31/12/15

Adolfo Bioy Casares: "Borges" [Los 31 de diciembre 1953-1983]







Jueves, 31 de diciembre de 1953. Comemos rápidamente en casa. Después, con Alberto Blaquier y Miguel Casares, vamos a buscar a Emita y a Borges. Con éstos partimos a El Rincón, la estancia de Julia Bullrich. Allí brindamos con champagne a las doce.
Llegamos de vuelta a casa a las seis de la mañana. Con Borges tenemos guilty conscience. BORGES: «La gente antes sentía que la alborada era feliz y el crepúsculo triste. Hoy sostenemos lo contrario.

¡Oh noche amable más que la alborada!1

no tenía que ser demasiado amable». BIOY: «Para mí el amanecer en el campo es feliz, en medio de toda la naturaleza; en la ciudad, melancólico. Y es distinto el amanecer en que uno se levanta del amanecer en que uno se acuesta». Me dice que después de cierta hora él está muy desgraciado, ve todo como desde lejos, se halla entre la gente como un objeto, como un botín. Comenta: «Es sospechoso que la música popular guste a todo el mundo. Tal vez no haya diferencia entre la gente. Tal vez todos sean chacareros disfrazados». Las casas de la avenida Alvear parecían refulgir con luz propia.

1. Juan de la Cruz (San), «Noche oscura del alma»


Lunes, 31 de diciembre de 1956. Voy a casa de Borges. Llevo un paquete de té de La Marquise de Sévigné y, de parte de Silvina, una corbata. Después de un brindis con champagne y un turrón compartido, conversamos unos minutos en el balcón, mirando esporádicos fuegos artificiales; están la madre, Norah, Luis y Miguel. Me entero de que Ghiano obtuvo el Premio Nacional de Crítica.
Refiere Borges: «Anoche, en casa de Elvira [de Alvear] se hablaba de política. La Rubia Daly Nelson, furiosa, va al antecomedor y le dice a la mucama: "Verá el susto que se van a llevar cuando venga Perón disfrazado". La mucama contesta: "Usted está loca, niña". El énfasis parece puesto en disfrazado. Además, ¿por qué traería disfraz si viniera como vencedor? Como razonamiento lógico quizá tenga muchos errores. Otra buena frase de la Rubia, pero no tan buena como la de Perón disfrazado, porque las mejores no están hechas para ser graciosas, es: "Pobre niño lisiado, parece un Esopo"».
Elvira le dice a Borges que una noche tienen que ir a comer a un restaurant de enfrente, «que se llama El Asturiano Invisible... o Invencible».
Después resulta que el restaurant se llamaba de otra manera y que lo cerraron hacia 1924.


Martes, 31 de diciembre de 1957. Borges anuncia que vendrá a brindar con nosotros a las doce menos cuarto; llama poco después de las doce, desde lo de Elvira: «Estoy tied up. Un abrazo. Los extraño mucho».


Sábado, 31 de diciembre de 1960. Come en casa Borges. Brindamos con champagne. Después de comer, Borges y yo vamos a la ventana de la sala de Silvina, hasta que sean las doce. BORGES: «Esperamos algo que no sabemos bien en qué consiste». Miro los árboles y los senderos de la plaza, la estatua de Alvear y pienso en la máquina del tiempo de Wells y en que todos somos unas máquinas del tiempo de vuelo de ave de corral. «Qué raro —comenta Borges— que en tantos años como viví no hubiera un momento en que yo haya estado más adelante en el futuro que ahora.»


Lunes, 31 de diciembre de 1962. A las seis de la tarde corro a La Nación. Allí cerraron las puertas y nadie sabe que hay reunión del jurado. Después de una media hora larga con Leónidas llamo a Drago. «Los demás —opino—, no tendrán mi determinación y partirán.» Resolvemos, entre poesía y teatro, que el año próximo el premio sea para la poesía. Cuando nos retiramos llega Mallea; no objeta.
Comemos, en el cuarto de Marta, con un calor espantoso, cuatro personas, el grupo que va quedando (el grupo de cada persona va disminuyendo y cambiando a lo largo de la vida): Silvina, Marta, Borges y yo. Después de comer, leyendo L'Immortel, cabeceo y sueño. Después, Borges y yo esperamos el año junto a una ventana.
BORGES: «En los libros no hay que ponderar mucho a los admirables cuadros, esculturas o monumentos que pinta o esculpe el héroe: los lectores descubren que son mamarrachos».
Hablamos de correctores de pocas luces. Recuerda: «Fernández Moreno explicaba que La ciudad junto al río inmóvil estaba mal; la ciudad es inmóvil y el río fluye. Tal vez la confusión de Fernández Moreno fuera intencionada... En la SADE, alguien, probablemente Ratti, corrigió un curriculum vitae que decía: Matilde Pérez Pieroni, pieronista, y escribió peronista, explicando: "De Perón, peronista. Yo he observado que hay unas unidades básicas de la rama femenina del partido peronista, y no pieronista", ad nauseam. Qué diferencia con el que corrigió la frase "A veces uno se siente acompañado en el desierto y solo en la ciudad" de la siguiente manera: "A veces uno se siente solo en el desierto y acompañado en la ciudad". Este corrector debió de ser un hombre lúcido, cansado de tonterías. Hasta el siglo XVIII todos hubieran corregido así, ingenuamente; la otra lección ¿Aristóteles la hubiera entendido?»


Martes, 31 de diciembre de 1963. Por la mañana me habla la madre de Borges, nerviosa y preocupada por el estado de ánimo de su hijo: «Cuando no ve a esta chica, está bien, pero apenas la ve se pone hecho un loco. Ella le manda regalos: baratijas, cosas horribles, porque no tiene gusto. Dice que es distinguida: distinguida no es, basta verla. Su casa parece la casa de la modista. Me parece bien que se case, pero con alguien como él. Le dije que vea a gente como él, que deje tranquilas a esas chiquillas. Te quería preguntar si no te parece bien que le hable a esta mujer y le pida que no lo vea, que lo deje tranquilo». BIOY: «No, señora. Va a llegar a saberlo y se va a enojar con usted. A usted la necesita». LA SEÑORA: «Es lo que no sabe la gente. Una mujer que se case con él tiene que ser muy abnegada. Ocuparse de todo: de vestirlo, de lavarlo. La gente no sabe hasta qué punto es ciego. Estaba muy irritable. Agresivo, hostil. Se me acercaba y me decía cosas terribles. Ahora, esas pastillas le han hecho mucho bien. "Vos estás mucho mejor —le digo—, ya que puedo hablarte de estas cosas." Escucha y se ríe».
Desde hace mucho tiempo, pasamos todos los fines de año con Borges y Silvina. Esta noche escribimos; somnolientos, progresamos todavía hasta la una.
BORGES: «Si el amor no sirve para la felicidad, nunca debe ser fuente de desdicha».


