En Borges, memoria de un gesto de Jairo Osorio Gómez y Carlos Bueno Osorio Medellín 1979 |
José Esteban Echeverría nació en la ciudad de Buenos Aires en 1805 y murió en la ciudad de Montevideo, en el destierro, en 1851. En Buenos Aires fue dependiente en una casa de comercio; ser dependiente, entonces, no era una ocupación subalterna. A los veinte años viajó a Europa; para los sudamericanos de aquel tiempo, Europa era Francia. Como Ricardo Güiraldes, Echeverría llevó su guitarra a París, la guitarra que había templado en los lupanares de los arrabales del Sur. Descubrió y leyó a Víctor Hugo, lo cual es un acontecimiento en la vida de cualquier hombre. Lo fue singularmente para él, ya que le reveló el romanticismo. En 1830 regresó a Buenos Aires. Formó con algunos amigos la logia democrática Asociación de Mayo. Conspiró contra la dictadura de Rosas y, como tantos unitarios, emigró al Uruguay. No alcanzó la batalla de Caseros; un año antes falleció en la ciudad sitiada.
La obra de Echeverría es múltiple. Su detallado examen sobrepasa los obligados límites de este prólogo. Hay escritores que perduran en la historia de la literatura; otros, los menos, en la propia literatura. Echeverría corresponde a ambas categorías. En el poema La cautiva, descubre las posibilidades estéticas de la pampa y de los indios nómadas; el cuento El matadero nos toca de manera inmediata, más allá de las obras que lo siguieron o de la fecha en que fue escrito.
Increíblemente, hay quien ha percibido en El matadero el influjo de la picaresca española. Ésta, según se sabe, no se le atrevió nunca a la muerte y se resignó a pequeñas astucias y a moralidades caseras. En el texto de Echeverría hay una suerte de realismo alucinatorio, que puede recordar las grandes sombras de Hugo y de Herman Melville. El preámbulo es vacilante, pero después van ocurriendo cosas atroces que nos parecen verdaderas. La historia está llena de sangre y llena de barro. El percance del gringo prefigura la muerte del unitario. Recuerdo que a mi padre lo impresionaba menos aquella muerte que la del chico decapitado por el lazo. Los hechos del relato tienen más fuerza que lo que dicen los personajes. Pasa lo contrario en Don Segundo Sombra.
Hacia la misma fecha en que fue redactado este cuento y en la misma ciudad, el hoy casi olvidado Hilario Ascasubi escribió una página memorable, cuyo tema es el mismo y que se ha agregado a este libro. El lector puede compararlos y determinar sus simpatías y diferencias.
Buenos Aires, ocho de diciembre de 1982
Prólogo de Jorge Luis Borges Ilustraciones de Miguel ángel Biazzi Ediciones de Arte Gaglianone Buenos Aires. 1984 Fuente |
Una versión ligeramente modificada
se publicó en el ABC de Madrid en 1984
Se incluye en Borges en Clarín 1980-1986. Textos seleccionados, pág. 21: