20/5/17

Jorge Luis Borges: Una mañana de 1649









Carlos avanza entre su pueblo. Mira
a izquierda y a derecha. Ha rechazado
los brazos de la escolta. Liberado
de la necesidad de la mentira,
sabe que hoy va a la muerte, no al olvido,
y que es un rey. La ejecución lo espera;
la mañana es atroz y verdadera.
No hay temor en su carne. Siempre ha sido,
a fuer de buen tahúr, indiferente.
Ha apurado la vida hasta las heces;
ahora está solo entre la armada gente.
No lo infama el patíbulo. Los jueces
no son el Juez. Saluda levemente
y sonríe. Lo ha hecho tantas veces.


En El Otro, el Mismo (1964)
Foto (detalle) Graziano Arici, 1983


19/5/17

Jorge Luis Borges: Esquinas







Aquí habrá la figura de una esquina cualquiera de Buenos Aires. No me dirán cuál es. Puede ser la de Charcas y Maipú, la de mi propia casa; la imagino abarrotada por mis fantasmas, inextricablemente entrando y saliendo y atravesándose. Puede ser la de enfrente, donde hay ahora un alto edificio con rampas, y antes, un largo conventillo con macetas de flores en el balcón, y antes una casa que ignoro y, en el tiempo de Rosas, un rancho, con la vereda de ladrillo y la calle de tierra. Puede ser la de ese jardín que fue tu paraíso. Puede ser la de una confitería del Once, donde Macedonio Fernández, tan temeroso de la muerte, nos explicaba que morir es lo más trivial que puede sucedernos. Puede ser la de aquella biblioteca de Almagro Sur, donde me fue revelado Leon Bloy. Puede ser una esquina sin ochava, de las pocas que quedan. Puede ser la de aquella casa a la que María Kodama y yo trajimos una cesta de mimbre con una leve gata abisinia que se llamaba Odín y que había cruzado el Océano. Puede ser la de un árbol que nunca sabrá que es un árbol y que nos prodiga su sombra. Puede ser una de las tantas que vio por última vez Leandro Alem, antes del carruaje cerrado y del balazo que bastó. Puede ser la de aquella librería en la que descubrí, a lo largo del tiempo, dos historias de la filosofía china. Puede ser la de Esmeralda y Lavalle, donde murió Estanislao del Campo. Puede ser cada una de las que forman el desparramado tablero. Puede ser casi todas y es así el no visto arquetipo.





Texto y foto  al pie en Atlas (1984)
Arriba: Mural de homenaje a Borges a 30 años de su muerte en una esquina de Buenos Aires
Junio de 2016, Foto Florencia Giani

18/5/17

Jorge Luis Borges: Destino escandinavo





Que el destino de las naciones puede no ser menos interesante y patético que el de los individuos, es algo que Homero ignoró, que Virgilio supo y que sintieron con intensidad los hebreos. Otro problema (el problema platónico) es inquirir si las naciones existen de un modo verbal o de un modo real, si son palabras colectivas o entes eternos, el hecho es que podemos imaginarlas y que la desventura de Troya puede tocarnos más que la desventura de Príamo. Versos como éste del Purgatorio:

Vieni a veder la tua Roma che piagne

prueban el patetismo de lo genérico, y Manuel Machado ha podido lamentar, en un poema sin duda hermoso, el melancólico destino de las estirpes árabes "que todo lo tuvieron y todo lo perdieron". Acaso es lícito recordar brevemente los rasgos diferenciales de ese destino: la revelación de la Divina Unidad, que hará catorce siglos aunó a los pastores de un desierto y los arrojó a una batalla que no ha cesado y cuyos límites fueron la Aquitania y el Ganges; el culto de Aristóteles que los árabes enseñaron a Europa, tal vez sin comprenderlo del todo, como si repitieran o transcribieran un mensaje cifrado... Por lo demás, tener y perder es la común vicisitud de los pueblos. Estar a punto de tener todo y perderlo todo es el trágico destino alemán. Más raro y más afín a los sueños es el destino escandinavo, que procuraré definir.

Jordanes, a mediados del siglo VI, dijo de Escandinavia que esta isla (por isla la tuvieron los cartógrafos y los historiadores latinos) era como el taller o vaina de las naciones; las bruscas tropelías escandinavas en los más heterogéneos puntos del orbe confirmarían este parecer, que legó a De Quincey la frase officina gentium. En el siglo IX los vikings irrumpieron en Londres, exigieron de París un tributo de siete mil libras de plata y saquearon los puertos de Lisboa, de Burdeos y de Sevilla. Hasting, merced a una estratagema, se apoderó de Luna, en Etruria, y pasó a cuchillo a sus defensores y la incendió, porque pensó que se había apoderado de Roma. Thorgils, jefe de los Forasteros Blancos (Finn Gaill), rigió el Norte de Irlanda; los clérigos, destruidas las bibliotecas, huyeron y uno de los exilados fue Escoto Erígena. Un sueco, Rurik, fundó el reino de Rusia; la capital, antes de llamarse Novgórod, se llamó Holmgard. Hacia el año 1000 los escandinavos, bajo Leif Eiriksson, arribaron a la costa de América. Nadie los inquietó, pero una mañana (según consta en la Saga de Erico el Rojo) muchos hombres en canoas de cuero desembarcaron y los miraron con algún estupor. "Eran oscuros y muy mal parecidos y el pelo de las cabezas era feo; tenían ojos grandes y anchas mejillas". Los escandinavos les dieron el nombre de skraelingar, gente inferior. Ni escandinavos ni esquimales supieron que el momento era histórico; América y Europa se miraron con inocencia. Un siglo después, las enfermedades y la gente inferior habían acabado con los colonos. Los anales de Islandia dicen: "En 1121, Erico, obispo de Groenlandia, partió en busca de Vinland". Nada sabemos de su suerte; el obispo y Vinland (América) se perdieron.

Desparramados por la faz de la tierra quedan epitafios de vikings, en piedras rúnicas. Uno es así:
"Tola erigió esta piedra a la memoria de su hijo Harald, hermano de Ingvar. Partieron en busca de oro, fueron muy lejos y saciaron al águila en el Oriente. Murieron en el Sur, en Arabia".

