14/6/17

Octavio Paz: La vida







Desde que nacemos esperamos siempre a la muerte y siempre la muerte nos sorprende. Ella, la esperada, es siempre la inesperada. La siempre inmerecida. No importa que Borges haya muerto a los 86 años: no estaba maduro para morir. Nadie lo está, cualquiera que sea su edad. Se puede invertir la frase del filósofo y decir que todos -el niño y el viejo, el adolescente y el hombre maduro- somos frutos cortados antes de tiempo. Borges vivió un poco más que Cortázar y Bianco, para hablar de otros dos queridos escritores argentinos, pero los años que los sobrevivió no me consuelan de su ausencia definitiva. Hoy, Borges ha vuelto a ser lo que fue para mí antes de conocerlo: un libro, una obra. Esa obra es dadora de vida. Su tema es único: el tiempo y esas invenciones del tiempo que llamamos eternidad. Paraísos y condenas, quimeras que son más reales que la realidad. Los cuentos, poemas y ensayos de Borges exploran sin cesar y a través de variaciones prodigiosas este tema único: el hombre perdido en el laberinto del tiempo, el hombre que se desvanece al contemplarse en el espejo de la eternidad sin facciones, el paraíso atroz de los inmortales que han vencido a la muerte, pero no al tiempo, ni a la vejez...

Paradojas

Un tema que se resuelve en paradojas pero también en realidades incontrovertibles: la realidad de Borges, el poeta metafísico, y la realidad de su obra. En un continente violento y movido por pasiones oscuras Borges es un milagro y un reproche. No venció al tiempo, pero nos dio transparencia y nos hizo ver que no somos sino configuraciones de tiempo. Por eso su obra nos da vida.


En El País, Madrid, 16 de junio de 1986
Foto: Jorge Luis Borges por Jordi Socías

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