Jueves, 31 de diciembre de 1964. Cuando entro en la librería Rodríguez (Galerías Pacífico) oigo una voz familiar. Es Borges, en lo que me parece una típica conversación con persona de otro nivel: el discurso tiene algo de perorata, de botarateo, con conciencia aquí y allá por el escaso seso del que oye, con evidente frais; pronto todo eso se pone más alarmante. Borges recita en anglosajón y yo tristemente me pregunto: ¿Será la vejez que llega, con las manías (previsibles, repetidas, majaderas), las rarezas? Borges, convertido en viejo profesor idiosincrático. Ya se sabe: no tiene nada que hacer. Sus visitas son temidas. Habla y habla... Inofensivo, pero... Esperemos que no hayamos alcanzado esa época. Entro, corto la perorata; me pide que lo acompañe hasta Witcomb, donde verá a Keins. Lo dejo ahí y corro a mis diligencias matutinas. Vuelvo. Están departiendo. Conversamos un poco. Borges dice en broma: «Bioy está interesado en una editio princeps de las Empresas de Saavedra Fajardo». «Ésta no es la primera, pero tiene lindas ilustraciones», contesta Keins, rápidamente convertido en comerciante. «¿Cuánto cuesta?», pregunta Borges. «Siete mil», contesta Keins. Borges echa a la broma las cosas —«¿Siete mil qué? Maravedíes, farthings, perras gordas, etcétera»— y Keins vuelve a ser un intelectual. Me habla de un artículo, publicado en Alemania, donde se ocupa de mí (y de otros) y también conversamos sobre Alemania. Con Borges, en lenta caminata, entorpecida por etimologías (Polca viene de polaca, etc.), vamos hasta Maipú y Charcas. Ahí lo dejo.
Por la noche, come en casa. Escribimos el cuento de los sabores. BORGES: «Pasaremos el año escribiendo». «Ojalá», digo.


Martes, 31 de diciembre de 1968. Trabajo con Borges y Di Giovanni, hasta la madrugada, en traducciones de Crónicas. Borges expresa su fe en que él y yo empezaremos ahora una nueva época de nuestra vida literaria: la de nuestras mejores creaciones.
Cada semana, Di Giovanni manda tres colaboraciones (de Borges, que él traduce) al New Yorker. BIOY: «Va a cansarlos». DI GIOVANNI: «Qué más quieren. ¿Usted no cree que Borges...?» BIOY: «No se trata de eso. Van a cansarse de la frecuencia. Cada vez que reciben correspondencia hay un grueso sobre suyo. Estarán preguntándose en broma: "¿A qué no sabes de quién recibí hoy un sobre? De Di Giovanni"». DI GIOVANNI: «Usted no conoce al New Yorker. Además lo necesito para vivir». BIOY: «Eso no es asunto de ellos. Usted va a matar la gallina de los huevos de oro». DI GIOVANNI: «All right. Mañana empiezo a traducir a Bioy Casares, a Silvina Ocampo, a Mallea, así no los canso con Borges». BIOY (en broma): «Usted convierte mi consejo en una bajeza. Tal vez en general tenga razón; pero no en cuanto al New Yorker, los conozco mejor que usted. Le elegí tres cuentos de Crónicas que no trataban de excentricidades literarias. Usted no me hizo caso y tradujo "Paladión". Mandó "Paladión" y se disponía a mandar "Bonavena". Le dije: "No. Van a considerarnos pourris de littératuré". Usted no creyó en mi consejo, pero lo aceptó. Menos mal, porque al día siguiente recibió de vuelta "Paladión", con la explicación de que era demasiado literario, una broma para literatos, tediosa para el público general ». En toda esta discusión, Borges estaba de acuerdo conmigo.


Miércoles, 31 de diciembre de 1969. A las diez, después de la comida, vienen Borges y Elsa. Hablo del cuento que vendí a Atlántida. BORGES (con la cara torcida por el disgusto): «No puedo aceptar dinero de una revista que se metió con mi madre, con mi mujer y conmigo». Después, a solas, me dice: «No voy a hacer escándalo. Que ellos crean que me pagaron no me importa. Entre yo y Dios, if any, tiene que saberse que no recibí el dinero. Así que cobralo y hacé lo que quieras. Decile a Elsa que no te pagaron». La única salida que se me ocurre es dar ese dinero a La Nación, para que lo donen al Ejército de Salvación, de parte de H. Bustos Domecq, y escribirle una carta a Borges, explicándole todo, diciéndole que no creía que estuviera ofendido, porque una ofensa así a mí no me llega. Además, ¿ofenderse con Atlántida, con el Correo? Brindamos con champagne Arizu, que ellos nos regalaron. También está con nosotros Ricardo, el hijo de Elsa. Elsa anuncia: «Mañana es el cumpleaños de un hermano mío, que murió». BORGES (a mí): «Una información útil».


Jueves, 31 de diciembre de 1970. Comen en casa Borges y Cristina Alstone. BORGES: «En ese nombre hay un error. Stone no es piedra. Es tune, town, como en Paddington. Alstone ha de ser Old Town». Dice que Borges es burgués: «Siempre insistí en no ser un escritor comprometido. ¿Por qué hay que estar comprometido en una sola dirección? De ahora en adelante yo estaré comprometido en defensa de la burguesía». Comemos, tardísimo, un prodigioso pavo, con purés de arvejas y de batata. Con Borges dormitamos un rato, versificando en español las brujas de Macbeth.


Viernes, 31 de diciembre de 1971. Sobre 1971. Con Borges empezamos, en Buenos Aires y en Pardo, la traducción, en endecasílabos sin rima, de Macbeth; la abandonamos. Escribimos tres cuentos de Bustos Domecq: «Más allá del bien y del mal», sobre una idea mía; «El enemigo n°1 de la censura», sobre una idea mía; la historia de un amor del Baulito Pérez, a la que falta el título, sobre una idea de Borges, modificada por mí. Borges ha mejorado, pero está viejo (otro trabajo cumplido: con él y con Hugo escribimos el film Los otros y lo tradujimos al francés). Otro hecho, de algún modo vinculado con las letras y casi increíble: inicié el primer pleito de mi vida. Por medio de una abogada recomendada por Elvira Orphée, inicié juicio a la editorial Rueda (en nombre también de Borges, por Cuentos breves y extraordinarios). A Sur le retiré los derechos de gerencia de Seis problemas y del Libro del cielo y del infierno.


