Uno de los acontecimientos intelectuales más importantes que se han dado en América fue el trascendentalismo. No formó una escuela cerrada sino más bien un movimiento; incluyó escritores, granjeros, artesanos, comerciantes, mujeres casadas o solteras. A partir de 1836, floreció durante un cuarto de siglo. Su centro estaba en Nueva Inglaterra, en la ciudad de Concord. Fue una reacción contra el racionalismo del siglo XVIII, contra la psicología de Locke y contra el unitarianismo. Este sucesor del calvinismo ortodoxo negaba, según lo define su nombre, la Trinidad, pero afirmaba la verdad histórica de los milagros obrados por Jesús.
Sus fuentes fueron múltiples: el panteísmo hindú, las especulaciones neoplatónicas, los místicos persas, la teología visionaria de Swedenborg, el idealismo alemán y los escritos de Coleridge y de Carlyle. Heredó también la preocupación ética de los puritanos. Edwards había enseñado que Dios puede infundir una luz sobrenatural en el alma de los electos; Swedenborg y los cabalistas, que el mundo externo es un espejo del mundo espiritual. Tales ideas influyeron en los poetas y prosistas de Concord. La inmanencia de Dios en el universo fue acaso la doctrina central. Emerson repitió que no hay un ser que no sea un microcosmos, un mundo minúsculo. El alma del individuo se identifica con el alma del mundo, las leyes de la física se confunden con las leyes morales. Si en cada alma está Dios, toda autoridad externa desaparece. A cada hombre le basta su profunda y secreta divinidad.
Emerson y Thoreau son ahora los nombres más conspicuos del movimiento, que influyó asimismo en Longfellow, en Melville y en Whitman.
El más ilustre ejemplo individual del movimiento que estudiamos fue Ralph Emerson (1803-82). Nació en Boston, hijo y nieto de pastores protestantes. Siguió el destino de sus mayores y, después de ordenarse, se hizo cargo de una iglesia unitaria en 1829. Ese mismo año se casó. En 1832, al cabo de una crisis espiritual, en la que sin duda influyó la muerte de su mujer y de sus hermanos, renunció al sacerdocio. Pensaba que "ya había pasado el día de una religión formal". Poco después hizo su primer viaje a Inglaterra. Conoció a Wordsworth, a Landor, a Coleridge y a Carlyle, de quien se creía entonces discípulo. En realidad, los dos eran esencialmente distintos.
Emerson siempre se señaló como anliesclavista; Carlyle era partidario de la esclavitud. De vuelta a Houston, se dedicó a giras y conferencias que le hicieron conocer todo el país. La tribuna tomó el lugar del púlpito. Su fama fue extendiéndose, no sólo por América sino por Europa. Nietzsche escribió que se sentía tan cerca de Emerson que no se atrevía a elogiarlo, porque ello hubiera sido como si se elogiara a sí mismo. Fuera de algunos viajes, Emerson vivió siempre en Concord; en 1853 se casó por segunda vez. Murió el 27 de abril de 1882.
Emerson escribió que nadie ha sido convencido jamás por un razonamiento (Arguments convince nobody) y que basta enunciar una verdad para que ésta se imponga. Esta convicción da a su obra un carácter discontinuo. Abunda en memorables sentencias, a veces llenas de sabiduría, que no proceden de la anterior ni preparan la que vendrá. Sus biógrafos refieren que antes de pronunciar una conferencia o de redactar un ensayo, acumulaba frases sueltas que ordenaba después, un poco al azar. Nuestra exposición del trascendentalismo resume sus doctrinas. Es curioso observar que el panteísmo, que lleva a los hindúes a la inacción, llevó a Emerson a predicar que no hay límites para lo que podemos hacer, ya que en el centro de cada uno de nosotros está la divinidad. "Debes saberlo todo, debes atreverte a todo". La hospitalidad de su espíritu era asombrosa. Bástenos recordar los nombres de las seis conferencias que dictó en 1845: Platón o el filósofo, Swedenborg o el místico, Shakespeare o el poeta, Napoleón o el hombre de mundo, Goethe o el escritor, Montaigne o el escéptico. De los doce volúmenes de su obra, acaso el más curioso es el que incluye sus poemas. Emerson es un gran poeta intelectual. No le interesa Poe, a quien apodó, no sin desdén, the jingle man (el hombre del retintín). Traducimos el poema "Brahma": Si el rojo matador piensa que mata, o el muerto que lo han muerto, no conocen mis sutiles caminos; yo paso y vuelvo. Para mí lo remoto y lo olvidado están cerca, sombra y sol son lo mismo; los desvanecidos dioses están presentes, la vergüenza y la fama son iguales. Calculan mal quienes me omiten; si huyen de mí yo soy las alas; soy el que duda y soy la duda y soy el himno que canta el brahmán. Los fuertes dioses anhelan mi morada, en vano los sagrados siete la anhelan, pero tú, humilde amante del Bien, encuéntrame y da tu espalda al cielo.
