Georgie nació en la misma casa que yo, en el centro de Buenos Aires, en la calle
Tucumán. Pero no estuvo allí mucho tiempo: algunos años después nos fuimos a vivir
al barrio de Palermo, a una gran casa con jardín... Ese jardín es el que él recuerda
cuando dice que ha pasado su infancia en un jardín y en una biblioteca. Esta última
era de mi marido; allá formó su espíritu. Como su padre, cada vez que una palabra
o que una cosa le llamaba la atención y que no conocía, la buscaba rápido para informarse
en un diccionario o en otro libro donde encontrarla.
Es en esta casa, donde estuvo hasta la edad de trece años, donde él comienza a
leer ante todo en inglés, con una institutriz; después de esto él va al colegio. Nos
fuimos enseguida a Europa. En Ginebra, donde él hace el bachillerato en francés,
se queda durante seis años y pudo aprender mucho sobre literatura francesa y alemana.
Además, aprende alemán, solo; él compró muchos libros alemanes que se encontraban
fácilmente (era durante la guerra). De esta manera descubre la literatura china
en las traducciones alemanas. Luego nos fuimos a España. Allí entra en relación con
los jóvenes poetas del movimiento ultraísta, y encuentra también a quien él ha considerado
siempre como su maestro, Cansinos Assens. También frecuentaba a Gómez de la Serna.
A nuestra vuelta, en 1921, escribió aquí Fervor de Buenos Aires. Pero nosotros volvimos
a partir para Europa y él dejó aquí los ejemplares de su libro... Estos llegan
mientras tanto a España, sin él saberlo. Cuando pasamos por Madrid se encuentra
a Ramón Gómez de la Serna, Enrique Díez Canedo y Alfonso Reyes entusiasmados
con su libro, al que Gómez de la Serna consagra en un artículo en la Revista de
Occidente. Este artículo llegó a la Argentina, y cuando Georgie volvió, su libro estaba
lanzado. El continúa escribiendo, impulsado por su padre, que le evita toda preocupación
material.
Al principio, no podía hablar en público; actualmente, o bien él ha vencido eso o
ha cambiado. Cuando se le ofreció un banquete, en el momento en que Perón lo despidió
de su puesto, escribió un discurso, pero fue Pedro Henríquez Ureña quien lo tuvo
que leer. Cuando las celebraciones centenarias de Buenos Aires, en 1936, no pudo
leer un texto que le habían pedido cuando se quedó solo, delante de la radio; debió
de recurrir, de nuevo, a Henríquez Ureña ¡y muchísima gente encontró que Borges
tenía una curiosa voz por la radio!
Cuando era pequeño era un niño tímido, muy reservado. Adoraba a su hermana
y ambos imaginaban un número infinito de juegos extraordinarios. No discutían jamás
y estaban siempre juntos antes de que Georgie encontrara amigos en el colegio de Suiza.
Su primer escrito impreso fue la traducción de un cuento de Oscar Wilde, El príncipe
feliz, que él hizo en Buenos Aires cuando tenía nueve años. Alvaro Melián Lafinur
encuentra este trabajo «perfecto», y lo publica en el diario El País. El segundo texto
fue una carta que escribió a uno de sus amigos que era abogado en Génova. Ésta
la publica en un diario de esta ciudad en su texto original francés.
Dio su primera conferencia a los 23 o 24 años. Era El idioma de los argentinos.
Obviamente, no la leyó, arguyendo su mala vista. Es Rojas Silveyra quien le reemplaza;
Georgie estuvo a punto de no asistir, por miedo; pero cambió de opinión en el
último momento para no apenarme, como él dijo luego.
Yo supe pronto que él sería escritor. A los seis años había compuesto un pequeño
cuento, en español clásico, titulado La orilla fatal; tenía cuatro o cinco páginas. Cuando
era pequeño tenía un lenguaje del todo extraordinario. ¿Quizá lo entendía mal?
Desfiguraba completamente muchas palabras.
Tenía pasión por los animales, sobre todo por las bestias feroces. Cuando íbamos
al jardín zoológico, era difícil hacerle salir. Yo, siendo pequeña, tenía miedo de él,
que era grande y fuerte. Tenía miedo de que se encolerizara y me golpeara... Pero
él era muy bueno. Cuando no quería ceder, le quitaba sus libros; eso era determinante.
