.A.: Recordará, Borges, que en ese número de la revista L’Herne dedicado
a su obra…
Borges: La verdad es que yo no he leído esa revista, for the sheer bulk of
it. Me sentí como si fuera una especie de tombstone (risas), me sentí como
literalmente en una pesadilla, algo que me oprimía, ¿no? Y creo que
están preparando otro. Y L’Herne, yo creo que es por la hidra, creo que
se refiere al hecho de que va a ramificarse en muchos temas, en muchos
sectores.
J.A.: Bueno, en ese número, yo encontré la única nota, muy breve, que
estudia algo de sus relaciones con la Cábala y se titula “Fascinación de
la Cábala”.
Borges: Ah, está bien.
J.A.: Y lo que yo quería preguntarle…
Borges: ¿De quién es esa nota?
J.A.: De alguien que firma Rabbi o Rabi, no sé quién es.
Borges: Bueno, lo que yo he leído sobre la Cábala es un libro que me
regaló Carlos Mastronardi, un poeta entrerriano, un libro de un autor
francés, Sérouya, La kabbale, que es quizá el libro más copioso, de unas
seiscientas páginas, tiene muchas ilustraciones y está todo hecho de
traducciones de obras clásicas de la Cábala.
J.A.: Si usted tuviera que definir en qué residió en usted esa fascinación
de la Cábala…
Borges: Yo creo que tiene una doble fuente. En primer término, todo lo
hebreo me ha fascinado y eso porque mi abuela paterna era protestante, pertenecía a the Church of England, ¿no? She knew her Bible, tanto que
uno podía citar un versículo cualquiera y ella decía, sí, Job libro tal, versículo
tal, o Reyes, tal libro, lo que fuera ¿no? De modo que ha habido
ese lado y luego como yo no he podido creer nunca en un dios personal,
la idea de ese vasto Dios impersonal —creo que se llama En-Sof
¿no?— de la Cábala, eso me ha fascinado y eso lo he encontrado naturalmente
ahí...y en Spinoza también, ¿no?, y en el panteísmo en general,
y en Schopenhauer también, y en Samuel Butler, y en la idea de
life ‘s force de Bernard Shaw, y en el elan vital de Bergson. Todo eso deriva
de una misma fuente. Pero además hay otro hecho circunstancial
que es que el primer libro que yo leí en alemán, cuando yo estudié alemán
solo, hacia 1916, fue la novela El Golem de Meyrink. Y por eso después
escribí el poema “El Golem”. Yo fui llevado al estudio del alemán
por mi lectura de Carlyle, que yo admiraba mucho. Y ahora, aunque
estoy de acuerdo con muchas opiniones suyas, como escritor me resulta,
no sé, ese estilo dogmático, ese estilo que tiende menos a persuadir
que a intimidar no me gusta y tampoco, no sé, ese estilo demasiado vívido
y metafórico... Pero he sent me to the study of German. Yo empecé,
una tontería que mucha gente comete, empecé tratando de leer la Crítica
de la razón pura en alemán, que los alemanes no entienden y posiblemente
muy poca gente entiende. Entonces una amiga mía —¿cómo se
llamaba?— era baronesa, era de Praga, ah sí, la baronesa Forschtümer [sic. Es Hélène von Stummer], me dijo que se había publicado hace poco un libro muy interesante, una
novela fantástica que se llamaba Der Golem. Yo no había oído esa palabra
y ése fue el primer libro que I read through en alemán, el primer libro
en prosa, pero ya antes yo había leído Lyrisches Intermezzo de Heine.
La poesía naturalmente, en gracia de su brevedad, es de lectura más
fácil que la prosa, sobre todo que la prosa alemana, en que las frases no
aciertan nunca con el fin.
J.A.: Borges, ¿recuerda usted cuando en “La muerte y la brújula”,
Lönnrot se lleva la biblioteca del doctor Yarmolinsky a su casa? Y en
esa lista de libros, ¿no hay algo así como lo que podría llamarse el escrutinio
de su propia biblioteca, de la suya Borges, sobre la Cábala?
