Es innegable que el más alto de los nombres de la historia argentina, y acaso de la historia de nuestra América, es el de Sarmiento, pero no menos innegable es el hecho de que la posteridad le escatima, y sigue escatimándole, esa suerte de canonización que ha logrado José de San Martín. La razón es harto sencilla. San Martín obró fuera del país y no fue un gobernante y su memoria no se vincula a doctrina alguna política; cualquier gobierno y cualquier partido pueden glorificarlo. (Luis Melián Lafinur ha señalado en el Uruguay el caso análogo de Artigas, cuya acción militar es anterior a la división de los orientales en colorados y blancos.) Sarmiento, en cambio, está implicado en la trama de nuestra historia y nadie ignora de qué modo encaró sus diversos problemas. La reciente dictadura nos ha mostrado que la barbarie denunciada por él no es, como ingenuamente creíamos, un rasgo pintoresco y pretérito sino un peligro actual. Honrar en 1961 a Sarmiento no es repetir un rito piadoso; es reconocer que estamos empeñados en una misma guerra y que en el vaivén y tumulto de las batallas anda Sarmiento. Que Sarmiento cuente aún con opositores, que no le falten enemigos que insulten sus estatuas, que su dilatada gloria póstuma sea polémica, es una prueba más de su vitalidad o inmortalidad.
Unas observaciones quiero apuntar acerca de Sarmiento, escritor. En un siglo en que la grandeza parecía vedada al ejercicio de la lengua española, en aquel siglo en que Montalvo no descubría otro camino de perfección que el remedo mecánico de los hábitos verbales del Quijote, Sarmiento pudo producir, casi con inocencia, una labor orgánica, hecha de tradición oral castellana y de aprendizaje francés. Domina esa obra la sombría figura de Quiroga, que debe su casual y paradójica inmortalidad a su muerte dramática y al hecho de que un gran escritor refiriera esa muerte. Se ha dicho que el Facundo corresponde al estilo romántico; esto no lo invalida ya que la tempestuosa realidad que evocan sus páginas era también romántica. Además de un estilo literario, el romanticismo fue un estilo vital.
A diferencia de Lugones y de otros escritores ilustres, Sarmiento no veía en cada página un problema que había que resolver, a fuerza de una exhibición vanidosa de sinónimos, epítetos y metáforas. Al escribir lo animaba la convicción; le importaba lo que quería decir y no la manera de decirlo. No la curiosa felicitas que alabó Petronio sino un acierto descuidado y enérgico define sus escritos; salvo Almafuerte, no hay otro escritor argentino de quien podamos decir lo mismo.
“Mis carillas corregibles ad libitum” escribía Sarmiento a Paul Groussac; en efecto, cualquier maestro de escuela o cualquier académico puede corregir, y acaso mejorar, una página de Sarmiento, pero sólo él pudo escribirla.
Unas observaciones quiero apuntar acerca de Sarmiento, escritor. En un siglo en que la grandeza parecía vedada al ejercicio de la lengua española, en aquel siglo en que Montalvo no descubría otro camino de perfección que el remedo mecánico de los hábitos verbales del Quijote, Sarmiento pudo producir, casi con inocencia, una labor orgánica, hecha de tradición oral castellana y de aprendizaje francés. Domina esa obra la sombría figura de Quiroga, que debe su casual y paradójica inmortalidad a su muerte dramática y al hecho de que un gran escritor refiriera esa muerte. Se ha dicho que el Facundo corresponde al estilo romántico; esto no lo invalida ya que la tempestuosa realidad que evocan sus páginas era también romántica. Además de un estilo literario, el romanticismo fue un estilo vital.
A diferencia de Lugones y de otros escritores ilustres, Sarmiento no veía en cada página un problema que había que resolver, a fuerza de una exhibición vanidosa de sinónimos, epítetos y metáforas. Al escribir lo animaba la convicción; le importaba lo que quería decir y no la manera de decirlo. No la curiosa felicitas que alabó Petronio sino un acierto descuidado y enérgico define sus escritos; salvo Almafuerte, no hay otro escritor argentino de quien podamos decir lo mismo.
“Mis carillas corregibles ad libitum” escribía Sarmiento a Paul Groussac; en efecto, cualquier maestro de escuela o cualquier académico puede corregir, y acaso mejorar, una página de Sarmiento, pero sólo él pudo escribirla.
En revista Comentario, Buenos Aires
Año VIII, Nº 27, primera entrega de 1961
Número dedicado a Sarmiento
Óptimo, oportuno, repetible...(Aunque Facebook me prohibió por aludir a Mussolini y los pactos con la iglesia, y no puedo repetir tampoco este texto en mi espacio).
ResponderBorrarExcelente
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