La lectura fue pronto su gran pasión. Pero le gustaba también mucho salir, a la
calle o al jardín. Este último tenía una gran palmera de la cual Georgie se acuerda
en sus versos llamándola «conventillo de pájaros». Bajo esta palmera él inventaba
con su hermana juegos, sueños, proyectos. Creaban los personajes con los que jugaban;
estaban en su isla.
Al principio, a Georgie no le gustaban las visitas de los amigos de mi marido. Luego
se acostumbró. Pronto, por ejemplo, cuando Carriego venía, a él le gustaba quedarse
abajo con los mayores para oír al poeta recitar sus propios versos, o bien El misionero,
de Almafuerte; se quedaba allí, con los grandes ojos abiertos...
En nuestra primera vuelta de Europa hizo grandes amistades y le resultó duro cuando
debimos volver a partir para Londres donde mi marido tenía que cuidarse los ojos.
Georgie estaba entonces enamorado de una joven que él había conocido en casa de
unos amigos y a la que dedica algunos poemas de Fervor de Buenos Aires... Pero no
se casó jamás, cosa que yo lamento mucho. Tuvo un tiempo en el que no le gustaban
los niños; pero cuando su hermana Nora los tuvo los quiso apasionadamente.
Como yo lo había hecho para mi marido, que veía muy mal también, le leía todo
a Georgie desde los siete años. Y cuando escribe, me dicta. Hay algunas cosas que
él no me ha leído, como el poema Los dones, tan triste, donde él habla de sus ojos.
Pero lo leí cuando se imprimió. «¿Cómo hiciste?», le pregunté, y él me respondió:
«Sí, lo dicté a alguien en la biblioteca porque pensé que te daría pena». En efecto,
él disimula todo lo que se relaciona con su mala vista, lo disimula mucho. Está siempre
de buen humor, pero sé bien que en el fondo hay otra cosa...
Es necesario que yo le cuente cómo conoció a Victoria Ocampo. Fue después de
esta famosa conferencia sobre El idioma de los argentinos, que la prensa publica al
día siguiente. Aquella misma noche, Victoria le escribió una carta: «Usted ha sabido
decir lo que yo siempre he pensado de la lengua española y no he podido decir. Quisiera
hablarle». Quedó impactado; él, un muchacho: «¿Qué puedo yo decirle a Victoria?
¡A Victoria Ocampo!» «Pero ella te está diciendo de lo que quiere que le hables».
La carta llegó un sábado y ella invitó a Georgie a almorzar para el día siguiente.
Fue allí y, naturalmente, hablaron mucho. Luego Victoria vino a casa. Georgie ha
tenido siempre por ella al mismo tiempo que mucho afecto, un gran respeto. Él es
también un gran amigo de Silvina Ocampo y de su marido Adolfo Bioy Casares, a
quien conoció antes de su matrimonio.
En aquella época dibujaba animales tumbado en el suelo, y comenzaba siempre al
revés, por las patas. Dibujaba sobre todo tigres, que eran sus animales favoritos. Después
de los tigres y de otros animales salvajes, pasa a animales prehistóricos sobre
los que él leyó durante dos años todo lo que es posible leer. Enseguida se apasionó
por las cosas egipcias y leyó sobre ello incesantemente hasta el momento en el que
cae en la literatura china. Hay varios libros sobre este tema. En suma, él ama todo
lo que es misterioso. Es así como ha escrito muchas conferencias sobre la Cabala.
Incluso los judíos le han preguntado cómo sabe él tanto de la Cabala. Luego de eso
tuvo la época de Dante, sobre el que él ha escrito mucho. Yo creo que se podría
hacer un libro. Él ha profundizado mucho en este tema y dice que la Divina Comedia
es lo más extraordinario de la literatura humana. ¡Fue necesario que yo se lo leyera
en italiano!
Cuando estaba en el colegio, Georgie era buen estudiante, aplicándose a sus deberes
y a sus lecciones, pero las matemáticas le costaban. Por el contrario, le gustaba la
historia y, naturalmente, la literatura, así como la gramática y la filosofía, En cuanto
a esta última disciplina, leía mucho y hablaba con su padre, porque mi marido, aun
siendo abogado, había hecho un curso de psicología inglesa en el Instituto de Lenguas
Vivas. Los dos comenzaron a hablar de filosofía cuando Georgie tenía diez años. Mi
marido, que murió en 1938, estaba orgulloso de su hijo; él también había escrito poemas
y la primera traducción española en verso de las Rubayatas de Omar Khayyam,
Pero él cedió todo su interés en este dominio a su hijo.