Borges: Puede ser, sí, pero yo casi no recuerdo ese cuento. Lo que recuerdo
es que se sugiere que todo el cuento es simbólico, es decir, que
el detective no se hace matar porque es un imbécil sino porque él y el
que lo mata son la misma persona. Usted recuerda que uno se llama
Lönnrot, rot es rojo en alemán y supongo que tendrá un sentido parecido
en sueco, y Lönnrot fue el que juntó los libros del... el que organizó la Kalevala ¿no?, o Kalévala [3], bueno… y el que lo mata se llama Red
Scharlach, y además usted ve que razonan del mismo modo y que en la
conversación final, aunque el uno lo mata al otro, se entienden perfectamente
porque hablan en un plano intelectual, hablan de laberintos,
hablan de Zenón de Elea…
J.A.: Más aún, entre las obras de Yarmolinsky usted menciona “Una
vindicación de la Cábala” que, claro, recuerda la referencia a La Galatea
en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, es decir, entre las obras
del escrutinio figura…
Borges: Claro, porque yo tengo un artículo “Una vindicación de la Cábala”.
Sí, bueno, es una pequeña broma secreta (risas) que usted ha sido
el primero en… Pero cuando uno escribe, o cuando yo escribo, yo
tiendo a hacer esas pequeñas..., a esos private jokes, que son para mí no
más. Usted es la primera persona que se ha dado cuenta de eso, yo lo
había olvidado enteramente.
J.A.: Usted menciona también en el cuento la obra Historia de la secta de los Hasidim entre las obras de Yarmolinsky, y la Biografía del Baal-Shem,
que son títulos ligeramente modificados de dos obras de…
J.A.: En algún lugar que no recuerdo menciona la colección de cuentos
de Buber Tales of the Hasidim…
Borges: Bueno, ese libro yo lo tenía en alemán y traduje dos o tres…
No, no, no, yo lo tengo en inglés, lo que yo traduje del alemán es de un
libro que se llama La leyenda del Baal-Shem, el otro tengo en casa. O lo
tendré aquí en la Biblioteca, porque cuando yo me divorcié, yo tuve
que irme de casa un poco apurado y luego mandaron los libros, pero
están todos embarullados y ahora estoy poniéndolos en orden lentamente
y tengo unos aquí y otros en casa.
J.A.: Ahora, esos Tales of the Hasidim, ¿cree que han tenido alguna repercusión
en su obra?
Borges: Puede ser, porque algunos me han impresionado mucho, pero
no podría detallarlo…
J.A.: Por supuesto, ése es nuestro trabajo…
Borges: Usted conoce mi obra mucho mejor que yo, porque yo escribo
y trato de olvidar y de pasar a otra cosa. Porque si me detengo a pensar
en lo que he escrito, pienso que no debo seguir escribiendo.
J.A.: No debería haberle preguntado cosas que usted ya ha dicho y que
están en sus textos…
Borges: Yo las he dicho y las he olvidado además (risas).
J.A.: Una de las cosas que he tratado de demostrar en ese ensayo sobre
la Cábala y Borges es que me parece que el sueño del mago en “Las ruinas circulares” sigue mucho toda la doctrina del Golem.
Borges: Es cierto. Una chica en Texas, cuando yo estuve en Lubbock,
me acuerdo, una chica alta, rubia, tejana, supongo que sería linda, me
dijo: “Cuando usted escribió el poema ‘El Golem’ of course you were
aware that you were rewriting ‘The circular ruins’”. Yo le dije: “Of course
there is a hidden link between them, pero yo he tenido que venir from the far ends of the world, yo he tenido que venir de Buenos Aires para
que usted me revele eso. Ahora que usted me lo dice, es evidente,
pero yo no había pensado nunca en eso”. Quizá la idea sea más compleja
en “El Golem”, porque en el poema “El Golem” hay la idea de que
el hombre, de que el Golem, que es un muñeco estúpido, es al rabino lo
que el rabino es a Dios: ¿Quién nos dirá las cosas que sentía / Dios, almirar a su rabino en Praga?”
J.A.: He buscado estudiar esa idea que a usted le fue revelada en Texas
en algunos detalles. Por ejemplo, en su cuento usted dice que el mago
le da el olvido a su hijo soñado para que no supiera nunca que era un
fantasma, y en la Cábala, en un Midrash que se llama “De la creación
del niño”, se dice que Dios, antes de enviar sus criaturas a la tierra, es
decir, antes de hacerlas nacer, instruye a su ángel guardián para que
con un papirotazo en la nariz les infunda el olvido de todo lo que vieron
en el mundo celeste.