Otro dice:
"Que Dios se apiade de las almas de Orm y de Gunnlaug, pero sus cuerpos yacen en Londres". En una isla del Mar Negro se halló el siguiente: "Grani erigió este túmulo en memoria de Karl, su compañero".

Éste fue grabado en un león de mármol que estaba en el Pireo y que fue trasladado a Venecia:
"Guerreros labraron las letras rúnicas... Hombres de Suecia lo pusieron en el león".

Inversamente, suelen descubrirse en Noruega monedas griegas y árabes y cadenas de oro y viejas alhajas traídas del Oriente.

Snorri Sturlson, a principios del siglo XIII, redactó una serie de biografías de los reyes del Norte; la nomenclatura geográfica de esa obra, que comprende cuatro siglos de historia, es otro testimonio de la grandeza del orbe escandinavo; en sus páginas se habla de Jorvik (York), de Bjarmaland, que es Arkangel, o los Urales, de Nörvesund (Gibraltar), de Serkland (Tierra de Sarracenos), que abarca los reinos islámicos, de Blaaland (Tierra Azul, Tierra de Negros), que es África, de Saxland o Sajonia, que es Alemania, de Helluland (Tierra de Piedras Lisas), que es Labrador, de Markland (Tierra Boscosa), que es Terranova, y de Miklagard (Gran Población), que es Constantinopla, donde aventureros suecos y anglosajones integraron, hasta que el Oriente cayó, la guardia del emperador bizantino. Pese a la vastedad que surge de esta enumeración, la obra no configura la epopeya de un imperio escandinavo. Hernán Cortés y Francisco Pizarro conquistaron tierras para su rey; las dilatadas empresas de los vikings fueron individuales. "Carecieron de ambiciones políticas" explica Douglas Jerrold. Al cabo de un siglo, los normandos (hombres del Norte) que, bajo Rolf, se fijaron en la provincia de Normandía y le dieron su nombre, habían olvidado su lengua y hablaban en francés...

El arte medieval es connaturalmente alegórico; así, en la Vita Nuova, que es un relato de orden autobiográfico, la cronología de los hechos está supeditada al número 9, y Dante conjetura que la misma Beatriz era un nueve, "es decir un milagro, cuya raíz es la Trinidad". Ello ocurrió hacia 1292; cien años antes, los islandeses redactaban las primeras sagas*, que son la perfección del realismo. Pruébelo este sobrio pasaje de la Saga de Grettir:

"Días antes de la noche de San Juan, Thorbjörn fue a caballo a Bjarg. Tenía un yelmo en la cabeza, una espada al cinto y una lanza en la mano, de hoja muy ancha. A la madrugada llovió. De los peones de Atli, algunos trabajaban en la siega del heno; otros se habían ido a pescar al Norte, a Hornstrandir. Atli estaba en su casa, con poca gente. Thorbjörn llegó hacia el mediodía. Solo, cabalgó hasta la puerta. Estaba cerrada y nadie había afuera. Thorbjörn llamó y se ocultó detrás de la casa, para que no lo vieran desde la puerta. La servidumbre oyó que llamaban y una mujer fue a abrir. Thorbjörn la vio, pero no dejó que lo vieran, porque tenía otro propósito. La mujer volvió al aposento. Atli preguntó quién estaba fuera. Ella dijo que no había visto a nadie y mientras hablaban así, Thorbjörn golpeó con fuerza.

"Entonces dijo Atli: 'Alguien me busca y trae un mensaje que ha de ser muy urgente'. Abrió la puerta y miró: no había nadie. Ahora llovía con violencia y por eso Atli no salió; con una mano en el marco de la puerta, miró en torno. En ese instante saltó Thorbjörn y le empujó con las dos manos la lanza en la mitad del cuerpo.

"Atli dijo, al recibir el golpe: 'Ahora se usan estas hojas tan anchas'. Luego cayó de boca sobre el umbral. Las mujeres salieron y lo hallaron muerto. Thorbjörn, desde su caballo, gritó que el matador era él y se volvió a su casa".
Con esta prosa de rigores clásicos convivió (el hecho es singular) una poesía barroca; los poetas no decían cuervo sino cisne rojo o cisne sangriento y no decían cadáver sino carne o maíz del cisne sangriento. Agua de la espada y rocío del muerto dijeron por la sangre; luna de los piratas, por el escudo...

El realismo español de la picaresca adolece de un tono sermoneador y de cierta gazmoñería ante lo sexual, ya que no ante lo inmundo; el realismo francés oscila entre el estímulo erótico y lo que Paul Groussac apodó "la fotografía basurera"; el realismo norteamericano va de lo sensiblero a lo cruel; el de las sagas corresponde a una observación imparcial. Con justa exaltación pudo escribir William Patón Ker: "La mayor proeza del antiguo mundo germánico en sus últimos días la constituyeron las sagas, que encerraban fuerza bastante para cambiar el mundo entero, pero no fueron conocidas ni comprendidas" (English Literature, Medieval, 1912), y en otra página de otro libro rememoró: "la gran escuela islandesa; la escuela que murió sin sucesión hasta que todos sus métodos fueron reinventados, independientemente, por los grandes novelistas, al cabo de siglos de tanteo y de incertidumbre" (Epic and Romance, 1896).

Bastan los hechos anteriores, entiendo, para definir el extraño y vano destino de las gentes escandinavas. Para la historia universal, las guerras y los libros escandinavos son como si no hubieran sido; todo queda aislado y sin rastro, como si pasara en un sueño o en esas bolas de cristal que miran los videntes. En el siglo XII, los islandeses descubren la novela, el arte del normando Flaubert, y ese descubrimiento es tan secreto y tan estéril, para la economía del mundo, como su descubrimiento de América.




