Jorge Luis Borges, aunque no haya sido novelista, es, sin embargo, el mayor inventor de ficciones de este siglo. Alguien podría argumentar que Borges no escribió novelas, sino cuentos, practicando, por tanto, el género literario en el que se acostumbra a construir eso que llamamos ficción.
La cuestión no es tan simple pues parece que en el ejercicio habitual de este gran escritor, y a pesar de su extraordinaria versatilidad, se ha rechazado el género de la novela, adoptando otras formas por las que, habitualmente, se define el cuento. Quiero decir con esto que Borges ha hecho ficción pura, en el sentido en que, en lugar de manipular datos identificables, convencionalmente aceptados, apunta hacia otra realidad en la que sólo el lenguaje establece nexos suficientes con nuestro mundo cotidiano, para que los lectores, todos nosotros, no nos veamos irremediablemente perdidos, carentes de mapa y de brújula.
Jorge Luis Borges es el demiurgo total. No tengo competencia para saber si en la creación del universo interior del autor de La Biblioteca de Babel —quizá la más extraordinaria de sus narraciones— la ceguera jugó un papel decisivo; aunque lo que supongo que quedará sin respuesta es esta pregunta: ¿Cuál ha sido, en verdad, el mundo de Borges?
Sus narraciones —inimitables e irrepetibles— son, sin duda, una gran provocación y un gran desafío arrojados contra la inteligencia de los especialistas de todo el mundo.
Creo que sería imprudente afirmar que toda ficción es ficción del mismo modo y que se rige por las mismas leyes, sin observar que la narración borgiana presenta rasgos tan particulares que constituyen, en sí misma, un mundo aparte, un universo distorsionado y, algunas veces, invertido.
Imagen y texto en ABC Madrid
Suplemento Cultural Homenaje a Borges