30/8/18

Rodolfo Terragno: De Borges a Pamuk









Jorge Luis Borges se encontró, a los 70 años, con el Borges que había sido a los 18. El cruce fue "casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo  siguieron”.

La ficción borgiana, publicada en 1972, no pudo haber inspirado a Orhan: el niño turco que, en la década del 50, supuso que tenía un doble:

“Sospeché la existencia de un mundo que no me era dado ver. En una calle de Estambul, en una casa parecida a la nuestra, vivía otro Orhan, tan parecido a mí que podía pasar por mi hermano gemelo”.

Pamuk cuenta en sus memorias (Istanbul, 2006) que la fantasmal duplicidad le causaba, también a él, “recurrentes desvelos”.

Sin embargo, los dos Orhan no eran  como ambos Borges— la misma persona. 

Eso ofrecía algún consuelo: “Cuando me sentía infeliz, imaginaba que iba al lugar donde el otro Orhan vivía”,  y entonces “me solazaba comprobando su felicidad”.

El desdoblamiento del yo es apenas una de las coincidencias entre Pamuk y Borges. Ambos padecieron, durante la infancia, arresto domiciliario en mansiones que semejaban museos. Borges se crió “en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses”. Pamuk creció encerrado en un enorme edificio, donde bargueños clausurados con llave atesoraban “porcelanas chinas, juegos de plata y copas de cristal que nadie tocó jamás”. Su mente infantil pensaba que había, en el edificio, cuartos que “no habían sido amoblados para los vivos, sino para los muertos”. Él sólo salía de aquella reclusión para trasladarse a otras, levantadas por su fantasía: como el submarino verniano que Orhan fingía tripular en la habitación de su abuela, haciendo que recorría 20.000 leguas de viaje bajo el mar.

Luego, vino el descubrimiento. Borges halló Buenos Aires; Pamuk, Estambul.

Se entregaron, entonces, a sus ciudades. En realidad, se dedicaron a glorificar la melancolía. No la tristeza individual. Pamuk habla de la hüzün, palabra turca que alude a la tristeza socializada. Hüzün es el sentimiento de los estambuliotas que deambulan entre ruinas, sin prestarles atención, pero sabiéndolas reliquias de una civilización prodigiosa, cuyas riquezas, poder y cultura son irrecuperables. Sin embargo, no hace falta un pasado heroico para  experimentar la hüzün. Borges dice, refiriéndose a Buenos Aires: 

“De hierro, no de oro, fue la aurora./ La forjaron un puerto y un desierto,/ unos cuantos señores y el abierto/ ámbito elemental de ayer y ahora".
            
Eso no previene la melancolía. En el caso de Estambul, el pretérito otomano no es el único fundamento de la hüzün.  Pamuk la asocia con viejos ferries del Bósforo, amarrados en el invierno a muelles desiertos. O con hombres apiñados frente a los burdeles del Estado.  O  con los restos de fuentes majestuosas: retazos de mármol, combinados con agujeros que denuncian el robo de grifos.

La melancolía está, también, en la música clásica otomana, en la música popular turca y en el arabesque de los 80. Como lo está en el tango borgiano. No el que gime por infortunios amorosos. Citando a un cuchillero misógino, Borges me dijo una vez: “Un hombre que piensa más de cinco minutos en una mujer, más que un hombre es un manflora”. Él se arrimaba a esa hüzün porteña, propia de los tangos primitivos y orilleros. Eran expresión de una cultura baladrona, que él evocaba con asumida admiración: “Tango que he visto bailar/ contra un ocaso amarillo/ por quienes eran capaces/ de otro baile, el del cuchillo”. Los duelos le provocaban un inocuo éxtasis literario. El mismo que sintió Pamuk, hasta los 45 años, cuando vagaba por una calle de Estambul y se imaginaba, a sí mismo, matando gente.

Pamuk es otro. Es Borges.

Resulta excesivo, pero tentador, extender de este modo la duplicidad que ambos cultivaron.

Algunos rasgos sostienen el espejismo.


Por Rodolfo Terragno, 14 de diciembre de 2006
Foto: María Kodama fotografíando a Borges en Estambul

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