* En el Diccionario de la Real Academia Española (1947) se lee: "Saga (del al. sage, leyenda) f. Cada una de las leyendas poéticas contenidas en su mayor parte en las dos colecciones de primitivas tradiciones heroicas y mitológicas de la antigua Escandinavia, llamadas los Eddas". Los errores que amalgama este artículo son casi inextricables. Saga se deriva del verbo islandés segja (decir), no de Sage, voz que en alemán medieval no tuvo la acepción de leyenda; las sagas son narraciones en prosa, no leyendas poéticas; no las contienen los dos Eddas (cuyo género es femenino). Los cantos más antiguos de la Edda datan del siglo IX; las sagas más antiguas, del XII.


Sur, Buenos Aires, Nº 219-220, enero-febrero de 1953



Y también en Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor
Buenos Aires, Editorial Celtia, 1982

Incluido luego en Borges en Sur (1931-1980)
© 1999, María Kodama
Buenos Aires, Penguin House Grupo Editorial, 2016

Foto: Captura Borges, el eterno retorno
Dirección: Patricia Enis y Fernando Flores


16/5/17

Jorge Luis Borges: Rafael Cansinos Assens






La imagen de aquel pueblo lapidado
y execrado, inmortal en su agonía,
en las negras vigilias lo atraía
con una suerte de terror sagrado.

Bebió como quien bebe un hondo vino
los Psalmos y el Cantar de la Escritura
y sintió que era suya esa dulzura
y sintió que era suyo aquel destino.

Lo llamaba Israel. Íntimamente
la oyó Cansinos como oyó el profeta
en la secreta cumbre la secreta

voz del Señor desde la zarza ardiente.
Acompáñeme siempre su memoria;
las otras cosas las dirá la gloria.



En El Otro, el Mismo (1964)
Foto: Rafael Cansinos Assens
en Fundación-Archivo Rafael Cansinos Assens


15/5/17

José Saramago: No se puede no amar a Borges








"No se puede no amar a Borges: en él todo pertenece a otro universo, a un mundo soñado", dice José Saramago, de 68 años.
Es sabido que el autor portugués y Premio Nobel de Literatura 1998 tiene una sólida fama de intelectual comprometido y nunca ocultó su simpatía por el comunismo. Y Jorge Luis Borges fue repudiado por la izquierda latinoamericana, con García Márquez a la cabeza, como autor desprovisto de preocupaciones sociales, alejado de la realidad, indiferente hacia los regímenes de izquierda y otras acusaciones por el estilo.

Sin embargo, Saramago evocará hoy a Borges en Bérgamo, en una jornada de estudios dedicada al escritor argentino. 


Esta jornada, "Borges 1899-1999", se abrió ayer en la Universidad de Bérgamo, con la conferencia de Saramago, y concluyó a la tarde con una mesa redonda del Laboratorio Borges, dirigida por Fabio Rodríguez Amaya. El grupo de estudiosos que se ocupa de la edición de las obras por Adelphi anunció la publicación de "Otras inquisiciones", nuevo volumen de la colección.


En su charla, Saramago intentó demostrar la existencia de Herbert Quain, un autor irlandés imaginado por Borges en 1941, en su libro "Ficciones".
¿Cómo puede usted amar a Borges hasta el punto de dedicarle el texto "Yo, en el laberinto de Borges", una creación literaria más intensa que cualquier homenaje crítico?

Hay muchos ejemplos de autores desligados de la realidad. Pero él, Borges, era una persona real; e inventó realidades que a su vez se convirtieron en parte de nosotros mismos, de nuestros pensamientos. Si no fuera por esta inserción en lo real, no tendría motivos para ocuparme de él. Puedo ser comprometido, marxista, pero no soy ciego; y capto las sensaciones incluso de autores con los cuales, en cuanto a las ideas, no tengo nada que compartir.
¿Hay algo en él que no le guste?
Con Borges no tengo derecho a ser exigente, como lo soy en cambio con otros que no son coherentes con lo que dicen pensar. Borges jamás engañó a nadie.
Usted es un antiguo lector de Borges: comenzó por amar a los escritores inexistentes de "Ficciones", desde Pierre Ménard hasta Herbert Quain que, en su texto, se convierte en la clave de un juego de espejos entre usted mismo, Borges y Pessoa. ¿Por qué los eligió justamente a ellos?
También Pessoa, al igual que Borges, inventó todo; con la diferencia de que el segundo no tiene nada que ver con sus personajes, mientras que Pessoa no puede desprenderse de ellos porque los vive. Si Borges habla todo el tiempo del laberinto, Pessoa es el laberinto, aunque tal palabra no aparezca en sus libros.
El triángulo de espejos nace en 1984 cuando usted escribió "El año de la muerte de Ricardo Reis", uno de los heterónimos a través de los cuales se comunicaba Pessoa. Su Reis lee "El dios del laberinto", novela ficticia atribuida por Borges a Herbert Quain en "Ficciones". ¿Por qué ahora quiere relacionarlos?
Ricardo Reis nunca existió, Pessoa existió pero está muerto. Ahora también lo está Borges. Como ya no puedo hacer que se encuentren personalmente, hice que se encontraran en un texto. Todo muy borgiano.

... y a la medida de un homenaje al autor argentino. Hacia el fin de su texto, usted escribe que "cuando heterónimos y seudónimos empiezan a vivir por cuenta propia, debemos esperar lo imposible". ¿Son tan lábiles los confines de la realidad?
Para mí no existen. Cualquiera de nosotros puede inventarse un personaje y tratar de mantenerlo en pie. Pessoa, por su parte, hizo algo diferente fragmentándose en diversos actores y delegando en cada uno algo de sí mismo. Entre lo verdadero y lo falso no hay fronteras.


             En La Nación, Buenos Aires, 24 de marzo de 2000
             Por Cesare Medail, Del Corriere Della Sera, Traducción de Mara Farhat

             Foto Mural Borges-Saramago Archivo La Nación

14/5/17

Jorge Luis Borges - María Kodama: Un diálogo anglosajón del S.XI






Aquí se cuenta cómo Salomón y Saturno midieron su sabiduría. 
Saturno le dijo a Salomón:
—Dime dónde estaba Dios cuando hizo las cielos y la tierra.
—Yo te digo que estaba sobre las alas de los vientos.
—Dime qué palabra salió primero de la boca de Dios.
—Ya te digo que fue Fiat lux et facta lux.
—Dime por qué el cielo se llama cielo.
—Yo te digo que porque cela todas las cosas que están abajo.
—Dime qué es Dios.
—Yo te digo que es el que tiene todas las cosas en su poder.
—Dime en cuántos días creó Dios a todas las criaturas.
—Yo te digo que en seis días creó Dios a todas las criaturas. El primer día hizo la luz; el otro, a las criaturas que guarda el cielo; el tercero, el mar y la tierra; el cuarto, las estrellas del cielo; el quinto, los peces y las aves; y el sexto, las bestias y los ganados y a Adán, el primer hombre.
—Dime cómo fue hecho el nombre de Adán.
—Yo te digo que con cuatro estrellas.
—Dime cómo se llamaban.
—Yo te digo que Arthox, Dux, Arotholem, Minsymbrie.
—Dime con qué material fue hecho Adán, el primer hombre.
—Yo te digo que con ocho libras.
—Dime de qué.
—Yo te digo que la primera era una libra de polvo y con ella se hizo su carne; la otra era una libra de fuego y por eso la sangre es roja y caliente; la tercera era una libra de viento y así el aliento le fue dado; la cuarta era una libra de nube y con ella se hizo la flaqueza de su ánimo; la quinta era una libra de gracia y así la mente y el pensamiento le fueron dados; la sexta era una libra de flores y por eso hay tantos colores de ojos; la séptima era una libra de rocío y así le fue dado el sudor; la octava era una libra de sal y por eso las lágrimas son saladas.
—Dime los años de Adán cuando fue creado.
—Yo te digo qué tenía treinta años.
—Dime qué estatura tenía Adán.
—Yo te digo que ciento dieciséis pulgadas.
—Dime cuántos inviernos (años) habitó Adán en este mundo.
—Yo te digo que vivió novecientos inviernos y treinta inviernos en el trabajo y las aflicciones, y luego fue al infierno, y en ese cruel castigo padeció cinco mil inviernos y doscientos inviernos y veintiocho inviernos.



Nota

Salomón, en el diálogo es el maestro; Saturno, el discípulo que recibe con pareja pasividad las contestaciones triviales y las contestaciones de índole mágica. Al cabo de los siglos, da en rebelarse y se transforma en el insolente Marcul. Escribe Groussac: "En los folklores medievales, el sabio Salomón va seguido siempre de un acólito, Marcul, encargado de encontrar un reverso irónico a las nobles máximas del primero" (Crítica literaria, pág. 39).
La adición de las palabras del relato a las palabras de Dios deja suponer que el autor no sabía latín.
Los nombres de las estrellas corresponden a los nombres griegos de los cuatro puntos cardinales.
La cifra treinta, o de treintaitantos, se acerca al punto meridiano del arco que la vida humana describe; su término normal, según la Escritura (Psalmos 90,10) es de setenta años. También coincide con la edad en que muere Jesús, el último Adán. Un escolio rabínico declara que Adán, como Eva, fue creado a los veinte años.
La precisa cronología de Adán atareó a la Edad Media. Los datos del anónimo anglosajón pueden complementarse con otros, que miden su estadía en el Paraíso. Dante (Paradiso, XXVI, 139-142) la limita a siete horas; el Talmud, a doce, distribuidas de esta manera: "En la primera hora se juntó el polvo con que Adán fue amasado; en la segunda se hizo con este polvo una materia informe; en la tercera fueron delineados los miembros; en la cuarta le insuflaron un alma; en la quinta Adán se puso de pie; en la sexta puso nombres a las criaturas; en la séptima recibió a Eva como mujer; en la octava se acostaron dos y se levantaron cuatro (Caín y su hermano); en la novena le fue prohibido el fruto del árbol; en la décima pecó; en la undécima fue juzgado y condenado; en la duodécima fue arrojado del Paraíso."
Debemos esta cita a las curiosas anotaciones que Longfellow agregó a su versión inglesa de la Comedia, publicada en 1867.




En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama


En Obras completas en colaboración
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores, 1979, 1991 y 1997
Barcelona, 1997
A esta edición corresponde el paginado (sin más data) citado en las Notas

Foto: Manos de Kodama y Borges - Paris, 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos



