19/2/17

Roberto Alifano: Noches de Sabato







Reciprocidad editorial

Cierta vez un periodista del Corriere della Sera, de paso por Buenos Aires, le contó a Borges que los editores italianos de Ernesto Sabato, habían puesto como presentación en sus libros una faja donde decía: «Sabato el rival de Borges».
—¡Caramba! —se lamentó Borges—. ¡Cómo no se les ha ocurrido a mis editores poner en mis libros una faja que diga: «El rival de Sabato»!


Sótano y otros túneles

Una mañana llego con atraso a casa de Borges. Cuando Fani le anuncia mi presencia, el escritor se lamenta:
—Pero, Alifano, qué pena que usted llega tarde; recién acaba de marcharse un periodista norteamericano que vino a hacerme una entrevista. Me dijo: «Usted es el segundo escritor que voy a entrevistar; ayer estuve con el primer escritor argentino: Ernesto Sótano. Supongo que lo conoce, ¿verdad?»
Yo me di cuenta de quién se trataba y le respondí: «Pero, claro, por supuesto, señor. Es un autor que escribe sobre túneles, tumbas y cosas así. ¡Cómo no voy a conocer a Ernesto Sótano!»


Homónimos

Otro día, Borges me hace este comentario: «¡Caramba, mire lo que es la fama! Anoche tomé un taxi, y cuando el taxista me reconoció, me dijo: “Señor, qué honor el mío, tenerlo a usted como pasajero. Cuando se lo cuente a mi mujer y a mis hijos, seguramente no van a poder creerlo, señor, porque, ¿quién no conoce a Ernesto Sabato?”»


Un observador demasiado sensible

Caminábamos con Borges por Buenos Aires, y de pronto se detiene para contarme algo. «¡Caramba!, no le comenté aún que hoy me vino a ver un señor, y me dijo que se había encontrado con Sabato. ¿Y a que no sabe qué hizo cuando habló de la situación del país? Lloró. ¡Un exceso de histrionismo! ¿No le parece?»


Cuestión de prensa

Después de la grabación que había hecho Eduardo Falú de la Milonga del muerto, escrita por Borges y musicalizada luego por Sebastián Piana, en memoria de la guerra de las Malvinas, Borges nos habló de su reciente visita a los Estados Unidos y de una experiencia maravillosa que había tenido en California: un viaje en globo, en compañía de María Kodama. «En un avión —decía Borges— uno no tiene la sensación de volar. Los trayectos aéreos lindan con el tedio; no se sienten el mar ni las montañas. El globo, en cambio, nos depara la verdadera convicción del vuelo». El maestro Falú, asombrado por la predisposición de Borges hacia la aventura, lo interrumpió con una exclamación:
—¡Qué maravilla, Borges, es increíble que con más de ochenta años usted se anime a esas cosas! ¡Sabato seguramente no lo haría!
—Depende —contestó Borges— , si invitan fotógrafos, seguramente sí.


Sociedad anónima

Cuando yo era joven —me cuenta Borges— queríamos publicar con González Lanuza una revista donde no hubiera firmas, donde los autores de las notas no figuraran. Una revista anónima. Pero no tuvimos éxito, nadie aceptó colaborar. Todos querían ver sus nombres. En esa revista tampoco deberían figurar los directores, los secretarios de redacción ni los diagramadores.
Bueno —concluye Borges—, en esa época menos mal que no lo conocíamos a Sabato, porque sin duda no sólo que se hubiera negado, sino que habría encabezado un movimiento gremial en contra de nosotros. A Sabato le interesa figurar, que su nombre aparezca bien grande, quiere ser el primero, el número uno.


Versatilidad genética

Un mediodía fuimos a almorzar, invitados por el arquitecto Roberto Fischman, a un restaurante vecino al Congreso. Un conocido ginecólogo, el doctor Lichtenstein, compartía nuestra mesa. Borges estuvo alegre y bromeó todo el tiempo sobre los políticos argentinos que suelen comer en ese restaurante. El doctor Lichtenstein en algún momento del diálogo comentó que lo había atendido a Ernesto Sabato.
Borges interrumpió sorprendido:
—¡Pero no puede ser! ¿Usted oyó bien, Alifano, lo que yo acabo de oír?
—Sí, que Sabato se hace atender por un ginecólogo —respondí.
Luego Borges agregó sonriendo malicioso:
—Bueno, no es tan raro. En un escritor tan vasto como él todo es posible.


Posteridad

Estábamos de visita en la ciudad de Córdoba, en el bar del hotel Crillon, conversando con amigos, y Borges hace este comentario:
—Fue a verme un señor los otros días con el proyecto de un libro indestructible, que tenía que hacerse con no sé qué material, tenía que enterrarse para que lo descubrieran los arqueólogos del porvenir. Una especie de piedra roseta, sería. Me pidió un texto para ese libro. «Usted, dijo, puede trazar una síntesis del mundo actual; eso lo publicaremos en cuatro idiomas, el mismo texto en distintas formas, quizá alguna forma matemática para que sirva de ayuda, también». Y yo le dije: «Bueno, pero eso es suponer que al porvenir va a interesarle el pasado; posiblemente no. Posiblemente no haya arqueólogos en ese remoto porvenir que usted imagina». Ahora, yo me di cuenta de que él buscaba eso como una ocasión para hacerse publicidad. Y le propuse: «Bueno, acepto, pero si lo hacemos que sea de manera anónima, vamos a hacerlo sin que nadie lo sepa». Entonces él se dio cuenta de que yo no le salí bien. Y yo sugerí: «Mire, lo mejor es que hable de este tema con Sabato; a Sabato va a interesarle seguramente el proyecto, ya que a él le interesa la fama, la posteridad y todas esas cosas». Y sin duda Sabato ya habrá escrito ese mensaje para el porvenir.



En Roberto Alifano: El humor de Borges (1995)
Foto: Borges, Sabato y Orlando Barone (s/d) Vía


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