Lunes, 19 de julio. Come en casa Borges, de regreso de Colombia. Dice que en Colombia, cuando le pidieron un consejo sobre jóvenes que estaban por emprender la carrera literaria, recomendó: «Leer nada más que lo que a uno le guste. Dentro de lo que a uno le guste, preferir los autores clásicos o por lo menos de otra época. Evitar los clásicos españoles. Leer traducciones: tal vez en ellas el estilo sea malo, pero probablemente el pensamiento será bueno. En las traducciones, lo que importa al lector es saber a quién admirar. Si la traducción es en verso, a lo mejor cree que admira a Píndaro y está admirando a Rodolfo de Puga. Por eso vale más traducir en prosa».
Comenta expresiones colombianas: «¿No le provoca un tinto?» por «¿No quiere un café?». «Aquí viene la doctora (i.e., Esther Zemborain) elegantizada.» «El pueblo hermano nos envía esta lujosa delegación.»
Le preguntaron si estaba peleado con Sabato. «Vea —contestó—. No me acuerdo. Con Sabato uno siempre está peleándose y reconciliándose. La verdad es que no puedo decirle si en este momento estamos en una pelea o en una reconciliación.»
BORGES: «Parece que Blomberg tuvo fama de ser el mejor minetero de Buenos Aires. Su autenticidad puede apreciarse en los personajes de sus poemas: la pulpera de Santa Lucía —¡te das cuenta lo que sería una pulpera!—, la guitarrera y la mazorquera ya totalmente fabulosas».
De Victoria Ocampo observa: «Es un caso raro. Es campechana, pero las frases hechas que emplea no se usan en su país».
BORGES: «La gente no sabe la parte que tienen la pereza y la resignación en lo que uno escribe. Una chica uruguaya buscaba explicaciones simbólicas, metafísicas y religiosas para mis poemas. "Uno no escribe con intenciones así... No podría escribir. No soy autor de fábulas con moraleja. ¿Usted escribió alguna vez? ¿No? Entonces por eso imagina que un escritor es tan complejo e intencionado." Puse mi carne humana* porque probé antes otros epítetos, no me convencieron, di con éste, me pareció raro, sonaba bien y me hizo gracia, porque en general se dice carne humana con el verbo comer. ¿Por qué digo que las caminatas o las noches me llevaban a los lugares de los arrabales?*** ¿Porque paso de lo temporal a lo intemporal? De ninguna manera. Porque salíamos en aquella época a caminar con amigos, con Mastronardi o con Dondo y como no íbamos a caminar por el centro nos dedicábamos a descubrir la ciudad y sin darnos cuenta nos encontrábamos muy lejos».
Menciono elogiosamente a Somerset Maugham. BORGES (tensa la cara por el desagrado): «Le tengo antipatía. Se permitió, en un prólogo, atacar a Kipling. ¿Por qué no dice: "Quién soy yo para juzgar a un gran escritor"?». BIOY: «Bueno; te contaré algo para que lo perdones un poco. ¿Sabés por qué quiso conocer las islas del Pacífico? Porque quería conocer los lugares de The Wreckery de The Ebb-Tide». BORGES (sonriendo, desarmado): «Se ha observado que Stevenson escribía mejor que nunca cuando colaboraba con Lloyd Osbourne,**** porque éste lo obligaba a ceñirse al argumento».
Le cuento este sueño, haciéndole notar que en él yo no era el protagonista, sino un mero observador: Alguien me decía: «¡La primera vez que tuve que sacar un tren de Constitución!». Yo veía el oscuro y vasto edificio, por el lado de la calle Brasil. El narrador continuaba: «No me daban vía libre. Tuve que sacar el tren del segundo piso. Llegué hasta Altamirano. Pedí paso. Me dieron en la cabeza con la señal de vía ocupada. Desde nuestro tren, veía las vías: de ahí en adelante, había una sola vía. En Altamirano —divisé la estación— había un tren detenido, cara al nuestro. La señal, subida, nos negaba el paso».
Refiere que en la Edad Media, espada, anillos y banderas (o estandartes) tenían nombres: Durendal, la espada de Rolando; Joyeuse, la de Carlomagno.
Comenta risueñamente las traducciones de Caillois: en un mismo poema, empieza en alejandrinos y concluye en verso libre. Dice Caillois que respetó el sabio orden del original de El Hacedor. BORGES: «El orden es débilmente cronológico, si no enteramente casual».
Cree que las famosas sentencias de las sagas no son más que los largos discursos retóricos que los anglosajones ponían en boca de los moribundos, abreviados, afinados por la experiencia del tiempo: «En los trances más tremendos, atribuían a los personajes un largo discurso retórico; los autores de las sagas redujeron eso a una sentencia».
Illia ha invitado a la reina de Inglaterra. BORGES: «¿Cómo? ¿No prevé la infinidad de actos aburridos, la incomodidad de las conversaciones a través de un intérprete? No. Nada de eso le importa. Lo colma de satisfacción la idea de la visita de la reina. Ella tampoco tendrá muchas ganas de venir. Estará harta de desfiles, recibos, almuerzos, homenajes, flores a los libertadores y héroes. Pero su vida ha de consistir en esos actos: si le faltaran, los extrañaría. El gran descubrimiento de las dictaduras es que la gente no tiene vida privada. En contra de la enseñanza de los novelistas del siglo xix, la gente no tiene vida privada».
Ulyses Petit de Murat nos manda (a Borges, a Peyrou, a mí, a dos o tres más) una carta afectuosa y enojada, sobre todo enojada contra «esa persona llamada Adela Grondona», que en la campaña para las elecciones de la SADE lo tildó de comunista; dice que no es comunista.
Última trouvaille de Guillermo: decimonónico. «¿Por qué nónico?», pregunta Borges.
*«Gradus ad Parnassum» (1967).
** «Vuelva a mi carne humana la eternidad constante» [«La noche cíclica» (1940)].
*** «Pero sé que una oscura rotación pitagórica/ noche a noche me deja en un lugar del
mundo./ Que es de los arrabales...» [Ib.].
**** Escribieron juntos The Wrong Box (1889), The Wrecker (1892) y The Ebb-Tide (1894).
En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel MartinoBarcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Imagen: Reseña del libro publicada en La Tercera
Santiago de Chile, 30 de noviembre de 2001, pág. 44
Biblioteca Nacional Digital de Chile