Borges: Posiblemente haya algo parecido en Platón, me parece. Como
la Cábala es neoplatónica, ¿no? no tendría nada de extraño. Yo creo que
hay alguna referencia a las aguas del Leteo, pero no después de la
muerte sino antes del nacimiento. Eso posiblemente esté en la última
conversación de Sócrates, posiblemente haya algo, puede que sea en La
República, en fin… yo no sé, hace tanto tiempo que he leído a Platón…
J.A.: Usted acaba de mencionar el valor de las letras en la Cábala para
la formación de ciertos órganos. Es decir, con una combinación puede
salir un ser hembra, con otra combinación puede salir un ser macho.
Borges: Sí, recuerdo que decían, por ejemplo, que no sé qué patriarca
bíblico no podía engendrar hijos hasta que le agregaron una letra a su
nombre, una cosa así. Eso está en Stehelin, si es que el nombre es Stehelin,
que tampoco estoy seguro.
J.A.: Y no sé si recuerda que en “Las ruinas circulares” lo va soñando
órgano por órgano, primero dice la arteria pulmonar, luego el corazón…
Borges: Sí, sí, porque primero se equivoca y lo sueña como una apariencia
en un espejo. Después lo va haciendo desde dentro, muy detalladamente.
Tuve que hacer todo eso para que el cuento resultara, bueno,
más o menos believable mientras uno lo lee, ¿no?
J.A.: Y otra de las paradojas que he encontrado en su obra y en ese libro
que usted conoce, el Zohar, es que en el Zohar se dan dos estilos, esto lo
dice Scholem, un estilo que es muy conciso, muy neto, y otro que en
cambio es más bien…
Borges: ¿Metafórico?
J.A.: No, excesivo, verboso, retórico, inflado, dice Scholem. Y es interesante,
porque yo creo que en su obra hay una evolución semejante. Sus
primeros libros que usted se niega a reeditar…
Borges: Bueno, yo empecé escribiendo de un modo muy barroco y
ahora trato de escribir de un modo sencillo. Hace un mes escribí un soneto
y al leerlo encontré la palabra “irreversible”, que me pareció una
palabra, bueno, no rebuscada pero que uno no espera encontrar en verso.
Pero luego me di cuenta que no había ninguna otra palabra que diera
esa idea. Algo como no desandable, no sé, en cambio “irreversible”
es una palabra breve y no fea, es como “invisible”…
J.A.: Otro detalle es que sus referencias no tienen una sola fuente —Platón
o Plotino, digamos—, sino varias.
Borges: Bueno, claro, porque yo no he estudiado mucho, deep into those
writers, ¿no?, lo he hecho sobre todo en busca de estímulos. He leído
muchas historias de la filosofía, por ejemplo. Mi padre era profesor de
Psicología, pero muy escéptico de la psicología, generalmente eso les
sucede a los profesores que a medida que van internándose en la materia,
empiezan a descreer de ella ¿no?
J.A.: ¿Su padre tenía algún interés por la Cábala?
Borges: Que yo recuerde no, pero por el idealismo sí, por los presócraticos.
J.A.: Recuerdo que en una entrevista le preguntaron si algunos de sus
cuentos estaban elaborados o estructurados cabalísticamente y usted
dijo que sí…
Borges: ¿Sí?… yo no sé.
J.A.: Eso fue lo que a mí me estimuló a buscar y a encontrar las cosas
que creo que he hallado.
Borges: Bueno, si las encuentra… yo no puedo... yo no recuerdo nada
en este momento.
J.A.: Bueno, no quiero quitarle más tiempo, Borges. Le agradezco mucho
el tiempo que ya me ha dedicado.
Borges: Muchas gracias. Usted me encuentra todas las mañanas aquí,
salvo los sábados y los domingos. Todas las mañanas más o menos a
esta hora estoy aquí, estoy a sus órdenes.
J.A.: Una cosa más. El profesor Pearce, que le envía ese libro sobre
Hawthorne y que es director de mi Departamento, me ha pedido invitarlo
oficialmente a nuestra Universidad.
Borges: ¿Qué universidad es?
J.A.: La Universidad de California en San Diego.