Domingo, 31 de diciembre de 1972. Hablo con la madre de Borges. Está mejor. Leo a Borges, de un Sunday Times del 26 de noviembre, un limmerick de Swinburne, escrito como prosa: «Literary critics will hardly care to remember or to register the fact that there was a bad poet named Clough, whom his friends found useless to puff; for the public, if dull, has not such skull as belongs to believers in Clough».1 BORGES: «Sin embargo, [Clough] no era mal poeta ». Cita de él esta frase sobre Roma:

Rubbishy seems the word that most exactly suits it.2

Silvina se enoja por la herejía. A mí la observación de Clough me parece justa y recuerdo la frase de Oscar Pardo, de vuelta de su viaje por Italia: «¿No dijo Oscar que el estado de las ruinas le pareció francamente ruinoso?»3
También cita Borges una conversación entre peones de maestranza en la Biblioteca, recogida por Miguel de Torre en un asado de fin de año: UNO: «Tengo almorranas». OTRO (amistoso): «Hacételas empujar».

1. [Los críticos literarios difícilmente se molestarán en recordar o registrar la existencia de un mal poeta llamado Clough, a quien sus amigos encontraban inútil promover; porque el público, aunque estúpido, no tiene sesera semejante a la de los partidarios de Clough.] El mismo es citado, como «a contemptuous rhyme», por Chesterton [Robert Browning (1903), III], con variantes: «There was a bad poet named Clough./ Whom his friends all united to puff./ But the public, though dull, / Has not quite such a skull/ As belongs to believers in Clough». Bioy había leído el libro en marzo de 1942.
2. [Cubierta de ruinosa basura parece ser la definición que mejor le conviene.] Amours de Voyage (1849), I,v. 9.
3. Cf. BIOY, «Confidencias de un lobo» (1967).


Martes, 31 de diciembre de 1974. Busco a Borges, que sigue lumbagado. «Heredé tu león» —me dice, aludiendo al de Lugones, al que «un sordo lumbago lo amilana»—. Llegamos a casa, en el coche. Él habla. Le digo: «Esperá un momento, tengo que abrir las puertas del garaje». Me bajo. Cuando vuelvo está hablando. Dice: «Las Grondona están en una situación falsa: son millonarias, pero no tienen un peso; gente bien, pero de segunda; escritoras, pero quién las toma en serio (amén de que necesitan que les corrijan los textos antes de publicarlos); y por merecer, pero viejas». Comenta también: «Una personalidad tenue que está imponiéndose es la de Juan L. Ortiz. No pasa un día sin que me lo nombren. Yo creo que ya es inexpugnable. Si escribís versos en líneas muy cortas, de estilo alusivo y delicado (aunque personalmente uno sea tan grosero y bruto como Molinari) y si te afiliás al partido comunista, entonces no te sacan ni a patadas. Yo creí que el poeta de Gualeguay era Mastronardi, pero ahora parece que es este Ortiz».
Comemos y, a las once y media, en la penumbra del hall, Marta se duerme en su silla, después Silvina, mientras Borges perora. De pronto me pasa algo extraño, no sé dónde estoy. Despierto porque Silvina conduce a Borges al baño. La mucama llega llorosa porque es año nuevo. Borges explica su lumbago: «Si me levanto me duele». «No se levante», le dice, cortés e incomprensivamente la mujer.


Viernes, 31 de diciembre de 1976. Come en casa Borges. Hay que esperar el año nuevo: Silvina se duerme, yo me duermo. Borges habla de la crítica de Shakespeare; yo contribuyo con las palabras Don Braulio. Temo que Borges descubra que estoy durmiendo y trato de justificar a ese don Braulio entre Pope y Johnson.
BORGES: «Parece que las mujeres llegaron a Ibsen. Ahora guardan para ellas lo que ganan. Está bien. De modo que rufianes, gigolós, etcétera, hoy no son más que personajes de la literatura. En la vida no están. Qué raro: la literatura siempre está atrasada».


Sábado, 31 de diciembre de 1977. Come en casa Borges. Le digo que hoy leí en La Nación su prólogo a los dibujos de Norah 1, convencido de que era un capítulo de un libro de recuerdos. «Eso no es escribir», responde.

1. Norah [Milano, Il Polifilo, 1977]


Domingo, 31 de diciembre de 1978. Comen en casa Borges, Roberto Gerosa y Daniel Tinayre (h.). Borges está algo tembloroso, sin equilibrio. Escribimos la nota para anteponer a Los placeres del opio en la Suma de De Quincey. Leído hoy, el texto de De Quincey sugiere un escandaloso alegato en favor del opio; cuando yo lo leí por primera vez, en el treinta y tantos, me pareció expresión de opiniones de un hombre que todavía no estaba compenetrado de los perjuicios que traía su consumo. En aquellos años había gente que se drogaba (morfinómanos, les decíamos), pero nuestra sensibilidad para el asunto no estaba tan agudizada como ahora.
Borges opina que The End of the Tether es un magnífico relato y pregunta si un ciego podría, como el capitán de este relato de Conrad, disimular durante varios días su ceguera. Conrad habla de las tinieblas del ciego: Borges dice que para él nunca hay tinieblas; que extraña la oscuridad; el mundo para él siempre es azulado o si no de un color amarillento o naranja. Que lamenta no haberle preguntado a otro ciego si ellos están como él en un mundo azulado o amarillento: «Nunca le pregunté esto a mi abuela; tampoco a mi padre». BIOY: «¿Por qué lado te viene la ceguera?» BORGES: «Por los Haslam: mi bisabuelo Haslam, mi abuela Haslam, mi padre».


Sábado, 31 de diciembre de 1983. Me entero de que Borges volvió hoy de los Estados Unidos.



En Bioy Casares, Adolfo: Borges 
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Foto: Adolfo Bioy Casares con Jorge Luis Borges en Buenos Aires (1982) 
Fuente: Adolfo Bioy Casares: Una poética de la pasión narrativa
Buenos Aires, Anthropos, n.º 127, diciembre de 1991, p. 32 Vía


30/12/15

Jorge Luis Borges: Todos, de alguna manera, somos griegos o judíos [Entrevista, Buenos Aires, 1971]









La primera figura de las letras argentinas ha recibido el Premio Jerusalén, que la Municipalidad de esa ciudad le adjudica bianualmente en ocasión de la Feria Internacional del Libro a un escritor destacado, por su aporte a la libertad del individuo en la sociedad. En años anteriores recibieron el mismo Premio Bertrand Russell, Ignazio Silone, André Schwartz-Bart y Max Fritsch.


El rostro alargado, de pómulos altos, los ojos glaucos, uno de ellos ligeramente entrecerrado, la piel extrañamente lisa y pálida, con un rosa ligero que aparece de pronto: la conocida máscara espiritual de Borges. Al principio, seria; después, animada por una pasión de la inteligencia, por un verdadero ardor que lo rejuvenece, pero contenido dentro de fronteras precisas y marcadas por la ironía, de manera que hablar con Borges es, lo mismo que leer, dejarse llevar por el esplendor de una frase, hasta el límite donde la elegancia lo permite.

¿Qué valor, qué significado tiene, para usted, su premio?