13/5/17

Augusto Roa Bastos: El enclave borgeano








En el contexto de las literaturas hispanoamericanas, las obras de ficción de Jorge Luis Borges (su narrativa, su poesía, a las que hay que agregar, sin duda, su ensayística de naturaleza igualmente fictiva en su mayor parte) constituyen un territorio muy particular. Acaso el más significativo de un escritor y de una obra que se forman en el cruce de las voces de muchas culturas; el primero y el más importante (después de Rubén Darío, y ya en los parámetros demarcables de la modernidad actual) que logra transfundir en la expresión y cosmovisión de las letras mestizas hispanoamericanas no sólo la influencia los modelos, sino también la radiación interna, la presencia, de las culturas centrales, que Borges ha asimilado en sus fuentes. Darío lo hizo con la francesa; Borges, con la anglosajona. ¿Por qué la anglosajona? En el caso de Borges no hay una elección; hay, más vale, una suerte de sobredeterminación de carácter social (en el sentido de pertenencia a un grupo social determinado), cultural, familiar, en el ámbito de una época histórica concreta: el correspondiente a la tradición liberal en el Río de la Plata, bajo el signo de la independencia protegida por el imperio británico; es decir, bajo el dominio del pacto neocolonial. En este hinterland político y cultural hay que situar el origen de la obra borgeana para entenderla en la plenitud de su significación creativa. En este sentido, el mundo espiritual de Borges, la poética de sus formas simbólicas, el carácter de su escritura, dominada casi enteramente por el intelecto (sobre todo en las obras anteriores a su ceguera), arraigan en una tradición cultural doble: la de su origen criollo, la de su formación europea. Borges procede de una familia (de ascendencia criolla e inglesa); en la primera hubo militares que guerrearon en las luchas de la independencia; en la segunda, una abuela materna inglesa que influyó directamente en su educación. De esta manera, su formación europea, la absorción de la lengua y de la cultura inglesas, se producen en su propio hogar, antes aún del lustral viaje a Europa de las familias acomodadas de finales del siglo pasado y comienzos del presente. No es casual que en la temática de sus cuentos y poemas iniciales predominen los sentimientos en cierta manera idealizados o abstractos del pundonor y del coraje. Tampoco es casual que un intelectual puro como él, contaminado por este culto del valor caballeresco (forjado, es cierto, en las guerras de la independencia, pero también en la del desierto contra el indio bajo la compulsión del dilema civilización o barbarie), se rebele a veces contra esta trampa heráldica y trasponga su carga heroica, degradada en mero coraje atávico, hacia los antihéroes de las clases bajas: el gaucho, el compadrito, el cuchillero de barrio. Dentro del complejo mecanismo de la ambigüedad borgeana, él los desprecia y admira a la vez con un oscuro sentimiento de envidia y fascinación. Como cuando en su célebre cuento inaugural Hombre de la esquina rosada, con lenguaje coloquial y en la atmósfera popular del barrio de Palermo, entona el réquiem del matón orillero Francisco Real, que puede leerse como una de las mejores páginas de la literatura popular porteña de antaño. O como cuando, en una oración fúnebre que pronunció en el cementerio de la Recoleta, desliza entre los mausoleos patricios la humorada de su amigo y maestro Macedonio Fernández: "El gaucho era un entretenimiento para el caballo de las estancias". Lo que no le impidió celebrar durante mucho tiempo el Martín Fierro como la obra más importante y profunda de la literatura argentina.
Este continuo vaivén, oscilación o deslizamiento de sus preferencias entre el sujeto y el objeto de sus historias imaginarias es una de las paradojas más notables de la ficción borgeana. La desvalorización íntima y transida del "yo no soy más que Borges" no hace sino confirmarla también con ambigua sinceridad. Él mismo califica sus primeros textos, en uno de los prólogos de Historia universal de la infamia, como "el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética, alguna vez) ajenas historias". Habría que ver en estas tergiversaciones el coraje de un tímido que rehúye la incompartible realidad transformándola (negándola) a través del cristal de lo fantástico.
En Buenos Aires y a la vez desde el ángulo europeo, frecuentador vivencial de una literatura, de una cultura central todavía en su apogeo, Borges asiste a la decadencia del patriciado argentino, de sus clases altas, tocadas de muerte por el ascenso, primero, de las clases utilitarias que el neocolonialismo y el libre cambio patrocinan; después, por la avalancha del torrente inmigratorio y, medio siglo más tarde, por el aluvión zoológico de las masas soliviantadas demagógicamente por Perón en un populismo dirigido desde arriba bajo el signo de reivindicaciones justas, pero cuya realización el propio Perón iba a encargarse de frustrar antes aún de su derrocamiento y exilio, frustración que se completó al retorno de su prolongada ausencia y efímero régimen final, que concluyó con su muerte.
Esta realidad histórica, a lo largo de más de medio siglo, es la que Borges rechaza con la lucidez de su inteligencia, pero también con pasión visceral. Y son las contradicciones de su individualismo, deliberada y voluntariosamente solipsista, las que recoge su estética creativa con el poder de una concentración vertiginosa propio de un temperamento verdaderamente genial; pero son también las que le impiden -o le niegan- recoger las insinuaciones del porvenir. Cristal y humo, esta obra perfecta se cierra sobre sí misma, revolucionaria precisamente por el despojamiento y la intensidad de sus formas habitadas por la violencia del destino americano. Una violencia difusa e imperceptible de la que la escritura borgeana, como en el símbolo del Aleph, sería la puesta en abismo miniaturizada en sus más ínfimos e increíbles detalles.
Sobre los vestigios del neoclasicismo humanista, la obra de Borges cierra el ciclo del modernismo y abre las líneas precursoras de la narrativa contemporánea. "Sin la prosa de Borges", admite uno de los componentes del boom, "no habría, simplemente, moderna novela hispanoamericana". Lo hace prosiguiendo, no obstante, imperturbablemente, el mismo discurso de la tradición liberal en el momento de su crisis y disolución. La línea focal de su obra es como una asíntota al mundo de hoy. De espaldas a él, Borges se le aproxima a tientas sin tocarlo, negándolo con pavor, con apacible desesperación y autocompasión, desde la metáfora corporal de su ceguera. Ella le devuelve el cuerpo, el universo emocional que el universo del intelecto había devorado.
Por "espejo en oscuro", Borges ve ahora al "otro Borges", pero también la imagen internalizada de su realidad argentina y suramericana. Con su cavernoso balbuceo repetiría hoy sin ironía lo que dijo en El Sur con evidentes matices autobiográficos: "A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos".
En El País, Madrid, 29 de noviembre de 1982
Augusto Roa Bastos, Jorge Luis Borges y Marcos Denevi, Foto Centro Virtual Cervantes

12/5/17

Adriana Astutti: Viterbo, Beatriz







El presente texto apareció por primera vez en el número de marzo de 2017 
de la revista Badebecdedicado a la memoria de Adriana Astutti,junto a un breve homenaje 
de Jorge Schwartz. El libro al que pertenece, editado por Schwartz, es
Borges babilônico: uma enciclopédia (São Paulo: Companhia das Letras) y está en prensa



En principio, Beatriz Viterbo es el nombre de la amada muerta de Borges en el cuento “El aleph”. Borges lo publicó por primera vez en la revista Sur en 1945 y lo recogió en libro en El aleph, en 1949. El cuento está dedicado, al final, a Estela Canto (1916-1994), uno de los amores frustrados de Borges, quien sostiene, en Borges a contraluz (1999), que él mismo le dictó la versión mecanográfica del relato, que ella escribió para que Borges la llevara a la revista Sur, dejándole a su vez el manuscrito y la versión de la primera corrección como regalo. Años después, y antes de la muerte de Borges, ella vendió ese manuscrito a la Biblioteca Nacional (Madrid), que lo compró en una subasta a través de Sotheby’s.

