3/4/16

Roberto Alifano: El Borges canyengue






   La relación odioamor que supo guardar Borges, para escándalo de muchos, con el tango, se transformó en una rutina para el escritor, que solía gozar con el asombro de los otros. Gustaba expresar su preferencia por la milonga y a pedido de Carlos Guastavino escribió varias que fueron recopiladas en un libro. Algunas de ellas, como la de Jacinto Chiclana, la de Albornoz o la de Manuel Flores son ya populares. Edmundo Rivero las supo cantar como nadie.
Una noche ofreció un recital al que asistió un Borges emocionado hasta las lágrimas. Lo acompañé después a cenar a una cantina del barrio del Abasto, donde registré este diálogo:
—La milonga es como un saludo. De manera tranquila y conversadora narra los duelos y los hechos de sangre. Es una de las conversaciones más lindas de Buenos Aires, como lo es también el truco, un juego lleno de picardía y dialogado entre los contrincantes.
—Yo sé que a usted le molesta la sensiblería del tango.
—Sí, es lo que más me molesta; la sensiblería de las letras de tango. La música no, la música hasta suele resultarme agradable a veces. Un día yo estaba con mi madre en los Estados Unidos, en Texas, y un amigo paraguayo que vivía allí nos invitó a su casa, puso en el tocadiscos tangos que a mí me desagradaban, esos tangos que me parecen realmente atroces como La cumparsita y Organito de la tarde, y de pronto, con mi madre nos dimos cuenta de que los dos estábamos llorando. O sea que había algo adentro de nosotros que gustaba de esa música, algo que misteriosamente nos conmovía, mientras que nuestra inteligencia lo condenaba.
—Pero tengo entendido que a usted le gustan algunos tangos.
—Bueno, me gusta otro tipo de tango. Me gusta El apache argentinoEl pollitoUna noche de garufa, no sé, tangos que no son sensibleros.
—Gardel, por supuesto, no le gusta.
—No, no me gusta.
—¿Por qué no le gusta Gardel?
—Bueno, él inventó el tangocanción, que a mí me parece una miseria. Gardel lo inaugura… Hablábamos de sensiblería, bueno, su máxima expresión. Está todo el tiempo quejándose porque «la mina se le fue del bulín», porque «se le enfermó la viejita»… No sé, se queja todo el tiempo.
—Es la forma del tango, Borges.
—Sí, claro, pero a mí me parece muy triste. Gardel es una de las formas de decadencia de este país. Su figura, además, es la de un malevo sentimental, un compadre con sonrisa de oreja a oreja, un compadre francés, porque era francés, no sé si usted lo sabe.
—Sí, por supuesto que lo sé. Se llamaba Charles Romualdo Gardes. Era de Toulouse, como Paul Groussac.
—Sí. Y él no lo negó nunca. Se llamaba así, Charles Gardes; pero yo no sabía que se llamaba Romualdo también.
—Ese era su nombre completo.
—Caramba, yo no entiendo cómo mucha gente se puede sentir orgullosa de Gardel. Fue un hombre que vivió más en París y en Nueva York que en la Argentina. Eso no está mal; sobre todo si tenemos en cuenta que había nacido en Francia. Ahora, qué raro que hubiera nacido en Toulouse como Groussac. Yo creo que a Groussac esa afinidad no le habría alegrado demasiado, ¿no?
—Y, no tenían nada que ver…
—No. ¿Usted sabe algo más de Gardel? ¿A usted le gusta?
—Mire, mucho de él no sé; algunas cosas las sé a través de Edmundo Guibourg, que usted también lo conoce. Guibourg fue compañero de colegio de Ceferino Namuncurá.
—No sé quién es…
—Fue el hijo del cacique Calfulcurá. Un obispo lo trajo a Buenos Aires y lo puso de pupilo en el colegio Pío IX, donde también estudió Gardel. A Namuncurá la Iglesia argentina quiere beatificarlo.
—Ah, claro, alguien me habló de él; aunque yo tengo una vaga idea de ese asunto. Y Guibourg qué dice, ¿era buena persona Gardel?
—Sí, Guibourg dice que era muy buena persona; sobre todo un hombre de gran generosidad, un excelente amigo.
—Ulyses Petit de Murat también lo trató, pero no sé si opina lo mismo.
—No conozco la opinión de Ulyses. Guibourg dice que sí, que era buena persona.
—Yo recuerdo que la gente lo apodaba con cierto afecto… A ver, cómo era que le decían… sí, el Busto que sonríe… y algunos eran más graciosos: el Mudo, también le decían… Yo le oí decir a mucha gente: «¡Este Gardel canta mejor cada día!». ¿No es raro eso?
—Son expresiones populares del afecto…
—Sí. No sé quién me dijo que cuidaba mucho sus grabaciones, que no se resignaba ni al menor error, excepto en la versión definitiva, cuando intencionalmente deslizaba alguno, para dejar en los oyentes una idea de espontaneidad. Qué curioso que aún perdure su voz, ¿no?
—¡Qué raro que usted no lo llegara a conocer!
—Bueno, era un hombre muy famoso. Yo sabía de su existencia, pero como a mí no me gusta el tango… Ernesto Palacio sí que lo conoció y era un devoto de Gardel. Bueno, muchos amigos míos de aquella época iban a oírlo cantar. A mí no me interesaba el tango en esa época; ahora tampoco. A mis sobrinos les gustaba mucho; yo en cambio puedo prescindir de Gardel. Seguramente hay algo que yo no percibo… Quizá sea un defecto mío, quizá soy indigno de Gardel.



Roberto Alifano: El humor de Borges (1995)
Foto: Borges y Alifano (sin atribución de autor)
en Roberto Alifano: Conversaciones con Borges [1983]



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