El ensayista, naturalista y poeta Henry David Thoreau (1817-62) nació en Concord. En la Universidad de Harvard estudió griego y latín, también le interesaron el Oriente y la historia y hábitos de los pieles rojas. Quería bastarse a sí mismo; sin comprometerse a tareas de largo plazo, fue constructor de botes y de cercos y agrimensor. Dos años vivió en casa de Emerson, a quien se parecía físicamente. En 1845 se retiró a una choza en las orillas del solitario estanque de Walden. La lectura de los clásicos, la composición literaria y la precisa observación de la naturaleza ocuparon sus días. Le gustaba la soledad. En una de sus páginas leemos: "El hombre que encuentro suele ser menos instructivo que el silencio que rompe".
Su más lacónica biografía ha sido trazada por Emerson. "Pocas vidas contienen tantas renunciaciones. No ejerció profesión alguna, no se casó, vivió solo, nunca fue a la iglesia, jamás votó, se negó a pagar impuestos, no comía carne, no probó el vino, no conoció el tabaco y, aunque naturalista, prescindió de trampas y fusiles. No tuvo tentaciones que vencer, no tuvo apetitos, carecía de pasiones, no le atrajeron las elegantes fruslerías".
Su obra comprende más de treinta volúmenes; el más famoso es Walden or Life in the Woods (Walden o la vida en los bosques), publicado en 1854.
En 1849, un año antes de la aparición del Manifiesto Comunista de Marx, había publicado el ensayo Desobediencia civil, que influiría en el pensamiento y el destino de Gandhi. Las primeras líneas afirman que el mejor gobierno es el que gobierna menos y mejor aún es el que no gobierna. Así como rechazaba la idea de un ejército permanente, rechazó la de un gobierno permanente. Creía que el gobierno estorbaba el desarrollo natural del pueblo americano. La única obligación que aceptaba era la de hacer en cada momento lo que le parecía más justo. Prefería obedecer al derecho y no a las leyes. Creía que la lectura de los diarios era superflua, ya que basta leer la noticia de un solo incendio, un solo crimen, para conocerlos todos. Le parecía inútil la acumulación de casos esencialmente idénticos.
Dejó escrito: "Alguna vez perdí un lebrel, un bayo y una tórtola y todavía sigo buscándolos. He interrogado a muchos viajeros; uno había oído el ladrido del lebrel, otro el galope del caballo, otro había visto el vuelo de la tórtola, y todos compartían mi ansiedad". En estas palabras, inspiradas acaso por la memoria de alguna fábula oriental, sentimos la melancolía de Thoreau más que en sus versos. Los historiadores del anarquismo suelen omitir el nombre de Thoreau; esto acaso se debe a que su anarquismo, como casi toda su vida, fue de orden negativo y pacífico.
Ahora un poco olvidado, Henry Wasdwokim Longfellow (1807-82) fue durante su vida el poeta más querido de América. Nació en Portland, Maine. Dictó la cátedra de Lenguas Vivas, en la Universidad de Harvard. Su actividad mental era infatigable. Vertió al inglés a Jorge Manrique, al poeta sueco Elias Tegner, a trovadores provenzales y alemanes y anónimos cantores anglosajones. Versificó pasajes de la Historia de los reyes de Noruega, de Snorri Sturluson. A lo largo de los azarosos años de la Guerra de Secesión, consoló su espíritu ejecutando una de las mejores traducciones inglesas de la Divina comedia, enriquecida de curiosas notas. Escribió en hexámetros el extenso poema Evangeline (1847) y, con el metro de la epopeya finlandesa Kalevala, el Hiawatha, cuyos personajes son pieles rojas que presienten la llegada del hombre blanco. Muchas composiciones de su libro Voices of the Night (Voces de la noche) le valieron el afecto y admiración de sus contemporáneos y perduran aún en las antologías. Releídas ahora, nos dejan la impresión de que sólo les falta un último retoque.
Lejos del trascendentalismo, Henry Timrod (1828-67) cantó las esperanzas, las victorias, las vicisitudes y la final derrota del Sur. Nació en Charleston, New Carolina. Era hijo de un encuadernador alemán; se alistó en las fuerzas confederadas, pero la tuberculosis le vedó el destino militar que anhelaba. En sus versos hay fuego y un sentido clásico de la forma. Murió a los treinta y ocho años.
En Introducción a la literatura norteamericana (1967)
En colaboración con Esther Zemborain de Torres