—Un significado íntimo contesta— porque siempre me he sentido ligado a Israel, desde la infancia. Tuve una abuela inglesa, protestante, que sabía de memoria la Biblia. Después, en el año 16 ó 17, resolví estudiar alemán y lo logré a través de Heine. Fui el primero en traducir una selección de expresionistas alemanes, entre los que había muchos judíos. La lectura de El Golem, de Gustav Meyrinck, me impresionó mucho y, a partir de esa novela y de mi encuentro con Scholem (tengo un poema sobre el tema, en el que rimo Golem con Scholem), intensifiqué mis estudios sobre la Cábala. A Scholem lo conocí durante una visita a Israel, tan programada, que yo sabía con horas y minutos lo que haría cuatro días más tarde. Sin embargo, con Scholem no resultó; nos salimos del programa; teníamos tres cuartos de hora para conversar y nos quedamos hasta el amanecer. Yo aprendí mucho. Espero volverlo a ver cuando vaya a recibir mi premio. También fui amigo de Gerchunof, soy amigo de Cansinos Assens, y he dado conferencias en la Hebraica sobre la Cábala, Spinoza, Buber y soy amigo de León Dujovne. A propósito de Dujovne, recuerdo que, cuando lo votamos para el premio Nacional, una señora de ilustre apellido se opuso diciendo: "Yo no voy a caer en esa vulgaridad anticuado del antisemitismo, pero a los judíos los fusilaría". Y, bueno, además he dicho a menudo, en varias conferencias, que más allá de las vicisitudes de la sangre (incognoscibles) todos pertenecemos a la mal llamada cultura occidental (medio oriental, porque es medio hebrea), y todos, de alguna manera, somos griegos y judíos.


¿Qué representa para usted el nombre Jerusalén, históricamente y ahora?


—¿Ahora? Es estar en el sitio más antiguo del mundo y, a la vez en el más nuevo y viviente. Un lugar tan abarrotado de tiempo, pasado y actual, que al volver a Buenos Aires tuve la impresión de haber pasado de la vigilia al sueño, no, al sueño es demasiado, a la siesta. Aquel país tan joven, tratando de salvarse; tan vital, tan heroico; esa Guerra de los Cinco Días, y todo ello basado en un tradición antiquísima... Estoy deseando volver. Es inútil decir que me siento honrado y feliz por el premio, pero lo digo lo mismo: no por inútil resulta menos veraz.


(Ni resulta menos claro, a los ojos del periodista, un rasgo curioso: Borges dice Guerra de los Cinco Días para marcarse, tal vez inconscientemente, un límite; para no incurrir en una participación total, desenfrenada. Una necesidad de apartarse, de ausentarse, que jamás le ha impedido, en los hechos, demostrarse abierto partidario de las causas justas, y que, sin buscar más lejos el ejemplo, no le impidió ser, junto a Bioy Casares, el primer escritor argentino que se pronunció públicamente a favor de Israel, durante esa misma Guerra de Tan Pocos Días).


Le preguntamos: ¿Conoce usted la nueva literatura israelí? ¿Tiene una impresión formada acerca de ella?


— No conozco el hebreo, pero he hablado con escritores israelíes que me han asombrado. Yo suponía que la tendencia literaria debería ser, naturalmente, un acercamiento a los Salmos, al Cantar de los Cantares, inclusive una épica, por la guerra a pesar de que el relato de las hazañas no se produce durante las guerras sino después (nunca he conocido a un soldado de la Segunda Guerra Mundial que quisiera hablar de eso). Pero no. Me han dicho que no querían copiar al rey David. Que querían ser modernos. Yo les contesté que ser moderno no me parecía obligatorio. Desde el momento en que se nace ahora, se es moderno, quiérase o no. ¿Para qué imponerse una contemporaneidad que, de todas maneras, ya se posee?


Hay un rasgo que persiste en la literatura judía, desde los cuentos jasídicos hasta Heine o Agnón: es la levedad del trazo, la capacidad de traducir una situación dramática con humor y sin recargar la expresión. ¿A qué atribuye esa característica?


— Es cierto, esa característica existe. Es muy notable en Heine. Hay pueblos con y pueblos sin humor. Los ingleses lo tienen, los alemanes no. ¿Por qué razón por ejemplo en América Latina, los únicos que tienen humor son los colombianos? Los argentinos, no. A ningún argentino se le ocurriría hacer un chiste sobre San Martín. En Bogotá es muy común que se diga, señalando una estatua: "Será algún prócer, pues Próceres tenemos muchos. Héroes, pocos".


¿Qué piensa usted del doble estereotipo en el que se ha fijado a los judíos: por un lado, personificación de todo mal y, por otro, idealización extrema? ¿No cree que el judío tiene derecho a no responder ni a uno ni al otro esquema?


—No cabe duda alguna. Por otra parte, un judío es un ser difícil de encasillar en un esquema. El único esquema que lo refleja es el de un chiste que circulaba por Nueva York: "¿Qué es un judío? Un judío puede ser alto, bajo, ñato, narigón, pelirrojo, morocho, simpático, antipático, pecoso, sin pecas, de orejas grandes, de orejas chicas, lo único, que lo singulariza es que no sabe hebreo".


Borges, ¿de dónde viene su atracción por la mística judía, por la Cábala de la que usted ha hablado y que está tan presente en su obra?


—En primer lugar, como le dije, vino de la lectura de El Golem. Luego, en casa, tengo una nutrida biblioteca en varios idiomas sobre la Cábala. Lo que me atrae es la impresión de que los cabalistas no escribieron para facilitar la verdad, para darla servida, sino para insinuarla y estimular su búsqueda. De ahí la abundancia de mitos y símbolos en los que sus autores no pudieron haber creído. Y eso no se da sólo en los cabalistas medievales, sino en la Biblia, en el Libro de Job, en Cristo mismo: no hablan en forma lógica, hablan de símbolos y metáforas; no dicen abiertamente, sugieren el camino.


¿Cree que ya puede hablarse de una literatura argentina de rasgos visibles, discernibles?


—Sí, puede hablarse. En los demás países latinoamericanos hubo siempre una tendencia al realismo, al alegato social, al documento. Ahora han llegado a la literatura fantástica y eso pudo haber partido de aquí, de Bioy Casares o, a lo mejor, también de mí mismo. Es un rasgo diferencial, ¿no cree?, pero no el primero ni el único. En el siglo XIX no se dio nada, en ninguna parte, parecido a nuestra literatura gauchesca. El Oeste norteamericano tenía un paisaje similar, personajes similares, y sin embargo produjo el western, pero no produjo una poesía que reflejara ese paisaje y esos personajes. Además nosotros no podríamos concebir una literatura en la que el comisario fuera el héroe.