Para Estela Canto no hay duda: ella es quien inspiró el personaje de Beatriz Viterbo. Escritora, ferviente lectora de literatura inglesa, desafiante, describe su relación con Borges en el libro publicado trece años después de su muerte en 1986. Las páginas de la biografía de María Esther Vázquez (Borges, esplendor y derrota) y del Borges, de Bioy Casares (1914-1999) la muestran sin piedad al acecho de un Borges ahora más poderoso, en la puerta de la Biblioteca Nacional, o en estaciones de trenes, pasada de copas y al grito de ¡ahora no me querés saludar! A favor de su ambición de encarnar el personaje puede decirse que en una de las cartas que le enviara, reproducida en su libro, Borges le dice estar terminando el cuento que te prometí y la invoca como Estela, Estela Canto… (p. 142), del mismo modo en que lo hace con Beatriz en uno de los momentos de gracia suprema del cuento: en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije: Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges

También, en otras cartas de 1945, Borges le habla reiteradas veces del cuento: “Esta semana concluiré el borrador de la historia que me gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde están todos los lugares del mundo” (p. 134). Según María Esther Vázquez, Borges le confesó que el personaje Beatriz Viterbo estaba inspirado en Estela Canto, Elvira de Alvear Cambaceres (1907-1959), y una tercera mujer, acaso Ulrica von Kühlmann (1913-1997), o una de las hermanas Lange, Haydée (1902-1979). En la versión de Emir Rodriguez Monegal (1921-1985) (Jorge Luis Borges: a literary biography), Beatriz Viterbo esconde a la Beatrice Portinari (1266-1290) de Dante Alighieri (1265-1321). Carlos Argentino Daneri, su primo, condensa en su apellido a Dante y la Estela Canto de la dedicatoria está al final porque es cita de la palabra “Stella” con que Dante concluye cada “Canto” de su poema. 

En 1982 Beatriz Viterbo se funde con otras mujeres para dar lugar, anagramáticamente, a Vera Ortiz Beti, el personaje de Help a él (también anagrama de El aleph), primer texto de Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010), conocido más tarde como Fogwill a secas. Tras la muerte de Borges, el personaje de Beatriz Viterbo sufre al menos dos avatares más: hacia 1991, quizá para hacer de su costumbre de no abrir los libros que los escritores le hacían llegar una profesión, se hace editora bajo un sello que lleva su nombre. Y hacia el año 2009 reaparece en un experimento de otro joven escritor: El aleph engordado, de Pablo Katchadjian. 

¿Pero quién es Beatriz Viterbo en el relato? Alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis, Beatriz es la amada desdeñosa, la que lo obliga a pretextar módicas ofrendas de libros para justificar sus visitas, libros que aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos, muerta una candente mañana del mes de febrero de 1929, cuya muerte es imprescindible para que el relato suceda. Desde ese día el narrador, Borges, visita su casa cada 30 de abril, para el cumpleaños de Beatriz, y en esos aniversarios melancólicos y vanamente eróticos recibe las graduales confidencias de su primo, el poetastro Carlos Argentino Daneri, que lo conducen a la revelación del Aleph, el punto donde todos los puntos conviven y en el que Borges ve, no sin temblor, la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz, y la letra de Beatriz en las cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino.











10/5/17

Alberto Manguel: Con Borges [Parte 6]








A partir del siglo XVII los escritores españoles vacilaron entre dos extremos lingüísticos: el barroco de Góngora o la severidad de Quevedo. Borges desarrolló, simultáneamente, un rico vocabulario, de niveles múltiples y de nuevos significados, y también un estilo descarnadamente simple que intentaba (así lo dijo hacia el final de su vida) imitar el del joven Kipling en Plain Tales from the Hills. Prácticamente todos los grandes escritores en lengua española del siglo último han admitido su deuda con Borges, de Gabriel García Márquez a Julio Cortázar, de Carlos Fuentes a Severo Sarduy. Su voz literaria ha resonado tanto en las generaciones más jóvenes que Manuel Mujica Láinez, abrumado, escribió los versos siguientes:
A un joven escritor
Inútil es que te forjes
idea de progresar
porque aunque escribas la mar
antes lo habrá escrito Borges.
A los treinta años, Borges ya lo había descubierto todo. Incluso las sagas anglosajonas que tanto ocuparían su vejez: ya en 1932 había explorado este lejano territorio literario en «Los Kenningar», reflexión sobre la artificialidad y el efecto de las metáforas. Fiel a los temas de su juventud, volvió continuamente a ellos a lo largo de décadas de destilación, interpretación y reinterpretación.


