15/1/16

Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares: Gradus ad parnasum






A mi regreso de unas breves, pero no inmerecidas, vacaciones por Cali y Medellín, me aguarda en el pintoresco bar de nuestro aeródromo de Ezeiza una noticia con ribetes luctuosos. Dijérase que a cierta altura de la vida, uno no acierta a darse vuelta sin que a nuestras espaldas alguien caiga redondo. Esta vez me refiero, claro está, a Santiago Ginzberg.

Ahora y aquí me sobrepongo a la tristura que me infunde la desaparición de ese íntimo, para rectificar —valga la palabra— las interpretaciones erróneas que se han deslizado en la prensa. Apresúrome a detallar que en tales dislates no reina la menor animadversión. Hijos son del apremio y de la disculpable ignorancia. Pondré las cosas en su punto; eso es todo.

Según parecen olvidar ciertos «críticos», con su más y su menos, el primer libro que estampara la péñola de Ginzberg fuese el poemario intitulado Claves para tú y yo. Mi modesta biblioteca particular guarda, bajo llave, un ejemplar de la primera edición, non bis in idem, de tan interesante fascículo. Sobria portada a todo color, reconstrucción del rostro por Rojas, título a moción de Samet, tipografía de la casa Bodoni, texto en general desbrozado ¡en fin, todo un acierto!

La fecha, 30 de julio de 1923 de nuestra era. La resultante fue previsible: ataque frontal de los ultraístas, bostezado desdén de la consabida crítica al uso, alguna gacetilla sin estela y, en definitiva, el ágape de rigor en el Hotel Marconi, del Once. Nadie atinó a observar en la secuela sonetística de referencia determinadas novedades de bulto, que calaban muy hondo y que, de tanto en tanto, asomaban bajo la desmayada trivialidad. Las destaco ahora: 

Reunidos en la esquina los amigos 
La tarde bocamanga se nos va.

El P. Feijoo (¿Canal?) remarcaría años después (Tratado del Epíteto en la Cuenca del Plata, 1941) el vocablo «bocamanga», que juzga insólito, sin parar mientes que éste figura en autenticadas ediciones del Diccionario de la Real Academia. Lo tilda de audaz, feliz, novedoso y propone la hipótesis —horresco referens— de que se trata de un adjetivo.

A fuer de ejemplo, otro pantallazo: 

Labios de amor, que el beso juntaría, 
dijeron, como siempre, nocomoco. 

Hidalgamente les confieso que en un principio, lo de «nocomoco» se me escapaba. 
Vaya una muestra más: 

Buzón! la negligencia de los astros 
abjura de la docta astrología.

A lo que sabemos, la palabra inicial del hermoso dístico, no suscitó el menor sumario de la autoridad competente; lenidad que en cierto modo se justifica ya que «buzón», derivado del latín bucco, boca grande, luce en la página 204 de la edición décima sexta del diccionario precitado.

Para ponernos a cubierto de ulterioridades ingratas, juzgamos preventivo, en aquel entonces, depositar en el Registro de la Propiedad Intelectual la hipótesis, otrora plausible, de que la palabra «buzón» era una mera errata y de que el verso debía leerse: 

Tritón! la negligencia de los astros. 

o, si se quiere: 

Ratón! la negligencia de los astros.

Nadie me tilde de traidor; jugué a cartas vistas. Sesenta días luego de registrada la enmienda, despaché un telegrama colacionado a mi excelente amigo, interiorizándolo, sin tantos ambages, sobre el paso ya dado. La respuesta nos intrigó; Ginzberg se manifestaba de acuerdo, siempre que se admitiera que las tres variantes en debate podían ser sinónimos. ¿Qué otro remedio me quedaba, les digo, que doblar la cabeza? Manotón de ahogado, me asesoré con el P. Feijoo (¿Canal?), que se abocó sesudo al problema, todo para reconocer que pese a los vistosos atractivos que ostentaban las tres versiones, ninguna lo colmaba a sus anchas. A lo que se ve, el expediente quedó archivado.