Borges: Ah, sí, bueno pero, desde luego, este año ya no puede ser. Yo
he vuelto deshecho del último viaje. En el último viaje yo estuve en Salt
Lake City, estuve en New England, estuve en New York, estuve en Islandia,
estuve en Israel, estuve en Escocia, estuve en Inglaterra, y todo
eso en dos meses. De modo que volví deshecho. El año próximo pueden
cambiar las cosas. Ahora, no sé si cambiarán para bien o para mal.
Una amiga mía, astróloga, me dice que este año yo no debo emprender
nada porque todo lo que yo emprenda va a fracasar, pero que el año
que viene ya puedo emprender. Pero al mismo tiempo yo no puedo
dejar de escribir. Ella me dijo: “Sí, pero cualquier cosa más íntima, más
importante, mejor que la dejés para el año que viene, los astros ya lo
han decidido así”. The stars know all about it.
J.A.: Do you believe that?
Borges: No, no creo en eso pero, con todo, sigo el consejo, eso es lo raro
(risas). Sí, razonablemente no creo, pero quizá instintivamente
creo… ¿Usted se encuentra bien en San Diego? ¿Sí?
J.A.: Sí. Además le traigo saludos de un gran amigo suyo, de Jorge Guillén.
Borges: Bueno… un gran poeta que yo siempre recuerdo y hablo de él…
J.A.: Su hijo Claudio, que está en San Diego, es mi colega…
Borges: Es un lugar que se llama La Jolla.
J.A.: La Jolla, eso es. Y don Jorge viene a menudo a La Jolla a descansar,
sobre todo en invierno. El invierno es muy agradable allí, en realidad
no hay invierno.
Borges: Eso es lo que no me gusta
J.A.: No le gusta.
Borges: No, porque lo que me gusta mucho es la nieve. Lo que pasa es
que como aquí yo estoy cheated out of snow, prefiero no estar cheated out
of snow en los Estados Unidos. Y allí creo que no hay nieve, ¿no?
J.A.: No, no hay nieve.
Borges: Creo que yo solo no podría viajar, yo tendría que viajar con
alguien. Si yo emprendiera un viaje solo, me pasaría la vida dando
vueltas… y llegaría a una aduana, a un aeropuerto, posiblemente llegaría
a Ezeiza y no pasaría de Ezeiza (risas).
J.A.: No, no, sabemos que si viniera, vendría acompañado.
Borges: Bueno, muchas gracias entonces. Lo que siento es haberlo defraudado
en estas contestaciones, pero realmente…
Jaime Alazraki
Columbia University
Notas
1 En efecto, el apéndice está incluido en la versión inglesa de la Divina Comedia de
Longfellow (Vol. III: Paradise. Boston: Houghton, Mifflin & Co., 1886, pp. 428-433).
Borges repite el error de Longfellow y atribuye el libro Rabbinical Learning a Johann
Peter Stehelin. Aunque Stehelin tradujo el libro del alemán al inglés y escribió un
largo prólogo de unas 65 páginas, la obra, cuyo título exacto es Rabbinical Writing, fue
escrita por Johann Andreas Eisenmenger y publicada en su original alemán en 1711.
2 Invitado a dictar las conferencias Charles Eliot Norton en la Universidad de Harvard,
Borges vivió en Cambridge, Massachusetts, en 1967. Residió en la calle Cragie.
Un testimonio de ese período es el poema “Cambridge”, incluido en Elogio de la
sombra (1969). Hay allí una referencia a la vecindad con la casa de Longfellow: “Más
allá están los árboles de Longfellow”.
3 Borges juega aquí con el nombre del personaje imaginario y del personaje histórico.
El detective Lönnrot de su cuento reúne los libros del rabino asesinado con el
propósito de resolver el crimen. Elias Lönnrot (1802-1884), filólogo finlandés compilador
del Kalevala, viajó por Finlandia, Laponia y el noroeste de Rusia, y recogió de
los cantantes runas fragmentos del Kalevala, la epopeya nacional finlandesa, que
Lönnrot reconstruyó a partir de los fragmentos desperdigados.
En Variaciones Borges: revista del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges
ISSN 1396-0482, Nº 3, 1997, págs. 163-176
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Foto original color: Jaime Alazraki y María Kodama (sin fecha)
Fundación Internacional Jorge Luis Borges