Su lenguaje (y el estilo en el cual elaboraba ese lenguaje) provenía mayormente de sus lecturas y de sus traducciones al español de autores como Chesterton o Schwob. Pero también nacía de las conversaciones diarias, de los civilizados ritos de una mesa de café o de una sobremesa entre amigos, discutiendo las eternas y grandes cuestiones con una mezcla de humor e ingenuidad. Tenía poca paciencia con la estupidez. Un día, tras conocer a un muy mediocre y aburrido profesor universitario, dijo: «Hubiese preferido conversar con un sinvergüenza inteligente». Poseía un don especial para la paradoja, para las expresiones reveladoras y para los elegantes galimatías, como cuando le advertía a su sobrino de cinco o seis años: «Si te portás bien, te voy a dar permiso para que imagines un oso».
Siempre hubo en la Argentina un talento natural para la conversación, para poner en palabras la vida. Las discusiones metafísicas en torno a una taza de café podrán resultar pretenciosas o aburridas en otras sociedades, no así en la Argentina. A Borges le apasionaba charlar, y a la hora de comer solía elegir lo que él llamaba «un plato circunspecto», arroz o pastas con manteca y queso, para que la actividad de comer no lo distrajese de la de hablar. Convencido de que aquello que cierto hombre ha experimentado lo puede experimentar cualquier hombre, no le sorprendió conocer, en sus días de juventud, entre los amigos de sus padres, a un escritor que por su propia cuenta había redescubierto las ideas de Platón y de tantos otros filósofos. Macedonio Fernández escribía y leía poco, pero pensaba mucho y conversaba admirablemente. Se volvió, para Borges, en la encarnación del pensamiento puro: en sus largas charlas de café solía plantearse, y hasta hacer el intento de resolver, los viejos interrogantes metafísicos sobre el tiempo y el espacio, los sueños y la realidad, los mismos que más adelante Borges retomaría en sus sucesivos libros. Con una cortesía digna de Sócrates, Macedonio otorgaba a sus oyentes la paternidad de sus propias ideas. Solía decir: «Usted habrá notado, Borges...» o «Usted se habrá dado cuenta, Fulano...», para luego atribuirles a Fulano o a Borges el hallazgo que él acababa de hacer. Macedonio tenía un muy fino sentido del absurdo y un humor mordaz. Una vez, para sacarse de encima a un fanático de Víctor Hugo, al que Macedonio encontraba farragoso, exclamó: «Víctor Hugo, che, ese gallego insoportable; el lector se ha ido y él sigue hablando». En otra oportunidad, al preguntársele si había ido mucha gente a cierto olvidable acto cultural, Macedonio contestó: «Faltaron tantos, que si faltaba uno más ya no cabía». (Aunque la autoría de esta festejada frase está en disputa... Según confesó Borges años más tarde, habría sido acuñada por su primo, Guillermo Juan Borges, «inspirado» en Macedonio). Borges siempre recordaba a Macedonio como el porteño arquetípico.
Desde la barroca riqueza del Evaristo Carriego, uno de sus primeros libros, hasta el tono lacónico de cuentos como «La muerte y la brújula» y «El muerto», o la posterior y más extensa fábula «El Congreso», Borges construyó para Buenos Aires una cadencia y una mitología con las cuales la ciudad está hoy identificada. Cuando Borges empezó a escribir, se creía que Buenos Aires (tan lejana de esa Europa concebida como el centro de la cultura) era tan imprecisa e indiferenciada que exigía una imaginación literaria para imponerse sobre la realidad. Borges rememoraba que cuando el ahora olvidado Anatole France visitó la Argentina en los años veinte, Buenos Aires pareció «un poquito más real» porque Anatole France sabía de su existencia. Hoy, si Buenos Aires parece más real, es porque existe en las páginas de Borges. El Buenos Aires que él le ofreció a sus lectores nace en el barrio de Palermo, donde se hallaba la casa familiar. Borges ambientó más allá de las rejas de aquel antejardín sus relatos y poemas acerca de esos compadritos a quienes imaginaba como aguerridos maleantes, y en cuyas rudas existencias percibía ecos modestos de la Ilíada y de antiguas historias de vikingos.






Con Borges
Madrid, Alianza Editorial, 2004, Págs. 59-65
Título original: Chez Borges
Alberto Manguel, 2001
Traducción: Traducido del inglés por Eduardo Berti
Fotos: Sara Facio pág. 60
Al pie: cover de la edición papel




9/5/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Maruja Torres [Santander, 30 de agosto de 1983]







Todos pretenden saber de Jorge Luis Borges el escritor argentino al que hoy el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, impondrá en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio más de lo que el propio Borges ha escrito, dicho o cree saber. Todos quieren acercarse al hombre ilustre, recordarle la ocasión en que dijo esto o lo otro. El mundo se ha llenado de repente de especialistas borgeanos que creen conocer no sólo sus obras sino también sus sueños. Mentiría si dijera que el maestro no tiene en ello parte de complicidad. Y dice: "Empiezo a sospechar quién soy".