Borges se pone de pie. Rodeado por los imponentes sillones oscuros de la Biblioteca Nacional, por un momento vuelve a asumir el aire de historia que irremediablemente lo acompaña. El periodista no puede evitar un pensamiento intemporal, la sensación de estar hablando con alguien más largo que su vida, con alguien que llegará más allá de su muerte. Una impresión vertiginosa que la conversación caprichosa de Borges, su repentino humor, su fascinante manera de contestar a la vez con valentía y negligencia, convencido y ausente, habían por un momento atenuado.



Entrevista aparecida en Revista Raíces, 1971 
CIDIPAL-IICCAI, Buenos Aires, 1987
Retrato de Borges por Louis MonierParís, 1979

29/12/15

Jorge Luis Borges: Rubaiyat








Torne en mi voz la métrica del persa
a recordar que el tiempo es la diversa
trama de sueños ávidos que somos
y que el secreto Soñador dispersa.
Torne a afirmar que el fuego es la ceniza,
la carne el polvo, el río la huidiza
imagen de tu vida y de mi vida
que lentamente se nos va de prisa.
Torne a afirmar que el arduo monumento
que erige la soberbia es como el viento
que pasa, y que a la luz inconcebible
de Quien perdura, un siglo es un momento.
Torne a advertir que el ruiseñor de oro
canta una sola vez en el sonoro
ápice de la noche y que los astros
avaros no prodigan su tesoro.
Torne la luna al verso que tu mano
escribe como torna en el temprano
azul a tu jardín. La misma luna
de ese jardín te ha de buscar en vano.
Sean bajo la luna de las tiernas
tardes tu humilde ejemplo las cisternas,
en cuyo espejo de agua se repiten
unas pocas imágenes eternas.
Que la luna del persa y los inciertos
oros de los crepúsculos desiertos
vuelvan. Hoy es ayer. Eres los otros
cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos.



En Elogio de la sombra (1969)
Foto sin data precisa vía © Fräulein Schwert


28/12/15

María Kodama: Nota a 'Mi último tigre', de Jorge Luis Borges








Mi último tigre. Esta foto fue tomada en la reserva de animales de Cutini, que está cerca de Luján. Recuerdo que un amigo me llevó y vi, maravillada, cómo Cutini entraba al predio donde estaban los tigres, desnudo hasta la cintura para que la gente pudiera comprobar que no llevaba armas; los tigres lo rodearon y jugaron con él como cachorros de gato.

Cuando se lo conté a Borges, loco de alegría me dijo que quería ir ¡¡¡ya!!!, pero debimos esperar al fin de semana. Al verlo, Cutini se acercó de inmediato y le dijo, sentándolo en un tronco de árbol: "Maestro, va a tener el honor de acariciar a mi tigre Rosie, ya vuelvo".

Toda la gente que visitaba el lugar se arremolinó alrededor de Borges, y de pronto apareció caminando junto a Cutini un espléndido animal. Yo creí que guiaría la mano de Borges para que acariciara la cabeza del tigre. Cutini le explicaba a Rosie que el maestro tendría el honor de acariciarla y que ella sería, a su vez, honrada por Borges, que estaba ansioso por conocerla.

Luego de estas explicaciones le dijo: "Saluda al Maestro, Rosie". Ella, acercándose, puso las dos patas sobre los hombros de Borges, que le acariciaba el flanco mientras ella le lamía la cabeza como si fuera uno de sus cachorros. La gente contenía la respiración, había un silencio que se sentía como una presencia física. De pronto se oyó la voz de Borges que decía: "María, ¿cree que puede arañarme? ¡Qué peso tiene! ¡Y qué olor...!"

En un espléndido atardecer de verano, mientras comíamos sentados en la veranda de la casa, a contraluz, Borges distinguió algo que se movía: "No me diga que es lo que imagino", me dijo. "Sí, son seis tigres de bengala que se pasean alrededor de la mesa", respondí.

Al terminar la visita, emocionado, Borges me dijo que nadie en su vida le había hecho un regalo tan maravilloso e inolvidable como el que acababa de materializar el sueño de su niñez.




Foto y fragmento de Sobre las fotografías (notas)
Epílogo de María Kodama a Atlas 
Buenos Aires, Emecé, 1984-2000


27/12/15

Jorge Luis Borges: Efialtes






En el fondo del sueño están los sueños. Cada
noche quiero perderme en las aguas obscuras
que me lavan del día, pero bajo esas puras
aguas que nos conceden la penúltima Nada
late en la hora gris la obscena maravilla.
Puede ser un espejo con mi rostro distinto,
puede ser la creciente cárcel de un laberinto,
puede ser un jardín. Siempre es la pesadilla.
Su horror no es de este mundo. Algo que no se nombra
me alcanza desde ayeres de mito y de neblina;
la imagen detestada perdura en la retina
e infama la vigilia como infamó la sombra.
¿Por qué brota de mí cuando el cuerpo reposa
y el alma queda sola, esta insensata rosa?



En La rosa profunda (1975) 
Foto: Borges por Ernesto Monteavaro
incluida en OOCC 1975-1985 (II tomo)
© María Kodama y Emecé Editores S.A.
Buenos Aires, 1989



26/12/15

Jorge Luis Borges: El remordimiento









He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.




En La moneda de hierro (1976)
Lámina de Antonio Berni 
Frente a la portada de La moneda de hierro 
Primera edición, Emecé, Buenos Aires, 1976

25/12/15

Jorge Luis Borges: Caedmon







Caedmon debe su fama, que será perdurable, a razones ajenas al goce estético. La gesta de Beowulf es anónima; Caedmon, en cambio, es el primer poeta anglosajón, por consiguiente inglés, cuyo nombre se ha conservado. En el Éxodo y en las Suertes de los apóstoles, la nomenclatura es cristiana, pero el sentimiento es gentil; Caedmon es el primer poeta sajón de espíritu cristiano. A estas razones hay que agregar la curiosa historia de Caedmon, tal como la refiere Beda el Venerable en el cuarto libro de su Historia eclesiástica:

«En el monasterio de esta abadesa (la abadesa Hild de Streoneshalh) hubo un hermano honrado por la gracia divina, porque solía hacer canciones que inclinaban a la piedad y a la religión. Todo lo que aprendía de hombres versados en las sagradas escrituras lo vertía en lenguaje poético con la mayor dulzura y fervor. Muchos, en Inglaterra, lo imitaron en la composición de cantos religiosos. El ejercicio del canto no le había sido enseñado por los hombres o por medios humanos; había recibido ayuda divina y su facultad de cantar procedía directamente de Dios. Por eso no compuso jamás canciones engañosas y ociosas. Este hombre había vivido en el mundo hasta alcanzar una avanzada edad y nada había sabido de versos. Solía concurrir a fiestas donde se había dispuesto, para fomentar la alegría, que todos cantaran por turno acompañándose con el arpa, y cuantas veces el arpa se le acercaba, Caedmon se levantaba con vergüenza y se encaminaba a su casa. Una de esas veces dejó la casa del festín y fue a los establos, porque le habían encomendado esa noche el cuidado de los caballos. Durmió y en el sueño vio un hombre que le ordenó: "Caedmon, cántame alguna cosa." Caedmon contestó y dijo: "No sé cantar y por eso he dejado el festín y he venido a acostarme." El que le habló le dijo: "Cantarás." Entonces dijo Caedmon: "¿Qué puedo yo cantar?" La respuesta fue: "Cántame el origen de todas las cosas." Y Caedmon cantó versos y palabras que no había oído nunca, en este orden: "Alabemos ahora al guardián del reino celestial, el poder del Creador y el consejo de su mente, las obras del glorioso Padre; cómo Él, Dios eterno, originó cada maravilla. Hizo primero el cielo como techo para los hijos de la tierra; después hizo, todopoderoso, la tierra para dar un suelo a los hombres." Al despertar, guardaba en la memoria todo lo cantado en el sueño. A estas palabras agregó muchas otras, en el mismo estilo, dignas de Dios.»