El segundo poemario, que se subtitula Bouquet de estrellas perfumadas, revista polvoriento en el sótano de ciertas «librerías» del ambiente. Definitivo restará durante luengo tiempo el artículo que le dedicaron las páginas de Nosotros, bajo la firma de Carlos Alberto Prosciuto, si bien, a la par de más de otra pluma, el glosador de fuste no detectó ciertas curiosidades idiomáticas que constituyen, a su modo, el verdadero y ponderable meollo del tomo. Trátase por lo demás de vocablos breves, de esos que suelen eludir, bajo el menor descuido, la vigilancia crítica: «Drj» en la cuarteta-prólogo; «ujb» en un ya clásico soneto que campea en más de una antología escolar; «ñll» en el ovillejo a la Amada; «hnz» en un epitafio que rebosa de dolor contenido; pero ¿a qué seguir? Es cansarse. ¡Nada diremos por ahora de líneas íntegras; en las que no hay ninguna palabra que figure en el diccionario! 

Hlöj ud ed ptá jabuneh Jróf grugnó.

El busilis hubiera quedado en agua de borrajas, a no mediar el abajo firmante que, entre gallos y medianoche, en un blicamcepero en buen uso, exhumó una libreta de puño y letra del propio Ginzberg, que los clarines de la fama designarán, el día menos pensado, Codex primus et ultimus. Trátase a ojos vistas de un totum revolutum que combina refranes que cautivaran al amador de las letras (El que no llora no mama, Como pan que no se vende, Golpeá que te van a abrir, etcétera, etcétera, etcétera), dibujitos de color subido, ensayos de rúbrica, versos de un idealismo al cien por cien (El cigarro de Florencio Balcarce, Nenia de Guido Spano, Nirvana crepuscular de Herrera, En Noche-Buena de Querol), una selección incompleta de números de teléfono y, not least, la más autorizada explanación de ciertos vocablos, tales como «bocamanga», «ñll», «nocomoco» y «jabuneh».

Prosigamos con pie de plomo. «Bocamanga», que nos llegaría (?) de «boca» y «manga», quiere decir en el diccionario: «Parte de la manga que está más cerca de la muñeca, y especialmente por lo interior o el forro». No se aviene con eso Ginzberg. En la libreta de puño y letra propone: «“Bocamanga”, en mi verso, denota la emoción de una melodía que hemos escuchado una vez, que hemos olvidado y que a la vuelta de los años recuperamos».

También levanta el velo de «nocomoco». Afirma con expresas palabras: «Los enamorados repiten que, sin saberlo, han vivido buscándose, que ya se conocían antes de verse y que su misma dicha es la prueba de que siempre estuvieron juntos. Para ahorrar o abreviar tales retahílas sugiero que articulen “nocomoco” o, más económicos de tiempo, “mapü” o, simplemente, “pü”». Lástima grande que la tiranía del endecasílabo le impusiera la voz menos eufónica de las tres.

Tocante a «buzón» en su locus classicus, les reservo magna sorpresa: no configura, como un adocenado podría soñar, el típico artefacto de tamaño cilíndrico y color colorado, que asimila por el orificio las cartas; antes bien, la libreta nos instruye que Ginzberg prefirió la acepción de «casual, fortuitamente, no compatible con un cosmos».

En este tren, sin prisa pero sin pausa, el extinto va despachando la gran mayoría de incógnitas que merecen la atención del ocioso. Así, para ajustarnos a un solo ejemplo, haremos la entrega de que «jabuneh» denomina «la melancólica peregrinación a lugares otrora compartidos con la infiel» y que «grugnó», tomado en su sentido más lato, vale por «lanzar un suspiro, una irreprimible queja de amor». Como sobre ascuas pasaremos por «ñll», donde el buen gusto de que Ginzberg hizo bandera parece haberlo traicionado esta vuelta.

El escrúpulo nos impele a copiar la notícula subsiguiente que tras tanto jorobar con explicaciones nos deja en fojas uno: «Mi propósito es la creación de un lenguaje poético, integrado por términos que no tienen exacta equivalencia en las lenguas comunes, pero que denotan situaciones y sentimientos que son, y fueron siempre, el tema fundamental de la lírica. Las definiciones que he ensayado de voces como “jabuneh” o “hlöj” son, debe recordar el lector, aproximativas. Trátase, por lo demás, de un primer intento. Mis continuadores aportarán variantes, metáforas, matices. Enriquecerán, sin duda, mi modesto vocabulario de precursor. Les pido que no incurran en el purismo. Alteren y transformen».




En H. Bustos Domecq: Crónicas de Bustos Domecq (1967)
Foto: «Bustos Domecq». Serie de composiciones fotográficas inspirada en ideas
de Francis Galton, realizada por Silvina Ocampo. Mar del Plata, 1942.
En Bioy Casares, Adolfo: Borges 
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006


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