A estas alturas de su vida, lo que a Jorge Luis Borges le interesa es divertirse, y le divierte mucho pegar la hebra con esos acólitos que se arrodillan frente a él para que les deje caer una gota de su sabiduría o de su paradoja: queda muy bien, últimamente, en las cenas de intelectuales, sorprender con una anécdota aparentemente inédita del más famoso desconcertador. Resulta difícil despegar al hombre del personaje, quitarle las comillas a alguien que se ha convertido en una frase brillante apoyado en un bastón. Y Borges es, a sus 84 años, un tremendo irónico, un Tiresias burlón y también un recordador inagotable que te coge de la mano y te da cariñosos golpecitos mientras salta de un tema a otro como un inocente acróbata.
No hubiera podido empezar a hablar con Borges sin preguntarle por su Buenos Aires, aquél en el que creció: "Bueno, era completamente distinto al de ahora. Mi Buenos Aires, que era muy chico, el centro, era una ciudad de casas bajas, con patios, con azoteas, con aljibes. En el fondo de cada aljibe había una tortuga que estaba de filtro porque se comía los bichos. Al mismo tiempo, supongo, haría sus necesidades. Yo me he criado bebiendo agua de tortuga, y mi madre, que llegó a cumplir noventa y nueve años, también, y no nos hizo mal. En Montevideo, ¿sabe?, había sapos, no había tortugas, y servían para lo mismo. No sé qué vida llevarían ellos, los sapos y las tortugas: a lo mejor estaban meditando, a lo mejor lo sabían todo".
Se interrumpe para preguntarme: "¿Qué le parece mi bastón? ¿le gusta? Me lo regalaron en Irlanda; es un bastón de espina negra. Mire usted qué contundente. Lo utilizan los pastores de ovejas. Parece que los sábados por la noche, como los irlandeses son bastante pendencieros, pues utilizan estos bastones como arma". Le comento que con este artilugio puede defenderse de los críticos y de las entrevistadoras y sonríe con falsa mansedumbre: "Oh, no; los críticos enriquecen la obra del autor, y ustedes, los periodistas, tienen también derecho a enriquecernos".
Borges, que tiene más o menos la edad del cine, siente una gran pasión por este medio y se entusiasma hablando de las primeras películas de Von Sterriberg "que hizo películas muy buenas y luego se estropeó con Marlene Dietrich", Lubistch, Hitchcock... "He visto Psicosis más de 10 veces, tantas que ya sabía cuándo tenía que cerrar los ojos para no ver la momia". Cuenta anécdotas de los primeros tiempos del cíne, de cómo su abuela llegó un día a casa y dijo que había visto en una pantalla a unos caballos metiéndose en el río y mojándose el pelaje. Y habla también de un amigo que no podía seguir el argumento de las películas "porque me decía que cómo puede uno ver a un hombre sentado y después verle sólo la cabeza y luego una mano que toma un revólver. Ese hombre no entendía lo que ahora cualquier chico pequeño sabe: qué es el lenguaje cinematográfico".
No le gusta Chaplin, cuya técnica considera que envejeció y que amaba demasiado la fealdad y sentirse el centro de toda película. Le gusta el sentido del humor de Keaton y la estética de sus filmes. "Pero lo que a mí me gusta más son los westerns, que salvaron la épica en un tiempo como el nuestro en que ha desaparecido. Aunque las películas del Oeste no tenían nada que ver con la realidad, porque yo hablé con gente vieja, en Texas, y me decían que en un saloon nunca entraban todos vestidos de cowboy a la vez. Uno llegaba con un sombrero, el otro con una pistola, el otro con unas botas... Pasa como con los gauchos, que en el folklore siempre lo han llevado todo puesto, pero en la vida el uno tenía un poncho, el otro una facón, el otro chiribombachas..." Y pasamos a las palabras: "Ésas que tienen tanto prestigio, como gaucho y pampa; eso no se usa nunca en el campo, sino en Buenos Aires o en Montevideo. Se dice el paisano, porque gaucho es un poco despectivo, y se dice el campo, no la pampa".
De pronto vuelve a hablar de cine y me dice que le han puesto por las nubes una película española, Furtivos. "Yo no la he podido ver, como comprenderá, pero me dijeron que el odio en los ojos de la mujer es admirable".
Me pregunta por mis orígenes; luego se extiende acerca de los suyos, "que son lejanamente andaluces", y recuerda las milongas que él mismo ha escrito. "A ver... Sí, una era para un filme que era la historia de un condenado a muerte, y la cantaba él mismo y decía: Manuel Flores va a morir, eso es moneda corriente,/ morir es una costumbre que suele tener la gente. Eso es popular, ¿no le parece? No está dicho con falso color local, que es lo que yo odio de algunos tangos... Alto lo veo y cabal, con el alma comedida,/ capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida. Es tan espontáneo que parece que no lo he escrito yo, sino mis mayores".
Y más: "Entiendo que la poesía popular tiene que ser anónima, ¿no? Cuando algo sale bien parece que haya existido siempre, ¿no? Yo oigo frases, sobre todo a la gente del pueblo. Por ejemplo, había muerto una prima nuestra, muy joven, y mi madre dijo: Caramba, pobre fulana, ha muerto a los veinte años. Y entonces la cocinera, que era una mujer del pueblo, de sangre india, dijo: Bueno, señora, para morir no se precisa más que estar vivo. ¿No le parece maravilloso?"
Le digo que no le quiero cansar más y que es mejor que me vaya, pero insiste en que le pregunte: "Considéreme con espíritu de catecismo, joven, con preguntas y respuestas". Entonces le pido que me cuente cuál es su actual relación con la vida: "Bueno, yo creo que voy siendo más feliz ahora que cuando era joven, a medida que uno sabe quién es. Porque cuando uno es joven uno piensa que es ilimitado, uno piensa que puede elegir, que puede ser Alejandro de Macedonia o Shakespeare. Ahora uno conoce sus límites, los conoce demasiado. Yo sé, por ejemplo, no lo que puedo hacer, sino lo que ya no puedo hacer. No puedo escribir una novela, no puedo dar una conferencia, aunque sí puedo charlar con el público. Ahora empiezo a sospechar quién soy, sé que mi destino es literario y que no debo quejarme de ello. Leer, escribir y publicar ha sido siempre mi destino".
El 'horrible' peronismo
Inevitablemente sale a la conversación la lengua sajona, que conoce a fondo y en la que me recita un hermoso y gutural padre nuestro; la islandesa antigua, que está estudiando. Y el Buenos Aires de estos momentos, "que está muy triste porque atraviesa un momento terrible, con unos militares que no lo son de verdad... que son unos negociantes sucios. Y si bien han acabado con las bombas que estallaban en la calle, lo han hecho produciendo mucho más daño, un daño incalculable: imagínese esos 25.000 desaparecidos, que es un eufemismo para no decir lo que han hecho con ellos. Y viven esa vida tan artificial, imagínese, de ascenso, de condecoraciones".
Teme Jorge Luis Borges que el peronismo, su bestia negra, gane en las próximas elecciones, "que son necesarias para que el país adquiera por lo menos una apariencia de normalidad". Él votará socialista o radical, "porque muchos de nosotros votaremos no a favor de, sino en contra de".
Cuando Perón regresó la última vez a Buenos Aires, Borges hizo unas duras declaraciones contra el régimen diciendo que "ahora llega toda la morralla". Le pregunto si en el nuevo peronismo hay mucha morralla. "Yo creo que habrá más. Que seremos gobernados por la hez de la canalla. Ahora dicen que los jóvenes son menos primitivos que los viejos. Son una gente que cuando se reúnen cantan ¡Perón, Perón, qué grandes sos,/ sos el primer trabajador! Es horrible eso. Figúrese que él mismo pagaba a miles de personas para que se reunieran y le cantaran eso". Dice que, de cualquier modo, dedicarse a ser político debe ser muy triste: "Dedicarse a coleccionar votos, a echar discursos, cuanto más largos mejor y cuantas menos cosas digan mejor, a decir frivolidades, a no comprometerse. Todos los partidos prometen, prometen, prometen. Pero los que ahora están en Argentina tienen la cualidad de ser universalmente detestados, y es triste pensar que nuestro destino individual está en manos de esos señores, que son los que tienen las armas".
Cabecea y me aprieta la mano y salta a otro tema: "Esa perniciosa costumbre francesa de ponerle a las calles nombres de persona en vez de nombres naturales... Imagínese que un día me ponen una calle a mi nombre". Le hago notar que, en su caso, más bien le dedicarían una avenida. Y se echa a reír con fingido espanto: "¡Oh, no! Una avenida resulta mucho más peligrosa".

En El País, Madrid, 30 de agosto de 1983, página 22
Retrato de Jorge Luis Borges en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1983


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