Beda refiere que la abadesa dispuso que los religiosos examinaran la nueva capacidad de Caedmon, y, una vez demostrado que el don poético le había sido conferido por Dios, lo instó a entrar en la comunidad. «Cantó la creación del mundo, el origen del hombre, toda la historia de Israel, el éxodo de Egipto y la entrada en la tierra prometida, la encarnación, pasión y resurrección de Cristo, su ascensión al cielo, la llegada del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles. También cantó el terror del juicio final, los horrores del infierno y las bienaventuranzas del cielo.» El historiador agrega que Caedmon, años después, profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Dios, o un ángel de Dios, le había enseñado a cantar; nada podía temer Caedmon.

La inspiración onírica de Caedmon ha sido puesta en duda; recordemos, sin embargo, el caso de Stevenson, que recibió, en un sueño febril, después de una hemorragia, el argumento de Jekyll y Hyde. Stevenson quería escribir un cuento sobre un hombre que fuera dos, sobre una división de la personalidad; un sueño le dio la forma que buscaba. Más extraño aún es el caso del poeta Samuel Coleridge. Este compuso en sueños el famoso poema Kubla Khan (1816), inspirado por la descripción de un palacio que hizo construir aquel emperador chino que hospedó a Marco Polo. Resultó después que el plano del palacio le había sido revelado en un sueño al emperador. Esta última noticia está registrada en una historia universal redactada en Persia a principios del siglo XIV y no vertida a idioma alguno occidental, sino después de la muerte de Coleridge.



En Literaturas germánicas medievales (1966)
En colaboración con María Esther Vázquez
Foto tomada por Adolfo Bioy Casares de Borges y María Esther Vázquez en Villa Silvina (Mar del Plata, 1965) 


24/12/15

Jorge Luis Borges: Para la noche del 24 de diciembre de 1940, en Inglaterra









Que la antigua tiniebla se agrande de campañas,
que de la porcelana cóncava mane el ponche,
que los bélicos "crackers" retumben hasta el alba,
que el incendio de un leño haga ilustre la noche.

Que el tempestuoso fuego, que agredió las ciudades
sea esta noche una límpida fiesta para los hombres,
que debajo del muérdago esté el beso. Que esté
la esperanza de tus espléndidos corazones.

Inglaterra, que el tiempo de Dios te restituya
la no sangrienta nieve, pura como el olvido,
la gran sombra de Dickens, la dicha que retumba.

Porque no hace dos mil años que murió Cristo,
porque los infortunios más largos son efímeros,
porque los años pasan, pero el tiempo perdura.




En Textos Recobrados 1931-1955 (2001)
Primera publicación en Saber Vivir, Revista Mensual Ilustrada
Buenos Aires, Nro. 4/5, noviembre/diciembre de 1940
Texto dedicado a Inglaterra que se hallaba bajo la guerra en Navidad 
Foto de Martín Ferrari Hardoy
Borges en la terraza de su departamento de la calle Maipú
En Borges, Develaciones, de Félix della Paolera
Fundación E. Constantini, Buenos Aires, 1999


23/12/15

Jorge Luis Borges: Stories, essays and poems, de Hilaire Belloq [R]







23 de diciembre de 1938

Joseph Hilaire Pierre Belloc goza (¿o adolece?) de la fama de ser el mejor prosista y el más diestro versificador del idioma inglés. Unos dirán que es lícita esa fama, otros que es absurda; nadie, sin embargo, me negará que es poco estimulante. A ningún escritor puede convenirle una fama de ese orden. (Puede consolarlo, quizá, lo que es muy distinto.) El concepto de perfección es negativo: la omisión de errores explícitos lo define, no la presencia de virtudes. En la página 320 de este volumen, el mismo Belloc dice que no hay prosa mejor que la del libro Los arrianos del siglo IV de Newman. “A mí no me aburre (explica Belloc), por el simple azar de que ese momento histórico me interesa, pero sé que muchos lectores se aburrirían ferozmente con él. Su prosa, sin embargo, es perfecta. Newman, puesto a narrar un determinado número de sucesos y a expresar un determinado número de conceptos, lo hace con la mejor elección de palabras, en el mejor orden, y eso es la perfección”.
Ignoro si la definición anterior, hecha de dos brumosos superlativos (“la mejor elección de palabras…, el mejor orden”) tiene algún valor, pero sé que hay prosas encantadoras, aunque nos sea del todo indiferente la materia que tratan. (Ejemplos: la prosa de Andrew Lang, de George Moore, de Alfonso Reyes.) ¿Pertenece la prosa de Belloc a esa misteriosa familia? No lo aseguro. Belloc ensayista es insignificante o imperceptible; Belloc novelista pasa de lo mediocre a lo intolerable; Belloc juez literario prefiere aseverar a persuadir; Belloc historiador me parece admirabilísimo.
En su labor histórica, los árboles no tapan la selva ni la selva los árboles: la luminosa interpretación general y la narración de pormenores individuales se adunan felizmente. Ha escrito biografías de Juana de Arco, de Carlos I, de Cromwell, de Richelieu, de Wolsey, de Napoleón, de Robespierre, de María Antonieta, de Cranmer, de Guillermo el Conquistador; ha discutido memorablemente con Wells.
A continuación traslado una página (reproducida en este volumen) de su biografía de Napoleón:


AUSTERLITZ

A una o dos millas de Boulogne, sobre la carretera de París, hay en Pont-de-Briques, a mano derecha, una encantadora casita, modesta, clásica, retirada. Ahí descansaba el Emperador durante aquellos días de verano de 1805, mientras al cabo de una larga paz europea se formaba la coalición que una vez más desafiaría a la Revolución y a su capitán.
Era de noche aún, poco después de las cuatro de la mañana del 13 de agosto, cuando las noticias llegaron: la armada francesa que se esperaba en el Canal de la Mancha comandada por Villeneuve, había regresado al Ferrol. Del doble plan de Napoleón, de sus alternativas, la invasión de Inglaterra era más dudosa que nunca: Villeneuve no había comprendido que el Tiempo era el factor esencial. Ese descalabro detenía al Emperador. La coalición formada en el lado opuesto, tierra adentro, se robustecía y lo amenazaba por el este: Austria y Rusia se le venían encima.
Mandó buscar a Darn, que lo encontró encendido de ira, el sombrero encajado hasta las sienes, los ojos relampagueantes y los labios, mientras se paseaba iracundo, profiriendo imprecaciones contra Villeneuve… Cuando las agotó, dijo, bruscamente: “Siéntese y escriba”.
Darn se sentó, pluma en mano, ante un escritorio cargado de notas y de papeles, y tomó entonces, bajo el alba, un dictado asombroso: nada menos que todo el plan de la marcha sobre Austria, el avance que culminó en la victoria de Austerlitz. Cada etapa de la empresa vastísima, los diversos caminos, los altos, las fechas de las llegadas llovieron por horas, sin un apunte para guiar la memoria, hasta que la campaña íntegra quedó sobre el papel, ya resuelta. Después, cuando ese laberinto en la cabeza de un hombre, cuando esa idea pasó a la realidad y fue un hecho, Darn no cesaba de maravillarse de que sus partes fueran eslabonándose, previstas y puntuales como una profecía que se cumple.


ART IN ENGLAND, de R. S. Lambertr [R]

Un examen estadístico de Art in England nos acerca a lo milagroso. Veintiún pintores, escultores, arquitectos, pedagogos y críticos (todos civilizados y razonables, hasta los pedagogos) colaboran en este libro: treinta y dos fotograbados lo ilustran; ciento cincuenta páginas lo componen y seis peniques bastan para comprarlo. En tales circunstancias es una ingratitud formular censuras. No me decido, sin embargo, a ocultar que esta admirable enciclopedia lacónica del arte inglés es a veces injusta. Injustamente alaba a meros epígonos del expresionismo alemán o del suprarrealismo de París como Edward Wadsworth y John Armstrong; injustamente olvida (o insulta) a Blake, a Morris, a Burne-Jones, a Rossetti y a Watts. El motivo, por lo demás, es claro. Este libro está destinado a lectores británicos, ya suficiente o excesivamente informados de las glorias pretéritas del país y a quienes les importa, ante todo, estar à la page. Nuestro caso es distinto. Si queremos conocer la pintura de hoy, estudiaremos a los maestros —a Klee, a Picasso, a Braque, a Max Ernst, a De Chirico—, no a los plagiarios londinenses de Unit One, por fidedignos y puntuales que sean. En cambio, puede (y debe) importarnos conocer la gran pintura inglesa de Turner, de Constable y de Gainsborough. El primero, que muchos han juzgado no inferior a cualquier otro artista de cualquier nación y de cualquier siglo, es del todo ignorado en este país.
De los muchos artículos de este libro, el más impresionante es acaso el del escultor Henry Moore. Éste declara que la virtud cardinal de los escultores es la capacidad de concebir un complejo volumen desde todos los lados a un tiempo y asimismo de adentro para afuera: facultad sin duda admirable y acaso imaginaria y que me parece lindar con la famosa cuarta dimensión… También declara que un agujero puede plásticamente ser tan significativo como una masa, y encara la posible ejecución de “estatuas de aire” o sea de esculturas cóncavas, ahuecadas, que limiten y contengan las formas que se quiere manifestar.


L’OEUF AUX MIRAGES, de Jacques Violetter [R]

Con este curioso volumen, Jacques Violette deja la crítica pictórica y ensaya la novela semifantástica. El héroe, Lucien Finet, hombre morigerado, sedentario y un poco tímido, es director de banco. Vive dos vidas, como los personajes de Julián Green. Para que la segunda vida, la imaginaria, no entre en la cotidiana y la trastorne, la va dictando a su mecanógrafa. El relato de dos de sus vidas ficticias compone esta novela cuyos variados escenarios son un convento de París, el fondo del mar y el Acrópolis, y en cuyas páginas circulan y se aniquilan un huevo pasado por agua, un hidrocéfalo, una monja, un buzo, una vegetariana y un cardumen de peces voladores. Al cabo de esas extravagancias y a la espera de otras, Finet recae en la realidad. Un argumento se superpone a otro en este volumen: realista el uno, alucinatorios los otros y todos con un fondo de nihilismo.


DE LA VIDA LITERARIAq

Los gatos y Rainer Maria Rilke

Maurice Betz, el más reciente de los biógrafos de Rainer Maria Rilke, refiere que a éste le agradaban los gatos, porque nunca dejaron de parecerle más o menos irreales. “Nunca se pudo convencer (dice Betz) de que verdaderamente existieran. Admiraba su modo repentino de aparecer en nuestro mundo para volcar un tintero o para enmarañar un ovillo y de evadirse luego, de un salto, como si apenas fuéramos una proyección de su espíritu, una sombra que sus pupilas no ven. Esa autonomía de los gatos era una virtud para él, pues le permitía acomodarse a su presencia, de hecho imaginaria y que no pesa más que la de un fantasma.”
Los perros, en cambio, le parecían el doloroso producto de una suerte de pacto entre el hombre y el animal. “Ni hombre ni bestia: mestizo lamentable y conmovedor”, dijo de los perros.


H. G. Wells contra Mahoma

Es conocida la veneración que el Islam profesa por su libro sagrado. Los teólogos musulmanes afirman que el Corán es eterno, que los ciento catorce capítulos que lo forman son anteriores a la tierra y al cielo y sobrevivirán a su fin, y que el texto original —la madre del libro— está en el paraíso, donde lo veneran los ángeles. Otros doctores, no contentos con esas prerrogativas, han divulgado que el Corán puede tomar la forma de un hombre o la de un animal y contribuir a la ejecución de los impenetrables propósitos del Señor. Este mismo (en el capítulo diecisiete de su obra) dice que aunque los hombres colaboraran con los demonios para confeccionar otro Corán, no lo conseguirían… H. G. Wells (en el capítulo cuarenta y tres de su Breve historia del mundo) se felicita de esa incapacidad humano-demoníaca, y deplora que doscientos millones de musulmanes acaten ese libro confuso.
Indignados, los mahometanos que residen en Londres han procedido en su mezquita a una ceremonia expiatoria. Ante una silenciosa congregación, el doctor Abdul Yakub Khan, barbudo y ortodoxo, ha arrojado a las llamas un ejemplar de la Breve historia del mundo.