Georgie tuvo dos accidentes graves, uno de ellos cuando era un niño. Cayó del primer
vagón de un tranvía y las ruedas del segundo coche pasaron a algunos centímetros
de su cabeza; algunos cabellos suyos quedaron cortados, a sus gafas no les pasó
nada, pero su nariz quedó estropeada. Tuvo otro accidente horrible, a raíz del cual
empezó a escribir cuentos fantásticos, lo que no le había ocurrido antes. Yo creo
que algo cambió entonces en su cerebro. En todo caso, estuvo un cierto tiempo entre
la vida y la muerte. Era en la víspera de Navidad, Georgie había ido a buscar a una
invitada que debía venir a almorzar. ¡Y Georgie no llegaba! Yo estaba como loca hasta
el momento en que telefonearon de la policía. Mi marido y yo partimos enseguida.
Había ocurrido que el ascensor no funcionaba y Georgie había subido las escaleras
muy rápido y no había visto una ventana abierta cuyo vidrio se incrustó en su cabeza.
Se le ven aún las cicatrices. La herida no había sido bien desinfectada en los puntos
de sutura. Tenía cuarenta grados de fiebre al día siguiente. La fiebre continuó y fue
necesario operar finalmente en plena noche. Estuvo entre la vida y la muerte durante
dos semanas, con cuarenta o cuarenta y un grados de fiebre. Al principio de la primera,
la fiebre había comenzado a bajar, y me dijo: «Léeme un libro, léeme una página».
Había tenido delirios y veía animales entrar por la puerta, etc. Yo le leí una página
y él me dijo entonces: «Todo va bien. ¿Cómo estás? Sí, sé que no voy a enloquecer,
lo he comprendido perfectamente». Después de su vuelta a casa se puso a escribir
un cuento fantástico, el primero. Era en 1938, y él tenía 39 años. El libro del que
yo le había leído una página en la clínica era las Crónicas marcianas, de Bradbury
(que él prologó más tarde). Y después, él no ha escrito sino cuentos fantásticos que
me dan un poco de terror, porque no los comprendo bien. Le dije un día: «¿Por qué
no escribes de nuevo las mismas cosas que antes?» Y me respondió: «Déjalo, déjalo».
Él tenía razón.
* Palabras recogidas por Antoine Travers y publicadas en francés en L'Herne, París, 1969
Traducción: Juan Malpartida
Homenaje a Jorge Luis Borges
Cuadernos Hispanoamericanos 505/507
Esta publicación dirigida por Pedro Laín Entralgo, Luis Rosales y José Antonio Maravall
Madrid, Julio-Septiembre 1992
Imagen: Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges
Foto gentileza de Guillermo García
Acota uno de nuestros idóneos lectores, Juan Pablo Calleja ( https://goo.gl/DviM8S):
ResponderBorrarParece que se confundió de libro doña Leonor. Dice que le leyó en 1938 "Crónicas marcianas", si no entendí mal, que es del 50. Sería probablemente algún otro libro de ciencia ficción en inglés. (Después de que intercambiamos algunos comentarios, agregué, como detective aficionado: El accidente habría sido en diciembre de 1938. En marzo de 1939 publicó una reseña en "El hogar", según los "Textos cautivos", sobre "The Holy Terror" de Wells. Quizás la madre le leyó algo de este libro. La relación puede estar en que en el prólogo a las "Crónicas marcianas" https://goo.gl/nhtvXY dice que leyó, en 1909, "Los primeros hombres en la luna", de Wells también.
Otro de nuestros ínclitos conocedores de Borges, Salvaje Unitario https://twitter.com/SalvajeUnitario, me hace llegar otro posible error de memoria de doña Leonor.
ResponderBorrarÉl sostiene que el primer cuento que escribió no se llamaba "La orilla fatal" sino "Víscera Fatal", sobre el cual Borges ha bromeado varias veces sobre si era "Visera fatal".
A ambos, como siempre, nuestro agradecimiento