Buenos Aires es una ciudad que podemos vivir,
que acaso podemos ver y que, ciertamente, no
podemos mostrar. Vienen extranjeros a esta ciudad,
les mostramos el barrio de la Boca, el barrio de la
Boca es menos un suburbio de Buenos Aires que un suburbio
de Génova; les mostramos el parque de Palermo,
que se parece a otros parques de otras grandes ciudades;
les mostramos el Barrio Norte, que representa nuestra
nostalgia del país; les mostramos el Barrio Sur, pero casi
toda Sudamérica es Barrio Sur, con más patios, más aljibes,
más zaguanes y, acaso, más ilustres iglesias. Buenos
Aires es una ciudad para ser querida y para ser vivida,
no para comunicarla a otros.
Ese problema es el que tienen los poetas de Buenos
Aires. Por eso, Carriego, a principios de este siglo,
buscó una solución sentimental y pintoresca. Pero no sé
si Buenos Aires es sentimental y sé que Buenos Aires,
sobre todo el Barrio de Palermo, que fue el barrio de
Carriego, y que fue el mío también, no era un barrio
pintoresco. Ahora, Carriego alguna vez se acercó a la épica.
Esos fueron sus mejores momentos. Por ejemplo:
Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero
viejas cicatrices de cárdeno brillo
en el pecho un hosco rencor pendenciero
y en los negros ojos la luz del cuchillo.
Pero esto tampoco es típico de Buenos Aires. Esto corresponde
a un paisano criollo de cualquier ciudad.
Ahora, tendríamos también muchas piezas de
Lugones. El autor ha pensado seguramente en Buenos
Aires. Pero entiendo que hay una discordia entre el vocabulario
lujoso y las arduas metáforas de Lugones y la
ciudad de Buenos Aires, que, como ya dije, es una ciudad
un poco gris y un poco invisible.
Tenemos también los poemas de Horacio Rega
Molina, por ejemplo, “Carta a un domingo humilde”.
Allí yo he encontrado el sabor de Buenos Aires. Aunque
es, me parece, demasiado pintoresco para Buenos Aires.
Algunos me han llamado poeta de Buenos Aires. Lo soy en el sentido de que he querido dar una expresión poética de la ciudad, pero
no creo haberlo conseguido.
En todo caso, el único texto mío en el que algunos han reconocido el
sabor de Buenos Aires es un cuento, un cuento policial titulado “La muerte
y la brújula”. Un cuento que ocurre en una especie de Buenos Aires de pesadilla
o de alucinación, en el que hay una Rue de Toulon, que corresponde
al Paseo Colón, una vieja quinta en un lugar llamado Triste-le-Roy, que
corresponde al viejo hotel, hoy desaparecido, del pueblo, de mi pueblo en
cierto modo, de Adrogué. Y allí Buenos Aires está sugerido.
Y esto me lleva al poeta que, si no me engaño, ha dado la mejor versión
de Buenos Aires. Y la ha dado justamente porque no ha procedido
por descripción sino por alusión, ha rozado ligeramente a Buenos
Aires, y por eso nos…* la expresión de nuestra querida ciudad. Y simplemente
es, como todos ustedes lo saben, Fernández Moreno.
*… aquí recordando unos versos suyos, unos versos en que toma...* y…* expresión del centro de Buenos Aires y lo da por insinuación y alusión. Los
versos dicen así:
Piedra, madera, asfalto
si me enterrasen bajo el pavimento
Piedra, madera, asfalto,
en una calle del centro.
Piedra, madera, asfalto,
Casi no estaría muerto.
Y ahora quiero dejarlos con estos versos de Fernández Moreno resonando
en el espíritu de ustedes y en mi espíritu.
Yo lo quise a Fernández Moreno, y por pudor no se lo dije nunca, pero
creo que él sintió la amistad y la admiración que yo le profesé.
* Los puntos suspensivos corresponden a partes faltantes
de la transcripción de esta audición radial.
Conferencia radiofónica en Radio Municipal
En el programa La Ciudad Viva
Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires
Emisión del 15 de octubre de 1963
Retrato de Borges por Humberto Rivas, 1972