Publicado el 23.12.1938 en El Hogar 1935-1958 (compilación 1986) 
Incluido luego en Textos cautivos (compilación 2000)
© 1995, 2011 María Kodama
© 2011 Random House Mondadori S.A., Barcelona
Foto: Hilaire Belloc, portrait by Emil Otto Hoppé, vintage bromide print, 1915
National Portrait Gallery

22/12/15

Jorge Luis Borges: Entrevista en Radio Nacional de España [25 de abril de 1973]









«El laberinto es el símbolo evidente del asombro, el estupor, la perplejidad. Cuando yo era chico, recuerdo un grabado de un laberinto que me impresionó mucho. Se trataba del laberinto de Creta, y si no me engaño, pensaba que con el filo de una lupa, en una de las rendijas de aquel laberinto que era como una gran plaza de toros, yo podría ver el Minotauro». (La entrevistadora le interroga acerca del hilo para escapar del laberinto que es la vida). «Sí, finalmente el morir. Entonces ya salimos de ese laberinto con toda plenitud».

(La siguiente pregunta cuestiona la frontera entre lo real y lo fantástico). «No sé si hay una distinción entre ambas categorías. Si alguien sueña, evidentemente ese sueño es ese sueño y no otro. Plantear una diferencia esencial es muy difícil. Vamos a suponer que si un elemento fantástico existe, por ejemplo los espectros, entonces ya forma parte de la realidad».
(A continuación, su interlocutora alude a esa etiqueta de Borges como escéptico que pretende abolir el universo). «Cultivo el escepticismo sí, pero un escepticismo lleno de curiosidad. Por ejemplo, yo no soy religioso, pero he leído muchos libros de teología, no sólo cristiana, sino de otras creencias. Claro que todo eso lo he leído como se lee una novela fantástica. Además, en cuanto a lo de concluir con el universo, al menos en lo que a mí se refiere, va a concluir cuando yo me muera. (...) Con todo, aún no encontré lo que quería y espero no encontrarlo. Buscar es lindo, sobre todo cuando se sabe que no se va a encontrar. Entonces uno está más cómodo, porque se busca sin impaciencia».
(La entrevistadora le pregunta por qué habla de sus lecturas en mayor medida que de su propia obra). «Desde luego, porque lo que escribo no me interesa. Mejor dicho, me interesaba en el momento en que lo escribí, pero después yo escribo un libro para librarme de él. Escribo un libro para olvidarme de ese libro. Además, he leído muy poco de lo escrito sobre mí, porque el tema me interesa poco. En cambio, los otros autores me interesan. Yo estoy un poco harto de mí mismo, pero es natural, porque al cabo de setenta y tres años de convivencia con Borges uno acaba tan harto de Borges como cualquier lector. Más todavía, porque ha sido un Borges incesante, intolerable. (...) No siento plenitud. Al contrario, siento que estoy llegando a mis límites, aunque trato de engañarme. Al escribir un poema, ocurre muchas veces que me siento contento, y luego compruebo que es la cuarta o quinta vez que lo escribo, con ligeras variaciones que no siempre son enmiendas».
«Mi destino es la lengua castellana, y eso implica la literatura castellana. Pero, naturalmente, uno tiene ciertas preferencias que van cambiando. Por ejemplo, yo creí alguna vez que Francisco de Quevedo era superior a Luis de Góngora, y ahora me parece ridículo decir eso. Yo creí que Góngora era superior a Fray Luis de León, y ahora Fray Luis de León me parece infinitamente superior».
(Se sugiere en este punto el horacianismo de Fray Luis). «Yo diría que la personalidad de Horacio no es muy simpática. En cambio, la de Fray Luis es muy querible. Y como finalmente lo substancial no es cada página de un autor, y menos cada línea, sino la imagen suya que él deja, Fray Luis me parece superior a Horacio. Por otro lado, es fácil ver sus divergencias poéticas. Por ejemplo, lea esta línea de Horacio: “Beatus ille qui procul negotiis”. Y a continuación, tome el conocido verso “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Al compararlos, advertirá que la entonación es distinta. Y la entonación es lo más importante en poesía».
«Acerca de la esperanza le diré que en este momento, conversando con usted, la tengo. Pero en general, muchas veces no he encontrado mi esperanza, lo cual significa que también la he perdido muchas veces. Quizá convenga perder la esperanza. Decía George Bernard Shaw que la inscripción imaginada por Dante sobre la puerta el Infierno –“Dinanzi a me non fuor cose create / se non etterne, e io etterna duro. / Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”– había sido puesta por Dios para tranquilizar a los réprobos. Era un modo de decir: “Bueno, ya están en el Infierno, de modo que no tienen nada que temer. Estén tranquilos. Les aguarda una eternidad infernal”».


Entrevista a Jorge Luis Borges,
Madrid, 25 de abril de 1973
Entrevistador no identificado
Archivo Sonoro de Radio Nacional de España
Transcripción de audio: Paz Ramos

Retrato de Borges por Oscar Burriel



21/12/15

Jorge Luis Borges: Elegía de los portones






A Francisco Luis Bernárdez
Barrio Villa Alvear: entre las calles Nicaragua, Arroyo Maldonado, Canning y Rivera. Muchos terrenos baldíos existen aún y su importancia es reducida.
Manuel Bilbao: Buenos Aires, 1902


Ésta es una elegía
de los rectos portones que alargaban su sombra
en la plaza de tierra.
Ésta es una elegía
que se acuerda de un largo resplandor agachado
que los atardeceres daban a los baldíos.
(En los pasajes mismos había cielo bastante
para toda una dicha
y las tapias tenían el color de las tardes.)
Ésta es una elegía
de un Palermo trazado con vaivén de recuerdo
y que se va en la muerte chica de los olvidos.
Muchachas comentadas por un vals de organito
o por los mayorales de corneta insolente
de los 64,
sabían en las puertas de la gracia de su espera.
Había huecos de tunas
y la ribera hostil del Maldonado
—menos agua que barro en la sequía—
y zafadas veredas en que flameaba el corte
y una frontera de silbatos de hierro.
Hubo cosas felices,
cosas que sólo fueron para alegrar las almas:
el arriate del patio
y el andar hamacado del compadre.
Palermo del principio, vos tenías
unas cuantas milongas para hacerte valiente
y una baraja criolla para tapar la vida
y unas albas eternas para saber la muerte.
El día era más largo en tus veredas
que en las calles del centro,
porque en los huecos hondos se aquerenciaba el cielo.
Los carros de costado sentencioso
cruzaban tu mañana
y eran en las esquinas tiernos los almacenes
como esperando un ángel.
Desde mi calle de altos (es cosa de una legua)
voy a buscar recuerdos a tus calles nocheras.
Mi silbido de pobre penetrará en los sueños
de los hombres que duermen.
Esa higuera que asoma sobre una parecita
se lleva bien con mi alma
y es más grato el rosado firme de tus esquinas
que el de las nubes blandas.




En Cuaderno San Martín (1929)
Image: Très rare envoi autographe signé de l'auteur à son ami le peintre Jorge Larco. 
Rédigée par sa mère, Leonor Acevedo, la dédicace est signée par Jorge Luis Borges. Vía


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